Cuadro
I
|
|
Pasillo de una casa. Al levantarse el telón aparece
POSTÍN junto a una
puerta. Breve pausa. Entra DURÁN.
|
POSTÍN.- ¿Por dónde ha
entrado usted?
|
DURÁN.- Por la puerta.
|
POSTÍN.- ¿Sabe usted que no se
puede pasar?
|
DURÁN.- He pasado.
|
POSTÍN.- ¿Quién es
usted?
|
DURÁN.- Un periodista.
|
POSTÍN.- El doctor ha dado orden de que
no pase nadie.
|
DURÁN.- No sabía que tenía
yo que venir.
|
POSTÍN.- Si le ven a usted, me van a
reñir a mí.
|
DURÁN.- No le reñirán.
|
POSTÍN.- ¿Por qué?
|
DURÁN.- Porque voy a ver yo a doña
Isabel ahora mismo.
|
POSTÍN.- La señora está con
el enfermo.
|
DURÁN.- ¿Y el doctor?
|
POSTÍN.- Está también con
el señor.
|
DURÁN.- ¿Cómo ha pasado la
noche el señor?
|
POSTÍN.- Muy tranquilo.
|
DURÁN.- ¿Calentura?
|
POSTÍN.- Treinta y ocho grados;
después, cuarenta; después, treinta y nueve...
|
DURÁN.- Espere usted; voy a tomar notas.
¿Ha velado usted al señor?
|
POSTÍN. -He estado yo toda la noche con
él; cuando se ha hecho de día me he retirado a
descansar.
|
DURÁN.- ¿Muy intranquilo toda la
noche?
|
POSTÍN.- Delirando.
|
DURÁN.- ¿Delirando?
|
POSTÍN.- Se quería tirar de la
cama.
|
DURÁN.- ¿Qué
decía?
|
POSTÍN.- Decía cosas raras; era
como si los dos, el señor y yo, fuéramos de
viaje.
|
DURÁN.- Curioso. ¿Dónde
iban ustedes?
|
POSTÍN.- Llegábamos a un pueblo, y
luego íbamos a visitar una casa encantada.
|
DURÁN.- ¡La casa encantada! Es el
título del libro que prepara el señor. ¿Y
después?
|
POSTÍN.- Después nos ocurrieron en
la casa muchos lances y peripecias.
|
DURÁN.- Curioso. ¿Recitaba versos
el señor?
|
POSTÍN.- No se entendía bien lo
que decía. Creo que hablaba también de Cervantes.
|
DURÁN.- ¿De Cervantes?
|
POSTÍN.- Imaginaba que estábamos
también en casa de Cervantes.
|
DURÁN.- Curioso. En casa de Cervantes...
¿Ha dicho algo el doctor?
|
POSTÍN.- No ha salido todavía.
|
DURÁN.- ¿Hace mucho que
está dentro?
|
POSTÍN.- Ahí lo tiene usted.
|
|
(Entran el DOCTOR
e ISABEL.)
|
DURÁN.- Señora, doctor...
|
DOCTOR.- Hola, querido Durán.
|
DURÁN.- Si estorbo...
|
DOCTOR.- Señora, Rafael Durán, uno
de nuestros primeros periodistas.
|
DURÁN.- Señora, perdóneme
usted. El interés de España entera por la salud del
gran poeta disculpa mi indiscreción; mis compañeros
me han rogado que les represente. Todos ofrecen a usted sus
respetos por mi conducto y hacen votos fervientes por la salud de
don Víctor.
|
ISABEL.- Gracias, gracias. ¡Qué
horas tan terribles!
|
DURÁN.- ¿Noticias, doctor?
|
ISABEL.- Doctor, ¿cómo lo
encuentra usted?
|
DOCTOR.- La naturaleza es contradictoria.
|
ISABEL.- ¿Dice usted?
|
DOCTOR.- Digo que la naturaleza es
contradictoria. La noche ha sido mala. Ahora está
tranquilo.
|
ISABEL.- ¿Y usted cree?
|
DOCTOR.- Yo creo en la naturaleza. Ahora
está tranquilo. La noche ha sido decisiva.
|
ISABEL.- ¿Decisiva?
|
DURÁN.- ¿Cómo?
|
DOCTOR.- Sí, decisiva. Hemos entrado en
una nueva fase. La enfermedad ha entrado en una fase distinta de la
anterior.
