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Cervantes o La casa encantada


Azorín



PERSONAJES
 

 
VÍCTOR BRENES.
POSTÍN.
ISABEL.
DOÑA MARÍA.
DOÑA JUANA.
EL DOCTOR.
LUIS.
ANTONIO.
MIGUEL.
DOÑA ANDREA.
DOÑA MAGDALENA.
CONSTANZA.
DURÁN.
DON JACINTO.

El personaje de ISABEL debe ser interpretado por una misma actriz; la caracterización será igual en toda la obra; pero el traje, distinto. El personaje del DOCTOR será interpretado también por un mismo actor; el traje y la caracterización serán los mismos en el segundo acto y en el cuadro primero del primer acto.






ArribaAbajoActo I


Cuadro I

 

Pasillo de una casa. Al levantarse el telón aparece POSTÍN junto a una puerta. Breve pausa. Entra DURÁN.

 

POSTÍN.-  ¿Por dónde ha entrado usted?

DURÁN.-  Por la puerta.

POSTÍN.-  ¿Sabe usted que no se puede pasar?

DURÁN.-  He pasado.

POSTÍN.-  ¿Quién es usted?

DURÁN.-  Un periodista.

POSTÍN.-  El doctor ha dado orden de que no pase nadie.

DURÁN.-  No sabía que tenía yo que venir.

POSTÍN.-  Si le ven a usted, me van a reñir a mí.

DURÁN.-  No le reñirán.

POSTÍN.-  ¿Por qué?

DURÁN.-  Porque voy a ver yo a doña Isabel ahora mismo.

POSTÍN.-  La señora está con el enfermo.

DURÁN.-  ¿Y el doctor?

POSTÍN.-  Está también con el señor.

DURÁN.-  ¿Cómo ha pasado la noche el señor?

POSTÍN.-  Muy tranquilo.

DURÁN.-  ¿Calentura?

POSTÍN.-  Treinta y ocho grados; después, cuarenta; después, treinta y nueve...

DURÁN.-  Espere usted; voy a tomar notas. ¿Ha velado usted al señor?

POSTÍN.  -He estado yo toda la noche con él; cuando se ha hecho de día me he retirado a descansar.

DURÁN.-  ¿Muy intranquilo toda la noche?

POSTÍN.-  Delirando.

DURÁN.-  ¿Delirando?

POSTÍN.-  Se quería tirar de la cama.

DURÁN.-  ¿Qué decía?

POSTÍN.-  Decía cosas raras; era como si los dos, el señor y yo, fuéramos de viaje.

DURÁN.-  Curioso. ¿Dónde iban ustedes?

POSTÍN.-  Llegábamos a un pueblo, y luego íbamos a visitar una casa encantada.

DURÁN.-  ¡La casa encantada! Es el título del libro que prepara el señor. ¿Y después?

POSTÍN.-  Después nos ocurrieron en la casa muchos lances y peripecias.

DURÁN.-  Curioso. ¿Recitaba versos el señor?

POSTÍN.-  No se entendía bien lo que decía. Creo que hablaba también de Cervantes.

DURÁN.-  ¿De Cervantes?

POSTÍN.-  Imaginaba que estábamos también en casa de Cervantes.

DURÁN.-  Curioso. En casa de Cervantes... ¿Ha dicho algo el doctor?

POSTÍN.-  No ha salido todavía.

DURÁN.-  ¿Hace mucho que está dentro?

POSTÍN.-  Ahí lo tiene usted.

 

(Entran el DOCTOR e ISABEL.)

 

DURÁN.-  Señora, doctor...

DOCTOR.-  Hola, querido Durán.

DURÁN.-  Si estorbo...

DOCTOR.-  Señora, Rafael Durán, uno de nuestros primeros periodistas.

DURÁN.-  Señora, perdóneme usted. El interés de España entera por la salud del gran poeta disculpa mi indiscreción; mis compañeros me han rogado que les represente. Todos ofrecen a usted sus respetos por mi conducto y hacen votos fervientes por la salud de don Víctor.

ISABEL.-  Gracias, gracias. ¡Qué horas tan terribles!

DURÁN.-  ¿Noticias, doctor?

ISABEL.-  Doctor, ¿cómo lo encuentra usted?

