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Cervantes, autor de la «Topografía e historia general de Argel» publicada por Diego de Haedo


Daniel Eisenberg


Florida State University



Las obras de los grandes artistas, para ser reconocidas por suyas, no han menester la vulgar diligencia de ir marcadas con su nombre: se lee tan claro éste, como en las letras, en los rasgos de la pluma... Para acreditar que Cervantes hizo este o aquel cuadro, no se necesita que tenga en un rincón el Cervantes fecit.


Bartolomé José Gallardo1                


A veces los hombres no escogemos los temas, los temas nos aparecen en el camino. El tratar de las obras atribuidas a Cervantes no es, en un sentido, un trabajo grato. Hace diez años, cuando un deseo de conocer todo lo cervantino me llevó a comenzar en esta materia, suponía inocentemente que los cervantistas me agradecerían mis contribuciones. Pensé que se aplaudiría la identificación de otras obras de Cervantes, obras olvidadas, perdidas o desconocidas. Él mismo nos dijo abiertamente, en el prólogo de las Novelas ejemplares, que existían «obras que andan por allí descarriadas, y quizá sin el nombre de su dueño.»

Por mi parte, me estimula e ilumina y apasiona tanto leer a Cervantes que tener acceso a una nueva página suya es un gozo muy grande. Pero no todos piensan así. Esta línea de investigación ¿se considera todavía algo indigna, un poco como investigar la prostitución o algún otro tema supuestamente «indecente»? Espero que el mundo haya mejorado en esta hostilidad crítica. Para mí, la identificación de nuevas obras o aun nuevas supuestas o posibles obras del mayor autor de la literatura española es una tarea de cierta relevancia. Pero diga uno lo que diga, estas tesis tienen una vida llena de dificultades. Nadie se pronuncia positivamente sobre ellas. Son difíciles de publicar: una ponencia sobre la identificación de lo que considero un fragmento de la fantástica, fantasmagórica, mágica Semanas del jardín, la obra cuyo título hipnotizaba, fue rechazada dos veces.2 He encontrado la misma reticencia en cuanto a mi reconstrucción de una obra sí perdida, pero innegablemente cervantina, su Bernardo, «famoso» según su propia descripción.3

En el caso del fragmento o supuesto fragmento de las Semanas del jardín, que si es suyo será su único autógrafo literario conocido, al menos su identificación como cervantino había sido apoyada antes por cervantistas de relieve, de otra generación.4 Aunque casi nadie lo sabe, pues raramente se menciona, consta que Cervantes escribió una Relación de las fiestas que en Valladolid se hicieron al nacimiento de nuestro Príncipe.5 La identificación de este escrito con una relación anónima publicada en 1605, propuesta en el siglo pasado, ha sido apoyada últimamente por Alban Forcione y Francisco Márquez Villanueva.6 Y se han sugerido otras atribuciones que estimo probables, en primer lugar la famosa «Tía fingida».7

Pero hay un libro en prosa para el cual nadie, que yo sepa, ha sugerido una posible autoría cervantina. Por mis muchos pecados, después de años de trabajar con él he llegado a concluir que fue escrito por Cervantes. Y se trata de una obra conocida por todos los cervantistas, o al menos por todos los biógrafos de Cervantes.

No espero convencerles por esta breve presentación. No ha bastado un estudio de 127 páginas para que una sola persona haya dicho que una tesis mía es correcta: que el «Diálogo entre Selanio y Cilenia» es un fragmento de las Semanas del jardín, tesis ya vislumbrada por los siempre beneméritos Schevill y Bonilla. (Antonio Cruz Casado sí ha dicho, en Anales cervantinos, que mi tesis tiene una «alta probabilidad» de ser correcta, y que he llegado «a los límites de la filología», términos que le agradezco8.) Una hora no bastará para mi propósito de hoy, ni bastarían acaso una semana ni un año. Sí tengo la ilusión de inquietarles, de dejarles convencidos de que hay al menos una posibilidad de que Cervantes escribiera esta obra.