|
ISABEL.- ¿Satisfactoria?
|
DOCTOR.- Naturalmente; satisfactoria.
|
ISABEL.- ¡Ah, doctor!
|
DOCTOR.- Esperemos, esperemos.
|
ISABEL.- Gracias, gracias, doctor.
|
DOCTOR.- Yo no he hecho nada. La naturaleza ha
seguido su camino. Tengamos confianza. A la tarde, a primera hora,
volveré.
|
ISABEL.- ¿Cree usted, doctor?
|
DOCTOR.- Esperemos, tengamos calma.
|
ISABEL.- ¿Calma con esta angustia?
|
DOCTOR.- Esperemos; nos hallamos en presencia de
un horizonte más despejado.
|
DURÁN.- ¡Y eso es importante!
|
DOCTOR.- De gran importancia.
|
ISABEL.- ¡Que se salve! ¡Que se
salve! Su obsesión era poder terminar esa obra en que estaba
trabajando. Terminar de escribir La casa encantada.
|
DOCTOR.- Vamos, Isabel, vamos. He dicho lo
bastante para que tenga usted tranquilidad.
|
ISABEL.- ¡Si viera usted qué cosas
imaginaba esta noche en su delirio!
|
DOCTOR.- Me lo ha contado Postín antes de
salir usted.
|
ISABEL.- ¡En ese libro funda tanta
esperanza!
|
DURÁN.- En sus delirios, doctor,
según he oído al criado, el gran poeta hablaba de su
poema en preparación.
|
DOCTOR.- Sí, de La casa
encantada; Postín me ha referido todo lo que
Víctor decía. ¡Eran cosas
magníficas!
|
ISABEL.- Sí, doctor; fantasías y
realidad; fragmentos de su poema y cosas de ahora, de las que le
rodean. ¡Qué curioso hubiera sido el ir
escribiéndolo todo!
|
DOCTOR.- Se podría haber hecho otro
poema, o una novela, o una comedia.
|
DURÁN.- ¿Cree usted, doctor, que
se podría hacer con el delirio de un poeta, de un gran
poeta, una obra de teatro interesante?
|
ISABEL.- Y usted saldría en esa obra,
doctor. En el delirio de esta noche, de usted hablaba mucho
Víctor.
|
DOCTOR.- ¡Fantasías! Todo se puede
hacer, después de todo, en el arte. ¿Verdad, gran
periodista?
|
DURÁN.- ¡Ya lo creo! Pero, en este
caso, habría que preparar mucho al público.
Habría que decirle: «¡Eh, cuidado!, que lo que
van ustedes a ver no es una comedia normal, sino... el delirio de
un poeta»...
|
DOCTOR.- ¡Y tal vez lo que ocurriera en la
representación fuera... el delirio!...
¡Fantasías! Lo importante es que el poeta podrá
terminar su poema en preparación.
|
ISABEL.- ¡Sí, doctor! Gracias,
gracias de nuevo.
|
DURÁN.- ¡Qué emocionado
estoy!
|
DOCTOR.- Calma, calma, y hasta la tarde.
|
Cuadro
II
|
|
En el fondo, a lo lejos, sobre una colina, una casa.
VÍCTOR, en escena,
habla con una persona que se halla fuera.
|
VÍCTOR.- ¡Vamos, Postín!
¡Hombre, no te quedes atrás!
Aviva un poco.
Aligera. ¡Tú, tan vivo, tan ligero, ahora pareces de
plomo!
|
POSTÍN.- ¡Ay, la casita
encantada! (Sale.) ¡Dichosa
casita encantada!
|
VÍCTOR.- ¿No te parece bien la
casa encantada?
|
POSTÍN.- ¡Y qué nochecita la
de ayer!
|
VÍCTOR.- ¿No has pasado bien la
noche?
|
POSTÍN.- Bien, bien; muy bien,
señor; una cama como no la había conocido nunca en
ese mesón.
|
VÍCTOR.- Pero el viaje es delicioso;
hemos salido de Madrid en busca de aventuras, naturalmente...
|
POSTÍN.- Ya, ya; naturalmente, en busca
de aventuras...
|
VÍCTOR.- Llegamos a un pueblecito
castellano; pueblecito encantador...
|
POSTÍN.- Ya, ya; encantador...
|
VÍCTOR.- Nos alojamos en una posada
clásica...
|
POSTÍN.- Ya, ya; una posada
clásica...
