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Diario de don Pedro Pablo Pabón, que contiene la explicación exacta de los rumbos, distancias, pastos, bañados y demás particularidades que hemos hallado en el reconocimiento del campo y sierras; comisionados por orden del Ilustrísimo Cabildo del Puerto de la Santísima Trinidad de Buenos Aires, en 12 de octubre de 1772


Día 18 de octubre de 1772.

A las cuatro de la tarde emprendimos la salida; a las seis paramos   —61→   en la chácara de don Juan Diego Flores, hicimos el camino de dos leguas. El día 20 llegamos a la Villa de Luján, habiendo caminado 12 leguas; observamos este puesto, y se halla en la latitud S de 34 grados 23 minutos.

Día 23. Llegamos a la Guardia del Salto, habiendo caminado 26½ leguas; observamos aquí la latitud 8 de 34 grados 35 minutos. El día 24 registramos su arroyo lo más que pudimos, y lo hallamos con su curso al oriente, con alguna violencia, y mayor en algunos parajes: motivo de la desigualdad de fondo, siendo éste en partes de una y media varas hasta un pie; en unas su agua es salobre, y en otras gruesa, y turbia usual para todo ganado. Su origen, dicen, es dimanado de varias cañadas; su fondo en lo más pantanoso, y en sus orillas cantidad de tosca, en ella porción de manantiales, con buena agua para los habitantes. Cuando hay avenidas, según nos informaron, crece este arroyo más cuatro varas, y sale de su cajón o barrancas.

Día 26. A las ocho salimos del Salto, en conserva del capitán don Juan Antonio Hernández, quien nos dijo seguíamos el destino a Melincué. Llegamos a parar en la laguna de las Saladas, habiendo caminada 6 leguas por el rumbo del O. Reconocimos su agua, que es salobre, clara y accidental; en su orilla se hallan manantiales, haciendo más verídico un arroyo chico que de ésta sale con su curso al N: es algo pantanoso y de poco fondo.

Día 27. A las cuatro de la mañana continuamos la marcha hasta las once para observar. Se ejecutó en la latitud S de 34 grados 16 minutos. A las tres seguimos lo mismo, hasta las cinco y media que paramos en dos lagunitas accidentales anduvimos 14 leguas por el rumbo del O cuarto NO; en este terreno vimos el pasto regular.

Día 28. A las doce y media de la noche seguimos la marcha, hasta las seis de la tarde que hicimos alto en la cañada de unos árboles que llaman chañares. Hicimos el camino de 20 leguas por el rumbo del NO, y se compone de igual pasto y varias lagunitas accidentales. Es bueno este terreno para siembras, por componerse de lomitas suaves.

Día 29. Llegamos al puesto de Melincué, habiendo caminado cuatro leguas por el rumbo del N. De este punto en distancia de una y media legua al NO se halla una laguna grande que torna el nombre de este puesto; la reconocimos dándole vuelta, su agua la hallamos inservible para los animales por ser muy salitrosa, poco fondo y pantanosa. No pudimos   —62→   observar ni hacer otra diligencia por no permitirlo varias turbonadas de viento y aguas.

Día 30. Levantamos el plano de Melincué en el cual se hallará la discripción de este terreno; no pudimos observar.

Día 31. Observamos en la latitud S de 33 grados 36 minutos. A las cuatro y cuarto emprendimos la marcha para el Cerrito Colorado. A las seis paramos en unas lagunas chicas accidentales; anduvimos tres leguas por el rumbo del S cuarto SE. El terreno y pastos son como los anteriores.

Día 1.º de noviembre. A las tres de la mañana seguimos la marcha hasta las once para observar, y hallamos la latitud de 34 grados 9 minutos. A las cuatro continuamos la marcha hasta las seis y tres cuartos, que paramos en dos lagunitas accidentales; hicimos la marcha de 12 leguas por el rumbo del SSE. Este terreno logra de igual ventaja que los ya dichos; entre las lomas hay cañadas, donde se hallan variedad de lagunas, que se forman cuando llueve.

Día 2. Amaneció lloviendo y con neblina, por lo que no se pudo marchar; a las once aclaró; a las doce observamos en 34 grados 15 minutos S. A las dos seguimos la marcha, costeando la cerrillada, que son unos médanos y corren NS. A las siete hicimos alto en una lagunita, anduvimos siete leguas por el rumbo del SSE; hallamos varias Lagunitas como las demás y buen pasto.

Día 3. A las cuatro de la mañana empezamos a caminar, a las siete llegamos al Cerrito Colorado, anduvimos 8 leguas por el rumbo del SE; pasamos el resto del día en registrar este puesto y observar; hallamos acampado al sargento mayor don Francisco Sierra.

Día 4. Hicimos el reconocimiento de Carpincho, y lo hallamos de más valimiento para todo que el Cerrito; por cuyo motivo levantamos su plano en el que se hallará la descripción de los dos lugares por extenso: la latitud del último es 34 grados 52 minutos. A las dos de la tarde hallándonos prontos, seguimos la marcha en conserva de dicho mayor y en demanda del Bragado Grande, costeando la cerrillada por la parte del E. A las seis paramos junto a una lagunita, habiendo andado 6 leguas por el rumbo del SE; se halla este terreno con la ventaja que el del día primero.

Día 5. Al amanecer continuamos la marcha hasta las once; a las   —63→   dos caminamos lo mismo, costeando la cerrillada hasta las seis que llegamos al Bragado Grande, donde se halla acampado el sargento mayor don Pascual Martínez. Anduvimos 10 leguas por el rumbo del E: hallamos el terreno como el del día anterior.

Día 6. Lo pasamos reconociendo este terreno y levantamos su plano, en el cual se hallará su descripción; observamos en 35 grados S.

Día 7. Al amanecer seguimos la marcha a los manantiales de Casco, y dicho Mayor con nosotros; a las ocho llegamos, habiendo caminado cuatro leguas por el rumbo del E. Pasamos al instante a reconocer otro puesto que se halla más al N, y no lo hallamos tan capaz como éste, por lo que levantamos su plano donde se hallará su explicación. Observamos en la latitud S de 35 grados; anduvimos 4 leguas como se dijo, cuyo trecho se compone de buenos pastos, llamados cebadilla, alfilerillo y trébol. En este puesto hallamos acampado al capitán don José Bagué, quien siguió con nosotros.

Día 8. Al amanecer seguimos la marcha a los manantiales de Galeliar, donde llegamos a las ocho; a cuya hora hicimos el reconocimiento de este terreno, el que no nos pareció a propósito para fortificación ni población: lo primero por hallarse en un bajo, lo segundo por carecer de pastos, lo tercero por una pequeña laguna que tiene, donde se recoge un poco de agua de los manantiales. Con todo de haber llovido hace dos días, la hallamos casi seca, pues no hay agua para los caballos. Además la tierra no promete fertilidad, su color es parduzca y mezclada con arena, el agua de los manantiales es algo gruesa pero azul, y será con más abundancia siempre que los caven. Se halla en la latitud S de 35 grados 3 minutos, distando éste del anterior 5 leguas EO. A las dos y tres cuartos emprendimos la marcha para las Lagunas del Trigo; a las siete se hizo alto, habiendo caminado siete leguas por el rumbo del E cuarto SE. Este terreno se compone de algunas lomitas llenas de vizcacheras, que es preciso gran cuidado para su tránsito; los pastos son muy pocos y de mala calidad, pues no hay otros que espartillo y algunas matas de pajonal: no hallamos agua.

Día 9. A las cinco de la mañana seguimos a nuestro destino, donde llegamos a las once, habiendo caminado 7 leguas por el rumbo del ESE. En este terreno se hallan mejores pastos y fértiles; se compone de lomitas suaves, buenas para siembra; hallamos varias lagunitas accidentales; se halla acampado en este puesto el comandante de la expedición, y sargento mayor don Manuel de Pinazo. La tarde la empleamos con su compañía, en registrar el terreno, lagunas y el Salado.

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Día 10. Levantamos el plano de lo que contiene este terreno, en el cual se hallará su explicación; observamos, y se halla en latitud 8 de 35 grados 12 minutos.

Día 11. Pasamos a reconocer el sitio de la Laguna de los Huesos, que se halla del E 7 leguas, al O cuarta SO. Por si se quiere sea este puesto más favorable por lograr de otras ventajas, o promediar las distancias, se hizo por otro el reconocimiento de parte del Salado.

Día 12. No se pudo emprender la marcha, a causa de estar todo el día lloviendo.

Día 13. A las nueve seguimos la marcha en busca del Río de la Flores, seguimos al SE 5 grados E, y caminamos 7 leguas. Paramos en una laguna de poca y mala agua; pero habiendo hecho escavar la tierra, manó a las tres cuartas agua muy especial y fresca.

Día 14. A las tres de la mañana caminamos, y a las once llegamos al Río de las Flores, donde se hallaba acampado el sargento mayor don Bernardo Lalinde; anduvimos 10 leguas por el rumbo del E, cuarto SE; observamos en la latitud S de 35 grados 20 minutos. Este camino se compone de grandes llanadas, con algunas lomas suaves, los pastos pocos hasta el río, y no otros que espartillo y pajonal: se hallan muchas lagunas de gran tamaño, pero enteramente secas.

Día 15. Todo este día se mantuvo lloviendo, por lo que no se pudo hacer el reconocimiento de este puesto y su río.

Día 16. Amaneció claro, y pasamos al reconocimiento dicho; levantamos su plano con los ríos según se hallará en él y su explicación.

Día 17. A las siete de la mañana empezamos la marcha a fin de ir al sitio de los Camarones; a las doce y media se hizo alto (habiendo pasado el Salado a las diez), caminamos 8 leguas por el rumbo del ESE, en cuyo terreno hallamos en partes bañado, en otras pajonal, y en lo demás buen pasto.

Día 18. A las seis seguimos la marcha, a las diez paramos en una laguna chica accidental; anduvimos 6 leguas por el rumbo del SE, observamos en 35 grados 38 minutos S. A las tres de la tarde continuamos la marcha, hasta las cinco, que paramos en el Arroyo del Comandante, el que es chico. Anduvimos 4 leguas por el rumbo del E. El terreno   —65→   de este día se compone de grandes llanadas, muy abundante de pastos fértiles, y muchas lagunitas accidentales.

Día 19. A las seis seguimos la marcha, hasta la una que llegamos a la laguna de los Camarones y su arroyo, habiendo hecho en esta marcha variedad de rumbos, y el directo es el SE cuarto E, con 10 leguas de distancia; cuyo terreno se compone de buen pasto y campo, sólo algunos bañados, en los que hay porción de leña, de duraznillo, la que sirve para el fuego. En este puesto se hallan acampados el sargento mayor don Clemente López, y el capitán don Juan de Mier. No hicimos reconocimiento este día porque llegamos muy cansados.

Día 20. Este día lo empleamos en hacer el reconocimiento de este terreno, y levantar su plano, donde se hallará su descripción. Observamos en la latitud S de 35 grados 42 minutos.

Día 21. Nos mantuvimos en este puesto.

Día 22. A las ocho de la mañana seguimos la marcha en demanda de las Sierras del Volcán. A la una y cuarto se hizo alto en una laguna algo grande, pero accidental, y poco fondo: su agua es algo salobre, y es menester hacer pozo para los habitantes. Anduvimos 7 leguas por el rumbo del S; se compone este terreno de llanadas y algunos retacitos de bañado, buenos pastos, cebadillares altos y muy fértiles; hallamos algunas lagunitas accidentales. De este puesto vimos una toldería de indios, compuesta de unos 30 ó 40, algunos separados. A las cuatro de la tarde llegó a este sitio el cacique Caullaman con 20 indios e indias, con el fin de hablarnos.

Día 23. A las siete de la mañana volvieron, los mismos indios, los que dieron noticia al Comandante que el paso para el Volcán estaba intransitable por la mucha agua y bañado que había; y para cerciorarse de esto determinó dicho Comandante despachar una partida y baqueanos a fin de que reconocieran el terreno, internándose bastante. Observamos en la latitud S de 36 grados 2 minutos.

Día 24. A las tres de la tarde llegó la partida dicha, diciéndome podía transitar.

Día 25. A las seis emprendimos la marcha a dichas sierras a las diez y media se hizo alto en una lagunita accidental. A las dos y media continuamos lo mismo hasta las seis y media, que paramos en otra laguna como la dicha. Se anduvo 9 leguas por el rumbo del S cuarta   —66→   SE; una legua al S de este puesto hallamos una toldería de indios sobre una loma llamada el Montón de Huesos, y al pie de una laguna algo grande. Recelosos no les dañáramos, procuraron mudar de puesto, y en una hora llevaron los toldos y se internaron en la pampa, siguiendo al O. Al NE de nosotros, como dos y media leguas, se ve otra toldería chica, de la que vino el cacique Tomás Yaty a hablarnos, quien nos dio lanas cuantas reses de las que tenían.

Día 26. A las seis y media seguimos la marcha: a las diez y media paramos en otra laguna como las antecedentes. Anduvimos 6 leguas por el rumbo del S: observamos en la latitud S de 36 grados 43 minutos. Seguimos lo mismo hasta las seis y media, que paramos en igual puesto. La marcha fue de 5 leguas por el rumbo del S: a distancia de tres leguas al NO está una toldería de indios, y al N, como una legua, otra de seis toldos.

Día 27. A las seis empezamos a marchar hasta las once. A las cuatro y cuarto hicimos lo mismo hasta las seis y media, que hicimos alto en una lagunita, de la cual corre un arroyo chico para el E. Es el primero que hallamos de las sierras: la marcha fue de 8 leguas por el S. En la caminata de la tarde se vieron las sierras del Volcán. La primera se llama la Tahona: demora al S cuarta SE. Dista de 18 a 20 leguas; corren según la vista ENE y OSO.

Día 28. A las seis seguimos a la primera sierra, por el rumbo a que demora. A las diez paramos en un arroyo que sale de las sierras su curso para el E tiene poco fondo y corriente. Caminamos 8 leguas observamos en 37 grados 38 minutos. A las tres continuamos la marcha: a las seis paramos en una laguna accidental. Caminamos 6 leguas, y pasamos la noche en un continuo aguacero.

Día 29. Amaneció lo mismo, y manteniéndose todo el día así no caminamos.

Día 30. Amaneció claro, por lo que seguimos la marcha. A las nueve llegamos al pie de la dicha sierra, habiendo caminado cuatro leguas; observamos, y la hallamos en la latitud S de 33 grados 35 minutos; dos leguas antes de llegar a este sitio hallamos buen pasto y fértil, señal de hallarnos fuera del bañado, como se explica en la nota siguiente:

Nota.- Parte del terreno que hemos caminado, desde el Montón de Huesos hasta 6 leguas antes de llegar a la sierra, se han encontrado   —67→   algunos retazos de bañado, pero no de consideración, y dicen los inteligentes que en tiempo de agua es intransitable este terreno, para la breve comunicación de las sierras con esta ciudad.

