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«Clarisel de las Flores» de Jerónimo de Urrea1

Mª Carmen Marín Pina


Universidad de Zaragoza



El Clarisel de las Flores es un extenso libro de caballerías manuscrito compuesto a mediados del siglo XVI por Jerónimo Ximénez de Urrea. Su autor pertenece a la noble familia aragonesa de los Urrea, algunos de cuyos miembros se destacaron por su servicio a la monarquía y obtuvieron, entre otras prebendas, el título de condes de Aranda2. Nacido en Épila hacia 1510, Jerónimo de Urrea fue hijo ilegítimo del último vizconde de Biota, Jimeno de Urrea, llamado el osado por su señalada actuación en las guerras de Navarra al servicio de Fernando de Aragón. Su bastardía no impidió que recibiera la educación habitual reservada a los hijos de la nobleza y que continuara la tradición guerrera y sabia de la familia. En 1529-1530, abandonó España e inició una brillante carrera militar al lado de Carlos V que le llevó a participar en 1536 en la campaña de Provenza, en la que perdió la vida Garcilaso de la Vega, a ingresar en 1538 por sus propios méritos y por el apellido familiar en la prestigiosa orden de Santiago, a combatir en 1541 en la expedición de Argel y en 1543 en el sitio de Duren, en el que por su valiente actuación obtuvo de manos del Emperador el cargo de capitán. Después intervino en el asalto a Saint-Dizier en 1554, en la famosa victoria de Mühlberg sobre los príncipes protestantes alemanes, en 1547, y finalmente se asentó en tierras italianas ya al servicio de Felipe II, alcanzando en 1564 el cargo de virrey de Apulia3. Su muerte se fija entre 1569 y 1573.

A lo largo de todos estos años, y como ya era habitual en su familia, Jerónimo de Urrea alternó la espada y la pluma y trabó amistad con renombrados poetas, entre ellos el mismo Garcilaso, Cetina, Castillejo, Juan de Heredia o Alonso de Ulloa, casi todos caballeros y compañeros de milicia. Su afición por el mundo de las armas y por la literatura caballeresca, su inclinación a las letras italianas le llevaron a traducir de la lengua toscana en metro castellano el poema de Ludovico Ariosto Orlando Furioso, una traducción que manda imprimir en Amberes en 1549 y que constituye la primera interpretación española del gran poema italiano4. Frente a otras versiones castellanas, las de Hernando de Alcocer (Toledo, 1550) y Diego Vázquez de Contreras (Madrid, 1585), la del capitán aragonés, dedicada al príncipe Felipe, fue sin duda la más conocida como atestiguan las numerosas ediciones aparecidas entre 1549 y 1588. Jerónimo de Urrea ponía de este modo al alcance del público español uno de los libros de mayor éxito en Europa, que pocos lectores españoles, como él mismo reconoce en prólogo y como nos hace ver el barbero amigo de don Quijote (I, 6), podían leer en italiano.

Tradujo también de la lengua francesa a la española y en tercetos el Discurso de la vida humana y aventuras del Caballero Determinado de Olivier de la Marche (1483), caballero Borgoñón, criado de Felipe el Bueno, Duque de Borgoña, que se imprimió también en Amberes en las prensas de Martín Nucio en 1555. En este caso trabajó no tanto con el texto francés sino con la traducción de Hernando de Acuña en endecasílabos, aparecida en 1553, la cual parafrasea libremente. Urrea ilustró su versión, como apunta Uztarroz, «con un discurso histórico de los Reyes de España y Francia, en el cual muestra ser muy noticioso en la Historia»5.

En 1566 publica en Venecia su primera obra original, el Diálogo de la verdadera honra militar, un texto que reedita póstumamente su sobrino Martín Abarca de Bolea en 15756 y que después ve la luz en Zaragoza en 1642. Se trata de un texto importante que hay que tener en cuenta a la hora de estudiar el Clarisel. Dedicado a la infantería española, que acabó con la caballería y el combate singular, la materia del diálogo es en principio la honra y la nobleza, un tema que alcanza una dimensión teológica y filosófica y que aborda, sin embargo, de forma amena, fácil y agradable, ensartando citas, historias, anécdotas y consiguiendo finalmente un texto misceláneo aunque ajustado a su título7.

En el cajón quedaron otros libros nunca impresos pero no menos ingeniosos y elegantes, cuyos títulos recuerda Uztarroz para no perder memoria de ellos. En primer lugar cita su traducción de la Arcadia de Sannazaro, un texto pastoril que demuestra una vez más su interés por las letras italianas y por otro género de moda al margen de la literatura caballeresca. Nos ha llegado en un manuscrito junto a su poema heroico inédito El Victorioso Carlos, escrito en verso suelto y en el que Urrea celebra los triunfos y campañas del Emperador y demuestra una vez más veneración por su figura. La aprobación de Alonso de Ercilla que abre el manuscrito hace pensar que estaba ya preparado para la imprenta8. Tampoco vio las letras de molde La famosa Épila, al parecer una novela pastoril hoy perdida y conocida por la mención de su amigo Gutierre de Cetina y por los comentarios de Uztarroz, quien apunta que la escribió «imitando la Arcadia de Sannazaro» para celebrar las grandezas de su insigne patria Épila9. Por último, a la biblioteca del cronista Francisco Ximénez de Urrea fue a parar también, junto a la obra anterior, Don Clarisel de las Flores, «libro de Cavallerías, i aventuras, cuya obra puede competir con Amadis de Grecia, el Cavallero del Febo i otros»10. Un libro de caballerías que recoge parte de su obra poética original, romances, canciones, motes, versos que adornan su prosa y conforman su particular cancionero.

En resumen, Jerónimo de Urrea es, en palabras de Maravall, un ejemplo viviente de humanismo literario y de espíritu guerrero y tradicional, un buen ejemplar de las generaciones tras de las cuales emerge Don Quijote11. Capaz de alternar la espada y los cargos políticos con la pluma, cuenta con una rica y variada obra. El capitán Urrea cultiva el verso y la prosa, traduce algunas de las obras europeas más originales del momento y crea siguiendo los cauces genéricos entonces dominantes, a saber: la poesía tradicional y de raigambre italiana, el diálogo, la historia, el poema épico, la novela pastoril y los libros de caballerías. En este contexto y conjunto de obras, en esta comunidad de intereses, en este gusto y afán por la literatura, por las modas y modos del momento, hay que estudiar su Clarisel de las Flores, y de esta forma se comprenderá mejor su intertextualidad, los materiales tan variados con los que Urrea urde y teje su trama y su capacidad de fabulación.


ArribaAbajoDon Clarisel de las Flores, el libro hallado

Parece ser que Urrea comienza a escribir su libro en Italia después de las campañas militares con el Emperador Carlos V, concretamente tras la batalla de Mühlberg (1547), y su redacción le ocupó hasta el final de sus días (muere antes de 1574). La obra no llegó nunca a la imprenta, pero circuló en copias manuscritas en España e Italia que dan muestra del interés que había despertado entre sus coetáneos, quienes la citan junto al resto de su producción. Tras su muerte, el libro, formado por «tres tomos de crecido volumen en folio de a pliego» como los describe Uztarroz, se encuentra en tierras aragonesas y en poder de sus familiares y descendientes. En 1850 Gayangos, sin embargo, sólo pudo conocer los dos últimos tomos, los que estudia Borao en 186612. El primero, que se daba por perdido, apareció en 1870 en Sevilla y de tierras hispalenses, de donde salieron tantos libros al Nuevo Mundo, llegó a la Biblioteca de la Hispanic Society, donde hoy se encuentra13.

El manuscrito en cuestión parece ser que no es un autógrafo, sino una copia ejecutada mecánicamente, realizada por diferentes manos y supuestamente corregida por Urrea14. Como ésta, o incluso quizá de ésta, se sacaron otras copias que demuestran el éxito alcanzado por el libro en un momento en el que el género comenzaba su aparente declive. En la actualidad conocemos una copia manuscrita del primer libro en la Biblioteca Vaticana, así como unos fragmentos del tercer tomo localizados en la biblioteca particular zaragozana del Dr. Canellas15. A partir del texto de Urrea, un autor anónimo sacó una versión libre del libro primero de Clarisel de las Flores, obra conservada bajo el título de Filorante en la biblioteca Zabalburu y descrita por Lucía, quien ha demostrado cómo en ella se mantienen los personajes y aventuras, pero se modifica tanto el orden de los capítulos como el propio texto16.

