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ArribaAbajo Los trabajos del biógrafo cervantino146

Daniel Eisenberg


Review article of Donald P. McCroy, No ordinary Man. The Life and Times of Miguel de Cervantes



School of Liberal Arts
Excelsior College
Albany, NY
12203 EE.UU.
daniel.eisenberg@bigfoot.com

Para mi vecina, Alicia de Colombí-Monguió

«Lo que necesitamos es una vida de Cervantes escrita con criterio estrictamente científico. Es decir, que año por año -como ya hizo Cotarelo en sus Efemérides cervantinas- diga lo que se sabe, lo que se ha escrito; que analice, juzgue y pondere el valor de los datos y de las deducciones. En una palabra, que sepamos a qué atenernos y que se nos diga qué hay de fantasía y de verdad en el inmenso cúmulo de publicaciones sobre Cervantes. Y todo lo que se descubra o deduzca de nuevo, estudiarlo aparte. Es necesario, sobre todo, proceder con seriedad y no decir nada sin señalar las fuentes bibliográficas; no repetir lo que está trillado o escondido en esta o aquella publicación y hacer historia sucinta de cómo se ha ido descubriendo lo que sabemos de la vida de Cervantes» (Mohedano 376).

Esto hace cincuenta años, y los consejos no han sido atendidos. Todavía «carecemos de una biografía crítica digna de este nombre»147. Cierto, y la falta de esta insigne biografía ya comienza a ser   —236→   lugar común en los estudios cervantinos, tema de «estados de la cuestión», como hace pocos años lo era la falta de una edición crítica148. En el siglo XX, sólo ha habido dos que avanzaron significativamente nuestro conocimiento. La de Fitzmaurice-Kelly, injustamente olvidada, puso en forma narrativa los datos contenidos en los documentos publicados por Pérez Pastor en 1897 y 1902149. Cincuenta años después, Astrana publicó, en siete tomos, La vida ejemplar y heroica de Cervantes, «con mil documentos hasta ahora inéditos y numerosas ilustraciones y grabados de época», como puntualizó el mismo autor. Su título ya da una idea de su orientación, y el subtítulo, del egoísmo de su autor. Y desde Astrana, no ha habido ninguna biografía erudita o cabal, solamente popularizaciones de mayor o menor hondura.

Carecemos, pues, de una biografía crítica. La tarea de elaborarla no es nada apetecedora; por algo no la ha escrito el mismo Canavaggio. Pocas figuras -ninguna, en España- presentan dificultades parecidas. Fuentes no faltan, aunque no son exactamente las que quisiéramos. Apenas existe su epistolario150. Viajó mucho y se mudó con frecuencia; por ello hay que conocer la vida cotidiana y literaria de varias ciudades y países. Apenas hay escritos de sus contemporáneos sobre él; comentarios sueltos de alguna palabra o epíteto aquí y allá, sí, pero los escritos sobre Cervantes que pasan de una página o son hostiles (el prólogo de Avellaneda), o puede   —237→   haberlos escritos el mismo Cervantes151. Tampoco se preocupó ningún amigo en reunir y publicar sus textos inéditos, como hicieron Boscán y Pacheco para Garcilaso y Herrera respectivamente. Textos supuestamente autobiográficos los hay, desde luego. Cervantes fue «autobiógrafo insustituible», en el giro de Astrana (3: 75), pero el Cervantes pintado en ellos no es sino otro de sus personajes152. Y no lo olvidemos: ni la libertad de prensa, ni de expresión ni incluso de pensamiento existieron en aquel supuestamente dorado siglo. Siempre tenemos que leer entre las líneas y meditar los silencios, si pretendemos conocer cómo era el hombre Miguel de Cervantes.

Quien quisiera reconstruir el mundo de una persona desaparecida tiene que leer los libros que éste leyó. Es, por ejemplo, lo que para Coleridge hizo John Livingston Lowes en su clásico The Road to Xanadu. Pero las lecturas de Cervantes eran amplísimas, años enteros sin televisión ni películas, con los libros como su principal diversión, consuelo y amistad. Por consiguiente, ninguno de nosotros puede ni podrá nunca leer todos esos libros153. Ni se puede hacer, con la misma penetración, lo que ha hecho Pedro Ruiz Pérez para Herrera. Este factor por sí solo hace imposible que un biógrafo pueda conocerle a fondo. Sus libros trataron de todo lo divino y humano, y Cervantes, entre las otras muchas cosas que era, fue un investigador. Se creía capaz de escribir sobre «el universo todo» (Don Quijote, II, 44) e investigó el amor y los celos, las hierbas, la magia, la caballería histórica, la historia patria y la historia y teoría literarias. Otras tareas para el biógrafo.