Se trata de la Topografía e historia general de Argel publicada en Valladolid en 1612 por Diego de Haedo, monje benedictino y abad de Frómista. Es una extensa obra que ocupa tres tomos en su segunda y única edición moderna completa, la de la Sociedad de Bibliófilos Españoles (Madrid, 1927-29).9 Consta de cinco partes. La primera es la «Topografía o descripción de Argel y sus habitadores y costumbres», que describe la geografía y defensas de la ciudad. Con rasgos pintorescos pinta la vida de sus habitantes, y estas páginas para su traductor francés se parecen a las de Rabelais.10

Siguen un «Epítome de los reyes de Argel» y tres diálogos: el «Diálogo de la captividad» y el «Diálogo de los mártires», que tienen la forma de diálogos entre unos cautivos, y el «Diálogo de los morabutos» o cofradías religiosas11, en el cual un cautivo dialoga con un musulmán sobre cuestiones religiosas. Éste ha sido el menos estudiado12.

La Topografía e historia general de Argel es la obra por la cual los biógrafos conocieron el heroísmo de Cervantes en África del Norte y su liderazgo entre los cautivos. En el siglo XVIII, cuando el lugar de nacimiento de Cervantes era objeto de disputa, fue en esta obra donde el ilustre padre Martín Sarmiento encontró que fue «hidalgo principal de Alcalá de Henares». Valiéndose de tal pista, otro erudito encontró su partida bautismal13.

La obra representa, sobre todo, un intento de documentar lo que el autor había visto durante sus años de cautiverio, y una llamada desesperada a la acción militar. Según la portada, en la obra «se verán casos estraños, muertes espantosas, y tormentos exquisitos, que conviene se entiendan en la Christiandad». Le ha conmovido profundamente el sufrimiento de los cautivos españoles, separados a la fuerza de sus familias y patria, llevados (en las palabras de Don Quijote), mal de su grado, adonde no querían ir. Le han conmovido más las violaciones, torturas, martirios, inmoralidades y faltas de cumplimiento incluso de las leyes musulmanas. Hay martirios en su opinión iguales a los de los primeros cristianos. El autor toma la pluma preocupado de que ello no se conozca en Europa, de que la mayoría de los miserables cautivos no se rescaten, por indiferencia de los grandes y ricos de la Europa cristiana, y sobre todo de que no se monte una campaña militar para librar a los cautivos y abolir la piratería de una vez. Tiene mucho de protesta contra la política de Felipe II, quien desperdiciaba recursos luchando contra Protestantes en el norte de Europa y no eliminaba, como sobradamente podía, estos cautiverios y martirios in partibus infidelibus14.

Aunque el libro evidentemente fue escrito o al menos acabado en España y con una biblioteca delante (la fecha de 1596 se cita como la última mencionada en la obra15), el autor ha tomado extensos apuntes durante su cautiverio, a los cuales se refiere16. Cabe hablar de verdadera literatura de testimonio, literatura de documentación y de protesta social. El autor, un solo individuo y cautivo también, no podía tomar armas contra estos horrores. Pero sí podía observar, entrevistar y apuntar, y después recordar y escribir. Igual que los que han sobrevivido a los campos de concentración de los nazis, no quiere ni puede permitir que tantas maldades hayan ocurrido sin que se conozcan. Conservarlas para la memoria humana es lo que podía hacer nuestro autor, y lo que ha hecho. Habría sido para él un paso esencial hacia la estabilidad mental, alterada, al parecer, por lo que había visto.

No es una respuesta sangrienta a aquella violencia, pero sí cabe calificarla de respuesta humanista. Ha sido duradera, y el propósito documental del autor ha sido plenamente logrado. No hay otra fuente ni remotamente tan penetrante, detallada y correcta por todo el norte de África en algunos siglos anteriores o posteriores. Es una ventana abierta que nos muestra un cuadro del pasado. Ha influido mucho en autores posteriores del Siglo de Oro que trataron de África del Norte17.