No es habitual contar con varias copias de un libro de caballerías manuscrito, pero ello no deja de ser significativo y nos alerta para replantearnos la evolución del género en la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII. Estas copias, lo mismo que los dos manuscritos conservados en la Biblioteca Nacional del Caballero de la Luna, confirman que la difusión manuscrita pudo ser también un medio de transmisión habitual de obras extensas en prosa en la segunda mitad del siglo XVI17.

Así como otros libros manuscritos de Urrea estaban ya preparados para la imprenta, el Clarisel de las Flores parece ser que no. En el estado en el que nos ha llegado, la obra lleva por título en el primer tomo Primera parte del libro del invencible cavallero Don Clarisel de las Flores y Austrasia, compuesto por Don Gerónimo de Urrea, caballero aragonés y presenta siete hojas en blanco destinadas a las piezas preliminares, prólogo y composiciones laudatorias, posiblemente nunca compuestas por fallecimiento del autor18. Tampoco llegó a realizar una ordenación clara en libros o en partes, pues aunque al final del primer tomo, tanto en el ejemplar de la Hispanic Society como en el de la Barberini, se lee «fin del libro primero», en el resto de volúmenes no hay indicación similar. Cada tomo está dispuesto para tener su propia foliación y numeración de capítulos, aunque no siempre se copian los epígrafes. El conjunto de los tres volúmenes conforman en definitiva un extenso libro de caballerías de más de dos mil páginas escritas a doble columna, y a diferentes manos, con muchas partes hoy ilegibles por la mala calidad de la tinta y el papel.




ArribaAbajoEl arquetipo heroico: armas y amores

Las aproximaciones de Borao, Menéndez Pelayo, Chevalier y por supuesto el valiosísimo estudio de Geneste han ido descubriendo los temas, las fuentes y el estilo de la obra. La recreación colorista de justas, torneos y fiestas cortesanas, los variados casos de amor con su rica galería de mujeres desdeñosas y amantes ejemplares, la maravilla, la fantasía y la vena cómica son, como advirtió Geneste, los temas más significativos de una obra ajustada perfectamente al modelo genérico. Los libros de caballerías españoles, el poema ariostesco, la mitología y en menor medida la poesía y la novela pastoril fueron sin duda sus principales fuentes de inspiración y a partir de ellas creó una obra relativamente original, con un tono próximo al de la gran obra cervantina.

A falta de prólogo, el libro comienza contando la genealogía del protagonista Clarisel de las Flores. Carece, por tanto, del socorrido tópico de la falsa traducción o del manuscrito encontrado antes comentado, si bien Urrea no renuncia a la autoría delegada y, como Ortúñez de Calahorra en el Espejo de príncipes, que la cede al cronista y sabio griego Artemidoro y al sabio Lirgandeo, el aragonés la entrega al «coronista Zoroastes que esta grande historia fizo» (fol. 22v b). Aunque Zoroastes es un nombre caballeresco, presente en el mismo Caballero del Febo19, es posible que Urrea pensara también en el Zoroastes fundador de la religión persa de la revelación y consumado adivino y, a partir del nombre, jugara paródicamente, como después Cervantes con Cide Hamete, con el recurso del falso cronista. Y es que Zoroastes no sabe interpretar fielmente, con la clarividencia que cabría esperar de su nombre, las acciones o comportamientos de sus personajes y no siempre es testigo de vista de lo que cuenta, por lo que tiene sus propios informantes. De este modo, poco a poco va surgiendo la duda sobre la veracidad y fidelidad de la historia contada por un cronista que pierde toda su credibilidad cuando se declara amigo del bravucón Gayo César, un miles gloriosus objeto de burlas y bromas en la corte griega, y deja de contar la verdad por no poner en ridículo al amigo cobarde20. En la mayoría de las ocasiones, sin embargo, Zoroastes se queda en la trastienda y el autor sigue la historia pasando ésta a un primer plano.

Se necesitaría no sólo la ayuda del cronista Zoroastes sino la de otros muchos sabios de estos libros para saber resumir esta voluminosa obra. Los episodios se suceden en cascada, fluyen a borbotones y el lector moderno naufraga en medio de un delicioso mar de historias a cual más sugerente, perdiendo el norte de la narración en la maraña de personajes y peripecias. Digo el lector moderno porque la percepción que posiblemente tuvieron sus coetáneos fue otra, como también eran otras las circunstancias y hábitos de lectura. Cual canto de sirena, muchas de sus originales, fantásticas y enredadas aventuras nos confunden y nos hacen perdernos en ellas sin llegar a atisbar el conjunto de la trama. Por ello voy a limitarme a señalar el que podría ser el plan narrativo básico de Urrea, el bosquejo estructural de la obra, y a comentar la tipología de estas historias colaterales, imbricadas o ajenas a la historia principal en las que se encierran muchos de los aciertos del libro. El arquetipo heroico sigue siendo una vez más el cañamazo básico sobre el que trabaja Urrea. La obra tiene como protagonista único a Clarisel de las Flores, cuya biografía se convierte en la osamenta de la misma, aunque después algunos personajes como su hermano Alvasilvio, su primo Lidiamares o incluso alguno de sus amigos, Belamir o Filorante, lo desplacen muchas veces a un segundo plano. Como en el Cristalián de España (1545) o en el Espejo de príncipes y caballeros (1555), la biografía del héroe titular del libro, Clarisel, viene arropada por su ascendencia, más concretamente por la genealogía de los Reyes de Austrasia, de donde desciende por vía paterna, relato que ocupa los ocho primeros capítulos y que puede entenderse como un libro de caballerías en miniatura. La narración se sitúa primero en Alemania, en las ciudades que el mismo Urrea había recorrido como soldado al servicio del Emperador y después recordado en el poema El victorioso Carlos, citando por ello una toponimia bastante precisa. El espacio de la historia, de la historia reciente que él mismo ha protagonizado, se convierte ahora en espacio de la ficción, porque de una ficción pura se trata aunque los personajes históricos citados al comienzo del relato puedan o quieran confundirnos. El historiador Urrea empieza rememorando, como ya se ha dicho, la genealogía de los reyes de Austrasia y en concreto un pasaje muy preciso de su historia: la cizaña sembrada por Brunequilda, hija de Atanagildo de España (554-576) y reina de Austrasia tras su matrimonio con Segiberto, entre sus nietos, Teodoberto, rey de Austrasia, y Thierry, rey de Borgoña. La historia se remonta entonces al siglo VI, concretamente al momento en el que Brunequilda derrota y mata a su nieto Teodoberto y el reino pasa a Sigisberto. A partir de este momento, Urrea modifica ligeramente la historia pues el huérfano Sigisberto huye a Franconia y el rey Clotario de Francia le restituye Austrasia, según se hace ver con la mediación de la sabia Filena de Arcadia. La historia real se está deslizando irremisiblemente hacia el terreno de la ficción con una ligera variación de los hechos históricos y con la incorporación de un personaje totalmente ficticio, la maga Filena de Arcadia. Con este personaje bisagra, la historia pasa de ser historia verdadera a historia fingida. A partir de ahora los personajes son fruto de la invención de Urrea aunque en muchas ocasiones, y como ya se ha advertido en el caso del cronista Zoroastes, sus nombres sean eco de otros históricos, mitológicos, ariostescos, pastoriles, artúricos o caballerescos, si bien en realidad poco o nada tengan que ver con ellos. Urrea, como hiciera ya Feliciano de Silva o el portugués Morais y después Cervantes, juega con la onomástica y ésta puede darnos muchas pistas para entender el sentido, en ocasiones paródico, de algunas aventuras y para rastrear sus fuentes de inspiración.