DOCTOR.-  La naturaleza es contradictoria.

ISABEL.-  ¿Dice usted?

DOCTOR.-  Digo que la naturaleza es contradictoria. La noche ha sido mala. Ahora está tranquilo.

ISABEL.-  ¿Y usted cree?

DOCTOR.-  Yo creo en la naturaleza. Ahora está tranquilo. La noche ha sido decisiva.

ISABEL.-  ¿Decisiva?

DURÁN.-  ¿Cómo?

DOCTOR.-  Sí, decisiva. Hemos entrado en una nueva fase. La enfermedad ha entrado en una fase distinta de la anterior.

ISABEL.-  ¿Satisfactoria?

DOCTOR.-  Naturalmente; satisfactoria.

ISABEL.-  ¡Ah, doctor!

DOCTOR.-  Esperemos, esperemos.

ISABEL.-  Gracias, gracias, doctor.

DOCTOR.-  Yo no he hecho nada. La naturaleza ha seguido su camino. Tengamos confianza. A la tarde, a primera hora, volveré.

ISABEL.-  ¿Cree usted, doctor?

DOCTOR.-  Esperemos, tengamos calma.

ISABEL.-  ¿Calma con esta angustia?

DOCTOR.-  Esperemos; nos hallamos en presencia de un horizonte más despejado.

DURÁN.-  ¡Y eso es importante!

DOCTOR.-  De gran importancia.

ISABEL.-  ¡Que se salve! ¡Que se salve! Su obsesión era poder terminar esa obra en que estaba trabajando. Terminar de escribir La casa encantada.

DOCTOR.-  Vamos, Isabel, vamos. He dicho lo bastante para que tenga usted tranquilidad.

ISABEL.-  ¡Si viera usted qué cosas imaginaba esta noche en su delirio!

DOCTOR.-  Me lo ha contado Postín antes de salir usted.

ISABEL.-  ¡En ese libro funda tanta esperanza!

DURÁN.-  En sus delirios, doctor, según he oído al criado, el gran poeta hablaba de su poema en preparación.

DOCTOR.-  Sí, de La casa encantada; Postín me ha referido todo lo que Víctor decía. ¡Eran cosas magníficas!

ISABEL.-  Sí, doctor; fantasías y realidad; fragmentos de su poema y cosas de ahora, de las que le rodean. ¡Qué curioso hubiera sido el ir escribiéndolo todo!

DOCTOR.-  Se podría haber hecho otro poema, o una novela, o una comedia.

DURÁN.-  ¿Cree usted, doctor, que se podría hacer con el delirio de un poeta, de un gran poeta, una obra de teatro interesante?

ISABEL.-  Y usted saldría en esa obra, doctor. En el delirio de esta noche, de usted hablaba mucho Víctor.

DOCTOR.-  ¡Fantasías! Todo se puede hacer, después de todo, en el arte. ¿Verdad, gran periodista?

DURÁN.-  ¡Ya lo creo! Pero, en este caso, habría que preparar mucho al público. Habría que decirle: «¡Eh, cuidado!, que lo que van ustedes a ver no es una comedia normal, sino... el delirio de un poeta»...

DOCTOR.-  ¡Y tal vez lo que ocurriera en la representación fuera... el delirio!... ¡Fantasías! Lo importante es que el poeta podrá terminar su poema en preparación.

ISABEL.-  ¡Sí, doctor! Gracias, gracias de nuevo.

DURÁN.-  ¡Qué emocionado estoy!

DOCTOR.-  Calma, calma, y hasta la tarde.



Cuadro II

 

En el fondo, a lo lejos, sobre una colina, una casa. VÍCTOR, en escena, habla con una persona que se halla fuera.

 

VÍCTOR.-  ¡Vamos, Postín! ¡Hombre, no te quedes atrás!

Aviva un poco. Aligera. ¡Tú, tan vivo, tan ligero, ahora pareces de plomo!

POSTÍN.-  ¡Ay, la casita encantada!  (Sale.) ¡Dichosa casita encantada!

VÍCTOR.-  ¿No te parece bien la casa encantada?

POSTÍN.-  ¡Y qué nochecita la de ayer!

VÍCTOR.-  ¿No has pasado bien la noche?

