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No es necesario creer con Américo Castro (p. 97) que Cervantes olvida estas palabras o cambia de parecer, pues Cenotia bien puede mentir.

 

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«Volvió la Cenotia la cabeza, vio el mortal golpe que había hecho la flecha, temió la segunda, y sin aprovecharse de lo mucho que con su ciencia se prometía, llena de confusión y de miedo, tropezando aquí y cayendo allí, salió del aposento, con intención de vengarse del cruel y desamorado mozo» (II, 8, pp. 203-4).

 

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En el Coloquio de los perros la pareja que maneja la Cañizares es bruja/hechicera.

 

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Frente a la clasificación de Amezúa, Cenotia insinúa una relación con el demonio en las hechiceras (aunque, quizá, no consciente), pero sobre todo éstas son ignorantes, y admite que las magas pueden ejercer su poder para el bien o el mal, lo que Amezúa ha atribuido a las hechiceras.

 

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Es interesante constatar que a pesar de la vinculación que establece la Camacha, en el proceso, con la hechicería morisca, y también con la cristiana, Cervantes en su novela no realiza ninguna indicación sobre moriscos o judíos, bien porque la hechicera de Montilla es cristiana vieja, como ella misma confiesa en el proceso, bien porque ya hay un episodio, posterior, que recoge las críticas comunes a los moriscos. En cualquier caso resulta significativo que el texto cervantino que se inspira en hechos reales olvide la conexión morisca. Sin duda hay que tener en cuenta que las intenciones de Cervantes son distintas en el Coloquio y en el Persiles. Álvaro Huerga, «El proceso inquisitorial contra la Camacha», en Cervantes, su obra y su mundo, pp. 453-62.

 

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Su gran poder (oscurecer el día, «temblar la tierra, pelear los vientos, alterarse el mar, encontrarse los montes, bramar las fieras», p. 201) todo es palabrería para acelerar el goce carnal. Sus métodos realmente ejercidos son de baja calidad.

 

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Cervantes alude a un procedimiento habitual (v. Menéndez Pelayo, p. 255). Pedro Ciruelo habla de estas hechiceras en su Reprouacion de las supersticiones y hechizerias -introducción y edición de Alva V. Ebersole (Valencia: Albatros Hispanófila, 1978), III, 5, «De los aojamientos y de otros maleficios», pp. 94 y 96. Sus hechicerías sirven, entre otras cosas: «para tollir o baldar a otro de algun braço o pierna, y avn de todo vn lado o de todo el cuerpo: o para le hazer caer en alguna grande enfermedad (...) Todos estos maleficios allende que son pecados contra la charidad: que los hombres se deuen amar vnos a otros: son contra la ley de natura: que dize: que no deue el hombre hazer contra su proximo lo que no querria que el otro hiziesse contra el: son tambien pecados de manifiestas supersticiones y obras diabolicas. Porque las cosas que estos hazen no tienen virtud natural para causar aquellos daños en los hombres: ni los hazen por virtud diuina: queda luego que los haze el diablo por complazer a sus amigos y seruidores los nigromanticos y hechizeros. Haze el demonio aquellos males trayendo inuisiblemente cosas ponçoñosas y contrarias a la complexion de aquel a quien quiere dañar: que con solo el olor o vapor dellas altera y corrompe los humores: y causa enfermedad en la carne y en los neruios de tal manera que los sabios medicos apenas saben conocer que mal es y como se ha de curar. Desta manera leemos que el diablo con permision de Dios daño y llago inuisiblemente al santo Job en todo su cuerpo (...) Y quando con estas hechizerias sanan los hombres, o las bestias: es por secreta operacion del diablo que quita de alli las cosas ponçoñosas con que le hizo adolecer». Véase también Luis S. Granjel, Aspectos médicos de la literatura antisupersticiosa (...), especialmente pp. 7-20.

 

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Pedro Antonio Iofren, comentarista de Pedro Ciruelo, recoge en su clasificación a las «bruxas» «que hazen mal, y le curan», como las dos hechiceras del Persiles, aunque otras «dañan y hazen mal, y no pueden sanar el mal que causan» (citamos por Luis S. Granjel, p. 31, n.75).

 

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Una vez que Antonio cae enfermo Policarpo acude «a su consejera Cenotia, y le rogó procurase algún remedio a la enfermedad de Antonio, la cual por no conocerla los médicos, ellos no sabían hallarle. Ella le dio buenas esperanzas (...)» (II, 9, p. 206).

 

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Incluso en este papel de consejera y «archivo de tus secretos», como le dice a Policarpo, parece ejercer de hechicera, como sugiere el narrador, jugando con los hechizos y los celos: «Estaba escuchando Policarpo atentísimamente a la maliciosa Cenotia, que con cada palabra que le decía le atravesaba como si fuera con agudos clavos el corazón» (II, 11, p. 220). En toda la historia queda patente el poder verbal y elocuente de Cenotia sobre Policarpo. Cenotia es primero hechicera y luego consejera política. En los dos casos se trata de su persuasión, y también de su prestigio, pero el narrador no se extiende en éste y subraya la mala influencia que ejerce sobre el rey y el país.