Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


ArribaAbajo

Cartas filológicas

Es a saber, de letras humanas, varia erudición, explicaciones de lugares, lecciones curiosas, documentos poéticos, observaciones, ritos y costumbres y muchas sentencias exquisitas.
Auctor el licenciado Francisco Cascales.


Francisco Cascales


[Nota preliminar: edición digital a partir de la de Murcia, Luis Verós, 1634, y cotejada con la edición crítica de justo García Soriano, Madrid, Espasa-Calpe, 1961; 1ª ed. 1929, cuya consulya recomendamos.

Los textos latinos han sido corregidos por Antonio Biosca Bas según las ediciones de los textos clásicos aparecidas en PHI Workplace 3.0 de Silver Mountain Software. Estas correcciones siempre se basan en diferencias textuales y no únicamente en el empleo de grafías. Toda variación del texto latino se ha señalado en una nota. Si la corrección de la cita latina comporta incongruencias con el resto del texto, ésta no se variará, y el texto corregido aparecerá en la nota .


ArribaAbajo

Svmma del privilegio y aprovaciones deste libro

Tiene el Licenciado Francisco Cascales priuilegio por diez años para imprimir este libro que compuso, intitulado Cartas Philologicas; fecho en Madrid a 25. dias del mes de Mayo, año de 1627, despachado por Martín de Segura Escriuano de Cámara de Su Magestad: y están aprouadas las dichas cartas, por mandado del Ordinario de Carthagena, del Doctor Sancho Perez Colodro, Canónigo de la Magistral de la dicha sancta Iglesia; su fecha a 12. dias de Deziembre año de 1626. y aprouadas por mandado del Consejo Real del Licenciado Pedro Gonçalez Nauarrete; su fecha en Madrid a 25. dias del mes de Março año de 1627.




ArribaAbajo

Svmma de la tassa

Esta tassado por los Señores del Consejo Real este libro intitulado, Cartas Philologicas, a quatro marauedis y medio cada pliego, como consta de su original, despachado en el oficio de Martín de Segura, en Madrid a seis de Febrero 1634. años.




ArribaAbajo

Dedicatoria

A Don Juan Delgadillo Calderón


En poco tiempo, señor, he corrido infinitos pasos de mérito con v. m., no ganado por mis puños, ni por intercesiones, ni por lisonjas; que ni yo las uso, ni v. m. las admite. Atribúyolo a buena fortuna mía, a la cual los étnicos hicieron diosa y colocaron en el cielo. Y es que Dios hace bien afortunado a quien Él es servido, aunque no lo merezca. Bien lo dijo Serafino Aquitano:


Io pur travaglio e so che il tempo è gioco,
E se algun stenta ò vive hoggi beato,
Non è virtu, non è viltà, ma fato,
Che contra il ciel nostro operar val poco.



A la mano se me ha venido la amistad de v. m.; sin buscarla la hallé:


Tu non inventa, reperta es.



Culpa fué de v. m. eligir mal; pero esa culpa engendró mi dicha, y esta dicha dilata mi gloria. Con todo eso, no se arrepentirá v. m. de haber errado en esta parte; que el tal desacierto quedará dorado y estofado con los finísimos colores de mi voluntad. Y ésta trocará de manera las luces, que lo que pareciera feo y torpe, venga a parecer agradable y hermoso; que si bien lo que dijo Ennio es verdad: benefacta male locata, malefacta arbitror, mi agradecimiento y servicios honrarán mi dicha y desmintirán su dicho.

Y para principio de paga, dirijo y dedico a v. m. este libro de CARTAS FILOLÓGICAS, que si son felices como su dueño lo ha sido con v. m., merecerán general aplauso. En nombre de v. m. salen; con ese salvoconduto pueden pasar seguras los bancos de Flandes y estrecho de Magallanes. Dios las guíe, y a v. m. me guarde infinitos años. De Murcia, & c.

EL LICENCIADO FRANCISCO CASCALES.




ArribaAbajo

Al lector

Cartas te doy, amigo, no muy malas, pues son pocas; que aun lo bueno demasiado, desagrada; y lo malo, siendo poco, poco puede estragar el gusto. Si bien tú no debes ser tan áspero y zahareño que retuerzas el labio a qualquier cosa que no lisonjee tu paladar: Trahit sua quemque voluptas. Donde uno no halla sabor, otro lo apetece, y siente frescura en lo que el otro se abrasa. Mi ánimo y deseo es darte sumo gusto; si no puedo llegar aquí, por dicha tendré quedarme una venta más acá. Lo mismo sintió Horacio:


Est quadam1 prodire tenus, si non datur ultra.



Dije que te doy cartas y pocas. No son muchas, pues no pasan de treinta. El género de cartas que te ofrezco, es diferente de las que Erasmo Demetrio Falereo y otros, en sus artes de conscribendis epistolis, enseñan. Aquéllas y las de los secretarios de señores tiran a un mismo blanco. Yo voy por otro camino no tan andado, pero pisado de algunos.

La materia de cartas es en tres maneras: familiar, que es la propria desta arte; pues la carta fué inventada para dar cuenta a nuestros amigos ausentes, o casi ausentes, de nuestras cosas, y comunicar nuestros intentos por medio dellas; y ésta suele ser jocosa y alegre. Y otra seria, que trata de cosas graves tocantes a la razón de estado, a la paz, a la guerra, a las costumbres y cosas de veras, con cuidado escritas. La última es docta. Llamo docta aquella que contiene ciencia y sabiduría y cosas no de epístola vestidas con ropas de epístola. Esta también es tríplice: filósofa, como las epístolas de Séneca y de Platón; teóloga, como las de San Jerónimo, San Cipriano y San Basilio; y últimamente, filóloga, como las Questiones epistolicas, de Varrón, y las de Valgio, Rufo, y en nuestro tiempo las de Justo Lipsio, que tratan de cosas de humanidad, curiosas y llenas de erudición.

Las que pertenecen a la filología son materia propria de las mías. Si no llevan la perfección que debieran -que confieso-, a lo menos dejo abierto camino a los que tienen mayor caudal y cosecha que yo, para que enriquezcan a España del tesoro de sus letras humanas; pues hay en ella ya tantos profesores dellas, y tan talentosos, que nos quitan el deseo de los Fabros, Pitheos, Muretos, Scalígetos, Lipsios y Bulengeros.

Ya que trato de cartas, parece que me obliga el sujeto a deci r en qué manera fueron antiguamente las cartas. Para esto cito a San Isidoro, nuestro español, en sus Etimologías, libro 7.º: Ante chartae et membranarum, usum in dolatis, ex ligno codicillis epistolarum colloquia scribebantur, unde et portatores earum, tabellarios vocaverunt. «Antes del uso de las cartas y membranas se escribía en tablillas de madera acepilladas y enceradas.» Y a esto aludió Plauto en El Pséudolo: Per ceram et lignum litterasque2 interpretes. «Por medio de la cera y madera y letras farautes». Y un poco más abajo: Pro lignean salute3 ¿vis argenteam remittere illi? «La salud que te envía de madera ¿quieres volvérsela de plata?» Es a saber: porque te saluda en su carta de madera, ¿le envías todo ese dinero?

Homero también, en la Zeta de su Iliada, dice que Preto, entregó a Belerofonte unas letras escritas en tablilla plegada, que quiere decir sellada. Y Justo Lipsio dice, con otros muchos autores, que las cartas de tablas eran de diversos árboles, de haya, de pinabete, de boj, de teja, de acero y de cidro, y también de marfil y de pieles de bestias. Y por eso se dijeron membranas, por hacerse las dichas cartas desosando o desollando las bestias. Y codicilos se dijeron porque se hacían de los troncos de los árboles, que en latín se llaman caudices, o codices, contraídas las dos vocales en una, como de cauro se dice coro, y de tauro toro. Y porque las cartas se llamaban tabellas, llamaron a los correos tabellarios y a los escribanos tabelliones.

Otras cartas había llamadas pugilares, a modo de un librito pequeño de muchas hojas, dichas así porque cabían en el puño, por ser tan pequeño el libro que todo él era una carta. A lo cual alude Cicerón, en el libro XI de las Familiares a Celio: Extrema pagella pupugit me tuo chirographo4. «La última página me dió pena con su cédula de reconocimiento». Y en el mismo libro: Altera jam, pagella procedit. «La otra página dice así». De manera que era carta de muchas hojas contenidas en un librito. Y este uso parece haberlo introducido Julio César, o a lo menos haber escrito el primero pugilares al Senado, siendo costumbre antigua que se le escribiesen cartas en marca grande, como hoy las bulas y provisiones reales. Dícelo Suetonio en la Vida del dicho Julio, cap. LVI: Epistolae quoque eius ad Senatum extant, quas primum videtur ad paginas et formam memorialis libelli convertisse, cum antea Consules et Duces non nisi transversa charta scriptas mitterent.5

Había también antiguamente cartas laureadas, que, como dice Adriano Junio, eran las que el general de guerra enviaba al Senado, habiendo ganado alguna victoria, y por indicio della iban las tales cartas laureadas, que llamó Tito Livio victrices. Había cartas adventicias, que eran las que se llevaban al Príncipe antes que entrase, dándole el parabién de su venida. Mira a Marcial en el proemio del libro XII. Había cartas epithetas, que son las ajenas que se agregan a nuestro pliego. Así lo dice Isócrates y lo alega Celio, en el libro XII, cap. 1.º de las Antiguas lecciones, por cosa digna de ser sabida.

El papel donde escribimos, viene de papyro, arbolillo que se cría en las lagunas del Cairo y en tierra enjuta en las menguantes del río Nilo. Éste dió materia a las cartas preparadas, en la manera que Plinio escribe, a quien explican Dalecampio, Pena, Guillandino, Turnebo y Ruelio, con lugares de Teofrasto y otros autores.

Últimamente digo que estos doctos varones, y con ellos otros muchos doctos, dicen que había cartas de marca mayor y menor. La carta augusta o liviana tenía de ancho trece dedos, la hierática once, la fanianna diez, la amphitheatrica nueve, la saítica o tanítica siete o ocho. Y con esto consuena lo que dice San Isidoro: Quaedam nomina librorum apud Gentiles certis modulis conficiebantur; breviore forma carmina et epistolae, at vero historiae majore modulo scribebantur. Con esta nota queda explicado Séneca en la epístola XLV: Epistola non debet sinistram manum, scribentis implere. «El papel de la carta ha de ser corto, que apenas quepa en la mano izquierda del que escribe.» Y dícelo por ser el papel de la epístola y de los versos de la forma menor, que es de siete dedos de ancho.

Advierto juntamente que la hoja se escribía en la parte primera y no a las espaldas, a que aludió Juvenal en la sátira 1:


Scriptus et in tergo nec dum finitus6 Orestes.



Muerde a un poeta que le había leído una tragedia de Orestes, tan larga que estaba también escrita en el reverso contra el uso de escribir. Y las cartas así escritas, dice Georgio Mérula que se decíanopistographas, es a saber, escritas delante y detrás, como ahora se usa.


Iam pervenimus usque ad umbilicos7.



Con lo dicho doy fin, como dice Marcial en este verso citado, en cuya interpretación han errado muchos. Declárole por boca de Pierio Valeriano en sus Hieroglyphicos, fol. 248. Y no es fuera le nuestro propósito, pues se da noticia qué sea umbílico en el libro, o carta de muchas hojas, llamado volumen: Sciendum libros olim fieri solitos, etc. «Sabed -dice- que los libros antiguamente se solían hacer; no como agora un cuaderno tras otro, sino una hoja sobre otra siempre hasta al fin del libro; y porque se iban revolviendo y enroscando unas sobre otras, de dijo volumen. Y en la postrera página, para firmeza, había un palillo atravesado por lo ancho de la hoja, que estaba cerrada con dos frentes de una parte a otra, que también llamaban cuernos, los cuales salían fuera del volumen, a modo de los cubos de un eje de carro». Este ejecillo era de cedro, o boj, o ciprés, o ébano, o marfil, y los cuernos exteriores solían argentarlos o dorarlos, y a veces adornarlos de piedras preciosas. A este palillo con sus cuernos llamaban umbilico, porque estaba atravesado en medio. Pero porque se ponía en la última hoja, cuando leyendo el libro llegaba al umbílico, quedaba leído el libro.