|
VÍCTOR.- Entramos en conversación
con los mesoneros. Vienen de tertulia a la cocina del mesón
algunos hidalgos del pueblo...
|
POSTÍN.- Ya, ya. Vaya unos
hidalguitos.
|
VÍCTOR.- Nos cuentan la historia del
pueblo; consejas, leyendas, tradiciones...
|
POSTÍN.- Ya, ya. Me río yo de las
tradiciones de este pueblecito.
|
VÍCTOR.- De pronto, un hidalgo que se
llama don Gaspar de Mendoza y Toledo nos ha contado en tono
altisonante, épico, la historia de esa casa que se encuentra
en los alrededores de la ciudad. Y esa casa está encantada.
Las viejecitas que estaban en la cocina, ante el fuego, han hecho
aspavientos de terror. Yo he manifestado deseos de visitar esa
mansión diabólica. Tú, Postín, en ese
momento crítico..., te ponías el dedo en la sien y,
mirándome a mí, hacías de esta
manera. (Como barrenándose la sien con el
dedo.)
|
POSTÍN.- Bromas de usted, señor.
Veinte años...
|
VÍCTOR.- Sí, ya lo sé; no
lo repitas; veinte años sirviéndome a mí, a un
poeta extravagante. Sé franco: ¿no quieres entrar
conmigo en la casa encantada?
|
POSTÍN.- Yo voy con usted, señor,
adonde sea.
|
VÍCTOR.- Pero no a esa casita.
|
POSTÍN.- También a esa casita;
sólo que...
|
VÍCTOR.- Que tienes un miedo que no te lo
mereces.
|
POSTÍN.- ¿Yo miedo? Ya, ya.
¡Vengan casitas encantadas!
|
VÍCTOR.- Entonces, no comprendo. Pero tu
miedo es infundado. Tú crees en las pataratas de las casas
encantadas. No pasa nada; no sucede nada; no hay nada dentro de
esas casas.
|
POSTÍN.- ¿Y si por casualidad
hubiera?
|
VÍCTOR.- ¿Por casualidad? Ahora me
haces reír. En el mundo no hay misterios. Los misterios los
creamos sólo nosotros, los poetas. Mira, mira la casita
encantada. Tiene tres ventanas en su fachada principal; la puerta
está cerrada, naturalmente. Está cerrada porque es de
rigor que el viajero intrépido que llegue ante ella
dé un fuerte aldabonazo en la puerta. El aldabonazo, claro
está, ha de resonar con pavor en toda la casa. Y entonces,
querido Postín..., el viajero, seguido de su fiel criado,
penetra en la casa. El criado lleva al hombro unas alforjas. Se
instalan en la sala principal; el criado, que eres tú en
este caso, Postín...
|
POSTÍN.- ¡Ay, ay, ay; no sé
lo que siento en el pecho!
|
VÍCTOR.- ¿Estás un poco
mareado? Serénate... Decía que el criado saca de las
alforjas una suculenta merienda, la pone en la mesa... Hay un
profundo silencio en toda la casa. Amo y criado comen
tranquilamente... Y nada más.
|
POSTÍN.- ¿Y nada más?
¡Qué bonito, precioso! Me parece a mí que
no.
|
VÍCTOR.- Y nada más. Lo que pasa
es que el amo es un poeta que busca el misterio, lo desconocido, lo
pintoresco, se vuelve al pueblo desilusionado. Y luego, desde el
pueblo a Madrid, pensando que en los pueblos son unos visionarios,
y que la realidad de los cuentos, de las consejas, de las leyendas,
no existe más que en la fantasía de la gente.
|
POSTÍN.- ¡Bravo, bravo! ¡Ay,
la casita encantada!
|
VÍCTOR.- ¡Sin miedo! Contempla,
contempla la casita encantada; mírala allá arriba,
encima del monte.
|
POSTÍN.- ¡Caray con la casita de
todos los diablos!
|
VÍCTOR.- ¿De todos los diablos? Ni
siquiera de un solo diablo. ¡Y cuidado que nos íbamos
a reír la mar!
|
POSTÍN.- ¡Ya, ya; nos íbamos
a reír la mar!
|
VÍCTOR.- Vamos, Postín: un supremo
esfuerzo; en marcha.
|
|
(Salen de la escena; queda un momento el teatro desierto;
entra una viejecita con grandes tocas negras y un bastoncito de
ébano con puño de plata.)
|
MARÍA.- ¿No están?