En Austrasia, en la Baja Alemania, nacen, pues, los gemelos Argesilao y Protesilao, hijos del rey Amfiaro y nietos de Sigiberto, cuyas aventuras llenan los ocho primeros capítulos del libro junto con las del Gelismundo, futuro emperador griego. Argesilao se casa con Laudomia, reina de Frisa, y engendran a Clarisel de las Flores; Gelismundo contrae matrimonio con Gravilena, hija de Gerión, rey de España, y son padres de Felisalva. Por la genealogía trazada, Urrea sitúa la acción en torno a los siglos VI y VII y entronca al héroe, Clarisel, por vía paterna con los godos, una ascendencia que ha de entenderse como fuente de nobleza y un goticismo que puede explicarse como un deseo de dar a la obra visos históricos pero también en función del comentado patriotismo del autor21. Este marco temporal, sin embargo, tampoco se respeta porque la ambientación del relato es la propia del XVI y ello se advierte muy bien en las fiestas cortesanas recreadas a lo largo del libro, en las momerías, en las justas y torneos, en los juegos de cañas y especialmente en las descritas a través de los ojos de Deidenia, una deliciosa y donairosa doncella viajera por los cortes europeas, que viaja «sólo por curiosidad y desseo de ver novedades» (fol. 232v b), por conocer el trato galante y los usos amorosos cortesanos, aficionada a la antigüedades, y que le sirve a Urrea para constrastar los usos y costumbres de las cortes más reputadas del momento22. En Lusitania, p. e., asiste a unas bodas y describe con detalle la riqueza de las telas y bordados así como los festejos, concretamente, una corrida de toros con los caballeros vestidos a la morisca y el rejoneador, Tolendos el Vándalo, ataviado al estilo de la tierra con un capuz de tela de oro morado sembrado de trofeos, montado en caballo blanco y armado de una lanza con la que da muerte al toro en un espectáculo peligroso en palabras de Deidenia23. Ahora bien, siempre hay algún recuerdo hacia ese pasado que la misma historia se resiste a olvidar y Urrea no en vano elige el día de San Hermenegildo, yerno de la cruel Brunequilda ya citada, venerado y canonizado en 1585, para celebrar la ordenación de caballeros, da el nombre de Clodomiro al rey de la Pequeña Bretaña y entrada a la goda Recisunta en ese catálogo de mujeres crueles y violentas que presenta el libro.

Clarisel nace en medio de la floresta peligrosa en el curso de una cacería. Su padre Argesilao lo bautiza y viendo «que le clareavan las blancas carnes, mandó que le llamasen Clarisel» (fol. 26v a), mientras que las flores figuradas en su pecho le dan el sobrenombre de Clarisel de las Flores. La cacería prosigue para los caballeros y las solitarias mujeres abandonan al recién nacido al escuchar el rugido de un león. El niño desamparado es recogido primero por un rústico pastor y después por unos caballeros hasta acabar finalmente en manos de sus parientes los Duques de Pomaria y Franconia, en la alta Alemania, lo mismo que había sucedido con el godo Sigisberto.

Mientras sus padres lo dan por muerto, comido por el león, Clarisel, «el doncel no conocido», con ocho o nueve años recibe una educación cortesana:

le enseñaron todas maneras buenas, cuales a cavalleros conbenía, y sobre todo a fablar diversos lenguajes, exerçiçios de armas, a danzar, tañer instrumentos de muchas diferençias, tratando con dueñas y donçellas y cavalleros, saliendo tan entendido, tan ávil y agraçiado en todos sus fechos y dichos, que por maravilla por aquellas partes del Donçel no conozido se raçonava».


(fol. 30v b)                


Su formación se completa en la corte de su padre Argesilao, adonde se traslada a la edad de nueve años. Allí, ignorantes todos de su identidad, traba estrecha amistad con su hermana Gracelinda, con su hermano Albasilvio y con sus amigos, Belamir y Filorante, sus futuros compañeros de armas y de correrías amorosas. Frente a otros cultivadores del género, Urrea describe con más detalle la infancia de los futuros protagonistas. Estos mozos de ocho y nueve años juegan a caballeros, participan en las justas y torneos de la corte y ya entienden y hablan de amores24. Esto le sirve para caracterizar a los cuatro personajes y para trazar ya de antemano sus futuras trayectorias amorosas, porque Belamir el fermoso, dice el autor, era de otra diferente condición y a la edad de nueve años:

moría de amores de huna donzella de su tiempo que en palacio havia y folgava el Rey y Reyna de le hoír con ella razonar, porque llorava y se enternecía y suspirava de manera que mostrava no poder bivo salir de ante hella. Filorante, su amigo, hera de otro arte, que no se pagava de alguna, ni sabía ser donairoso y todo lo que raçonaba heran cossas de sesso. Albasilvio tenía otras costumbres y eran tratar armas y amores con soltura y donaire, ser bulliçioso y presto en toda cosa, gran acometedor de arduas impresas, y assí fue estremado cavallero».


(fol. 32r b)                


El tiempo no cambia en modo alguno la condición de todos ellos y confirma lo adelantado, pues Clarisel será un fiel enamorado; Belamir, un mujeriego consumado y Filorante, un caballero desapasionado. A lo largo de la obra, Urrea explota este contraste de caracteres y comportamientos y crea con todos ellos divertidas y desenfadadas burlas amorosas, a la vez que sugerentes diálogos y debates sobre el amor. Y es que el amor y sus conflictos se convierte en uno de los temas principales y más atractivos del libro, por encima de la guerra y de los asuntos estrictamente militares. Dispersa por todo el libro corre una teorización y reflexión sobre el amor, implícita y ejemplificada en los múltiples y variados casos de amor, en las divertidas burlas y en su propia poesía amorosa.

A los dieciocho años todos ellos piden a Argesilao la investidura y ésta se concede para San Jorge, otra fecha emblemática para la caballería y en concreto para la aragonesa. Todos los caballeros de la corte de Gelismundo quieren recibir la orden de caballería, pero la caballería ya no es lo que era, ha perdido su ejemplaridad, su valores y su fineza. La caballería andante se entiende ahora como un estado transitorio en la vida de estos cortesanos caballeros que en ocasiones visten el «hábito de caballero» para ver el mundo, para conocer otras tierras y costumbres y para servir doncellas. La caballería, cuyos orígenes en el Diálogo de la verdadera honra militar imagina artúricos25, ha perdido su antiguo prestigio y los caballeros todo crédito. Así se deduce del pasaje en el que a la caída del sol se les niega a Argesilao y Gelismundo la entrada en un castillo, porque:

a esta ora no se abre este castillo, y biene de las malas costumbres de los cavalleros andantes, de quien ya no ay que fiar. [...] Ora, id a la mala bentura, dixeron los del adarbe, cavalleros sin bondad. Mal faze el Rey de Frissa en no mandar aorcar cuantos andantes por su tierra andan, que en lugar de assegurar las carreras, como son obligados, y acorrer a los menesterossos, andan faziendo rovos, muertes y daños.


(fol. 15v a)                


La caballería está devaluada porque los andantes no cumplen los fines para los que fueron ordenados. No es de extrañar por ello que los noveles sean objeto de mofa por los caminos, como lo será también don Quijote. Así le sucede a Flordanís que persigue hasta las puertas de un castillo a un caballero que lleva en la mano una cabeza humana cortada. En la ventana se encuentra con una doncella, Corina, que al reconocerle como novel caballero se burla de él, de la caballería andante y de sus pretensiones; la doncella sonriendo le dijo:

¡O buen cavallero, y qué altos principios de cavallería son los vuestros! Assí havían de ser todos los cavalleros andantes como bos, zelosos de la raçón para reformar los abussos del mundo, aunque por otra parte quien no mirasse vuestra buena intençión por sandío os juzgara, pues sin propóssito alguno venides ansiosso y apresurado a saver.


