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ArribaAbajo El arte de la conversación en el Quijote

Alberto Rodríguez



Dickinson College

The art of conversation is a form of dialogue found frequently in the Renaissance, which presents a polite, well-mannered, and elegant interaction between two speakers. To this courtesy and social refinement Cervantes adds a new element, the «subdialogue», which is an interior level in the conversation that includes the thoughts and reflections of the speakers. We can find the subdialogue in the festive symposium, which presents a discussion of love and friendship in a courteous and well protected environment. At one point in the conversation a character conceives a plan to manipulate Don Quixote and Sancho, or perhaps a character reflects quietly on the foolish beliefs of Don Quixote. The second type of conversation is the asymmetrical dialogue: an interlocutor speaks abundantly while the other listens politely to everything that is being said. By limiting his participation, the listener expresses his courtesy, while at the same time he can sit back to consider and reflect on the ideas of the speaker. In Cervantes' dialogue the thoughts of characters are as important as the elegant gestures and polite manners.


Muchos eruditos se han percatado de que el diálogo es un elemento fundamental de la gran obra maestra de Cervantes, pues Don Quijote y Sancho pasan muchas horas de ocio en amables coloquios. Sin embargo, podemos declarar con cierto asombro que sólo hay unos pocos estudios que elucidan el tema del diálogo. El enfoque de estos estudios muestra diversidad. Para Angel Rosenblat, el estilo de hablar de los personajes es de gran importancia: el ilustre filólogo estudia los refranes, los arcaísmos, las prevaricaciones de Sancho, y termina mostrando el ideal cervantino de una lengua elegante y sin afectación. Anthony Close señala que Cervantes, al crear los coloquios del Quijote, tuvo en mente los ágiles vaivenes del diálogo entremesil, en el cual aparecen cómicas situaciones. También Luis Andrés Murillo ha escrito algunas páginas sobre el diálogo cervantino; nos dice que los diálogos del Quijote son muy diferentes de todas las creaciones dialógicas anteriores a Cervantes, pues «no hay fuentes literarias que los expliquen», y añade con gran entusiasmo que «son la originalidad misma». Elias Rivers nos muestra que el principio dialógico permea múltiples niveles de la novela, y Manuel Criado de Val perfila la relación que se establece entre las voces y los lugares donde se realizan las pláticas.

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Estos son los ensayos que concentran su enfoque en el estilo dialógico de Cervantes. A los autores que he mencionado, podemos añadir otros que en sus escritos tocan tangencialmente el tema del diálogo y elaboran algunas ideas de gran valor; entre los principales, tenemos a Juan Bautista Avalle Arce, Alan Trueblood y Walter Reed90.

Los importantes autores que he enumerado no han definido o precisado con claridad lo que es el «arte de la conversación», o sea, la interacción elegante, refinada y mesurada en la que se palpa la buena crianza y la amabilidad de los interlocutores. La sociedad renacentista prefiere que no salgan a relucir los más íntimos aspectos de la persona, los cuales no deben ventilarse en el trato social, ni tampoco se inclina por las discusiones muy técnicas y abstractas, pues éstas impiden o entorpecen con sus difíciles razonamientos la comunicación de los interlocutores. Todos estos excesos deben evitarse en los círculos sociales refinados. Al cortesano, la sociedad le exige un comportamiento moderado, y un sentido de mesura en sus actos y gestos. En su libro Courtly Performances: Masking and Festivity in Castiglione's «Book of the Courtier», Wayne Rebhorn describe las características que una persona de educación y buenos modales debe exhibir dentro del ámbito de una sociedad selecta; Rebhorn señala que:

Even more than most societies, the courtly world of the High Renaissance purchased its civilization at the price of personal restraint and limitation. Although it granted the individual a right to self-expression, it restricted the sphere in which his self-expression could operate, excluding profoundly personal, emotional, and even intellectual experiences from its bounds.

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Soaring passions, deeply probing philosophies, the excesses of both vulgar and exalted human experience had no place in High Renaissance society.