A las tres de la tarde fuimos a reconocer la cumbre y circunferencia de la primera sierra, y a medio camino nos dio un gran aguacero, motivo porque nos retiramos.

Día 1.º de diciembre. Con motivo de adelantar la Comisión, determinamos (como siempre así lo hicimos), dividirnos, dos a hacer el reconocimiento de las sierras del Volcán, y uno al de la costa del mar, y reducción que fue de los jesuitas. Los primeros, habiéndolo conseguido, dicen ser este terreno a propósito para estancia, por hallarse buenos pastos, lomas grandes y las aguas buenas y abundantes con corrientes. En caso de quererse poblar puede hacerse en cualquier sitio, separado de las sierras, por causa que en las inmediaciones hay unas grandes y ásperas lomadas, y sus valles sin campo, donde en el menor de ellos por lo profundo, puede ocultarse el número de crecida gente sin ser vistos ni sentidos en una media legua. La sierra principal del Volcán fue registrada por su cumbre y circunferencia: tiene de elevación 200 varas; es bastante áspera por estar llena de piedras, por cuya causa es intransitable a caballo, sólo por la entrada que demuestra el plano. Su cumbre es buena para potrero, por ser llana y sin salidas; en el reconocimiento que hicimos, en las demás que toman su mismo nombre, hallamos las entradas y salidas con sus distancias: en todo lo registrado no hemos hallado senda ni camino de indios.

Día 2. A las cuatro de la tarde llegó el piloto de la costa del mar, y habiendo examinado los tres uno y otro terreno, convenimos para en caso de quererse poblar, ser el mejor sitio donde tenían la reducción los jesuitas, el que se halla al ESE, de la Sierra del Volcán, a 7 leguas de distancia; logra las ventajas de buen campo para siembras, y estancias, con buenas y abundantes aguas. Igualmente un monte de durazno, y por sus inmediaciones algunos retazos de monte de sauco y chisca; pero todo ese terreno es tan indefenso como el anterior. Desde esta reducción a la costa del mar hay tres leguas, y en su orilla han visto abundancia de lobos marinos.

Día 3. A las seis de la mañana continuamos la marcha por parte del N de las sierras, y en distancia de una legua, para ir viendo su figura y demás circunstancias. A las doce paramos en un arroyo de poca y mala agua, el que sale de las sierras; anduvimos 10 leguas por el rumbo del NO cuarto O, cuya distancia es, subiendo y bajando unas   —68→   grandes y suaves lomas, pero su repecho cansa la caballada. A las tres nos dio una gran turbonada de agua y piedra gruesa como nueces, la cual espantó e hizo disparar las caballadas: a las siete cesó.

Día 4. A las seis y media seguimos costeando, y haciendo las mismas diligencias que ayer, hasta las once y media que paramos en un arroyo chico, habiendo caminado nueve leguas por el rumbo del NO; hallamos buenos pastos y algunos arroyos buenos; observamos en la latitud de 37 grados 57 minutos. A las tres continuamos la marcha, y a las cuatro paramos en otro arroyo de igual circunstancia. Anduvimos una legua por el mismo rumbo, y en esta distancia se hallan dos arroyos con poca agua, su curso para el NE. Los pastos han sido buenos, y demuestran ser permanentes en tiempo de secas, por haber visto la tierra en partes abierta, y con todos los pastos altos, verdes y fértiles.

Día 5. A las seis seguimos la marcha, hasta las doce que hicimos alto en un arroyo de poca agua y corriente; anduvimos nueve leguas por el rumbo del NO; observamos en 37 grados 44 minutos. Este terreno se compone la mayor parte de bañado, y el resto de unas grandes lomas y valles, los pastos han sido pocos, han ido dos pilotos caminando por las abras y valles, los pastos son pocos. Por entre estas sierras han examinado bien todo, y dicen han entrado y salido por donde quisieron; y dieron vuelta a muchas sierras.

Día 6. A las seis y media continuamos la marcha, y los dos pilotos la suya como el día anterior, hasta las dos de la tarde que paramos en el Arroyo de la Tinta, habiendo caminado 10 leguas por el rumbo del ONO; hallamos muy pocos pastos, sólo en la inmediación de este arroyo, que son fértiles y abundantes. A las cinco de la tarde llegó a este puesto el sargento mayor don Bernardo Lalinde, quien pasa a la Sierra de la Tinta con su gente llegan los pilotos de su reconocimiento, y han visto y hecho lo mismo que ayer.

Día 7. Este día fue uno de los pilotos a reconocer el Arroyo de la Tinta, por la parte del N, y otro por la del S, y descubrir la sierra de este nombre, habiendo caminado 8 leguas cada uno en su comisión. Regresaron a las seis de la tarde; y dicen tiene este arroyo su origen al E de la sierra de su nombre, y su arroyo al N y N E. Éste va haciendo grandes codillos, lo más ancho de lo visto es de 14 varas y disminuye hasta 6; es barrancoso, su fondo desigual, en partes tiene 7 palmos que es lo más, y de 2 que es lo menos; su piso es tosca, y en parte, algunas piedras anchas; tiene como medio palmo   —69→   de agua, y éste es el paso para carretas. Se hallan variedad de peces como son truchas, palometas y bagres: su corriente es de media milla por hora.

Día 8. A las seis marchamos, hasta las once que hicimos alto en el Arroyo de la Sierra de Cuello, habiendo venido costeando y registrando las sierras como siempre. Este arroyo es desigual, por partes se pasa a nado, por otras al encuentro del caballo que es la menos agua: todo él es pantanoso, esto es, de lo que está figurado su curso al E; en sus orillas bañados con pajonal. A las tres y media siguió la marcha, y nosotros con una partida de 25 hombres y un baqueano, a pasar al campo del S de esta sierra, y reconocer la menor entrada y salida que aquí se halla. A la noche, después de haber reconocido las infinitas entradas y salidas de estas sierras, nos retiramos al campamento a causa de una gran turbonada que amenaza, la que desaguó lo bastante, y ventó. Las entradas y salidas que hemos visto y andado en estas sierras son innumerables, todas transitables con carruajes. Fuera de estos sitios tan anchos referidos, desde el Cerro de la Tinta hasta la de Cuello, son las sierras muy bajas; por la mayor parte de ellas se puede transitar a caballo, y dar vuelta a su cumbre, sólo tal cual que abunda de peñascos. Los pastos de estos sitios son escasos y de poco valimiento, sólo en algunos valles por donde pasan arroyos que abundan y fertilizan. La tropa anduvo 7 leguas por el rumbo del ONO. El terreno es llano, y los pastos regulares en este camino.

Día 9. A las ocho determinamos la marcha a pasar al campo del S de las sierras, para cuya comisión destinaron al capitán don Juan Antonio Hernández, con 50 hombres y un baqueano, quedando en el acampamento un piloto, para si quieren seguir la marcha, la que se efectuó hasta las diez y media, que hizo alto en un arroyo que sale de la Sierra de Cuello, habiendo caminado dos leguas por el OSO. En distancia de una y media leguas de este sitio al SE cuarta E, está una sierra chica, en la cual se halla un corral de piedra movediza; puesta a mano y sin mezcla alguna; su figura es cuadrada, con 60 varas de largo; las paredes de una vara de alto, y de grueso media, el cual se halla algo destrozado.

Día 10. Este día no se movió el campamento, aguardando la partida y pilotos, la que llegó a las siete de la tarde, después de haber transitado dos días las tierras y campo del S de ellas, por distintos parajes, quienes dicen han sido infinitas las entradas y salidas, y pocas las sierras que no se pueden transitar a caballo, y la mayor parte de ellas se puede con carruajes. Han visto buenos pastos y muchos arroyos de las sierras, con buena agua; la pampa igual a la del N, por donde   —70→   transitamos. Todo el camino se compone de lomas, unas suaves y otras algo ásperas con algunas piedras; en su cumbre hay grandes valles y profundos, donde se puede acampar o esconder el número de gente que fuere; y hay sitios donde no pueden ser vistos hasta no estar encima.

Día 11. A las cinco y media seguimos la marcha, costeando las sierras como siempre. A las once se hizo alto en un arroyo de poca agua, el que baja de las sierras. Caminamos 8 leguas por el rumbo del O; observamos en la latitud S de 37 grados 39 minutos. A la una volvimos a marchar hasta las cuatro y media, que paramos en una laguna accidental, llamada del Cairú; se anduvo 4 leguas por el rumbo del ONO; hallamos buenos y fértiles pastos en este camino.

Día 12. A las siete seguimos la marcha en igual forma. A las nueve paramos en el Arroyo de Barranca, que sale de las Sierras del Cairú. Luego de registrado hasta donde se pueda, se pondrá su explicación; hicimos el camino del SO dos leguas de distancia.

Día 13. A las seis marchamos hasta las nueve y media, que paramos en la laguna del Cairú, la cual es accidental; caminamos cinco leguas por el S, a cuya hora estando en la inmediación del Cairú, hizo el Comandante junta general de todos los oficiales, a fin de concluir el todo de esta expedición; a lo que le respondieron que no se podía por ningún motivo, respecto a estar ya la proximidad de la siega tan avanzada, y que con motivo de haber sido el año tan estéril, se hallaban las gentes tan deterioradas, que les era indispensable tener que llegar a lo menos quince días antes para que cada uno con su arbitrio pudiese proveerse de lo necesario para recoger sus granos. Además de esto, que las caballadas venían ya muy deterioradas, y diariamente se venían quedando los caballos por los campos. A esto respondió dicho Comandante, diciendo que a lo menos, cuando no se hiciese el todo de la comisión, iríamos hasta la Sierra de Casuatí, de lo que se le daría gran complacencia al Señor Gobernador y Capitán General, como asimismo se evitarían otros nuevos gastos en concluir; porque no quedando que hacer otro reconocimiento que el de Salinas; éste se hace a poco costo, respecto de corresponderá hacer viaje a estas el año venidero. A esto dijeron que por ningún término, se podía proseguir adelante, porque además de lo expuesto, quedaban las caballadas en estado de no regresar con ninguna; por lo que dicho señor determinó retroceder, y que los pobres se alivien. Concluida la junta determinamos pasar con una partida a reconocer el Arroyo de Barrancas y Sierras del Cairú, en lo que empleamos todo el día. El dicho arroyo tiene su curso al ENE, haciendo grandes codillos; todo él es muy   —71→   barrancoso, su corriente muy rápida, como de tres millas por hora. Su piso de tosca, y en este se halla abundancia de bagres. Todas las Sierras de Cairú son transitables, pues la mayor parte de ellas son unas lomadas con muy pocas piedras movedizas, y de golpe subimos hasta la cumbre de todas ellas.

Día 14. A las seis y tres cuartos marchamos hasta las once y media, que paramos en una laguna accidental. Hicimos el camino de 7 leguas al N; el terreno es llano, con algunos bañados y muy escaso de pastos. Observamos en la latitud S de 37 grados 7 minutos. A las tres y media continuamos la marcha, hasta las cinco y media que paramos en otra laguna como la dicha. Se caminó dos leguas por el N: el camino o terreno es igual.

Día 15. A las seis marchamos, hasta las once y media que paramos en un albardón de un bañado, habiendo caminado 7 leguas al N. Observamos en la latitud S de 36 grados 45 minutos: el terreno de este día se compone de bañado y esteros. Por estos había dos o tres palmos de agua, y nos duró este camino tres horas: los pastos son pajonales, juncos y espartillos.

Día 16. A las seis marchamos, hasta las diez que hicimos alto en una lagunita inmediata al Arroyo Dulce, habiendo caminado tres leguas al NNO. A las tres continuamos la marcha, y a dicha hora siguió para su población don Clemente López y don Juan de Mier. A las seis paramos en un albardoncito de un bañado, habiendo caminado 5 leguas al N cuarta NO: todo el terreno es como el del día anterior.

Día 17. A las seis marchamos, hasta las once que paramos en la Cruz de Guerra. Hicimos el camino de 8 leguas por el N; todo este terreno se compone la mayor parte de bañado. Observamos en 35 grados 55 minutos S. Este puesto de la Cruz de Guerra es una laguna chica accidental al pie de un médano, con algunas quebradas bajas: pasa por aquí el camino de Salinas.

Día 18. A las cinco y tres cuartos marchamos, hasta las doce y media que paramos en dos lagunitas como las otras, llamadas las Dos Hermanas. Hicimos el camino de 10 leguas por el rumbo del NNE; todo este terreno se compone de lomas y valles suaves; el pasto es regular; pasa por aquí el camino dicho.

Día 19. A las cinco marchamos, hasta las ocho y media que hicimos alto en la Laguna de Palantelen, habiendo caminado cinco leguas   —72→   por el rumbo del NNE 5 grados N. La laguna es accidental, de poco fondo, el agua gruesa, salada y hedionda, por efecto de la porción de animales que aquí se hallan muertos. Es menester cavar para beber. Observamos en la latitud S de 35 grados 17 minutos; pasa por aquí el camino de Salinas.

Día 20. A las tres y media marchamos; a las cuatro pasamos el Salado, y lo hallamos seco. A las diez paramos en una lagunita accidental; hicimos el camino de 9 leguas por el rumbo del NNE. Todo este terreno es llano y muy escaso de pastos, por causa de la gran seca que se ha experimentado y quemazones. A las tres y media de la tarde seguimos la marcha, hasta las cinco que paramos en las Saladas, habiendo caminado una y media leguas por dicho rumbo. Estas lagunitas a las que dan el nombre de Saladas, las hallamos sin agua. Reciben este nombre por estar en bañado, y cuando tienen agua es salobrosa.

Día 21. A las cuatro de la mañana marchamos hasta las cuatro de la tarde que llegamos a la Guardia de la Frontera de Luján, habiendo caminado 10 leguas por el ENE. Toda nuestra marcha fue por el camino de Salinas, cuyo terreno es llano con algunas lomadillas, los pastos regulares. Cuando empezamos la marcha se fue el sargento mayor don Pascual Martínez, habiéndonos acompañado el comandante don Manuel de Pinazo y el capitán don José Bague, quienes han quedado en sus respectivos puestos, dejándonos, para que nos acompañen a Buenos Aires, unos cuantos soldados y un cabo.

Día 22. A las cinco de la mañana seguimos a Buenos Aires, hasta que paramos en la Capilla de Merlo, habiendo caminado 14 leguas.

Día 23. A las cuatro de la mañana, seguimos a la ciudad por el rumbo del ENE, donde llegamos a las once, habiendo caminado 7 leguas.

Nota.- Los rumbos de que se habla de este diario, son corregidos de 15 hasta 18 grados de variación NE. Las leguas son marítimas o de 290 en grado.

Buenos Aires, y diciembre 23 de 1772.