POSTÍN.-  Bien, bien; muy bien, señor; una cama como no la había conocido nunca en ese mesón.

VÍCTOR.-  Pero el viaje es delicioso; hemos salido de Madrid en busca de aventuras, naturalmente...

POSTÍN.-  Ya, ya; naturalmente, en busca de aventuras...

VÍCTOR.-  Llegamos a un pueblecito castellano; pueblecito encantador...

POSTÍN.-  Ya, ya; encantador...

VÍCTOR.-  Nos alojamos en una posada clásica...

POSTÍN.-  Ya, ya; una posada clásica...

VÍCTOR.-  Entramos en conversación con los mesoneros. Vienen de tertulia a la cocina del mesón algunos hidalgos del pueblo...

POSTÍN.-  Ya, ya. Vaya unos hidalguitos.

VÍCTOR.-  Nos cuentan la historia del pueblo; consejas, leyendas, tradiciones...

POSTÍN.-  Ya, ya. Me río yo de las tradiciones de este pueblecito.

VÍCTOR.-  De pronto, un hidalgo que se llama don Gaspar de Mendoza y Toledo nos ha contado en tono altisonante, épico, la historia de esa casa que se encuentra en los alrededores de la ciudad. Y esa casa está encantada. Las viejecitas que estaban en la cocina, ante el fuego, han hecho aspavientos de terror. Yo he manifestado deseos de visitar esa mansión diabólica. Tú, Postín, en ese momento crítico..., te ponías el dedo en la sien y, mirándome a mí, hacías de esta manera. (Como barrenándose la sien con el dedo.) 

POSTÍN.-  Bromas de usted, señor. Veinte años...

VÍCTOR.-  Sí, ya lo sé; no lo repitas; veinte años sirviéndome a mí, a un poeta extravagante. Sé franco: ¿no quieres entrar conmigo en la casa encantada?

POSTÍN.-  Yo voy con usted, señor, adonde sea.

VÍCTOR.-  Pero no a esa casita.

POSTÍN.-  También a esa casita; sólo que...

VÍCTOR.-  Que tienes un miedo que no te lo mereces.

POSTÍN.-  ¿Yo miedo? Ya, ya. ¡Vengan casitas encantadas!

VÍCTOR.-  Entonces, no comprendo. Pero tu miedo es infundado. Tú crees en las pataratas de las casas encantadas. No pasa nada; no sucede nada; no hay nada dentro de esas casas.

POSTÍN.-  ¿Y si por casualidad hubiera?

VÍCTOR.-  ¿Por casualidad? Ahora me haces reír. En el mundo no hay misterios. Los misterios los creamos sólo nosotros, los poetas. Mira, mira la casita encantada. Tiene tres ventanas en su fachada principal; la puerta está cerrada, naturalmente. Está cerrada porque es de rigor que el viajero intrépido que llegue ante ella dé un fuerte aldabonazo en la puerta. El aldabonazo, claro está, ha de resonar con pavor en toda la casa. Y entonces, querido Postín..., el viajero, seguido de su fiel criado, penetra en la casa. El criado lleva al hombro unas alforjas. Se instalan en la sala principal; el criado, que eres tú en este caso, Postín...

POSTÍN.-  ¡Ay, ay, ay; no sé lo que siento en el pecho!

VÍCTOR.-  ¿Estás un poco mareado? Serénate... Decía que el criado saca de las alforjas una suculenta merienda, la pone en la mesa... Hay un profundo silencio en toda la casa. Amo y criado comen tranquilamente... Y nada más.

POSTÍN.-  ¿Y nada más? ¡Qué bonito, precioso! Me parece a mí que no.

VÍCTOR.-  Y nada más. Lo que pasa es que el amo es un poeta que busca el misterio, lo desconocido, lo pintoresco, se vuelve al pueblo desilusionado. Y luego, desde el pueblo a Madrid, pensando que en los pueblos son unos visionarios, y que la realidad de los cuentos, de las consejas, de las leyendas, no existe más que en la fantasía de la gente.

POSTÍN.-  ¡Bravo, bravo! ¡Ay, la casita encantada!

VÍCTOR.-  ¡Sin miedo! Contempla, contempla la casita encantada; mírala allá arriba, encima del monte.

POSTÍN.-  ¡Caray con la casita de todos los diablos!