(Rebhorn 130)                


Tal como declara Rebhorn, el cortesano debe contener los impulsos fuertes y negativos, con los cuales se afea la convivencia de las personas y se distorsionan los contenidos que aparecen en la conversación. Sin embargo, tampoco debemos pensar que los ideales renacentistas amengüen el dinamismo y la profundidad del individuo. Para Rebhorn, los ideales renacentistas poseen hondura: «To be sure, such limitation does permit an infinite refinement of sensibility and subtlety of passion...» (130), a la vez que los hablantes alcanzan «a vigorous intellectual interaction» (131)91. Es decir, en la conversación cortés pueden surgir las emociones, las elucubraciones y los pensamientos del cortesano, siempre y cuando se mantengan dentro de los límites de la discreción y el buen gusto.

Pues bien, los modales corteses y la profundidad de los hablantes son características fundamentales de algunas conversaciones del Quijote. Se perciben claramente estos rasgos en diversos coloquios del palacio ducal, en la casa del Caballero del Verde Gabán, y, también, en otros lugares de la novela. En estas pláticas, surgen en los personajes ciertos motivos y propósitos íntimos, que afloran suavemente en el diálogo, bien sea por medio de breves comentarios que descubren una intención velada, o de ciertas incitaciones del pensamiento que cristalizan delicadamente en una frase. Así ocurre cuando algunos personajes tienen la intención de sacar a Don Quijote de algún desvarío literario, o cuando tan sólo desean entretenerse con los desatinos del hidalgo; en estas ocasiones, podemos apreciar que bajo las formas de una distinguida cortesía, late, con sus intenciones y motivos, un nivel interior al cual llamaré «subdiálogo».

El nivel subdialógico es la contribución más sobresaliente de Cervantes al arte de la conversación. En el diálogo cortés, no se había planteado nunca esta profundidad hasta que Cervantes   —92→   escribe el Quijote. Se trata de un estilo novedoso del arte de la conversación que sobrepasa en amplitud y complejidad las creaciones de los autores que escribieron antes de Cervantes.

Lo que he querido señalar es que el arte cervantino de la conversación manifiesta refinamiento, elegancia y moderación, a la vez que perfila un plano interior en el personaje. Como anillo al dedo vienen estas palabras de Luis Andrés Murillo:

En toda su historia, desde Platón, no había variado el arte del diálogo; en cada caso el dialogar representaba el discurso racional elaborado dentro de una idea, ya fuera Cicerón, San Agustín o Petrarca y sus distintos interlocutores, o los personajes de Tasso o de Giordano Bruno. Sólo con el Quijote de Cervantes adquiere nueva dimensión; aquí el discurso es la concentrada y conservada esencia del personaje desde su intimidad...


(Murillo 65-66)                


Cervantes se coloca dentro de la tradición más excelsa y refinada; pero añade al diálogo, tal como señala Murillo, una concentrada intimidad que palpita en los personajes. Aparecen en este plano interno las sutiles elucubraciones y la vigorosa interacción que menciona Rebhorn.

Pues bien, el ensayo presente irá en dos partes. En la primera parte, estudiaré algunas características del simposio en los diálogos del Quijote, y, en la segunda, examinaré un aspecto recurrente del arte de la conversación, el «diálogo asimétrico», que presenta a un hablante que domina la plática con sus intervenciones, mientras su interlocutor le escucha con cortesía sin hacer muchos comentarios, porque está considerando y evaluando todo lo que le dice el que domina la conversación.


Resonancias del simposio en el Quijote

El simposio es un tipo de diálogo que pertenece al arte de la conversación. Escribieron simposios algunos autores de la Antigüedad, tales como Platón, Jenofonte y Plutarco, y en el Renacimiento algunos como Alberti, Ficino y Erasmo92. En los libros de   —93→   cortesía aparecen los simposios; por ejemplo, en Il Cortegiano de Baldassare di Castiglione y en La Civile Conversazione de Stefano Guazzo, se manifiesta este género dialógico para que los comensales exhiban sus buenos modales y discutan por lo extenso diversos temas que pertenecen al arte de la conversación. También en algunas conversaciones del Quijote, Cervantes perfila varias características del simposio.