Esto, pues, es lo que dijo Marcial:


Iam, pervenimus usque ad umbilicos8.



Y lo que dijo Horacio:


      Deus Deus nam me vetat9
Inceptos10 olim promissum carmen iambos
Ad umbilicum ducere.



Y lo que dijo Ovidio:


Candida nec nigra cornua fronte geras.



Y lo que Marcial:


Explicitum nobis usque ad sua cornua librum.



Y los que han dicho que umbílico eran las manecillas del libro, con que se prende, y otros que conchas, han errado por todo el cielo. Los que los llaman conchas, pienso yo que se engañaron con un lugar de Cicerón, en el tercero De oratore: Sed ut ita solet narrare Scaevola, conchas eos, et umbilicos ad Cajetam et ad Laurentum11 legem consuevise. Dice que solían coger conchas y umbílicos en la costa de Gaeta y Lucrino. De aquí glosan que umbílicos eran piedras preciosas, que se hallaban en aquella marina; mas no eran sino marisco, caracoles, conchuelas redondas, con una punta en medio a manera de ombligo humano.

Y con esto, a Dios, amigo. Él te guarde muchos años, y a mí de ti, si no tienes el buen ánimo y celo con que yo te hago este servicio.






ArribaAbajo

Década primera


ArribaAbajo

Epístola I

A don Alonso Fajardo, caballero de la Orden de Alcántara y comendador del Castillo, señor de Espinardo, Ontur y Albatana, gobernador y capitán general de las Filipinas


Trata cómo se ha de gobernar en su viaje con su gente


Bien sé, señor, que en vano se da parecer a quien le puede dar, y que no es muy estimable el don no necesario. Pero hago esto por dos causas: por significar mi deseo, siempre inclinado con extremo a las cosas de V. S., y por que yo no trato aquí de curar enfermo, sino de la conservación de la salud. Aunque este regimiento que doy tiene su honrada cautela, pues va dirigido a V. S., no para V. S., sino para quien le hubiere menester en semejante caso.

V. S., con sólo mirar atrás, verá cuanto adelante se le puede ofrecer. Vuelva los ojos a sus progenitores, y hallará en ellos quien le guíe, quien le aconseje, quien le obligue a cuanto un heroico. pecho puede atreverse. El rey Agasicles, siendo mancebo, y queriendo el reino darle maestro, dijo: Yo quiero ser discípulo de aquellos de quien soy hijo; significando que los príncipes y caballeros ilustres más se mueven con los hechos de sus antecesores que con la doctrina de los grandes maestros. Sin dar muchos pasos atrás, haga V. S. memoria de su padre, que en todas partes, y principalmente fué temido de los enemigos en ese mar Océano, de que fué capitán general con tanta gloria suya y nuestra. V. S. se parte a sulcar el mismo mar y a partes más remotas.

Una empresa ha tomado arriscada; pero no se hacen sin peligro hazañas memorables, ni se le debe la palma al que duerme en la blanda pluma o mollida lana. Por hambre y sed, por calor y hielo ha de pasar quien desea ver ceñida su cabeza del victorioso laurel. Acá tiene V. S. las huertas de Murcia, los jardines de Espinardo, asiento proprio de la amenidad; tanto, que no tiene España riberas tan alegres, tan floridas, tan geniales, como las de nuestro Segura, ni vega tan grande, tan fértil, tan útil, tan deliciosa como ésta. Esto, sus rentas, sus mayorazgos, sus hermanos, sus deudos, sus amigas, su regalada patria deja V. S. por ir a buscar, no la famosa Thule, tan celebrada de los antiguos por postrero rincón del mundo, y tan pisada de nosotros muchos siglos ha, sino los últimos márgenes del Océano.

Todas las honras y dignidades de la tierra las vende Dios, no a dinero, sino a sudor. La gente viciosa y regalada, en las estufas y en los baños exhala el sudor; el caballero generoso en la prensa de los trabajos suda. Éste es sudor glorioso, y esotro infame y torpe. Las nieves de los Alpes dieron a Aníbal honrosas victorias, y el vicio y regalos de Capua le afeminaron y quitaron los niervos y valor de su persona. Este belicosísimo capitán con las armas venció, con el deleite fué vencido. La región amena tiene no pocas fuerzas para oprimir el vigor del corazón, y el lugar áspero y fragoso cría un ánimo amador de grandes empresas. No digo que el hombre busque las escondidas cuevas, los páramos y soledades; ésos habítenlos las fieras, los sátiros y salvajes. Ni le quito lo necesario al hombre: tenga una sana y saludable forma de vida, dé tanto al cuerpo cuanto a su sanidad basta. El manjar aplaque la hambre, la bebida apague la sed, el vestido defienda el frío, la casa séale reparo contra las injurias del cielo; que esté cubierta de cedro del Líbano, con artesones de oro, eso muy poco importa. Las labores costosas y ornamentos sobrados sirven a la vanidad, no a la necesidad. Si los hombres, antes de pasar los trabajos, sed, hambre, calor, frío, desnudez, peligros de la vida, supiesen el gusto y gloria que causa después de pasados su memoria, no pidirían a Dios sino trabajos, principalmente aquellos que dejan a la posteridad ejemplo y fama.

Bien sabe V. S. que en ese mar del Sur, que abraza toda la tierra, no ha de hallar huertos pensiles ni jardines de Chipre. Arme el pecho de paciencia para las adversidades, de prudencia para prevenir los daños y males futuros, de fortaleza para vencer las dificultades, de afabilidad para ganar los corazones de sus capitanes y soldados, de liberalidad para ser amado de todos, de severidad para ser respetado, de igualdad en cualquiera género de miserias, para evitar las quejas de su gente. Y aún haciendo todo esto, no faltarán encuentros, en que se vea V. S. afligido y casi desesperado de sufrir ajenas condiciones, hasta llegar al fin de su jornada. Cuando se vea V. S. con tales enfados y disgustos, pase los ojos por lo que ahora diré.

Corre el sol por su eclíptica, y a veas se le oponen algunas nubes, que nos privan de sus rayos; pero la fuerza del sol y su luz entera se queda entre las cosas opuestas, y él obrando va, su carrera pasa. Mientras anda entre los nublados, ni resplandece menos, ni es más tardo en su curso. De la misma manera, los contrastes que se le ofrecen a la virtud heroica no le quitan nada, no es menor ni hace menos. Para nosotros por ventura no se manifiesta ni parece tanto; para sí la misma es, y a guisa del sol, en lo oculto está obrando y ejercitando su fuerza. En fin, contra la virtud eso pueden las calamidades y trabajos que contra el generoso sol la flaca niebla.

No se debe afligir el general, señor don Alonso, ni en los golpes de fortuna ni en la gran carga del gobierno. Y aunque es verdad que por la mayor parte tiene ayudantes a la mano, que hagan sus veces en todas o en las más cosas, mejor es que él por su persona se halle presente, a lo menos a las importantes; y las que no pudiere hacer, las visite, disponga y ordene, cometiéndolas a buenos sujetos, de quien tenga entera satisfacción.

El emperador Severo decía que los oficios se hablan de dar a los que por sí pudiesen administrarlos, y no a los que hubieran de poner en su lugar vicarios, asesores y substitutos; advertimiento harto necesario. No puede toda la administración, engazada en diversas cosas, ejecutarla uno, ni prevenirla uno, ni deliberarla uno: estoy bien en eso. Por tanto el general tenga su consejo con los capitanes, con los entretenidos cerca de su persona, hombres de práctica, de experiencia y buen entendimiento, con quien consulte sus intentos y las ocasiones presentes y futuras. Entrado en consejo, proponga el caso, y no diga su parecer, sin oír primero los de los consejeros; porque, sabido primero su pensamiento, por vía de gracia y adulación podrían todos o los más esforzar aquel parecer, aunque sintiesen otra cosa. Mejor es oírles, y luego poner él las dificultades que viere, y hacer con suavidad ventilarlas hasta tomar resolución. Y si hubiese diferentes pareceres, sin poderse conformar, estando el caso indeciso, si no sufre tardanza, calle el general y ejecute lo que le parece mejor, sin dar parte a los unos ni a los otros, o por excusar disensión entre ellos. Si no hay peligro en la dilación, es más acertado hacer una, dos y tres veces consejo, hasta deliberar lo que importe al servicio de Dios y del Rey; y luego, de común acuerdo, ejecutarlo con buena diligencia; que la diligencia, nacida de la madura deliberación, es madre de la felicidad.

Preguntado Alejandro Macedonio cómo con tanta brevedad había ganado tantos reinos, respondió: No dilatando nada para otro día. Y Marco Tulio decía que las virtudes proprias del general eran: trabajo en los negocios, esfuerzo en las ocasiones, industria en maquinar, consejo en proveer y presteza en ejecutar. La celeridad en la guerra es muy necesaria, y suele excusar de peligros y gastos inmensos; que el enemigo asaltado y impróvido y desapercibido es más fácilmente desbaratado y vencido. Cosas se acaban en un día por medio del improviso reencuentro, que hechas de espacio, o fueran muy costosas o imposibles de acabar.

En estos casos súbitos malísimamente se pueden guardar las órdenes de los reyes o de sus Consejos, que desde la corte quieren gobernar los acontecimientos y ocasiones repentinas, que piden repentina ejecución. El general aquí, a mi parecer, debe cerrar los ojos y hacer lo que al presente conviene, sin acordarse de las órdenes del Rey; que el Rey da la orden, y no la discreción; y donde se hace su servicio, no puede haber justa querella, antes se debe notable agradecimiento, y se gana en ello honra y fama. Pero advierta el general, cuando se le ofrezca semejante conflicto, de entrar en consejo con los suyas primero, y con acuerdo de todos o de los más acometa aquella empresa; porque tenga con que defenderse, si le imputaren culpa de no haberse ajustado a la orden que lleva.

V. S. va a dar ese socorro: éste sea el fin principal suyo, sin divertirse a otras ocasiones mayores ni menores, que pueden dilatar el socorro, si no fuere cosa que de paso y sin peligro nuestro se haga; que no es bien aventurar la gente, ni gastar las municiones que se llevan a la parte que ha de ser socorrida. Y estas municiones y aparejos de guerra V. S. los visite, y reconozca si son buenos, si van bien acondicionados, si hay hartos; y más bien es que vayan muchos de ellos duplicados y triplicados, porque si se rompen unos, haya otros de sobra, que suplan la falta. Los mantenimientos se embarquen sobrados; que la provisión es justo que sea más larga que la jornada. Y las raciones de los soldados sean desde luego moderadas; que si al principio se las dan largas, después llevarán sin paciencia el recibirlas escasas. Y si acaso se viere con necesidad la gente, y padeciere hambre o sed, sea V. S. y sus capitanes los primeros a tasarse la comida y la bebida, porque a su ejemplo se compongan los demás y no tengan justa queja. Las municiones y mantenimientos vayan repartidos con todos los bajeles, porque, si algunos se pierden, no sean aquellos donde van embarcados, que podría suceder, y quedarse la armada y gente sin remedio.

V. S. tenga pocas horas desocupadas, y ésas en conversación de sus capitanes y entretenidos, y con los pilotos; que lo uno, de esta manera será tenido por afable y humano, y lo otro, siempre se levantarán en la plática cosas y disputas, que sirven después y aprovechan mucho. Visite V. S. los soldados, de galeón en galeón; que se alegran con estos favores y alaban la humanidad del general; fuera de que entonces representan sus necesidades, se echan de ver los enfermos y se provee de sus remedios.

Mande V. S. ejercitar la gente, probar las armas, disparar el arcabuz y el mosquete, jugar la pica, y enseñarles también a manejar la artillería; que se ofrecen ocasiones que el soldado infante hace oficio de artillero, y el artillero de soldado infante. Y estos ejercicios sean muy a menudo, y aun con algunas joyas y premios; que, cuando no por su valor, por la honrilla de la victoria son apetecidos y procurados. Y haya días señalados para esto, porque con prevención alisten sus armas y salgan lucidos a la competencia y certamen. Y habiendo ocasiones de mandarles, las tendrán ellos de obedecer, y juntamente aprenderán la práctica de la soldadesca y la obediencia, que gana las victorias.