¿Se han marchado? ¡Virgen del Socorro, Virgen de las
Angustias, Virgen de los Dolores: socorredlos, salvadlos.
Socorredlos, santos y vírgenes del cielo. No están
por aquí; ni por allí; no por esta parte; ni por la
otra. Deben de estar ya trepando por los vericuetos. Y doña
María, yo, la viejecita doña María, no ha
podido verlos antes. No ha podido verlos antes para decirles:
¿Adónde vais, insensatos? La casita encantada
encierra un misterio terrible. ¡Que no entre en ella ese mozo
temerario. Es un poeta! ¿Es que no pueden tener prudencia
los poetas? Santos y vírgenes del cielo, socorred a ese buen
poeta. ¿Quién os lo pide? Os lo pide una viejecita de
un pueblo castellano. Una viejecita que de toda una vida de
penalidades y desengaños no ha sacado más que un
poquito de experiencia... No están por estos contornos; no
los veo... ¡Ah, sí; allí, sobre aquella
peña, veo al criado!... ¡Ah, eh, buen hombre!...
Sí, a usted le digo. Tenga la bondad de bajar... Sí,
sí, baje; yo se lo ruego. Soy doña María: me
conocen en todo el pueblo. No le hago daño a nadie; tengo
muchos, muchos años; creo que ochenta o noventa.
|
|
(POSTÍN
habla desde dentro.)
|
POSTÍN.- No podemos volver; mi
señor dice que no puede volver.
|
MARÍA ¡Vuelvan, vuelvan por todos
los santos del cielo! No tienten al Señor, o, mejor dicho,
al diablo.
|
|
(Sale POSTÍN.)
|
POSTÍN.- ¿Quién es usted,
señora?
|
MARÍA.- ¿Que quién soy yo?
Yo soy doña María.
|
POSTÍN.- ¿Y qué quiere
doña María?
|
MARÍA.- Doña María quiere
que le avises sin tardar a tu señor. Que hagas que tu
señor venga un momentito. Que no lleguéis hasta la
casa encantada... En fin, que vuelva tu señor y aquí
hablaremos.
|
POSTÍN.- ¿Y querrá venir mi
señor?
|
MARÍA.- Tu señor, mírale
allí; está erguido encima de un peñasco; te
espera y te hace señas.
|
POSTÍN.- ¿Que no entremos en la
casa encantada?
|
MARÍA.- No, no, por nada del mundo
debéis entrar en esa casa.
|
POSTÍN.- ¿Que no entremos en la
casa encantada? Corro, corro volando a traer a mi
señor. (Se marcha.)
|
MARÍA.- Virgen del Socorro, no te pido
nunca nada. Yo soy muy viejecita; no espero nada ni quiero nada.
Pero te pido ahora que salves a un poeta, a un poeta mozo,
intrépido, y que tiene los mismos ojos -le he visto al
pasar-, los mismos ojos anchos y tristes que tenía el hombre
que más he querido en el mundo. Virgen del Socorro, yo puedo
ser en este pueblecito la representación de la Prudencia. Yo
te pido, en recuerdo de mi grande y único amor -hace ya
tantos, tantos años-, que salves a ese mozo.
|
POSTÍN.- Ya viene el señor.
¡Eh, eh, señor! Que aquí le llaman. Ahora
verá usted. ¡Es tan simpático! Simpático
y bueno de veras. Ya está aquí.
|
VÍCTOR.- Ya estoy aquí.
|
MARÍA.- Muy bien venido. ¿Es
ése tu amo?
|
POSTÍN.- El mismo, si no le han
cambiado.
|
VÍCTOR.- Postín, ¿es
ésta una viejecita que quería que yo volviera desde
allá arriba?
|
POSTÍN.- La misma, señor, si no
han puesto otra en su lugar.
|
MARÍA.- Me ha llamado usted viejecita,
caballero; no se ha atrevido a llamarme sencillamente vieja.
|
VÍCTOR.- Yo no me atrevo nunca,
señora, a cometer una descortesía con una dama.
|
MARÍA.- No sabe usted, caballero, que en
el mundo no hay viejos ni jóvenes. La edad depende siempre
de la fecha de nuestra muerte. Y como no conocemos esa fecha, no
podemos nunca decir la edad que tenemos. Un joven que tenga veinte
años, caballero, y se haya de morir a la semana siguiente,
es más viejo que un viejo a quien todavía le queden
por vivir unos años.
