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81

Giannina Braschi. «Cinco personajes fugaces en el camino de don Quijote», CHA, n. 328 (Oct., 1977), 108-111.

 

82

Cifras que hemos verificado gracias a MonoConc, útil programa de concordancias. Ya anteriormente Eduardo Urbina («El concepto de admiratio y lo grotesco en el Quijote», Cervantes, 9 (Spring, 1989), 17-33) había anotado el número de doscientos sólo para «admiración» y sus variantes.

 

83

Alfonso López Quintás. «La obra literaria como campo de juego», en Análisis estético de obras literarias, (Madrid: Narcea, S. A. De Ediciones, 1982), p. 21-27.

 

84

Juan B. Avalle-Arce. «Directrices del prólogo de 1605», en Don Quijote como forma de vida, (Madrid: Fundación Juan March/Editorial Castalia, 1976), p. 32-33.

 

85

Véase a este respecto: «Una especial "novela de personaje", en Félix Martínez Bonati: El «Quijote» y la poética de la novela, (Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1995), p. 132-135.

 

86

Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla (I, Prólogo).

 

87

«Epístola quinta. De la fábula». Edición de Alfredo Carballo Picazo, (Madrid: CSIC, 1973), Tomo II, p. 56-61.

 

88

José Ángel Valente, «Las mil y unas noches o la narración como supervivencia». Diario ABC, 6 de febrero de 988, 3ª página.

 

89

Ver Helena Percas de Ponseti. Cervantes y su concepto del arte, (Madrid: Gredos, 1975), II, p. 398-399. Percas considera que para Cervantes el mono ocupa el grado ínfimo en la escala animal, y cita unas palabras de E. Curtius («El mono como metáfora», en Literatura europea y Edad Media latina, [México: Fondo de Cultura Económica, 1955], II, p. 750-752) muy significativas para el texto que comentamos: «Simia puede aplicarse a personas, o bien a cosas abstractas o a artefactos que simulan algo. El mismo mono (simius) se convierte en simia cuando imita al hombre... Cualquiera que imitara algo sin comprenderlo podía, pues, llamarse de ese modo». (Subrayados nuestros). Aparte del excelente tratamiento de la admiración en la novela que hace Edward S. Riley (Teoría de la novela en Cervantes, [Madrid: Taurus, 1971], p. 146-154), un fino estudio sobre la «admiración» y la «risa» en la novela, como reacciones de gran complejidad, disyuntivas o contrapuestas, etc., es el ya citado de Eduardo Urbina: «El concepto de admiratio y lo grotesco en el Quijote». En otro estudio suyo: «Tres aspectos de lo grotesco en el Quijote» (en Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Sebastián Neumeister, ed., [Frankfurt am Main: Vervuert Verlag, 1989], I, p. 676), Urbina piensa que en el presente texto la reacción disyuntiva no es ambivalente sino antitética. En mi opinión, Cervantes sólo se limita a indicar posibles reacciones sin dar juicio alguno sobre las mismas, de acuerdo con la libertad que concediera al lector en el Prólogo de la Primera Parte. No obstante, indirectamente se burla del lector no entendido con esa expresión de risa de jimia, que tanto desconcertó a Clemencín.

 

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Según se desprende de dos conocidos textos. Uno del Persiles: por la mucha risa se descubre el poco entendimiento (Persiles, II, 5), que tanto revela la actitud de los duques de la Segunda Parte. Y otro del Quijote, cuando el caballero advierte a Sancho después de la aventura de los batanes: No niego yo que lo que nos ha sucedido sea cosa digna de risa; pero no es digna de contarse, pues no son todas las personas tan discretas que sepan poner en su punto las cosas (I, 20).