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ArribaAbajoEl triunfo argentino

Vicente López y Planes


Poema heroico en memoria de la gloriosa defensa de la Capital de Buenos Aires contra el ejército de 12.000 hombres que le atacaron los días 2 a 6 de julio de 1807 Buenos Aires, en la Real Imprenta de los Niños Expósitos, 1808.


Bellum importunum, cives; cum gente Deorum
Invictisque viris gerimus: quos nulla fatigant
Praelia, nec victi possunt absistere ferro.


Virg. Enei., XI.                



Hijo de Apolo, tu sublime acento
Suspende un tanto, mientras el furor mío
Lanzándolo del pecho, a su sosiego
Tornó mi espíritu ora enardecido.
Mi trompa es débil, celestial la tuya,
Por eso teme el acorrerme Clío:
Déjamelo cantar, deja que ceda
Esta vez mi rubor al patriotismo,
Grata a mis votos, ven, divina Musa,
Bate tus alas, baja del Olimpo,
Y pues enseñas a cantar proezas,
Anime tu favor mi plectro tibio.
Rayó una aurora en que indignado el cielo
Permitió en desventura que los brillos,
De Buenos Aires por sorpresa infausta
Quedaran tristemente obscurecidos.
Pero este aciago día recordando
A sus hijos su ser, y el poderío
Del Dios que fascinados ofendieran,
De su felicidad fue el gran principio.
Desde entonces sumisos venerando
Del grande Ser los soberanos juicios
Postrados a los pies de los altares
Imploraron con lágrimas su auxilio:
No fueron vanos tan humildes votos,
Los oyó el cielo, y suscitó propicio,
Al gran héroe del Sur, nuevo Pelayo
Que supo, como aquél, favorecido
Del brazo celestial destruir el trono
Que el contentor de los romanos ritos
Osado levantara en este suelo,
Sosteniendo su espada el edificio
De culto y religión de nuestros padres.
Libre ya Buenos Aires del abismo
De males que su ruina apresuraban,
Gozosa vio reflejos peregrinos,
Que preparaba a su esplendor el jefe:
Vio su celo incansable: fue testigo
Del alto esfuerzo con que su entusiasmo
Emprendió en los vecinos infundirlo.
No se engañó el caudillo: halló habitantes
Dispuestos a exceder en heroísmo
A falanges guerreras que sus vidas,
Consagran al bélico ejercicio.
Tanto es el fuego que sus almas nutre
Que ¡oh! ¡quién lo creyera! el parvulillo
No tanto aprende la invención de Cadmo,
Cuanto ejercita el movimiento activo,
Con que el guerrero los cañones juega.
El que de Ceres los tesoros ricos
Buscando se afanaba; el que en el templo
De Palas sólo hallaba regocijo;
El que en busca de próspera ventura
Siguió las huellas que estampó el fenicio,
Miran con odio el plácido sosiego;
Las armas buscan; el marcial ruido
Es continuo embeleso de sus almas,
No teniendo otro anhelo ni otro ahínco
Que el aprender la militar pericia,
Tiende la vista, soberano digno,
Honra este suelo por momentos pocos,
Ve allí acampado cabe el ancho río
Ese ejército grande: ve la veste
Militar que los orna; ve el crecido
Número de estandartes y banderas;
Ve cuál se puebla de ordenados tiros
El aura conmovida: cuál varían
Diestramente sus puestos al sonido
Del clarín y atambor. ¿Qué tropa es esta?
Preguntarás, monarca muy benigno.
¡Oh! ínclito señor, esta no es tropa,
Buenos Aires os muestra allí sus hijos:
Allí está el labrador, allí el letrado,
El comerciante, el artesano, el niño,
El moreno y el pardo: aquestos sólo
Ese ejército forman tan lucido:
Todo es obra, señor, de un sacro fuego
Que del trémulo anciano al parvulillo
Corriendo en torno vuestro pueblo todo
Lo ha en ejército heroico convertido.
Esta llama feliz la ha fomentado
Vuestro vasallo fiel, vuestro caudillo,
El ilustre Liniers: en su presencia
Se ve a Marte en los pechos argentinos.
Este marcial furor irresistible,
Auxiliado, señor, del alto empíreo,
Ligará ya con eternal cadena
A vuestro excelso trono estos dominios.
Mas ¿qué súbito trueno me horroriza?
¿Quién allá con horrísonos bramidos
Conturba toda la mansión del Horco?
¿Qué fantasma es aquel? ¿O qué vestigio?
Alecto... Alecto... el pavoroso monstruo
De Plutón y la Noche producido,
Levanta su cabeza de culebras
Crinada con horror; el lago Estigio
Con ondas espumosas se embravece;
El Cerbero, con hórridos ladridos,
Hace temblar el Erebo profundo:
Así el pavor en torno del abismo
Súbito esparce el iracundo monstruo,
Al ver la capital, al ver sus hijos,
Al ver sus habitantes que resisten
Con guerrero poder sus maleficios.
¿Será posible, brama, ardiendo en ira,
Que sólo en este pueblo mi dominio
Hollado he de mirar? ¿Yo que a Britania
Armé contra él? ¿Qué la hayan abatido
Podré sufrir? Si miro indiferente
Esta victoria y los preparativos
Que le concilien eternal sosiego,
¿No se verá ultrajado el poder mío?
Si el británico orgullo así se abate,
¿Quién podrá hacer valer ya mi designio
De ejercitar mi saña entre los hombres,
Turbando el mundo nuevo y el antiguo?
No, no es posible: emprenderé de nuevo
Rendir a mi furor el argentino.
El tartáreo monstruo se resuelve
A valerse otra vez del atrevido
Bretón: su cuerpo sanguinoso arrastra
Por entre breñas y escarpados riscos
Y llega a Albión: allí distintas formas
Toma a la vez, apura el artificio
De su pecho infernal, y así enfurecen
Al ánglico guerrero sus bramidos:
«¿Qué? el trono ilustre de la Gran Bretaña,
El templo de una gloria en tantos siglos
Buscada entre la sangre y la fatiga,
Verá enlutada con un velo indigno?