Desde un punto de vista histórico o literario, la obra tiene mucho valor. Los posteriores historiadores de Argel la califican de «la más exacta, precisa y completa de todas las historias, tanto europeas como islámicas»18, y hablan de su «escrupulosa exactitud»19 y de su «minuciosidad»20. Nadie pone en tela de juicio los acontecimientos horribles que describe21. Cuando no narra lo que ha visto personalmente, «se basa en los relatos fidedignos de personas viejas que presenciaron los hechos y no en relaciones de segunda mano recogidas por otros historiadores»22. «Es también el más complejo [sophisticated] de los historiadores cristianos», según un norteamericano23. Los errores han sido calificados de «raros»24. Según Emilio Sola, el autor estaba obsesionado «por la precisión y la exactitud»25, y una investigación arqueológica del siglo diecinueve ha apoyado un relato suyo26.

El autor es también, según el mismo erudito, «un notable prosista, muy buen narrador y uno de nuestros clásicos del Siglo de Oro más singulares y, sin duda, más valiosos... Es una obra apasionante que, a medida que te adentras en su estudio, más sugestiva y coherente se muestra, más inquietante y emotiva»27. En opinión de José María Parreño, coeditor con Emilio Sola del Diálogo de los mártires de Argel, «la prosa de [la obra] es el castellano limpio y entero del Siglo de Oro» (pág. 21). El autor, igual que Cervantes, domina la forma del diálogo y crea la ilusión de la conversación. Es, en suma, una obra histórica ejemplar, verídica y detallada, de amena y provechosa lectura.

Ya sabemos, y es universalmente aceptado por todos los que estudian la obra hoy día, que el abad Diego de Haedo no fue su autor. Éste describe tan detalladamente la ciudad de Argel que tiene que haber sido un testigo de vista, y Haedo no estuvo allí nunca28. Aquí comienzan los misterios y contradicciones de esta obra contradictoria y misteriosísima. Hubo un segundo Diego de Haedo, éste (según la portada) arzobispo de Palermo, presidente y capitán general del reino de Sicilia29. El primer Diego de Haedo le dedica el libro, y en su carta dedicatoria, relata cómo los escritos fueron compuestos por el segundo Diego de Haedo, «siendo informado de Christianos Cautivos, especialmente de los que se contienen en los Diálogos, que estuvieron muchos años en Argel». Los «borrones», dice Diego de Haedo 1, «los entregamos» a Diego de Haedo 2 en Palermo, «estando yo en su servicio». Lo que ha hecho Diego de Haedo 1, con trabajo y diligencia según nos especifica, fue dar a estos borrones «la última forma y esencia», sin la cual «no se podían imprimir, ni sacar a luz... Y pues son de V.S.I. se los vuelvo y ofrezco para que sean recibidos y estimados como el mucho valor del autor merece» (I, 10-11). Dicho sea de paso, la dedicatoria que incluye estas líneas no sólo es tan problemática como los prólogos a Don Quijote y a las Novelas ejemplares, casos únicos en la literatura del Siglo de Oro, sino que es también completamente cervantina en su lenguaje y enfoque.

Poniendo estas contradictorias palabras en claro en lo posible, Diego de Haedo 1 nos comunica en la dedicatoria que no fue el autor de la obra, y su papel se limitó, en su propia descripción, a dar a la obra su «última forma y esencia». Diego de Haedo 2, de quien la obra «es», la recibió «entregada» y «en borrón», siendo informado de cristianos cautivos. Repito: Diego de Haedo 1, cuyo nombre aparece en la portada, dio a la obra sólo la «última forma». Diego de Haedo 2 la recibió en borrador. Ninguno de los dos la escribió. Se trata, en realidad, de un escrito anónimo.

Luis Astrana Marín, George Camamis, Emilio Sola y Mohammed Mounir Salah atribuyen la obra al doctor Antonio de Sosa, sacerdote benedictino cautivo con Cervantes, y amigo suyo. Sosa es el único que participa en cada uno de los tres diálogos de la obra. Natural de Córdoba30, ciudad con la cual Cervantes tenía muchos vínculos familiares, nos es desconocido a no ser por lo que dice la obra misma, por su testimonio en la «Información de Argel», un conjunto documental que Cervantes reunió31, por un Memorial en latín que los cautivos enviaron al Papa, a Felipe II y a otros príncipes cristianos32 y por unos pocos documentos33. Aun sin otros datos que estas fuentes, la amistad entre Cervantes y Sosa es una de las más extensas y mejor documentadas de todas las suyas. Cervantes, recordemos, era un autor que valoraba en mucho la amistad. Pero su amistad con Sosa no ha recibido el examen que requiere. No se ha tenido en cuenta la tesis de estos eruditos: que un amigo íntimo de Cervantes escribió una obra histórica sobre Argel.