Hay más. Todos suponemos que hay vínculos entre lo que Cervantes vivió y lo que escribió, que -digamos- sus experiencias   —238→   en Argel dieron materia para la «Historia del cautivo» y sus comedias argelinas. Pero nada ni nadie nos dice en cuáles puntos acaba lo verdadero y comienza la ficción. La necesidad de leer la obra entera de Cervantes -tarea imprescindible, en opinión de quien firma, para un biógrafo- ya es en sí un trabajo de mucha envergadura.

La interpretación de las obras cervantinas es campo de Agramante, como acaso diría el mismo caballero manchego154. ¿Don Quijote es un héroe, sin más? ¿La obra se escribió para acabar con los libros de caballerías? ¿Es una obra cómica? ¿Qué simboliza, si es que simboliza algo? ¿Quería Cervantes que Don Quijote y Sancho representaran algo? ¿Cómo saberlo?

Ah, pero hay documentos... ¡Los beneméritos documentos, las piedras de toque, lo escrito, lo atestiguado, el alivio del biógrafo tímido! Cierto, hay muchos documentos. Hay tantos que reunirlos, mucho menos escudriñarlos, es ya en sí un reto. Pero son más escurridizos que lo que se piensa. Hay que prevenirse contra las falsificaciones, como la famosa carta identificada por Rodríguez- Moñino, y los homónimos155. La letra de los documentos suele ser difícil, la «letra procesa» de los notarios, y las discrepancias entre diferentes transcripciones de un mismo documento a veces son alarmantes156.

Algunas veces, es cierto, se escapa de un documento un fragmento de personalidad, de historia, de vida, pero hace falta leer con meditación y cuidado y conocimiento de la época. Cuando el enemigo Blanco de Paz es premiado en Argel con «una moneda de   —239→   oro y una jarra de manteca»157, hay que reconocer en este curiosísimo premio una alusión a la sodomía. Un poder de Miguel a su esposa Catalina, al parecer sin gran interés, es en realidad un convenio de separación158. Elocuente es la carta de su superior Antonio de Guevara a Cervantes comisario, en la cual le dirige que «vuestra merced procure juntar toda la cantidad [de trigo] que pudiere sin rigor y sin tratar de querer sacarlo de quien no tuviere trigo, porque esto no es justo, de manera que se haga sin ningún ruido ni queja, aunque no se junte toda la cantidad» (Astrana 4: 263). Cuando Francisco de Robles compró el privilegio de las Novelas ejemplares, hizo que Cervantes confesara que había recibido «su justo y verdadero precio, y no ha hallado quien más ni otro tanto por ello le dé»159. Es importante saber que se trata de una cláusula no rutinaria, y me proporciona en efecto la imagen de un Cervantes andante de editor en editor, intentando sacar de la venta de sus Novelas una cantidad que según sus contemporáneos, no correspondiera a su valor. Parecida impresión es la hecha por su contrato con el «autor de comedias» Rodrigo Osorio, por el cual éste tiene que abonar cincuenta ducados -no es poco160- por cada una de seis comedias, «paresciendo que es una de las mejores comedias que se han representado en España», y en caso contrario, «no seáis obligado de me pagar por la tal comedia cosa alguna» (Astrana 5: 29-30).

Así que los documentos, entendidos en su contexto, nos proporcionan datos fundamentales, y a veces más que datos161. Pero no exageremos su valor. Los documentos nos informan cuánto cobraba Cervantes como comisario de la Armada, pero nada nos   —240→   dicen de sus motivos para aceptar este empleo. Dejan años enteros como «oscuros», de 1600 a 1604, por ejemplo, cuando aun sin ellos se puede, si se atreve, decir bastante162. Nunca nos dirán si Cervantes comulgaba sinceramente, si había pensado en renegar y quedarse en Argel163, cómo eran sus pensamientos íntimos, qué pensaba de la política de Felipe II, si amaba a su mujer, si creía que «más vale el peor concierto que no el divorcio mejor», como cantan los músicos al final de «El juez de los divorcios».

