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Cervantes y su gloria

Rodolfo Ragucci



Portada



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A
Miguel de Cervantes Saavedra.
Espíritu noble, recio, cristiano, águila caudalosa de la estirpe,
en el IV centenario de su nacimiento
este humilde homenaje
con devoción ofrece
la institución salesiana
en Buenos Aires
1547 - octubre - 1947



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ArribaAbajo Advertencia preliminar

La obra de San Juan Bosco entiende que una de las maneras más eficaces de celebrar las fechas gloriosas de los varones insignes que han merecido la gratitud y el aplauso de la humanidad, es empeñarse en difundir el conocimiento de la vida y obra de los mismos.

Por eso, en adhesión al homenaje universal que, con motivo del IV Centenario de su nacimiento, se está tributando a Cervantes, cumbre eminente de las letras humanas, ha establecido editar unas páginas que expongan con claridad y sencillez la maravillosa labor del Príncipe de los Ingenios a los que no hayan tenido aún oportunidad de estudiarle con alguna detención.

Para fin tan loable, se eligió -no sé si acertadamente- la materia de este librito, en que el autor, tras de ofrecer, directa y brevemente, los datos biográficos principales ya recibidos por todos como enteramente fidedignos, trata de dar,   —[8]→   por orden cronológico, una idea general y apreciación sucinta de todas las obras del genial literato español, y, con espacio algo mayor, de su libro máximo, prez de la novelística mundial: el Quijote.

Con esto, queda enterado el lector de que no se ha presumido brindarle un trabajo de erudito, sino de simple vulgarización, siquiera sus noticias procedan de las fuentes más autorizadas.

Ojalá esta modesta reseña tenga la virtud de despertar en alguno de los que benévolamente la recorran, el vivo deseo de acudir a las obras de aliento y volumen que acerca de la producción cervantina han escrito preclaros maestros, y de saborearla directamente en solícita lectura, con lo que ha de apreciar en toda su magnitud y por menores la figura señera del ínclito Manco y los valores imperecederos que nos legó su pluma.

Así sea, y, con la institución promotora de este homenaje, por bien recompensado tendrá su grato esfuerzo este humilde hijo de Don Bosco.

Rodolfo María Ragucci, S. S.

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Bernal y octubre de 1947.






ArribaAbajo- I -

Cervantes, el hombre


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1. Fechas de la vida de Cervantes

En 1547 -hace ya cuatrocientos años- nacía en Alcalá de Henares, a pocas leguas de Madrid, Miguel de Cervantes Saavedra, a quien los siglos venideros habrían de admirar y aclamar Príncipe de los Ingenios.

Ignórase el día preciso de su nacimiento; probablemente, fue el 29 de setiembre, día que la cristiandad dedica al Arcángel San Miguel, de quien sin duda habría recibido el nombre al ser bautizado el domingo 9 de octubre en la iglesia de Santa María la Mayor, de la misma Alcalá de Henares.

Era de noble linaje venido a menos, y heredó la penuria en que murió su padre Rodrigo, de profesión cirujano.

Muy aficionado a leer, «aunque sean los papeles rotos de las calles»1, según propio testimonio, parece que frecuentó las clases de los jesuitas de Sevilla.

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En 1568 y 1569 completó humanidades en Madrid con el docto sacerdote Juan López de Hoyos, y, a pesar de la pobreza que le forzó a interrumpir sus cursos, llegó, por la fuerza de su voluntad, a dominar los clásicos latinos y a leer innumerables obras.

En 1569 estuvo en Italia como camarero del cardenal Julio Aquaviva.

En 1570 sentó plaza de soldado y se batió heroicamente en Lepanto (1571), donde perdió el uso de una mano, y sirvió luego en Nápoles, Túnez y Sicilia.

En 1575, mientras volvía a España a gestionar su ascenso a capitán, cayó en poder de los piratas de Argel, de donde repetidas veces intentó fugarse con otros compañeros con gran peligro de la vida y asumiendo él generosamente la culpabilidad de las audaces intentonas, al ser descubiertas. Así vivió cautivo cinco años, hasta que en 1580, estando ya Cervantes embarcado en una galera que debía llevarlo con su amo a Constantinopla, de donde más difícil le habría sido volver, el abnegado trinitario fray Juan Gil por 500 escudos logró su rescate.

Con un empleo míseramente retribuido se radicó en Madrid y, esperando redimir su triste situación, diose a escribir sus primeras comedias   —13→   (1583), y en 1585 publicó La Galatea, que fue su primer libro impreso.

En 1584 contrajo matrimonio en Esquívias con doña Catalina de Salazar y Palacios, de quien lo separó a menudo, y a veces por no breve espacio, su natural inquieto, curioso y andariego.

En 1587 fue proveedor de la Armada Invencible.

En 1590 vivía pobremente en Sevilla con un sueldo equivalente a 2 francos y 50 céntimos diarias.

Entonces solicitó del Rey un cargo en América; pero se le contestó: «Busque por acá en que se le haga merced». Y no llegó para él esa merced. ¿No fue acaso providencial para las letras esa negativa? Si Cervantes viene a América, ¿habría escrito lo que escribió, sobre todo el Quijote?

Lo cierto es que no salió de su triste vida de privaciones; sólo al fiado conseguía vestirse, y en 1597 y 1602, las deudas le llevaron a la cárcel. ¿Fue en alguna de estas sombrías moradas donde escribió su luminoso libro?

En 1603 pasó a Valladolid, donde se empeció en conseguir el privilegio necesario para la impresión del Quijote; lo alcanzó en 1604, y en enero de 1605, estando nuevamente en Madrid, publicó la primera parte por el impresor Juan   —14→   de la Cuesta, habiéndole comprado los derechos de propiedad el librero Francisco de Robles. Ese mismo año, por socorrer a un caballero, don Gaspar de Ezpeleta, que, herido en un duelo, fue a caer moribundo a la puerta de la casa de Cervantes, se vio procesado como culpable de esa muerte y encerrado de nuevo en la cárcel. En 1609, ingresó en la Hermandad de los Esclavos del Santísimo Sacramento, y en 1612 en la «Academia Salvaje».

Esa fue la época de su mayor actividad literaria, por la producción de las Novelas ejemplares (1613), del Viaje del Parnaso (1614), la Segunda parte del Quijote, las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos (1615) y su última novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1616). Se explica tanta actividad porque presentía sin duda cercana la hora de su muerte.

En efecto, postrado por cruel hidropesía, en 23 de abril de 1616 -el mismo día que el mayor genio de Albión, Shakespeare-, después de recibidos piadosamente los Santos Sacramentos y entre las preces rituales de la Iglesia, entregó su espíritu a Dios en Madrid, a los sesenta y ocho años y siete meses, y, con el hábito de terciado franciscano, fue inhumado en el Convento de las Trinitarias Descalzas.

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Murió, dice Gil de Zárate, grande y cristiano como había vivido; murió pobre, ignorado y solitario; silenciosamente fue conducido a su humilde tumba y en la triste fosa común se han perdido sus despojos.



¿Sospechó alguno de los que lo vieron expirar tan oscuramente que era ese el instante preciso en que empezaba Cervantes a nacer a la gloria, que para su nombre debía ir agigantándose con los siglos?

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2. Autorretrato de Cervantes

Véase cómo el genial escritor se pintó a sí mismo en el prólogo de las Novelas Ejemplares:

Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes no crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; este, digo, que es el rostro del autor de la Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación de César Caporal Perusino2 y otras obras que andan por ahí descarriadas y quizá sin el nombre de su dueño; llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra: fue   —17→   soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades; perdió en la batalla naval de Lepanto

Miguel de Cervantes Saavedra

Miguel de Cervantes Saavedra

la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras   —[18]→   banderas del hijo3 del rayo de la guerra, Carlos V, de felice memoria.



