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In Schevill's monograph about the wide influence of the Aeneid on Persiles y Sigismunda, he does not mention the common element of speeches beyond this observation: «While Periandro is on the island he is asked to tell the history of his experiences and wanderings, which he does to a listening audience just as does Aeneas (Aeneid, bks. II and III); Sinforosa especially hangs on his lips during his narrative» (502-03).

 

52

Weiger traces the praying gestures of Persiles y Sigismunda to the same tradition as Vergil's Aeneid (285-88).

 

53

There is one exception. In III, 1 Persiles finds reason to take up arms against Turkish pirates on the attack: «Muchas veces, y quizá algunas no en vano, dispararon Antonio y Periandro las escopetas». Persiles's action here testifies to the fact that although persuasion is better than coercion in looking out for the human good, it is not always possible. A fundamental condition for persuasion is that the interlocutors be disposed towards the speeches. Here, clearly, the pirates are not amenable to persuasion.

 

54

Prior to his American trip, Mann had left Germany to live in Zurich, to avoid what might have been unpleasant repercussions resulting from his antifascistic sentiments. His journey to America is an extension of his voluntary exile from his homeland.

 

55

That it was Tieck’s translation is found in Nelson, p. 49.

 

56

While there have been numerous commentaries on this essay of Mann’s, none have linked the role that exile plays in this essay with Cervantes’ Don Quixote and Nietzsche’s Thus Spoke Zarathustra. For other commentaries on this essay, see Barbera, Remak, Bell, Picart, Paz, Bertrand, and Hayman.

 

57

Las páginas en esta cita del texto y en todas las que siguen se refieren al primer volumen de la edición de Rico.

 

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Un testimonio de esta atribución contemporáneo de Cervantes se encuentra en la Primera parte de la historia general de Santo Domingo y su Orden de Predicadores, de Fr. Hernán de Castillo, publicada en Valencia en 1587: «Estando [Santo Domingo] en la ciudad de Albi, predicando como solía con aquel espíritu y celo de las almas, y viendo la sequedad de los oyentes, la poca enmienda de los pecadores, tomaba por consuelo dar sus quejas a la soberana Reina del cielo, lamentándose mucho en la oración de la pertinacia de aquella gente, y de la dureza de sus corazones, que a sabiendas los tapiaban, porque no les entrase la luz. Fue servida la Reina de misericordia, de consolar a su siervo en esta aflicción, y apareciéndole un día le dijo: '... haz que se fije en la memoria desta gente, los misterios grandes de la encarnación, vida, y muerte de mi hijo; y de los beneficios que con su pasión hizo al mundo; y que en agradecimiento desto no les caigan del pensamiento ni del corazón, ni de la boca las alabanzas y loores divinos y la oración, y verás el provecho que se sigue'. Y así le informó la sagrada virgen de lo que había de hacer y le confirmó en la santa devoción de su salterio y rosario para que la enseñase y predicase a todos como solía hacerlo. De lo cual no fue pequeño el fruto que en el discurso del tiempo se vio» (Castillo 24). En un artículo de 1957, Miguel Bordoy Cerdá da una curiosa versión de la manera en que Cervantes llegó a conocer lo que parece haber sido una edición anterior del libro de Castillo: «Cierto día paseó nuestro Miguel por el rastro de Sevilla, la tierra de María Santísima, y se fija en un libro apergaminado y viejo, que adquiere por 30 reales. Se trataba de la Historia de Santo Domingo, fundador del Rosario, escrito por el maestro Fray Hernando del Castillo -Madrid, 1584-. Este libro constituyó una novedad para el Caballero de la Virgen, ya que esta biografía de Santo Domingo estaba plagada de leyendas, visiones, milagros; y soñador perpetuo piensa evangelizar paganos y redimir cautivos. Cervantes debió, sin duda alguna, leer con fruición esta joya, que le recordó la batalla de Lepanto, la fiesta de Nuestra Señora del Rosario y las penalidades sufridas en Argel» (329).

 

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«In 1571 Christendom's victory over the Turks at Lepanto was also attributed to the efficacy of the rosary, and a festival was instituted in thankfulness by the Dominican Pope, Pius V —though, oddly enough, the title Feast of the Rosary was supplied only by a successor of his, to replace Pius's Feast of Our Lady of Victory. The festival is now generally celebrated not on the anniversary of the battle (7 October), but on the first Sunday in October» (Wilkins 42).

 

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Aunque otras armas fueron mas efectivas, según Benedict Anderson, quien escribe que «the extermination of the Albigensians across the broad zone between the Pyrenees and the Southern Alps, [was] instigated by Innocent III, one of the guiltier in a long line of guilty popes» (200).