Una porción de meros habitantes
De Belona en el arte aún no instruidos
Borrará impunemente tanta gloria?
Una nación que ha visto hasta el Olimpo
Encumbrado su nombre ¿Sufrir puede
Ser burlada de míseros vecinos?
Vosotros sois los célebres britanos
Que os gloriáis de haber solos resistido
De Napoleón el soberano esfuerzo?
Vosotros sois aquellos que habéis dicho
A la faz de la Europa de un britano
Es bastante a rendir cuatro argentinos?
¿Qué se ha hecho pues, vuestro marcial aliento?
¿Dónde está que no os veo enfurecidos
La venganza llevar a aquellos mares?
¿Cómo olvidáis el nombre esclarecido
Que Malborough os dio? Los países cultos
Qué dirán de Britania?». Más no dijo:
Contra la capital clama la plebe,
El comercio, el gobierno hacen lo mismo;
Se alegra el monstruo de feliz suceso
Y raudo baja al infernal Cocito.
Retumba todo el hórrido Aqueronte
Al tronar de su voz: hienden sus silbos
Toda el aura letal: llama a la Muerte.
Al oír la Muerte el trueno repetido,
Rápida sube en su tremendo carro
Que al monstruo Guerra ordena conducirlo.
Esta con rojo azote, abruma, agita
Los rabiosos caballos denegridos,
Y al carro guía a do el bretón navega.
Los bajeles de Albión el cristalino
Océano hienden y espumosa senda
Patente dejan por doquier han ido.
Eh ahí que abordan la marcial ribera
Y un bosque forman sobre el ancho río.
Aqueste amago el español aliento
De ningún modo abate endurecidos
A la tierna impresión que ante su vista
Tristes cuadros presentan, nuevos bríos
Sus ánimos recobran: con faz leda
A Marte esperan, pues lo ven propicio.
Viendo el ánglico jefe la Ensenada
Ofrecerle sus playas sin peligro
Las llena diestro con sus vastas haces
Y las pone ordenadas en camino.
Esta noticia rápida volando
Por el pueblo discurre, y ya el caudillo
A las armas lo llama: en el momento
Por todas calles número infinito
De ilustre juventud a los cuarteles
Correr se ve llevando tras con acento su brío,
Tras su heroico valor, tras su entusiasmo
Al natural, al cuarterón y al hijo
Del tostado habitante de Etiopía
Entre la muchedumbre que el jefe mismo
La bandera tremola y con semblante
De una alma generosa sólo digno,
Anima y dice que se acerca el anglo
Por la segunda vez a ser vencido:
No de otra suerte el general hispano
Discurre las legiones expresivo
Que cuando el Ganges caudaloso corre
Y va tomando de los siete ríos
El tributo que plácidos le rinden.
¡Tierno eco de la sangre! ¿Quién les hizo
Al tiempo de esta alarma tus impulsos,
Que jamás aun el héroe ha resistido
Cuando a la guerra y a la muerte marcha?
¡Almas sensibles! ¡Corazones píos!
El pasmo perdonad que me enajena
Al pensar en tan alto patriotismo.
La tierna madre en su regazo oprime
Y baña con sus lágrimas al hijo
Que huye sus brazos y a la lid se escapa.
La esposa, el corazón más afligido
A su consorte ofrece en los momentos
Que lo roba el honor al atractivo
De su plácido seno: el tierno infante
Sus brazos cruza, que la vez de grillos
Hacen del padre en las rodillas caras,
Y se deshace en lúgubres gemidos:
Así el hijo, el consorte y aún el padre
Sin dar estima de la sangre a grito
Corren al duelo y a los grandes riesgos
El dragón fuerte y el feroz marino;
El infante aguerrido, el artillero,
El castellano y diestro vizcaíno,
El asturiano y cántabro invencible,
El constante gallego, el temible hijo
De Cataluña, el arribeño fuerte,
Y el andaluz se aprestan al conflicto;
Los pardos, naturales y morenos
Pruebas dan de lealtad y patriotismo:
Vuelta triunfante o féretro glorioso
Es del húsar el único partido;
El labrador y el fiel carabinero,
Y el cazados no tardan con su auxilio:
Prepárase también ¡Oh! Buenos Aires
El bélico furor de tus patricios
Y a la lid se disponen ya están prontas
Las falanges guerreras: ¡cuánto brío
Y alegría presentan! Ya la marcha
Ordena el tambor al enemigo.
Con ansia todos de encontrarlo, corren
Y a vencer o morir comprometidos,
De sus padres tras sí los votos llevan.
¡Pasmosa intrépida! ¡Qué vaticinio
Ofreciste tan próspero a la patria!
¡Oh! ¡cuál mudaste ante los ojos míos
La palidez de las matronas indas,
Haciendo arder sus rostros amarillos
La llama que en sus ánimos prendiste!
«Andad varones, no faltó quien dijo,
De esta gran capital habitadores:
Ledos marchad, destruid ese enemigo,
Que viene a degollar a vuestras hijas,
Vuestras esposas, vuestros tiernos niños,
Y todo lo que hasta hoy formó el objeto
De vuestro amor y paternal cariño.
Adiós nuestra esperanza, adiós campeones,
Triunfadores volved esclarecidos».
Así por entre armónicas sonatas,
A cuyo son marchaba el argentino,
Se oyeron resonar aquestos rasgos
De algunas heroínas, y festivos
Respondían con vivas los guerreros.
Así a otras también, cual torbellino,
El varonil ejemplo las rebata
Y de farda marcial con muy prolijo
Cuidado se ornan y después de armadas,
Abandonan su hogar para seguirlos.
Mientras el pueblo nuestras tropas dejan,
El britano Crawfurd se avanza altivo,
Dando prisa y fervor a su columna.