Retratos absolutamente auténticos de Cervantes no se poseen. Suele presentarse como fidedigno el que preside las sesiones de la Real Academia Española de la Lengua atribuido al pintor y poeta don Juan de Jáuregui; pero le han salido a su autenticidad varios impugnadores.





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ArribaAbajo- II -

Cervantes, el escritor


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ArribaAbajoA. La obra literaria de Cervantes


Géneros que cultivó Cervantes

Enriqueció Cervantes, con su prosa y con su verso, los tres géneros clásicos: el lírico, el épico y el dramático.

De mérito indubitable es la producción tanto lírica como dramática de Cervantes. Pero ese mérito cede ante el excepcional fulgor del que tiene conquistado como máximo novelista, no sólo de España, sino del mundo entero. Noveló Cervantes en La Galatea, ya recordada; en las Novelas Ejemplares, en el Persiles y Sigismunda, y, sobre todo, en el Quijote.




Originalidad de su producción

¿Quién se la discute? Todo, especialmente en sus novelas, es enteramente original: fondo, plan,   —22→   caracteres; todo, como él mismo lo afirma, refiriéndose al Quijote, «lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno», nunca imaginados, por lo menos en la manera de utilizarlos y combinarlos.

Podrá haber algún pasaje de sus obras y algún tipo que recuerden los de este o aquel autor, pero no será sino en muy tenues líneas o matices; su estro genial ha logrado, en todo caso, construir, con el endeble armazón de una insinuación ajena, inmortal arquitectura.

Fue ciertamente hiperbólica la afirmación de que no había en Cervantes rastro de inspiración extraña, como si no hubiese él jamás leído y como si él sólo hubiese sido impermeable a toda influencia exterior. Los estudios que se realizan todos los días están demostrando cosa muy diversa.

Y primero demuestran que es de todo punto inadmisible lo de que el célebre Manco fue un ingenio lego. Fue, sí, como decimos hoy, autodidacto; pero, con su solo esfuerzo llegó a perfecto humanista.




Influencias y fuentes en la producción cervantina

A cada hora van apareciendo nuevos contactos de Cervantes con escritores de todas las épocas   —23→   que le precedieron: citas, reminiscencias, alusiones, imitaciones o inspiraciones más o menos próximas o directas. Y no faltan rasgos de cierta evidente afinidad entre obras de estos y alguna de aquel.

Véanse algunas de las fuentes principales:

Firma de Cervantes

Firma de Cervantes

a) Eclesiásticas: Se advierte en los frecuentes testimonios de las Sagradas Escrituras, tanto del Antiguo Testamento (Génesis, Jueces, Reyes, Eclesiástico, Eclesiastés, Job, Salmos, etc.), como del Nuevo (Evangelios, Actos y Epístolas de los Apóstoles); en las referencias a los libros litúrgicos y canónicos de la Iglesia; a los escritos de los Santos Padres y de autores hagiográficos y ascéticos, etc.

b) Clásicas: Desde luego están de manifiesto en el minucioso conocimiento que revela de la   —24→   historia, geografía y mitología de griegos y romanos.

Los autores griegos le fueron familiares, a lo menos, en traducciones. Por su Persiles, por ejemplo, andan Homero con la Odisea, Heliodoro y Aquiles Tacio; en El Licenciado Vidriera se descubre a Luciano, y en muchos lugares, a Platón, Aristóteles, la Ilíada, Hipócrates, Aristófanes, Esopo, Plutarco, acaso Jenofonte, etc.

Los latinos abundan más: Allí están Virgilio con la Eneida, las Églogas y Geórgicas; Horacio con las Sátiras, la Epístola a los Pisones, el Carmen saeculare, los Epodos; Séneca, Plinio, Quintiliano; Lucano con su Farsalia, especialmente en Numancia; en esta también Floro y Apiano; Ovidio con sus Metamorfosis, Tristes y Fastos; Fedro, Apuleyo con su Asno de oro en la batalla de los cueros de vino; Catón; Persio con sus Sátiras; Suetonio, Apio Claudio, Marcial, Tibulo, Julio César, Juvenal, etc.

c) Italianas: estas fuentes e influencias son, sin duda, las más copiosas entre las extranjeras, lo que se explica porque los autores italianos debieron de ser para Cervantes los más usuales después de los españoles. Es innegable, además, la enorme influencia que el ambiente renacentista ejerció en su espíritu naturalmente preparado   —25→   a sus efluvios, durante su permanencia en Italia.

Hay que recordar, en primer término, a Ludovico Ariosto, cuyo Orlando furioso lo inspira en multitud de lugares, como en la cueva de Montesinos. Un cuento de Ariosto parece tener parentesco con el relato de El curioso impertinente.

En mayor o menor grado, lo influyen también Mateo Boyardo con el Orlando enamorado; Franco Sacchetti con las Novelle (en cuyo personaje Ágnolo di Ser Gherardo ve alguien un germen de don Quijote); el beato Jacobo de la Vorágine con la Leyenda áurea (para el episodio de los diez escudos del gobierno de Sancho); Luis Pulci con Morgante mayor; Mateo Bandello, al menos indirectamente, en la historia de Dorotea; Polidoro Virgilio; el poeta Serafín Aquilano; Petrarca con sus Triunfos; Bautista Guarini con el Pastor fido; Luis Tansillo; Antonio de Lofraso, etc.

Hay quien cree en el influjo de Petrarca con la Laura de su Cancionero o en el de Dante con su Beatriz para la creación de Dulcinea.

En La Galatea hay pasos que evocan a Sannazaro y Boccaccio; en el Persiles, a este, al explorador Nicolás Zeno y a Juan B. Giraldi Cintio con sus cuentos, y en el Viaje del Parnaso, al   —26→   perusino César Caporali, autor de un Viaggio di Parnaso, etc.

Varias de las Novelas ejemplares (El amante liberal, La fuerza de la sangre, Las dos doncellas, La española inglesa, La señora Cornelia) han sido calificadas como italianizantes por el carácter idealista que las informa.

La influencia italiana está, además, patente en no pocos italianismos de dicción y de frase, que se leen en diversos pasajes de sus obras.

d) Españolas: Estas son las influencias y fuentes más ciertas y frecuentes.

Aunque el Ribaldo del Caballero Cifar4 parece un precursor e inspirador de Sancho Panza, no se ha podido afirmar que Cervantes haya leído ese libro.

Menéndez Pidal5 cita un Entremés de los Romances, que pudo haber sugerido el tipo de don Quijote por su personaje Bartolo, quien de tanto leer romances acaba por perder el juicio.

Influjos innegables son los de libros de caballerías que conoció el alcalaíno (Amadís, Palmerín, Esplandián, Tirante el Blanco, etc.), de muchos romances viejos (Lanzarote, don Rodrigo, Caiferos, del Cid, de Bernardo del Carpio,   —27→   de Montesinos, Durandarte, Valdovinos, conde Dirlos, etc.) y de los cancioneros.

Los diálogos cervantinos recuerdan a menudo otros de La Celestina, de Encina y de Lope de Rueda; los consejos a Sancho tienen similitudes con pasajes del Diálogo de Mercurio y Carón de Valdés.

¿Quién no descubre huellas de la Diana de Montemayor en La Galatea; de Garcilaso, en el canto de Mireno, en la canción de Grisóstomo y en otros muchos lugares; del Apolonio, por la juglaresa Tarsiana, en La Gitanilla; de la Cárcel de amor, en la historia de Cardenio; del Crótalon de Villalón, en El curioso impertinente y El coloquio de los perros, de Gil Polo, por su Canto de Turia, en el Canto de Calíope; de León Hebreo, acaso en la traducción de sus Diálogos por el Inca Garcilaso en el 44 libro de La Galatea y en el ya citado Coloquio; y quizá del Conde Lucanor en El retablo de las maravillas, etc.?

