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Clarín, novelista olvidado

Mariano Baquero Goyanes





Entre la avalancha de libros argentinos que inundan nuestras librerías, se pueden encontrar algunos volúmenes interesantes, como el que hoy vamos a comentar. Se trata de una edición de Doña Berta-Cuervo-Superchería1 con un prólogo de Ramón Pérez de Ayala, fechado en Buenos Aires en la Navidad de 1942.

Se nos antoja que esta edición argentina viene a ser algo así como una llamada a los editores españoles -y a los lectores, también- que no parecen querer acordarse de ciertos autores, empeñados en un frenético afán de darnos traducciones, no siempre buenas ni dignas del esfuerzo.

Leopoldo Alas («Clarín») es uno de los escritores decimonónicos del que urge una edición de sus Obras completas, o, por lo menos, reediciones de sus novelas y ensayos más importantes. Sería inútil, sobre pretencioso, querer trazar, en los breves límites de esta nota, una semblanza literaria de Clarín, que demostrara esa necesidad de su revalorización y conocimiento. Posiblemente fue éste, siempre, un escritor poco popular, minoritario. Su sincerísima crítica debió crearle no pocas enemistades2 por lo que en su siglo fue menos apreciado de lo que merecía. En los años siguientes creció esta impopularidad, injusta evidentemente, cuando tantos elogios se han tributado a otros farautes literarios del XIX, con los que Clarín puede codearse y a quienes llega a superar, en ocasiones.

Lo que ocurrió, probablemente, es que Alas desbordó su siglo, fue un poco «extranjero en su patria». Él sentía, desde luego, ese extranjerismo nacional, aunque no se lo achacara a él mismo. Ocupándose, en uno de sus artículos de crítica, de Palacio Valdés le considera impopular, por esa cualidad precisamente, y dice: «Turguenef, por ejemplo, era menos ruso que otros ilustres literatos de su país y tiempo; Byron, menos inglés que muchos poetas célebres; Heine más francés que alemán en muchos respectos; Amiel, más alemán que otra cosa; Paul Bourget, por su triste y dulce seriedad, es muy poco francés»3.

El caso suyo no caería, exactamente, dentro de esos extranjerismos raciales, sino que sería, más bien, un extranjerismo no geográfico, sino temporal, cronológico. Clarín es un extranjero en su siglo. Caso típico de inadaptación que se convierte en superación, como si lo extranjero fuese su siglo. (Y, en efecto, ¿no fue algo extranjerizante nuestro siglo XIX?) El lector moderno que se adentre en las obras de Leopoldo Alas, quedará sorprendido por su tono actual, por un inteligente «estar de vuelta», revelador de cómo el escritor despreciaba todas las mezquindades de su época, escindida en sistemas y doctrinas rígidas, impenetrables. Clarín es un intelectual, pero, a la vez, es tremendamente humano, y esas dos cualidades, combinadas, son las que le confieren una generosa visión de la vida, una cálida comprensión hacia todo.

No en vano se le ha considerado precursor del 98 (sus cuentos de tema nacional o político revelan esas preocupaciones prenoventaiochistas: «Un repatriado», «El Rana», «¡Adiós, Cordera!», «León Benavides», etc.) Y es que Clarín vive los años últimos del XIX. Este finisecularismo es, tal vez, el que permite al crítico y novelista contemplar serenamente, con la perspectiva necesaria, toda la peripecia del siglo que va agotándose. Siglo complejo, apasionado y escindido en esas dos grandes divisiones de Romanticismo y Naturalismo.

Al naturalismo ha seguido un idealismo, aún impreciso, pero del que se advierten síntomas en la poesía, en la novela, en el neo-catolicismo ambiental. Clarín está atento, avizorándolo todo, registrando todos los «ismos» y todas las actitudes, con esa humana precisión suya, tan inteligente, como si todo lo intuyera, como si nada pudiera sorprenderle demasiado4 .

Pudiera parecer, por esto, uno de esos eclécticos cobardes que, precaviéndose a tiempo, con nada se quedan y hacia todo manifiestan escepticismo. Por el contrario, Clarín, representa una postura apasionada y de ahí lo acerado, lo mordiente de su crítica. También, respecto de esta actividad suya, hay quienes creen que todo fue malevolencia, irritabilidad y cruel ironía en el autor de los «Paliques», los «Folletos literarios», etc. Su labor en periódicos y revistas pudo parecer dura y mordaz, en un tiempo en que la crítica se reducía -como ahora, salvo excepciones muy escasas- a un cambio de cortesías insinceras, o a unas diatribas feroces, personales, violentas hasta la ciega incomprensión y la ordinariez.

