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Claridad y penetración de una poesía

Ricardo Gullón





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Las palabras no desempeñan igual función en la prosa que en el verso. En la prosa están al servicio de la razón; en la poesía, al servicio de la intuición. Siendo las mismas, su función es distinta. La poesía las transforma al utilizarlas como signos de experiencia y estados de ánimo, inexpresables en las formas corrientes de escritura. La poesía es un lenguaje donde cada palabra, además de su acepción corriente, tiene una resonancia variable según la inflexión, el tono y el propósito del poeta. Por eso resultan ociosas las divagaciones en torno al prosaísmo, pues donde hay prosaísmo no hay poesía: falta el toque transfigurador. Si la palabra permanece inerte, sin don de sugerencia, la poesía no brota; cuando vibra y suscita la vocación, poco importa su origen ni su grado en la pintoresca escala de lo poético.

¡Estupenda broma la del vocabulario poético! ¿Quedan todavía defensores de la presuntuosa estantigua así llamada? Si hay alguno, que no se acerque a Quinta del 42, ni, en general, a ninguno de los libros de José Hierro: Tierra sin nosotros, Alegría, Con las piedras, con el viento, y ahora esta última colección, que desde el título -quinta y no, claro, generación- da a entender que trata de hombres y de los hombres de una época y una tierra concretas: las nuestras. Canto que es y se quiere llano y diáfano. Si alguna vez resulta prosaico, la culpa no debe atribuirse al lenguaje empleado, idéntico en todos los poemas. La caída será consecuencia de una preocupación excesiva por situar las intuiciones al alcance del lector común.

Quinta del 42 es un buen libro. Un libro con personalidad y con estilo. Estilo sencillo, pero ¡cuidado!: rezumante de sabiduría y de oficio, revelando en cada verso la voluntad de comunicar -y no sólo de expresar- sus intuiciones. Para Hierro, la claridad es condición necesaria de la poesía; al arrojarse sin reservas a la corriente vital en que se siente partícipe, va impulsado por un ansia de comunicación tan vigorosa, que incluso domina los prestigios de la belleza y la perfección.

Entiéndase bien: este ansia de transparencia no implica deseo de comulgar en lo trivial, sino algo más raro e importante: voluntad de entender y de manifestar las grandes líneas ocultas en el caos, encontrando a la vida el sentido encubierto por la incoherencia y el absurdo de que el hombre se cree víctima. Para vencer a la desesperación propone el poeta una fórmula de claridad, un esfuerzo hacia la luz, y, al hacerlo, toma posición en el mundo. Su indiferencia -relativa- frente a la belleza es consecuencia de esta actitud, y entraña una cierta deformación en la imagen del esteticismo que propone al lector. No creo yo que el esteta -si alguno queda, pues la especie se halla en trance de extinción- absorto en la contemplación de la hermosura negara su pensamiento a la muerte. Hierro lo imagina con arreglo a un esquema convencional, y no es exagerado decir que la deformación propende a la caricatura, aunque no fuera ésa la intención del poeta. La poesía de Hierro constituye un notable esfuerzo, por hacer inteligible lo informe, por desgajar lo esencial humano de la trama que lo aprisiona. No es una explicación, sino una serie de interrogantes cuyo planteamiento sirve para aclarar algunas cosas. La iluminación se produce cuando la experiencia revivida entra en contraste con el sueño posible. Y su sueño parecía más verosímil que la realidad si no supiéramos que lo absurdo ha de ser admitido como elemento de ésta.

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Hierro posee una de las miradas más penetrantes y sensibles de la poesía contemporánea actual; es todo lo contrario de un poeta superficial. Su facilidad de acceso puede inducir a error, pero bajo ella se transparenta lo sustancial: la conexión con el misterio. Quizá algún escéptico sonría al leer la palabra misterio, mas no sé cuál otra pudiera expresar mejor las dimensiones alcanzadas por esta lírica, encendida en la pasión de revelarse y revelar el secreto que la define.

La sencillez de tales poemas es compatible con el refinamiento. Se trata de un virtuosismo capaz de borrar las huellas de su paso, capaz de reducir el verso a una vibración del misterio dentro de lo familiar, de la palabra desnuda, exenta de la tradicional indumentaria retórica. La retórica de Hierro es suya y procura vivificar la imagen afirmando lo concreto y lo existente, que no necesita desleírse en abstracciones para dejar ver un segundo plano, un fondo que trasciende lo anecdótico para retener las esencias.

En el Canto a España las imágenes concurren a decir una realidad interior la tristeza. La sobria enumeración sirve para expresar ese sentimiento y la intuición del poeta: su descubrimiento de la tristeza española y, con ella, de la suya propia. ¿Cuál es reflejo y cuál emanación? El poeta está triste y lleno de amor. Hay un amor que dicta sus palabras y le inspira: amor a España y amor al hombre. Hierro no quiere levantar mitos, adornar irrealidades, sino celar en la entraña de lo real y decir su palabra sin embriaguez, ni filosofía, ni verbalismo; con la precisa seguridad de quien entiende la creación poética como una lucha por conseguir la precisión imaginativa y verbal que transmitirá con fidelidad las voces interiores.

La gran fuerza del poeta, su don más admirable, consiste en la aptitud para aprehender la revelación. Palabra demasiado solemne, pero verdadera. Hierro canta en sus poemas al hombre total: en sus sueños, ciertamente; pero también en la dramática confrontación entre ellos y la realidad. Su poesía es tanto una poesía del corazón como de la inteligencia, porque el destello primero le sirve magníficamente la penetrante lucidez que impide inútiles desbordamientos.





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