Estos eruditos atribuyen la obra de Haedo a Antonio de Sosa por la cantidad de información sobre Cervantes que contiene. Sólo pudo haberla escrito un buen amigo suyo, afirman. Repito: por la información sobre Cervantes que la obra contiene, la atribuyen a Sosa, amigo y compañero suyo. Que Cervantes puede haber sido su autor también que sea otro posible autor, al parecer ni ha sido considerado.

Así que tenemos dos posibles autores, y sólo dos, de esta obra anónima publicada por Haedo: Antonio de Sosa y Miguel de Cervantes. Sea cual sea el que escojamos, nos queda el mismo problema: la publicación de la obra por Haedo bajo su propio nombre. Haedo no sólo le dio unos retoques, sino que publicó como suyo, al parecer a sabiendas, una obra escrita por otro. La obra apareció con un nombre de autor falso. Es un hecho en que están conformes todos los que han examinado la obra en este siglo. Así que el no publicarla Cervantes con su nombre no es un argumento en contra de ser Cervantes su autor, pues el problema es el mismo con Sosa. (¿Por qué no la publicó Sosa con su nombre? O si Sosa había fallecido, algo que no nos consta, ¿por qué no honró Haedo la portada con el nombre de Sosa?) Se trata de una obra no publicada por su autor. Pero no es un caso como el de las poesías de Francisco de la Torre, publicadas por Quevedo, aunque con el nombre correcto del autor en la portada (que alguno ha tomado como un truco de Quevedo34). Si fuera sin el consentimiento del autor verdadero, se trataría de un caso de fraude.

Pero la explicación puede ser más inocente: que Cervantes permitió o aun buscó a una persona que se encargara de firmar la obra. Sería, entonces, un caso más parecido al de la Nueva filosofía de la vida del hombre de Doña Oliva Sabuco de Nantes, nombre empleado por su padre para sus escritos35. Una posible pista para llegar a una explicación del hecho puede hallarse en las circunstancias de publicación de la obra. Apareció en 1612, un año antes de las Novelas ejemplares, pero lleva aprobación de Valladolid en 1604 (donde consta que Cervantes, pero no Sosa, estaba), y otra aprobación de 1608 del historiador real Antonio de Herrera (vinculado no con Sosa sino con Cervantes, pues fue quien le encargó la Relación de las fiestas ya aludida36). Una demora de siete años en publicar la obra sugiere un problema de finanzas: una obra de mercado limitado. ¿Cuántos comprarían una topografía e historia de Argel, y más, enfocada en la Argel de hacía veinticinco años, en la que el estado de guerra había desaparecido?37 La historia, igual que hoy, se vendía poco. No hubo, naturalmente, segunda edición del libro de Haedo.

El nombre de Cervantes, en 1604, pudo haber sido un inconveniente para el editor. Cervantes era entonces desconocido fuera de pequeños círculos literarios. La fama que comenzó a llegarle, en 1605 precisamente, era como autor festivo (cómico). El poner el nombre de un clérigo en la portada, el nombre de Haedo, puede haber sido una manera de facilitar su publicación. Puede haber sido con el consentimiento de Cervantes, dispuesto a permitir que la obra se imprimiera sin su nombre, asegurando con la multiplicidad de ejemplares su supervivencia, en vez de peligrar en un solo manuscrito. Claro que el estilo cervantino (en mi opinión) de la dedicatoria de Diego de Haedo a Diego de Haedo también es un dato. (¿Verdad que esto parece un juego?)