Vamos a suponer que todas estas dificultades hayan sido vencidas, y ya está en la calle la biografía crítica. Es posible que si está bien hecha, Cervantes resulte ser una persona que nos guste menos. Que aprobara, para citar un asunto ya muy debatido en los estudios cervantinos, el destierro de los moriscos. Que fuera misógino o antisemita. Que pidiera más censura en vez de menos. Que su vida no fuera ni ejemplar ni heroica, ni sirviera de ejemplo de nada. Que fuera «tan mal contentadizo, que todo y todos le enfadan», como escribió Lope en el prólogo del Quijote de «Avellaneda»164.

Y dicha biografía podría recibirse con algo menos que aplauso general. Igual que la edición crítica, que todos pidieron con tal de que fuera la suya, no aplaudiríamos, acaso, tal logro. La historia del cervantismo está lleno de proyectos bien hechos, pero mal recibidos. Mírense en Anales Cervantinos las horrendas reseñas de la biografía de Astrana165, o las críticas de que Bowle fue blanco166.

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La nueva biografía de McCrory tiene ventajas que la hacen merecedora de nuestra atención y posiblemente de ser traducida al castellano. En primer lugar, es una biografía con notas, con documentación de al menos muchas de las cosas que dice. Ha leído a Astrana, ha hojeado Cervantes, conoce los trabajos de Sliwa y el libro de Solé sobre Cervantes y Berbería. Antes ha publicado una traducción de la «Historia del cautivo», y en las páginas introductorias opina sobre «problemas de biografía».

Así que el autor ha llegado a su trabajo con un conocimiento de la época y, hasta cierto punto, la crítica cervantina. Esto le permite comentar el contexto de hechos y acontecimientos hasta ahora sin comentarios. Que Cervantes se propuso para cuatro puestos vacantes en el Nuevo Mundo, todos lo sabemos, pero McCrory añade que eran cuatro trabajos muy diferentes entre sí, y que Cervantes no tenía la preparación -no era licenciado- para al menos dos de ellos (151). La dote de Catalina, vista en su contexto, puede haber sido un atractivo para Cervantes. Pero lo que falta en el inventario de bienes de Catalina al tiempo de la boda, señala,   —242→   son animales domésticos -vacas, bueyes, mulos- lo cual indica que no cultivaba las tierras que poseía, que pueden haber sido arrendadas a jornaleros, de los cuales había 100 en Esquivias (120). Sabe señalarnos lo bien que conocemos la población de Esquivias en el siglo XVI; consta, por ejemplo, que exactamente 5 de sus 175 familias eran moriscas. Cuando falta información documentada de períodos de la vida de Cervantes, como es el caso con los años 1600-1604, se extiende McCrory anchamente sobre los problemas de los antiguos soldados, la política de Felipe II, la novela picaresca y los atractivos de la ciudad de Valladolid (187-88). El que lea esta biografía aprenderá bastante sobre aquella España de Felipe II y III, que veía una «explosión» en litigios (151), donde el mulo remplazaba al buey para mejorar la producción agrícola (120), en la cual España pensaba invadir y conquistar Inglaterra (131) y Felipe tenía que reformar el gobierno como preparación para aquella operación militar (131-32).

La otra área en la cual sobresale McCrory es en relacionar, o sugerir relaciones, entre diferentes acontecimientos de la vida de Cervantes. La comparación de la poesía en La Galatea con los poemas publicados en 1569 nos permite apreciar cómo Cervantes había madurado (111). El que Cervantes esperara hasta 1590 para buscar trabajo en el Nuevo Mundo, puede reflejar la muerte de su madre tres semanas antes de su famosa petición (154). También puede ser fruto de sus recurrentes frustraciones como comisario a partir de 1587 (149). Identifica el punto en que Cervantes comenzaba a usar el apellido Saavedra -en la misma petición de un cargo en el Nuevo Mundo- y sugiere una posible razón: para que no se le asociase con aquel Miguel de Cervantes (¿Miguel de Cervantes Cortinas?) desterrado de la corte en 1569 (150-51). El casamiento con Catalina, después de un brevísimo noviazgo, puede reflejar un deseo de ocultar el nacimiento, pocos días antes, de su hija ilegítima (117). Por su amigo sevillano Tomás Gutiérrez, antiguo actor entonces propietario de una elegante casa de huéspedes, «hizo el contacto» que le llevaría al trabajo de comisario (130).