VÍCTOR.-  ¿De todos los diablos? Ni siquiera de un solo diablo. ¡Y cuidado que nos íbamos a reír la mar!

POSTÍN.-  ¡Ya, ya; nos íbamos a reír la mar!

VÍCTOR.-  Vamos, Postín: un supremo esfuerzo; en marcha.

 

(Salen de la escena; queda un momento el teatro desierto; entra una viejecita con grandes tocas negras y un bastoncito de ébano con puño de plata.)

 

MARÍA.-  ¿No están? ¿Se han marchado? ¡Virgen del Socorro, Virgen de las Angustias, Virgen de los Dolores: socorredlos, salvadlos. Socorredlos, santos y vírgenes del cielo. No están por aquí; ni por allí; no por esta parte; ni por la otra. Deben de estar ya trepando por los vericuetos. Y doña María, yo, la viejecita doña María, no ha podido verlos antes. No ha podido verlos antes para decirles: ¿Adónde vais, insensatos? La casita encantada encierra un misterio terrible. ¡Que no entre en ella ese mozo temerario. Es un poeta! ¿Es que no pueden tener prudencia los poetas? Santos y vírgenes del cielo, socorred a ese buen poeta. ¿Quién os lo pide? Os lo pide una viejecita de un pueblo castellano. Una viejecita que de toda una vida de penalidades y desengaños no ha sacado más que un poquito de experiencia... No están por estos contornos; no los veo... ¡Ah, sí; allí, sobre aquella peña, veo al criado!... ¡Ah, eh, buen hombre!... Sí, a usted le digo. Tenga la bondad de bajar... Sí, sí, baje; yo se lo ruego. Soy doña María: me conocen en todo el pueblo. No le hago daño a nadie; tengo muchos, muchos años; creo que ochenta o noventa.

 

(POSTÍN habla desde dentro.)

 

POSTÍN.-  No podemos volver; mi señor dice que no puede volver.

MARÍA  ¡Vuelvan, vuelvan por todos los santos del cielo! No tienten al Señor, o, mejor dicho, al diablo.

 

(Sale POSTÍN.)

 

POSTÍN.-  ¿Quién es usted, señora?

MARÍA.-  ¿Que quién soy yo? Yo soy doña María.

POSTÍN.-  ¿Y qué quiere doña María?

MARÍA.-  Doña María quiere que le avises sin tardar a tu señor. Que hagas que tu señor venga un momentito. Que no lleguéis hasta la casa encantada... En fin, que vuelva tu señor y aquí hablaremos.

POSTÍN.-  ¿Y querrá venir mi señor?

MARÍA.-  Tu señor, mírale allí; está erguido encima de un peñasco; te espera y te hace señas.

POSTÍN.-  ¿Que no entremos en la casa encantada?

MARÍA.-  No, no, por nada del mundo debéis entrar en esa casa.

POSTÍN.-  ¿Que no entremos en la casa encantada? Corro, corro volando a traer a mi señor. (Se marcha.) 

MARÍA.-  Virgen del Socorro, no te pido nunca nada. Yo soy muy viejecita; no espero nada ni quiero nada. Pero te pido ahora que salves a un poeta, a un poeta mozo, intrépido, y que tiene los mismos ojos -le he visto al pasar-, los mismos ojos anchos y tristes que tenía el hombre que más he querido en el mundo. Virgen del Socorro, yo puedo ser en este pueblecito la representación de la Prudencia. Yo te pido, en recuerdo de mi grande y único amor -hace ya tantos, tantos años-, que salves a ese mozo.

POSTÍN.-  Ya viene el señor. ¡Eh, eh, señor! Que aquí le llaman. Ahora verá usted. ¡Es tan simpático! Simpático y bueno de veras. Ya está aquí.

VÍCTOR.-  Ya estoy aquí.

MARÍA.-  Muy bien venido. ¿Es ése tu amo?

POSTÍN.-  El mismo, si no le han cambiado.

VÍCTOR.-  Postín, ¿es ésta una viejecita que quería que yo volviera desde allá arriba?

POSTÍN.-  La misma, señor, si no han puesto otra en su lugar.

MARÍA.-  Me ha llamado usted viejecita, caballero; no se ha atrevido a llamarme sencillamente vieja.