Wayne Rebhorn señala que el simposio es «... a... ceremonious situation in which individuals carry on relatively serious conversations, but in an informal atmosphere and a festive mood» (162). Es decir, reina la cordialidad entre los participantes, a la vez que surge un espíritu jovial. La conversación en un simposio puede tratar temas profundos, pero no debe presentar discusiones muy complicadas o disquisiciones muy técnicas que agobien con su dificultad a los comensales. Por supuesto, en un simposio, la comida es un elemento indispensable, pero, más que cualquier manjar que se sirva en la mesa, el rasgo distintivo del simposio es el abundante consumo de vino, con el cual se suelta la lengua para que los participantes se expresen sin inhibiciones. Así ocurría en los simposios de la época clásica. Ahora bien, para los escritores renacentistas, el vino pierde su importancia, convirtiéndose en otro ingrediente más de la reunión. Para los renacentistas, el simposio era una cena amistosa, con cierta tendencia a lo intelectual, que no terminaba en una escandalosa borrachera.

Otra característica del simposio es la distancia que hay entre los comensales y la realidad cotidiana. Por lo general, los participantes en un simposio se recluyen en un recinto retirado, que está protegido por paredes o por algún tipo de barrera natural, y se colocan, casi siempre, alrededor de una mesa, dándole la espalda al mundo de fuera. Este tipo de diálogo se aleja de la realidad, pues los comensales concentran su atención en la mesa, que es el punto central, el eje o foco de la reunión. Podemos decir que en esta ceremonia reina una tendencia centrípeta, porque los personajes abandonan las contingencias y propósitos prácticos de la realidad para adentrarse en el nivel de la sociabilidad refinada y los buenos modales. Con elocuentes palabras,   —94→   Rebhorn señala que «The surrounding walls of their room join with the circle of their chairs to create a concentric set of boundaries which powerfully distinguish the world of society outside the symposium from the one inside it» (162)93.

El recinto cerrado del simposio tiene cierta influencia sobre el discurso de los personajes. Con frecuencia, surge en la plática un hablante que, incitado por los elevados temas de la discusión y por las propias ideas que se van configurando en su mente, toma la palabra y diserta admirablemente sobre algunos conceptos. Durante su discurso se percibe que el hablante va perdiendo de vista a sus interlocutores; se va ensimismando paulatinamente con la maravillosa visión que plantea y con la hondura de sus palabras. En el Simposio de Platón, Sócrates se embelesa en su sublime discurso sobre el amor. En Il Cortegiano, «il Magnifico» queda absorto en los momentos más solemnes de su disquisición sobre las mujeres, y cuando Pietro Bembo plantea su visión neoplatónica del amor en el cuarto libro, Emilia Pia tiene que halarle un extremo de la chaqueta para sacarlo de su ensimismamiento. Por medio de estos discursos, el simposio incrementa su ornato, belleza y profundidad; los interlocutores quedan admirados de la elocuencia y apostura del orador. El ambiente apartado del simposio induce a los hablantes a realizar estos bellos discursos que conducen a momentos de gran inspiración.

El carácter refinado del simposio no permite que un comensal se muestre agresivo o egoísta; las características idiosincráticas de los interlocutores deben quedar fuera de la conversación. El simposio es una ceremonia igualitaria, en la cual se evitan todas las reacciones humanas que amenacen con destruir el equilibrio y la armonía de los comensales. En Il Cortegiano, se mantiene un firme equilibrio, pues se le otorga a un hombre un puesto en la mesa, y se coloca a su lado a una mujer, que a su vez, tiene junto a sí a otro hombre. En La Civile Conversazione, Stefano Guazzo reúne en el simposio a seis hombres y a cuatro mujeres, porque le parece que esta proporción crea un balance adecuado. Quedan fuera del simposio los privilegios y las distinciones sociales. Por lo general, al comensal que le toca la cabecera de la mesa, le hacen sus compañeros algunas bromas, con el propósito de indicarle que, aunque se le haya otorgado el   —95→   puesto de honor, sigue vigente el principio de que todos los participantes son iguales. Este carácter igualitario sugiere los temas que siempre aparecen en los simposios: los comensales hablan sobre el amor, la amistad, la hermandad, la comunión humana. Podemos afirmar que la equidad e igualdad de los comensales prefigura el contenido de la plática.