(fol. 188r a)                


La demanda en la que Flordanís anda no tiene mucho sentido porque, como Corina le hace ver, poca ayuda puede prestar su espada a una cabeza sin cuerpo y a un cuerpo sin cabeza. Irónicamente lo llama «reformador» del mundo y lo invita a pasar la noche al raso, contemplando el movimiento de las estrellas «y la beloçidad de la luna, que un reformador del mundo como bos sois, devedes ser excelente philósopho», a lo que replica Flordanís «y vos gran bachillera» (fol. 188r b). Entre burlas y veras, el caballero andante ha pasado a ser «reformador del mundo», «filósofo», ha perdido sus viejos ideales y se pone en entredicho su razón de ser. Antes de que don Quijote se empeñe en recobrarlos, Clarisel hará lo propio, pues es la esperanza para devolver a la caballería su antiguo esplendor y, como recuerda Gelander, así lo han vaticinado los sabios, «y cómo en su tiempo florescieron las armas y amores y toda la gentileza de cavallería, y que él abía de ser la luz d'ella y el que la tornaría en la fineza antigua» (fol. 47r a). Clarisel devolverá, pues, la «gentileza de caballería», expresión que resume bien la idea que el capitán Urrea tenía sobre la primitiva institución, la vieja caballería mítica y artúrica, adornada de virtudes y altos ideales, valores que el aragonés quería recuperar. De ahí que esta misma expresión, «gentileza de caballería», se repita a lo largo de su Diálogo de la verdadera honra militar y se utilice para definir, junto con la doctrina aristotélica, el honor militar, es decir el honor del caballero, que recupera el viejo ideal heroico.

Pero antes de ser armado caballero y para evitar que Gracelinda lo retenga en la corte, el doncel no conocido es raptado por la sabia Filena de Arcadia, la que otrora ayudara a su antepasado Sigisberto y, por su condición mágica, enlace también entre el tiempo pasado y presente. Clarisel es conducido hasta Arcadia, una provincia «fértil, fermosa y celebrada de muchos savios por la dibinidad de sus sacros montes y claras fuentes y fermosas ninfas y diosses begninos y domésticos» (fol. 33v b), hasta las alturas de los sagrados montes de Pindo, Helicón y Parnaso «donde le tubo un año exercitándolo en robustos exerciçios de monte, y en dulces fiestas con las Mussas» (fol. 34r b), con el diuino Apolo y sacras ninfas. En esta su fingida Arcadia, eco lejano de la de Sannazaro por él traducida y representación artística de la belleza natural, labradores y villanos suplen a los clásicos y refinados pastores y, según le dice un villano a Filorante, «por aquí se been pocas vezes cavalleros andantes como bos devéis de ser, y assí ay pocas aventuras peligrossas, y gozamos los labradores de grandes deleites, porque conversamos con dioses, con ninfas y otras dibinas cossas que por estas florestas fallamos aplazibles y buenas» (fol. 52v a-b). Los pastores que han subido hasta la cima, cuenta el villano, dicen «que ay fuentes de estraño licor y árboles de sabrosas frutas, que hay cazas diversas, que no ay cossa que deleite no sea, que biven muchas donzellas hadadas, las cuales tienen poder para fazer bien andantes los hombres» (fol. 52v b). Los Caballeros del Sol, amigos de Clarisel, no pueden gozar de tanta belleza porque la caballería parece no tener cabida en este bucólico mundo tan próximo también al de las églogas garcilasianas y al de los libros de pastores y sólo un héroe como Clarisel, confundido en ocasiones con el dios Marte y Apolo, puede completar su educación en tan idílico enclave.

Mientras Clarisel prosigue su educación en la Arcadia, sus amigos, Belamir y Filorante, y su hermano Alvasilvio, ya caballeros, salen en su demanda y comienza de este modo un bloque de entretenidas y atractivas aventuras amplificatorias justificadas por el afán de encontrar al héroe. En su deambular este grupo de caballeros noveles, que se hacen llamar los Caballeros Verdes y después los Caballeros del Sol, se enteran del encantamiento de Felisalva obra del sabio Deucalión, amigo de Filena. Para preservar a todos del daño que podía originar su hermosura, lo mismo que la de Niquea en Amadís de Grecia, Miraguarda en el Palmerín de Inglaterra o Penamundi en Cristalián de España, el sabio idea la aventura de «la extraña maravilla»26. El encantamiento en este caso se produce en una nube defendida por un barco con tres salvajes que acaban con todos los caballeros dispuestos a probar la aventura.

Estos dos flancos abiertos, hallazgo de Clarisel y desencantamiento de Felisalva, ordenan el aluvión de aventuras protagonizadas por los amigos de Clarisel y por los aspirantes al amor de Felisalva. Todos estos episodios retrasan la investidura del héroe y amplifican la narración confundiendo una vez más los contornos de la historia principal. Finalmente, el doncel no conocido es armado caballero y prueba con éxito la aventura de la extraña maravilla. Clarisel consigue franquear la entrada a la nube y ver sus maravillas, entre ellas tres simbólicos puentes y un laberinto de arrayanes que sirven para profetizar su futura vida amorosa. Al pasar por los puentes, Clarisel va amando a diferentes mujeres: primero a la cruel y despiadada Altinea, después en el segundo puente a la hermosa Felisalva, de cuyos ojos semejaban salir «lanças, saetas, grillos y espossas y laços de fuego con que ferían de amor, y emprissionaban su coraçón, su alma y su vida» (fol. 122r a) y por último a Astrafelix, una doncella a la que ve paseando por el tercer puente con un ramo de verde hierba en la mano que al olerla le hace perder la memoria de Felisalva. Con estos confusos sentimientos amorosos, sin saber a quien amar realmente, se mete por un laberinto de arrayanes y «assí como dava las bueltas, assí se les iban desfaçiendo los enamorados enredos de su coraçón, y tantas vueltas dio que se bino a desenredar d'estos últimos cuidados y dar en los de Felisalba» (fol. 123r a). Felisalva, la princesa griega hija de Gelismundo, será su enamorada, aunque efectivamente a lo largo del libro, cumpliendo los vaticinios, Clarisel sucumbirá por la magia al amor de Altinea y Astrafelix. Desde el comienzo, Urrea va tendiendo poco a poco las que serán las grandes líneas argumentales del libro.

Cerrado este bloque de aventuras con el hallazgo de Clarisel tras su estancia en la Arcadia y el desencantamiento de Felisalva, se abre otro nuevo centrado en los conflictivos amores de la pareja y en la amenaza oriental que se cierne sobre Constantinopla. Mientras la negativa de Gelismundo de entregar a su hija Felisalva al príncipe de Oriente acelera el vaticinado conflicto entre los dos imperios, el rechazo de Felisalva hacia Clarisel ocasiona la partida del héroe de la corte y la separación de la pareja. Tras la aventura de la extraña maravilla, Clarisel confiesa su amor a Felisalva y ésta airada tacha de sandez su declaración y le pide que abandone la corte. Sin embargo, el destino ha unido ya a la pareja y la ignorante Felisalva se enamorará seguidamente de él cuando el doncel no conocido se presente en la corte bajo el nombre de Caballero de las Penas, nombre parlante en consonancia con las plumas-penas de su yelmo y su apenado corazón, esas penas que tanto juego dieron en los momos y en la poesía cancioneril y con las que tanto se juega también en el libro (fols. 214v a, 217v b, 249r a, 258v a, etc.)27. Clarisel comparece en la corte armado de «armas moradas sembradas de penas jaldes assímismo el escudo y sobre el yelmo un gran manojo de las mismas penas (fol. 145v b). El Caballero de las Penas es el primero de los distintos nombres que adopta en su dilatada andadura, después será, entre otros, el Caballero Atrevido, el Caballero de las Armas de Oro, el Caballero Indiano, el Caballero del Rayo, Aquilandre.