|
VÍCTOR.- Los años, señora,
los cuento yo por el corazón. Teniendo mucho corazón,
se tiene siempre juventud.
|
MARÍA.- Y cuando se tiene mucho
corazón, ¿se puede complacer a una viejecita?
|
VÍCTOR.- Las viejecitas que piden las
cosas como usted las pide son complacidas siempre en el acto.
|
MARÍA.- ¿Y si pidieran un favor
especial, muy especial?
|
VÍCTOR.- El complacerlas sería
también un gusto especial, muy especial.
|
MARÍA.- Pues yo le quiero pedir a usted
un favor de ese género. Postín, ¿me
complacerá tu señor?
|
POSTÍN.- Pida la señora lo que
quiera.
|
MARÍA.- Caballero, yo quisiera..., yo
quisiera que no fuera usted a la casa encantada.
|
VÍCTOR.- ¿Y por qué quiere
usted que no vaya a la casa encantada?
|
MARÍA.- Porque no es nunca prudente
exponerse al peligro.
|
POSTÍN.- No pasa nada en la casa
encantada, señor.
|
VÍCTOR.- Calla, Postín;
señora, yo quisiera conocer cuál es el peligro que me
espera en la casa encantada.
|
MARÍA.- Usted, señor, dirá
seguramente: Esta es una viejecita de pueblo que vive metida en un
rincón...
|
VÍCTOR.- No, no digo eso; no puedo
decirlo.
|
MARÍA.- Vive metida en un rincón;
sale de su casa y se marcha a la Catedral; lleva un gran rosario en
la mano y va pasando las cuentas poquito a poco. Esta viejecita no
se entera de nada en su rincón del pueblo; vive
abstraída. No ha vivido la vida en su juventud; no ha
leído; no sabe lo que son los hombres ni las cosas.
|
VÍCTOR.- Perdón, perdón; yo
no pienso de esa manera.
|
MARÍA.- Y esta viejecita me pide ahora un
favor. Y el favor que me pide es que yo renuncie a conocer lo
desconocido, a gozar del misterio.
|
VÍCTOR.- Yo soy poeta, señora; amo
con pasión la poesía. Y porque amo la poesía,
amo también todos sus estimulantes: el misterio, la
emoción, la ternura, la piedad. Postín,
¿verdad que soy un loco?
|
POSTÍN.- Señor, locos como el
señor quisiera yo a celemines por el mundo.
|
MARÍA.- Y esta viejecita conoce todas las
patrañas, cuentos y fantasías que corren por el
pueblo a propósito de la casa encantada. ¿Cree en
consejas la viejecita?
|
VÍCTOR.- No sé si cree.
¿Quién no cree en algo misterioso e inexplicable?
|
MARÍA.- Pues ese algo misterioso e
inexplicado no es la patraña vulgar.
|
VÍCTOR.- Ese algo puede ser la propia
imaginación.
|
MARÍA.- El poeta acaba de decir lo que yo
estaba pensando. La imaginación es la mejor amiga y la peor
enemiga. En la casa encantada podrá no existir nada de
extraordinario; pero es positivo e indudable que personas que han
entrado en ella han salido llenas de espanto.
|
POSTÍN.- No pasa nada en la casita,
señor; adelante, adelante; vamos allá.
|
VÍCTOR.- Diga, diga, señora.
|
MARÍA.- Yo he conocido, yo; yo he
conocido algunos de esos casos de que hablo. Se reían de la
casita encantada; bromeaban; se burlaban de quienes les
advertían del peligro... Y luego salían
lívidos, horrorizados, dando gritos de terror.
|
POSTÍN.- No pasa nada en la casita;
vamos, vamos, señor.
|
VÍCTOR.- Calla, Postín.
Señora, patrañas, no. Fantasías, no. Yo quiero
la verdad, sólo la verdad.
|
MARÍA.- Y yo he dicho y repito que no
creo en patrañas ni en fantasías. Creo, sí, en
la imaginación de los hombres. Y sería cosa rara,
peregrina, señor, que un poeta, un poeta como usted, no
creyera en la imaginación.
|
VÍCTOR.- La imaginación..., la
imaginación... Nuestra mejor amiga; nuestra peor enemiga. Es
verdad; lo ha dicho usted: el misterio reside en la
imaginación.
|
POSTÍN.- No pasa nada, señor.