También, por su lectura de los documentos McCrory nos revela detalles en que no nos habíamos fijado: que su amante Ana   —243→   Franca de Rojas y el marido de ella eran taberneros en Madrid (113), que la hija Isabel podía leer y poseía libros (213-14)167. Pero al lado de estas contribuciones, hay una serie de errores y equívocos que revelan cuán alejado está de la «corriente» cervantina. Ningún cervantista escribiría que Avellaneda es «probablemente» un seudónimo (245), que fue vecino de Tordesillas y que su libro fue publicado en Madrid (244). Desconoce la controversia sobre el punto en el cual Cervantes tuvo conocimiento de la obra de Avellaneda, y sin ninguna vacilación lo coloca al capítulo 59 de la Segunda Parte (244). Cree, acaso despistado por Astrana, que Esquivias está en La Mancha (124, 126). Ningún pueblo ubicado entre Madrid y Toledo, como Esquivias, sería complemente un «backwater» (un remansillo, un lugar apartado y soñoliento, 122, 223). Creo haber establecido que Cervantes no era un pobretón («a pauper», 221)168. Sorprende que un historiador nos diga que el Islam ya no existía en España a partir de 1501 (219), cuando la prohibición se limitaba a Castilla y en Valencia y Aragón sobrevivió por más de veinte años.

La lista de errores es algo extensa. La Editorial Aguilar publicó las Obras completas de Cervantes en 1928, no en 1986 (301). La edición de Avalle-Arce de La Galatea no es de 1987 sino de 1961. El hecho de que cita como del mismo erudito, y no una colección de ensayos de varios autores, el tomo La Galatea de Cervantes Cuatrocientos Años Después169 sugiere que nunca lo tuvo en las manos (301). Es «Vicente» y no «Vincente Gaos»(306), «Bernardo», no «Barnardo de Sandoval y Rojas» (247 e Index) y «cristiana» no contiene una «h» (264). La reconstrucción de John J. Allen del Corral del Príncipe fue publicada por University Presses of Florida en 1983, pero McCrory la tiene publicada en Nueva York en 1988 por la New York University Press (304). Que nos diga que «much» de la crítica reciente de Don Quijote «depends largely on the works of Bakhtin, Calvino, Deleuze and Derrida» (303) me deja estupefacto.

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Si se menciona la biografía de Mayáns, es obligatorio citar su única edición reciente, de Mestre, y no dejar al lector en busca de un raro panfleto de 1737 (299)170. El principio «deleitar aprovechando» es bastante anterior a Erasmo (257). Que Cervantes sufriera de diabetes (189) es una teoría, pero hay otras posibilidades171. Por algo dice Cervantes que se trataba de «hidropesía», término que McCrory no menciona. Puede ser relevante el hecho de que Cervantes escribió, años antes, un soneto preliminar para un libro de urología172.

McCrory propuso presentarnos «los hechos verdaderos» («the factual truth») de la vida de Cervantes (13). Hasta cierto punto, lo ha logrado. Es un avance173. Pero ésta no es la biografía crítica que reclamaba y reclama Canavaggio. Para quien la escriba, la supuesta homosexualidad de Cervantes tendrá que tratarse más que en una breve nota a pie de página174. En una sociedad que discriminaba contra los «cristianos nuevos», los descendientes de judíos, y en   —245→   la cual la documentación fraudulenta era rutinaria, si Cervantes formaba o no parte de este grupo amplio merece más meditación que la cita de un documento de 1569 que certificaba su pureza de sangre (49-50). La «ortodoxia cristiana» que menciona McCrory, no sé lo que es. En todo caso, el documento en efecto nos deja «con más preguntas que respuestas» (50). Pero estas preguntas no las contesta, ni incluso las identifica, y el tema de la ascendencia judaica de Cervantes parece interesarle poco.

Falta en esta biografía Cervantes el disidente, el crítico, el angustiado, el teórico, el filósofo, el pensador. Para el autor, lo que más le importaba a Cervantes era llegar a ser «escritor profesional» (112, 135 n. 19, 217). Concebir así a Cervantes, a pesar de los aciertos de esta biografía, muestra que a la postre su autor no le ha entendido.


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