El simposio es una experiencia transitoria, ya que, en algún momento, los comensales tendrán que abandonar los círculos concéntricos para regresar a las faenas de la vida cotidiana. El simposio se presenta siempre como una especie de interludio o episodio, que aparta del mundo por cierto tiempo a un grupo de personas. La ceremonia llega a su fin con la entrada imprevista de un personaje proveniente de la realidad (por ejemplo, la llegada del borracho Alcibíades en el Simposio de Platón), o concluye con la salida del sol, tal como ocurre en Il Cortegiano, o, quizás, cuando se agotan las fuerzas de los hablantes en las altas horas de la noche, tal como sucede en The Dinner of the Seven Wise Men de Plutarco. La del simposio es una experiencia de corta duración.

Pues bien, veamos cómo aparecen algunas características del simposio en las conversaciones del Quijote. Para comenzar, voy a concentrarme en los capítulos II, 31 y II, 32, cuando la pareja andantesca llega a casa de los Duques. Después de asearse y cambiarse de ropa, Don Quijote, acompañado por doce pajes y el maestresala, va a un comedor «... donde estaba puesta una rica mesa con solos cuatro servicios» (II, 31)94. Cuando se acaban los saludos y cortesías, el Duque coloca al hidalgo a la cabecera, el Eclesiástico se sienta frente a Don Quijote y los anfitriones a los lados. Podemos apreciar que la habitación es un lugar íntimo y privado, que aparta a los comensales del mundo de fuera. Tal como ocurre en otros simposios, los puestos en la mesa se distribuyen según un orden específico: los Duques reservan el lugar de honor para Don Quijote, el segundo puesto se lo adjudican al Eclesiástico, y ellos se sientan cortésmente a los lados de la mesa. También debo señalar que «A todo esto estaba presente Sancho, embobado y atónito de ver la honra que a su señor aquellos príncipes le hacían...» (II, 31), y para mofarse de tanta ceremoniosidad y comedimiento, el escudero narra el cuento   —96→   de la cabecera. Por medio de este gracioso relato, Sancho sugiere que sentarse a la cabecera de la mesa no es un suceso extraordinario que coloque a Don Quijote en un plano superior, pues, según dice uno de los personajes de su narración «... adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera» (II, 31). Con su jocoso cuento, Sancho resalta la igualdad de los interlocutores, que, según hemos visto, es un rasgo fundamental del simposio.

No tarda el Eclesiástico en plantear algunos comentarios airados sobre la pareja andantesca, con los cuales perturba el ambiente de cortesía que reina en el simposio. El enojo y la agresión no caben dentro del espíritu refinado de esta ceremonia; los agravios pertenecen al mundo de la realidad. El Eclesiástico tiene que retirarse, porque sus declaraciones han violado la etiqueta del simposio. Para defenderse de los vituperios que han caído sobre él, Don Quijote pronuncia un discurso, en el cual refuta las declaraciones del Eclesiástico, y, luego, añade otro sobre las maneras y tipos de agravios. Las piezas de brillante oratoria son un rasgo frecuente de los simposios.

Habíamos dicho antes que el arte cervantino de la conversación tiene una fuerte corriente subdialógica. En II, 32, surge claramente el subdiálogo cuando las doncellas entran al comedor con un aguamanil y le jabonan la barba a Don Quijote. Aunque este lavatorio parece ser una elegante cortesía, la verdad es que se trata de una broma. Para que no se dé cuenta el hidalgo de la burla que le habían hecho, el Duque pide que también a él se le dé el mismo tratamiento. Así se disimulan las motivaciones y propósitos burlescos de las doncellas. El narrador nos revela los impulsos que latían en el subdiálogo:

La muchacha, aguda y diligente, llegó y puso la fuente al Duque como a Don Quijote, y dándose prisa, le lavaron y jabonaron muy bien, y dejándole enjuto y limpio, haciendo reverencias se fueron. Después se supo que había jurado el duque que si a él no le lavaran como a don Quijote, había de castigar su desenvoltura, lo cual habían enmendado discretamente con haberle a él jabonado.


(II, 32)                


Revelando cierta premura y nerviosismo, la muchacha le lava la barba al Duque. En esta escena, podemos palpar fuertes tensiones que subyacen la conversación.