Incontables son los lugares en que el Príncipe de los ingenios españoles da a entender con citas, afirmaciones, versos, sentencias o pasos semejantes, que no le fueron desconocidas las obras de Mena, Herrera, Camoens, Lope de Vega, Barahona de Soto, Núñez de Reinoso, Pérez de Hita, Garibay, Gálvez de Montalvo, Morales, Ocampo, Ercilla, Zapata, Agustín de Rojas, Suero   —28→   de Quiñones, Virués, Gaspar de Aguilar, Juan Rufo, los Argensolas, Francisco de Tárrega, fray Cristóbal de Fonseca, Gaspar Cardillo de Villalpando, etc., etc.

Y a quien más le debe Cervantes es ciertamente al pueblo, del cual ha tomado lo más vivaz y pintoresco de sus páginas: los refranes, aforismos, sentencias, coplas como las de Mingo Revulgo, cuentos y mil giros expresivos de su habla. Debe de haber conocido también los refraneros de Santillana y del Comendador Griego Hernán Núñez de Guzmán, dicho el Pinciano.

Y a pesar de todo esto, nadie más original que Cervantes. Uno de los motivos de mayor peso para negar que La tía fingida le pertenezca es, cabalmente, la falta de originalidad, por la imitación muy estricta y casi servil, que hay en esta novela corta, de la obra de Fernando de Rojas, de los Diálogos de Pedro Aretino y de otros libros picarescos.

Y ahora, brevemente, a las obras maestras del impar novelista.





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ArribaAbajoB. Sus novelas

En este género es donde campea soberano, y sin rival en el mundo, el genio de Cervantes. Diré brevemente ahora de cada una de sus novelas, según el orden cronológico con que fueron apareciendo.


ArribaAbajo1. La Galatea


El primer libro de Cervantes

En 1585 salía a luz el primer libro de Cervantes con el título de Primera Parte de la Galatea.   —30→   La segunda, que prometió y tantas veces pensó escribir nunca apareció.

Consta de 6 libros; llamola su autor égloga, «primicias de mi corto ingenio».

En su composición, aunque no en su éxito, siguió los pasos de Sannazaro y de las Dianas de Montemayor y de Gil Polo.

De este modo, Cervantes aparecía entre los novelistas cultivando el género pastoril, que tenía entonces su breve relámpago de fortuna por la novedad de sus elementos de apacibilidad, que representaban un contraste con la ya agotada y empalagosa novela caballeresca.




Elementos de la «Galatea»

Su prosa, bastante hiperbática por cierto, prenuncia la incomparable del Quijote, que saldría veinte años más tarde, y es superior a su parte poética, en la cual le aventajan sus ya mentados predecesores, si bien no carece de frecuentes bellezas.

A pesar de lo embrollado de la fábula -lo que hace difícil compendiar su argumento-, hay episodios que interesan por grata novedad. Allí se lee el muy citado Canto de Calíope, en que, imitando el Canto de Turia de Gil Polo, elogia a muchos poetas contemporáneos.

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La Galatea es una novela de clave: los nombres pastoriles encubren personajes de la época.




Suerte y crítica de esta novela pastoril

La poca fortuna de esta obra debe atribuirse, más que a otra cosa, al descrédito del género por su falso idilismo.

Para la generalidad de los críticos, fue la Galatea un «ensayo juvenil», una «obra de principiante», que «ocupa el último lugar entre las obras de Cervantes, en el orden de perfección literaria», a pesar del profundo cariño que le profesó siempre el autor.

El notable hispanista inglés Fitzmaurice Kelly dejó escrito en su conocida Historia de la literatura española: «La prolijidad, el artificio, el boato, la monotonía, la extravagancia, son defectos inherentes a la novela pastoril del siglo XVI, y no se libra de ellos la Galatea; pero no carece de invención y de fantasía, y su florida retórica es buen ejemplo de prosa artificial. No llegó, sin embargo a encantar a los lectores».



El crítico y humanista barcelonés don Buenaventura Carlos Aribáu, refiriéndose a esta primicia cervantina, entre otras cosas dice: «Prescindiendo de los resabios bastante frecuentes de afectación y amaneramiento, el lenguaje es puro,   —[32]→   elegante, armonioso más bien que animado y correcto; algunos caracteres están bien delineados; muchos incidentes inspiran el más vivo interés, y sobre todo la inventiva, este grandote de Cervantes..., resalta allí magníficamente y sobresale entre todo lo demás. Pero esto no es bastante para disimular ni la enmarañada complicación de sucesos que, siendo inconexos entre sí, embarazan, detienen, interrumpen y debilitan el curso de la acción principal, ni la inferioridad de ciertos versos, ni la sutil metafísica amorosa explicada como en una cátedra, ni la poca conformidad de las condiciones con las costumbres de los personajes, que desvanece toda la ilusión de la verosimilitud. Por esto convienen casi todos los críticos en que la Galatea ocupa el último lugar entre las obras de Cervantes, en el orden de perfección literaria».





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ArribaAbajo2. El Quijote


Su admirable excelencia

Nombrar el Quijote es nombrar la gloria literaria mayor de España. Véase cómo lo define la reputada Enciclopedia Espasa6: «Manantial   —34→   inagotable de honda filosofía y modelo de bien decir, exacta representación simbólica de la humanidad, libro el más real y el más idealista, el más alegre y el más triste de cuantos se han escrito, es el Don Quijote de la Mancha; en sus páginas aparece el más perfecto retrato del ser humano con sus vicios y virtudes; en sus diferentes personajes vense fotografiados los distintos estados de ánimo y modo de ser de los que nos rodean; a esto se debe el éxito universal del libro de Cervantes».

Es el Quijote la maravillosa obra maestra que a España envidian todas las literaturas, que encomió Ampère como la caricatura más grande producida por el ingenio humano; que Irving llegó a comparar con la Biblia en lo profano; que Hólland llamó la primera novela del mundo, y que hace del ingenio alcalaíno uno de los tres gigantes en la historia universal de las letras humanas: Homero, rey de la épica; Shakespeare, del teatro, y Cervantes, de la novela y de la prosa.




Cuándo y quiénes lo editaron

En 1605, siendo Cervantes de 58 años, Francisco de Robles, por su cuenta, sacaba a luz el libro en cuya portada se leía: El Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha, compuesto por   —35→   Miguel de Cervantes Saavedra. Dirigido al Duque de Béjar, Marqués de Gibraleón, Conde de Benalcácar y Bañares, Vizconde de la Puebla de Alcozer, Señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos. Año 1605. Con privilegio. En Madrid. Por Juan de la Cuesta. Véndese en casa de Francisco de Robles, librero del Rey nro. señor.

Portada de la 1.ª edición del Quijote

Muestra de la portada reducida, de la 1.ª edición del Quijote, Madrid, 1605

El escudo del grabado muestra esta leyenda:   —36→   Post tenebras spero lucem7, confianza acaso del escritor en el reconocimiento futuro de sus méritos hasta entonces injustamente apreciados.

El Juan de la Cuesta que se menciona fue el tipógrafo e impresor.

En sus 52 capítulos refiere el libro las dos primeras salidas de Don Quijote. Al final alude a una tercera, aunque sin expresar claramente si entendía narrarla él o esperaba que lo intentase otro. Fue esta la Primera parte del Quijote.




Cuándo y cómo fue compuesto

No se sabe a ciencia cierta cuándo se escribió; pero puede asegurarse que fue después de 1591.

Varios lustros debe de haber empleado el genial escritor en su obra máxima. Resultado de las mil enseñanzas recogidas en innumerables vicisitudes, es el libro de la asendereada vida de Cervantes.