Pedro Pablo Pabón



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ArribaAbajo- VI -

Relación individual que dan los dos pilotos comisionados al reconocimiento de la campaña, de los parajes que contemplan más al propósito para fortificar y poblar


Los mejores puestos para poblaciones están en la frontera de esta ciudad, de que luego se hará mención, y por ningún término en las sierras; sus motivos son, por carecer de la defensa contra los enemigos, tener a éstos en las mismas sierras, porque en éstas hallamos lo indefenso, en el supuesto de que aunque se tapen con artillería o gentes algunos valles, quedan otros innumerables sin este asilo por donde el dicho enemigo puede entrar sin ser visto y hacer sus depredaciones. En caso de quererse poblar, sea como unas 15 ó 20 leguas antes de llegar a las sierras, porque aquí logran ver venir los enemigos a campo descubierto. Carecen aquí de leña (la que tampoco se halla en las sierras); el agua no se halla en lagunas, sólo en esteros y bañados, que para los animales es gran trabajo, y para estos no hay pastos; mas haciendo pozos tendrán los pobladores buen agua. Los que aquí poseen se hallan entre los enemigos de las sierras, y los que, a título de paz, se hallan con sus tolderías inmediatos a las guardias que en el día están puestas. En caso de hallarse en alguna función con ellos, y ser tiempo de aguas (que aunque son bárbaros no dejan de tener ardides para el logro de sus avances), es casi imposible puedan estos habitantes dar aviso de pronto a ninguna parte; y así es menester mantener fuerza de gentes en aquellos sitios para estos lances, lo que es de mucho costo. Con todo, aunque se quiera poblar en las sierras, por varios pareceres que haya, son los nuestros, ser de mucha ventaja para la Corona poseer las dichas sierras, por hallarse mucho campo avanzado para las siembras y ganados; pero resulta dejarles abierta la entrada de la distancia de las Salinas hasta   —74→   20; es necesario, para que estos pobladores serranos logren algún sosiego, y cultiven tranquilamente sus tierras, que hagan guardias, con armas de fuego de 15 en 15 leguas a lo largo, y de 5 en 5 a lo ancho. Las que se quieran poner desde Salinas hasta la costa del Paraná, que no es menos que de 24 leguas; hecho esto, es necesario matar las bagualadas silvestres, de las que hay una porción en estos sitios, a fin de dejar a los indios sin este asilo, lo que se puede hacer con anticipación. Decimos también ser los terrenos inmediatos a las sierras, buenos para siembra y ganado, pero los cosecheros no lograrán la ventaja de expender sus ganados con mediana ventaja, por tenerles muchos costos la conducción, a causa de vivir muy distantes, y ser el terreno muy penoso.

Nos parece que se pueble en el Valle de Carpincho, por lograr éste las ventajas de ser casi permanentes las aguas y tener muchos ojos de agua el terreno; además de las ventajas para siembra y procrear ganados, ofrece otras para los habitantes. Lo mismo decimos de los manantiales de Casco, que dista del primero 20 leguas, y logra de iguales ventajas. Las lagunas del Trigo distan del anterior 17 leguas; se halla su terreno con 8 lagunas accidentales, y el Salado muy inmediato, a cuyas orillas se ven varios manantiales de especial agua; el campo logra igual fertilidad que los anteriores. Es igualmente parecer nuestro que se pueble en el Arroyo de las Flores, que dista del tercero 20 leguas, pues logra la ventaja de ser permanente el agua de este arroyo, y tener una laguna crecida de 6 leguas en circunferencia, buena para toda especie de ganado: pasa por ésta el Salado. La última y más ventajosa, que dista de la anterior 27 leguas, hallamos ser el sitio de los Camarones: logra de arroyo y lagunas crecidas; y toda su agua buena, el terreno muy fértil, y tiene inmediatas las islas, donde se podrán proveer los habitantes de leña, como asimismo de palos para fabricar sus ranchos y corrales; se halla en dicho terreno abundancia de duraznillo, como también paja para techar las casas. Todos tienen buenos pastos y abundantes: creemos sean continuos, por razón de que cuando registramos estos terrenos, era tiempo de una seca tan grande como se experimentó el año próximo pasado de 72. Logran igualmente dichos terrenos en sus lagunas y arroyos abundancia de pesca y caza, como así lo experimentamos. Aunque los demás puestos no igualan a los Camarones por el beneficio de la leña, a poco que trabajen los pobladores conseguirán el tenerla abundante por la fertilidad del terreno.

Los otros tres puestos de que aquí no se habla, que son Melincué, Bragado Grande y los Huesos, no tienen las aguas tan   —75→   permanentes, ni los pastos con tanta abundancia, y se hallan los dos últimos muy inmediatos a los otros puestos.

Buenos Aires, 22 de enero de 1773.

Ramón Eguia.- Pedro Ruiz




ArribaAbajo- VII -

Extracto resumido de lo que ha ocurrido en la expedición del descubrimiento de la Bahía sin Fondo, en la Costa Patagónica


Salió esta expedición de Montevideo, compuesta de cuatro embarcaciones armadas en guerra, con 114 hombres de tropa con sus respectivos oficiales, en 15 de diciembre de 1773, comandada por el comisario superintendente don Juan de la Piedra; y navegando después de salir del Río de la Plata en 7 de enero, entraron en una gran bahía por la latitud de 11 grados 30 minutos, y dentro de ella a la parte del S de su entrada, un excelente puerto de 10 leguas de extensión y 6 ó 8 en sus mayores anchuras. A este puerto se puso el nombre de San José, el cual tiene su entrada de casi una legua de ancho con 40 brazas de fondo, y para el interior de ella en diferentes lugares, y la bahía tiene en partes 80 brazas. Ni en esta, ni en el Puerto de San José se encontró bajío, ni escollo, ni isla alguna, pues todo es limpio y con un fondo prodigioso.

A la derecha de la entrada de esta bahía se halló otro puerto, que se denominó de San Antonio, el cual es más pequeño que el de San José, y solo sirve para embarcaciones menores. El terreno del de San José, en que desembarcó la tropa, demostraba capacidad para sembrar, pero falto de agua dulce, pues todas las que se hallaban en pozos que se abrían, era salobre y salitrada, sin embargo que en algunos se halló más sufrible. Con todo, en 31 de enero hallaron a distancia   —76→   de 4 ó 5 leguas del establecimiento, tres manantiales de agua dulce muy buena y en bastante cantidad, y vieron que el terreno prometía más fertilidad que el antecedente, y con mejor pasto y leña. Hicimos algunas mudanzas de lugar, para establecernos con más ventajas junto al puerto. En éste no encontramos vestigio de gente ni indios, mas sí mucha abundancia de sal muy especial con visos de rosada. Encontraron liebres, guanacos, lobos y perdices, cochinilla silvestre, yeso, ocre y carichalagua.

Al SSO de dicho Puerto de San José, se descubrió otro de igual o mayor grandeza, formando la tierra entremedia de ambos una península, cuya garganta en su parte más angosta no llega a tener una legua de ancho; pero su entrada es de mayor grandeza que la de San José, y aún no se ha podido examinar con precisión.

De este primero establecimiento, se mandó reconocer la entrada del Río Sauce o Negro, que se había visto antecedentemente y no se había podido entrar; para cuya diligencia se mandó una embarcación que salió de San José el día 13 de febrero, y en el 13 se vieron señales de tierra por la corriente, palos quemados sobre el mar, color del agua y otros vestigios.

El día 22 a las cinco de la mañana se avistó la boca del río que se buscaba, la cual se reconoció llena de bajíos y dimos fondo en tres brazas, y echando el bote al agua entramos en dicha boca con la sonda en mano, y desembarcamos en tierra. Hallamos árboles grandes de sauces secos que habían traído las corrientes del río; en tierra hallamos plantas como la del Puerto de San José, apio, llanten y otras: patos, chorlitos, perdices e infinitos lobos, de admirable tamaño. Y observando que la marea crecía con velocidad, y que estábamos en media marea, sale a la barra a hacer las señas prevenidas para entrar el bergantín que llevó el bote por su proa, y dio fondo dentro del expresado río en tres brazas de agua, y soltando la gente en tierra hallamos perdices, liebres y muchos lobos de aceite, con que se divertió la gente en matar algunos, aumentando la alegría de haber entrado.

El día 23 dio la vela el bergantín llevando el bote por la proa, siguiendo río arriba para reconocer el país y sus habitantes, pues el fuego y los perros daban indicios de haber gente; y con efecto, se vio un pelotoncito de gente, y se mandaron venir a bordo los primeros indios que aparecieron, que eran ocho, antes que llegase una multitud de ellos que a toda priesa caminaban. Entre éstos venían dos desertores   —77→   del pueblo de San José, que se habían desertado con otros nueve, de los cuales sólo estos dos vivieron, habiéndose muerto los otros y el negro de don Juan de la Piedra, al rigor de la inclemencia de estos campos, excesivo calor, hambre y sed, y a más 18 que se mandaron buscar entre hombres, mujeres y criaturas. Se les dio de comer, y se regalaron con lo poco que teníamos. Diose fuego a un cañón y al principio se amedrentaron, pero luego se alegraron con mucha algazara, y al ponerse el sol se mandaron a tierra.

Hasta el día 25 continuaron los indios a venir a bordo, y en éste vinieron los indios con una cautiva que era india pampa y hablaba el español regularmente; la cual dijo que estos indios no tienen adoración, sólo un poco veneran al sol, comen guanacos, avestruces y carne de caballo; que sacan de bajo de la tierra unas batatillas muy chicas, que comen ya crudas ya cocidas, y raíces, que tostadas hacen de ellas harina con que componen sus poleadas, y asimismo de una semilla muy chica que parece mostaza, también la muelen entre dos piedras y hacen poleadas. Dijo más, que río arriba hay muchos indios aucaces y teguelches, pero que están lejos; que los teguelches son pobres, y los aucaces ricos, pues tienen ganado vacuno, caballar y ovejuno con abundancia; que hacen mantas, pellones y ponchos; que amasan y siembran. Dijo que estuvieron mucho tiempo entre cristianos, y que nunca vieron ni entre estos indios hubo noticia de ver otra embarcación en este río, ni en sus costas, ni jamás habían visto cristiano alguno.

Hasta el día 11 marzo continuaron las visitas de los indios; se ofreció un indio a pasar en el bergantín, que no se admitió sin beneplácito de su cacique por no disgustarlos, y conseguido, lo embarcaron, y él muy contento quería arrojar al agua el pellejo con que se cubría. No pudimos salir la barra hasta esta día, sin embargo de haberse largado para este fin el día 23 del antecedente mes, lo que hicimos por 13 palmos de agua, y con felicidad llegamos el día 18, donde hallamos la noticia de haber don Juan de la Piedra seguido viaje a Buenos Aires, y que se hallaba comandando aquel establecimiento don Francisco de Viedma.

Con las noticias referidas del Río Sauce, resolvió don Francisco Viedma pasar a aquel paraje, lo que puso en práctica en el día 11 de abril, que salieron del Puerto de San José, y en el día 18 entraron la barra de dicho río, y se dio fondo a tres leguas de la boca, y luego se continuó a navegar río arriba hasta las seis horas, de la   —78→   tarde en que se fondeó segunda vez, y en el siguiente día se subió más arriba, como a distancia de 9 leguas de la boca del río.

Los indios continuaron a venir a bordo, y los nuestros a tratar con ellos, dándoles de comer y algunos regalos; y sin embargo de mostrar en sus movimientos algunas desconfianzas, no hubo novedad por el cuidado con que nos manejábamos; y en el día 23 de abril se empezó el trabajo de levantar un fuerte, cortándose madera para él, abriendo un foso, las oficinas y ranchos precisos, habiéndose escogido terreno para el establecimiento en la margen del S de dicho río; lo que se continuó hasta aquel.

Día 20 de mayo, llegaron los toldos que tenía el cacique Negro, que se conserva de paz con nosotros en Buenos Aires, entre los cuales venían dos negros que habían cautivado en el distrito de Buenos Aires, y una muchacha que tendría 12 años, que se rescató. El cual cacique entregó al Comandante una carta del Excelentísimo Virrey don Juan José de Vertiz, que se la había confiado para conducir por tierra.

Hasta el día 13 no hubo cosa notable que expresar; este día creció tanto el río, impelido por la agua del mar agitada de vientos muy frescos, que inundó toda la nueva población empezada de la parte del S, creciendo el agua tres cuartas sobre el terreno; de suerte que la gente se subió sobre los ranchos para escapar, la cual no tuvo de duración más de media hora, ni hizo perjuicio a los géneros y provisiones, por no haberse desembarcado. Por cuya causa juzgó el Comandante, que era preciso mudarla para la parte del N en que había terreno alto y adonde no podrían llegar las crecientes; lo que se ejecutó inmediatamente, y se queda trabajando en un fortín de 55 brazas en cuadro, con su foso, para cubrir las provisiones, gente y pertrechos, de alguna invasión que intenten los indios, en que se montarán algunos pequeños cañones.

Éstas son las noticias que se tienen de estos nuevos descubrimientos hasta el presente.



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ArribaAbajo- VIII -

Diario que principia el 21 de setiembre de 1778, en que se da noticia de la expedición y destacamento, que por orden del Excelentísimo señor Virrey, don Juan José de Vertiz, marchó al campo del enemigo, reconociéndolo hasta llegar a las Salinas, que se hallan en las campañas yermas del Sud


Comandaba dicha expedición el Maestre de Campo don Manuel de Pinazo, y la escoltaba el capitán don Juan de Serdens, con un destacamento, que se componía de un teniente, un alférez, tres sargentos, tres cabos, un tambor y 65 dragones. Las carretas que se conducían para traer carga de sal eran 580 y 20 del equipaje, carretillas y carretones; los picadores de dichas, 600, los soldados de guarnición, 400 entre blandeguez, milicianos y dragones, y los carpinteros, boyeros, interesados y agregados pasaban de 300. Las caballadas se componían de 2600, y la boyada pasaba de 12000 bueyes.

Desde el referido día 21 de setiembre hasta el 4 de octubre, fueron concurriendo todos a la frontera de Luján, distante 20 leguas de esta capital, rumbo al N. Dicho día 4 de octubre se pusieron en marcha para las referidas Salinas, con 250 carretas, y se fue a dormir al paraje del Durazno, 5 leguas distante de la frontera de Luján, al O, donde hay lagunas medianas; y esta noche llegaron más carretas.

Día 5. Al amanecer, según lo acostumbrado, se tocó la generala y se marchó al mismo rumbo, poco más o menos, hasta parar en el paraje de las Saladas, distante 6 leguas del antecedente, donde llegaron ya 415 carretas; y en dicha parada se encuentra muy poca agua dulce para la gente.

Día 6. A la misma hora se marchó hasta el paraje de Chivilcoy, distante dos leguas del antecedente, donde igualmente hay muy poca agua dulce, y aquí pasaban de 470 carretas las que se   —80→   juntaron. Así en éste, como en los demás parajes sobredichos, se encuentra suficiente cardo para guisar.

Día 7. A la misma hora se emprendió la marcha, y fue a parar al paraje de Palantelen, distante 10 leguas, y en medio de ellas está el Río Salado, que se pasa con el agua hasta la falda; en la parada sólo hay leña de duraznillo, pero agua suficiente.