A partir de este momento su andadura caballeresca en principio es la habitual y la típica de cualquier caballero andante. Despechado de amor, deambula por el mundo en busca de aventuras cumpliendo el mandato de su señora de desaparecer de su vista. Ningún interés religioso, ninguna pretensión política ni de más altos vuelos, presente en otros libros, guía sus pasos, tan sólo el deseo de aventura. Su trayectoria es similar a la de cualquier otro héroe de estos libros: defiende la belleza de su señora, participa en ordalías dando muestras de su condición de leal amador, cuenta con auxiliares y objetos mágicos, sufre encantamientos, libera a su padre Argesilao encantado en la isla de Letea y a Gelismundo en Trapisonda, participa en torneos, y demuestra su capacidad guerrera y su ingenio en la guerra por la recuperación de Holanda y Alemania, utilizando algunas de las estratagemas y ardides empleadas por el capitán Urrea en sus campañas con el Emperador y recordadas en su poema El Victorioso Carlos. Como en tantos otros casos, la anagnórisis se produce cuando el héroe ha dado cumplidas muestras de su excepcionalidad, en este caso tras la mencionada guerra. El reconocimiento de su noble linaje no cierra, sin embargo, su historia amorosa con Felisalva, pues aunque la pareja ya se ha reconciliado, Felisalva no está prometida oficialmente a Clarisel y Gelismundo ha proyectado su casamiento con Galiardo. La historia se precipita cuando éste se enamora de Atalanta, reina de los Montes Cirineos, y Felisalva no encuentra ya obstáculos para casarse con Clarisel. El matrimonio no acaba con la vida caballeresca del héroe ni con la de sus amigos y el relato prosigue con nuevas aventuras propiciadas por la partida de Flordanís, quien, desdeñado por Altinea, se recluye en las selvas y sus compañeros parten en su busca. Cualquier pretexto es aprovechado para salir de la corte. En los últimos folios conservados, la historia no tiene visos de concluir y Clarisel parte hacia la corte de Gerión de España con la intención de ayudar a una mujer agraviada.

Como puede apreciarse, el libro se ajusta perfectamente al paradigma genérico. La historia amorosa de los progenitores, el nacimiento y separación del héroe del ámbito familiar, su educación en la corte paterna y en la Arcadia, su investidura, sus aventuras como novel caballero, su compleja y conflictiva vida amorosa con Felisalva que le hace vagar por el mundo en busca de aventuras, sus forzados amores con Altinea y Astrafeliz, sus múltiples cambios de identidad, la anagnórisis familiar, su matrimonio con Felisalva y posteriores aventuras conforman un arquetipo heroico, el de Clarisel, que poco dista del de cualquier otro libro. Dicho arquetipo se dilata y expande desde el comienzo mismo mediante las técnicas amplificatorias habituales en estos libros, como son p. e., la aparición de hijos gemelos con andaduras paralelas (Argesilao y Protesilao), la multiplicación de hermanos con sus propias trayectorias (Alvasilvio y Gracelinda), la búsqueda del héroe por parte de sus amigos o enemigos, la historias contadas -intercaladas para explicar la procedencia de algún objeto o personaje (p. e. Filena, Recelando, etc.). De esta manera, el relato crece sin mesura alguna y se pierde por estas historias colaterales que no siempre se entrecruzan con las de Clarisel, aunque sí las confunden en una maraña de personajes y peripecias.

La originalidad se encuentra en los personajes con los que se cruza, en sus propias historias creadas en un crisol de tradiciones y narradas en diferentes tiempos. Muchos de estos personajes, en principio secundarios, van creciendo a lo largo del libro y su aparición, a priori fugaz, se va agrandando en complejas aventuras. Una primera aproximación a la tipología de estas historias puede dar idea de la rica mixtura de materiales con los que Urrea renueva los gastados moldes caballerescos.




ArribaAbajoLas materias de la historia


ArribaAbajoLa materia pastoril

E1 desterrado Caballero de las Penas se encuentra con otros despechado de amor, con Orfelín del arpa, un joven caballero penitente de amores al que encuentra en una choza cantando, al son de un arpa, el villancico «Partido te fue ser ciego» (fol. 165v a)28. Con el trasfondo del mítico de Orfeo, mito clásico de la regeneración y de la transformación del dolor en canto, Orfelín también canta y llora por su amada Cristilena, hasta el punto de quedarse ciego por desdenes y desamor. Orfelín es un amante ejemplar y su penitencia un ejemplo más que sumar a la larga lista de las recreadas en estos libros29. Como la de Amadís, tiene un aire bucólico y con ella Urrea se aproxima de nuevo al mundo pastoril, al que ya se había asomado antes a través del pastor que recoge al recién nacido Clarisel y de la sabia Filena de Arcadia. La sabia será quien propicie la curación de Orfelín al revelar que recobrará la vista con el agua de la fuente del duelo (fol. 284r b), agua que sólo Clarisel será capaz de conseguir con el arco y la flecha de París logrados en el Soto de la Discordia (fol. 299v b). Curado de su ceguera, el fiel Orfelín reanuda en el cap. XXI del segundo tomo su historia amorosa y llega a salvar a su señora Cristilena de una violación a manos de unos caballeros. La altiva dama huye tras el suceso y Orfelín parte en su busca acometiendo en el camino diversas aventuras. La pericia narrativa de Urrea, su capacidad para fundir diferentes tradiciones y para crear el suspense se aprecia muy bien en esta parte de la historia, donde fusiona una vez más el material caballeresco con el pastoril. Urrea, el «Iberino pastor», como lo llama su amigo Cetina en el soneto donde recuerda sus gestas, el compañero de armas de Garcilaso, el traductor de la Arcadia de Sannzaro, cambia de registro para inventar una aventura de marcado corte pastoril.

Tras los pasos de la ingrata Cristilena, Orfelín se encuentra en un prado a un pastorcillo cantando «Qué haces aquí en el prado / ciego amor» (ms. 162, fol. 67v b), un pastorcillo de unos quince años, de tez morena y delicadas facciones. Orfelín se dirige al zagal y se asombra «porque según tu gentil apostura y fermosa manera de cantar, aunque en trage pastoril y guardas ganado te veo, más que rústico me paresces» (ms. 162, fol. 68r a). El muchacho, llamado Lauresni, le confiesa su deseo de ver el mundo y su condición de adivino en asuntos de amor, por lo que el desdichado Orfelín lo toma como escudero. Orfelín en el fondo no llega a creer su historia y, dada su gentil disposición y finas maneras, entiende que puede ser hijo de algún caballero, abandonado, recogido y criado por pastores. Es decir, se imagina el que podría haber sido el destino de Clarisel si hubiera sido criado por el pastor que inicialmente lo recogió y el de otros héroes de estos libros. El pastorcillo Lauresni va recordando en sus sueños la vida amorosa de Orfelín con Cristilena, se muestra servicial y fiel a su señor y llega incluso a arriesgar la vida por él. Finalmente llegan hasta el castillo de la condesa de Nicópolis, tía de Cristilena, donde se celebran fiestas. Orfelín participa brillantemente en las mismas y el zagal Lauresni, con su apostura y canción «¿Qué haces amor aquí?» (ms. 162, fol. 72v b), enamora a Dorense. Descubierto su amor, la condesa manda matar al pastorcillo y es entonces cuando éste desvela su verdadera identidad y con ella la otra cara de la historia, pues para asombro de todos Lauresni resulta ser Cristilena. Urrea ha sabido guardar el suspense hasta el final y deja que sea ella misma la que la descubra narrando sus azarosos avatares. Cristilena cuenta que, tras ser liberada por Orfelín, se adentró en los montes para preservar su honor y llegó hasta una casa de pérfidos pastores, ladrones y violadores de mujeres. Apiadada de su hermosura, la mujer del pastor propuso a Cristilena convertirse en pastora para salvar su honor y la vida:

mas viviredes mezquina con la vida pastoril y porque el tiempo no se nos passe vos digo que conosco una hierba que vos tiñirá el rostro y manos y os durará ser morena asta que con agua caliente vos lavedes. Bamos donde es y esprimilda, que vos daré tanvién unas ropas de un mi fijo que asaz tiempo ha que murió y cuando venga mi marido y fijos, deçirle que sois çagal que andáis buscando mayoral a quien servir y quedares aquí guardando ganado fasta que la vuestra fortuna vos benga tal que podáis salir.