Así que «si es cervantina, ¿por qué no la publicó Cervantes con su nombre?» parece ser una pregunta válida, pero analizada, no la es. Su autor, sea quien fuere, la publicó o permitió que se publicara sin su nombre. O si la obra es de Sosa, y éste había fallecido, Haedo calló a sabiendas su nombre. Porque la obra está allí, con un nombre falso de autor en la portada. Elogia calurosamente a Cervantes y todos la atribuyen hoy a un íntimo amigo suyo. Uno de estos dos, Cervantes o su amigo Sosa, fue el autor de esta obra publicada por Haedo.

Ahora bien: la obra ¿la escribió Cervantes o Sosa? Sosa, que según su apellido sería portugués, es un candidato difícil de rechazar, pues es un desconocido. Si fue el autor, ésta es su única obra conocida. Los únicos otros textos relacionados con él son su testimonio, lleno de elogios de Cervantes, que forma parte de la «Información de Argel»38, y el Memorial en latín ya citado. Y hay una escueta mención de «dos cavalleros Sosas portugueses» en la jornada final de Los tratos de Argel. Es un vacío.

Dado este anonimato en que vive Sosa, el misterio que le rodea, no hay datos con que rechazar su candidatura, aunque me parece cuestionable que un portugués escribiera un castellano tan bello y puro como el de los textos publicados por Haedo. Pero tampoco hay motivo alguno para rechazar la de un hombre sobre el cual abundan los datos: Miguel de Cervantes.

A mí me parece más lógico en un principio que un escritor de categoría escribiera una obra anónima, pero muy buena, que el que lo hiciera un desconocido. El escritor, ya sabemos que podía escribir. En el caso de Sosa no lo sabemos, y como no nos ha dejado ni una línea en castellano aparte de este escrito atribuido, me permito dudarlo.

El único argumento en favor de la autoría de Sosa es la erudición del libro, sobre todo en el «Diálogo de la captividad»39. Están nombrados, algunas veces con precisión, autores latinos no traducidos al castellano. No consta que Cervantes leyera el latín. Pero hay una explicación sencilla de esta erudición. ¿De dónde la pudo obtener Cervantes? De su buen amigo el doctor Antonio de Sosa, con quien hablaba a menudo durante casi cuatro años40, y en cuya boca coloca esta sabiduría.

Dicho esto, hay extensos y variados paralelos entre las actitudes y pareceres de Cervantes y las del autor de la Topografía de Argel. Algunos de ellos han sido comentados ya por los que atribuyen la obra a Sosa. Repito: los que atribuyen la obra a Sosa, comentan su parecido con las obras de Cervantes. Incluso los paralelos son tan cercanos que le dejan a Parreño «sumido en la perplejidad»41.

Conviene recordar la importancia para Cervantes de su experiencia argelina. Aquellos años constituyen lo que Alonso Zamora Vicente describió como «un hecho primordial en la vida de Cervantes», que la divide «en dos mitades»42. Según Juan Goytisolo, están en «el núcleo central de la gran invención literaria»: «Cervantes elaboró su compleja y admirable visión de España durante su prisión en tierras africanas»43. Vivió cinco años como cautivo, desde los veintiocho hasta los treinta y tres años. Nunca tuvo la vuelta segura, y en algunos momentos pensó que moriría en tierra de moros. Organizó fracasados intentos de fuga. Se salvó de ser llevado a Constantinopla en el último momento: rescatado porque el dinero no alcanzó para otra persona que interesó más a los frailes rescatadores44. La historia de su experiencia argelina era enormemente novelesca, mejor que cualquier mentiroso libro de caballerías.

El tema de Argel está, entonces, muy presente en la obra cervantina. Astrana Marín lo califica de «recuerdo fijo» (II, 465, n. 1). Mientras la obra publicada por Haedo incorpora el cautiverio en la historia por primera vez, es Cervantes quien lo incorpora por primera vez en la literatura45. La «Historia del cautivo», en la Primera Parte de Don Quijote, ofrece una alternativa a la lectura de los libros de caballerías46. Ha sido descrita como el núcleo del Quijote, su parte más primitiva, el «Ur-Quijote»47. El tema figura también en las Novelas ejemplares («El amante liberal» y «La española inglesa»), en cuatro de sus comedias y en Persiles (libro III, capítulo X)48. He sugerido en otra comunicación que Cervantes volvió de Argel con ganas de escribir, de ser escritor, y que La Galatea, un estudio del amor, es en parte una respuesta a la lascivia abusiva que triunfaba en aquel nido de piratas49.