Entre esos dos extremos -crítica convencional y crítica grosera, resentida- la actitud de Clarín representa el máximum de honradez profesional. Su sólida cultura y su fina intuición fueron el terror de muchos literatos mediocres -y aun no mediocres- que temblaban con las revistas literarias de aquel catedrático de Oviedo, que nunca se mordía la lengua.

Pero no es de Clarín crítico de quien queremos ocuparnos -con ser éste un aspecto interesantísimo de su obra- sino del otro, del creador, ya que si poco conocido es aquél, de éste casi nadie se acuerda ya y ni los más robustos manuales e historias de la literatura le estudian apenas. De los cuentos y, sobre todo, de las novelas de Clarín vienen diciendo los mismos tópicos que circulan a raíz de su aparición. El P. Blanco García en su Historia de la literatura del XIX5 tronó contra Clarín novelista y desde entonces, es difícil dejar de pensar en aquel terrible y mal imitador de Zola, ateizante, anticlerical, etc., etc. No vamos a estudiar aquí la delicada cuestión de la religiosidad del escritor, pero sí podemos afirmar que muchas de las críticas y denuestos que se le dirigen en ese sentido, carecen de fundamento. Clarín fue un espíritu profundamente religioso. Es más, posiblemente, la religiosidad informó su vida toda y su obra.

Tal vez sea atrevida la comparación, pero Alas fue un apasionado católico, un poco al estilo de Unamuno, también con su catolicismo personal, exasperado y genuinamente español. Es sorprendente esta semejanza de un catolicismo nacional -muy discutible y poco recomendable- más de corazón que de cerebro6.

Claro es que tras la serenidad, pudo latir un atormentado espíritu, debatiéndose en la eterna pugna razón-sentimiento. Por su educación, por su profesión y cultura, Alas debía de ser un tipo de seco intelectualismo, explicando filosofía desde su cátedra, haciendo crítica erudita y pormenorizada. Y sin embargo pudo en él más lo sentimental, o por lo menos contrapesó, espléndidamente, su otro yo profesoral.

De estas íntimas vicisitudes suyas, sabemos algo a través de su obra, que destila antiintelectualismo, de manera tan sentida y hasta tan violenta, que parece producto de la experiencia de quien conoció tales peligros. Hasta seis cuentos hemos hallado, construidos sobre el tema del sabio antivital, tan sin corazón y tan sin ideales, que todo se seca a su alrededor, produciendo la desdicha o la estupidez7. En realidad, toda la obra de Clarín respira ese vitalismo anticerebral que, en ocasiones, llega a lo pánico y primario. Tiene miedo a intelectualizar la vida, ya que, según dice «El gallo de Sócrates»: «El que demuestra toda la vida, la deja hueca»8. Y nada es más triste que esa oquedad sepulcral. Por eso, Clarín quiere una vida intensa, palpitante, caliente de sangre y afectos. Posiblemente su preferencia por lo sencillo, por lo biológico, le lleva a tratar, con cariño, el tema de los pobres animales. Aparte del popularísimo «¡Adiós, Cordera!», en que una amable vaca sirve de motivo emocional para un tierno e intencionado idilio, podemos recordar «El Quin», historia de un perro, y la intensa narración «La trampa», en que una pobre y vieja jaca crea una atmósfera de amor y cordialidad en un ambiente campesino. E incluso en la novela breve que ha dado lugar a estas notas, juega papel importante un gato, ese pobre gato de Doña Berta, que muere enloquecido de hambre y de dolor «soñando con las mariposas que no podía cazar, pero que alegraban sus días, allí en el Aren, florido por abril, de fresca hierba y deleitable sombra en sus lindes, a la margen del arroyo que llamaban el río los señores de Susacasa»9. Éste es el final de la novela. El gato de Doña Berta es algo más que un pobre animalillo que acompañó a su ama a Madrid; es el símbolo de una vida idílica, allí en aquel escondido rincón de Susacasa, donde jamás llegaron romanos ni moros.