(ms. 162, fol. 74r a-b)                


Cristilena se tiñe con la hierba, se corta el cabello y viste las ropas pastoriles y con esta apostura y con el nombre de Lauresni engaña a los pastores que la toman por zagal «para que, mientras ellos andavan por los montes y pasos robando y matando los andantes que aver a su mano podían, guardase el ganado» (ms. 162, fol. 74r b). Empieza entonces para ella una nueva vida como pastor: «por los floridos prados y frescas selvas a la ribera de los claros arroyos y frías aguas apaçentando el ganado, coronándose de yervas verdes y fermosas flores, cantando al son de la flauta que la pastorcilla tañía, semejándole ser aquella dulçe vida la mejor que las gentes pasar podían si con ella se contentasen, sin buscar con tanto afán las grandezas y estados fuera de las cobdicias y anviciones y peligros del mundo» (ms. 162, fol. 74r b). El resto de la historia, su posterior encuentro con Orfelín, ya la conocemos.

Si se analiza la aventura en su conjunto se aprecia mejor el arte de Urrea. Ha conseguido mantener engañados a todos los personajes y a los lectores no sólo con el socorrido subterfugio del disfraz y con el consiguiente encubrimiento de identidades, sino también con su arte de contar, presentando la historia en diferentes tiempos y planos y mezclando ingeniosamente los materiales. Desde su comienzo ha ido acercando los dos mundos, el caballeresco y el pastoril, hasta fundirlos totalmente en el episodio de la pastora Cristilena, en cuyo trasfondo puede escucharse un lejano eco del de Felismena y don Felis en La Diana de Jorge de Montemayor30. Como hará también Cervantes en el Quijote31, el aragonés ofrece una doble visión del mundo pastoril: una realista, cruda y cruel, encarnada en esos pastores que roban a los caballeros andantes y fuerzan a las mujeres, y otra mucho más idealizada, representada en esa mítica y vedada Arcadia y en esa dulce vida que por algún tiempo disfruta Cristilena, «la mejor que las gentes pasar podían si con ella se contentasen» (ms. 162, fol. 74v r). La falsa pastora vuelve finalmente a este mundo de ambiciones y peligros, a su mundo, el mundo de los caballeros andantes, y su actitud no ha cambiado nada en relación con Orfelín. Siguiendo la senda abierta por Feliciano de Silva en sus episodios caballeresco-pastoriles32, Urrea va más allá y, como hará después Cervantes, propone una lectura ambivalente y renovadora de la materia pastoril.




ArribaAbajoLa materia sentimental

Si Orfelín es un amante ejemplar no le va a la zaga Casilano el Solo, otro penitente de amores con el que se cruza Clarisel, un misterioso hombre, semidesnudo, con larga barba blanca y desemejado, que va dando suspiros y dice «buscarse así mismo». Según explica al de las Penas, él no es el que ven y busca al que fue porque le robaron. Al que busca le llamaban Casilano y en su juventud se enamoró de una hermosa doncella que le correspondió con su amor hasta su repentina muerte. Casilano perdió entonces su corazón, su alma y todo su bien. No pudiendo vivir ni morir, entalló la imagen de su señora en mármol y se refugió con ella en la cueva de unos solitarios montes (fol. 212r). Allí levantó un altar y durante diez años la adoró hasta serle arrebatada por unos ladrones, privándole entonces de la imagen «donde yo hera como yo recordasse» (fol. 212v a). El caballero salió dando voces y preguntando dónde iría para buscarse y encontrarse y en con tal demanda vaga cuando se cruza con Clarisel. El de las Penas ha topado con otro excelente amador, con otro singular penitente de amores. Su enajenación, que podría resumirse con el mote manriqueño «sin dios, y sin vos, y mí», invita a destacar el tono neoplatónico de la aventura, próximo al de algunos libros de la ficción sentimental y al de la poesía de la época. El amor ha llevado a Casilano a transformarse en su enamorada, como a Calisto en Melibeo y, al igual que en tantos otros casos de amantes, «vivir en el amado implica la pérdida del propio ser, la enajenación, el altruismo»33. Muerta la amada, la única forma que Casilano tiene de sobrevivir es perpetuar su imagen, pero no le basta con escribir, dibujar o imprimir esa imagen en el alma o en la memoria, como hace Garcilaso (soneto V), sino que la materializa en la imagen tallada en mármol. Su amigo Cetina recrea el tema en varias composiciones y, en el soneto «Si es verdad, como está determinado», dice: «yo no soy yo, que en vos me he transformado; / y el alma puesta en vos, de sí ajenada,/ mientra de vuestro ser sólo se agrada, / dejando de ser yo, vos se ha tornado»34. Transformado en la amada, la estatua de mármol es en realidad su propia imagen, merced a esa mutación de los amantes, por ello el robo de efigie es el robo de su propio ser, de ahí que Casilano se vaya buscando a sí mismo.

Casilano se encuentra en la corte griega, pues hasta el museo del orador de Geslimundo, un hombre docto y aficionado a las antigüedades, como lo eran varios nobles aragoneses del momento con afanes humanísticos y quizá el mismo Urrea35, ha ido a parar la talla de mármol robada. Al ver la imagen de su señora, Casilano se lanza a sus pies y besándola dice: «Tú, señora y vida de mi alma, eres por quien y en quien vivo; ora en ti he fallado a mí mismo, ora viviré comigo contento, dichoso y honrado» (fol. 282v a). Reencontrarse con la amada supone reencontrarse consigo mismo, pues por ella y en ella vive. Urrea hace una interpretación extrema, casi irónica, del viejo tema de la transformación de los amantes al que el Renacimiento y en concreto su círculo de amigos habían dado un nuevo impulso.




ArribaAbajoLa materia clásica

En los dos casos, el apenado Clarisel se ha cruzado con dos amantes modélicos como él. La ejemplaridad del héroe se pone a prueba seguidamente en el episodio del león, de corte mitológico y de desarrollo prolongado. La aventura está inspirada en el mito clásico de Píramo y Tisbe, cuyo triste sino fue recordado por los dioses cambiando el color blanco de los frutos del moral testigo de su desgracia por el color negro en señal de luto. Urrea transforma la parte final convirtiendo a los amantes en moral y bajo esta forma arbórea viven durante siglos atravesados por la espada con la que se dieron muerte. El aragonés amplifica el mito y crea una aventura caballeresca en toda regla, porque la espada hendida en el moral está defendida por un león y por una maravillosa puerta por la que sólo puede entrar persona enamorada36. La leyenda de los amantes babilonios deja de ser entonces un relato digresivo para convertirse en una prueba de cualificación típicamente caballeresca que el autor va amplificando y sosteniendo a lo largo del libro. Clarisel es el elegido para concluirla, es el único capaz de franquear este espacio mítico y es quien finalmente consigue sacar la espada clavada en el moral. El Caballero de las Penas ha alcanzado la espada de diamante de Píramo, en cuya forma de águila imperial se reconoce el símbolo del imperio. A través de la espada, el babilonio parece reencarnarse en Clarisel y se le llega a llamar nuevo Píramo. Dando muestras de su amor, Clarisel aclara con su pura mirada las sangrientas aguas de la fuente y contempla en ellas la imagen de la nueva Tisbe, Felisalva. La ironía encerrada en la leyenda de los babilonios por su victoria pírrica alcanza también a la pareja caballeresca, pues Clarisel, el Caballero de las Penas, de momento sólo puede poseer y ver así, en la fuente, a su enamorada. Al margen de la magia, esta cogitatio, esta visión de la amada en las aguas también podría explicarse desde los mismos presupuestos neoplatónicos antes comentados en relación con la transformación de los amantes37.

La aventura de Píramo y Tisbe, que ha servido para completar el retrato mítico de este héroe educado en la Arcadia, para asegurarle la espada del imperio y para caracterizarlo como un amante fiel, descubre un nuevo filón narrativo: la materia clásica, la mitología, las Metamorfosis de Ovidio, fuentes que Urrea explota con éxito a lo largo de la obra. El juicio de París, la torre de Filomena, el castillo de Jasón y Medea, la leyenda de Caunus y Byblis, Salmacis y Hermafrodito, Diana y los Cíclopes, son algunos de los mitos recordados unas veces como digresiones, otras veces integrados en las aventuras con modificaciones en su trama originaria y otras totalmente disfrazados bajo la patina caballeresca.