Varias veces por deudas debió ir a la cárcel. Y allí, tal vez en Sevilla, parece que planeó y escribió al menos parte de su novela, conforme con lo que él mismo expresa en el Prólogo: «bien como quien se engendró en una cárcel, donde   —37→   toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación».

Una vez terminada, y obtenido en 1604 privilegio para publicarla, pensó ponerla bajo el auspicio del Duque de Béjar, pero, refieren que se resistió este a aceptar la dedicatoria, y que entonces le suplicó Cervantes tuviese a bien escuchar la lectura de un capítulo, y que fue tanto lo que agradó a los presentes que le obligaron a leer hasta el fin del libro.

Es hoy general la opinión de que Cervantes en un principio no tuvo más propósito que escribir una novela corta, al estilo de sus Ejemplares.

Mas luego, mientras escribía e iba a la par madurando el fruto peregrino de su ingenio, descubría nuevos y más dilatados horizontes, que dieron a su obra proyecciones, más que españolas, humanas, y la convirtieron en el libro de la comedia del hombre.

A este carácter de humanidad y universalidad debió el Quijote su triunfo.




El «Quijote» del falso Avellaneda

Al echar a volar Cervantes en 1613 sus famosas Novelas Ejemplares, anunciaba en el Prólogo la próxima aparición de la Segunda Parte del Ingenioso Hidalgo.

  —38→  

Y no le sorprendió poco en 1614, cuando ya tenía concluidos 59 capítulos, la salida de un Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, atribuida a un Alonso Fernández de Avellaneda, natural de Tordesillas.

Casi todos ven en este, un nombre supuesto; pero hasta ahora los esfuerzos para dar con el verdadero han sido infructuosos.

Unos, con Martín Fernández de Navarrete y Adolfo de Castro, apadrinaron a fray Luis de Aliaga; otros, con Nicolás Díaz de Benjumea o Juan Agustín Cean-Bermúdez, a un Juan Blanco de Paz, mal compañero de Cervantes en Argel, o a Francisco López de Úbeda; con Ramón León Máinez, a Lope de Vega; con Blanca de los Ríos, a Tirso de Molina; con Emilio Cotarelo, a Guillén de Castro; con Menéndez y Pelayo, a un posible Alonso Lamberto. Y no falta quien complique en el pleito a Bartolomé Leonardo de Argensola, a Mira de Amescua, a Ruiz de Alarcón, a Mateo Alemán, al conceptista Alonso de Ledesma y a fray Luis de Granada y aun al propio Cervantes. Pero, por ingeniosas que sean, algunas a lo menos de las demostraciones, no satisfacen plenamente.

El 4 de mayo de 1941, en La Nación de Buenos Aires, don Arturo Marasso publicó un eruditísimo estudio sobre El autor del falso «Quijote».   —39→   Son tantas y tales las coincidencias aducidas que no parecen meramente casuales, y uno se inclina a creer que en realidad queda allí descubierto el embozado de Tordesillas, que sería don Juan Valladares de Valdelomar, autor de «El caballero venturoso», cuyo estilo le recuerda a Marasso el del seudo Avellaneda.

Posteriormente, don Joaquín Espín Rael, en Investigaciones sobre «El Quijote» apócrifo, que publicó Espasa-Calpe de Madrid en 1942, sostiene que, descartadas las soluciones anteriores, tras un cotejo atento del fondo de Avellaneda con el de El Buscón o El gran tacaño, resulta obvio que el «Quijote» tordesillano únicamente puede atribuirse a la pluma de Quevedo.

Sea lo que fuere, lo cierto es que este libro está a cien leguas del auténtico Quijote.

Con todo hay que reconocerle méritos de estilo e invención, de expresión castiza, de gracia narrativa y de vigor colorista; pero esto desaparece ante lo vulgar, grotesco y repulsivo de muchos de sus cuadros, y más ante el cinismo que implica el proceder innoble del envidioso autor, agravado por los burdos insultos que en el desdichado prólogo lanza contra el Príncipe de los ingenios españoles, burlándose hasta de su gloriosa manquedad.



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La «Segunda Parte»

Tan triste episodio tuvo la virtud de avivar la pluma cervantina, de modo que un año después, en 1815, con regocijo de todos, aparecía la verdadera Segunda parte del Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha, con dedicatoria al Conde de Lemos y con prólogo en que con dignidad superior contesta al maligno del apócrifo. Son 74 capítulos.

Desmintiendo la afirmación, puesta por el autor en labios del cura, de que «nunca segundas partes fueron buenas», la suya aventaja clara y notablemente a la primera en la seguridad y firmeza de la ejecución; dominio perfecto de los elementos, que ofrecen maravillosa armonía de conjunto; diseño justo de los caracteres; gracejo espontáneo y suavemente satírico sin pesimismos; interés, acrecentado por la variedad de oportunos episodios y pinturas; noble vitalidad del estilo, y exquisito gusto y mayor corrección de la forma.

Indudablemente no desoyó Cervantes las observaciones críticas formuladas acerca de la primera parte, y pudo así amenguar lunares y prevenir ulteriores desfallecimientos.

  —41→  

Si la primera parte aparece -en frase de un autor- genialmente inspirada, la segunda es divinamente reflexiva.

En el Prólogo alude al Avellaneda y dice noblemente:

Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas a lo menos en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y esto es en más de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa, que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza: y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.






Argumento del «Quijote»

En estas breves líneas, lo sintetiza don Narciso Alonso Cortés en su Historia de la literatura española:

Un hidalgo manchego, trastornado por la   —42→   lectura de los disparatados libros de caballerías, da en la manía de imitar a los héroes de estos y de lanzarse por el mundo en busca de aventuras, para deshacer agravios y defender a débiles y desvalidos; toma de escudero a un labrador de su aldea, Sancho Panza, ignorante y crédulo, glotón y egoísta, y en su compañía sale por los campos manchegos. Ocúrrenle aventuras como la de los molinos de viento, de los rebaños de ovejas, de los cueros de vino tinto, de los disciplinantes, etc., etc., hasta que el cura y el barbero de su aldea salen en su busca y le llevan a su casa en una jaula; haciéndole creer que estaba encantado.

No escarmentado, sin embargo, el hidalgo sale otra vez con su inseparable Sancho, y, malogrado su deseo de ver a Dulcinea del Toboso, señora de sus pensamientos, y, después de pasar por nuevas y graciosas aventuras, llega a los dominios de unos poderosos duques, que, a modo de broma, nombran a Sancho Panza gobernador de una supuesta ínsula. Finalmente, trasladados caballero y escudero a Barcelona, preséntase, disfrazado de Caballero de la Blanca Luna, el bachiller Sansón Carrasco, vecino de la aldea de Don Quijote, que vence a este y le obliga a dar palabra de retirarse a su aldea, como, en efecto, lo hace el hidalgo manchego, para morir cristianamente   —43→   en su lecho; arrepentido de sus locuras.




Episodios y otros elementos del «Quijote»

Véanse enumerados a continuación los episodios principales de la regocijada y aleccionadora novela.

En la Parte primera se relatan dos salidas del Ingenioso Hidalgo, ambas desde el lugar de la Mancha de cuyo nombre no ha querido acordarse el autor. En la primera salida llega el héroe a la venta donde queda armado caballera; socorre luego al muchacho Andrés y más allá es molido a palos por unos mercaderes y vuelto a su lugar por su vecino Pedro Alonso. La segunda vez sale con su escudero Sancho y le suceden las aventuras de los molinos de viento, de los frailes y el vizcaíno; el caso de su estancia entre los cabreros y del entierro de Grisóstomo; las aventuras de los yangüeses y de la venta segunda; la confección del bálsamo de Fierabrás; el manteamiento de Sancho; los episodios de los rebaños que toma por ejércitos, del cuerpo muerto, de los batanes, del yelmo de Mambrino, de los galeotes, de la penitencia en Sierra Morena, de la princesa Micomicona y del encantamiento de don Quijote, a quien el cura y el barbero conducen   —44→   enjaulado desde Campo de Montiel a su lugar.