Que Clarín sintió esa escisión intelectual-sentimental, nos lo prueban otras obras suyas, elaboradas con la técnica y el estilo del profesor y del crítico. Aquí pudiéramos incluir muchos de esos titulados cuentos que no lo son, y que Pérez de Ayala considera «estudios de ciertos tipos psicológicos estereotipados, que, en la historia de los géneros literarios antecede a la novela propiamente dicha. Un carácter de este tipo, su carácter estereotipado, es un hombre artificial, un hombre deshumanizado y mecánico, que obra siempre de la misma manera y no responde sino ante un solo estímulo»10. Estos cuentos son algo así como ciertos artículos periodísticos de nuestro tiempo, con su regusto de clave, galería de caricaturas tratadas con arte, pero que nada tienen que ver con el cuento propiamente tal.

A esta galería pertenecen muchas obras breves de Clarín, intermedias entre crítica y cuento, o más bien, crítica social, literaria, política, convertida en materia narrativa, mediante nombres supuestos pero intencionadamente simbólicos. Así, «Cuervo» contenida en la edición argentina, «El hombre de los estrenos», «Bustamante», «Zurita», «El número uno», «La imperfecta casada», «Don Urbano», «Don Patricio o el premio gordo en Melilla», «El señor Isla», «González Bribón», «De la comisión», «El poeta búho», «Medalla... de perro chico», «Un candidato», etc. Los personajes llevan nombres tales como: «Pantaleón de los Pantalones» (un comerciante en tejidos), «Don Eufrasio Macrocéfalo» (un sabio), «Pespunte» (un sastre), «Litispendencia» (un escribano), «Pánfilo» (un sabio inocente), «Zalamero» (un buscador de votos), etc. Estas narraciones, típicamente clarinescas, se salvan por el interés y agudeza de las observaciones, por la gracia de algunos tipos, pero representan la parte más floja de la literatura creacional del autor.

Por el contrario, en narraciones como «Pipá», «El Rana», «La conversión de Chiripa», «Manín de Pepa-José» y en «Doña Berta», sobre todo, hay tal aletazo de humanidad honda que han de impresionar al lector, desprovisto de prejuicios, que se encara con ellas. «Pipá» es un aguafuerte goyesco, un esperpento de Valle-Inclán, pero con más ternura, con un lirismo delgado, más sugerido que expreso. «El Rana», en la misma línea, acongoja el corazón por su realismo, al igual que «La conversión de Chiripa», también, con un personaje del hampa, muy distinto de esos vagabundos convencionales y sensibleros que explotó la literatura decimonónica. Que a Clarín le preocupaba la novela poética se deduce de algún ensayo suyo, como el ya citado «La novela novelesca». En él dice, entre otras casas: «La novela contemporánea, si bien con excepciones, es poco poética, aunque sea obra de grandes estilistas. Le Réve de Zola, es algo poética y podría serlo mucho más; Madame Bovary, a no ser al final, que es pura poesía... Pepita Jiménez y El amigo Manso y Marianela son algo poéticas. Pero ¿qué es la novela poética? No lo puedo explicar, a lo menos en pocas palabras; pero estoy seguro de que sería muy bien venida. De esta novela, que tendría mucho de lo que pide Prévost, más que otras cosas, sacaríamos impresiones parecidas a ese perfume ideal que dejan los lieder de Goethe: el Reischebilder de Heine: las Choches de Musset; cualquier cosa de Shakespeare... y el hálito ideal de Don Quijote»11.

Creemos que «Doña Berta» representa cumplidamente esa ideal novela poética. Probablemente, pese a todos los ejemplos enumerados por Clarín, la poesía, el lirismo transfundido en prosa, conviene más al cuento que a la novela, a no ser que se trate de lo que hoy llamaríamos, más bien, «novela poemática». En este aspecto de largo poema en prosa vale El Quijote como tal, y aún resultaría su exponente máximo. Tampoco debe confundirse la novela poética con la prosa poética, de la que sería buen ejemplo las «Leyendas» de Bécquer. No: Clarín con una intuición sorprendente, actualísima, desea una novela en que la poesía emane de la misma trama narrativa, de la calidad de acciones, de sentimientos, y no del ropaje. Precisamente las novelas poéticas externas -esto es, las ornamentalmente poéticas- suelen ser unos terribles engendros, de un hibridismo que a nadie convence.