Día 8. Se hizo descanso en el sobredicho paraje de Palantelen, donde se juntó en un cuerpo toda la expedición arriba relacionada.

Día 9. Al amanecer siguió la marcha; y fue a parar al paraje del Médano Partido, distante 12 leguas, en medio de cuyo distrito se encuentran a la izquierda tres lagunas, iguales y bien grandes, que se llaman las Tres Hermanas, y en la abra y bajo que forma el médano, hay agua sobreabundante y muy exquisita, y no falta leña con que guisar.

Día 10. A las siete siguió la marcha, y fue a parar al paraje de la Cruz de Guerra, a distancia de 6 leguas, donde se encuentra una laguna grande, pero sin leña.

Día 11. A la misma hora se emprendió la marcha, y fue parar al Juncal, que es una laguna grande, distante del paraje 10 leguas, sin leña.

Día 12. A las cinco y media de la mañana siguió la marcha, y paró a distancia de 5 leguas, en unas lagunas, que por no tener nombre se lo puso del Pilar, donde hay alguna leña de cardo.

Día 13. Se marchó a la misma hora, y se fue a parar al paraje de la Cabeza del Buey, a distancia de 8 leguas del antecedente. Es lugar de muchísima agua, y allí salió el cacique Tipa, de los de paz con esta capital, trayendo consigo varios indios e indias a vender cueros y otros efectos; y se reconoció, en dicho lugar vestigio de haberse ausentado poco ha los indios enemigos de él; no hay leña, pero suple en su lugar la mucha osamenta que se encuentra.

Día 14. Por la tarde siguió la marcha, y paró en una cañada muy hermosa, a las 5 leguas de distancia, la cual por no tener nombre se le puso de Vertiz. Tenía muchísima agua, aunque parecía no   —81→   ser permanente; no había leña. Allí, llegó el hijo del cacique Zorro Negro, con varios de sus indios (que son de paz con esta capital), a hacer varios cambalaches; digo de paz con esta capital porque con Córdoba no la tienen, ni estos ni los antecedentes de Tipa.

Día 15. Se marchó al romper el día, y se paró a media legua, en unos médanos de mucha agua, llamados el Juncal, a 7 leguas de distancia; y los dichos indios de Zorro Negro siguieron sobre la marcha.

Día 16. Siguió la marcha a la misma hora, y paró a las 8 leguas en un campo sin nombre. Este día a las cinco y media de la tarde dieron parte de verse 10 indios; y habiéndose hecho alto en un bajo, fue la gran guardia a reconocerlos, y viniendo formados con sus lanzas, a distancia de un tiro de fusil hicieron alto, y se adelantaron sólo tres, hasta cerca de la avanzada, a la que preguntaron a qué venían y qué buscaban; y sin aguardar respuesta alguna se retiraron a galope, y viéndose con los demás, se huyeron y desaparecieron.

Día 17. Se marchó hasta parar en la laguna del Monte, distancia de 7 leguas; dicha laguna es muy grande, y tiene un monte enmedio.

Día 18. Siguió la marcha hasta los manantiales de Chaves, distante 5 leguas; es lugar sin leña.

Día 19. Se marchó hasta parar en la laguna de los Paraguayos, a distancia de 6 leguas; este día se costeó la laguna de San Lucas, a la izquierda del camino, que es también criadero de sal. Hubo mal camino y se ahogaron dos bueyes en el carril por la mucha agua, y en dicha laguna de San Lucas hay mucha leña, que llaman de cachiyuyo.

Día 20. A las seis siguió la marcha, hasta parar en el paraje de las Toscas, a distancia de 7 leguas. En este paraje se encontraron cenizas de 35 fogones de indios enemigos, donde habían tenido otros tantos toldos; y se hallaron una porción de odres partidos, de los que habían tomado los dichos indios a las dos tropas de arrias que mataron en el camino de las Tunas, pocos días antes.

Día 21. Se caminó a la misma hora, y se arregló en la laguna   —82→   de los Patos, a distancia de 6 leguas, en donde no se halla leña.

Día 22. A la misma hora siguió la marcha, al poniente recto, y pasado de mediodía se llegó a la laguna de Salinas, a distancia de tres leguas del paraje antecedente y no se ha declarado el rumbo de las anteriores caminatas por lo variable de él. Pero según la práctica de los baqueanos, se halla dicha laguna en semejante situación, y las distancias que se demuestran según el pitipié, tanto de esta capital como, de la jurisdicción de Córdoba, Punta de San Luis, Santa Fe y camino del comercio. A distancia de 16 leguas de dicha laguna, rumbo al S, se halla otra dicha, igual a la antecedente por lo respectivo a la sal.

La mencionada primera laguna de sal tiene de circunferencia 8 leguas, y a la margen de la parte del N varios manantiales de agua dulce, que nacen de unos médanos pequeños y corren hasta entrar en ella. A la parte del S tiene unas montañas inmensas de arboledas muy frondosas, capaces de trabajar tablas, casas y cuanto se quiera de ellas; y son el paradero y albergue de los indios enemigos que bajan de la sierra. Últimamente, a distancia de dos leguas de dicha laguna, a la parte del N, se hallan juntos muchos manantiales de agua dulce, muy copiosos; que a cortas distancias de su nacimiento forman otras tantas lagunas, que se mantienen sin que tengan curso ni desagüe para otra parte.

Aquí se mantuvieron gordas las boyadas y caballadas de la referida expedición, y se mantendrían del mismo modo, aunque fuesen tres tantos de ganados. Este paraje es el puerto primero donde descansan, se juntan y refuerzan los indios enemigos que salen de la sierra para pasar a invadir y asesinar nuestra frontera y caminos, y a la tornavuelta les sirve no sólo de descanso, sino también de invernar, lo que también ejecutan en varias estaciones del año, que se mantienen en aquel lugar, potreando y tomando animales baguales y cimarrones, que hay innumerables. No se puede encontrar paraje más aparente y a propósito para ejecutar lo proyectado en el párrafo 54, de la relación de 22 de febrero del presente año de 1779; pues ocupado éste por los nuestros del modo que allí se previene, como que así lo demanda la necesidad presente, se les coarta absolutamente la libertad de la entrada e invasiones de este enemigo; pues aunque les queda campo para poder entrar sin ser sentidos, como para llegar a asesinar en los caminos y fronteras, es necesario que se internen lo menos ciento y tantas leguas adentro, dejando   —83→   atrás esta guía avanzada de los nuestros, es dificultosísimo que se atrevan a ello, por la contingencia de la salida, teniendo privado el lugar de su descanso e invernada.

Con semejante ocupación quedarían por nuestras las campañas yermas, y resultarían otros innumerables beneficios que omito deducir, sin que haya en todo lo dicho la más leve duda ni dificultad; bien entendido que, resultando estos a todas las provincias circunvecinas, es muy de razón y justicia trabajen todas ellas, igualmente en la consecución y conservación de semejante fortaleza: que aunque se padezca algo al principio, nunca será equivalente al beneficio que se logrará, como ni tampoco los gastos que se puedan emprender. Y es lo que puedo decir, exigido del sumo amor al real servicio, de mis superiores y de la patria, y del deseo positivo de la libertad de enemigo tan temerario, salvando en todo el mejor dictamen y parecer.




ArribaAbajo- IX -

Informe sobre el Puerto de San José, por don Custodio Sa y Farias


Excelentísimo señor:

En ejecución de la orden de Vuestra Excelencia expresada en el oficio de 21 del presente mes, por la cual se sirve Vuestra Excelencia mandarme que, en vista de las reales órdenes expedidas en junio del año próximo pasado, sobre los nuevos establecimientos en la Costa Patagónica, de los diarios y planos que han resultado de la expedición que Vuestra Excelencia mandó hacer en dicho paraje, le diga yo mi sentir muy reservadamente acerca de la calidad del Puerto de San José, si puede ser el de San Matías o Bahía sin Fondo, y que utilidades o ventajas proporcionará para la navegación y comercio, pues aunque no sea el que se busca, habrá de mantenerse, si debe recelarse que con el tiempo suceda lo que la real orden anuncia; y asimismo que reconocimientos han de continuarse para la perfecta instrucción de la situación y Puerto de San José antes de hacer un formal establecimiento; si por sus circunstancias puede contarse con su segura permanencia, o   —84→   convendría desde luego abandonarlo; y que apunte yo todo lo demás que considere conveniente a los fines propuestos.

Después de agradecer a Vuestra Excelencia la confianza que conceptúa de mi débil capacidad para haber de formar juicio en una materia de tanta consideración e importancia, y tan recomendada por su Majestad, pasaré con el celo con que desea emplearme en su real servicio, a expresar a Vuestra Excelencia lo que siento en este particular.

En el papel remitido a Vuestra Excelencia de la Corte, he leído una descripción bien circunstanciada del Río Negro y del Río Colorado, y los urgentes motivos que su Majestad tiene para hacer en ellos los nuevos establecimientos; y que se halla informado que las riberas del mar son tierras areniscas; pero que en lo interior del país entre los dos ríos, es el suelo excelente y adaptado a todo género de cultivos.

En la expedición que pasó presentemente a esta costa, mandada por don Juan de la Piedra, veo que se ha descubierto una gran bahía, y en ella, de la parte del sud, un puerto por la latitud de 42 grados 10 minutos, que por su dilatada grandeza y admirable fundo puede admitir en sí las mayores armadas. La descripción sobredicha, mandada por la Corte, pone la Bahía sin Fondo en 41 grados 30 minutos, que es la misma latitud con poca diferencia de minutos en que se halla esta bahía (nuevamente descubierta) en su medio, y siendo la propia, debería desaguar en ella el Río Negro, que no consta hallarse en dicha bahía; y sólo en su entrada, de la parte norte, trae el plano presentemente levantado, un río que denomina Colorado, en 41 grados 5 minutos, que dice el diario no se pudo examinar; y por la latitud de 39 grados 38 minutos al norte del antecedente, coloca otro que nombra del Sauce, de que también no trae el examen. Si estos son los dos ríos que se buscan, vienen en dicho plano y diario con los nombres trocados, pues el que queda de la parte del norte debe ser el Colorado, y el que queda al sud, el Negro, esto es, el Sauce; pues el informe, remitido por la Corte así los considera, y todos los mapas antiguos y modernos, de esta suerte los colocan. Y últimamente se confirma por el diario de la expedición que Vuestra Excelencia mandó contra los indios teguelches, mandada por don Manuel de Pinazo el año de 1770, que pasó (caminando por las pampas de Buenos Aires) hasta el Río Colorado, que atravesó; y asegura que el Río Sauce o Negro queda más al sud del antecedente.

Esto supuesto, parece que hasta ahora no se ha examinado y descubierto más que una bahía y puerto, y que falta por examinar los ríos mencionados en las reales órdenes, porque de ellos debemos inferir que dicha   —85→   bahía es la denominada sin fondo, o si en la entrada del Río Negro hay otra bahía a que mejor convenga este nombre; pues en el papel remitido de la Corte, se dice:

«Que en la embocadura del Río Negro hay un puerto mediano sobre la derecha, que llaman de San Matías».



Y no sólo éste se debe examinar, pero también el del Río Colorado, en donde su Majestad manda que en su embocadura se ponga un fuerte de menor consideración para defender igualmente su entrada.

Toda la circunferencia de la bahía que se acaba de descubrir, se debe examinar escrupulosamente para ver si en ella desemboca algún río caudaloso y navegable; porque hallándose, será esta bahía buscada, también se debe visitar la sierra opuesta a su entrada, que queda al lado del oeste, pues parece natural que de ella desagüe algún río, o corra por sus faldas alguno que venga del interior de la campaña; finalmente se deben examinar de la misma suerte los dos ríos Negro y Colorado, y su terreno intermedio.

El diario del padre Cardiel que Vuestra Excelencia conserva, del viaje que hizo 70 leguas del Volcán para el sud por tierra, dice lo siguiente:

«Desde el Volcán, caminando por cerca de la costa del mar, hay como 100 leguas hasta el Río Colorado, sin habitación de indios; en este y en el de Sauce que está como 30 leguas más allá, y en su intermedio, habita la nación teguelche, que tiene poca comunicación con los cristianos; puebla esta nación las orillas del mar por aquella parte, y más allá, y en su intermedio, habitan otras muchas naciones hasta el Estrecho, no por la costa del mar, que es tierra estéril, sino por tierra adentro, según las noticias que nos dan los serranos, aticaes y los teguelches».



Lo que comprueba las noticias de la Corte, referidas, es la relación circunstanciada de Mr. Falkner, que certifica ser el terreno entre los ríos muy adaptado para poblaciones, y aun en las orillas del mar, como se verifica del citado diario, que en otro discurso dice lo siguiente:

«Que los serranos y aucaes dieron noticia al dicho padre del grande número de gente que habita entre los dos ríos, Colorado y Sauce, y de los bosques y otras utilidades que allí había, necesarias para fundar pueblos».



A mi entender no se debe abandonar el Puerto de San José,   —86→   nuevamente descubierto, porque de él se puede salir a examinar los sobredichos ríos y terreno intermedio, con más comodidad que de otro lugar que no tenemos en aquella costa. Me hago cargo de la falta de agua que en él se experimenta; más la diligencia y trabajo la podrán facilitar. Se debe examinar si los manantiales de agua dulce, que dicen estar distantes 4 ó 5 leguas, están en paraje de no poderse conducir al puerto, esto es, si tiene declivio4 el terreno; porque con cualquiera pequeña abertura se podrá conseguir; y no pudiendo vencerse, si el terreno próximo a dichos manantiales es capaz para cultivo, mudando la población a él, y dejando en el puerto un fuerte para respeto del establecimiento, también se podrá mandar de aquí un cierto número de bueyes mansos y carretas para conducir el agua que se ha de beber, en cuanto no se descubren otras providencias.

El mismo recelo que tiene su Majestad (y pretende evitar) por los dos mencionados ríos Negro y Colorado, debe haber por este puerto; porque siendo tan fácil el desembarque a cualquiera nación, está facilitado igualmente el poder internarse a las campañas inmediatas y a los sobredichos ríos, (que no pueden estar lejos) y seguir por ellos su navegación cuando lo intentasen.

Me ocurre también una reflexión, a mi parecer digna de atención, para no despreciar dicho puerto, y es, que en el caso de que los ríos Negro y Colorado no dejen entrar embarcaciones en sus puertos por falta de fondo y otras incomodidades inevitables, vendrá a suceder que todo el peligro que en ellos considera Su Majestad, recaerá en el puerto nuevamente descubierto, lo que pide una deliberación muy seria y prudente.

Cuanto a las ventajas de la navegación, me parece que sería muy útil el dicho puerto, tanto para los que naveguen a Malvinas y a San Julián, o a algún otro establecimiento que se verifique en la costa, teniendo en el camino un puerto en que entrar en caso fortuito, como a los navíos que fueren y vinieren para el mar del sud; cuya utilidad no menos resultará a favor del comercio de quien puedan ser dichas embarcaciones. El que se podrá hacer con los establecimientos que nuevamente se levantasen, aún lo ignoramos, en cuanto no se descubra el terreno adyacente a ellos, sus frutos y producciones, y que se tomen medidas proporcionadas para hacerlos útiles.