Estando Scipión el Africano con poca gente en Sicilia, con resolución de partirse con ella a África, le dijo un caballero romano que con qué confianza quería ir a jornada tan dificultosa. Mostróle Scipión trescientos soldados que se ejercitaban en las armas, y mostróle una torre alta que allí había, y díjole: Ninguno de los soldados que aquí ves, hay que no suba a esa torre, y se arroje de ella, si se lo mando; dando a entender en esto que no importa tanto el numeroso ejército como que el fuerte capitán tenga sus soldados bien disciplinados y obedientes.

También le conviene a V. S. lo más del tiempo retirarse de su gente; que la mucha conversación hace atrevidos y licenciosos a los súbditos. Pero aun entonces ha de hacer lo que decía de sí el dicho Scipión: que nunca estaba menos ocioso que cuando ocioso, y nunca menos solo que cuando solo; porque en aquella soledad y retiramiento discurría y pensaba en las cosas grandes y pequeñas de su gobierno.

Y sobre todo, señor, lleve V. S. en la memoria esto (que le sé la condición natural, y la temo), y es, que no desprecie la vida, ni la ponga al tablero en cualquier ocasión, aunque sea de guerra. Eso es propio del soldado, pero no del general. Guárdese V. S. para el principal intento a que camina: guárdese para gobernar su gente; que perderá mucho de su honra en arriscarla en caso que no sea forzoso. Bien sé que el hombre honrado no ha de temer la muerte, tanto más siendo una cosa que hoy o mañana ha de llegar, temida o despreciada.

En consecuencia de esto, diciéndole un amigo a Sócrates que los atenienses le habían condenado a muerte. Y a ellos -respondió Sócrates- la naturaleza. De suerte que nadie se escapa de morir violenta o naturalmente. De tal modo se ha de menospreciar la muerte, decía el sabio Chilón, que también se tenga cuidado de la vida. Cuando aprieta la inevitable necesidad, o cuando grave y honesta causa lo pide, entonces es de honrado y fuerte corazón aventurar la vida; y perdella peleando, es vincularla para sí y para los suyos. Buscar hombre la muerte antes de tiempo, es comprar caro la fruta temprana, aún no sazonada, por no aguardar la madura, que vale más y es más barata.

No paso adelante con mi carta; no parezca a los anales de Tamusio, largos y malos. V. S. haga felicísimo viaje, mientras acá le levantamos estatua, y con razón; que la esperanza sale cierta que de méritos nace. Y si Catón dijo, viendo que a muchos inméritamente les erigían estatuas, y a él no: Más quiero que digan por qué no se la pusieron, que por qué se la pusieron; eso no se puede decir por V. S., que la tiene merecida por muchos hechos insignes que la fama le canta. A quien nuestro Señor guarde y nos le traiga con vida y con los aumentos de honra que deseamos. Murcia y octubre 19.




ArribaAbajo

Epístola II

Al doctor don Diego de Rueda, arcediano de la Santa Iglesia de Cartagena


Contra las letras y todo género de artes y ciencias. Prueba de ingenio


Prometí a v. m. de ir ayer, a las cuatro de la tarde, a su casa, o por mejor decir, a su museo. No cumplí mi palabra, olvidado de mí mismo; porque me sumergí tanto en la lección de algunos humanistas, que me robaron totalmente la memoria, pervertieron el juicio y casi me despojaron del sentido común. Malditas sean tan malas ocupaciones, que cuestan tan caro al cuerpo y al alma.

Parecerále a alguno que he blasfemado contra las sagradas Musas; no a v. m., que sabe y ha experimentado muchas veces esta verdad. ¡Oh letras! ¡Oh infierno! ¡Oh carnicería! ¡Oh muerte de los sentidos humanos! O seáis rojas, o seáis negras; que de esta manera sois todas. Por lo rojo sois sangrientas, sois homicidas; por lo negro sois símbolo de la tristeza, del luto, del trabajo, de la desdicha. ¿Quién me metió a mí con vosotras? Cincuenta años ha que os sigo, que os sirvo como un esclavo: ¿qué provecho tengo?, ¿qué bien espero? En la tahona de la gramática estoy dando vueltas peor que rocín cansado; en las flores de la retórica me entretenéis sin esperanza de fruto; en las fábulas y figmentos de la poesía me embelesáis, donde la modorra de esta arte me hace soñar millares de disparates y devaneas; en la enciclopedia o círculo de todas las artes y ciencias, de las religiones, de los ritos y costumbres, de las ceremonias, de los trajes, de las cosas, en fin, exquisitas, nuevas y peregrinas me angelicáis y trasportáis mis pensamientos. Y por todo este caos de vigilias y desvelos ¿qué premio me aguarda? Mas vuelvo a mi dicho: ¡Oh letras, carísimas por lo mucho que me costáis! Malditos sean vuestras inventores, o bien fuesen los Egipcios, o los Pelasgos, o los Etruscos, o Cadmo, o Palamedes, o Trimigisto, o todos juntos; que muchos seríades los conjurados en mi daño.

¿Qué tienen las letras necesario o de provecho para el ingenio del hombre? La lección de las letras desvanece los espíritus, ofusca la vista de los ojos, encorva la espalda, enflaquece el estómago, compele a sufrir el frío, el calor, la sed, la hambre, cuatro crueles verdugos de la naturaleza humana; impide muchas veces los piadosos oficios de la virtud, roba y nos quita las horas de recreo; y a los estudiosos los veréis cabizcaídos, los ojos encarnizados, la frente rugosa, el cabello intonso, los carrillos chupados, las cejas encapotadas, la barba salvajina. No diréis, no, que son gente política y urbana, sino cíclopes, paniscos, sátiros, egipanes y silvanos. ¿Qué cosa más contraria a la naturaleza, la cual nos dió la lengua para el uso de hablar, y nosotros la metemos en la vaina del silencio, y damos sus oficios a las manos, al papel, a la pluma?

Piensan algunos que el mundo fuera ya acabado si no estuviera sustentado en las columnas de las letras. Como si la madre naturaleza no fuera guía, hacha espléndida y ardiente sol a todos sus hijos; y como si la verdad evangélica no se hubiera extendido y sembrado por toda la tierra, a todo género de gentes, a grandes y a chicos, a los más vecinos y a los más remotos. Antes sabemos que nuestro Señor Dios revela sus juicios, sus secretos, su espíritu, a los pequeños, a los idiotas y sin letras.

Antes de Cadmo, antes de Mercurio, antes de los inventores de las letras, infinitos vivieron vida santa, pía y ejemplar; infinitos gobernaron repúblicas y reinos con sola su buena inclinación y buenas costumbres, acompañadas del dictamen natural y discurso de la razón y con la experiencia de varios acontecimientos; y en la simplicidad de su vida fundaban el gobierno de las gentes. Decía Marco Cicerón, padre del gran orador (así lo dice Cecilio Rhodigino, libro XVIII, capítulo 34), que los Romanos de su tiempo eran semejantes a los Siros, que cuanto más bien sabían la lengua griega, tanto más malos eran. Muchos hemos conocido sin letras bonísimos hombres, y después de haberlas aprendido, degenerar de su bondad y deslizar en varios descaminos. Los Druidas, entre los antiguos franceses, fueron excelentes en sabiduría, fueron los oráculos de aquel reino, sin haber gustado las letras con los primeros labios. En los extremos márgenes de Polonia, de Suecia y de Moscovia, no sólo sin la instrucción de las artes y ciencias, pero sin saber escribir, se mantienen y han mantenido en perpetua paz y concordia.

Descubramos aquella mística fábula del Gerión tricípite de España, descifrémosla, rompámosle la nema. La verdad es que fueron tres Geriones, hermanos tan bien avenidos, tan uniformes, que siendo tres, gobernaban a España con tanta conformidad como si fueran uno solo. Y esto sin ayuda de las letras, sino con solas las centellas de la razón natural y el uso y cultura de las buenas costumbres. ¿A Dentato no le sacaron del arada a la dictadura de Roma? ¿A nuestro rey ínclito Wamba no le coronaron y juraron por tal, trayéndole de las coyundas de los bueyes al cetro real de España? Pitágoras mandó que sus preceptos no se escribiesen, porque no quería que sus oyentes entregasen al papel lo que deseaba que llevasen en las almas impreso. Platón advertía a Dionisio que decorase y no escribiese ciertos preceptos que le daba; porque la custodia de la cosa es la memoria, no la escritura; y quien escribe sus conceptos no los puede defender: quién los entiende de una manera, quién de otra; quién los corrige, o por ventura deprava; quién los condena, quién los alancea; y el pobre autor lo padece en su opinión y en su honra. Y si no hubiera escrito, tenía lugar de disputar, conceder, negar y volver por sí; y habiendo en ello error, pudiera retractarlo, pudiera recogerlo, y una vez escrito, Nescit vox missa reverti: «No puede volver la palabra salida una vez de la boca», como siente Horacio.

Aquel gran monje Antonio ni aprendió letras, ni admiró a los letrados; y dijo que no tenía necesidad de letras quien tenía buen alma. El profeta rey de Israel decía: Quoniam non cognovi litteraturam, introibo in potentias Domini: «Porque no supe letras, me entraré en la omnipotencia de Dios». Diga lo que quisiere quien quisiere, que yo sello de buena gana aquella y esta sentencia de la Sagrada Escritura: Qui adjicit scientiam, adjicit dolorem; que harto trabajo tiene quien tiene ciencia. La ciencia levanta y ensoberbece al hombre. Epistola -dice Cicerón- non erubescit: «La carta es libre y sin vergüenza». ¿Qué le costó a Urías llevar las letras a Joab? La vida. ¿Y a Belerofón? Otro tanto. Miserables letras, que dieron a sus dueños la muerte. Bien dice el Apóstol, que la letra mata.

¡Qué locura es tener las letras por cosa estimable, siendo peste de la memoria y entendimiento, estrago de la vergüenza, instrumento del engaño, ofuscación de los ojos, menoscabo del celebro, veneno de la salud, cicuta del estómago, perturbación del reposo, y para decirlo de una vez, compendio de todos los males! Dirán: -¡Pues qué! ¿Condenas todas las artes y todas las ciencias? Y cuando lo diga, ¿faltaránme votos en este parecer? Aguarden, y oigan los que tengo en mi ayuda y de mi parte.

Luciano Samosatense y Andrés Salernitano hacen grande mofa de la gramática, y San Agustín dice de ella que es una cosa más llena de enfado que de gusto ni de verdad. A la retórica los Romanos la desterraron dos veces de la ciudad, por público edicto.

Alejandro Magno mandó echar en un río la historia de Aristóbulo; los Babilonios, los Lacedemonios, los Egipcios, los Romanos refutaron la medicina. Así lo dicen Estrabón, Herodoto y Marco Catón. Los Franceses antiguamente no quisieron recibir la jurisprudencia, ni los Españoles los libros de las leyes imperiales, puesta por sus reinos pena de la vida; testigos Oldrado y Juan Lupo, jurisconsultos. Filipo, rey de Macedonia, prohibió a su hijo Alejandro la música. San Jerónimo fué de parecer que no hubiera tonos teatrales en las iglesias. San Pablo testifica que la filosofía es acomodada para engañar. Atanasio la llama trabajosa y de poco provecho; Atheneo, oficina de la maledicencia; Eusebio, repugnancia de opiniones. Tácito dice que la matemática es a los poderosos infiel, y a los que esperan en ella, engañosa. Séneca dice que es superficial, y que edifica en solar ajeno. San Agustín dice de sus conjecturas, que ellas se contradicen y destruyen a sí mismas. Orígenes a la dialéctica le da las mismas cualidades que a los mosquitos, que aunque hombre no los vea volar, los siente picar. Quintiliano dijo que la poesía ni daba honra ni provecho a sus autores. La aritmética y astronomía, dice Platón que las inventó el demonio. A la cosmografía dice Stanislao que la inmensidad del mundo hace imposible su noticia. A la mágica, con su Zoroastro, Orígenes, con la universal Iglesia, la condenan. Y hablando generalmente de las artes liberales, oigamos a Séneca. «Algunos, dice, se ponen a disputar si las artes liberales hacen al hombre bueno: ni lo prometen, ni tal cosa afectan. ¿Qué cosa buena puede haber en aquellas ciencias, cuyos maestros y doctores son, cual ves, torpísimos y viciosísimos? No nos preparan para la virtud, su interés buscan, jornaleros son, al estipendio anhelan, al palio corren; mientras la esperanza del dinero luce, nos entretienen. Y realmente no debemos ocuparnos en estos estudios sino en tanto que el ánimo emprende otra cosa mayor. Envejecernos en las letras es disparate. El gramático enseña el lenguaje, y si quiere adelantarse más, se arroja a las historias; y cuando más dilata sus términos, habla de los versos y poesía. ¿Qué cosa de éstas nos abre el camino de la virtud? Pasemos a la geometría y a la música. ¿Qué hay en ellas que nos aparte del vicio, y lleve al templo de la bondad? Pues quien esto ignora, no sabe nada.» Hasta aquí es de Séneca.