Clarín intentó llegar al lirismo novelístico con honradez y audacia. Así, su «Pipá» es un cuento, desgarradamente lírico, en el que todo el aliento poético surge de un ambiente, aparentemente el menos adecuado: Carnaval, miseria, muerte. Otro curioso intento de cuento poético, es el titulado «El dúo de la tos», en el que Clarín enfoca, desde un nuevo ángulo, el tan literario tema de la tuberculosis. El lirismo, amargo, llega a la musicalidad de esas toses enfermas -masculina y femenina- protegiéndose amorosamente en la soledad de la noche.

«Doña Berta» representa el más afortunado logro del autor, dentro de esa concepción suya de la novela poética. Fue su obra preferida y hoy resulta una de las mejores obras literarias del pasado siglo, tan perfecta, tan exacta, que nada sobra ni falta en ella. Clarín logró una maravillosa gradación novelística, conjugando de modo personalísimo y ejemplar, ambiente, sentimientos, personajes. Clarín es maestro en las descripciones, en el toque preciso que crea una atmósfera. Ésta de «Doña Berta» tiene el color pálido, ajado, que conviene a la delicada vejez de la protagonista.

No hay estridencias en la novela y aun los sucesos más intensos y dramáticos -la caída moral de Doña Berta bajo el laurel y su muerte en las calles de Madrid- están narrados con sencillez, sin énfasis alguno, como si el autor temiera romper esa suavidad, ese silencio de siglos que da corporeidad a toda la novela. Apenas hay diálogo -de hecho no existe-, la descripción de los personajes más que física es espiritual, la suficiente para darnos su estructura moral.

Pero no se trata aquí de apologizar apasionadamente los valores de «Doña Berta». En cuanto a su estilo y lenguaje es tan actual -tan eterno- que Pérez de Ayala la considera ejemplar para las nuevas generaciones literarias. Clarín llega a usar expresiones tan de hoy, como la que vamos a anotar, por superficial que parezca la observación. Habla de un pintor: «En sus cuadros iba su carácter. Naturaleza rica, risueña, pero misteriosa, casi sagrada, y figuras dulces, entrañables, tristes o heroicas...»12. La cursiva no es nuestra sino del texto, lo que parece indicar que el mismo Clarín consideraba poco corriente el adjetivo. Hoy, en cambio, se ha convertido en adjetivo-tópico que, diariamente, aparece en la prensa.

Clarín es un narrador objetivo, no crea arquetipos o protagonistas con los que simpatice plenamente. Pero en este caso, «Doña Berta» es un ser tan humano, de una sentimentalidad tan excepcional y verosímil, que no nos extraña esa preferencia suya por la anciana que halló la muerte, en Madrid, buscando un retrato de su hijo.

En cuanto a la edición que nos ha sugerido estas notas, resulta nueva e interesante por el fino, evocador prólogo de Pérez de Ayala. Sin embargo no queremos pasar por alto un defecto gravísimo: en las guardas de la sobrecubierta se dice que Clarín nació en Oviedo. En el prólogo, Pérez de Ayala nada dice del lugar donde nació Clarín, aunque sí habla de su oriundez asturiana. Describiendo a D. Leopoldo: «El pelo de cabeza y barbas, maiceño. Y me lanzo a producir y estampar este neologismo porque, si se dice color trigueño del trigo, con no menor legitimidad se podrá decir maiceño del tono que distingue al grano de maíz, el cual de maduro es más amarillo que el trigo, y tirando a rojo. Esta tonalidad de pelambre abunda en la raza celta. En Asturias y Galicia se han preservado numerosos ejemplares, evidentemente típicos, de esta raza soñadora e irónica; dos tendencias hostiles entre sí, que engendran en su irreductible cuerpo a cuerpo, como de Jacob con el ángel, una inestabilidad psíquica, fascinadora y llena de sorpresas»13. Fina, aunque discutible observación, teniendo en cuenta que Alas fue zamorano, aunque de familia asturiana y ovetense por corazón14.

Y nada más, excepto repetir la necesidad de más ediciones modernas de Clarín y, sobre todo, nacionales, para evitarnos la vergüenza de comprobar como uno de nuestros mejores escritores decimonónicos sigue siendo, aún, extranjero en su patria.





 
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