En la Segunda parte hay una sola salida. Llega don Quijote al Toboso, manda a Sancho con una embajada a Dulcinea, que aparece encantada. Se encuentra luego con la carreta de la Muerte y con la aventura del Caballero del Bosque, las de los leones, de las bodas de Camacho, de la cueva de Montesinos, del rebuzno, de la venta en que para Maese Pedro con sus títeres y el mono adivino. Pasa al reino de Aragón, y en el Ebro le sucede la aventura del barco encantado. Le hospedan después los Duques, y síguense allí los casos graciosos del Clavileño, del gobierno de Sancho en la ínsula Barataria con los consejos y cartas de don Quijote y el encuentro con Ricote. Tras la aventura de doña Rodríguez reanuda don Quijote el viaje. Llegado a Zaragoza, topa con las imágenes y pelea con los toros. Se dirige a Barcelona, lucha con su escudero y pasa por las peripecias de los bandoleros y de Claudia y Vicente en el bosque, de la cabeza encantada, de Ana Félix, de la pelea con el Caballero de la Blanca Luna, que era el bachiller Sansón Carrasco su vecino y que, al vencerle, le manda volverse a su lugar por un año. Pone esto en ejecución el hidalgo, pensando hacerse pastor en el entretanto. Ya en camino, le esperan   —45→   las aventuras de los cerdos y de Altisidora. Después de pasar breve rato en el palacio de los Duques, marcha a la aldea natal, a donde llega con agüeros, cae malo, hace testamento y muere cuerda y cristianamente.

Con esta narración, que directamente se refiere al protagonista, se mezclan y combinan, como elementos de variedad, algunos episodios más o menos independientes (de Marcela y Grisóstomo, de Cardenio y Luscinda, de Fernando y Dorotea, del cautivo y Zoraida, en la Parte I; de Quiteria, Camacho y Basilio, y de Claudia y Vicente en la II), y cuentos o historias (del curioso impertinente, del mozo de mulas, de Vicente y Leandra, del loco de Sevilla, etc.).

Notables son los discursos o razonamientos sobre la edad de oro, las letras y las armas, la poesía y otros temas. Sabrosos los frecuentes diálogos entre amo y criado y los coloquios de los escuderos y de los caballeros.




Finalidad de la obra

¿Cuál fue el propósito de este libro? En la última página, repitiendo lo que ha puesto en otras, dice el autor: «No ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas   —46→   y disparatadas historias de los libros de caballerías».

Para lograrlo hace amables la nobleza y poesía de ideales humanos que entraña la verdadera y razonable caballería, escribiendo una parodia de aquellos relatos, un libro de entretenimiento, que deleite aprovechando y que fue a la vez «el último de los libros de caballerías, el definitivo y perfecto, el que dio el primero y no superado modelo de la novela realista moderna», como expresa Menéndez y Pelayo.

Con el fin directo y expresado, alcanzó el genio de Cervantes, siquiera inconscientemente, un fin mucho más trascendental, que explica la inmortalidad de su creación: la pintura de la vida humana de todos los tiempos, con filosofía y ética de interés universal e imperecedero, «al pintar y ridiculizar, dice Jünemann, las exageraciones del idealismo», y, podría agregarse, también del realismo, positivismo o egoísmo de la vida.

Y tal contenido humano perdurable, que le hace triunfar de las variaciones circunstanciales de tiempo y espacio en gustos y opiniones, es el secreto del interés universal del Quijote.

Atribuir otros fines (caricatura, sátira, venganza, invectiva contra determinados personajes o instituciones, etc.), no deja de ser por lo menos aventurado, antojadizo tal vez, y aun injusto,   —47→   dados la ideología y sentimientos bien definidos del preclaro escritor.




A qué clase de novelas pertenece

Es imposible catalogarlo en un género exclusivo. En esto también es universal.

Lo han clasificado como novela de caballerías, y verdaderamente este es como el marco del cuadro. Pero dentro de él, palpitan con la vida más intensa, como abrazando todo el mundo del humano sentir, otras tantas novelas: la de aventuras, la de cautivos, la picaresca, la ejemplar, la pastoril, la sátira, la sicológica, la social, la de costumbres.

Es así una novela múltiple, mixta o miscelánea, que presenta hermanados y confundidos, como en el cotidiano existir, toda suerte de elementos y variedad de asuntos, episodios, personajes, lugares, sentimientos, enseñanzas, etcétera.




Jerarquía de su estilo y lenguaje

La prosa de esta novela es la del apogeo del castellano.

«Tiene -dice Menéndez y Pelayo8- en su profunda espontaneidad, en su avasalladora e imprevista   —48→   hermosura, en su abundancia patriarcal y sonora, en su fuerza cómica irresistible, un sello inmortal y divino... Su estilo arranca, no de la sutil agudeza (como el de Quevedo o de Gracián), sino de las entrañas mismas de la realidad, que habla por su boca». Y con esto último quiere como significar que su estilo se va acomodando a las situaciones y a los personajes.

Por eso se han señalado en este varias maneras. Menéndez Pidal9 distingue tres: 1.º «la de la lengua familiar que sigue con ligereza al pensamiento, sin preocuparse de aquella trabazón inflexible que obliga al pensamiento a seguir los lentos pasos de la lógica gramatical»; 2.º una, más trabajada y artificiosa, imitada de latinos e italianos, como en los episodios sentimentales e idealistas, y 3.º otra, llena de afectación y arcaísmo intencionados, cuando parodia escenas caballerescas o pastoriles, como en la descripción del lago encantado.

Algunos han tachado a Cervantes de poco esmerado en el lenguaje, particularmente en la sintaxis. Si ello es verdad con respecto a nuestro tiempo, téngase en cuenta el del escritor, y entonces la incorrección es muchas veces sólo relativa.

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Reales sois algunos descuidos, como los que Apunta Rojas10: enredo nacido de muchas proposiciones incidentales, acumulación de preposiciones y gerundios, menudeo de relativos y conjunciones, excesiva longitud de periodos, pobreza por repetición innecesaria de vocablos, casos cacofónicos, redundancias, barbarismos, especialmente italianismos y latinismos, etc. Todo lo cual halla gran disculpa en la falta de reposo para limar, de quien, por la existencia andariega y azarosa, tuvo no poco de improvisador.

Pero en la Segunda parte estas imperfecciones merman considerablemente.

Y a pesar de todo, no deja de ser, generalmente, soberana la prosa cervantesca. Algo que la torna más admirable es la riqueza de vocabulario, en que no lo supera el mismo copioso Shakespeare, así como de giros e idiotismos pintorescos.




Valor de sus personajes

Los que hablan en el Quijote son más de 600. Representan los tipos más diversos del ambiente español y del mundo. Son todos creaciones admirables, en que se funden realidades con idealidades en la más justa proporción; todos,   —50→   retratos tan palpitantes de vida que sólo pueden competir con ellos los caracteres shakespirianos. Hasta a los brutos, al Rocinante y al rucio, ha dado vida de siglos el gráfico pincel del escritor alcalaíno.

Vistos aparecer una vez, ¿quién olvidará ya al noble don Diego o Caballero del Verde Gabán, al bondadoso, «ingenioso y tracista» cura del lugar, al apacible Maese Nicolás el barbero, al gracioso Bachiller Sansón Carrasco, a los generosos Duques, a la ruda Maritornes, al médico Pedro Recio de Tirteafuera, al pícaro Ginés de Pasamonte y a cien y cien otros, pastores, venteros y de toda condición? ¿Quién olvidará o confundirá sobre todo, a don Quijote y Sancho Panza, los dos incomparables tipos-símbolos de la humanidad de todos los tiempos, e imperecederos por el color indeleble de verdad humana con que están pintados?