En otros momentos de la plática, surgen los temas característicos del simposio: el amor y la comunión humana. Con grandes y elevados sentimientos, Don Quijote presenta su amor por Dulcinea   —97→   ante los Duques, que escuchan sus declaraciones con atención y cortesía. Pero cuando menos se le espera, irrumpe Sancho en el comedor perseguido por algunos criados que quieren lavarle las barbas con lejía sucia. El escudero entra a la habitación poco después de escaparse de la burda realidad de la cocina y el tinelo, haciendo gran ruido, y con los pícaros criados siguiéndole de cerca. Con esta situación burlesca, llega a su fin el simposio en el palacio ducal; la irrupción de la realidad, plasmada en el escándalo y estruendo de la turbamulta, nos hace recordar el final del Simposio platónico, en el cual Alcibíades, totalmente ebrio, interrumpe la discusión de los comensales.

Podemos encontrar diversos rasgos del simposio en I, 37 y I, 38, cuando Don Quijote pronuncia su discurso de las Armas y las Letras ante los personajes que se reúnen en la venta. Lo primero que debemos señalar es que la cena se celebra en un comedor que está apartado del mundo externo. A Don Quijote le «... dieron la cabecera y principal asiento...» (I, 37); los otros comensales obtienen sus puestos siguiendo un orden determinado. El narrador refiere la manera en que se distribuyeron los puestos:

... Don Quijote... quiso que estuviese a su lado la señora Micomicona, pues él era su aguardador. Luego se sentaron Luscinda y Zoraida, y frontero dellas, Don Fernando y Cardenio, y luego el cautivo y los demás caballeros, y al lado de las señoras, el Cura y el Barbero. Y así, cenaron con mucho contento...


(I, 37)                


Podemos observar que se separan las parejas: a un lado de la cabecera que ocupa Don Quijote (me imagino que a mano derecha) se ubican las señoras, y los caballeros (exceptuando al Cura y al Barbero) se colocan al otro lado, es decir, a la izquierda del hidalgo. Este orden protege a los comensales de las influencias de la realidad, porque la atención de todos se fija en la mesa; o sea, tal como exige el simposio, tenemos un movimiento centrípeto, que resguarda a los comensales de los embates de la realidad.

Ya había dicho que la pieza oratoria es un ingrediente importante del simposio. En el Discurso de las Armas y las Letras, Don Quijote, entusiasmado por la fuerza de sus propias palabras, se concentra paulatinamente en sí mismo, tal como le ocurre a Pietro Bembo en Il Cortegiano al plantear su resplandeciente visión del amor. Este ensimismamiento es un proceso lento, que se va intensificando según se desarrolla el discurso, y que   —98→   alcanza su momento culminante cuando Don Quijote describe varias escenas de guerra con rasgos tan enérgicos que vislumbramos los actos bélicos y palpamos los sentimientos más profundos de los soldados. Veamos:

... y, con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno, y, con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario.


(I, 38)                


Percibimos cómo el soldado se da cuenta de todos los peligros que le amenazan, y observamos su preocupación al enfrentarse con tantos «ministros de la muerte»; sin embargo, también surge heroicamente en su espíritu un gran arrojo y valentía. Finalmente, incitado por la honra, el soldado se coloca ante el fuego del enemigo e intenta pasar al bajel contrario. Con la imaginación enardecida, Don Quijote perfila este trance del soldado que bien podría ser el esbozo de un episodio novelístico. El hidalgo ensimismado se deja llevar por la elocuencia de sus palabras. La oratoria de Don Quijote alcanza en este simposio venteril momentos de inusitada grandeza. El heroísmo del soldado incita en el auditorio los temas característicos del simposio: se estremecen los oyentes con emociones solidarias al contemplar la valentía del guerrero.

También hay que señalar la presencia del subdiálogo en este simposio. Al escuchar las brillantes declaraciones con que inicia Don Quijote su discurso de las Armas y las Letras, los comensales se admiran del buen juicio y los conocimientos del hidalgo; el narrador nos explica la admiración que surge en la mente de los que le escuchan:

De tal manera y por tan buenos términos iba prosiguiendo en su plática Don Quijote, que obligó a que, por entonces, ninguno de los que escuchándole estaban le tuviese por loco; antes, como todos los más eran caballeros, a quien son anejas las armas, le escuchaban de muy buena gana...