La materia clásica había sido recuperada como materia novelable por la literatura italiana, por Folengo, Boiardo, Ariosto, entre otros, pero también los autores españoles recurrieron a ella para variar sus ficciones. Beatriz Bernal, autora del Cristalián de España, y Jerónimo Fernández, en el Belianís de Grecia, devolvieron a la vida en sus libros de caballerías a los grandes héroes griegos y troyanos, reelaboraron sus historias y consiguieron auténticos prodigios de intertextualidad. Urrea hará lo propio y con estos materiales de impronta clásica creará aventuras repletas de prodigios y maravillas.




ArribaAbajoLa materia ariostesca

A la materia pastoril, sentimental y clásica se suma también la que podríamos llamar materia ariostesca, a cuya luz Borao, Chevalier y Geneste explican diferentes episodios del Clarisel de las Flores38. La lista de relaciones hasta ahora confeccionada merece ser, sin embargo, revisada, matizada y ampliada con nuevos materiales. Así, por ejemplo, la compleja trama amorosa de Clarisel con Felisalva y Altinea, provocada por la flecha discordante de París en el Soto de la Discordia, genera una rueda de desacuerdos y desencuentros amorosos inspirada en el poema italiano, similar a la que provocan las dos fuentes de los bosques de Ardeña «que una produce sed, de mal de amores; / la otra Amor enfría y con engaño / hiela a aquellos primeros sus ardores. / Gustó Renaldos de una y lo enloquece, / ella de la otra, y del huye y lo aborrece» (Orlando Furioso, canto I, estrofa 78, pág. 16). En las primeras estrofas del canto segundo, Ariosto comienza invocando al injusto Amor por «querer discordes ver dos corazones», y con este mismo adjetivo, «discorde», Urrea nombra el Soto de la Discordia, «por las discordias que en los coraçones humanos causava» (fol. 284r b) la flecha del troyano. Los efectos de la flecha en Felisalva, Altinea y Clarisel son los mismos que los del agua ariostesca: «Angélica a Renaldo muestras bella, / cuando él a ella es feo y desabrido; / y cuando dulce y lo adoraba ella, / él lo posible y más lo ha aborrecido» (Orlando Furioso, canto II, estrofa 2, pág. 17). La flecha de Paris provoca hielo y fuego en el corazón de los amantes: engendra amor por los antes aborrecidos y deseamor por los antiguos amantes. Tocados por la flecha, Felisalva pena por Clarisel, éste la odia y ama a Altinea, quien a su vez lo aborrece y ama a Belamir (fol. 277 v b).

A la luz de esta tradición ariostesca, la crítica ha explicado también los numerosos episodios del libro protagonizados por amazonas, sin embargo, en este caso la relación merece ser matizada porque sin duda alguna Urrea recreó la figura de estas crueles y seductoras teniendo en cuenta las imágenes que de ella brindan también los textos españoles, empezando por los medievales (Libro de Alexandre y crónicas troyanas), y por supuesto las que ofrecen los libros de caballerías, donde el tipo de la amazona, y en general el de la mujer guerrera, resulta especialmente fecundo39. De camino para socorrer a Otolín, Gelismundo visita a Coronea, reina de los palacios del sol y de las Torres de Plutón, señora de una isla de mujeres amazonas. Como el ferrarés, Urrea destaca también de forma tragicómica las virtualidades pintorescas, antes que dramáticas, de la leyenda de estas violentas mujeres capaces de despertar a la vez miedo por sus crueles costumbres y deseo sexual por su belleza. Las jóvenes mujeres del séquito de Coronea eligen a los jóvenes y hermosos caballeros con los que perpetuarse, por ello Gelismundo debido a su edad no entra a su pesar en la lid, y cansadas de ellos los destinan a las ancianas. El castigo es duro, aunque menor del que pueden sufrir si cometen infidelidad, pues son entonces condenados a las torres de Plutón y allí monjes jayanes y monjas enanas, en un desfile esperpéntico y surrealista, los conducen al templo de Proserpina para recibir duros castigos (ms. 162, fol. 174v a). A este ejemplo se suman otros en los que la figura amazona está cruzada con el de la doncella guerrera, como en el caso de Verecundia y en el de la goda Recinsuda, tan próxima a sus crueles antepasadas históricas, a la Brunilda de los Nibelungos o a las mujeres de la épica hispana, y con otro tipo de mujer menos combativa y totalmente desinhibida sexualmente como son las mujeres que habitan la ciudad de Arbolanda y las pobladoras de la utópica Isla Deleitosa. Estas últimas han perdido ya toda su fiereza, su crueldad y representan sólo la parte más erótica del mito, tratada en ocasiones con cierto humor.

A través de la traducción del Orlando furioso, Urrea se familiarizó con la tradición carolingia italiana y asumió una serie de modelos y materiales que no siempre son fáciles de descubrir en la obra al entreverarse con los propios de la creación peninsular. Su correcta identificación sin duda alguna iluminará algo más el hoy por hoy oscuro camino de lo que pudo ser la recepción y asimilación de los poemas italianos.




ArribaAbajo La materia burlesca

El humor, como se ha podido ir viendo en algunos de los episodios comentados, recorre toda la obra, está presente en la onomástica, en los diálogos, en el comportamiento gestual de los personajes, en los comentarios del narrador, y por supuesto en las burlas. Muchas de ellas, especialmente las protagonizadas por los amigos de Clarisel, Belamir, Filorante, Charlantes, Gelander, etc. son burlas amorosas, algunas con risibles desnudos como la protagonizada por la doncella Deidenia que deja encantados sin ropa por espacio de un año a los caballerías cazadores que pretendían «cazarla» y abusar de ella40.

Otras burlas son estrictamente caballerescas, en la línea de las del Caballero Encubierto en el Platir, las del Caballero Metabólico en el Cirongilio y sobre todo las de Fraudador de los ardides en la Tercera Parte de Florisel, De este cariz son las que padece Gelismundo y sus compañeros de viaje cuando una tempestad les obliga a buscar alojamiento en el Castillo del Donoso, nombre simbólico que adelanta el contenido donoso-jocoso de la aventura en ciernes, pues para franquear la entrada se propone un combate con otro grupo de caballeros que también piden asilo. Al final todos resultan burlados porque, pese a la victoria de los de Gelismundo, las puertas del castillo no se abren y tienen que proseguir su camino bajo la lluvia hasta llegar al castillo del Celoso, donde, como anticipa también su nombre, son objeto de una nueva burla (segundo tomo, fols. 186r a y ss.). En este caso, pasan toda la noche a la intemperie y expuestos al peligro de caer a la cava del castillo porque Recelando, su dueño, los ha dejado en medio del estrecho puente de acceso tras cerrar el rastrillo. Llegada la mañana franquean la entrada y liberan a los caballeros prisioneros del anciano Recelando, cuya historia personal se cuenta para justificar su comportamiento y amplificar de nuevo el relato. En dicha historia se engasta una nueva burla, en este caso amorosa, la de Artensia, la joven esposa del anciano y celoso Recelando que consigue burlar al marido manteniendo amores con Filemón, uno de los prisioneros. En todo este bloque de aventuras y hasta la prisión de Gelismundo las burlas se suceden a un ritmo trepidante, se amontonan, alternan de tono e imprimen al relato un ritmo distendido, jocoso, alegre, totalmente alejado de la gravedad de los grandes conflictos bélicos en cuya macroaventura en último instancia se incluyen, pues recuérdese que Gelismundo se ha puesto en camino para socorrer a Otolín.