La astrología, pues, nos encamina bravamente al cielo, del cielo trata; pero ninguna ciencia nos enajena más del cielo que ésta. ¿Qué aspectos, qué triplicidades, qué horóscopos son los vuestros, oh astrólogos, Atlantes agobiados, Prometeos maniatados, estrelleros nocturnos? ¡Cuán bien exclama contra ellos Marco Tulio!: ¡Oh necios! ¡No ven aquello que tienen entre los pies, y escudriñan las sendas y rincones del cielo! El otro geómetra considera muy de espacio los ángulos rectos y oblicuos, echa el cartabón, mide con sus parasangas la longitud y latitud de la tierra, y no mide sus apetitos ni compasa su vida, ni nos enseña a medirla ni compasarla.

Diógenes, cuando consideraba en el mundo a los astrólogos, farautes de sueños, adivinos, poetas y pintores, y otros de este género, juzgaba que no había en la tierra cosa más desdichada que el hombre. Yo no soy Diógenes, pero cuando considero los médicos, los abogados, vengo a encogerme de manera que me confundo y pierdo en mí mismo. Dime, médico: ¿Cómo conoces tú las partes interiores del cuerpo afectas? ¿Cómo te avienes en tanto número y diversidad de partículas del cuerpo humano? ¿Cómo conoces las causas secretas de naturaleza por los efectos mudos y muchas veces contrarios? ¿Cómo aplicas remedios a casas distintas, confusas y misceláneas? Atado estás; ¿qué has de hacer en tanta perplejidad? ¿Qué? Aventurar y jugar al tablero la vida del hombre. Decía Pausanias que él tenía por los mejores médicos aquellos que no dejaban a los enfermos llegar a descolorirse, sino que los enterraban luego; porque sentía que, pues al fin las habían de acabar, que mejor era ahorrar de envites. Stratónico decía lo mismo: Alabo tu experiencia, médico, que en fin no dejas a los enfermos pudrirse, sino que luego los despojas de la vida. Diciendo un médico que era grande la potestad de los médicos, replicó Nicocles: ¿Quién duda en ello, pues a tantos matan sin pena ni castigo? En fin, en no siendo la enfermedad tan fácil, que la pueda curar un pastor y un herbolario con hierbas simples, los médicos hacen experiencias en nosotros a costa de nuestra vida. Filemón dijo que solos el médico y abogado podían matar libres de pena.

¡Oh abogados; ahogados habíades de estar en el riguroso estrecho de Magallanes! ¿Qué volcanes rebosa el siciliano Etna, que tanto abrasen, como vosotros, las repúblicas?¿Qué caimanes arroja el índico Océano, que así despedace[n] las gentes, como vosotros? Y cuando digo abogados, no me dejo en el tintero vuestros administros los escribanos, ladrones de ejecutoria; los procuradores, zarzas arañadoras de nuestras bolsas; los solicitadores, reclamos y sirenas dulces, que nos meten incautas en los peligros de vuestras plazas: todos os confederáis y dais las manos para echaros sobre nuestras haciendas, honras y vidas. Decís, letrados, que sois administradores de la justicia; yo digo que estáis obligados a serlo, pero que no lo sois; y lo peor es, que os lo puedo probar con argumento in barbara. Para todos los pleitos hay letrados; pues todos los pleitos no son justos. Si vosotros sabéis el derecho, ¿por qué entretenéis el pleiteante de causa injusta? Enviadle a su casa, componed las partes en lo dudoso, dad a cada uno lo que es suyo, dejad las cautelas y prolongaciones; tantas sentencias interlocutorias, tantos términos, tantos compulsorios, tanto llevarnos de Herodes a Pilatos, y al fin nos sentenciáis al despojo de nuestra hacienda y acabamiento de nuestra vida. Maldito -dice Dios en el Deuteronomio- quien pervierte la justicia del extranjero, del pupilo, de la viuda; y diga todo el pueblo, «amén». ¡Ay de aquellos -dice Isaías- que justificáis al malo por dineros, y quitáis la justicia a quien la tiene! No me atrevo a decir lo que os dice Casiodoro, sobre el salmo 73, en el verso


Irritat adversarim nomen12 tuum.

; él lo dice, con él lo habed. «Éstos son (habla de los abogados) en los convites, chocarreros; en las ejecuciones, arpías; en las conversaciones, bestias; en los argumentos, estatuas; para entender, piedras; para juzgar, leños; para perdonar, de bronce; para las amistades, leopardos; para donaires, osos; para engañar, zorras; en la soberbia, toros; en el estragar y consumir, minotauros.»

De los teólogos no digo nada, porque no es justo tocarles a la fimbria de su ropa, cuanto más a su vida y costumbres. Sólo digo que estos oradores divinos, en los púlpitos no debieran (que algunos hay que lo hacen) pasarse a las letras humanas tan apegadamente, que parece que no profesan las divinas; y entiéndase que yo no condeno a los que traen humanidad para interpretación de la Escritura Sagrada, que esto es muy útil y muy estimable; y los escolásticos a veces se quieren explayar, de manera que pierden los estribos de la fe, y dan en artículos contrarios a nuestra católica y ortodoxa religión. Mal haya el diablo, porque tenemos tanta multitud de ejemplos que confirman esto y nos avergüenzan. Aunque esta nave de la santa madre Iglesia, si correr tormentas, si navegar proejando, si ser azotada, ya de vientos, ya de olas, a lo menos no puede dar al través; al puerto ha de llegar de salvamento.

¿Queréis ver cuán aprisa tropiezan y caen los doctores, los sabios de este siglo? ¿Quién ignora las alabanzas, las aclamaciones con que el mundo ha celebrado a Sócrates, Platón y Aristóteles, soles de la filosofía? Pues oíd lo que se dice de ellos; que a mí me tiemblan las carnes de pensarlo.

Sócrates, dice Apuleyo, el andrajoso y remendado, cuyo familiar era el demonio, hizo burla de sus dioses y no conoció al verdadero Dios; dice muchas cosas, no sólo indignas de alabanza, pero dignas de reprehensión, como fué aquello: «Lo que está sobre nosotros no nos toca a nosotros»; y aquello del juramento por el perro y por el ganso, y aquel voto de sacrificar a Esculapio el gallo. Y Zenán Epicúreo le llama truhán, necio, hombre perdido y rematado. Y nuestro Lactancio le llama loco, así a él como a todos los que piensan que fué sabio.

Platón, dice el mismo Lactancio, soñó a Dios, no le conoció; fingió haber hallado la virtud, y la destruyó; instituyó en su República que todas las cosas fuesen comunes, hasta las mujeres casadas. Con esta su doctrina quitó la frugalidad, que no la puede haber donde no hay cosa propria; quitó la abstinencia, no habiendo cosa de que abstenerse; quitó la castidad, la vergüenza, la modestia, con la licencia de las cosas comunes. En fin, queriendo dar a todos virtud, se la quitó a todos. Y Crisóstomo ¿qué dice de él? Oídle: «Platón fué celosísimo contra todos; no consentía que ni por otros ni por él hubiese cosa de provecho: él hurtó la opinión de la transmigración de las almas; él inventó una república, en que estableció leyes llenas de mucha torpeza: las mujeres casadas sean comunes; las doncellas retocen ante sus amantes desnudas; los padres con sus hijas puedan tener cópula. ¿Qué locura ha habido en el mundo, tan insigne, que estas leyes no las sobrepujan? ¿Cuándo inventaron los poetas cosa tan prodigiosa? Éste dijo también que los hombres no se diferenciaban de los perros; que el alma del filósofo era mosca; al cuervo y a la corneja hizo profetas. ¡Oh filósofo abominable! ¡Oh perturbador de la naturaleza!»

Ya habéis oído a Crisóstomo; oíd agora a Stanislao Rescio acerca de Aristóteles: «Muchas cosas dijo Aristóteles contrarias, y muchas repugnantes, que no pueden concordarse, y que ningún hombre docto las dijera; como fué lo que dijo de la omnipotencia de Dios, de la substancia tríplice, de la idea del bien, de la Providencia, del primero principio, de la infinita acción del cuerpo finito, de la definición del tiempo, de la generación de la lumbre y del calor, del movimiento, de las propriedades de la mente y del ánima, de las esferas, de los astros y de las cosas animadas.» Seiscientos son los errores de este gran filósofo; pero pásolos en silencio: lea el que quisiere a Francisco Patricio en sus doctísimas Panaughia, Panarchia, Pandosia y Pancosmia, y verá cómo prueba haber sido Aristóteles padre de infinitos errores en la filosofía, y verá cómo ruega a Gregorio y a todos los romanos pontífices que destierren de todas las escuelas generales y particulares de Italia, España, Francia y Alemania la impía aristotélica filosofía que quita a Dios, la providencia y omnipotencia.

No quisiera, señor Arcediano, haberme encarnizado tanto, ni tomado tan de veras la razón de mi discurso, que parece podía persuadir a alguno, y apartarle del gusto sabrosísimo de las letras. Sólo ha sido probar el ingenio, cosa tan acostumbrada de los hombres curiosos en horas ociosas. Y pues yo gozo ahora de las vacaciones concedidas a mis discípulos, para no dejar pasar el tiempo tan en vano, y porque mi ocio fuese honesto, quise imitar a otros, que relajaron sus ánimos en materias más menudas; como lo hizo Homero en las Ranas, Aristófanes en las Aves, Ovidio en la Nuez, Virgilio en el Mosquito, Catulo en el Gorrión, Platón en la Locura, Demócrito en el Camaleón, Favosnio en la Cuartana, Guarino en el Perro, Apuleyo en el Asno, Sinesio en la Calva, Plutarco en el Grillo, Pitágoras en el Anís, Estacio en el Papagallo, Catón en el Repollo, Estella en la Paloma, y otros en otras varias cosas, o más humildes, o tanto.

Basta; que el calor es mucho, y habré cansado a v. m., creyendo darle gusto. Si no hubiese conseguido mi intento, recogeré las velas para muchos días; porque si v. m. no es a quien deseo dar sumo contento, hablando por boca de Catulo:


Solus in Lybia Indiaque tosta
Caesio veniam, obvius leoni.



Nuestro Señor guarde a v. m. muchos años. De casa, y julio 15.




ArribaAbajo

Epístola III

A un caballero salido de los estudios, está en duda si irá a la guerra o se quedará en su tierra a servir su oficio de regidor


Instrucción cómo se ha de haber, así en la guerra, como haciendo su oficio de regidor


Pedísme consejo, señor don Diego; inurbanidad es negaros lo que os debo. Si no os diere tanto como vos esperáis, recibiréis mi buen celo, aunque desigual a vuestro deseo; si bien no está la gracia en el colmo del don, sitio en el uso de él. Yo procuraré deciros lo que fuere en vuestro provecho; sabed vos aprovecharos de ello; que si no, ambos quedaremos frustrados: yo de haber sembrado, vos de no haber cogido.