Véanse estas muestras de sus retratos:

De Don Quijote:

Es un hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos.


(P. II, c. 14).                


De Maritornes:

Servía en la venta asímesmo una moza asturiana; ancha de cara, llena de cogote, de nariz roma, de un   —51→   ojo tuerto, y del otro no muy sano; verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas. No tenía siete palmos de los pies a la cabeza, a las espaldas, que algún tanto te cargaban; la hacían mirar el suelo más de lo que ella quisiera.


(P. I, c. 16).                


De Sansón Carrasco:

Era el Bachiller, aunque se llamaba Sansón, no muy grande de cuerpo, aunque muy gran socarrón, de color macilenta, pero de muy buen entendimiento. Tendría hasta veinticuatro años, carirredondo, de nariz chata y de boca grande; señales todas de ser de condición maliciosa y amigo de donaires y de burlas


(P. II, c. 3).                


Pueden verse otros: el de Amadís, Reinaldos y Roldán (II, 1), el del Caballero del Verde Gabán (II, 16).




Las figuras centrales

Es Don Quijote la encarnación del idealismo puro y noble, o del sentido poético de la vida, que a veces sueña con quimeras, pero no excluye realismos elevados. Es el hidalgo animoso y, a fuer de cabal cristiano y español, caballero del bien y la justicia, compasivo, resignado en los reveses, «ingenioso» y cuerdo en todo; sólo ridículo cuando lo emborracha la exageración o delirio romántico de sus impulsos generosos, como consecuencia de perniciosas lecturas. Y si entonces provoca a risa, no va ésta exenta de hondo   —52→   pesar por el descalabro o infortunio del héroe, que se ha captado desde un principio la cariñosa simpatía creciente del lector.

Sancho Panza marcha a su lado, como expresión del realismo vulgar o sentido prosaico del vivir, que persigue el aspecto utilitario de las cosas; pero no le faltan a él tampoco sus briznas de noble ideal. Es un villano tosco, analfabeto, goloso, crédulo, «cristiano viejo» -como él mismo afirma (I, 47)-, de buen humor, con ribetes de inocente malicia que le hace gracioso socarrón. Pero, de fondo honrado, amante de su casa, sufrido y leal con su amo, por influjo del ideal de este, va transformándose gradualmente para el bien y dominándole el buen sentido.

Cada día, Sancho -dijo Don Quijote-, te vas haciendo menos simple y más discreto


(II, 12).                


Cualidades todas estas, del escudero y del hidalgo, perfectamente humanas y complemento unas de otras, que siempre se reparten y combinan en diferentes dosis en cada hombre, según sea más Panza o más Quijote.

El mismo Cervantes dice:

Parece que los forjaron a los dos en una mesura turquesa, y que las locuras del señor sin las necedades del criado no valían un ardite


(II, 2).                


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Ambos tipos son, en el cuadro inmortal, el magnífico claroscuro de vida y relieve, el magistral contraste entre el espíritu y la materia, lo elevado y lo rastrero, lo sublime y lo vulgar, la poesía y la prosa, que se integran mutuamente; contraste que es imán misterioso e inagotable que hacia estas páginas atrae a los lectores de todas las épocas, pueblos y escuelas.

Don Quijote y Sancho

Don Quijote y Sancho



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Realismo y universalidad

Este realismo, que vivifica los caracteres, palpita en todo: en los asuntos, episodios, descripciones topográficas, de objetos, etopeyas, parodias pastoriles y caballerescas, en el estilo que hablan sus hombres, en la expresión de los sentimientos que el noble Manco no hizo más que trasladar de sus propias andanzas y experiencias.

Esto, sumado al valor, no sólo español, sino humano de sus criaturas, que adquieren así relieve de arquetipo, comunica su envidiable universalidad al libro rey, lo cual se advierte luego claramente en las traducciones. Porque sucede que, al ser trasladado a otras lenguas, pierde el Quijote no pocas de sus eximias condiciones de forma; pero siempre deja percibir la fragancia embriagadora que viva guarda el fondo del cántaro precioso: la fragancia inevaporable de lo real y humano.




Las ediciones del «Quijote»

En los once años que vivió aún Cervantes después de la primera publicación del Quijote, vio 16 ediciones, entre ellas las traducciones inglesa (1612) y francesas (1614 y 1616) de la primera   —55→   parte, éxito editorial no igualado hasta entonces ni por el mismo Shakespeare. Las posteriores son innumerables y en todos los idiomas.

Según el catálogo de Espasa hubo en el siglo XVII 73 ediciones, 152 en el XVIII, 583 en el XIX y 158 en los primeros 19 años del XX, lo que importa un total de 966 ediciones, las que en la actualidad ciertamente pasan de 1000, cifra que aun no llega a la que en 1884 daba ya don Pedro Alcántara García11.

Después de la Biblia, ¿habrá otro libro más universal que el Quijote?

Sería curioso calcular el número de ejemplares de tantas ediciones y el número total de sus lectores.

Refiere Aribáu que «hallándose Felipe III en un balcón de su alcázar de Madrid, vio de lejos a un estudiante que sentado a la orilla del Manzanares con un libro en la mano, interrumpía a cada paso su lectura, dándose palmadas en la frente y haciendo grandes extremos de contento. "Aquel estudiante, dijo el rey, o está fuera de sí, o lee la historia de Don Quijote". No faltaron   —56→   palaciegos que corrieron inmediatamente a saber la verdad del caso, y volvieron a felicitar a S. M. que había acertado». Y añade Aribáu: «Por respeto a la dignidad real, creemos que esta anécdota se refiere a tiempo posterior, cuando ya hubiese muerto Cervantes, pues no podríamos perdonar a Felipe el que, conociendo el mérito del Don Quijote, no premiase a su autor por los buenos ratos que había recibido, o no le pagase por lo menos la deuda contraída por su padre. De todas maneras, los cortesanos tampoco le recordarían esta obligación; siempre han sido lo mismo»12.

Algunos ponen en duda la historicidad de la anécdota de Aribáu.

En la misma Segunda Parte, el bachiller Sansón Carrasco le habla así a Don Quijote de la popularidad de la Primera: «Los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada, y tan leída, y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: "Allí va Rocinante". Y los que más se han dado a su lectura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se   —57→   halle un Don Quijote: unos le toman, si otros le dejan; estos le embisten y aquellos le piden». Y un poco antes había aseverado: «A mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga».




Ediciones argentinas

También en la Argentina se han hecho varias ediciones del Quijote, empezando por la de La Plata en 1904 (que era también la primera edición sudamericana), ilustrada y precedida de la vida de Cervantes, como homenaje al tercer centenario de la novela inmortal. A esta edición siguieron la de la Biblioteca de La Nación (1908); la de la Casa Escasany (1916) en seis tomitos; la popular de Sopena Argentina (1938); dos de Espasa-Calpe Argentina (1940); una en «Colección Austral» -que lleva ya seis ediciones- y otra en presentación más pulcra; la dirigida por Joaquín Gil (1942), con prólogo y notas de Juan Suñé Benages; la de la librería «La Facultad» (1943) en tamaño manuable y en uno o dos tomos, y otra de la misma editorial (1943) en tamaño mayor, con estudio inicial de Menéndez y Pelayo e ilustraciones de Gustavo Doré; la de la Editorial Anaconda (1945) y la edición crítica de José Ballesta (1945) en dos volúmenes. Para   —58→   uso escolar, la editorial Apis de Rosario ha publicado Cincuenta aventuras del Quijote (1938) (ya dos ediciones), con estudio, selección y notas de Nice Lotus; la Editorial Atlántida, una selección de aventuras para los niños (1938), etc.