Con laurel que aún no tiene conseguido
Coronado se juzga: ya en batalla
Los hispanos los esperan: ¡con qué ahínco
Con qué impaciencia anhelan se decida
La suerte de sus armas, convencidos
De su alto esfuerzo y su sagrada causa!
Pero Crawfurd se asombra: ha distinguido
La línea formidable que la entrada
Por la puente le impide: observa activo
La inmensa artillería, que arrasarlo
Pavorosa le amaga, y advertido
De sus guerreros el consejo escucha
Que no admite la acción: toma el camino
Que al paso de la esquina recto guía.
Y sin óbice a puestos escogidos,
Sus batallones pasa. El jefe hispano
Destaca una legión para batirlos.
Hácele ver el célebre momento
De alcanzar un renombre distinguido,
De hacer patente la verdad cantada
Que el Río de la Plata el cristalino
Tributo paga a heroicos moradores.
Muestra a cada uno todo el regocijo
De que se halla animado: a la cabeza
De la legión se pone, y hace el signo
De repartir velozmente a la batalla.
Rompen las cajas con marcial ruido:
La legión se desprende de su estanza,
Y rauda marcha con el rostro mismo,
Con que otro tiempo a encantador recreo.
No la sed, ni el cansancio apaga el brío
De sus pechos fervientes todo afrontan,
Todo afrontar nos hace el patriotismo.
Habían apenas el muy luengo espacio
Nuestros bravos guerreros ya vencido,
Cuando ven a lo lejos parda nube
De polvareda alzarse: ¡el enemigo!
¡Al arma, al arma! Por las tropas se oye,
Y a la par que él avanza, crece el grito
Y el mejor orden de ponerse tratan.
¿Quién, Calíope sacra, al pecho mío
Podrá inspirar arrebatante fuego
Para que cante con lenguaje digno
La primera expansión de nuestras fuerzas
Que al anglicano transtornó designios
En que afianzaba su importante empresa?
¿Quién sino tú podrá, que al vate Argivo
enseñaste otro tiempo las hazañas
y los lances con que los muros Ilios
las armas griegas de pavor llenaron?
Sí, sacra Dea, bajo tus auspicios
Voy a cantar aquel primer encuentro
De los fuegos britanos y argentinos.
Luego que el gran Liniers vio ya acercarse
El batallón contrario a su recinto,
Preparada la línea con presteza,
Ordena al artillero dar principio:
Súbito truena el horroroso bronce
Y arrasa y mata el plomo despedido
Cuanto el furor de su carrera encuentra,
Cual suele el aquilón con fiero silbo
Arremeter los más robustos robles
Arrancarlos de raíz embravecido,
Y esparcirlos con rabia por los aires
Envueltos en violentos torbellinos
Y el aura obscurecer con negro polvo:
Con furor el cañón aún más activo,
Obscurece, retumba, tala, quema,
Y todo lo reduce al trance mismo
Que si aquellos guerreros en el caos
Se hallaran de repente sumergidos.
A estrago tan tremendo seguir se oye
Un tristísimo y lúgubre alarido
De las míseras víctimas que yacen;
Y del espanto y del horror transidos
Los tímidos bretones, ya la espalda
Principiaron a dar al enemigo
Cuando sus líneas reforzarse miran:
Reanima su saña el nuevo auxilio,
Y se aferran de nuevo en el combate.
Sostiene con ardor el argentino
Esta abrumante carga, triunfo solo,
Triunfo glorioso anhela embravecido
Cual si mortal no fuera. Pero Jove,
Que los bienes por medios no sabidos
Dispensa al hombre aún más de lo que aspira
Cuando de ellos su esfuerzo se hace digno,
Preparaba de gloria más tesoros
Con que este suelo fuese enriquecido.
De esta corona en su supremo seno
Participaban otros dignos hijos,
Y este decreto de cumplirse había:
Así fue que un espanto repentino
Discurre toda la legión hispana,
Al ver la saña con que enfurecido
La carga el Anglicano: ya el desorden
Entra en la línea: mas, aquí el caudillo
Apura los enérgicos recursos
De su denuedo y celo, pero altivo
Avanza más y más innúmero hoste
Y le es forzoso abandonar el sitio,
No siendo ya posible sostenerlo.
Aquél, en torno queda poseído
De las armas de Albión, gimiendo todo
Bajo el más sanguinoso poderío.
Vosotros, Faunos y Dríadas bellas,
De esta triste verdad me sois testigo,
Vosotros visteis a las dueñas indas,
Al temblón viejo, al miserando niño,
Y al cautivo infelice mil querellas,
De lo íntimo lanzar al alto Olimpo,
Al verse todos en el trance duro
De sufrir el extremo sacrificio:
Vosotros visteis a los dignos héroes
De la inmortal Albión envilecidos
Con el estupro, asesinato y robo:
Vosotros visteis más... ¿pero qué digo?
No quisisteis ver más: no amancillaron
Vuestros célicos ojos tantos vicios:
Vosotros huisteis a lo más espeso
De vuestros esmaltados domicilios,
Llevando de aquel campo la alegría
Y dejándolo en lloro sumergido.
El padre Febo que mirado había
El encuentro feroz despavorido
Sus cabellos agita y se sepulta
En las ondas del golfo cristalino.
Lanza entonces la noche al rubio día
Y el globo entolda con su manto umbrío,
Entrónase el pavor y aterra a todos
Pues no se alcanzan los decretos divos.
Cree la plebe que torna el malhadado
Momento de arrastrar los duros grillos,
Que aún acaba de romperles Jove.
En este trance doloroso vino
A dar nervio a las almas abatidas
La briosa legión que había asistido
Allá en el puente do a pasar venía
Una gruesa falange de enemigos.
Sobre las alas del espanto vuelta
El infausto rumor: todo es perdido,
Refiere alguna lengua asaz medrosa;
Mas, los campones de laurel amigos,
No hacen alto en lo infausto: sólo atienden
Al destrozo sangriento que han sufrido
Las británicas huestes: aún es tiempo
Se oye que dicen de poder destruírlos.
