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Casa de Alberti en Roma

Casa Alberti Roma

Foto extraída de Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid).






ArribaAbajoVia Giulia

Via Guilia

Foto extraída de Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid).

Al ponerse a buscar casa, Rafael trató de domiciliarse, y lo consiguió, en el mismo barrio de los españoles de entonces, equidistante del lugar donde está la casa que fuera de la «lozana» y de la de Montoro, que conserva el nombre de otra cortesana famosa. A dos pasos, además, de la iglesia de Montserrat, donde tienen descanso los restos de ambos papa Borgia y del último rey de España, exiliados también, los primeros de los honores del Vaticano y el último del mausoleo de sus antepasados. Rafael Alberti tiene su casa, pues, en uno de los barrios de mayor historia de la Roma papal y barroca, paralela su calle a la famosa Vía Giulia, recuerdo del Papado de Julio II.


(Texto de Pablo de la Fuente, «Rafael Alberti en Roma», en Seara Nova, Lisboa, XLIV, junio de 1965).                





ArribaAbajoCampo de' Fiori

Campo de' Fiori

Foto extraída de www.romainsieme.it.

Mi primera casa romana estaba en Via Monserrato, número 20: patio-jardín con una hermosa ninfa al fondo, escalera poblada de bajorrelieves -atletas, marineros, bailarinas- que me miraban al subir y bajar los peldaños altos y desiguales. Mi apartamento estaba en el tercer piso, era el más moderno, con una terraza a la que apenas podíamos asomarnos para no mancharnos de la lluvia de hollín que bajaba de las chimeneas cercanas. Pero vivir allí, en ese pequeño edificio, era encantador. No sólo la casa, sino también el barrio me encantó, considerándome desde el momento de mi llegada el más honroso de sus habitantes, pariente de esos antiguos exiliados españoles, porque yo, tras veinticuatro años de exilio en Argentina, llegaba a Roma para seguirlo. No hacía mucho tiempo había terminado una versión teatral de La lozana andaluza, la extraordinaria novela «picante» y divertida del reverendo padre andaluz Francisco Delicado. Comencé a recorrer a todas las horas el barrio, que tenía las calles tan estrechas como las de una Toledo menos secreta, más vital y laboriosa. Gatos, grietas, basuras, paños tendidos, artesanos de las más variadas profesiones, el jaleo maravilloso de Campo de' Fiori, con su Giordano Bruno como un fúnebre paraguas sobre el mar de verduras, pescados y zapatos... todo empezó a darme vueltas alrededor, a revolotear, mareándome, aplastándome, fundiéndome en un remolino enloquecido, que junto al peligroso ir y venir de los coches me redujo al perfil de un pobre peatón desesperado, sin embargo colmado de amor y miedo, al mismo tiempo, dentro de ese endiablado laberinto en el que me había metido. Y fue entonces cuando en una noche de prolijas meadas y maullidos fui a topar de repente, no con la sombra de Gioachino Belli, sino con el mismo poeta en persona, ya que su presencia era real, verídica, en todo lo que veía y oía.


(Texto de Rafael Alberti, prefacio a la edición italiana de Roma, pericolo per i viandanti, Milán, Mondadori (Lo Specchio), 1972; traducción de Gabriele Morelli incluida en su artículo «Rafael Alberti: exilio y creación durante su exilio en Roma», en Entre el clavel y la espada: Rafael Alberti en su siglo, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2003.)                





ArribaAbajoPunto de encuentro

Punto de encuentro

Foto cedida por la Fundación Rafael Alberti (El Puerto de Santa María).

Por cuanto concierne a la presencia de la cultura italiana, las personas, muy a menudo contertulios en el tecer piso de la casa de Vía Monserrato, eran los poetas Giuseppe Ungaretti, Pier Paolo Pasolini, Alfonso Gatto, Salvatore Quasimodo, los narradores Alberto Moravia, Carlo Levi, Giacomo De Benedetti, y los cineastas y actores Federico Fellini y Vittorio Gassman, de los que conservamos fotografías con el poeta; pero sobre todo acudían a la casa pintores y escultores famosos como Renato Guttuso, Aligi Sassu, Umberto Mastroianni (tío del actor), Corrado Cagli, Attilio Rossi.

(Texto de Gabriele Morelli, «Roma e Italia en Rafael Alberti», Cervantes, Instituto Cervantes de Nápoles, 4, 2003, p. 174).




ArribaAbajoLa «Casa de la amistad»

Casa de la amistad

Foto cedida por la Fundación Rafael Alberti (El Puerto de Santa María).