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Con respecto a la calidad del Puerto de San José, tiene éste las grandes ventajas de su excelente fondo para toda clase de embarcaciones, sin obstáculo en su entrada, sin bancos ni escollos en que puedan peligrar los navíos; y sólo halló que por su grande extensión y anchura será expuesto a los temporales. Pero como los más peligrosos los considero del semicírculo de éste hasta oeste por el sur, y que las embarcaciones pueden fondear muy cerca de tierra, me parece que no quedan tan expuestas de este lado de la población, por venir el viento de sobre la tierra, que, aunque sea baja, siempre de este lado hará que junto a ella se minore la agitación de la mar, y las buenas amarras serían el remedio y seguridad de los buques que allí entraren.

El puerto denominado de San Antonio en el nuevo plano, se debe examinar, observando con exactitud sus bancos, escollos, fondo y canales, porque poblándose entre los dos ríos mencionados, o en alguno de ellos, podrá venir a ser muy útil el cubrir y asegurar también este puerto; y más, siendo el camino como refiere el mismo padre en su diario, en el día 29 de mayo, que es el siguiente:

«Quede pues sabido para todos, que este camino desde la salina del Volcán hasta cuatro leguas más allá del Arroyo de la Asumpción de donde nos volvimos, que por tierra adentro es cosa de 70 leguas, es camino no sólo de cabalgaduras sino también de carretas, sin pantano alguno, con pasos por los ríos, aun por los dos grandes de las barrancas, con leña para pasar; porque, aunque en algunas partes hay muy poca, se puede cargar donde la hay; con abundancia de agua; de manera que casi siempre se puede hacer mediodía, en un arroyo y noche en otro.

»Para llegar al Río Colorado, que dicen ser grande y con mucha abundancia de sauces altos y gruesos, no faltan, según lo que pude averiguar, sino cosa de 30 leguas: este trecho será de las mismas calidades que el de 70 andado. Del Colorado al río Sauce, habitación de las tolderías de los teguelches, debe haber otras 30, y hablan mucho los indios de su fertilidad; con que seguramente se puede ir con carretas hasta el río Sauce».



Es cuanto me ocurre expresar a Vuestra Excelencia en cumplimiento de su orden, deseando haber acertado en alguna cosa que pueda resultar en utilidad del real servicio.

Buenos Aires, 25 de marzo de 1779.

Custodio Sa y Farias



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ArribaAbajo- X -

Segundo informe de don Custodio Sa y Farias sobre el Puerto de San José


Excelentísimo señor:

Muy señor mío: En ejecución de la superior orden de Vuestra Excelencia, en que me manda exprese mi dictamen sobre los establecimientos de la Costa Patagónica, en vista de los documentos y oficios que se han producido desde que se dio principio, al importante objeto de estos descubrimientos, siendo el de mayor consideración el de evitar que otra cualquier nación se pueda establecer en aquella costa, en grave perjuicio del derecho incontestable que tiene el Rey Nuestro Señor a aquellos terrenos; de que igualmente podría resultar el grande inconveniente de que se internasen por aquel continente, procurando la comunicación con nuestras poblaciones inmediatas a la cordillera de Chile y que siendo éste el fin principal, no es de menor consecuencia, el útil establecimiento de la pescaria de la ballena, formándose una fábrica en lugar a propósito para conseguirse; sin perder de vista la extracción de la sal, ramo tan considerable para el abasto de esta provincia, como para la salazón de carnes que se mandan conducir a España; lo que todo consta con evidencia por el contesto de las reales órdenes expedidas a este superior gobierno.

Sin embargo de que considero estos delicados e importantes puntos superiores a mi débil capacidad, no puedo dejar de sujetar mi obediencia a los preceptos de Vuestra Excelencia, exponiendo mi dictamen, sino con el acierto que deseara, con aquel celo y fidelidad con que mi deseo procura acreditarse en el real servicio.

En consecuencia de las averiguaciones y exámenes que se han producido hasta el presente en la costa Patagónica, consta no haberse descubierto puerto más a propósito que el de San José, en que puedan entrar toda calidad de embarcaciones, aunque sean de alto bordo, sin embarazos ni bajíos, ni falta de fondo que pongan en peligro su navegación; y sin embargo de haber en sobre dicha costa otros puertos, estos solamente pueden dar entrada a las embarcaciones, con la circunstancia de deber esperar la subida de las mareas y vientos favorables para introducirse en ellos, siendo obligados a fondear sobre la costa con el peligro de un viento de travesía que las estrelle en ella, lo que no sucede en el de   —89→   San José, pues en la bahía que antecede a este puerto, que tiene 20 leguas de abra, y más de profundidad, con un fondo admirable, no hay que temer su entrada. De ésta se pasa al lado del sur, por un estrecho de tres cuartos de legua de ancho, que da tránsito al puerto, que en otra bahía capaz de contener en su seno una armada, de la misma suerte limpio y de buen fondo.

Si alguna potencia extranjera intentase establecerse en esta costa, no despreciaría el Puerto de San José, no sólo por lo que llevo expuesto, mas porque podría entrar en él con mayor número de navíos, para con ellos poder hacer oposición, cuando se intentase expulsarla de allí; por ser natural que no emprendiese una conquista en país ajeno, sin fuerzas suficientes para sostentarla.

En la información que presentó a Vuestra Excelencia el teniente de infantería don José Salazar, sobre las calidades de la situación del Puerto de San José, donde existió 17 meses, se expresa que el temperamento es saludable, sus aguas sanas, aunque algo gruesas; que son muchos los manantiales de ellas; que el trigo y cebada que sembró, produció, que tiene abundante leña de arbustos de espinillo y poleo; que la península es abundante de pastos y muy defendida, porque su garganta o angostura no tiene más de media legua, y que está segura, y cierra 50 ó 60 leguas que dicha península tiene de largo. Que en el puerto entran muchas ballenas; que vio una salina de sal de piedra de 4 ó 5 leguas de circunferencia; que en aquella costa hay ricos y abundantes pescados y mariscos, y que aquel campo abunda de liebres, huanacos y leones, de que se sustenta aquel destacamento.

De cuya exposición se debe inferir que las primeras informaciones se dieron sin preceder las exactas averiguaciones que pedía un asunto de tanta consecuencia, y que por sus circunstancias, sino debe despreciar aquel puerto y su continente, es de necesidad explorarla con más prolijidad, antes de decidirse por ningún proyecto de poblaciones.

Se ha supuesto según las primeras noticias, que el terreno de dicho puerto no es propio para sementeras; pero esto era preciso que la experiencia lo demostrase, haciendo repetidas pruebas en diferentes situaciones. Alegan que no hay aguas suficientes, sin embargo de haber algunos pozos en que la hay salobre; mas que a distancia de 3 ó 5 leguas se hallan manantiales de agua muy buena, de donde se puede conducir para gasto del establecimiento. También en éste se pueden fabricar balsas o aljibes en que se puedan recoger las llovedizas, supliendo, el arte el defecto de la naturaleza. La falta de leñas es otro obstáculo   —90→   que se propone para su permanencia, pero no se niega que hay bastantes de pequeños y delgados arbustos. La última dificultad consiste en ser el puerto desabrigado en su fondeadero, por ser el terreno que lo cerca bajo; pero esto se puede vencer con buenas amarras, buscando el fondo más adaptado para las anclas, y me consta lo hay y más abrigado al lado del oeste, próximo a tierra. Hay muchos puertos que tienen éste y mayores defectos; pero con todo no se abandonan, cuando de ellos resulta utilidad al soberano que los posee.

Es innegable que este Puerto de San José es el más a propósito para el establecimiento de una armazón de ballenas, pues antes de entrar a él, existe la gran bahía, en donde se podrá hacer la pesca, sin salir al mar largo, aun dentro del mismo puerto; pues en él, en menos de dos meses, se pescaron y beneficiaron 14 ballenas, como lo afirma el teniente don Juan Salazar.

Los portugueses, en todas las armazones que tienen establecidas en la costa del Brasil, salen en lanchas pequeñas al mar alto a hacer la pesca, y a remolque con las mismas lanchas conducen a tierra las ballenas para beneficiarlas. Me hago cargo de no haber en esta situación leñas gruesas para el abasto de una semejante fábrica, pero esta falta se puede prevenir conduciéndola de donde la haya más próxima, en embarcaciones proporcionadas a este trajín. Mayor inconveniente tienen las embarcaciones extranjeras que vienen de tan lejos a estos mares, y benefician las ballenas y la esperma sobre sus cubiertas; para lo que necesariamente deben conducir leñas, y este embarazo no los priva de continuar en este trabajo todos los años, en la estación propia.

Es también dicho Puerto de San José muy útil para la extracción de la sal, por la gran cantidad y buena calidad que en él existe, de cuyo artículo podrán cargar las embarcaciones, que a él naveguen, con víveres o comercio; siendo tan importante este ramo para el abasto de estas provincias, y salazón de carnes que deben pasar a España.

Semejantes establecimientos en sus principios, Excelentísimo Señor, no se pueden conseguir sin expensas y sin inconvenientes; pues si todo se hallase a medida de nuestros deseos, ni el arte, ni las diligencias y trabajos tendrían mérito.

De la conservación de este puerto y de este establecimiento se sigue igualmente la utilidad de que nuestros navíos que pasan al mar del sur, y de éste al del norte, sabiendo que pueden en él recalar o arribar en urgente necesidad, tendrán la consolación de hallar un tal   —91→   abrigo en unos mares tan tempestuosos y en los dominios de su Agusto Soberano. Bien considero que las embarcaciones que allí arriben no hallarán los socorros que necesiten; pero los podrá haber con el tiempo, formándose un depósito de los géneros más precisos, para poder con ellos acudir a las necesidades de las embarcaciones arribadas. Y siendo las aguadas para las mismas el renglón más importante, ninguna dificultad considero en que se vayan a hacer en el Puerto del Río Negro, que se halla tan próximo de aquella bahía, enviando los toneles o pipas en embarcaciones que demanden poco fondo.

Parece que la Providencia ha permitido que las naciones extranjeras, principalmente la inglesa, no haya descubierto este puerto, porque si esto hubiera acontecido, sin embargo de sus incomodidades, que me parecen insignificantes, se hubiera aprovechado de él; pues ansiosamente lo ha solicitado conseguir en la costa Patagónica.

El Rey de Inglaterra, Carlos II, expresamente ordenó al Caballero Juan Narborough, pasase a reconocer el Estrecho de Magallanes y la costa Patagónica entre dicho estrecho y las poblaciones españolas, con orden de abrir, si le fuese posible, alguna correspondencia con los indios de Chile, estableciendo con ellos cualquiera especie de comercio. Las vistas de este soberano en ordenar este viaje, no eran solamente de hacer alianza con estos pueblos bárbaros para intimidar a los españoles y encerrarlos por este lado, mas se extendían a otras ventajas independientes de estos motivos políticos. Consideraba que el comercio inmediato con estos indios, podría ser sumamente útil a la nación inglesa, extrayendo por los mismos indios el oro de las minas más ricas que los indios de Chile ocultan a los españoles, dándoles en cambio armas y municiones de guerra y otras comodidades que les hiciesen abrir sus minas; y que por la asistencia de los ingleses y su protección vendrían a formar estos indios un pueblo considerable, etc. (Voyage de Anson tom. I, pág. 231). Estos mismos pensamientos y deseos pueden aún existir, y me parece muy importante el prevenirlos en semejante caso, y mucho más después de llegar a su noticia esta descubierta, y teniendo noticia de ser éste un puerto capaz de contener la mayor armada, y de una entrada tan fácil y segura.

Paso a reflexionar que, sin embargo de no poder entrar en el Puerto del Río Negro sino embarcaciones de pequeño porte, con todo no debemos abandonarlo, porque de las márgenes de su río e islas, se pueden extraer leñas para el abasto de la armazón que se pretende establecer en el de San José, por ser el lugar más vecino de éste; se pueden en dicho río hacer las aguadas para los buques que la necesiten, siendo   —92→   para éste y otros fines indispensable conservar aquel presidio, para que cubra y defienda de los indios estos trabajos, y para procurar de atraer estos bárbaros al comercio de ganados y caballos, que pueden pasar de allí, como han pasado por tierra 100 caballos y 80 reses vacunas el año de 1783, tiempo en que dicho Salazar pasó desde San José al establecimiento del Río Negro; y según la extensión de aquella península, y sus abundantes pastos, se podrá aumentar el ganado, de suerte que pueda ministrar carnes a todas las poblaciones que se establecen en la costa Patagónica; pues si los ingleses pretendían tener habilidad para extraer por medio de los indios el oro de Chile, y comerciar con ellos, ¿por qué no la tendremos nosotros para extraer de los indios pampas ganado y caballos?

El descubrimiento de este Río Negro no se ha concluido; el piloto de la real armada, don Basilio Villarino, lo hizo hasta la latitud de 39 grados, y me parece muy conveniente que se concluya; pues con bien fundadas razones debemos argüir, que desde su origen encamina su curso hacia las inmediaciones de la ciudad de Mendoza; y verificándose, como es de presumir, podrá dar la mano esta ciudad y las poblaciones circunvecinas, con la del Río Negro, trayendo víveres a ella, y llevando en retorno la sal; cuya averiguación también facilitaría un camino de tierra, para de Mendoza conducir ganados y caballos al Río Negro. No dejo de advertir que el camino de tierra no se podrá transitar sin que sea por un cuerpo de tropas milicianas; pero como esto no se practicaría sino raras veces, no causaría grande incómodo, quedando el camino del río conocido para los viajes más repetidos. Este camino de tierra también sería importante en caso de ser preciso bajar un socorro de gente al Río Negro o Puerto de San José, desde Mendoza y demás ciudades vecinas; pues de no haberlo se vería en la precisión de hacer el gran rodeo de venir a buscar las campañas de Buenos Aires.

Esta averiguación y examen no se debe hacer en falúas ni pequeñas embarcaciones de quilla, mas sí en canoas, porque encontrando éstas obstáculos en el río, se sirvan con facilidad, pasándolas por encima de los arrecifes, y si encuentran saltos, se descargan y arrastran por tierra hasta vencer las dificultades, en donde se vuelve a cargar; lo que no se puede practicar con embarcaciones de quilla. De esta suerte navegan los portugueses por todos los ríos del Brasil, sin que les impida ni saltos ni arrecifes. Yo mismo navegué en canoas 324 leguas, desde la ciudad da San Pablo, en el Brasil, hasta la población del río Igatimí, bajando por el Río Tieté, que tiene 30 arrecifes y dos grandes saltos, la mayor parte de aquellos en que es preciso descargar las canoas, y saliendo al río Paraná, que navegué 80 leguas aguas abajo, subí el río   —93→   Igatimí que tiene 16 ó 17 arrecifes, trabajosos de subir, y los más de descargar las canoas y subirlas a la carga; y en dos meses llegué a aquella población, con ocho canoas cargadas de gente y víveres. Igual tiempo gasté en el regreso a San Pablo, y cuando se quiera adoptar este método, que es el más propio, lo circunstanciaré con toda claridad.