Vamos, ánimo, adelante.
|
VÍCTOR.- Calla, Postín, calla; no
me aturdas; no me marees. El momento es decisivo, solemne.
¿Avanzamos? ¿Retrocedemos? Soñar,
soñar... Dormir, dormir... Imaginar, imaginar. Y
¿qué es la vida sin imaginación? Y
¿qué es la vida sin misterio? Sin el misterio
profundo de los hombres y de las cosas. La prudencia, sí; la
discreción, sí. Pero ¿y la acción
inicial y creadora? ¿Y la acción que requiere
intrepidez, audacia, desdén de lo conocido y amor hacia lo
desconocido?
|
MARÍA.- Postín, tu amo está
soñando. ¡Ja, ja, ja!
|
POSTÍN.- Señor, ¿qué
hacemos?
|
VÍCTOR.- Postín, esta
señora ha trastornado mis ideas. No sé lo que digo ni
lo que he de hacer; he perdido la noción del tiempo y del
espacio. ¿Estoy loco o soy cuerdo? ¡Ja, ja, ja!
|
|
(Se marcha DOÑA
MARÍA.)
|
POSTÍN.- Tra, la, la, la.
|
VÍCTOR.- Tra, la, la, la.
|
POSTÍN.- Bueno, bueno.
|
VÍCTOR.- Caramba, caramba.
|
POSTÍN.- Buena la hemos hecho.
|
VÍCTOR.- En buena nos hemos metido.
|
POSTÍN.- ¿Qué hacemos?
|
VÍCTOR.- ¿Qué hacemos,
Postín? ¿No decías que no pasa nada en la
casita dichosa?
|
POSTÍN.- ¿No decía usted,
señor, que no pasaba nada?
|
VÍCTOR.- Estoy perplejo.
|
POSTÍN.- ¿Qué haremos?
|
VÍCTOR.- Adelante: vamos allá.
(Comienzan a caminar; a poco se
detienen.) Lo mejor será esperar un poco.
|
POSTÍN.- Creo que el señor tiene
razón.
|
VÍCTOR.- Piensa un momento; tú
tienes una aguda razón natural.
|
POSTÍN.- Pienso, señor, pienso y
me estaría aquí pensando una semana entera.
|
VÍCTOR.- No sé lo que hacer.
|
POSTÍN.- Volvamos al pueblo.
|
VÍCTOR.- El misterio me atrae.
|
POSTÍN.- En el pueblo se está muy
bien.
|
VÍCTOR.- Lo conocido no tiene
encantos.
|
POSTÍN.- Volvamos a Madrid.
|
VÍCTOR.- Espera un poco; hablemos.
|
POSTÍN.- Hablemos.
|
VÍCTOR.- Oye, Postín.
|
POSTÍN.- Oigo, señor.
|
VÍCTOR.- ¿No crees que
tenía razón esa señora?
|
POSTÍN.- ¡Ya lo creo!
|
VÍCTOR.- Pues no vamos a la casa
encantada.
|
POSTÍN.- Bien, señor...
¿Qué es aquello que se divisa a lo lejos? Yo veo algo
en lo alto del monte, por entre los árboles.
|
VÍCTOR.- Añagaza tuya,
Postín.
|
POSTÍN.- No, no; alguien viene por
allá.
|
VÍCTOR.- Maulas.
|
POSTÍN.- Sí, avanzan entre los
matorrales.
|
VÍCTOR.- Artimañas.
|
POSTÍN.- Camina un poco, y luego se
detiene.
|
VÍCTOR.- Pataratas.
|
POSTÍN.- Ya se va acercando; se divisa
ahora mejor; es una bonita moza.
|
VÍCTOR.- ¿Una moza?
|
POSTÍN.- Pataratas.
|
VÍCTOR.- ¿Una moza bonita?
|
POSTÍN.- Maulas.
|
VÍCTOR.- ¿Una moza bonita por
estos andurriales?
|
POSTÍN.- Artimañas.
|
VÍCTOR.- Vamos, Postín, sé
formal. ¡Caramba, es preciosa!
|
POSTÍN.- ¡Y qué ojos
tiene!
|
VÍCTOR.- ¡Y con qué garbo
anda!
|
POSTÍN.- Esa no es una moza
labradora.
|
VÍCTOR.- El traje de labradora es rico;
pero ella tiene el porte de una dama.
|
POSTÍN.- Viene hacia aquí.