Este vivo entusiasmo, esta energía
Vigorizan de nuevo al argentino,
Y ansias le inspira de perder su aliento
Contra el tirano el sanguinario inicuo
Y agresor crudo de sus patrios lares.
Recibe a esta sazón Balbiani oficio,
Con orden de las tropas de su mando
Traiga a la plaza, abandonando el sitio,
Que llorosa la patria las llamaba,
Lifrando en ellas su potente abrigo.
No pierde instantes su celoso esfuerzo:
Los subalternos llama, y persuasivo
El atrevido empeño les propone
De entrar en el momento al centro mismo,
Que el pueblo el riesgo... De consuno todos
La palabra le embargan y al partido
De defender la plaza se deciden,
Entrando a todo trance: aqueste aviso
A los bravos soldados nueva llama
En sus pechos enciende enardecidos,
A pesar de las sombras pavorosas,
Esparcidas por todos los caminos,
Do podría repente sorprenderlos,
El isleño insidioso sin ser visto.
Tan íntimo es el interés que toman
En dar al duelo patrio un pronto alivio
Que aquestos riesgos con valor desprecian
Y se meten en ellos vengativos;
Pisan serenos el terror y espanto,
Y penetran al centro reunidos.
A favor de las sombras los bretones
Su fatiga reparan. No esto mismo
Los argentinos hacen todos ellos
De un furor se revisten infinito,
La defensa meditan: nada excusan
Que conduzcan a este fin. Con claros brillos
Rutila apenas de Titón la esposa,
Cuando se une al Alcázar gran gentío
A guarnecer los muros, y las bocas
De fuego preparadas, y un continuo
Tumulto armado hacia la plaza corre:
A sus entradas con fervor prolijo
Los mayores cañones se colocan:
No así el lago Cerneo defendido
Se vio otro tiempo del dragón cruento
Que a toda la comarca en exterminio
Llevaba en sus flamígeras cabezas
En su atroz garra, en su hálito nocivo,
Como el Fuerte y la Plaza bonaerense
Lo están con los volcanes destructivos
De tanto hórrido bronce. En pos de aquesto
La altura toman de los edificios
Situados en las calles principales,
El resto todo y los esclavos mismos,
Que no se imparte el entusiasmo tanto
Con fervor piden armas al Cabildo.
El bretón aún no ataca; pero el pueblo
Arde en deseos de probar su brío:
No espera se aproxime; al anglo campo
Las partidas se van, y con mil tiros,
Ya matan centinelas, ya aprisionan
Algunos trozos que de su distrito
Se alejan a robar. Algunos mueren:
Mas, su ardor no trepida. Con tal tino
Abajo sus pequeños ataques ejecutan
Que el anglo de feroz tan presumido,
De su marcial destreza tan pagado,
No se atreve a ofrecer su cuerpo al tiro
Y, o da la espalda, o tímido pelea
De los cercos y casas guarecidos.
Dos veces Febo sobre el horizonte
Naciente se ha hecho ver y fugitivo,
Y el argentino ejército no cesa
De llevar el terror al enemigo,
Mas ya el son horroso se apercibe
Del bélico instrumento: he ahí los tiros
Que al arma avisan: del terrible Marte
Ya el carro estrepitoso es conducido
Por el campo y las calles argentinas.
Levanta en medio el brazo vengativo
La muerte descarnada: horrenda nota
En la vasta extensión de ambos partidos
O a la quedará fin en la batalla.
Ya cada jefe con marcial estilo
Sus legiones inflama, que con vivas
Responden a sus ecos persuasivos;
He ahí los anglos, el terror y espanto
Por las calles llevando: no hay peligro
Que a su ciego embestir estorbo sea.
En diversas columnas divididos,
Por todas partes sus fusiles brillan
En torno amenazando al exterminio.
Y se acercan al centro, el centro tocan,
Ya los ve, y se descubre enardecido
El hispano guerrero, y el combate
Horroroso principia. Los oídos
Estruendo sólo y confusión perciben:
El humo en densas nubes de continuo
Por todas partes sube, y de los ojos
Desaparece el día. Desprendido
De las armas el plomo hiere, mata,
Destroza todo, y deja en los gemidos,
En los escombros y truncados miembros
Patentizado su letal destino.
Todo es horror lo que a la vista ofrece:
La sangre, el fuego, el humo, el estallido,
El más trágico cuadro representan.
El bronce horrendo truena: el inaudito
Estruendo entre las casas y las calles
Por ecos espaciosos repetidos,
Multiplica el pavor, el llanto, el luto.
Se enfurece el bretón con el peligro,
Y cadáveres huella, y carga osado;
Pero más adelante, o queda herido,
O víctima de su ira el alma exhala:
El despecho impele otros, y el perdido
Puesto recobran, sin sentir los ayes
Del que yace en los últimos deliquios.
Más Tisífone aquí furiosa vuela
Y empapa en sangre el último cuchillo,
Na y mil veces: ya su ardor no sacia
La sangre que en las calles ha vertido,
Asciende a las alturas, y descarga
Rápidos golpes contra el argentino.
Estos, empero, al monstruo menosprecian,
Y recobrando pavorosos bríos,
Vengan con muertes mil, una tan sólo
Que a su vista sufrió cercano amigo.
Ya no hay moderación: se precipitan
Y con arrojo buscan el peligro;
Ya indecoroso juzgan mantenerse
En ventajosa altura, y este abrigo
Al momento abandonan. Cómo corren
Con ímpetu raptor los grandes rivos
Al despeñarse de los altos Andes,
Que rabiosos batiendo con los riscos
Mil enormes peñascos se arrebatan,
Y los llevan rodando al precipicio;
Así los españoles a las calles
Se lanzan con furor matando invictos,
O haciendo prisionero al anglicano
Que encuentran, por doquier hacen camino.
