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H.-D. de Grammont, Histoire d'Alger sous la domination turque (1515-1830) (París, 1887), pág. ix.



 

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«Los casos citados..., por muy horribles que sean, son auténticos y no pueden ser puestos en tela de juicio» (Salah, pág. 228).

Ellen G. Friedman, Spanish Captives in North Africa in the Early Modern Age (Madison: University of Wisconsin Press, 1983), ha estudiado las descripciones físicas, generalmente completas, de los cautivos rescatados. Comenta, pág. 74, que «sólo en pocos casos hay una indicación clara de daño causado por la brutalidad de los dueños». Pero no comenta, naturalmente, los cautivos no rescatados, que murieron en Argel.

Adriana Arriagada de Lassel me ha enviado el interesante libro de Moulay Belhamissi, Les captifs algériens et l'Europe chrétienne (Argel: Entreprise Nationale du Livre, 1988). Se trata de un ajuste de cuentas, que documenta en primer lugar la existencia de cautivos musulmanes en la Europa cristiana, empleados sobre todo como galeotes. Arguye también la mayor libertad y mejor tratamiento de que disfrutaban los cautivos argelinos, quienes hasta podían visitar las tabernas (pág. 54). Menciona su libertad de culto y la buena acogida evidenciada en la subida de una serie de cautivos a posiciones de autoridad. Habla de «histeria» (pág. 48) y de una «argelofobia» (pág. 49). Sin embargo, falta una comparación cuantitativa y cronológica entre el cautiverio musulmán y el cristiano. Belhamissi no menciona ni tortura ni ejecuciones públicas en Europa, ni desmiente las narradas por Haedo. (Para Moliner-Violle, traductor de De la captivité à Alger de Haedo, pág. 2, «Cette situation [la triste suerte de los prisioneros cristianos en Argel] est absolument la même que celle qui a été fait à nos prisonniers de guerre, à nos colons tombés, soit à l'époque de la conquête, soit au cours des insurrections, aux mains de fanatiques que la marche de siècles n'a pas changés . . . . Les faits qu'il cite, quelque horribles qu'ils soient, ne sauraient être mis en doute, car, de nos jours, nous avons été temoins d'actes aussi barbares, aussi monstrueux».) Tampoco comenta Belhamissi el uso sexual de los cautivos, tema importante para Haedo. Cuando califica el baño de «escuela de camaradería» (pág. 50), uno se pregunta si los presos en los baños tendrían la misma opinión favorable.

La explicación que salva la honra de los argelinos es que, según Haedo, los peores abusos son atribuibles a los renegados, que eran los gobernadores y autoridades de Argel. «En Sosa la figura del renegado cruel se repetirá hasta el tópico» (Parreño, «Experiencia y literatura» -véase nota 9, supra-, pág. 15). La crueldad que comenta no se deriva de los argelinos indígenas, ni consta que la piratería argelina fuera anterior a la llegada de renegados de la Europa cristiana.



 

22

Camamis, pág. 86.



 

23

Hess, pág. 196.



 

24

Ejemplo de uno de los «raros» errores del autor es el fechar la conquista del peñón de Argel por Barbarroja en 1530 en vez de 1529 (Sola, «Renacimiento, contrarreforma y problema morisco», pág. 33).

Grammont le critica, no por sus observaciones, sino por sus interpretaciones de la política de los gobernadores argelinos (Histoire d'Alger, pág. 86, n. 1). Grammont también afirma (pág. 51) que los argelinos no eran más crueles que los españoles. En cambio, Sola señala la pericia política del autor de la Topografía de Argel: «Antonio de Sosa: un clásico inédito amigo de Cervantes (historia y literatura)», págs. 411-12.



 

25

«Renacimiento, contrarreforma y problema morisco», pág. 32.



 

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«Apoyándome en un estudio realizado por Adrien Berbrugger expondré las pruebas presentadas por este historiador que confrontó el relato narrado por el Dr. Sosa con el descubrimiento de los restos de un mártir hallados por una comisión mixta francesa el 27 de diciembre de 1853. La comparación hecha por dicho historiador entre los hechos relatados en el Diálogo de los mártires y la realidad histórica, así como los restos humanos hallados demuestra la veracidad de la narración del Dr. Sosa. Hay ocho pruebas que permiten hacer tal afirmación...» (Salah, pág. 238). Le agradezco a Salah una fotocopia del estudio de Berbrugger (Gerónimo, le martyr du Fort des 24 heures à Alger [Argel, 1860]), inexistente en los EE. UU., y otra de una separata no identificada sobre el mismo episodio, de Abdelkadir Noureddine, «Un épisode de l'histoire de l'ancien Alger (Histoire de Gé ronimo)» (Argel, 1968), págs. 391-99.



 

27

Sola, «Miguel de Cervantes, Antonio de Sosa y África», págs. 618-19.



 

28

Véase Camamis, pág. 140. Salah, pág. 276, cita un escrito francés que afirma una estancia argelina de Haedo, pero dicho escrito no se basa sino en una lectura del libro publicado, y no es un testimonio independiente.



 

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Los dos Diegos de Haedo se encuentran mencionados en el Cautiverio y trabajos de Diego Galán, publicado por primera vez por la Sociedad de Bibliófilos Españoles en 1913. Se trata de una relación de cautivo, presentada, como la «Historia del cautivo» del Quijote, en forma autobiográfica. Es «de una belleza innegable», «una lectura fácil y entretenida y de gran eficacia en los largos pasajes descriptivos», según Camamis, pág. 209. Galán, quien tiene una voluntad literaria y se refiere a Felipe IV un par de veces (Galán, págs. 65 y 100), así haciendo imposible una autoría cervantina, a veces se expresa «de manera idéntica» a Cervantes (Camamis, pág. 221). La imposibilidad de que un muchacho que había abandonado los estudios a los catorce años escribiera una obra tan atractiva y cuidadosa es comentada por el mismo erudito (Camamis, pág. 227). Tiene paralelos estilísticos con el Persiles de Cervantes. Galán no sólo conocía la obra de Haedo, sino que lo «estudió a fondo» (Camamis, pág. 215 y pág. 220 n. 30). Y es Galán el único que menciona los dos Diegos de Haedo. Visitó a Diego de Haedo (Diego de Haedo 1) en Palermo, donde encontró un sobrino castellano del mismo nombre. Pero este sobrino, también Diego de Haedo, acompañó a Diego Galán en su viaje desde Sicilia a España (Galán, págs. 419, 424, 426 y 431), y «después casó en Orgaz con una señora rica y muy cristiana vieja» (Galán, págs. 391-92).

Sobre Galán, véase Margarita Levisi, «Las aventuras de Diego Galán», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, 65 (1989), 109-37.



 
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