¿Habrá fantasmas como éste en la casa
encantada?
|
VÍCTOR.- Paso a la princesa de este
bosque.
|
POSTÍN.- ¡Buen lance si fueran como
éste los que nos esperan en la casita encantada!
|
|
(Entra ISABEL.)
|
ISABEL.- Estoy ardiendo.
|
VÍCTOR.- ¡Ay, y yo
también!
|
ISABEL.- Pues usted no ha corrido como yo.
|
VÍCTOR.- Estoy hecho una estatua.
|
ISABEL.- La vida es movimiento.
|
POSTÍN.- Tan labradora es ésta
como yo chino.
|
VÍCTOR.- ¿Quiere usted permitirme
una cosa?
|
ISABEL.- Con cortesía está
permitido todo.
|
VÍCTOR.- Decirle dos palabras.
|
ISABEL.- ¿Dos palabras nada
más?
|
VÍCTOR.- Dos palabras que son una
pregunta. ¿Las damas suelen andar por los bosques vestidas
de labradoras?
|
ISABEL.- ¿Usted cree que yo soy una
dama?
|
VÍCTOR.- Si el traje dice una cosa, la
prestancia dice otra. Es eso acaso una compensación.
¡En tantas personas el juicio es inferior al traje!
|
ISABEL.- ¿Cree usted en las
compensaciones humanas?
|
VÍCTOR.- Hay quien tiene inteligencia
para ver claramente las cosas y hay quien no las ve claras y tiene
energía para la acción.
|
ISABEL.- Y usted, ¿qué prefiere:
la inteligencia o la acción?
|
POSTÍN.- ¡Anda, ésta le da
cien vueltas a mi amo!
|
VÍCTOR.- Si yo fuera hombre de
acción, preferiría la inteligencia; si fuera hombre
de inteligencia, preferiría la acción.
|
ISABEL.- ¿No es usted ni una cosa ni
otra?
|
VÍCTOR.- Me contento con amar la
poesía.
|
ISABEL.- ¿Y le parece a usted eso poca
gloria?
|
VÍCTOR.- Siempre el que está en la
orilla, señora, siente la nostalgia del viaje cuando ve
alejarse el barco.
|
ISABEL.- Emprenda usted el viaje; sea usted
animoso.
|
VÍCTOR.- ¿Me anima usted?
|
ISABEL.- Le deseo sencillamente una feliz
jornada.
|
VÍCTOR.- ¿Con sorna?
|
ISABEL.- De todo corazón.
|
VÍCTOR.- ¿Con ese corazón
que palpita en su pecho?
|
ISABEL.- No tengo otro.
|
VÍCTOR.- ¿Es de usted sola?
|
ISABEL.- Hasta ahora no tiene otro
dueño.
|
VÍCTOR.- ¿Y podría ser de
alguien más?
|
ISABEL.- Podría ser del hombre que se
atreviera a hacer lo que nadie ha hecho.
|
VÍCTOR.- Veo que para usted el
pensamiento no es nada y la acción lo es todo.
|
ISABEL.- Se engaña usted. Lo que yo
quiero es que la inteligencia sea renovada y vivificada por la
acción.
|
VÍCTOR.- ¿Y me elige usted a
mí para esa experiencia?
|
ISABEL.- ¿Y cree usted que un poeta no
necesita gustar la sensación de lo desconocido, para
encontrar nuevas fuentes de inspiración?
|
VÍCTOR.- Con usted no puedo luchar; me
seduce y me vence usted.
|
ISABEL.- Y usted me desconcierta con sus
titubeos y zozobras.
|
VÍCTOR.- Nada está completo en el
mundo. ¿Quiere venir conmigo a la casa encantada?
|
POSTÍN.- ¡Se la quiere llevar a la
dichosa casita!
|
ISABEL.- Quiero que vaya usted; pero no quiero
yo ir.
|
VÍCTOR.- ¿Y por qué quiere
usted que vaya yo? ¿Me espera allí algo que sea
terrible?
|
ISABEL.- Le espera a usted la
demostración de su curiosidad intelectual.
|
VÍCTOR.- ¡Si viniera usted
conmigo!
|
ISABEL.- Bastante tiene usted con sus
pensamientos.
|
VÍCTOR.- ¿Quién es usted,
bella labradora?
