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Encontramos en esta pareja «the core of a dramatic conflict in which the dramatization of la pestilencia amorosa is carried to an extreme of absolute polarization» (Steele 7). (N. del A.)

 

72

«[L]os caballeros solían empezar sus empresas por la invocación del santo nombre de Dios y lo propio se cuenta de los caballeros andantes en cuyas historias hubieron de describirse las costumbres del tiempo en que vivieron ellos o sus historiadores» (Clemencín 1296a); don Quijote habría olvidado dos ejemplos de parte de Amadís. (N. del A.)

 

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Aquella parte «enseña la manera según la cual un escudero debe recibir la orden de caballería»; se manda que el incipiente vaya «a la iglesia a rogar a Dios la noche antes del día en que ha de ser caballero, y debe velar, y estar en oración, y en contemplación, y oír palabras de Dios y de la orden de caballería»; por la mañana «conviene que haya sermón, en el cual se expliquen los catorce artículos en que está fundada la fe», etc. (57-58). (N. del A.)

 

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«In Part I [...], the theme of love gone astray in the pastoral and sentimental episodes shows us what can happen when romantic love of another individual becomes the end of a person's whole existence: Grisóstomo commits suicide, and only a miraculous conversion prevents Don Fernando from ruining the lives of Luscinda, Dorotea, and Cardenio» (Gallegos 137, énfasis añadido). (N. del A.)

 

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«El Fénix español es un hombre obsesionado por la Providencia. Quizás alude y confía en ella tanto por los numerosos peligros y necesidades de su azarosa vida [...]. Dios se preocupó de su vida, que fue a mejor. En muchos textos sobre la Providencia [...] nos demuestra su sentido cristiano de la vida» (Bañeza Román 221). Vencido don Quijote y en camino a su lugar, reconoce -¿desengañado ya?- que «'no hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura'» (II:66). Recordemos el propósito de Alonso Quijano: «Si consideramos el destino [...] como un ente distinto a nosotros, esto es, como una fuerza próxima a nuestra alma y determinante de muchos avatares propios, los que no saben resignarse, porque carecen de fe en el Todopoderoso, pueden enloquecerse ante la adversidad. Alonso Quijano no estaba entre los desesperados, sino entre los que no podían desesperarse. Tenía fe y poseía un cierto bienestar. Era inconformista porque su elevada inteligencia no podía estarse en el conocer del latido vivencial diario de la aldea, sino que debía medirse en la inmensidad de sus inquietudes espirituales. La propia vida no era para él un valor conquistado, sino un privilegio recibido que había que potenciar y merecer. La estimación del hecho social en su parcela humana le impelía a una superación, que él entendía como un nuevo esfuerzo en bien de todos» (Ramiro León 139-40). (N. del A.)

 

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Jehenson percibe el motivo: «we begin to see through the Petrarchan convention of Grisóstomo's lament to the masochism/narcissism that motivates his suicide» (25). Atrae la idea de que don Quijote no reconoce esto por su propio narcisismo, su orgullo «caballeresco»; puede sugerirse que el ataque contra los molinos/gigantes raya en masoquismo. Ciertamente los dos se empeñan igualmente en adoptar un papel literario, pero ni el uno (muerto) ni el otro (loco por ahora) ha entendido bien cuánto daño implica esto. Rechazo la idea de Ziomek, de que «lo melancólico de la muerte de Grisóstomo gana nuestra simpatía», aunque sí, «Cervantes demuestra que no hay felicidad como resultado del suicidio» (17). (N. del A.)

 

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Rielo explica que «queda claro que los vicios, contrario a las virtudes que Don Quijote llama señoras [II:8], son seres deformes que se comportan como gigantes a quien el alma no puede vencer, sino con fuerte y leal pelea» (96). Anselmo «el curioso» es otra imagen de cómo podría ser el final de don Quijote: a pesar de los buenos consejos de Lotario prosigue con su propósito tan obseso como Grisóstomo y tan loco como el caballero, los tres persiguiendo una fantasía propia. (N. del A.)

 

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Hay «violencia» intelectual en el reto del caminante y don Quijote reacciona colérica aunque retóricamente. (N. del A.)

 

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Alonso: «no encuentro el menor indicio de que Don Quijote esté contra la Iglesia, ni que trate de cambiar el ideal cristiano por otro antropocéntrico que se desentienda de Dios. Sus desvaríos hieren a la razón, no a la religión» (149). También Castro: «No hay [...] ataques [por Cervantes] a creencias fundamentales, pero sí punzadas a la vida eclesiástica, a los rezos, a los santos, a los milagros debidos a la superstición, a lo que es, en suma, obra esencialmente humana. Muchas ideas cristianas no eran, según los humanistas, divino privilegio del catolicismo, sino construcciones de la humana razón. Esa fue la huella de Erasmo en los más altos espíritus de España» (277). (N. del A.)

 

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Véanse también 184-86. (N. del A.)