La editorial Estrada acaba de poner en circulación una edición para la juventud con interesante estudio preliminar del docto académico José A. Oría.




Influjos ejercidos por el «Quijote»

El más inmediato influjo ejercido por este libro extraordinario, fue el golpe de muerte que asestó a la ya agonizante literatura caballeresca.

Al mismo tiempo creaba la moderna novela de costumbres y caracteres, que tiene en la obra cervantesca su arquetipo soberano.

Copiosísima es la producción dramática, novelesca y romancesca que se inspiró en sus páginas y cristalizó en forma de imitaciones, extractos, continuaciones o paráfrasis.

¿Y cómo enumerar toda la labor del cervantismo, o estudio del genial novelista, especialmente en esta su obra capital? Incontables son los comentarios, análisis, críticas, exégesis, biografías, polémicas, ensayos sicológicos, sociales, paremiológicos, topográficos, etc.

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¡Cuántos escritos para estudiar al escritor, olvidado e indigente, en todos sus aspectos: como estilista, gramático, humanista, dramático, lírico, artista, historiador, teólogo, filósofo, moralista, crítico, geógrafo, sicólogo, pedagogo, militar, marino, jurista, sociólogo, médico, refranista, y hasta como andalucista y vascófilo!

Con sólo las obras escritas sobre el Quijote puede formarse la más rica biblioteca.

Sus derivaciones a las otras artes (diseño, grabado, pintura, estatuaria, música) son también innumerables.

Es fuente tan inagotable como generosa: en este aspecto también es el Quijote un libro universal.




Voces de la crítica

Es interesante conocer las opiniones que, acerca de este libro extraordinario, pronunciaron los críticos de mayor autoridad. No siendo posible trascribirlas todas, ni siquiera íntegras de unos pocos, me limito a espigar algunas expresiones, casi todas de escritores extranjeros, en quienes no ha de verse el afán de enaltecer lo propio.

Esto escribió Federico Schlégel: «Entre todas las obras del espíritu es la más rica de invención y de genio... Obra estupenda y sublime».

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Hégel: «(Es) lo más seriamente épico de todas las literaturas, después de los poemas de Homero».

Coleridge: «Los mayores genios creadores del mundo moderno son Dante, Shakespeare, Cervantes y Rabelais».

Heine: «Cervantes, Shakespeare y Goethe forman el triunvirato de la poesía: el épico, el dramático y el lírico han creado lo supremo».

Tícknor: «El Quijote es obra superior, no sólo a todas las de su época, sino a las de los tiempos modernos;... ha gozado del más alto valor y aprecio, a que no ha podido llegar obra alguna».

Gioberti: «Es la epopeya más admirable que se conoce entre los genios creadores nacidos en la moderna Europa».

Víctor Hugo: «(Es) Ilíada, oda y comedia».

C. Cantú: «Una sátira sin hiel es una cosa más bien única que rara, así como es raro un libro que hace reír sin atacar a las costumbres, a la religión ni a las leyes. Tal es Don Quijote, obra que a la sencillez de la fábula reúne la verosimilitud de los sucesos, en que no se advierte el prurito de despertar el interés y en la que se ofrece una pintura exacta de las costumbres españolas   —61→   que suple la falta de una epopeya nacional... Al descubrir (don Q.) en medio de sus ridiculeces la rectitud que le anima, en vez de risa, inspira compasión. Por esta razón, el libro en su conjunto es melancólico y revela cuán cerca está lo sublime de lo ridículo... Nadie le iguala en la claridad y grandeza de la fábula, es el modo de pintar los personajes, en los conocimientos que revela a cada paso y, al propio tiempo, en su peculiar manera de razonar, que nos hace reír cuando niños, y pensar cuando hombres. En una palabra, el Don Quijote será eterno, tan eterno como las alucinaciones heroicas y el espíritu positivista, tanto como los delirios utópicos y los mil obstáculos que hallamos en nuestra vida y que nos quitan cada día una ilusión».

Saint-Victor: «Las obras, como los hombres, con el tiempo suelen cambiar de carácter y de fisonomía. La obra de Cervantes, admirada durante largo espacio de tiempo como la obra maestra de la alegría y del chiste, hoy nos conmueve a la manera de un drama trágico. Cuanto más se aleja de nosotros el famoso andante, más simpático se nos hace... Don Quijote nos conmueve divirtiéndonos, se hace respetar en medio de la risa que nos causa, y los más fríos burlones   —62→   ceden a la compañía de sus infortunios. Y todo esto es porque el bravo caballero de la Mancha tiene alma de héroe bajo las ridículas vestiduras del loco, y sus actos más absurdos son extravíos de una idea sublime... Fuera de su idea fija, Don Quijote es el más sabio y elocuente de los hombres... Hay grandísima elocuencia en su lenguaje; su palabra es un perpetuo sursum corda».

Manuel Pinheiro Chagas: «Cervantes, que era un genio, rompió los moldes del género satírico; las figuras que creó su-fantasía tomaron fuerza, se animaron, y lo que debía ser un libro de simple parodia acabó siendo un gran estudio del alma humana... Remontose a espacios etéreos, en donde habitan los creadores, los que, como Prometeo, supieron arrancar una centella divina para dar vida a sus concepciones, los genios sobrehumanos que se llaman Homero y Shakespeare, Goethe y Moliére».

Fitzmaurice Kelly: «Es un maestro en invenciones, un humorista sin igual, consumado en la observación irónica, un creador casi tan grande como Shakespeare... Ha habido españoles que le han tildado de mal estilista: es ir demasiado lejos... No es un prosista perfecto, ni tampoco representa una influencia puramente intelectual;   —63→   su estilo es descuidado y desigual, pero tiene a menudo la hermosa sencillez y la fresca lozanía de la naturaleza. Este es su carácter: la naturalidad. Cervantes es inmortal por su potencia creadora, por los recursos de su imaginación, por su infinita simpatía. De ahí el carácter humano y universal de su obra: de ahí el esplendor de su secular fama... Es posible que él mismo no comprendiese todo el alcance de su obra maestra... Cervantes está junto a Homero y Shakespeare, como hombre de todos los tiempos y de todos los pueblos: Don Quijote, como la Ilíada y Hamlet, pertenece a la literatura universal, y ha llegado a ser para todas las naciones un regalo eterno del espíritu».

W. Chandler: «Quevedo, si sobresalió en la sátira, no tuvo aquella amplia visión de la vida y aquel sentimiento íntimo de la naturaleza que distinguió a Cervantes... Cervantes procedía so. lamente con la condición de la absoluta fidelidad en la pintura. Cervantes reflejaba la verdad directamente; Quevedo la caricaturizaba».

Klein: «Escribió Cervantes la novela maestra entre todas las novelas, su Don Quijote... el libro ejemplar que jamás ha brotado de la literatura mundial...».

Jünemann: «Puede -hasta será probable- que   —64→   la Ilíada primitiva, genuina, fuera superior. La tan interpolada que ha llegado a nosotros, no lo es; es acaso inferior. No tiene la perfecta unidad que el Quijote. No pinta al hombre entero como el Quijote: al hombre ideal y al hombre real... Inmortales son entrambas obras; y tan inmortales que comunican su inmortalidad a sus idiomas. El griego no perecerá, porque no puede perecer la Ilíada; ni el español perecerá, porque no puede perecer el Quijote. La Ilíada es el libro de los sabios; el Quijote, el libro de todos. La Ilíada, el libro de la grande y eterna Hélade; el Quijote, el libro del mundo».