VÍCTOR.-  Yo no me atrevo nunca, señora, a cometer una descortesía con una dama.

MARÍA.-  No sabe usted, caballero, que en el mundo no hay viejos ni jóvenes. La edad depende siempre de la fecha de nuestra muerte. Y como no conocemos esa fecha, no podemos nunca decir la edad que tenemos. Un joven que tenga veinte años, caballero, y se haya de morir a la semana siguiente, es más viejo que un viejo a quien todavía le queden por vivir unos años.

VÍCTOR.-  Los años, señora, los cuento yo por el corazón. Teniendo mucho corazón, se tiene siempre juventud.

MARÍA.-  Y cuando se tiene mucho corazón, ¿se puede complacer a una viejecita?

VÍCTOR.-  Las viejecitas que piden las cosas como usted las pide son complacidas siempre en el acto.

MARÍA.-  ¿Y si pidieran un favor especial, muy especial?

VÍCTOR.-  El complacerlas sería también un gusto especial, muy especial.

MARÍA.-  Pues yo le quiero pedir a usted un favor de ese género. Postín, ¿me complacerá tu señor?

POSTÍN.-  Pida la señora lo que quiera.

MARÍA.-  Caballero, yo quisiera..., yo quisiera que no fuera usted a la casa encantada.

VÍCTOR.-  ¿Y por qué quiere usted que no vaya a la casa encantada?

MARÍA.-  Porque no es nunca prudente exponerse al peligro.

POSTÍN.-  No pasa nada en la casa encantada, señor.

VÍCTOR.-  Calla, Postín; señora, yo quisiera conocer cuál es el peligro que me espera en la casa encantada.

MARÍA.-  Usted, señor, dirá seguramente: Esta es una viejecita de pueblo que vive metida en un rincón...

VÍCTOR.-  No, no digo eso; no puedo decirlo.

MARÍA.-  Vive metida en un rincón; sale de su casa y se marcha a la Catedral; lleva un gran rosario en la mano y va pasando las cuentas poquito a poco. Esta viejecita no se entera de nada en su rincón del pueblo; vive abstraída. No ha vivido la vida en su juventud; no ha leído; no sabe lo que son los hombres ni las cosas.

VÍCTOR.-  Perdón, perdón; yo no pienso de esa manera.

MARÍA.-  Y esta viejecita me pide ahora un favor. Y el favor que me pide es que yo renuncie a conocer lo desconocido, a gozar del misterio.

VÍCTOR.-  Yo soy poeta, señora; amo con pasión la poesía. Y porque amo la poesía, amo también todos sus estimulantes: el misterio, la emoción, la ternura, la piedad. Postín, ¿verdad que soy un loco?

POSTÍN.-  Señor, locos como el señor quisiera yo a celemines por el mundo.

MARÍA.-  Y esta viejecita conoce todas las patrañas, cuentos y fantasías que corren por el pueblo a propósito de la casa encantada. ¿Cree en consejas la viejecita?

VÍCTOR.-  No sé si cree. ¿Quién no cree en algo misterioso e inexplicable?

MARÍA.-  Pues ese algo misterioso e inexplicado no es la patraña vulgar.

VÍCTOR.-  Ese algo puede ser la propia imaginación.

MARÍA.-  El poeta acaba de decir lo que yo estaba pensando. La imaginación es la mejor amiga y la peor enemiga. En la casa encantada podrá no existir nada de extraordinario; pero es positivo e indudable que personas que han entrado en ella han salido llenas de espanto.

POSTÍN.-  No pasa nada en la casita, señor; adelante, adelante; vamos allá.

VÍCTOR.-  Diga, diga, señora.

MARÍA.-  Yo he conocido, yo; yo he conocido algunos de esos casos de que hablo. Se reían de la casita encantada; bromeaban; se burlaban de quienes les advertían del peligro... Y luego salían lívidos, horrorizados, dando gritos de terror.

POSTÍN.-  No pasa nada en la casita; vamos, vamos, señor.

VÍCTOR.-  Calla, Postín. Señora, patrañas, no. Fantasías, no. Yo quiero la verdad, sólo la verdad.