|
ISABEL.- ¿Es que usted sabe quién
es usted?
|
VÍCTOR.- Nadie se conoce a sí
mismo.
|
ISABEL.- Y los poetas menos que nadie.
|
|
(Comienza a tronar y a relampaguear a lo
lejos.)
|
POSTÍN.- ¡Señor,
señor, que se prepara una tormenta!
|
VÍCTOR.- Señora, me marcho
decidido a la casa encantada. ¿La veré a usted
después?
|
ISABEL.- No se ve dos veces a una misma persona;
no hay dos momentos idénticos en la vida.
|
VÍCTOR.- Es triste y es verdad; este
momento de ahora no lo volveremos a vivir.
|
ISABEL.- Y cuando usted me vuelva a ver, si me
vuelve a ver, ya no seré yo la misma.
|
VÍCTOR.- ¿Usted se llama Aurora,
Estrella, Sol?
|
ISABEL.- Me llamo Isabel.
|
VÍCTOR.- Pues adiós, Isabel,
adiós. (Sale ISABEL. Aumentan los truenos y los
relámpagos.) Vamos, Postín, ya no hay
refugio. Vamos; estoy decidido.
|
POSTÍN.- ¿Y no podríamos,
señor, esperar un poco? Se acerca la tormenta.
|
VÍCTOR.- No te hagas el remolón.
Ya verás, ya verás; nos vamos a divertir.
|
POSTÍN.- Nos vamos a divertir mucho, pero
mucho.
|
VÍCTOR.- ¿Crees tú que no
es una cosa divertida lo desconocido?
|
POSTÍN.- ¡Ya lo creo!
|
VÍCTOR.- Aviva, aviva. ¿Se han
marchado todos?
|
POSTÍN.- ¿Qué iban a hacer
aquí?
|
VÍCTOR.- Adiós, adiós,
amigos. Adiós, doña María, don Epidio, Isabel,
la encantadora Isabel. Adiós, amigos de un instante. Y los
más queridos. En la amistad de un instante no hay tiempo
para la traición y la perfidia.
|
POSTÍN.- ¡Qué locura es
ésta!
|
|
(Se marchan; queda un momento la escena desierta;
continúa la tempestad. Entra DOÑA
MARÍA.)
|
MARÍA.- ¿Se han marchado? No lo
quiero creer. Y con este tiempo. ¿Quién les
habrá impulsado a marchar? Le dejé vacilante, dudoso.
Lo que ese joven poeta hace es un desatino. Virgen del Socorro,
Virgen de las Angustias, Virgen de los Dolores, sálvalos.
Sálvalos del peligro.
|
|
(Entra ISABEL.)
|
ISABEL.- Estaban aquí hace un momento; no
están ya. Al fin ha tenido un rasgo de energía ese
poeta. Sí, se han marchado a la casa encantada. La
indecisión era fatal. Ha hecho bien; ahora verá lo
que nunca ha visto, y su corazón experimentará
emociones que nunca ha experimentado. ¿Qué versos
nuevos, henchidos de misterio, van a surgir en esta aventura? Tal
vez estén llegando ya a las alturas.
|
MARÍA.- ¿Se han marchado?
|
ISABEL.- Sí, se han marchado al fin.
|
MARÍA.- ¿Al fin? ¿Deseaba
usted que se marcharan?
|
ISABEL.- Deseaba que salieran de su
indecisión.
|
MARÍA.- ¿Y cree usted que la vida
es la acción?
|
ISABEL.- Sin la acción no existe la
vida.
|
MARÍA.- La vida es el pensamiento. Y el
pensamiento es la más alta de las acciones, la más
alta y la más fecunda. El pensamiento se basta a sí
mismo.
|
ISABEL.- Está usted en un error.
|
MARÍA.- El error es el suyo. ¿Por
qué habrán cometido esa locura?
|
ISABEL.- Si es locura, es locura genial.
|
MARÍA.- La locura es siempre funesta.
|
ISABEL.- Error.
|
MARÍA.- Verdad.
|
ISABEL.- ¡Ah, le veo allá arriba en
aquella peña! El poeta saluda con el sombrero.
|
MARÍA.- ¡Adiós,
adiós!
|
ISABEL.- ¡Adiós, adiós!
|
|
(Saludan con el sombrero y los pañuelos. Truenos y
relámpagos.)
|
|
TELÓN
|