María Teresa León denominaba a su domicilio de la calle Monserrato la «casa de la amistad», un ambiente que le hacía evocar el ambiente de otros hogares del pasado como el de la calle Marqués de Urquijo del Madrid de los años treinta:

Llaman a la puerta de esta casa nuestra de Roma personas que son como sueños que regresan. ¿Tú? Y nos quedamos entrecortados porque es como si mirásemos detenido el reloj del tiempo, nuestro propio reloj. Llaman a nuestra casa muchos seres que son como reflejos, como luces. Los vemos por vez primera, pero son ya conocidos nuestros, gentes de España, y entonces nos quedamos sujetos a sus ojos para descubrir en ellos lo que pasó con aquella fuente o con la placita o con la fachada plateresca de la iglesia o si está en pie la tapia que no se acababa nunca o el árbol donde apoyábamos la espalda o aquella calle ancha y pinturera por donde se paseaban los coches, los toreros, las muchachas en flor, los maestros de la política, del arte, de la ciencia para luego entrar en los cafés a pontificar [...]

Y hoy, ¿cómo preguntar a los que entran en mi casa y se sientan a mirarnos como piezas de museo, si sigue manando la fuente, el arroyito, si los pinos protegen a los amantes? Me corre el alma una melancolía indefinible. ¿Por qué me faltan las palabras claves para dialogar con ellos? No sé. Debo tenerles envidia por lo que tienen y yo no tengo [...]

Parece difícil que entiendan esto los muchachos que se sientan hoy en nuestra casa de Roma. Sienten enojos, rabias juveniles, son negadores. Viven rodeados de inconvenientes, de negativas, de prohibiciones, de bayonetas. No pueden descuidarse. Se han reunido muchas veces para pensar en su camino y se han comido las uñas de rabia. Nos cuentan cómo los persiguen y los dejan sin voz, cómo llegan a clavarles los ¡No! en la frente. Pero todo acabará, afirman. ¿No oís los estertores?

¿Tendremos siempre que contar con la muerte para solucionar los problemas de España? ¿Nunca con la justicia? ¡Ay, con cuánta pureza nos están mirando! Sí, es a vosotros a quienes toca la Resurrección de España. Pero nosotros llegaremos con nuestros ramos, ¿verdad? Y ataremos lo desatado.


(Texto de María Teresa León, Memoria de la melancolía, Madrid, Castalia, 1999, pp. 103-108.)                





ArribaAbajoAnte la estatua de Giordano Bruno

Ante la estatua de Giordano Bruno

Foto extraída de www.photo.net.

Campo dei Fiori es una plaza de mercado popular que tiene en su centro la estatua del filósofo Giordano Bruno, en el mismo lugar en el que el 17 de febrero de 1600 fuera quemado vivo acusado de herejía. Tanto Rafael Alberti como María Teresa León aluden en distintos momentos de su creación a este espacio emblemático del Trastevere:

Hoy ha muerto un amigo. Ha muerto Giacomo Debenedetti. Es el primer amigo italiano que se nos va. Su casa, llena de sabiduría, se abrió para nosotros. Renata nos tomó de la mano: Entrad, entrad. Era como si reanudásemos y no como si empezásemos a conocernos. Sí, fue la continuación de algo ya vivido, porque así de misteriosos son los encuentros. Por eso hoy estamos enlutados y tristes, serios. Acusamos el golpe. Hemos besado a Renata, a su hija. Es al primer entierro que asistimos, porque el de Togliatti era una manifestación. Jamás vimos congregada una multitud tan conmovida. [...] ¡Campo dei Fiori! Ni el sol es capaz de secarnos los ojos. Arde Giordano Bruno, negro y enlutado sobre nosotros, y los amigos nos estrechamos los unos a los otros para oír esas palabras que los amigos dicen para cerrar el ciclo de una vida. ¡Pero si hace quince días estaba en nuestra casa! Inauguramos el año todos juntos. Renata se quedó con nosotros y él se fue. Cuando Renata llegó a su casa, la puerta abierta y el desorden le avisaron de que algo estaba ocurriendo. Y así ha sido. Ahora se abre un paréntesis de silencio. ¿Dónde se han volado los pregones del Campo dei Fiori? Todo se termina. Las dos banderitas rojas que han estado desplegadas para decirnos cómo pensaba el mundo Giacomo Debenedetti, se enrollan lentamente. ¿Recuerdan ustedes cuánto sufrieron los judíos cuando entraron en Italia los nazis, las tropas alemanas? Pues Giacomo Debenedetti no pudo olvidarlo nunca. Renata lo ha contado. ¡Ay, esas campanas que iban avanzando su repicar por los valles anunciando la victoria! Esta mañana de enero no han repicado las campanas. Todo ha sido sencillez y silencio, como si al terminar de leer la vida de un hombre cerrásemos el libro.


(Texto de María Teresa León, Memoria de la melancolía, Madrid, Castalia, 1999, pp. 186-188.)                






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