(I, 37)                


Todos aprecian la elocuencia de Don Quijote y las ideas que expresa; no le tienen por loco, y el discurso produce placer y elogios de los concurrentes. Sin embargo, esta admiración que palpita en la conciencia de todos los presentes se torna en lástima más   —99→   adelante, cuando los comensales empiezan a percibir el desvarío de Don Quijote y el desatino de querer revivir en aquellos tiempos la olvidada caballería andante. El narrador declara que:

En los que escuchado le habían sobrevino nueva lástima de ver que hombre que, al parecer, tenía buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente, en tratándose de su negra y pizmienta caballería.


(I, 38)                


Podemos observar que se va creando un nivel subyacente que incluye las ideas e impresiones de los comensales. Pero lo más interesante es que este plano subdialógico no es estático, pues va cambiando a lo largo del discurso, ya que la admiración inicial que sentían los comensales se transforma en compasión y lástima por Don Quijote.

Pues bien, las conversaciones que hemos estudiado plantean dos niveles: el externo, que presenta el boato, los gestos y las costumbres refinadas, y el interno o subdialógico, que incluye las cavilaciones y propósitos íntimos de los personajes. Veamos ahora cómo se perfila esta doble vertiente en otro tipo de conversación cortés.




El diálogo asimétrico

Al tratar el tema del arte de la conversación en La Civile Conversazione, Stefano Guazzo declara que, para cualquier individuo, «... to stay the tongue, and use the eare, are the hardest things that may bee...» (I, 120)95. En muy diversos momentos de su obra, Guazzo resalta el valor e importancia de la moderación y el silencio en el diálogo. Aunque le parece indispensable que un interlocutor se exprese con un lenguaje correcto y elegante, Guazzo piensa que el saber escuchar lo que la otra persona está diciendo es un atributo esencial de todo buen interlocutor. Guazzo es uno de los pocos autores de libros de cortesía que no   —100→   concentran toda su atención en el hablante, ya que, con frecuencia, plantea algunas consideraciones sobre el oyente; por ejemplo, observemos esta aseveración: «For, as wordes wel uttered, shewe eloquence and learning, so silence well kept, sheweth prudence and gravitie» (I, 120). En otra ocasión, se dirige al lector con el propósito de recomendarle «... to keep the mouth more shut, and the eares more open» (I, 120). Para Guazzo, el saber escuchar es tan importante como el saber hablar. En su obra, Guazzo compara al personaje silencioso de una plática con el meditabundo filósofo, tal como podemos apreciar en estos originales pensamientos que el italiano ha tomado de Pitágoras:

... you have brought to my remembraunce a place of Pythagoras, where hee sayde that this worlde was nothing else but a verie mercate, where there meete three sortes of men, the one to buy, the other to sell, and the third to looke on, who (hee sayde) were the Philosophers, whom he counted the happiest of them all.


(Guazzo I, 118)                


El que contempla queda en silencio porque está evaluando lo que declaran los otros. A esta tendencia reflexiva que se manifiesta en la conversación, Guazzo le otorga mucha importancia, porque

... silence in time and place, passeth all well speaking: and that it ought to be put in the number of the Philosophical virtues. For as the Oratour is not knowne but only by speaking, so the Philosopher is no lesse knowne by modest silence, then by his grave sentences.


(Guazzo I, 151-152)                


Pues bien, en el Quijote tenemos diversos diálogos que presentan a un personaje que domina la plática con sus comentarios, mientras que el interlocutor guarda silencio, o tan sólo participa con breves declaraciones. Se trata de una relación asimétrica, porque un personaje tiene mucho que decir, mientras que al otro le toca escuchar. En el arte de la conversación, el hablante se expresa siempre con la venia y consentimiento del oyente cortés y comedido; el discurso del hablante se materializa gracias a los finos modales y la buena crianza del oyente. Pero también hay que observar que el oyente, con su actitud tolerante, adopta una postura sosegada desde la cual puede inspeccionar y evaluar todo lo que escucha; o sea, surge en el oyente una profunda actividad subdialógica, porque puede mantenerse en silencio para auscultar o revisar tranquilamente los comentarios del hablante.   —101→   Este tipo de situación dialógica aparece con frecuencia en el Quijote. Conviene señalar que el personaje más vigoroso del diálogo no es siempre el que habla mucho, sino el que escucha, porque éste cala hondo en los enunciados del hablante para averiguar sus más íntimos propósitos96.