De abandonarse la población del Río Negro, se sigue el abandonar los medios que nos pueden facilitar el descubrimiento de los terrenos incultos que median entre nuestras poblaciones de Mendoza vecinas a la cordillera de Chile y este establecimiento, por ser incontestable, que por este río y sus brazos se facilitará con más comodidad, de que por tierra; ni me hacen fuerza las dificultades halladas por el piloto Villarino en la navegación del río; pues así como él lo descubrió hasta el paraje donde llegó y dejó de continuar por falta de socorro, ¿por qué no se podrá continuar lo que falta hasta donde sea posible? Además, que en semejantes ríos hay cierta estación del año en que corren más caudalosos, que es el tiempo de las lluvias, y en este río con mayor razón, en el tiempo en que se derriten las nieves de la cordillera, de la cual necesariamente han de bajar muchos brazos y orígenes que le forman, y escogiéndose esta estación para la navegación, se hará la misma con más facilidad y menos inconvenientes; mas siempre en las embarcaciones que quedan indicadas.

A Vuestra Excelencia he oído reflexionar muchas veces cuanto sería importante al real servicio y en utilidad de los moradores de esta capital, que las guardias que guarnecen la frontera para embarazar las incursiones de los indios pampas, se avanzasen a más distancia de la en que se hallan, no sólo para desahogo de las estancias de ganados, como para prevenir a que los indios no llegasen con tanta facilidad a los sitios poblados a robar y matar los pobladores. Este proyecto sería muy conveniente poderle poner en práctica, pues vemos la opresión en que está la frontera ha tantos años, sin poderse dilatar sus moradores fuera del cordón que forman las guardias.

Por esta misma razón, sobre las que llevo expuestas, me parece importantísima la conservación del establecimiento del Río Negro, que da la mano al de San José, y queda más próximo de esta capital; así fuera posible formar a lo menos otro en la punta del E de la sierra del Volcán, que podría ser en el sitio donde los jesuitas habían dado principio a una reducción de indios pampas, llamada Nuestra Señora del Pilar, que se abandonó. Sin duda se pondrán muchas objeciones a un tal establecimiento tan separado de la capital; pero es cierto que si no se procura el ir avanzando terreno, siempre nos conservaremos en el mismo estado oprimidos.

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Esta población, o presidio en un sitio del Volcán, me parece importante, porque con ella iremos poco a poco facilitando y asegurando un camino de tierra para los establecimientos de la costa Patagónica que juzgo indispensablemente preciso, ya para la comunicación con ellos, ya para en caso de ser necesario por algún incidente enviar de aquí socorro de tropas, tener estos puestos de reserva para víveres, pertrechos y transportes por un camino carretero hasta el Río Negro, y más adelante. El estar el Volcán 80 leguas de esta capital, no debe servir de obstáculo a su fundación, pues todos los establecimientos de América tuvieron sus principios distantes de los socorros, y no por esto dejaron de conservarse. Mucho más distantes están los del Río Negro y San José, rodeados de indios bárbaros, y con todo no recelamos que los indios nos obliguen a desalojarlos5.

Después que Vuestra Excelencia se dignó facilitarme el parecer del Superintendente don Antonio Viedma, sobre los establecimientos del Puerto Deseado, y Bahía de San Julián, he mudado el concepto que formaba de estas situaciones, que se habían figurado antecedentemente con un aspecto melancólico, faltos de todas aquellas circunstancias que pudiesen animar la empresa de poblarlos. Pero este Ministro, celoso del servicio del Rey, y muy inteligente observador, demuestra con evidencia las ventajas que él mismo experimentó, y que principalmente el Puerto de San Julián merece todas las atenciones para repoblarse. Su informe es expresivo, convincente y claro, y contiene cuanto se puede desear sobre el asunto.

Presentó el mapa geográfico que Vuestra Excelencia fue servido mandarme ordenase de los terrenos descubiertos, lo que hice por las noticias adquiridas, y planos que se han elevado de los nuevos puertos descubiertos; por él se conocen la correspondencia que tienen unos con otros, y la que tiene esta capital con ellos. Sería yo feliz si Vuestra Excelencia aprobase el celo con que deseo desempeñar el concepto con que Vuestra Excelencia me honra, cuando me dispensa las ocasiones de emplearme en el real servicio, y de haberlo hecho con acierto.

Dios guarde a Vuestra Excelentísimo muchos años, Buenos Aires, 12 de agosto de 1786.

Custodio Sa y Farias



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ArribaAbajo- XI -

Noticia individual de los caciques, o capitanes peguenches y pampas que residen al sud, circunvecinos a las fronteras de la Punta del Sauce, Tercero y Saladillo, jurisdicción de la ciudad de Córdoba; como asimismo de la del Pergamino, Rayos y Pontezuela de la capital de Buenos Aires y Santa Fe; el número que gobierna cada uno, y de los lugares y aguadas que ocupan, y distancias, los cuales se hallan situados sobre los caminos hollados; el de las Víboras descubierto por el Coronel don José Benito de Acosta, y el Maestre de Campo don Ventura Montoya en la expedición que se hizo el año de 76, y el nuevamente descubierto, llamado el de las Tunas, por los Maestres de Campo Diego de las Casas, y don Ventura Echeverría, en la presente expedición, y año de 79


CaciquesNúm. de indios
1.Puñaleph, anciano, vive sobre el camino de las Víboras, en el paraje de Colchague, y gobierna 10 indios con sus familias, en 10 toldos; siendo sus aguadas 7 pozos cavados; dista de la punta del Sauce, 100 leguas poco más o menos. 10
2.Lepian, anciano, tiene 20 en 10 toldos, y vive en Tenel, que quiere decir recado hallado. Tienen dos aguadas cavadas y cercadas, y dista un día de camino de Calchague.20
  —96→   3.Yanquelemus, asimismo anciano, tiene otros 20 en 10 toldos. Vive en dicho Tenel, y tienen dos pozos cavados y cercados.20
4.Curruguilí, que al presente relaciona esta noticia, con José Bruno, en mi presencia y capitanes. Tiene 10 indios en 6 toldos, siendo la aguada una laguna llovediza y pozo cavado, y viven en Antorué, que quiere decir toro muerto, y dista un día de camino de Tenel.10
5.Culucalquin, que quiere decir águila; tiene 16 indios en 10 toldos, y habitan en Maripil, que quiere decir víbora. Sus aguadas son 5 pozos pequeños, y dista de Antorué medio día de camino.10
6.Ancapichui, de mediana edad, que quiere decir perdices, cuñado de Curruguilí, tiene 15 indios en 10 toldos; vive en Chadelanguen, que quiere decir agua salada, y sus aguadas son 5 pozos cavados; dista un día de camino de Maripil.15
7.Tumuilemuí, que quiere decir monte, hermano de Carruguilí, tiene 6 indios en 6 toldos. Vive en Metrenquel, que quiere decir poste parado. Sus aguadas son 4 pozos cavados, y dista un día de camino de Chadelanguen.6
Nota.- Los lugares y parajes que van mencionados, quedan al poniente del camino, con rumbo al naciente, y confinan con los caciques y lugares nuevamente descubiertos sobre las Nuevas Tunas, por dichos Maestres de Campo don Diego de las Casas y don Ventura Echeverría, hallándose dichas tolderías en el medio del referido camino y de las expresadas Nuevas Tunas descubiertas; siendo las tolderías avanzadas en la presente expedición hecha, por los citados Maestres de Campo Casas y Echeverría.
8.El cacique Maripol tiene 10 indios en 5 toldos, siendo la aguada dentro de un médano grande   —97→   que se llama Teguás y dista tres días de camino de Metrenquel.10
9.En el citado paraje se encontraron 3 tolderías más, y unos y otros con los antecedentes componían 22 indios, a los que se les trajo la chusma de 42 piezas.22
10.
11.Llancan tiene 30 indios en 10 toldos, vive en Colulanquen, que quiere decir laguna grande, como en efecto lo es, con tres ajos de agua que la forman, y dista cinco leguas de Teguás, y en el mismo camino, rumbo al sud.30
12.Rainao, que vive en el mismo Colulanquen, y es, el que más supone entre aquellos indios, tiene 30 indios en 15 toldos.30
13.Aygopillan, que reside en la dicha laguna, tiene 20 indios en 10 toldos.20
14.Catruen, que vive a la vista de las antecedentes tolderías, tiene 8 indios en 4 toldos, siendo la aguada 2 pozos cavados.8
15.Painemanque, que quiere decir cóndor anciano, tiene 14 indios, inclusos cuatro hijos, en 7 toldos; vive en el paraje de Quilquil, que quiere decir pájaro chiquito, cuyas aguadas son 4 pozos cavados y cercados. Dista dos leguas del antecedente, sito sobre el mismo camino, tras de un cerro pequeño.14
16.Guaiquiante, que quiere decir Sol, anciano, tiene 15 indios, con inclusión de cinco hermanos en 10 toldos; vive en Arpiel, lugar de monte por el que pasa el camino rumbo al sud; y sus aguadas son 6 pozos cavados. Dista dos leguas de Quilquil, y hay lagunas de agua llovediza. 15
17.Canipayú, que quiere decir pericote, de mediana edad, tiene 15 indios y 5 hermanos en 7 toldos,   —98→   viven en Chin. Sus aguadas son 2 pozos grandes cercados, distantes de Arpiel como dos leguas.15
18.Carimangue, que quiere decir cóndor, tiene 10 soldados en 7 toldos; vive en Mamucanan, siendo su aguada un pozo cercado y tres lagunas llovedizas, y reside a la vista de Chin.10
19.Antuanque, que quiere decir avestruz, tiene 20 soldados en 16 toldos; vive en Conquaí, que dista medio día de camino de los antecedentes. Sus aguadas son 2 pozos cavados y tres lagunas grandes llovedizas.20
20.Pichuimanque, tiene 10 soldados en 6 toldos; vive, en Chaquilque, en distancia de medio día de camino de Conquaí; sus aguadas son 3 pozos cavados. Este lugar está sobre el camino de las Nuevas Tunas, descubierto a la izquierda y rumbo al sud.10
21.Mariñanco tiene 10 indios en 6 toldos; vive en Chadí, a la vista de Chaquilque.10
22Maliguenu, que quiere decir piedras, tiene 10 indios en 6 toldos, y vive a la vista de Chadí.10
23.Antemanque, tiene 11 indios en 6 toldos, y vive en dicho Chadí; siendo la aguada 3 pozos cavados.11
24.Nancopillan, ya viejo, tiene 20 soldados en 10 toldos, vive en Checau, que dista tres leguas de Chadí. Su aguada es un pozo cavado y cercado, bastante grande.20
25.Curripulquí, anciano, tiene 18 indios en 10 toldos; vive en dicho Checau, que dice médano colorado. Está a la vista del cacique Nancopillan, y tiene pozos cavados.18
26.Lanquenerrí, tiene 20 indios en 9 toldos, vive en Caichigua, que dista un día de camino de Checau   —99→   sobre el mismo carril. Sus aguadas son pozos cavados y pequeños.20
27.Chañal tiene 30 indios en 20 toldos, y vive en Relanquen, distante medio día de camino de Caichigua. Sus aguadas son pozos cavados y pequeños.30
28.Maripí tiene 26 indios en 14 toldos, y dista un día de camino de Caichigua, siendo sus aguadas 10 pozos cavados.26
29.Creyu, tiene 20 soldados en 10 toldos, y que vive en Rarrin, un día de camino de Colulanquen, siendo sus aguadas pozos cavados.20
30.Painequeo tiene 17 indios en 8 toldos; vive en Meuco. Sus aguadas son 8 pozos cavados pequeños, y dista un día de camino, sin agua, de Meuco.17
31.Cheuquel, viejo, tiene 20 soldados en 10 toldos; vive en Checalgo, distante un día de camino de Meuco, y tiene pozos cavados.20
32.Caipí tiene 10 soldados en 6 toldos; vive en Colco, que quiere decir médano, y dista un día y medio de camino de Checalgo10
33.Caripí tiene 20 soldados en 10 toldos, y vive en Trobalanquen, dos días de camino de Colco, siendo sus aguadas 7 pozos cavados.20
34.Calloani tiene 17 indios en 10 toldos; vive en Checalgo un día de camino de Trobalanquen, siendo sus aguadas pozos cavados.17
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Del carril citado se aparta otro al naciente, en el que viven los caciques siguientes:
35.Puiñanco tiene 30 indios en 20 toldos; vive en Curruman y se mantienen en pozos cavados.30
36.Anteñauco tiene 20 indios en 10 toldos, y vive en Trobal, junto a una laguna salada, que dista un día de camino de Curruman.20
37.Labangenri tiene 20 indios en 10 toldos, y vive en Caichigoa que quiere decir agua de cerro, y que es laguna permanente; dista día y medio de camino de Trobal.20
38.Canigurri tiene 10 soldados en 8 toldos; vive en Renanco, un día de camino de Caichigoa.10
39.Catrinaoel tiene 30 indios en 20 toldos, y vive en el mismo paraje de Renanco.30
40.Colomilla tiene 24 soldados en 11 toldos, y vive en Guadameo, que quiere decir calabaza. Sus aguadas son pozos cavados, distante un día de camino de Renanco.24
41.Curuante que quiere decir sol, que tiene 10 soldados en 5 toldos, y vive en Remeloo, distante un día de camino de Guadameo, siendo sus aguadas pozos cavados.10
42.Cauchuante tiene 30 indios en 10 toldos; vive en Cunloó, medio día de camino de Remeloo, y tiene pozos cavados.30
43.Tipayante tiene 10 soldados en 6 toldos; vive en Intimeu, un día de camino de Cunloó, y tiene pozos cavados.10
44.Rapimanqui tiene 8 soldados en 4 toldos; vive en   —101→   Noalmapú, un día de camino de Intimeu. Su aguada son pozos cavados.8
45.Runcapayú tiene 8 soldados en 4 toldos; vive cerca de Noalmapú.8
46.Viscalanxen tiene 8 soldados en 4 toldos; vive en Chadilanquen, medio día de camino del antecedente. Sus aguadas son pozos cavados.8
Suman todas las partidas748

Nota.- Siguiendo el mismo camino y rumbo al sud, con tres días de camino, se encuentran las tolderías del cacique Painemanque, que tiene 60 indios, y vive sobre el río Chadilé, que es hondo y barrancoso, y que lo pasan por puentes de sogas, que llaman quanpie, y son peguenches. A las riberas del mismo río, según la relación de los intérpretes, habitan los caciques Ancaloan, Gaiquillan, Guanchupan, Noboluení, Yanquetur, Buenomilla, Umiguanqui, Antemanqui, Llanquel, que vive en Potot; y sobre el mismo río, donde hay dos puentes en distancia de media legua una de la otra, Colomanon y Cologoan, todos caciques. Los dichos intérpretes no dicen el número de indios que gobierna cada uno, y sólo dan a entender que tienen mayor número que los anteriores nombrados; y dan noticia de que más adentro, hacia las faldas de la Cordillera, hay otros ríos caudalosos, distantes dos días de camino de Chadileu, y que se llaman, Vueileo y Neuquen, cuyo tránsito dicen ser sin agua. Que los indios huilliches son enemigos de estos, y que nacen dichos ríos de las Cordilleras; asimismo declaran de los cautivos cristianos que tienen los caciques e indios particulares, a saber: El cacique Lepian tiene una niña y un negrito, de los que llevaron del Saladillo, y tropa del Canónigo; y un soldado del dicho, llamado Peñegant, tiene otra niña chica; y otro, llamado Lemudes, tiene otro negro. Villaguili, hermano de Currugulí, tiene una niña del Saladillo. Antiguaqui tiene otra niña chica. Mariñaco cacique tiene una   —102→   chica. Ayllaphi, hijo de Cheuquemilla, tiene un mulato grande, llamado José. Carigoan, soldado de Carimanque, tiene una señora grande muchos años ha. Humiante, soldado de Canipayú, tiene un mozo. Ruiquilante, hermano de Canipayú, tiene un hija de Bengolea del Río Cuarto, que porque le mataron un hermano se la dieron en pago. Yucanante, hermano de Canipayú, tiene un mozo grande desde mucho tiempo. Guanquemilla, yerno de Raiñaneo, tiene un mozo grande, llamado Juan, de la jurisdicción de Buenos Aires, el que dicen lo hallaron perdido.