C. Vossler: «El poeta que más tenaz y sobriamente ahondó en las relaciones entre el idealismo heroico y el éxito material, fue sin duda alguna Cervantes... Nunca había venido a las mientes de otro poeta la idea de combinar la locura con el heroísmo, de tal manera íntima e indivisa que la persona que lleva en sí los dos elementos, netísimamente distintos, resulte con todo eso armónica, una, humana, digna y venerable hasta en sus sandeces... Calderón, en virtud de su austeridad, y Cervantes por su humorismo, mantienen la comunicación poética del siglo de oro con el nuestro, que no es de oro, y garantizan la solidaridad de España con la humanidad».

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Y para cerrar esta porfía de ponderaciones, óigase a uno de los nuestros, a Ricardo Rojas: «Hubo en el Siglo de Oro escritores que aventajaron a Cervantes en algunas de las funciones técnicas del lenguaje; por ejemplo, Lope es más suelto en la versificación, Góngora más imprevisto en las figuras, Quevedo más sabio en las metáforas, Gracián más conciso en los conceptos; pero ninguno le aventaja en riqueza y naturalidad de expresiones, en la facultad de representar caracteres humanos, en el misterioso don de dar a la frase escrita, forzosamente artificial, el aire de vida espontánea que es propio de la palabra oral... Cervantes piensa musicalmente aun en la prosa, y en ella es admirable por el movimiento que anima su relato, como lo es por la vivacidad con que pinta sus figuras. Por tales virtudes, Cervantes da a su poema prosificado el encanto de la poesía... El poema de Cervantes se parece a las catedrales por su libertad creadora, por su elevación idealista, por su amplitud enciclopédica, por sus contrastes violentos, por su dinamismo lírico, por su elocuencia simbólica, por su doctrina moral y por su profusa imaginería, en las que caben figuras de perfecta belleza, de fealdad monstruosa y de fantástica evocación».



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Algunas muestras

Los siguientes son pasajes o episodios, de los más conocidos o característicos, de este libro capital de Cervantes:


Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento, que hay en aquel campo; y así como Don Quijote los vio, dijo a su escudero: -La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. -¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza. -Aquellos que allí ves, -respondió su amo-, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. -Mire vuestra merced, -respondió Sancho-, que aquellos que allí se parecen, no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. -Bien parece -respondió Don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes, y si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

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Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas: -Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

Levantose en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo: -Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

Y diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno; y cuando llegó, halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.

-¡Válame Dios! -dijo Sancho-. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? -Calla, amigo Sancho -respondió Don Quijote-, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más que yo pienso, y así es verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme   —68→   la gloria de su vencimiento; tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada. -Dios lo haga como puede, -respondió Sancho Panza.

Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía Don Quijote que no era posible dejar de Hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero, sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza, y diciéndoselo a su escudero, le dijo. -Yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día, y machacó, tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus descendientes se llamaron desde aquel día en adelante Vargas y Machuca. Hete dicho esto porque de la primera encina o roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel que me imagino, y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas. -¡A la mano de Dios! -dijo Sancho-; yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída. -Así es la verdad, -respondió Don Quijote-; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se les salgan las tripas por ella. -Si eso es así, no tengo yo que replicar -respondió Sancho-; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del   —69→   más pequeño dolor que tenga, si ya no se entienda también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse.

No se dejó de reír Don Quijote de la simplicidad de su escudero, y así le declaró que podía muy bien quejarse como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondiole su amo, que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le antojase. Con esta licencia se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y sacando de las alforjas lo que en ellas había puesta, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. Y en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen. En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del uno dellos desgajó Don Quijote un ramo seco, que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió Don Quijote...

No la pasó ansí Sancho Panza, que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda, y no fueran parte para despertarle, si su amo no le llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves que, muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo día saludaban. Al levantarse dio un tiento a la bota, y hallola algo más flaca que la noche antes, y afligiósele el corazón, por parecerle que no   —70→   llevaban camino de remediar tan presto su falta.


(Parte I, cap. VIII)                





De cómo Don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo, y su muerte

Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de Don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque, o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido, o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura, que le tuvo seis días en la cama, en los cuales fue visitado muchas veces del cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza, su buen escudero...

Llamaron sus amigos al médico, tomole el pulso, y no le contentó mucho, y dijo que por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyolo Don Quijote con ánimo sosegado; pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan. Rogó Don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo así, y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas; tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño. Despertó al cabo del tiempo dicho, y dando una gran voz, dilo:

-¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.

  —71→  

Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío, y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas, a lo menos en aquella enfermedad, y preguntole:

-¿Qué es lo que vuesa merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordia es esa ni qué pecados de los hombres?

-Las misericordias -respondió Don Quijote-, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco, que puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: al cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero; que quiero confesarme y hacer mi testamento.

Pero de este trabajo se excusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio Don Quijote, cuando dijo:

-Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas   —72→   leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentado en cabeza propia, las abomino.

Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron sin duda, que alguna nueva locura le había tomado. Y Sansón le dijo:

-¿Agora, señor Don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuesa merced con eso? Y ¿agora que estamos tan a pique de ser pastores para pasar cantando la vida, como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerse ermitaño? Calle por su vida, vuelva en sí, y déjese de cuentos.

-Los de hasta aquí -replicó Don Quijote -, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa: déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento; que en tales trances como este no se ha de burlar el hombre con el alma; y así, suplico que en tanto que el señor cura me confiesa, vayan por el escribano.

Miráronse unos a otros, admirados de las razones de Don Quijote, y, aunque en duda, le quisieron creer; y una de las señales por donde conjeturaron se moría, fue el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo; porque a las ya dichas razones añadió otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a hacer creer que estaba cuerdo.

Hizo salir la gente el cura, y quedose solo con él, y confesole. El bachiller fue por el escribano, y de allí a poco volvió con él y con Sancho Panza; el cual Sancho (que ya sabía por nuevas del bachiller en qué estado estaba su señor), hallando a la ama y a la sobrina   —73→   llorosas, comenzó a hacer pucheros y a derramar lágrimas...

Entró el escribano con los demás, y después de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma Don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren, llegando a las mandas, dijo:

-Ítem, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos, ni se le pida cuenta alguna, sino que sí sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.

Y volviéndose a Sancho, le dijo:

-Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.

-¡Ay! -respondió Sancho, llorando-. No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacen un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por   —74→   haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuesa merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.

-Así es -dijo Sansón-, y el buen Sancho Panza está muy en la verdad destos casos.

-Señores -dijo Don Quijote-, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco, y ya soy cuerdo: fui Don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuesas mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano. -Ítem, mando toda mi hacienda, a puerta cerrada a Antonia Quijana mi sobrina, que está presente, habiendo sacado primero de lo más bien parado della lo que fuere menester para cumplir las mandas que dejo hechas; y la primera satisfacción que se haga quiero que sea pagar el salario que debo del tiempo que mi ama me ha servido, y más veinte ducados para un vestido. Dejo por mis albaceas al señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes...

Cerró con esto el testamento, y tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos, y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento, se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada; pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama, y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto. En fin, llegó el último de Don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas   —75→   y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallose el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como Don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió.

Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio cómo Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente Don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida, y muerto naturalmente; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente, y hiciese inacabables historias de sus hazañas. Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero.

Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y arpa de Don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso este:



   Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto extremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.

   Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura morir
cuerdo y vivir loco.

  —76→  

Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: «Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres:


   ¡Tate, tate, folloncicos!
de ninguno sea tocada;
porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada.

Para mí sola nació Don Quijote, y yo para él; él supo obrar, y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros, ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de Don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa, donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los extraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el   —77→   fruto de tus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero Don Quijote van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna». Vale.


(Parte II, cap. LXXIV).                








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