Un magnífico ejemplo del diálogo asimétrico se encuentra en I, 49. En este episodio, el Canónigo de Toledo le explica a Don Quijote que no hay caballeros andantes, que los libros de caballerías son una patraña, y que es un disparate tratar de imitar a los Amadises y Roldanes de estas novelas. Con sosiego y cortesía, Don Quijote escucha el largo discurso del Canónigo. En silencio, va forjando las ideas que incluirá en su respuesta. Cuando el razonamiento del religioso llega a su fin, Don Quijote no dispara su contestación de inmediato; el hidalgo se demora en contestar porque quiere revisar y sopesar todos los argumentos que ha mencionado su interlocutor. Veamos:

-Paréceme, señor hidalgo, que la plática de vuestra merced se ha encaminado a querer darme a entender que no ha habido caballeros andantes en el mundo, y que todos los libros de caballerías son falsos, mentirosos, dañadores e inútiles para la república, y que yo he hecho mal en leerlos, y peor en creerlos, y mal en imitarlos, habiéndome puesto a seguir la durísima profesión de la caballería andante, que ellos enseñan, negándome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de Gaula ni de Grecia, ni todos los otros caballeros de que las escrituras están llenas.

-Todo es al pie de la letra como vuestra merced lo va relatando -dijo a esta sazón el Canónigo.

A lo cual respondió Don Quijote:

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-Añadió también vuestra merced, diciendo que me habían hecho mucho daño tales libros, pues me habían vuelto el juicio y puéstome en una jaula, y que me sería mejor hacer la enmienda y mudar de letura, leyendo otros más verdaderos y que mejor deleitan y enseñan.

-Así es -dijo el Canónigo.

-Pues yo -replicó don Quijote-, hallo por mi cuenta que el sin juicio y el encantado es vuestra merced...


(II, 49)                


En la conciencia de Don Quijote se ha ido configurando la respuesta que le va a dar al Canónigo. Cuando llega el momento indicado, sus ideas brotan en un discurso vehemente, con el cual sorprende al interlocutor97. Podemos apreciar que la actividad interior del hidalgo se va intensificando hasta que aflora con gran fuerza en la conversación.

El diálogo de Don Quijote y Don Lorenzo en la casa del Caballero del Verde Gabán en II, 18 es uno de los más refinados y distinguidos que podemos hallar en la novela. Para auscultar la locura de Don Quijote, Don Lorenzo prefiere ser oyente, contribuyendo a la plática con breves declaraciones, mientras que Don Quijote diserta sobre muy diversos aspectos de la caballería andante. Desde su puesto sosegado, Don Lorenzo evalúa todos los comentarios del hidalgo; pero, al no poder confirmar que Don Quijote era un loco desquiciado, Don Lorenzo se descuida y deja que cristalicen en la plática algunas inquietudes que guardaba en su conciencia; por ejemplo, en pleno diálogo declara: «Escapado se nos ha nuestro huésped -dijo a esta sazón entre sí Don Lorenzo-; pero, con todo eso, él es loco bizarro, y yo sería mentecato flojo si así no lo creyese» (II, 18). Lo que tenemos aquí es el subdiálogo cristalizado en la conversación. También podemos apreciar, que, en otro momento de la plática, aparecen matices subdialógicos que confunden a Don Quijote:

-Verdaderamente, señor Don Quijote -dijo Don Lorenzo-, que deseo coger a vuesa merced en un mal latín continuado, y no puedo, porque se me desliza de entre las manos como anguila.

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-No entiendo -respondió Don Quijote- lo que vuesa merced dice ni quiere decir en esto del deslizarme.


(II, 18)                


Para Don Quijote, las palabras de Don Lorenzo -«se me desliza de entre las manos como anguila»- son incomprensibles. Podemos observar que el joven sin querer, está revelando las consideraciones íntimas que lleva en su conciencia. A Don Lorenzo, Cervantes le otorga un nivel subdialógico de gran hondura.