Todas estas noticias, parte de ellas son dadas por José Largo y su mujer Teresa López, pampas cristianos que fueron de la reducción de jesuitas, y que al presente se hallan en el Chaco, y parte por José Bruno renegado cristiano, por el cacique Curuilí, y el sobrino del cacique Lepian, que se hallan presentes. Los que asimismo dan razón de los renegados cristianos que habitan en el Chaco, Luis Ramón y Juan Antonio, pampas de la reducción del Río Cuarto que residen en Tenel, Lepian y Llanquelemus. Es lo que se ha podido adquirir de los referidos indios, y aunque he procurado inquirir con preguntas y repreguntas, no se ha podido conseguir más individual noticia. Dada en esta frontera del Río Tercero y Saladillo, en 14 de agosto de 1779.

Diego de Las Casas

Por el seguimiento del enemigo que hicimos en la invasión que se ejecutó en esta frontera del Saladillo, y la presente expedición de 12 de junio, se ha logrado la ventaja de haberles descubierto a dichos enemigos, los carriles, y desentrañádoles en parte sus habitaciones, para mejor lograr castigarles en lo sucesivo; mayormente con la baquía que se ha tomado, de que se carecía en tantos años, como que ni aún los capitanes fronterizos conocían el paraje de las Tunas que se está fortaleciendo. En el día pueden guiar las marchas aun los más escasos de luces, de los que concurrieron a dicha expedición.

Casas



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ArribaAbajo- XII -

Diario de la expedición, que de orden del Excelentísimo Señor Virrey acabó de hacer contra los indios bárbaros peguenches


El día 18 de febrero de este año, (para el que tenía anteriormente dispuesta la marcha para campaña) salí de esta ciudad de Mendoza entre tres y cuatro de la tarde, con un corto número de gente que se juntó, sin embargo de tener citadas para aquel día todas las compañías; y puesto en marcha llegué al ponerse el sol a la barranca del río, donde me mantuve aquella noche.

Día 19. En este día pasé revista de la gente que tenía, y siendo muy corto el número, me fue preciso dar parte de ellos al Justicia Mayor de ésta, (que en mi ausencia había quedado con el mando de las armas) para que inmediatamente hiciese salir y seguirme todos los que se habían quedado; y asimismo me mandase la caballada destinada. Y por este motivo tuve que mantenerme en aquel paraje hasta la resulta de mi orden.

Día 20. Todo este día estuve esperando la gente y caballos que tenía pedidos; hasta que viendo no parecía ni lo uno ni lo otro, ejecuté lo que expresa el día siguiente.

Día 21. Viendo la total inobediencia de los vecinos y moradores en concurrir al cumplimiento de su obligación, mandó a la ciudad al capitán de infantería, don Pedro de Encinas, con dos subalternos y 30 hombres, con orden de que hiciese salir todas las personas útiles, a excepción de las empleadas en justicia y rentas, bajo las penas que ya tenía publicadas por bando.

Día 22. Como con lo que practicaba ya el capitán Encinas me iba llegando alguna, aunque poca gente, empleé este día en alistarla e incorporarla con la otra, que ya estaba. Pero habiendo observado en toda que muchos se presentaban de día, y se desaparecían de noche, regresándose a sus casas, tuve que tomar otra resolución que cortase este inconveniente.

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Día 23. A las doce de él, viendo que aún no parecía el expresado capitán Encinas, mandé aprontarse a la gente para marchar de aquel paraje; a cuyo tiempo tuve aviso de que ya venía aquel, marchando con la que había recogido. Como de facto llegó de allí a poco con solos 53 hombres, entre patricios, portugueses y santiagueños; y haciéndome presente el capitán que aquella gente y sus caballos no habían comido en dos días, les mandé dar ración, con orden de seguirme luego; pues yo en el instante me puse en marcha con la que tenía, hacia el Fuerte de San Carlos, y habiendo llegado al ponerse el sol a la Cañada del Carrizal, (7 leguas de distancia) hice alto para que cenase la gente; lo que practicado, marché a las ocho de aquella noche hasta la Estacada, que dista de este último paraje 10 leguas, donde llegamos a las cuatro de la mañana; y a las nueve y media me alcanzó allí la partida, que se había quedado atrás.

Día 24. En este paraje me detuve hasta la una para las dos de la tarde, en que marché y llegué al citado fuerte de San Carlos, distante 12 leguas, a las nueve y media de la noche.

Día 25, 26 y 27. Estos los empleé en formar y alistar toda la gente; que hasta entonces mucha parte de ella había andado desparramada por las estancias circunvecinas, en recoger ganados y caballos. Arreglé hasta diez compañías, cada una de a 60 hombres con sus respectivos oficiales; lo que no me dio poco que hacer, por haberse presentado aquellas tan escasas de gente, que unas sólo tenían 10 hombres, otras 7 y alguna 3. Hecho el arreglo y repartidas las listas a cada capitán, se dieron éstos y sus subalternos a reconocer a la respectiva gente que debían mandar; que componía el número de 681, inclusives 10 artilleros que manejaban cuatro cañones y tres pedreros de bronce.

Día 28. Este día me fue preciso detenerme a esperar los víveres que había quedado mandarme el Justicia Mayor; de los que por fin llegaron siete cargas solas, de las veintiuna que debían ser; cuyas raciones distribuí a los soldados, por ahorrar el costo de las cabalgaduras de su conducción, respecto a ser aquellas de bizcocho, tabaco y charque.

Día 29. A las diez de este día, sin embargo de no haber llegado lo restante de los víveres, me puse en marcha, y llegue a las tres y media de aquella tarde a lo de Alvarado, distante 7 leguas.

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Marzo 1.º Al romper el día me puse en marcha, y a las once de él llegué a Llaucha, distante 8 leguas.

Día 2. Salí de este paraje, y como a las diez de la mañana llegué a la ciénaga de los Papagayos, distante tres leguas, donde hice alto para esperar el aviso de la partida que anteriormente había mandado a las junta de los ríos Atuel y Diamante, a bombear el campo del enemigo, por ser el paraje preciso de su establecimiento.

Día 3. En este día mandé a las órdenes del reformado don Melchor Sanabria, 12 hombres, al paso de las Salinas, que llaman Orillas del Diamante, a esperar el correo, llevando orden de mandar los exploradores de la junta de los ríos, acerca de que notasen.

Día 4. A la una de éste, viendo que no había aviso de uno ni otro de dicho paraje, marché al arroyo de las Cortaderas, distante 6 leguas, donde llegué a las cuatro y media de la tarde; del que despaché a dicho Sanabria dos hombres al paso de las Salinas, participándole la nueva determinación que había tomado, y el paraje adonde me podía salir al encontrar.

Día 5. En el mismo paraje me mantuve todo este día, esperando a ver si en él venía algún aviso de alguno de los dichos parajes.

Día 6. Como a las doce de éste llegó un hombre despachado por Sanabria, participando no haber novedad alguna hasta el presente, y pidiendo refresco para su gente, que se le mandó; y previno que al siguiente día 7 marchaba con el cuerpo para el arroyo de la Faja. Pero como a las nueve y media de la noche recibí aviso de Sanabria, participando habérsele juntado el capitán don Mateo Urtubia, que fue reconocer la junta de los ríos Atuel y Diamante, diciendo que en todos aquellos parajes no se notaba rumor ni rastro alguno; y si sólo se reconocía la huella vieja, por donde había pasado el enemigo el año anterior.

Día 7. Al salir el sol seguí mi marcha para el río Diamante, distante 5 leguas; llegué y acampé en él a las diez y media de aquel; y distribuyendo ración a la gente, seguí para el Río Atuel, distante 16 leguas, que fue forzoso andar de trasnochada, por no haber donde refrescar la gente, ni pastorear los animales.

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Día 8. A las tres llegué al Río Atuel, donde me detuve todo él; y de allí despaché una partida de 55 hombres, los 5 para recorrer el campo, y los otros para sostenerlos en caso necesario.

Día 9. A las tres de este recibido aviso del capitán don Jacinto Lemus, en que me decía haber recibido un correo del capitán de los indios santiagueños, Mateo Delgado, quien te participaba, que por el paraje que salieron los enemigos con el robo de Chile, se veían cinco rastros, y que éstos habían retrocedido; que aquellos llegaban hasta el paraje de los chacayes, distante de Atuel 6 leguas. Que en este concepto era de parecer me mudase al Río de los Sauces, por estar bueno de pastos. Con este aviso me puse en marcha a las dos de la tarde, y como media legua antes de llegar a los chacayes, recibí, otro correo del expresado capitán Lemus, reiterándome pasase a dicho Río de los Sauces, respecto a que los antedichos cinco rastros se encaminaban al sur, no quedando duda ser de indios. Con esta noticia aceleré la marcha, y como a las once de la noche recibí otro correo del mismo, avisándome hallarse ya en el Río de los Sauces; pero con bastante cuidado de ser asaltado por el enemigo, y así me diese prisa en llegar. Como de facto llegué a las dos y media de la mañana, donde acampé todo aquel día; mandando 14 hombres a explorar el campo, respecto a contemplarme ya una jornada del paraje donde podrían estar las tolderías del enemigo; y poco antes de ponerse el sol, se divisó un humo hecho de aquél. Esta partida me dio aviso a las ocho de la noche de haberse internado los rastros antecedentes como hacia el Potrero, que le llaman del Río de San Pedro; y que por la sierra de la enderecera del Corral de los Huanacos se observaba otro humo; y que con esta novedad hacían ánimo de internarse a su reconocimiento; y que en esta atención procurase yo avanzarme al Río de San Pedro para sostenerlo; lo que ejecuté como se verá por el día siguiente.

Día 10. Al salir el sol me puse en marcha, y habiendo llegado a dicho río a las once y media, que dista del de los Sauces 6 leguas, luego que aposté, recibí aviso de la dicha partida, previniéndome su oficial no notarse novedad alguna hasta el Corral de Huanacos, ni por el otro lado. Que él proseguía su marcha, y que no dejase yo de llegar en toda aquella tarde al expresado Corral de Huanacos; como de facto lo verifiqué a las seis de la tarde, distante este paraje del antecedente 7 leguas. La expresada partida llegó a mi campo a las doce de la noche, trayendo dos cautivas, madre e hija; dejando otra muerta, por haberse querido huir al pillarla,   —107→   y parecerle a la gente de lejos ser hombre que pudiese dar aviso en las tolderías.

Día 11. Este día, con la ocasión de haber examinado por el lenguaraz, Justo Antonio Guajardo, a dichas prisioneras, y haber declarado que los caciques Guentenau y Troco habitaban 14 leguas de allí, seguí la marcha con las precauciones que pedían las circunstancias, y en ella volví a examinar a aquellas, y preguntándoles por el cacique Ancan, dijeron que acababa de llegar de las pampas de Buenos Aires con bastante hacienda robada y una cautiva; y que acompañaba al expresado Ancan el cacique Troco. Y examinadas nuevamente se justificó lo contrario, porque habiendo hecho la empresa en sus tolderías, y examinádolas con las demás cautivas, han declarado que dicho Ancan se hallaba por Buenos Aires, con la determinación de asaltar a aquellos pagos, y se ha verificado ser cierto todo lo dicho respecto que a vuelta de nuestra marcha hemos encontrado la toldería del referido Ancan vacía, que a la sazón hizo fugar sus familias, por habernos sentido el día antecedente.

En este mismo día llegué a los altos de la sierra del Río Grande, internándome todo el día por las laderas y cumbres de aquella, sin embargo de su aspereza; no obstante de que entremedio de las sierras se hallan varios valles abundantes de pastos y aguadas. Dista este paraje del antecedente 12 leguas, donde hice alto; pero habiéndose divisado, al ponerse el sol, hacia su horizonte, una eminencia, en que parecía haber tolderías, mandé una partida de 25 hombres a su reconocimiento; y dejando la hacienda y caballada custodiada en aquel paraje, marché luego, siguiendo la ruta de los exploradores, con los que di a las dos leguas, y me dijeron no haber novedad alguna, y que lo que nos había parecido tolderías no lo eran; con lo que acampé en dicho paraje.

Día 12. Al amanecer de éste, marché hasta la orilla del Río Grande, que dista dos leguas, donde me detuve hasta las cuatro y media de la tarde, por no ser sentido del enemigo; en que seguí la marcha por su orilla hasta la oración, encontré su vado y lo pasé; no siendo posible por otra parte, por lo caudaloso de él; pues a la verdad le llaman con razón el Río Grande de aquellos parajes. Pasado el río me fui encaminando por la misma huella de los animales que hallábamos del enemigo, y siguiendo siempre la partida avanzada que mandé a cargo del lenguaraz Guajardo.