Él viendo inevitable su ruina,
Distintas casa gana fugitivo,
Y toma sus alturas: hasta un Templo
Profana inicuo por buscar asilo
Y ofender de la tore al generoso
Denodado argentino, que impelido
De ardor sagrado, cabe el templo, un crudo
Combate empeña, ansioso de oprimirlo,
De allí arrancarlo, y con horrenda muerte
El insulto vengar que ha obrado impío.
Aproxima el cañón y con destreza
Dispara rayos contra aquel asilo
Que ruinoso retiembla; del Eterno
Se apodera la tropa, que sus tiros
Une a los fuegos que el cañón repite,
Cual Tifeo el Jayán, de quien oímos
Que con cien brazos manejaba a un tiempo
Y lanzaba sus armas al Olimpo,
Estremeciendo el firmamento y tierra
Con su empuje potente repetido:
Tal cada uno de aquellos combatientes
Parece que de brazos infinitos
Está dotado: ¿tanta es la presteza,
Con que ataca y oprime al enemigo,
Y lo vuelve atacar sin darle aliento!
El pavoroso estruendo de continuo
Lleva el terror hasta el britano oculto
La bala con fragor, los escondidos
Pechos taladra, y postra sepultados
En sangre y polvo a cuantos han subido.
Al ver león tanto que vomita estragos,
El britano trepida; su exterminio
Aparece a sus ojos inminente,
O en el plomo tronante, o en los filos
De tanta espada y bayoneta aguda.
Penetran los caudillos el peligro
Sin recurso en que están, se ven aislados
Sin medio alguno de encontrar camino
Par ir a unirse con su resto armado:
El triste acento del soldado herido,
El moverse espantoso del que expira,
Los cadáveres muchos esparcidos
Por el suelo sagrado son ejemplos
Que amenazan su vida ejecutiva
Y llenan de pavor los pechos todos.
Cede al fin su constancia: el edificio
Sagrado entre las manos argentinas
Arroja de su seno el hoste inicuo
Que osado entrara su respeto hollando:
Presuroso se rinde y busca asila,
A su vida en los jefes españoles:
¡Tanta es la fama de sus pechos píos!
Éstos al ver propicia a la victoria
Tender sus brazos para recibirlos,
Olvidando iras por gozarla humanos,
De su memoria apartan el maligno
Proceder del contrario y bien que el robo,
La matanza de ancianos infinitos,
Del bello sexo el crudo tratamiento,
Y en el santuario el crimen cometido
Castigo exigen y venganza claman;
Lo perdonan con todo compasivos,
Haciendo ver que en los hispanos pechos
Rencor no cabe, ni el sistema impío
Jamás se adopta de acabar al hombre
Que a la fuerza mayor se da rendido:
Tal es su proceder, pues todo el fuego
Que en sus pechos ardía en el conflicto,
En dulce sólo compasión termina:
El uno da sus brazos al herido
Y al hospital lo guía cuidadoso:
El otro, a modo de oficioso amigo,
A la prisión los desalmados lleva;
Y si alguno este modo da al olvido,
Un rígido censor encuentra al punto.
Esta es la suerte y el suceso mismo
De aquellos que las casas ocuparon:
O rindieron su vida al plomo activo,
O del hispano prisioneros fueron.
En este medio en torno del Retiro
Lugar do Buenos Aires otro tiempo
Muchas tardes buscara el regocijo,
Espectáculo ahora muy diverso
El crudo Marte ofrece el atrevido
Bretón emprende todo y atacando
La ciudad en contorno, no este sitio
Perdona su furor: hasta allá intenta
Sanguinario el llevar el exterminio;
Más, los bravos campeones que lo guardan
Con impávido pecho rebatirlo,
Escarmentarlos juran, empeñados
En hacerles sentir el poderío
Eterno de las armas españolas,
Armas que ha el mundo militar tenido.
Temblad, temblad, injustos invasores:
Llegado ha el triste día, en que al abismo
Rodará despeñado vuestro orgullo.
Ellos se avanzan contra aquel recinto,
Y en ráfagas de fuego todo inflaman,
Bien así como airado el monstruo Licio
Contra el joven Isthmiaco arrojaba
Una vez y otra su hálito encendido
Y mil lances variando carnicero,
Medio alguno no ahorraba por rendirlo.
El anglo con ataques continuados
Lanzábales de balas cruel granizo
Y entrar tentaba por el humo espeso
La Muerte asiste a los hispanos tiros,
Y doquier ellos van allá vuela ella,
De su guadaña ensangrentando el filo.
Crece el tesón por una y otra parte
Y arde en los pechos un volcán activo
Que a todos más y más los precipita.
En ambos bandos brilla el heroísmo
Resplandece el valor: aquellas tropas
Salen fuera de sí y obran prodigios
Sus intrépidos brazos: jamás hubo
Acción más obstinada: nunca se hizo
Más acertado y más violento fuego.
Anglicana nación ¡Cuántos caudillos
Ilustres te costó tal crudo choque!
Consagra a su memoria tus suspiros,
Tu llanto y tu dolor; pues ya no puede
Dar más lustre a tus armas su heroísmo.
Ellos solos pudieran a tu hueste
Animar con su ejemplo en tal conflicto,
Do a las armas hispanas toda el aura
De horror poblaban con tremendo silbo.
No amedrenta esto al valeroso Auchmuty
Y armado de ira y de furor regido
Grita, embravece, enciende, precipita,
Y hollando muertos, pisando heridos,
Lanza por fin sus irritadas tropas
En medio de la plaza. El argentino
Ve con dolor que ha su robusto brazo
Un acaso fatal con no indeciso
Impulso influye a que las armas suelte
Y las rinda al bretón: mas, su inaudito
Valor luchando con la adversa suerte,
Emprende hacia la plaza hallar camino.
Esto no es ya posible: todo en torno
Retemblar hacen los contrarios tiros:
Todo lo ocupa la legión britana;
Gime en tal desventura y cede invicto
Al suelo el peso honroso de sus armas.