La presentación de Argel en la obra publicada por Haedo es completamente conforme con el Argel de la «Historia del Cautivo» de Cervantes. Allí, dicen los dos textos, se oían todas las lenguas, en una ciudad regida por renegados a veces muy crueles50. Cuando en la obra de Haedo se habla de los martirios y de los intentos de fuga, respuestas a las crueldades, arbitrariedades y bestialidades cometidas en Argel, sobre todo por estos renegados, es completamente conforme con lo que dice Cervantes en sus obras firmadas51. Incluso la censura del abuso de muchachos cristianos, que Camamis (págs. 78-79) señala como una manía de la obra publicada por Haedo, aparece lo que no es el caso de otros autores52 como tema importante en Los tratos de Argel, y no falta en Don Quijote53. Incluso el interés cervantino en las palabras, en la lengua, hallamos en la obra publicada por Haedo54. Es también completamente coherente con la conciencia religiosa de Cervantes la ausencia de milagros, en medio de tantos martirios. La única alusión a un milagro en la martiriología publicada por Haedo, una paloma que «desde el lugar de su gloriosa muerte subía al cielo», está introducida con estas palabras tan cervantinas: «Dicen algunos no lo afirmo»55.

Los paralelos entre el tratamiento cervantino del tema argelino, y el tratamiento en la obra publicada por Haedo, han sido comentados ya. Según Jean Canavaggio, «se ha hecho observar que los episodios que desfilan sobre el tablado [de Los baños de Argel] se corresponden punto por punto con los que refiere el P. Haedo en su conocida Topographía e Historia general de Argel»56. Cervantes no podía aprovechar la Topografía de Argel cuando escribió su Baños, pues su comedia es muy anterior a la publicación de la Topografía.

George Camamis, por su parte, señala paralelos entre la Topografía de Argel y otro drama cervantino, Los tratos de Argel: «En el Diálogo de la captividad y en Los tratos hay una extraordinaria coincidencia en los conceptos filosóficos y jurídicos sobre el origen y la justificación de la esclavitud. Los dos autores expresan la misma añoranza de la Edad de Oro, que no conocía la servidumbre, las mismas ideas sobre el cautiverio como resultado de la conmutación de la pena de muerte aplicable al vencido en la guerra y sobre el cautivo como un ser jurídicamente muerto durante su período de cautividad»57.

¿Cervantes autor de una obra histórica? Es más que verosímil. Cervantes se apasionaba con la historia y leía obras históricas, como la Crónica de Juan II, por citar un buen ejemplo58. Según vemos en Don Quijote y he comentado en otra parte, entendía algo del método histórico59. Consta documentalmente, como ya he dicho, que redactó una Relación de las fiestas celebradas en 1605 por el nacimiento del futuro Felipe IV. En la Primera Parte de Don Quijote el valor de la historia verídica se señala repetidamente. El sabio canónigo toledano recomienda lecturas históricas a don Quijote. El mismo protagonista desea ser sujeto de una historia. El problema principal de los libros de caballerías, según Cervantes, es que eran historias falsas que proclamaban ser fidedignas y engañaban a los lectores60.

Tampoco nos ofende imaginar a Cervantes, preso en Argel, sin biblioteca, ocupando el tiempo y su mente en observar cuidadosamente y en conversar, en apuntar y en escribir. Es la misma actitud de observador y entrevistador que percibimos en «Rinconete y Cortadillo», en el «Coloquio de los perros», en Don Quijote y en otras obras suyas. El señalar que lo contemporáneo es tan importante o impresionante como lo clásico en este caso, que los martirios contemporáneos son tan importantes como los de los primeros cristianos es una actitud que encontramos cuando Cervantes habla de las lenguas modernas o de los autores contemporáneos61.