MARÍA.-  Y yo he dicho y repito que no creo en patrañas ni en fantasías. Creo, sí, en la imaginación de los hombres. Y sería cosa rara, peregrina, señor, que un poeta, un poeta como usted, no creyera en la imaginación.

VÍCTOR.-  La imaginación..., la imaginación... Nuestra mejor amiga; nuestra peor enemiga. Es verdad; lo ha dicho usted: el misterio reside en la imaginación.

POSTÍN.-  No pasa nada, señor. Vamos, ánimo, adelante.

VÍCTOR.-  Calla, Postín, calla; no me aturdas; no me marees. El momento es decisivo, solemne. ¿Avanzamos? ¿Retrocedemos? Soñar, soñar... Dormir, dormir... Imaginar, imaginar. Y ¿qué es la vida sin imaginación? Y ¿qué es la vida sin misterio? Sin el misterio profundo de los hombres y de las cosas. La prudencia, sí; la discreción, sí. Pero ¿y la acción inicial y creadora? ¿Y la acción que requiere intrepidez, audacia, desdén de lo conocido y amor hacia lo desconocido?

MARÍA.-  Postín, tu amo está soñando. ¡Ja, ja, ja!

POSTÍN.-  Señor, ¿qué hacemos?

VÍCTOR.-  Postín, esta señora ha trastornado mis ideas. No sé lo que digo ni lo que he de hacer; he perdido la noción del tiempo y del espacio. ¿Estoy loco o soy cuerdo? ¡Ja, ja, ja!

 

(Se marcha DOÑA MARÍA.)

 

POSTÍN.-  Tra, la, la, la.

VÍCTOR.-  Tra, la, la, la.

POSTÍN.-  Bueno, bueno.

VÍCTOR.-  Caramba, caramba.

POSTÍN.-  Buena la hemos hecho.

VÍCTOR.-  En buena nos hemos metido.

POSTÍN.-  ¿Qué hacemos?

VÍCTOR.-  ¿Qué hacemos, Postín? ¿No decías que no pasa nada en la casita dichosa?

POSTÍN.-  ¿No decía usted, señor, que no pasaba nada?

VÍCTOR.-  Estoy perplejo.

POSTÍN.-  ¿Qué haremos?

VÍCTOR.-  Adelante: vamos allá.  (Comienzan a caminar; a poco se detienen.)  Lo mejor será esperar un poco.

POSTÍN.-  Creo que el señor tiene razón.

VÍCTOR.-  Piensa un momento; tú tienes una aguda razón natural.

POSTÍN.-  Pienso, señor, pienso y me estaría aquí pensando una semana entera.

VÍCTOR.-  No sé lo que hacer.

POSTÍN.-  Volvamos al pueblo.

VÍCTOR.-  El misterio me atrae.

POSTÍN.-  En el pueblo se está muy bien.

VÍCTOR.-  Lo conocido no tiene encantos.

POSTÍN.-  Volvamos a Madrid.

VÍCTOR.-  Espera un poco; hablemos.

POSTÍN.-  Hablemos.

VÍCTOR.-  Oye, Postín.

POSTÍN.-  Oigo, señor.

VÍCTOR.-  ¿No crees que tenía razón esa señora?

POSTÍN.-  ¡Ya lo creo!

VÍCTOR.-  Pues no vamos a la casa encantada.

POSTÍN.-  Bien, señor... ¿Qué es aquello que se divisa a lo lejos? Yo veo algo en lo alto del monte, por entre los árboles.

VÍCTOR.-  Añagaza tuya, Postín.

POSTÍN.-  No, no; alguien viene por allá.

VÍCTOR.-  Maulas.

POSTÍN.-  Sí, avanzan entre los matorrales.

VÍCTOR.-  Artimañas.

POSTÍN.-  Camina un poco, y luego se detiene.

VÍCTOR.-  Pataratas.

POSTÍN.-  Ya se va acercando; se divisa ahora mejor; es una bonita moza.

VÍCTOR.-  ¿Una moza?

POSTÍN.-  Pataratas.

VÍCTOR.-  ¿Una moza bonita?

POSTÍN.-  Maulas.

VÍCTOR.-  ¿Una moza bonita por estos andurriales?

POSTÍN.-  Artimañas.

VÍCTOR.-  Vamos, Postín, sé formal. ¡Caramba, es preciosa!