¿Qué alma sensible habrá que aqueste sitio
No riegue con sus lágrimas? ¿Qué duro
Pecho hallarse podrá que conmovido
De dolor no se encuentre, cuando traiga
A la memoria los valores dignos
Que vertieron su sangre en la defensa,
En la heroica defensa del Retiro?
¡Oh! ¡sacras almas! ¡Sobrehumanos héroes!
La gloria recogió vuestros suspiros
En su seno inmortal: en su almo templo
Colocó vuestro nombre allí esculpido
Durará para honor de España toda;
La capital a sus futuros hijos
Lo enseñará exaltada, y vuestros hechos
Servirán a más gloria de incentivo:
Sí, varones ilustres, vuestros días
De los hijos de Albió fueron castigo
Pero muy más allá vuestro denuedo
Durará todavía, aunque el sombrío
Sepulcro de reposo a vuestras dignas
Y gloriosas cenizas: allí activo
Arderá siempre el fuego, el sacro fuego
Que abrazó vuestras almas: allí al niño
Sus padres llevarán, y electrizados
Le dirán: aquí posa el heroísmo.
Al tierno pecho pasará la llama
Que alimentó los vuestros, y principio
Tendrá allí su valor: he ahí los frutos
Que daréis a la patria: he ahí los hijos
Que a la patria darán vuestras cenizas.
Y vosotros, ¡Oh! monstruos que el abismo
Abortó para oprobio de los hombres:
Venid, venid un rato hasta el retiro,
Y observad un momento el cuadro horrendo
Que allí trazó vuestro furor inicuo.
Allí la sangre de mil dignos héroes
Hervirá al presentaros: mil castigos y
Mil venganzas demandando al cielo
Contra vosotros que sin dar oídos
Al clamor de ya inermes prisioneros,
Vuestras almas habéis envilecido
Quitándoles la vida. ¡Oh! culta Europa,
Cuánto tu gloria abate el alto abrigo
Que halla en tu seno esta nación cruenta.
Entretanto que sólo este recinto
Pábulo daba a la altivez britana
El pueblo vencedor lleno de brío,
Corría por las calles con la idea
De añadir a su triunfo el sacrificio
De todo cuanto inglés su suelo hollaba,
Sin estar muerto, o sin estar rendido.
Por doquier paso con la fuerza se abren
Y rompen puertas fulminando excidios:
Aquí trucidan al que no se rinde,
Allí dan suave ley al más sumiso;
El falso isleño muchas veces trata
De fascinarlos con el artificio
De falsa rendición: se acercan ellos,
Y se perfidia tan atroz ludibrio,
Envueltos caen en generosa sangre;
Más, de ardimiento súbito impelidos,
Los compañeros la venganza emprenden,
Y de sus armas los agudos filos
Alfombras largas a su planta esparcen
De ruinas y de miembros divididos.
No el sacro río espectador indemne
Es de choque tan crudo: en recios pinos
Aborda el anglo la anhelada playa,
Y asestando sus fuegos vengativos,
Talar amaga Fortaleza y templos:
Responde aquélla con tesón seguido,
Y entrambos puestos, lenguas de la muerte,
La difunden en torno, en fiero silbo:
Las Náyades se aterran y medrosas
Al rededor del venerado Río
Le piden las socorra en pena tanta
Tierno las oye y con fervor divino
Al grande Jove aquesta prez dirige:
¡Oh! Padre Eterno, a cuyo poderío
Los cielos obedecen, y la tierra,
Mirad de vuestro asiento este enemigo
Que atropella las leyes más sagradas,
De vil codicia el hábito nocivo
Solamente lo mueve, el cruel sistema
De exterminar al que odia sus caprichos
Es el deber que su razón conoce.
Así al colmo llevando sus delitos,
No satisfechos con haber violado
Los templos vuestros, del respeto asilo,
Mi espalda oprimer con navales fuegos,
Y al pueblo ataca (empeño prohibido).
Terminad, pues, aquí, Dios soberano,
Terminad hoy el ejemplar castigo
Que comenzasteis en el campo y calles.
Oyólo el grande Ser, y al punto mismo
La pérdida decreta del britano,
El Real Fuerte es un globo despedido
Introduce el desorden en las naves:
Ya zozobrar se veían, cuando activo
Los anglos las retiran, escarmiento
Llevando en premio de su empeño inicuo.
Ventura tan continua, a los hispanos
Sirve a esfuerzos mayores de incentivo,
Y arremeten briosos las reliquias
Que doblar su cerviz aún no han querido:
Todo llenan de estragos: mas, su furia
La contiene prudente el gran caudillo;
Este varón que nos condujo el cielo
Para el bien de la patria, concebido
Había una ardua empresa, a cuyo alcance
No llegará el soldado ni el vecino:
Él veía cuanta sangre ya vertiera
Mucha parte del pueblo; los gemidos
Su compasivo espíritu escuchaba
De tanta viuda y pobre huerfanillo,
Reliquias tristes de la infausta guerra.
De allí pasando al anchuroso río
En raudo vuelo hasta Montevideo,
Sus habitantes ve, que allí afligidos
Arrastran bajo el ánglico gobierno
Del cautiverio los pesados grillos.
Si a éstos libertar glorioso aspira,
De la sangre preciosa de sus hijos
Acrece la efusión, que ahorrar quisiera,
Pues ejército nuevo le es preciso
Ordenar que conduzca a aquella plaza,
La lid llevando ante sus muros mismos.
Tal catástrofe, pues, ¿cómo evitarla
Y romper las cadenas del cautivo
Montevideano pueblo? ¿Tanta gloria
Realizarse podrá? Su pecho invicto
No trepida un momento: en su alta mente
La sangre espesa de los argentinos
Vale otro tanto que esta gloria vale.