El autor de la Topografía de Argel presenta un solo caso de un cautivo todavía vivo: el de Miguel de Cervantes. No sólo distingue a Cervantes como el único vivo merecedor de la atención del lector, se deshace en elogiar su heroísmo y valentía. De la misma manera en que el Cautivo del Quijote sugiere que de los hechos de «un español llamado tal de Saavedra» se podría componer una historia muy superior a la suya, el autor de la Topografía de Argel observa que «del cautiverio y hazañas de Miguel de Cervantes se podría hacer una particular historia»62. Cervantes fue quien organizó a los cautivos, preparó su fuga y los mantuvo en un refugio secreto durante siete meses. Cuando el plan se deshizo, aceptó con no vista valentía toda la responsabilidad del asunto. En palabras de Camamis (pág. 121), para el autor de la Topografía de Argel, quien según Camamis era Sosa, Cervantes «representaba..., en una persona viva, el espíritu de todos los mártires de Argel».

El elogio de Cervantes, sobre todo el colocado en boca de otro («la alabanza propia envilece», observa don Quijote en el capítulo I, 16), suena a cervantino. Según Nicolás Marín, «No hay ocasión en que Cervantes no se elogie, bien que excusándose por salir de los límites de su natural modestia; tantas veces ocurre esto que no es posible verla nunca ni creer en ella»63. Es Cervantes quien se llama, negándolo, el regocijo de las musas. (En el prólogo al Persiles un caminante le califica así, descripción que, ya pronunciada, el personaje «Cervantes» rechaza.) Según los propios amigos de Cervantes, nos comunica él mismo en la dedicatoria de la Segunda Parte de Don Quijote, el Persiles llegaría «al extremo de bondad posible». Sansón Carrasco nos informa que Don Quijote se vendía mucho (capítulo II, 2). La aprobación de Márquez Torres para la Segunda Parte de Don Quijote, de posible autoría cervantina en opinión de varios64, «toca los límites del lisonjero elogio» en sus propias palabras, y según un mensajero, había entusiasmo por Don Quijote y Cervantes hasta en la China65. El certificado de buena conducta de Cervantes en Argel, firmada por el trinitario Juan Gil, está en la mano de Cervantes66. Una obra que elogia a Cervantes, no tiene que ser cervantina. Pero quien ensalzaba más y más veces a Cervantes era el mismo Cervantes67.

Los paralelos no han acabado. Tanto la Topografía de Argel como Don Quijote elogian los libros, «en términos muy parecidos», según Parreño (pág. 21). «Resulta curiosa la concordancia obvia entre el capítulo 38 [de la Primera Parte del Quijote] sobre las armas y las letras y el asunto similar desarrollado en el Diálogo segundo de la Topografía» (Salah, pág. 65). Consta también que el diálogo, usado en la obra publicada por Haedo, es una forma que Cervantes cultivó. No sólo el «Coloquio de los perros», sino Don Quijote es una obra de diálogo68.

La obra publicada por Haedo está orientada, al menos en principio, a informar a los españoles con vistas a un posible ataque, a una limpia de un nido de piratas. El autor comenta cuidadosamente las fortificaciones argelinas. Según Emilio Sola, el autor de la Topografía de Argel ofrece una «minuciosa descripción de todo aquello que pudiera tener importancia militar»69. Esta descripción ¿mejor la podría hacer un militar, Cervantes, o un benedictino, Sosa?

Encontramos también en las obras de Cervantes una crítica a la política exterior de Felipe II y una llamada a una campaña contra Argel. En la «Historia del cautivo», el soldado narrador describe al Turco como «el enemigo común»70. En Los tratos de Argel de Cervantes, también se presenta la necesidad de una campaña contra Argel, un pasaje aprovechado por Adolfo de Castro en su falsa «Epístola a Mateo Vázquez»71. La frustración de esta campaña por la muerte de Don Juan de Austria y por «la cerviz indómita y erguida del luterano Flandes»72, provoca una horrible y repetida mofa de los muchachos callejeros argelinos, en Los tratos de Argel: «¡Don Juan no venir! ¡Acá morir!»

El tema de la libertad es central a la Topografía de Argel: el «Diálogo de la captividad» no trata de otra cosa. En las palabras del poeta Luis Rosales, autor de un estudio de dos tomos sobre el tema, «la libertad es el eje mismo del pensamiento cervantino»73. O como dijo don Quijote, «la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos»74.