POSTÍN.-  ¡Y qué ojos tiene!

VÍCTOR.-  ¡Y con qué garbo anda!

POSTÍN.-  Esa no es una moza labradora.

VÍCTOR.-  El traje de labradora es rico; pero ella tiene el porte de una dama.

POSTÍN.-  Viene hacia aquí. ¿Habrá fantasmas como éste en la casa encantada?

VÍCTOR.-  Paso a la princesa de este bosque.

POSTÍN.-  ¡Buen lance si fueran como éste los que nos esperan en la casita encantada!

 

(Entra ISABEL.)

 

ISABEL.-  Estoy ardiendo.

VÍCTOR.-  ¡Ay, y yo también!

ISABEL.-  Pues usted no ha corrido como yo.

VÍCTOR.-  Estoy hecho una estatua.

ISABEL.-  La vida es movimiento.

POSTÍN.-  Tan labradora es ésta como yo chino.

VÍCTOR.-  ¿Quiere usted permitirme una cosa?

ISABEL.-  Con cortesía está permitido todo.

VÍCTOR.-  Decirle dos palabras.

ISABEL.-  ¿Dos palabras nada más?

VÍCTOR.-  Dos palabras que son una pregunta. ¿Las damas suelen andar por los bosques vestidas de labradoras?

ISABEL.-  ¿Usted cree que yo soy una dama?

VÍCTOR.-  Si el traje dice una cosa, la prestancia dice otra. Es eso acaso una compensación. ¡En tantas personas el juicio es inferior al traje!

ISABEL.-  ¿Cree usted en las compensaciones humanas?

VÍCTOR.-  Hay quien tiene inteligencia para ver claramente las cosas y hay quien no las ve claras y tiene energía para la acción.

ISABEL.-  Y usted, ¿qué prefiere: la inteligencia o la acción?

POSTÍN.-  ¡Anda, ésta le da cien vueltas a mi amo!

VÍCTOR.-  Si yo fuera hombre de acción, preferiría la inteligencia; si fuera hombre de inteligencia, preferiría la acción.

ISABEL.-  ¿No es usted ni una cosa ni otra?

VÍCTOR.-  Me contento con amar la poesía.

ISABEL.-  ¿Y le parece a usted eso poca gloria?

VÍCTOR.-  Siempre el que está en la orilla, señora, siente la nostalgia del viaje cuando ve alejarse el barco.

ISABEL.-  Emprenda usted el viaje; sea usted animoso.

VÍCTOR.-  ¿Me anima usted?

ISABEL.-  Le deseo sencillamente una feliz jornada.

VÍCTOR.-  ¿Con sorna?

ISABEL.-  De todo corazón.

VÍCTOR.-  ¿Con ese corazón que palpita en su pecho?

ISABEL.-  No tengo otro.

VÍCTOR.-  ¿Es de usted sola?

ISABEL.-  Hasta ahora no tiene otro dueño.

VÍCTOR.-  ¿Y podría ser de alguien más?

ISABEL.-  Podría ser del hombre que se atreviera a hacer lo que nadie ha hecho.

VÍCTOR.-  Veo que para usted el pensamiento no es nada y la acción lo es todo.

ISABEL.-  Se engaña usted. Lo que yo quiero es que la inteligencia sea renovada y vivificada por la acción.

VÍCTOR.-  ¿Y me elige usted a mí para esa experiencia?

ISABEL.-  ¿Y cree usted que un poeta no necesita gustar la sensación de lo desconocido, para encontrar nuevas fuentes de inspiración?

VÍCTOR.-  Con usted no puedo luchar; me seduce y me vence usted.

ISABEL.-  Y usted me desconcierta con sus titubeos y zozobras.

VÍCTOR.-  Nada está completo en el mundo. ¿Quiere venir conmigo a la casa encantada?

POSTÍN.-  ¡Se la quiere llevar a la dichosa casita!

ISABEL.-  Quiero que vaya usted; pero no quiero yo ir.

VÍCTOR.-  ¿Y por qué quiere usted que vaya yo? ¿Me espera allí algo que sea terrible?

ISABEL.-  Le espera a usted la demostración de su curiosidad intelectual.

VÍCTOR.-  ¡Si viniera usted conmigo!

ISABEL.-  Bastante tiene usted con sus pensamientos.