Decísme que habéis dejado el estudio de las letras, en que estáis medianamente instruido; que os habéis ceñido espada, y entrado en las obligaciones de hombre; y que tenéis el lobo por las orejas, porque no sabéis a qué parte echaros: si seguir el arte militar, ver mundo, conocer países, saber vidas y costumbres, y hacer, como dicen, el cuero a las armas, o quedaros en casa con vuestra madre y hermanas, asistiendo a vuestra hacienda y tomando vuestro oficio de regidor, si bien esa edad no es tanta que os llame al gobierno de una ciudad que pide más canas y más fuertes hombros.

Quien duda y pregunta no está lejos de saber, y es de entendimiento claro y agudo hacer objeciones y poner dudas; y así espero de vuestro natural ingenio que o bien sigáis las banderas de Marte, o bien en paz atendáis a la administración y custodia de esta república, que en lo uno y en lo otro habéis de gozar alegre y dichoso suceso. Esos dos caminos son las dos templadas zonas por donde caminan los nobles. Tomad el que quisiéredes, que en ambos podéis ser de honra y provecho a vos, a los vuestros, a vuestra patria, a vuestro reino, a vuestro rey, y lo que más es, a vuestro Dios. Tomad el dado en la mano, y caiga la suerte aquí o allí, que para todo os diré mi sentimiento. Si os cae en favor de las armas, oídme un rato, que lo merece mi buen deseo; y si Dios os inclinare al gobierno, también os ayudaré con lo que supiere, así de ciencia como de experiencia.

Demos caso que os vais a la guerra: ya sois soldado, ya gozáis sueldo de rey. Lo primero estad contento con el estado militar, que habéis elegido: ya por que supistes elegir, pues dice M. Tulio que el arte militar es más excelente que las demás; ya porque aprobando vuestra profesión, estaréis en ella más hallado, más dispuesto, más pronto para servirla. ¿Pensáis que importa poco hacer uno de buena gana su oficio? Importa hacerle bien; importa que la carga le parezca ligera, el yugo suave, lo dificultoso, fácil y llano.

Mozo sois; así han de ser los soldados, y así lo dice Vegecio; porque no sólo más presto, pero más perfectamente se aprenden las artes en la juventud; y los Romanos, en siendo el muchacho de diez y siete años, le recibían en la milicia; que la edad larga y número de los años no hacen al soldado, sino el continuo ejercicio.

En la elección del soldado, cinco cosas se requieren: la edad, que decimos que ha de ser juvenil, la patria, el cuerpo, el ánimo, la vida. La patria, entiendo el lugar donde el hombre nace, o se cría, aunque no nazca en él. Los lugares viciosos, regalados, ricos, opulentos, donde los hombres nacen y mueren en deleites, por maravilla dan soldados idóneos: Fortior miles ex confragoso venit, dice Séneca. Mejor soldado sale el que viene de la montaña, del lugar fragoso, acostumbrado a la inclemencia del cielo, al sol, al hielo, al agua, al sereno, a la hambre, a la sed, al trabajo. El cuerpo, Cayo Mario le pedía grande; y según esto, decía Pirro: Dame tú soldados grandes, que yo te los haré valientes. Yo no los quiero pigmeos y enanos, que son juguetes de la guerra, y a quienes no hay armadura que les venga; pero la estatura mediana es la mejor; porque dice Vegecio que conviene más que sean los soldados fuertes que grandes. Las señales del hombre apto para esta arte, según Tácito, son: el cuerpo duro, los miembros apretados, el semblante feroz, y todo él suelto y ligero.

El cuarto requisito es el ánimo: éste es el que rige las carnes, emprende hazañas memorables; ni teme, ni debe; los que le alcanzan, tienen por espléndidos banquetes los trabajos, la sed, la hambre, la batalla, el peligro, el desguazo, la ocasión extrema de morir; y la buscan y la pleitean, y no temen, en fin, sino la mala fama.

El quinto y último es el género de vida. Los hombres muelles, mercaderes, galanes de Meliona, músicos de guitarra, pescadores de caña, cazadores de liga, bordadores, confiteros, bodegoneros padres de la gula, oficiales de banqueta y otros de este linaje, ni los quiere el dios Marte, ni los llama la caja; excepto si son muchachos, que a éstos fácilmente los hace el tiempo y el ejercicio como los pide la milicia. En fin, no deben ser admitidos a la guerra esclavos, rufianes, ladrones y cualesquier infames; que éstos infaman el ejército, corrompen las buenas costumbres, afrentan la nación con vilezas, fugas y dobles tratos.

Según esto, señor don Diego, siendo vos de veinte años, de un lugar de costa, habituado siempre a las armas, hijo de padres nobles y principales, de gallardo talle, de espíritu brioso y alentado, sois sin duda el que pide Vegecio y el que ha menester la guerra; fuera de que, mientras la edad os lo ha permitido, os habéis ejercitado con galgos en el monte, con caballos en el ejercicio de la jineta, y con cuidado en la destreza de la espada y manejo del arcabuz, todo concerniente al camino que habéis tomado.

Ya que seguís vuestra bandera, pensad que habéis de vencer todo género de trabajo con la paciencia, por el servicio de Dios y del Rey, no os acordando que dejáis en Murcia regalo, hacienda, regimiento y familia noble, si no fuere para multiplicar vuestras obligaciones; porque, cuanto más generoso y honrado sois, tanto más apretada condición os corre de corresponder a vos mismo y de crecer cada día más en las acciones de honor. Y para que tengáis blanco y objeto a que mirar, y no estéis dudoso y perplejo en vuestro estado, desde luego pretended ser capitán; que si vais con esa mira, procuraréis luego poner los medios que para alcanzarlo son menester. ¿Y qué son? Lo primero, saber hacer el oficio de soldado, sor curioso en las partes dél, y preciaros de serlo. Y si queréis con brevedad llegar al conocimiento dél, tomad por camaradas soldados viejos; que éstos, como prácticos y como amigos, os instruirán en las leyes de la soldadesca y en el uso de las armas.

Sabréis en cuatro días cómo se entra y saca la guardia; cómo se han de alistar las armas, que procuraréis llevar siempre lucidas; cómo se marcha entre amigos; cómo entre enemigos; cómo suelen rodar las compañías de un tercio, marchando, ya en la vanguardia, ya en la batalla, ya en la retaguardia; dónde ha de ir el bagaje; dónde las municiones de los vivanderos; qué costado ha de ceñir la caballería, si la hubiere; cómo se conduce la artillería; cómo se abren las trincheras; cómo se planta la artillería y sus cestones; cómo se mete fagina y se ciega un foso; cómo se da un asalto; cómo se forman los escuadrones, que se forman de muchas maneras; que aunque esto toca a los sargentos mayores, y principalmente al maestre de campo general, el curioso soldado en todo se ha de hacer hábil; y siéndolo, será apetecido y llamado para los oficios y cargos militares.

Cuando os pusieren de posta o fuéredes centinela perdida, sabed primero la obligación que lleváis. Si os enviaren a reconocer algún puesto, con buen brío y denuedo, con prudencia, sin aceleración, explorad, considerad con ojos de lince lo que hay, lo que pasa, lo que sentís y juzgáis de las cosas que vistes, sin rastro de cobardía, esperando en Dios que habéis de volver con vida y con honra; que allí el desprecio de la muerte suele ser escapo de la vida.

Tras esto, que es lo principal, lo segundo procurad portaros bien con todos los soldados, alabando y honrando a los que lo son; y a los que hacen su oficio con menos atención, aconsejarlos es bien, pero murmurarlos y morderlos, ni por pensamiento. Si en vuestra compañía hubiere entre algunos pesadumbre, tratad de los componer con todo vuestro poderío; que ellos quedarán agradecidos, el capitán, alférez y sargento contentos, y vos honrado. Si hubiere necesidades en algunos pobres soldados, socorredlos en la manera que pudiéredes; que el soldado que sirve bien, siempre tiene ventajas, y con sueldo aventajado debe reservar algo para ocasiones forzosas, como son éstas y otras. Con esto cobra buena fama y se acredita con todos, y más con su capitán. De donde resulta que en breve tiempo le da su jineta de sargento y bandera, y de aquí no hay más de un salto hasta la raya; que en siendo capitán, puede aspirar a cuanto quisiere. Y un capitán de práctica, consejo y opinión, más cerca está de ser rogado que de rogar.

Ya sabéis ejercitáros en esta arte, y servir como se debe y como soldado viejo en cualquier facción de guerra. Más os queda, que es obedecer de buena gana, luego, sin réplica y con muestras de alegría lo que se os manda, no sólo por el capitán, alférez y sargento, pero por cualquier cabo de escuadra. ¡Oh que es hombre humilde! No importa: allí no obedecéis a la persona, sino al oficio, y por él debéis obediencia a la persona, aunque sea de baja condición. ¿Qué otra cosa, dice Pontano, hizo a los Romanos vencedores de tantos ejércitos y señores de tantas naciones, sino haber sido soldados bien ejercitados y obedientes? ¿Veis cómo toda la gloria del soldado está fundada en la práctica del arte y en la obediencia? Ésta la guardaban con tanto extremo, que tenía pena de muerte el soldado que peleaba, aunque fuera gloriosamente, sin orden. Mirad qué tanto, que de un romano se escribe que, teniendo a un capitán enemigo postrado a sus pies y alzado el brazo para matarle, oyó la caja que tocaba a recoger, y sin detenerse, dejó al enemigo vivo y se retiró, siguiendo las banderas de su ejército. Manlio Torcuato hizo, en su presencia y de todo el ejército, degollar a su hijo, que venía con una gran victoria, porque había peleado contra su orden.

Al soldado en todo tiempo le está bien guardar la orden que le han dado, sin incurrir en culpa; pero el capitán casos hay donde no debe guardar la orden que ha recibido. Estando Alfonso, Rey de Sicilia, sobre Nápoles, Renato, que la defendía, habiendo dispuesto y repartido por todos los muros y torreones muchos y buenos soldados, mandóles que ninguno desamparase sus puestos, pena de la vida. Comenzada la escaramuza, los Sicilianos pudieron por un acueducto subir y dar escalada; y aunque los Napolitanos fácilmente pudieran acudir al remedio, y impedir la entrada al enemigo, no lo hicieron, por cumplir la orden tan rigurosa que tenían. De este ejemplo se echa de ver que no es error algunas veces mudar la orden; que si presente se hallara el general, él mismo la mudara.

Vamos a esotra parte. ¿Salió la suerte de vivir en vuestra ciudad y gozar de la paz de Octaviano? Sea enhorabuena; no me pesa de ver en nuestra república un hombre noble, de buenas costumbres y de buen ejemplo. Y si en ellas no estáis confirmado, por ser mancebo, tomad con nuevo cuidado esta nueva empresa. Enseñaos a ocuparos; porque la ociosidad enseña todos los vicios. Pregúntase, ¿por qué vino Egisto a aer adúltero? La razón está en la mano, dice Ovidio, por ser holgazán. ¿Quién en Capua deshizo y aniquiló las fuerzas de Aníbal y su gente? El ocio, dice Tito Livio. ¿De dónde nacen los juegos y tablajerías, los hurtos, los amores torpes y nefandos, los perjurios, las blasfemias y abominaciones? Así Xenofón como el Eclesiástico dicen que la ociosidad. Hay hombres, dice Platón, que duermen a pierna tendida, como si hubieran nacido para la ociosidad, ignorando que el descanso trae su origen de los trabajos, y que del torpe ocio y negligencia nacen los trabajos. Entonces, Dice Marcial, el ocio es honesto y honrado, cuando la fama tiene lo que ha menester; cuando en su juventud el hombre trabajó, sudó, hizo cosas memorables y ganó para sí y para los suyos honra y fama, ya éste ha ganado hacienda con que sustentarse: entonces por derecho humano y divino merece el descanso glorioso y ocio seguro. ¿Sabéis, dice Eurípides, qué es el hombre ocioso? Un mal ciudadano. Los hombres, dijo Catón, no haciendo nada, aprenden a hacer mal. Amasis, rey de los Egipcios, hizo una pragmática que sus ciudadanos cada año por lista viniesen ante el magistrado a decir de qué vivían y qué oficio tenían, y el que era convencido de ociosidad le condenaban a muerte y era al punto ejecutada. Esta ley tomó Solón de los Egipcios, y la hizo observar entre los Atenienses. Parece que tal pena es excesiva y demasiada, y que no corre al paso de la culpa. Para quien bien lo considera, aunque la muerte es el castigo supremo, el modo de muerte había de ser irremisible, sin darle puerta a la misericordia. Diréis: ¿por qué tanto rigor? Porque este vicio es heresiarca y dogmatista, que enseña todos los vicios; y a los tales, anque confiesan su delito y pidan piedad, ni se les da ni se les debe.