Otro magnífico ejemplo de subdiálogo se encuentra en II, 1. En esta conversación, el cura y el barbero visitan a Don Quijote, quien está en cama recuperándose de todos los accidentes sufridos durante el tiempo que fue caballero andante. El propósito subdialógico que traen el cura y el barbero es «... hacer de todo en todo esperiencia si la sanidad de don Quijote era falsa o verdadera» (II, 1). Para averiguar si el hidalgo todavía tiene la manía caballeresca, el cura menciona algunas noticias recientes sobre el conflicto del Turco y la Cristiandad, con las cuales Don Quijote da rienda suelta a su desenfrenada imaginación. Veamos cómo se expresa el hidalgo:

-Su Majestad ha hecho como prudentísimo guerrero en proveer sus estados con tiempo, porque no le halle desapercibido el enemigo; pero si se tomara mi consejo, aconsejárale yo que usara de una prevención, de la cual su Majestad la hora de agora debe estar muy ajeno de pensar en ella.

Apenas oyó esto el cura, cuando dijo entre sí:

-¡Dios te tenga de su mano, pobre don Quijote; que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad!


(II, 1)                


Al confirmar que Don Quijote continúa empeñado en ser caballero andante, el cura y el barbero comienzan a sonsacar al hidalgo, haciéndole preguntas sobre el gigante Morgante, Angélica y Medoro, y hasta le piden que describa la fisonomía de Roldán y Reinaldos de Montalbán. Se plantea un diálogo asimétrico, pues el hidalgo responde a las preguntas con abundantes detalles, mientras el cura y el barbero casi no dicen nada, porque están disfrutando todos los desatinos que dice Don Quijote. En esta situación asimétrica se plasma el subdiálogo, ya que podemos apreciar el regocijo de los oyentes al escuchar las cómicas invenciones del hidalgo.

En II, 68, con gran habilidad y elocuencia, Sancho diserta por lo extenso sobre los beneficios del sueño ante Don Quijote, quien le escucha con atención. Al percibir la belleza de las palabras y la claridad de los conceptos que emplea Sancho, surge en   —104→   Don Quijote una sincera y franca admiración. El razonamiento de Sancho estremece a su oyente, produciendo en el hidalgo fuertes emociones. Así va el diálogo:

... sólo entiendo que en tanto que duermo, ni tengo temor, ni esperanza, ni trabajo, ni gloria; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor, y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Sola una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia.

-Nunca te he oído hablar, Sancho -dijo don Quijote-, tan elegantemente como ahora; por donde vengo a conocer ser verdad el refrán que tú algunas veces sueles decir: «No con quien naces, sino con quien paces».


(Il, 68)                


Durante el discurso de Sancho surgen en Don Quijote dos emociones principales: se perfila la admiración del hidalgo al escuchar las profundas ideas del escudero, y también se manifiesta en el hidalgo la satisfacción personal de haber inculcado en Sancho cierta galanura en la expresión («No con quien naces, sino con quien paces»). Por medio de la asimetría dialógica, Cervantes revela los sentimientos que laten en la conciencia de Don Quijote. Desde su posición sosegada el oyente evalúa las ideas del hablante. Con frecuencia el personaje más intenso del diálogo asimétrico no es el que pronuncia el discurso, sino el que escucha el discurso.

En resumen, podemos declarar que Cervantes presenta diversas formas del arte de la conversación. Primero vimos algunos rasgos del antiguo género del simposio, que trata temas elevados en el ambiente fraternal de una cena. Después estudiamos algunas conversaciones en que un personaje muestra sus buenos modales al concederle la palabra al interlocutor. En todos estos diálogos, se perfila un nivel interior que revela las cavilaciones, intenciones y propósitos personales de algunos hablantes; por medios sutiles, cristalizan en la conversación las incitaciones de la conciencia.

Cervantes introduce en la conversación este ingrediente novedoso que he llamado subdiálogo. Con el subdiálogo, se ensanchan las dimensiones de la conversación cortés, porque no tan sólo aparecen el boato, las buenas costumbres, el lenguaje refinado,   —105→   los elegantes gestos, la discreta interacción de los comensales, sino también las elucubraciones de los personajes. Para Cervantes, el arte de la conversación no es tan sólo una vistosa ceremonia o un delicado coloquio, sino la expresión de una intimidad vibrante y compleja.

Así pues, en el diálogo cervantino, las declaraciones de un personaje son tan importantes como sus pensamientos. La combinación de estos dos niveles es un logro artístico de gran alcance, con el cual Cervantes amplía la perspectiva del arte de la conversación.



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