«No quiero, dice, acrecentar el río
De ese coral, que sobremodo aprecio
Y en estas calles con dolor aún miro:
No quiero no, que nazca allá otro alguno
En la banda oriental, do de continuo
Sus palmas tiende a nos Montevideo:
Para esto lo hecho basta: yo os lo digo.
Las pequeñas reliquias que aún existen
De la falange que nos ha invadido,
Sé que están prontas a humillar su frente
Al ver de vuestras armas cerca el filo;
Más, aspiremos a mayor empresa:
Todo su estrago Whitelock ha visto:
Él comanda no sólo estas legiones,
Sujeta está también a su dominio
La misma fortaleza San Felipe;
Servir hagamos su fatal destino,
Aquí de paz, allí de reconquista.
Si aún permanece en tanto grado altivo,
Que aquestas condiciones me deseche,
Víctima entonces de vuestro heroísmo,
Perezca con sus tropas en el suelo
Que arrasar intentó sangriento impío».
Como cuando Minas el Euro rompe,
Llevando la inquietud al mar tranquilo,
Y éste se encrespa y su cerviz levanta,
Crinada con undosos remolinos,
Lo vuelven a embestir contrarios vientos,
Y ondas y espumas y horrosos silvos,
Y espesas nubes y tronante esfera,
Y rayos, aguaceros y granizo,
El reino de Neptuno averno lo hacen:
Este al ver tan turbado su dominio,
Majestuoso se eleva, increpa al Euro,
Y con su voz y su tridente divo
Aplaca el mar y las sonantes ondas,
Cediendo todo a su poder. Lo mismo
Obrar se vieron en el pueblo bravo
Las sublimes palabras del caudillo,
Resonando a su entorno alegres vivas:
¡Tanto es amado, tanto obedecido!
Escribe al punto en un oficio breve
Lo que su labio a los soldados dijo;
Enérgico demuestra el cruel estado
De las armas britanas; pinta al vivo
La bárbara matanza que hará el pueblo,
Lleno de ira y de furor en cuanto sitio
El ánglico estandarte orlando encuentre.
Más si esto Whitelock quiere impedirlo,
Logrando aún la ventaja de que tornen
Los anglos prisioneros al servicio,
Entregue a su legítimo monarca
A San Felipe y todo su distrito;
Devolviendo a la patria los hispanos
Que en la lid anterior fueron cautivos.
Andaba a la razón investigando
Su estado el General: llega al Retiro,
Y reconoce un oficial britano
Que le llevara el expresado oficio.
Corre su vista las infaustas líneas;
Obúmbrase su mente, y aturdido,
Señala un plazo para dar respuesta.
¿Qué Ariadne aquí le enseñará algún hilo
Para que encuentre la mejor salida
De este cruel y espantoso laberinto?
Piensa, medita, se aconseja en vano:
Todo, todo concurre a confundirlo.
Acude a las deidades, les suplica
Que le libren del grande precipicio
Que su vida y sus tropas amenaza.
En este trance llega a aquel recinto
Un anciano jovial, rugoso y cano,
Muy moderado y de unos ojos vivos:
En un báculo fuerte el cuerpo afianza
Y una antorcha lumbrosa trae consigo.
Conoce Whitelock que es el Consejo,
Y llamándolo al punto, así le dijo:
¿Qué causa aquí ¡oh! anciano respetable,
te ha traído en medio de tan cruel bullicio?».
«Poderoso anglicano, le responde;
He visto tu derrota: el exterminio
Por todas partes circundar te veo,
Y a librarte tan sólo aquí he venido;
Tú estás rodeado de habitantes fuertes:
La envidia los pintó con coloridos
Que impidieron brillasen a tus ojos
Su lealtad, su valor y su heroísmo.
Iluso, tú probaste las desgracias
De tanto esfuerzo efecto muy preciso.
Dos puestos solo fuera de éste ocupan
Las tropas tuyas, que el atroz conflicto,
O lo evitaron, de entre él huyeron,
Mas, os es imposible el mutuo auxilio
Según distáis los unos de los otros,
Y corto ataque bastará a rendiros:
De un modo sólo evitarás tu ruina,
Y ahorrarás a tu tropa el sacrificio,
Y es que accedas sumiso a las propuestas
Que te dirige el español invicto.
Yo he visto ya la parte más preciosa
De tu ejército en número crecido
Por las calles tendida: a los contrarios
He visto aprisionando a tus caudillos
De mayor graduación: yo tus guerreros
Medrosos vi, postrándose cautivos
Bajo los pies del victorioso hispano.
¿Qué esperas, pues? Mavorte al argentino
yo vi que daba sobrehumano aliento».
Tal es el tono con que al abatido
Whitelock, el Consejo desengaña:
¡Qué tristes aflicciones! ¡Qué martirio
Su corazón penetra! Llama a Gower,
Y lleno de dolor, así le dijo:
«Guerra importuna hacemos con varones
Del poder de los dioses revestidos»;
Y lleno de dolor, así le dijo:
«Guerra importuna hacemos con varones
Del poder de los dioses revestidos;
Varones invencibles, cuyo esfuerzo
No sucumbe a la guerra: cuyo brío,
Aún subyugados los mantiene en arma.
Ya tú echaras de ver que hemos perdido
La presente batalla: todo, todo,
¡Ah! dulce amigo, en esta acción perdimos:
Fuerza es hoy que entreguemos San Felipe
Y la Colonia a su monarca antiguo:
Parte, Gower querido; al pueblo parte,
Y dile al gran Liniers que me ha vencido:
Que le cedo el laurel con que venía
A coronar mis sienes: parte, amigo,
Parte y busca tan sólo las ventajas
Que más convengan al que está rendido».
Éste parte, y concluye los tratados,
Que Liniers y Balbiani, por escrito,
Velazco, y Whitelock y Murray juran.