Ea, pues, señor don Diego, ocupaos, por vida vuestra, y entended en algo; no os halle nadie bostezando y las manos en el seno, que es ignominia para vos, y mal ejemplo para otros. Los ejercicios sean competentes a vuestro estado y profesión. Un hijo de padres nobles entiende una vez en el manejo de un caballo, otra en la caza del monte y en la cetrería, y otra en la lección de libras honestos y curiosos, como son las historias, las repúblicas del mundo, los ritos y costumbres de las gentes, las apotegmas y dichos agudos, doctos, graves, morales, que encomendaron a la posteridad muchos autores; otra en el conocimiento de algunas artes, que aunque no las hayáis de profesar, es bien que tengáis razonable noticia de ellas, como son la música, la pintura, la arquitectura, y algo de las matemáticas, algo de agricultura, algo también de las mecánicas, siquiera para que no ignoréis en qué consiste la bondad de la cosa, y adónde puede llegar el justo precio de ella.

No quiero que todo el tiempo lo ocupéis en la práctica de estas artes; alentad y desfogad el corazón otros ratos; salid a pasear con vuestros amigos; rumiad con ellos lo que habéis comido en las espléndidas mesas de vuestros maestros verdaderos, los libros. También os divertid a una conversación alegre y oficiosa, que ni sea de murmuradores ni de necios; que aquéllos ofenden, y estotros no aprovechan. Pero, con todo eso, no os quiero tan discreto que os hagáis crítico y censor de todos, juzgando a uno por idiota, a otro por mal cortesano, a otro por hablador, a otro por linajudo, a otro por chocarrero, y a todos por viciosos. De esta manera el bueno, el virtuoso, el discreto vivirá malquisto. Procurad tener buen nombre, con ser pacífico, honrador, bien criado y bien intencionado, atribuyéndolo todo a la mejor parte. No contradigáis, no porfiéis, no habléis magistralmente, tanto más en los años de la juventud. Oíd a los que os han oído; imaginad que cada cual teme ser inferior; dejad que todos hagan sus bazas, pues tienen los naipes en la mano: la conversación es común. Estas y otras leyes de urbana policía os harán amado y bienquisto, y tendréis a vuestras espaldas unos que os defiendan, y otros que os alaben, otros que os busquen, otros que os reverencien.

Ya estáis bien instituido y bien informado en las cosas que debe saber un hombre honrado y principal; agora es tiempo que os arrojéis al gobierno de vuestra ciudad. Usad el oficio de regidor, que vuestros padres os dejaron para honra vuestra y buen provecho de vuestra patria. No os quiero fatigar con acontecimientos varios de muchos que gobernaron mal, y muchos que gobernaron bien; sólo os quiero decir una cifra brevísima, con que os gobernéis para gobernar bien, y es, que seáis buen cristiano: In hoc signo vinces. Éste es el blasón que llevaba en su lábaro el gran Constantino; pero estotro es muy semejante, y es el fundamento en que la república estriba, y el apoyo con que estará siempre de caer segura. La ley de buen cristiano y de la recta consciencia obliga al regidor a ser padre de la patria, imaginando que todos los ciudadanos son sus hijos, y creyendo que los ha de alimentar; y así juntamente con el corregidor, debe procurar los mantenimientos necesarios, y prevenirlos y buscarlos con tiempo, porque después no haya carestía, y con ella vengan a ser excesivos los precios, y la gente pobre quede imposibilitada de su remedio. Y en tal caso anímese como buen cristiano, ya de su hacienda, ya, con facultad real, de proprios de ciudad [a], ayudar a su república enferma y fatigada.

Crea también que no le han entregado la ciudad para que la mande, sino para que se entregue a ella y la sirva. Una ley de Graciano dice, hablando con los regidores: En los defensores de las ciudades habrá esta forma de administración, es a saber: oh regidor, que hagas oficio de padre con el pueblo; que no consientas que los ciudadanos y labradores sean molestados con imposiciones y vejaciones; que resistas con el debido respeto a la insolencia y procacidad de los jueces y gobernadores, y que tengas libre potestad y licencia para hablar al juez. Otra ley de Valentiniano dice: Los regidores hagan el oficio de su nombre, no siendo insolentes, ni tomando para sí lo no debido; defiendan la ciudad de la temeridad de los malos, para que no dejen de ser lo que dicen que son. Al oficio de los regidores pertenece, dice Simancas, hacer lo posible para que la república no reciba detrimento alguno; sean libres sus votos sin tener respeto particular; tengan ante los ojos el bien común; no antepongan sus pasiones a la utilidad pública; no despojen los proprios de las ciudades; en fin, cumplan fielmente todas las cosas que juraron haber de hacer y guardar.

¡Oh dolor! ¡oh lástima! ¡oh tiempos calamitosos! Padres de la patria, defensores de las ciudades, regidores de los pueblos alimentadores de los pobres, amparadores de las viudas, patrones de las religiones, asilo de los afligidos, apoyo de las repúblicas, columnas del bien común, erario y depósito de nuestras vidas, grandes títulos son. ¿Y a quién se dan estos títulos y renombres magníficos? ¿a quién? Callo, pues el hablar no aprovecha. Mas aunque yo lo calle, la fama, que lo ve todo, pues es toda ojos, lo canta desde el alba huta la noche, asentada sobre el más alto coloso.

Ya veis vuestra obligación, señor don Diego; ya sabéis por la lección de muchas historias y crónicas de reinos, la manera de gobernar mejor y más cristiana. Seguid las pisadas de las repúblicas bien instituidas; haced cuanto pudiéredes por restituir a su estado el buen regimiento, y no hagáis como hacen algunos, a su parecer bien, y al mío muy mal, que porque ven en los Ayuntamientos muchas cosas siniestras y mal encaminadas, se retiran y lo dejan todo a la fortuna, cuidando de sus casas, enajenados de su república. ¡Oh malos regidores! ¡oh malos Cristianos! ¿En qué piensan éstos? Acudan, acudan a gobernar esta carísima nave; no dejen el timón de la mano; que los vientos más enojados se suelen aplacar, y cuando menos se espera, tomamos el deseado puerto. Insten, porfíen los buenos, hagan contraste y repugnancia a los malos: Nam regnum caelorum vim patitur. Ganen amigos, multipliquen votos, persuadan con buenas razones, tengan arbitrios para granjear voluntades, y crean que la bondad y la justicia es como antorcha puesta en alto candelero, que resplandece y campea y se deja ver desde lejos. Con el tiempo no habrá regidor tan ignorante que no abra los ojos y conozca su obligación; y la república que ya iba a pique, saldrá a nado, escapará con vida y la tendrá por medio de los buenos, a quien Dios en todo tiempo favorece.

Esto se me ha ofrecido que deciros, señor don Diego, sumando lo mucho que hay que decir acerca de vuestra duda en razón de ser soldado o de quedaros en la ciudad a gobernar vuestro oficio. Estoy seguro que cualquier empresa que toméis, la ilustraréis vos mejor con las obras que yo con la pluma. Dios os guarde para servicio de esta república y suyo. De casa, Murcia y abril 17.




ArribaAbajo

Epístola IV

Al licenciado Jerónimo Martínez de Castro, Capellán del Obispo de Plasencia


En defensa de los capones cantores, contra quien había escrito


Vi su invectiva de v. m. contra los capones o castrados, hecha con cólera y enojo, si con ingenio y gallardía de sutil entendimiento: descubrí más ostentación de gentil espíritu que fuerza de razón; leí más cosas fingidas que verdaderas; eché de ver más argumento sofístico que probabilidad; y, en fin, hallé buenas letras y mal ánimo, larga pluma y corta consciencia; y todo bien mirado, fallo que debo condenar a v. m. en restitución de honra y a descantar lo cantado. Y si v. m., por muy ocupado, o por no volver el pie atrás, no quisiere hacerle la debida palinodia; porque no padezcan inocentes, yo quiero tomar la demanda y defenderles, si no con tanta gala y artificio, con más verdad y justicia. V. m. dice, en suma, que el capón es un sujeto imperfecto y vicioso, y pruébalo con diversos dichos y hechos, unos que ha engendrado el ingenio, otros que ha abortado la malicia. Yo me profiero a lo contrario, y alegaré razones vivas, lugares ciertos y autores irrefragables.

¡No sé yo con qué ojos mira al hombre capón quien le llama imperfecto! Hombre es aquel que consta de ánima y cuerpo; nada de esto le falta al capón; pues ¿por qué es imperfecto? No deja de ser perfecto el que tuviese una oreja menos, ni un dedo menos, ni un ojo menos; como no dejaría de ser árbol verde el que tuviese alguna ramilla seca, ni dejaría de ser linaje ilustre el que, estando lleno de títulos y caballeros nobilísimos, tuviese algún descendiente defectuoso por algún casamiento innoble; que por el vicio de uno no debe padecer toda la prosapia. ¿Dejó de ser valiente Horacio romano? ¿dejó de ser valiente Aníbal cartaginés, por haberles faltado un ojo? ¿dejó de ser insigne Acilio por tener una mano menos? ¿dejó de ser ilustre Quinto Mucio por la diestra que le quemó Porsena? ¿Tiresias no fué insigne adivino, y era ciego? ¿Filipo, rey de Macedonia, no fué tuerto, y fué belicosísimo, y padre del gran Alejandro? Epicteto fué cojo, pero famoso filósofo; y así Macrobio le introduce hablando de esta manera:


Servus Epictetus genitus sum corpore claudus,
Paupertate Irus, Diis et amicus ego.



Pontano dice que Mateo Aquilano estaba gafo de pies y manos, y que no por eso dejó de asistir en los actos de teología y filosofía, que profesaba con excelencia. Tertuliano dice que Demócrito se sacó los ojos porque no podía ver las mujeres sin irritación de la concupiscencia; pues ¿cuánto mejor es quitar el instrumento de la concupiscencia? Principalmente que, como habemos dicho, no por falta de un miembro corporal deja el hombre de ser perfecto.

¿Qué cosa castrada no es mejor que la misma por castrar? ¿El mejor carnero no es el castrado? ¿el puerco castrado, el buey, no es la mejor carne en su género? ¿Y qué es el capón? ¿no es el gallo castrado? Pues ¿hay un ave en el mundo que se compare con el capón? La perdiz, el francolín, el faisán son las más preciadas aves que estima la deliciosa y apiciana gula; ¿por qué? ¿por ser mejor carne que la del capón? no por cierto, sino por ser cosa más rara y dificultosa de haber; que si los capones no fueran tan comunes y ordinarios, excedieran en precio al ave más regalada y apetecida de la curiosidad humana. ¿Qué hace tan estimables al diamante, al rubí, a la esmeralda? ¿qué? ser pocos y difíciles de haber. Pues si fuera tan raro el pedernal, ¿no fuera de más estimación que el diamante y que el carbunco? ¿De qué provecho es el diamante? ¿de qué el crisólito? ¿de qué el zafiro? De ninguno. ¿Y el pedernal? Cuando faltara el elemento del fuego, en sus entrañas le halláramos encerrado, que allí le tiene la naturaleza depositado; archivo es del príncipe de los elementos.

¿Queréis ver cuán perfecto animal es el hombre capón? oíd. Todas las veces que se les ofrece a los ángeles del cielo traer alguna embajada de parte de Dios, o hacer algún ministerio acá en la tierra, han tomado y toman, no forma de mujer, no forma de varón barbado, no, sino de hombre capón. ¡Oh discretos ministros del cielo, qué bien escogéis! ¿Qué fuera un ángel en traje de mujer, persona indigna de su alteza y superioridad? ¿qué pareciera con barbas y bigotes? ¡Oh prudencia de pintores insignes! No fué esta invención vuestra, no; pensamiento fué más alto: sin duda que os inspiró Dios, y que os dió a conocer el medio que hay entre la mujer y el hombre, que es el capón, de que tratamos. Quiere decir hombre castrado hombre purificado de hez humana, de la parte más sucia del hombre; hombre en efecto acrisolado de su escoria. Y como el ángel de su naturaleza es virgen castísimo, así busca su semejante o más allegado a su semejanza. Dirá algún zafio que no es buena esta asimilación, porque el ángel tiene alas y nuestro capón no las tiene. El ángel tampoco tiene alas, bárbaro; pero dánselas los pintores para significar su velocidad. Cuanto más, que cuanto asimilamos una cosa con otra, basta que se parezcan en parte; que si en todo se parecieran fueran una misma cosa. Por lo menos son ángeles de la tierra.