Todos estos paralelos no pueden explicarse por una lectura cervantina de una obra de Sosa (y es curioso, como ha señalado Sola75, que Cervantes no la menciona nunca). Menos por un influjo cervantino sobre Sosa. Antes de recurrir a explicaciones rebuscadas e insólitas, simplemente hacemos constar: no se ha sugerido nunca, en toda la historia de los estudios cervantinos, a ninguna posible fuente de Cervantes con tantos y tan cercanos paralelos de expresión y pensamiento, ni a ningún amigo con quien haya coincidido en tantos pareceres.

No, tenemos que tomar una decisión. El autor de la Topografía de Argel desconfiaba de milagros y estaba, como Cervantes76, obsesionado por la verdad. Le ofendió hasta los tuétanos lo que había presenciado en Argel, a lo que no volvió la cara. Se interesaba por las costumbres sexuales, incluidas las prohibidas en España, y por las cuestiones religiosas. Su obra ha sido calificada de sugestiva, coherente, inquietante, emotiva, bien escrita y legible para una sensibilidad actual77. El autor tal de una obra tal, ¿es el gran Miguel de Cervantes, autor de Don Quijote, o es el sabio, pero callado, sacerdote Antonio de Sosa, del que no conocemos ninguna obra, aparte de ésta que algunos quieren atribuirle? Porque tiene que ser de uno de los dos. Esto ya está demostrado en el libro de Camamis.

El aceptar la Topografía de Argel como cervantina, aceptación que me parece inevitable, conlleva algunas consecuencias. Una consecuencia menor es el naufragio de un sueño mío, una edición que recogiera (cosa hasta ahora inexistente) todos los textos que han sido atribuidos a Cervantes y que tienen, en opinión del editor, al menos una posibilidad de ser genuinas. Son ya demasiado numerosas, y demasiado extensas. Existe la posibilidad, algún día, de una edición digital. Nuevas ediciones del «Diálogo de la captividad» y del «Diálogo de los morabutos», o de toda la obra, hacen mucha falta, y representarían un adelanto.

La Topografía de Argel nos brinda información abundante sobre los pareceres religiosos de Cervantes, tan confusos para los críticos78. Pero también tenemos que reconocer que su valor como documentación de la experiencia argelina de Cervantes se rebaja mucho. Los elogios de Cervantes contenidos en la obra no representan los juicios de un observador independiente, como se ha pensado desde 1612 hasta la fecha, sino otro ejemplo del aludido afán autoelogiador de Miguel de Cervantes79. Y la presentación que hace de sí mismo es difícil de creer del todo. Que cometiera actos heroicos no extraña80. Cervantes, igual que su personaje Don Quijote, aspiraba al heroísmo, acaso hasta al martirio. Querían ganar renombre y subir al caballeresco templo de la fama81. Actos temerarios, autosacrificio, todo ello es posible. Pero que pudo haber hecho lo que hizo en Argel, y sobrevivir, incluso sin ningún castigo de las autoridades, que él mismo señala como arbitrarias y crueles, a mí no me convence. Muchos, por mucho menos, perdieron la oreja, las narices o la vida. El verídico historiador, hablando de sí mismo, como mínimo no nos ha contado toda la verdad82.

Otra perspectiva sobre Cervantes que la obra ofrece, para acabar, es la inestabilidad mental del autor. Según Sola, «rozó la locura en su cautiverio argelino» y era «maniático u obseso en ocasiones»83. Esto para mí no es una tacha muy negra. Escribir cualquier libro es una forma de locura (y yo he escrito varios). Los hombres y mujeres normales y felices no escriben las grandes obras. Cervantes fue el autor de la historia de un loco, un gran loco84.

Ésta, pues, es mi tesis: que la Topografía de Argel publicada por Diego de Haedo (Diego de Haedo 1) fue escrita por Miguel de Cervantes. Si no os convenzo, al menos os ofrezco una posibilidad. Espero que me agradezcáis el que me haya atrevido a hacerlo85.





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