Cual si la noche con su manto umbrío
Sepulta en triste caos a los mortales,
Y la natura sus veloces giros
Apenada detiene, confundida
Su divina belleza en negro abismo;
Alza la luz su lumbrosa frente,
El cielo baña con hermosos brillos,
Y la enlutada humanidad respira
Al ver el horizonte, el valle, el río,
Y el monte erguido, apareciendo todo
De la llama argentada embellecido:
Así, concluido ya el feliz tratado,
La victoria se esparce en el distrito
De la gran capital: triunfante vuelca
El carro de la Muerte: al lago Estigio
Cae despeñado el monstruo de la guerra:
Al feroz golpe en grandes remolinos
Se ensoberbece el lago, y queda el monstruo
En el báratro umbroso sumergido.
En este dulce instante alegres todos
Victoria claman, al bretón vencimos:
Esta voz se difunde, y por las calles
Se oye victoria repetir a gritos.
De metales armónico concierto
En los templos resuena, fiel indicio
Del éxito feliz de nuestras armas.
Cesó ya el son del parche: los oídos
Perciben sólo víctores gozosos,
Sólo placer, contento y regocijo.
¡Oh! heroico jefe de mi patria amada,
corónete el laurel que te es debido
por la segunda vez: goza felice
de un triunfo que tu nombre hasta el Olimpo
levantará para inmortal memoria.
A ti te ha visto de la Plata el Río
Parte hacer del estrago, que en el Sena
Napoleón a Britania ha prometido:
En su mente imperial acción de estima.
Ya el grande Carlos nuevos distintivos
Prepara en premio de tu afán y celo
Él ya sin duda partirá contigo
El gobierno y sostén de estas provincias
Que llenas de contento al presentirlo,
Se dan el parabien de tal ventura.
Capital bella que tan gran caudillo
Tener lograste, erige monumentos
Que su gloria recuerden a tus hijos,
Que aprendan a decir con lengua tierna:
Viva el héroe Liniers: viva el invicto
Antiguo general de nuestros padres.
Salve, Cabildo ilustre, salve eximio
Congreso de patrióticos varones:
¡Qué copioso raudal de beneficios,
En vos hallamos! Vuestro celo exige
Eterna gratitud de los vecinos
De este gran pueblo. Salve, dulce patria,
Morada del valor, del heroísmo.
Salve, terror del anglo, honor de Iberia,
modelo de lealtad, espejo fino
de amor a Carlos y su culto sacro.
Compatriotas felices, hijos dignos
De la gran Buenos Aires, ya resuelto
Ha quedado el problema; ya corrido
El velo está con que la negra envidia
Procuraba inspirar a los amigos
De vuestra gloria, indigna desconfianza,
Atribuyendo a pompa el ejercicio
Frecuente de las armas y el plan todo
Que en soldados tornara a los vecinos:
¡Oh! ¡cuál vengasteis esta insania horrenda!
¡Cuán dignamente habéis correspondido
Al concepto supremo que otras gentes
Formaran de vosotros! Vuestro brío,
Vuestro valor y militar denuedo
De un mortal inminente parasismo
La América han librado. ¡Oh! ¡defensores
Ilustres del Perú! ¡Oh! ¡esclarecidos
Restauradores de Montevideo!
¡Oh! vosotros iberos, ¡oh! argentinos,
que de Roma y Cartago sois afrenta,
que habéis gloriosamente competido
con los Córdoba, Ponces y Bazanes!
Yo más admiro vuestro triunfo digno,
Al ver que Febo, el rutilante carro
Aún no paseara por los doce signos
Desde que al monstruo de la guerra vierais
Por la primera vez el rostro inicuo,
Cuando vuestro valor llegó al estado
De hollar legiones y rendir caudillos
En el bélico afán ejercitados.
Yo, legiones patrióticas admiro
Recordando las haces y las flotas
Que cubrían la faz del campo y río,
No tanto nuestra patria defendida.
Cuanto haberles ganado en un conflicto,
En un sólo conflicto dos ciudades,
Y haber de esta manera sostenido
Todo el gran continente americano.
A vuestros pies, monarca el más benigno,
Nuestro jefe se postra, y vuestro pueblo,
De la efusión más tierna conmovidos,
Implorándoos sumisos la alta gracia
De que grato admitáis estos servicios:
Ellos la prueba son del alto esfuerzo
Con que ha intentado su filial cariño
Haceros ver que morirán primero
Que su gobierno abandonar nativo.
Y vosotras ¡Oh! sombras generosas,
Compatriotas sagrados, que perdidos
En el choque fatal continuo lloro:
Si aqueste canto desde el alto empíreo
Os dignaseis oír, recibid gratos
Las lágrimas que vierto enternecido.
¡Oh! ¡Cómo pintaré cuanto conmueve
Vuestra memoria al triste pecho mío!
¡Memoria! ¡oh! ¡cruel memoria! ¿Qué me muestras?
En el suelo de mi patria enrojecido
Con la sangre de tantos que otro tiempo
Su corazón ligaron con el mío,
Llamándome su amigo: ¡ay! ¡compañeros!
¡Ay! ¡defensores que robó el conflicto!
La madre triste, la angustiada esposa,
El infante pequeño en sus gemidos,
En su luto funesto y lloro amargo
Diciendo están que de la sangre el grito
Habéis desatendido por la patria.
Sí, manes respetables, del impío
Habitador de la Isla vuestra sangre
Logró verter el bárbaro cuchillo;
Pero no os quitará el eterno lauro
Que muerte tan honrosa os ha adquirido.
Vosotros sois los ínclitos campeones
Que llorará la patria largos siglos.
Ella al orbe dirá vuestras hazañas,
Haciendo vuestro nombre esclarecido.
Y aún más que todo ¡oh! almas venturosas,
Colocadas allá sobre el empíreo
En brazos de eternal contentamiento
Recompensa halló ya vuestro heroísmo,
Y pues morando estáis cabe al eterno,
Pedirle fervorosas de continuo
Que su brazo sostenta nuestro esfuerzo,
Nuestra constancia, nuestro celo y brío,
Para que el anglo en cuanta lid intente
Humille su cerviz al argentino.