No sé qué secreto, no sé qué misterio escondido es éste, que cualquier cosa que hallo baptizada con el nombre de capón tiene mayores ventajas y excelencias que otra ninguna de su mismo género. Celio Rodigino, en sus Antiguas lecciones, cap. XXVI, dice que la gula inventó un vino eunuco para regalo de los hombres, excelentísima cosa, el cual es un vino colado en saco donde se deja la hez y pierde las fuerzas y violencia, o vinolencia, con que queda limpio, puro, castrado, y sin aquel furor con que suele acometer al hombre y derribarle, lo que no hace salido del saco. ¿Qué más? Todas las veces que usamos de este verbo castrar mejoramos la cosa. Columela dice que los perros son mejores castrándoles la cola, de donde vino el uso de hacer otro tanto en las mulas para su mejoría. San Jerónimo, escribiendo a Eustoquio, dijo: Cum consuetudine lautioris cibi propter caelorum me regna castrassem; «Que castró la costumbre de las comidas regaladas por el reino de los cielos».

Pues los bienes que resultan de ser uno castrado no son poco considerables. Lo primero, se libran del trato de las mujeres; de aquel perpetuo enfado de dame, tráeme, esto deseo, esotro, quiero; de aquel pedir celos, de sus desdenes, de sus caricias falsas, de sus embustes, de las noches pasadas al sereno, de los días pasados en perpetua centinela, de sus lágrimas de cocodrilo, de su risa cautelosa, de su variedad, de su condición dura; en fin, gente con más vueltas que espada genovesa y que turbante armenio. Lo segundo, están libres de casarse, y de llevar a sus hombros, como palanquines, las pesadas, las insufribles cargas del matrimonio. Plauto, dijo que quien se encarga de una mujer, se encarga del gobierno de una nave tan llena de jarcias, tan llena de diversas faenas. Aquí se ofrece la obligación de los mantenimientos, el pan cotidiano, la riña cotidiana, las lágrimas de la ausencia, los disgustos de la presencia, el bramido de los niños, el enfado de, las amas, los azares de la fama, los detrimentos del honor, los trances de necesidades y, si es mal acondicionada, el infierno de sufrilla.

Fuera de todo esto, el Oficio que tienen en este mundo es oficio de ángeles, es cantar con la dulzura de los cándidos cisnes, con los pasajes de los dulces ruiseñores, con la armonía del celeste movimiento. ¡Oh tres veces felices y bien afortunados, a quienes naturaleza os dotó de una voz suave, regalada, sutil, graciosa música que nos arroba los sentidos y hurta las almas! Toledo la Imperial os convida con sus rentas, Sevilla la Cesárea os ofrece las suyas, el ínclito Rey de las Españas os lleva a su real capilla, el sumo Vicario de Cristo os llama a su facistor, las iglesias de la cristiandad os dan sus prebendas; en fin, personas consagradas a los divinos sacrificios.

No puedo olvidar lo que dicen todos los profesores de la hipocrática medicina, que los castrados están exentos de gota, verdugo inhumano del hombre, que le ata de pies y manos, y no le deja dar paso ni mover los miembros; que parece que Apolo y Diana, hijos de Latona, le han convertido en piedra, como a Niobe, y con este fiero impedimento y prisión dura queda inhábil para las acciones necesarias a la vida humana. Dichosos los que, libres y bizarros sin esta cruel coyunda, se sirven de sí mismos y caminan al paso de su gusto, siguiendo sin estorbo ninguno el dictamen de naturaleza.

¿Qué diré más de nuestros capones? ¿Qué? Las palabras que dice Celio, en el libro XIX: Preguntan los científicos naturales la causa por que no encalvecen los capones. Paréceme, dice, ser ésta, porque participan de mucho seso. Lo cual les viene de estar exentos y privilegiados del acto venéreo, porque corre el semen por la espina desde el celebro, donde está su mayor materia, y faltando ésta, se induce la esterilidad del pelo, y estando el celebro entero, se conserva el pelo; y ésta es también la razón por que ni los niños ni las mujeres tienen calva. Esto dice también Hipócrates en la vigésima del tercero y esto Avicena en el Libro del aire y agua. De suerte que abundan de seso y carecen de calva. ¿No es ésta gran felicidad? Y siendo el seso el origen y materia de la prudencia, es fuerza que tengan, como tienen, sutileza de ingenio, buenos discursos, prontitud en el decir y madureza en el obrar.

-Eso -dirá alguno- excelencia es; pero tener calva o no, ¿qué importa para la sanidad y para la hermosura? ¿No os parece que a un calvo le ofenderán más fácilmente que a otro el sol, el agua, el sereno, el aire, la humedad? Pues ¿hay cosa más preciada en esta vida que la salud? Sin ella el más delicado manjar no tiene gusto, los tesoros de Midas, las riquezas de Attalo no sirven de nada, la divina música enfada, los trajes y galas son impertinentes, los jardines de Chipre son molestos. La cabeza es el miembro principal del cuerpo, es el dominio del hombre, es el señor absoluto nuestro; pues ¿qué parecerá pelada y calva? ¿Qué? Calavera, calabaza. Julio César fué calvo, y se enfadaba tanto dello, que la honra que más bien aceptó del pueblo romano fué la corona láurea; y holgaba, para remedio de esta fealdad y daño de la calva, el llevar la cabeza coronada de laurel. Algunos autores llaman a los calvos Miconios, y es la causa, que dice Estéfano, que los naturales vecinos de Micón eran todos calvos. Y Herodoto dice, en la Melpómene, que en la Scitia viven algunas gentes a las raíces de unos montes, y que todos ellos, hombres y mujeres, desde su nacimiento son calvos. ¡Qué lindas cabezas por cierto! Más parecerán casquetes que cabezas. Bien hayan los capones, que están libres de este daño tan feo, y con su mucho seso gloriosos, y por otra parte libres de casarse. ¿Libres digo? No generalmente, que algunos ha habido casados, lo que se ve cada día por experiencia.

Una cosa quiero advertir, y no es sólo advertimiento mío, sino de Antonio del Río, que admirándose de Jerónimo Francastorio, poeta insigne, el cual a la mujer de Putifar la llama virgen, aquella que pretendió al casto José, dice que sin duda ninguna era Putifar eunuco. Y dice más: que antiguamente hubo eunucos de oficio sin ser castrados; y que en este sentido se ha de entender que fueron eunucos Daniel y sus compañeros; aunque San Jerónimo testifica que los hebreos dicen que fueron castrados.

¿Qué más quieren los capones que tener por abogado al profeta Daniel? Y no se contenten con eso solo; que otros muchos hubo, grandes y excelentes varones, con quien pueden honrarse gloriosamente. Ananías, Azarías y Misael, aquellos mancebos nobles que metió en el horno el cruel Nabucodonosor, eunucos fueron. Partenio y Colocero, mártires, fueron eunucos; Jacinto y Proto, mártires, fueron eunucos y prefectos del emperador Maximiliano. Eunuco fué Narsés, capitán general de Justiniano, y después de Belisario; Aristónico fué eunuco del rey Ptholomeo; Filitero, del rey Lisimaco; Tireo, eunuco de la mujer de Darío; Bogoas fué eunuco de Nerón y capitán de su guardia; Haloto fué eunuco de Claudio César, y su copero; Favorino, eunuco, fué gran filósofo y capital enemigo del emperador Adriano; Doroteo, eunuco, fué patriarca de Antioquía. ¿Hay más que decir? Mucho más hay, y mucho más dijera; pero es regla de prudencia la moderación, y conviene evitar el enfado de la prolijidad, principalmente que de lo que se ha dicho se colige lo mucho que resta por decir.

Con esto me parece haber cumplido con mi promesa, y defendido bastantemente la inocencia de estos insignes varones, ángeles de la tierra, músicos del cielo, prebendados de la católica Iglesia, ministros sagrados de los divinos oficios, patrones de la limpieza santa, ejemplos de la continencia y comendadores de espera de la gloria de Dios. De Murcia y deciembre 4.




ArribaAbajo

Epístola V

A Don José Alagón


Sobre la púrpura y «sindon»


La contienda de la púrpura y la honrilla de sustentar mi opinión, que no era solamente roja, sino que la había también de otras colores, y la duda de la sindon, me ha obligado a trabajar un rato, y juntar algo sobre esta materia, no indigno de ser sabido; que la emulación en esta parte es virtud: Et immensum gloria calcar habet.

Por una misma cosa se toma púrpura, conchylio, Murex y ostro. Es pescado cubierto de un áspera concha, y por eso se llama conchylio, que quiere decir concha pequeña, y se llama ostro, que en griego significa casco, y murex por la aspereza y las puntas que tiene. Murex concha est maris (dice San Isidoro, en sus «Etimologías») dicta ab acumine et asperitate, quae alio nomine conchylium nominatur. A cuya semejanza un áspero peñasco que hace punta se dice en latín murex; como se ve en Virgilio, en el quinto libro de la Eneida, hablando de la nave de Mnesteo, que dió en una roca puntiaguda:


Concussae cautes, et acuto in murice remi
Obnixi, crepuere, illisaque prora pependit.


    Las peñas sacudidas, y los remos
En el peñasco agudo forcejeando,
Dieron un gran crujido; y rebatida
La proa, se levantó y quedó suspensa.


Vitrubio, en el libro VII, capítulo 13, pone cuatro diferencias de púrpura: negra, la que se coje en el Ponto y en Francia; negra se entiende roja muy obscura, porque lo rojo es proprio en ella, y las otros colores la diferencian accidentalmente. La que se pesca entre el Septentrión y el Occidente es cárdena; la que hay entre el Septentrión al Oriente y Occidente, morada; la que se cría en la región meridional, roja.

Cómo se prepare la púrpura para las oficinas de los pintores y tintoreros, mira a Plinio, a Vitrubio, a Filandro, a Julio Pollux y a Hermolao. No es de mi propósito, y tratarlo sería bailar fuera del coro. Cómo se pesca la púrpura, Plinio lo dice y Valeriano, en esta manera: «En una pequeña y estrecha, nansa encierran un pescado, que llaman strombo, especie de almejas, al cual apetece infinito la púrpura; y así como le huele, metiendo la lengua, fuerte y aguda, entre los juncos, procúrale asir, y mientras él, volviéndose y revolviéndose, se defiende, tanto más ella alarga la lengua, y con la fuerza y vehemencia que pone, se le hincha de modo que no la puede sacar, y cuando la ven apegada la cogen viva por la lengua.» Y advierte Plinio que la pesca de ella se ha de hacer, o antes que entre el verano, o después de la canícula, porque en el tiempo intermedio crían, y el licor que se pretende es flaco y sin vigor entonces.

La púrpura recibe varios epítetos, por las varias regiones donde se halla, -como son- en Melibea, ciudad de Tesalia, en Laconia, en la isla Cea, en Sidón y en Tiro de Asia, y en Getulia de África, y de aquí se llama color puniceo, del reino púnico. Probemos esto con versos de poetas latinos:


Purpura maeandro duplici Meliboea13 cucurrit.


(Virgilio in 5 AEneidis.)                



Nec Laconicas mihi
Trahunt honestae purpuras clientae14.


(Horat.)                



Nec Coae referunt iam tibi purpurae.


(Marcial, 4.)15                



Argentum vestis16 Getulo murice tinctas.


(Horat.)                



Assyrius murex nec tibi signa dabit.


(Apollinar.)                



Serica Sidonius fucabat stamina murex.


(Ídem.)                



Inficit extremas Sarranae purpura conchae.


(Mantuano.)                