ArribaFuentes de inspiración

Urrea demuestra conocer bien la poética del género, una poética aprendida en los poemas caballerescos italianos y evidentemente en los libros de caballerías españoles. Borao, Menéndez Pelayo, Chevalier y Geneste han apuntado algunas de las deudas con el Orlando Furioso, con el Amadís de Gaula, con las continuaciones de Silva, en concreto con el Amadís de Grecia y la tercera parte del Florisel de Niquea, y ligeramente con el Palmerín de Inglaterra. A las ya descubiertas se podrían sumar otras, concretamente las contraídas con los ya citados Cristalián de España y Espejo de príncipes y caballeros, o con los palmerines españoles. En la figura de la maga Malfada de Palmerín de Olivia, puede encontrarse un posible referente de la maga Alcina ariostesca y de la Silvana de Urrea (Clarisel, fol. 307r b), la encantadora de larga cabellera que metamorfosea a sus amantes en animales. Los amores de Felisalva guardan también alguna conexión con de los amores de Primaleón y Gridonia, pues, como ya se ha dicho, ambas aman y odia sin saberlo a la misma persona: Gridonia rechaza a Primaleón y se enamora de Caballero de la Roca Partida (Primaleón), de la misma manera que Felisalva odia al doncel no conocido y ama al Caballero de las Penas (Clarisel). Por otro lado, no hay que olvidar que el recurso del encubrimiento y usurpación de identidades así como el del disfraz, después tan utilizado por Silva y al que se aficiona Urrea, está ya presente en el segundo libro palmeriniano, tanto en la historia de Primaleón como en la de don Duardos, quien se disfraza de hortelano para servir a Flérida. Restos de este famoso episodio pueden rastrearse igualmente en la estancia de Clarisel y Belamir en Satalia, cuando entran a servir en las huertas de palacio bajo los nombres de Legiadro y Deleitoso y enamoran a Alejandra y a Aurora.

Pero por encima de estas posibles fuentes que merece la pena perseguir, hay que profundizar sobre todo en las conexiones con Silva, fundamentalmente con sus últimas obras. La relación con el mirobrigense va más allá de las coincidencias onomásticas y de los dos o tres episodios bien apuntados por Geneste, ya que entre Silva y Urrea se advierte una sintonía de espíritu, apreciable en el gusto por la poesía, por la parodia y el humor, por el erotismo y en la utilización de idénticas técnicas narrativas. Como en el caso de Feliciano de Silva, buena parte de su poesía original se encuentra contenida en las páginas de este libro de caballerías. Motes, villancicos, canciones, romances, conforman su particular cancionero en el que los temas y formas tradicionales se funden con las modas italianas. Junto a esta mezcla de prosa y verso, habitual en el género, se encuentran también esos versos sueltos, desgajados de composiciones propias o ajenas, que se engastan en los diálogos amorosos de los personajes enriqueciéndolos e imprimiendo un ritmo muy diferente al de la monótona prosa de las tempranas obras del género. Recuérdense los diálogos de Perseval con Agrifina (fols. 36r b-37v a), los de Filorante con Flerecinta (fol. 60r a), con un tono conceptista muy próximo a la poesía cancioneril, o el risueño diálogo mantenido por Belamir con Lavinia, la joven acompañante del viejo enamorado Sinibaldo, a la que se declara con el conocido verso romanceril «y si havedes de tomar amores, señora, no dexéis a mí» (fol. 52r a).

Evidentemente, Belamir, el amigo de Clarisel, es un claro precedente de la figura del don Juan. Aunque Geneste lo relacionó acertadamente con el Galaor amadisiano, está mucho más próximo a Rogel de Grecia, hijo de Florisel, de la tercera y cuarta parte de Florisel de Niquea, quien tacha de sandez la lealtad amorosa y se burla de ella41. Su hoja de servicios no deja lugar a dudas y empieza pronto, pues recuérdese que a los nueve años ya requería de amores a una niña de la corte. Después vendrá Fulgencia, Lavinia, Altinea, con la que se casa pero a la que es infiel con Origenia, con Celinarda y después, en el palacio de Satalia, como hortelano y bajo la identidad de Deleitoso, con tres doncellas a la vez, Aurora, Fenicia y Alejandra. Sus andanzas amorosas prosiguen y llega a alcanzar en unas justas la mano de la fea y boba Artanda y en sus últimas conquistas sufre las burlas de Riquelma y especialmente la de Faustina, que lo tira al lago cuando está subiendo por su ventana, una burla pareja a la que hacen las dos hermanas de Fraudador a los ancianos y enamorados Barbarán y Moncano en la Tercera parte de Florisel y a la de Maritornes a don Quijote. Urrea sin duda leyó los libros de Silva y encontró en ellos una rica y fecunda fuente de inspiración, creando comprometidas situaciones amorosas repletas de erotismo.

En sus libros pudo aprender igualmente los juegos del disfraz, el ocultamiento de identidades y el travestismo, la transformación de unos personajes en otros a través de la magia. Urrea aprovecha el recurso hasta la saciedad y crea con él variadas y embrolladas aventuras. A las ya citadas, hay que sumar aquellas en las que se juega con el cambio de sexo. Caballeros hermosos que parecen doncellas guerreras se hacen pasar por tales, como en el caso de Belamir y Gelander, que fingen ser las doncellas Traviesa y Reposada; lo mismo sucede con Clarisel, al que cuatro caballeros toman como doncella guerrera y Deidenia alimenta el equívoco. De la misma manera, las doncellas se disfrazan de pastores o caballeros y juegan al amor, como sucede con Cristilena o con las que acompañan a Felisalva en la extraña maravilla.

Muchos de estos juegos de encubrimiento cuentan con la magia, con joyeles como los de Clarisel que tienen la propiedad de desfigurar a su portador, de trocar las edades y de mudar los sexos. Gracias a ellos Belamir se convierte en la doncella Policia y Filorante en Ardelia y de este modo consiguen entrar en palacio como maestras de canto y baile, ocasionando seguidamente una serie de equívocos propios de la mejor comedia de enredo42 y que tanto recuerdan las no menos complejas y equívocas aventuras de Argesilao y Arlanges, disfrazados como doncellas sármatas, en la corte de reina Sidonia bajo los nombres de Daraida y Garaya (Tercera parte de Florisel). Con uno de estos los joyeles, Clarisel cobra la apariencia la doncella Atalanta y de esta forma puede gozar del amor de Felisalva. En otros casos, en cambio, sobra con la osadía para conseguir el engaño, como demuestra el osado Belamir al hacerse pasar por el dios Apolo para alcanzar el amor de la creída Origenia.

El disfraz, la confusión, el enredo y la burla se mezclan indistintamente en estas entretenidas, enredadas y desenfadadas aventuras diseminadas con acierto a lo largo de toda la obra, aventuras que la acercan no sólo al poema ariostesco, sino también a los libros de Silva, quien ofrece una visión sarcástica y paródica de la caballería desde dentro anticipándose a la cervantina43. Los andantes, en su doble vertiente caballeresca y amorosa, son tachados en ocasiones de «sandíos» y sus amores de «sandeces», cuestionando así, como hiciera ya el mirobrigense, la vieja tópica caballeresca y amorosa de estos libros44. Por último, su relación con Silva podría hacerse extensiva también a sus técnicas compositivas, pues el aragonés es igualmente un maestro en la transformación de temas y se repite a sí mismo introduciendo variaciones en un episodio tipo por los procedimientos de reiteración, transformación o ampliación.

Junto a estas posibles fuentes caballerescas, no menos importancia tienen también, como ya se ha visto, las clásicas y las pastoriles, éstas últimas apenas consideradas. A partir de todas ellas, Jerónimo de Urrea crea un libro de caballerías clásico y a la vez original. Clásico porque se ajusta a la poética del género y singular por la variedad de sus casos de amor, forjados en la tradición ariosteca, mítica, pastoril, sentimental, histórica y caballeresca; novedoso también por la vena cómica que recorre todo el libro y por la riqueza de su estilo. Los aficionados al género que tuvieron la suerte de leerlo sin duda alguna apreciarían que se encontraban ante un libro de caballerías excepcional, capaz de integrar en clave caballeresca prácticamente toda la literatura de la época. Esta variedad unida al realismo cómico de muchas aventuras están preparando el camino para la gran obra cervantina.







 
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