VÍCTOR.-  ¿Quién es usted, bella labradora?

ISABEL.-  ¿Es que usted sabe quién es usted?

VÍCTOR.-  Nadie se conoce a sí mismo.

ISABEL.-  Y los poetas menos que nadie.

 

(Comienza a tronar y a relampaguear a lo lejos.)

 

POSTÍN.-  ¡Señor, señor, que se prepara una tormenta!

VÍCTOR.-  Señora, me marcho decidido a la casa encantada. ¿La veré a usted después?

ISABEL.-  No se ve dos veces a una misma persona; no hay dos momentos idénticos en la vida.

VÍCTOR.-  Es triste y es verdad; este momento de ahora no lo volveremos a vivir.

ISABEL.-  Y cuando usted me vuelva a ver, si me vuelve a ver, ya no seré yo la misma.

VÍCTOR.-  ¿Usted se llama Aurora, Estrella, Sol?

ISABEL.-  Me llamo Isabel.

VÍCTOR.-  Pues adiós, Isabel, adiós.  (Sale ISABEL. Aumentan los truenos y los relámpagos.)  Vamos, Postín, ya no hay refugio. Vamos; estoy decidido.

POSTÍN.-  ¿Y no podríamos, señor, esperar un poco? Se acerca la tormenta.

VÍCTOR.-  No te hagas el remolón. Ya verás, ya verás; nos vamos a divertir.

POSTÍN.-  Nos vamos a divertir mucho, pero mucho.

VÍCTOR.-  ¿Crees tú que no es una cosa divertida lo desconocido?

POSTÍN.-  ¡Ya lo creo!

VÍCTOR.-  Aviva, aviva. ¿Se han marchado todos?

POSTÍN.-  ¿Qué iban a hacer aquí?

VÍCTOR.-  Adiós, adiós, amigos. Adiós, doña María, don Epidio, Isabel, la encantadora Isabel. Adiós, amigos de un instante. Y los más queridos. En la amistad de un instante no hay tiempo para la traición y la perfidia.

POSTÍN.-  ¡Qué locura es ésta!

 

(Se marchan; queda un momento la escena desierta; continúa la tempestad. Entra DOÑA MARÍA.)

 

MARÍA.-  ¿Se han marchado? No lo quiero creer. Y con este tiempo. ¿Quién les habrá impulsado a marchar? Le dejé vacilante, dudoso. Lo que ese joven poeta hace es un desatino. Virgen del Socorro, Virgen de las Angustias, Virgen de los Dolores, sálvalos. Sálvalos del peligro.

 

(Entra ISABEL.)

 

ISABEL.-  Estaban aquí hace un momento; no están ya. Al fin ha tenido un rasgo de energía ese poeta. Sí, se han marchado a la casa encantada. La indecisión era fatal. Ha hecho bien; ahora verá lo que nunca ha visto, y su corazón experimentará emociones que nunca ha experimentado. ¿Qué versos nuevos, henchidos de misterio, van a surgir en esta aventura? Tal vez estén llegando ya a las alturas.

MARÍA.-  ¿Se han marchado?

ISABEL.-  Sí, se han marchado al fin.

MARÍA.-  ¿Al fin? ¿Deseaba usted que se marcharan?

ISABEL.-  Deseaba que salieran de su indecisión.

MARÍA.-  ¿Y cree usted que la vida es la acción?

ISABEL.-  Sin la acción no existe la vida.

MARÍA.-  La vida es el pensamiento. Y el pensamiento es la más alta de las acciones, la más alta y la más fecunda. El pensamiento se basta a sí mismo.

ISABEL.-  Está usted en un error.

MARÍA.-  El error es el suyo. ¿Por qué habrán cometido esa locura?

ISABEL.-  Si es locura, es locura genial.

MARÍA.-  La locura es siempre funesta.

ISABEL.-  Error.

MARÍA.-  Verdad.

ISABEL.-  ¡Ah, le veo allá arriba en aquella peña! El poeta saluda con el sombrero.

MARÍA.-  ¡Adiós, adiós!

ISABEL.-  ¡Adiós, adiós!

 

(Saludan con el sombrero y los pañuelos. Truenos y relámpagos.)

 

 
 
TELÓN
 
 



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