Quis Cadmae a Tyros, Getulumque invidet ostrum.


(Festus.)                


Nótese aquí que púrpura sarrana y tiria es todo uno, porque Tiro se dijo primero Sarra, según Joan Ravisio y otros. El color rojo no sólo nos le da la púrpura y el buccino, que es especie de púrpura a manera de caracol o bocina, de la cual toma su nombre; pero el vermículo, que en lengua púnica se dice «carmín», como siente Rodigino, y la ochra, y el sil, y el minio, y el croco, y el coccino, y la sandyx, y otras cosas. Del minio dijo Ovidio:


Nec titulus minio, nec cedro charta notetur.


San Isidoro dice que los títulos y principios de los libros era uso entre los Romanos ponerlos de letra roja, por los Fenices, que dieron principio a las letras, de los cuales vino el color puniceo; pero Justo Lipsio, en sus Comentarios a los Anales de Tácito, aunque admite el uso, no la causa. El minio tomó su apellido del río Miño, de Galicia, y sus arenas son de su misma cualidad, digo rojas. Hallo algunos autores que llaman a la púrpura, dorada, ardiente, resplandeciente.


Tyrioque ardebat murice lana.


(Virgilio.)17                



Vobis picta croco et fulgenti murice vestis.


(Ídem.)                



Vestis radiato murice solem
Combibit.


(Mantuano.)                



Occiduas repetens stellanti murice terras.


(Mirandula.)                



Aurea sic rutilo flagrabat murice palla.


(Petrarca.)                


Y otros muchos poetas hacen lo mismo, significando el nativo lustre y resplandor de la púrpura. Esto no era dificultoso de entender, pero lo es aquella de la Sagrada Escritura: Rubicundiores ebore antiquo. Dice de los nazareos, que eran más colorados que el marfil antiguo. Algunos, ignorando el secreto, interpretan que rubicundiores quiere decir allí «más hermosos». Pero no dijeran esto si hubieran pasado los ojos por Aquiles Tacio, de quien sabemos que los Tirios solían teñir de púrpura el marfil bueno y fino, que eso significa allí antiguo, y de ello hacían las mujeres arracadas y otras cosas para gala suya. Que antiguo quiera decir bueno, buen testigo es Cicerón: Sanctius et antiquius est hoc mihi, dijo a su amigo Attico; y el mismo: Antiquissimum et Deo proximum id habendum. El uso de teñir el buen marfil se sabe desde Homero en la letra delta, donde dice: Como si alguna mujer tiñere el marfil del color puniceo; y de aquí lo tomó Virgilio:


   Indum sanguineo veluti violaverit ostro
Siquis ebur.


(Libro XII.)                


Ni Ovidio lo ignoró: Maeonis Assyrio femina tinxit ebur. Los reyes y cónsules romanos usaban solamente la púrpura. Mantuano: Caesar et aurato vestiti murice reges. Y Marulo: Et consularis praemia purpurx. Fué la púrpura estimada y vendida a grandes precios, pero mucho más la que llamaban dibapha, que es dos veces teñida; era en efecto la más fina. Y así dijo Egidio Massero: Purpura in oebalio bis saturata cado. Y Horacio: Te bis Afro murice tinctae vestiunt lanae.

Ya que habemos tirado la barra lo que se ha podido en esta hora sucesiva, ¿qué diremos de aquel lugar de Virgilio, en el libro IX de la Eneida, donde llamó al alma purpúrea?


Purpuream vomit ille animam, etc.


¿Y por qué Cicerón, en el IV de las Académicas cuestiones, dijo al mar purpúreo? Y por qué Horacio a los cisnes dijo purpúreos? Y con esto cerramos los portillos a la reguera. Digo que a las púrpuras que se cogen en el hondo piélago las llaman pelagias; y aludiendo a esto, Cicerón dijo al mar purpúreo, por hondo. Así lo explica Pierio, y lo trae del intérprete de Apolonio en la Argonáutica. Juan Luis de la Cerda, en este lugar: Purpuream vomit ille animam, dice que se toma anima por la sangre, y trae a Aristóteles, que dice era opinión del filósofo Cricias que el alma del hombre era la sangre. Lazio, libro VIII, cap. 8, explica purpuream animam, ígnea y ardiente, por la propriedad que tiene la púrpura de lustrosa y luciente, de que habemos traído hartos poetas en testimonio dello. Alabo la explicación del P. Juan de Luis de la Cerda y la de Lazio, y no vitupero la interpretación de otro humanista no menos insigne, el cual explica purpúrea por apresurada, y que al primer golpe que recibió el difunto exhaló el alma. Y es el caso, que los tintoreros, para que la grana sea fina, de un golpe matan el pescado púrpura, dando con ella en una peña; y si no muriera al primer golpe, se esparciera la sangre en todo el cuerpo y quedara el licor desangrado y tenue. Y tomada la metáfora de aquí, llama Homero muerte purpúrea a la que uno muere de una estocada, o de un golpe de maza o de otro instrumento. A cuya imitación dijo Virgilio alma purpúrea, por haber sido muerto Rheto de un golpe. Esto dice Valeriano, libro XXVIII, fol. 204: Hinc aiunt Homerum toties de iis, qui valido aliquo vulnere perempti fuerint, purpurea eos morte sublatos dicere: quem imitatus Maro dixit: «Purpuream vomit ille animam.»

Dice Cerda, Aldrovando y otros muchos que Horacio llama a los cisnes purpúreos por hermosos, y que como el color purpúreo es el más hermoso y agradable, se atribuye a cualquier cosa agradable y hermosa; y que en este sentido llamó Tibulo purpúreos los cabellos de Niso, y Albinovano purpúrea a la nieve, y que a todo género de flores dicen los poetas purpúreas por hermosas. Pero Mercurial, en sus Varias, disputa que hubo también púrpura blanca, y cómo se hacía, y reprende a los que dicen que purpúreos olores se ha de tomar por hermosos; que no significa sino blancos, pues hubo púrpura blanca.

Discantemos un poco ahora de la sindón, comenzando por la Parecbasis de Ausonio, en su Efemérida:


   Puer eia, surge, et calceos
Et linteam da sindonem:
Da quidquid est, amictui,
Quod iam parasti, ut prodeam.


Donde dice Elías Vineto, su intérprete, que sindón significa la camisa, engañado por ventura porque dice linteam. Lo cierto es que el caballero no pediría a su paje camisa para levantarse de la cama, sino sobrerropa con que ponerse en pie. Que no sea la camisa, queda manifiesto por lo que dice Ravisio: Sidones vestes erant candidae ex lino, quibus Magi utebantur subtilissimae, et tenuissimis filis intextae. Y así Marcial, en el libro IV, habla de ella, a diferencia de otra vestidura más gruesa llamada endrómida:


Ridebis ventos hoc munere tectus et imbres;
Nec sic in Tyria sindone tutus18 eris.



   Vestido de la endrómida, los vientos
Despreciarás y lluvias; con la tiria
Sindón no irás seguro, te prometo.


Bien consta, por lo que dice Ravisio, que no era camisa la sindón, sino vestidura propria de los magos: sólo hay de diferencia, que la de los magos era blanca, y la que dice Marcial era colorada o morada, pues la llama tiria por la grana de Tiro. Y que la blanca sindón se tiñese de grana, es evidente cosa por el mismo Marcial, epigrama 16, contra Zoilo:


Zoilus aegrotat; faciunt hanc stragula febrem.
    Si fuerit sanus, coccina quid facient?
Quid torus a Nilo? Quid sindome tinctus olenti?
    Ostendit stultas quid nisi morbus opes?
Quid tibi cum medicis? dimitte Machaonas omnes.
    Vis fieri sanus? Stragula sume mea.


   Enfermo Zoilo está de calentura.
Y ¿qué causa ha tenido? ¿Qué? Una cama
Rica de Alejandría, y una sindon,
De púrpura teñida, muy fragante.
Y para que se vea su riqueza,
El necio se ha hecho enfermo. Dime, Zoilo:
¿De qué sirven los médicos? Despide
Aquesos Macaones y Esculapios.
¿Quieres ser sano? Toma allá mi cama.


Antes que salgamos de Marcial, procuremos entender aquel verso:


Quid torus a Nilo? Quid sindone tinctus olenti?


Calderino dice que se hallaba en códices antiguos cinctus, en vez de tinctus, y que tiene esotra por mejor lección. El maestro Francisco Sánchez Brocense piensa haber triunfado de los demás intérpretes construyéndolo o destruyéndolo de otra manera. Dice, pues, que tinctuses nombre substantivo, que significa el tinte o la tintura; pero para encuadernar el sentido son menester jueces árbitros. Paréceme que irá el pensamiento corriente como se escriba Sidone, que es la ciudad de Sidón, de donde es la mejor púrpura, como veremos luego; de suerte que dirá:


Quid torus a Nilo? Quid Sidone tinctus olenti?


¿De qué sirve, dice Marcial, esa cama y cobertores traídos del Nilo, digo de Alejandría, donde se hacen preciosísimos, y teñidos en Sidón, de olorosa púrpura? Que toda la honra que se les puede dar a la tela es ser tinta en grana de Tiro o Sidón. El mismo Marcial, en los Apoforetos:


Ebria Sidoniae cum sim de sanguine conchae,
    Non video quare sobria lana vocer.


Habla de la lana amethistina, aludiendo a la etimología de la piedra amatista, que quiere decir sobria.

Volviendo, pues, a la vestidura sindon, oigamos a dos graves humanistas, que nos asentarán esta basa. El primero, Georgio Mérula: hallo, dice, en los escritores griegos, principalmente en Libanio, que sindon es una ropa sutilísima, blanca, como fué aquella del Evangelio; «ubi narratur corpus Domini involutum fuisse sindone». El otro es Filipo Beroaldo, que dice sobre Apuleyo, en la Milesia segunda, ibi: «Corpus splendentibus linteis coopertum; el color blanco es muy acomodado a los difuntos, para significar la limpieza de sus almas; y las vestiduras de lino blancas, no sólo las usaban los sacerdotes egipcios para su vestir, pero para los sacrificios de los dioses; y así leemos en el Evangelio: Corpus Domini involutum fuisse sindone». Hasta aquí es de Beroaldo. De donde sacamos por cosa evidente que no era sábana la con que Cristo fué envuelto, sino vestidura que solían llevar los magos o reyes y los sacerdotes; misterio del cielo para significar que Cristo era rey y sacerdote.

Pues hemos traído humanistas en confirmación de esta vestidura, honrémosla también con sagrados doctores y lugares de la Sagrada Escritura. En el capítulo 14 de los Jueces, dice Sansón: Proponam, vobis problema, etc.; «Yo os quiero proponer un problema o duda, que si me la desatáis dentro de los siete días del convite, os daré treinta sindones y otras tantas túnicas. »Aquí, dice Nicolás de Lyra, treinta sindones es treinta ropas de lino, llamadas así. Maldonado, sobre los Evangelios, explicando aquel lugar que San Marcos refiere sólo, y no otro de los sagrados evangelistas, Adolescens quidam sequebatur eum amictus sindone supernudo, dice que sindon no era lo que el vulgo llama sábana, sino que era un género de vestidura de lino, pero caliente. Y Cornelio Jansenio, sobre el mismo lugar, amictus sindone, dice: «Sindon es una ropa delgada, de lino, Subtili lineo vestimento». Y de camino digamos lo que dice Cayetano y repite Jansenio, en el dicho lugar; que (aunque dicen santos, quién que aquel mancebo, adolescens quidam, etc., era Santiago el Menor, quién que San Joan Evangelista), a Cayetano le parece, y lo prueba con legítimas razones, que no podía ser apóstol alguno, sino que fué un mozo curioso, que, oyendo el gran tropel con que llevaban preso a Cristo, salió a ver lo que era; y viendo que los soldados de la cohorte, que iban despejando las calles, echaron mano dél, dejando la sindón o sobrerropa, huyó y se escapó de ellos.

A este pequeño trabajo puede v. m. echar el sello con otros lugares, dignos de observación, que habrá corrido; que yo, como corto de vista y que he menester antojos, tengo muy cerca el horizonte.

De Murcia y agosto 8.



Arriba
Indice Siguiente