Día 13 y 14. A las cuatro de la mañana de éste, después de   —108→   haber andado 10 leguas en la noche anterior, me dio aviso dicho Guajardo, que marchase prontamente, por estar ya inmediato una toldería, que era preciso avanzar antes de amanecer. Con esto, acelerando yo la marcha, llegué antes de salir el sol a las tolderías, que rodeamos y asaltamos con la mayor presteza; pero sin embargo, nos habían sentido los indios y empezaron a querer huir por la barranca del río, ocultándose entre sus peñascos; sin dejar muchos de ellos de hacer frente; por lo que fue preciso hacer fuego, que no fue mi primera intención, siempre que no fuese preciso. Lo primero, por ver si los podía tomar a todos vivos; y lo segundo por no alborotar la comarca y perder el lance con otras tolderías que pudiese haber inmediatas. Como de facto había una a distancia de tres cuartos de legua; de lo que, cerciorado de las patrullas, mandé 300 hombres a embestirlas, que, aunque puestas en fuga, se logró matarles 28, y tomarles prisioneros 19.

Entre los muertos de la primera toldería, lo fueron los tres caciques, Lliguenquen, hermano de Ancan, y el famoso Guentenau, el más anciano de esta nación peguenche, y el más terrible ladrón de nuestros campos y de las Pampas; y el tercero, el capitanejo Longopag. Yo sentí mucho la muerte pronta de estos tres perillanes, pues a haber vivido, hubiera tenido el gusto de mandárseles a Vuestra Excelencia, para que por su edad y proezas hubiera sabido cosas que la casualidad de su muerte nos ha ocultado. Estas dos tolderías las hallamos en el paraje que llaman el Campanario, (así dicho por un cerro eminente que tiene figura de tal) enmedio de ambas cordilleras, jurisdicción del Río de la Plata, y a las dereceras de Maule, al E de dicho paraje; que según las marchas se regulan 129 leguas desde Mendoza hasta el expresado Campanario.

Luego de la acción despaché 200 hombres para arrear nuestras caballadas y ganados, que como he dicho las dejé a 6 leguas de distancia, con la custodia correspondiente, y me mantuve en el campo de batalla todo aquel día, corriendo los cerros inmediatos por ver si se dejaban ver enemigos; como de facto se logró tomar algunos; y como a las cuatro de la tarde se descolgó de la serranía una china montada en una yegua, y se nos entregó, creyendo fuésemos de los suyos, según después dijo.

Puestas al anochecer las patrullas avanzadas, que pedían las circunstancias del tiempo y del terreno, en paraje rodeado de enemigos, según lo que habían dicho las prisioneras, a breve rato me dio aviso uno de los oficiales, que respecto de la claridad de la luna   —109→   habían divisado 6 indios, que habían bajado del cerro a bombearnos, pero que inmediatamente se habían desaparecido; y de la otra banda del río, me avisó otro oficial de otra patrulla haber divisado algunos enemigos, y que a las dos de la mañana los había acometido, sin más suceso que el haber disparado a uno, dicho oficial, su carabina y haberle muerto el caballo, marchándose el jinete, pero herido, según pensaba, por el paraje donde hirió el caballo; no determinándose el oficial a seguirlos hasta el día, por no caer en alguna emboscada. Y llegando después al paraje donde había derribado al caballo, lo hallaron muerto, y a su lado un sombrero de cuero, forrado de alquimia y una lanza, como también un caballo ensillado; por lo que es de creer que muerto el dueño, lo retiraron sus compañeros.

Con lo ocurrido del dicho tiro, se alborotó nuestra caballada, que no estaba lejos; de tal suerte que estuvo para llevarnos por delante o descomponernos la formación; y lo hubiera hecho si no hubiera sido por algunos fusilazos que se le tiró por delante, con lo que mudó su tropel de rumbo; al que acudiendo yo con 25 hombres los pude contener y sosegar, no habiendo más desgracia en toda la acción de nuestra parte, que un hombre herido, que después murió, de haberle alcanzado, por hallarse desviado, uno de los tiros.

De los enemigos murieron 106, en que se deben contar algunas mujeres y chicos, que en la confusión no se pudo evitar su estrago; y hubiera sido total, a no contener yo el justo despique de los nuestros; digo justo, porque algunos llevaban consigo el reciente dolor de la muerte inhumana de aquellos mismos bárbaros; y lo más, la total disolución de sus haciendas y campos. Se han tomado 123 prisioneros entre mujeres, niñas y niños de 10 a 11 años para abajo; y de las primeras una nieta del cacique Guentenau, que ya era reconocida entre ellos por cacica, aunque soltera, por no haber en su nación quien pudiese comprarla en 100 pagas, en que según su rito estaba avaluada su mano. Se les han tomado 99, entre caballos y yeguas, 17 vacas lecheras, 1114 ovejas, 200 cabras, que unas y otras se les dieron de raciones a nuestra gente. En sus toldos se encontraron cuatro cotas de malla de acero, 53 lomillos y 131 lanzas; 11 de las que en otras ocasiones les habían tomado a los nuestros, y las 20 suyas; dos llaves de fusil del Rey, una plancha de otra, varias menudencias, como algunos frenos chapeados, espuelas de plata, tembladeras y otros chismes de este uso. A las prisioneras se les trata con la humanidad con que se me explicó la prevención de Vuestra Excelencia, no permitiendo se les llegase a su ropa; conduciéndolas a ésta, donde quedan   —110→   distribuidas en casas de mi satisfacción, para su cuidado y educación. No se ha traído indio grande alguno, porque los que no pudieron escaparse en la acción (que fueren pocos) quisieron más bien morir que entregarse.

Día 15. Bien quería yo haber proseguido con otras empresas, pero me vi precisado a no internarme más; lo primero, por contemplarme muy falto de caballada, que en una marcha tan larga y de caminos tan fragosos la miraba muy aniquilada; lo segundo, por estar cerciorado de las prisioneras, que por todas aquellas serranías eran muchas las tolderías e indiadas que había; y lo tercero, el tener presente la proximidad de las cosechas de este país. Por esto pues, di la orden de marchar, y estando ensillando me dieron aviso de que por la orilla opuesta del río se divisaban seis indios, con lo que hice salir una partida en su alcance, mandada por el Comandante del fuerte de San Carlos, don Francisco Esquivel y Aldao, quien por más que me empeño no les pudo dar alcance, pues se habían ya retirado aquéllos a los cerros. No obstante, el expresado Aldao me mandó pedir 50 hombres de fusil para seguirlos, lo que no tuve por conveniente por la imposibilidad de alcanzarlos, y el temor de acabar de fatigar nuestros caballos y acaso perder la acción. Respecto a lo dicho, y a que conceptué que, aunque no se dejaban ver más que aquellos pocos enemigos, podría estar oculto entre la aspereza del cerro algún trozo; como se empezó a conocer después que, retirándose de mi orden dicho Aldao, se empezaron a divisar detrás de aquellos seis indios otros, al parecer, como 40, sin poderse acabar de conocer por el estorbo de las peñas, si eran estos solos o mucho mayor número, como verosímilmente podía suceder.

Incorporado conmigo dicho comandante Aldao, seguí la marcha al paraje de las Arenillas, distancia del Campanario seis leguas, y adonde llegué a la una del día, donde di descanso a la gente. A poco rato me dieron aviso, de que por la retaguardia nos venían siguiendo 10 indios, y así mandé 60 hombres que luego volvieron diciendo, que con su vista se habían retirado los enemigos a las alturas. A las tres de la tarde me puse en marcha, y a poco rato hallándome en la cuesta de los Chacleis, (donde paré esta noche) y que dista tres leguas de las Arenillas, divisé en la cumbre, del otro lado del Río Chiquito un humo, que nos hizo este mismo enemigo que se acababa de retirar, y me presumí que lo harían para avisar nuestra inmediación a otras tolderías de indios, para que viesen, como se verificó al día siguiente, la ruta de este camino o cuesta de los Chacleis. Se determinó internarnos por este camino; lo primero, por reconocer   —111→   los valles que entremedio del Río Grande se ofrecen, con abundantes pastos y aguas que en ellos se encuentran, y ser aquí la precisa residencia del cacique Ancan y sus aliados; y por practicar la diligencia con eficacia, para poderles invadir en caso de encontrarle, y por descubrir dichos valles que entre estas serranías se hallan; como de facto se han verificado, según y en los mismos términos, que se me tenía informado por el práctico, o lenguaraz, Joaquín Antonio Guajardo.

Día 16 y 17. Puesto en marcha al aclarar el día, dimos a las diez de él con las tolderías que dijimos el día antecedente, y en ellas conocimos hacer poco rato se habían huido sus habitantes, pues encontramos en ellas varias menudencias, sacos de sal y ponchos a medio tejer; y habiéndose aprovechado de estos despojos la gente, les hice dar fuego a aquellas y seguí la marcha hasta el Arroyo Bullinco, que dista cuatro leguas, y de allí hasta el paraje Minchemelinqué, que dista tres leguas: es de muchas aguas y pastos.

Día 18. Marchamos y llegamos al valle, o Cabecera del Yeso, a la una y media de la tarde; y a las dos continuamos, y llegamos al ponerse el sol al paraje llamado el Río de Montañez, que dista 4 leguas y 8 del Arroyo Bullinco.

Día 19. En este día pasamos dos veces el Río Grande, y llegamos a la una y media de la tarde, a la junta de los ríos, que dista 4 leguas; y caminando después de comer, llegamos a puestas de sol a las Cuevas, que distan otras 4 leguas, donde hicimos noche, por ser paraje de muchos pastos, bellas aguas y buena leña.

Día 20. Salí después de mediodía, y llegué a las cinco de la tarde al paraje de las Cuevas, que dista tres leguas, y como a las nueve de la noche me dio parte el capitán Ortubia, que venía cubriendo de retaguardia, a las órdenes del capitán don José García, que se divisaban 10 jinetes enemigos que seguían nuestra marcha, y que a su retaguardia se notaba mucho polvo, como que los seguía mayor número. Con este aviso mandé acercar a nuestro campo nuestras caballadas, y despaché dos partidas a reconocer el terreno, quedando yo con la tropa sobre las armas toda la noche; pero habiendo amanecido y disipada la novedad, di orden de marchar.

Día 21. Al amanecer de este día marché y llegué a las once y media al Valle Hermoso, en donde hice alto por ser ameno, pues le rodean dos arroyos, de los ríos el Cobre y Santa Helena; y asimismo   —112→   hay una laguna de media legua de largo, capaz por su fondo de recibir un barco de los del Río de la Plata; y a poca distancia del camino se hallan unas salinas, y para pasar a las Diaretas, donde hice noche, hay que pasar una ladera, o cerro muy encumbrado.

Día 22. Al aclarar marché, y llegué a las diez y media del día al paraje del Alberjal. Marché a la una y media de la tarde, y llegué a las cinco al Valle de las Ánimas, donde hice noche.

Día 23. Al tiempo de marchar mandé 50 hombres de fusil y lanza, a las órdenes del teniente don Francisco Barros y un práctico, a recoger 36 caballos, que por flacos habíamos dejado hacia el Río de los Sauces; y a poca distancia por la costa del río encontraron un perro de los indios y varios rastros de caballos. Siguiendo al perro 4 de los nuestros, hallaron dos indios muertos a balazos, según las heridas de las cabezas, y con visos hacía poco los habían muerto; de que inferimos que habrían estado allí algunos indios a la recogida de la fruta, de que hacen chicha, y que por alguna altercación los habrían muerto. Siguiendo yo la marcha llegué a las Cortaderas, que es el desemboque de la sierra, por donde se descuelga el Río Salado, que dista 5 leguas, donde hice alto. Siguiendo la marcha a la una de la tarde, a las cinco y media de la tarde llegué al Río Atuel, donde pasé la noche; y de donde determiné, como lo hice, mandar tres hombres a dar parte de todo lo hasta allí acaecido al Corregidor de ésta.

Día 24. A las doce de este día me puse en marcha, y llegué a las cinco y media de la tarde al cerro y aguada que llaman de los Buitres, distante 7 leguas; de cuyo paraje despaché un oficial con dos hombres, para que el comandante del fuerte de San Carlos me aprontase a mi llegada, en el Valle de Uco y Potrerillo, 300 caballos, por estar falto de ellos el ejército.

Día 25. Al romper el día marché, y llegué a las cinco de la tarde al Río Diamante, e hice alto en una isla que hace el río mismo, y el cerro que está al N; cuya situación tomé, por ser la más adecuada respecto a ser ya tarde, para que el cuerpo subiese a la cumbre o plano de dicho cerro, que es preciso para tomar camino real. A las diez y media de la noche se armó una tempestad, que después de muchos relámpagos y truenos descargó una copiosa lluvia, de que provino un gran ruido que parecía caer piedra; hasta que, parando yo mejor el oído, conocí ser una grande avenida que de   —113→   facto bajaba por entre dos quebradas de dicho cerro; y conociendo el peligro en que estábamos en aquel paraje, mandé que todos tomasen a toda priesa las armas y me siguiesen, como lo hicieron; pero no sin que, para pasar el poco trecho de la cañada por donde venía, nos diese la agua hasta cerca de la cintura; pero al fin, a la prontitud de aquella extraordinaria evolución se debió el que acaso no hubiesen varias desgracias, (pues el plan de la isla iba como el río) y cuando menos el que no pereciesen o se imposibilitasen todas, o las más de las armas, pertrechos y municiones. Tomada la altura del cerro, mandé hacer muchas fogatas para que se calentase la gente y enjuagasen su ropa; y luego que aclaró, mandé bajar a que cada uno buscase sus avíos y demás, cuya diligencia duró hasta las nueve de la mañana.

Día 26. A esta hora me puse en marcha, llegando a las dos leguas al paraje del Carrizalito, donde me detuve a hacer tiempo, para que nuestra caballada y ganados pasasen la expresada cuesta, tan penosa y dilatada; lo que verificado, a las dos de la tarde marché, y llegué al ponerse el sol al Arroyo de la Faja, que dista otras tres leguas, donde hice noche.

Día 27. Al venir el día me puse en marcha, sin embargo de la lluvia que amenazaba, y llegué al ponerse el sol al paraje de los papagayos, distante 9 leguas; en donde me alcanzó un cabo del fuerte de San Carlos, que lo había despachado su Comandante, con 100 caballos para remonta del ejército, que en viaje tan penoso venían todos, o los más de ellos casi imposibilitados de caminar.

Día 28. Este día amaneció lloviendo, y cesando algún tanto el agua, me puse en marcha, y llegué a las doce de él al Corral del Viejo, de la estancia de Llaucha, en que me encontró un sargento del mismo fuerte de San Carlos, despachado por su Comandante, con otros 130 caballos y mulas; y para mudarlos, y que descasasen algún tanto los prisioneros que venían ateridos de frío, me detuve hasta la una y media; en que proseguí, y llegué a las Piedras Blancas (distancia 8 leguas), a las cinco y media de la tarde.

Día 29. Marché, y como a las once y media del día, llegué al fuerte de San Carlos que dista 7 leguas, en que me detuve el rato preciso para separar y hacer se quedasen en él aquellos soldados de su guarnición que me habían seguido en la expedición, y a que otros, que habían al paso tomado armas allí, las entregasen a disposición del Comandante, como se hizo; y marché a la estancia de   —114→   Correa, que dista dos leguas, en que me detuve hasta el día siguiente.

Día 30. Luego que amaneció, hice que se separasen y marchasen a cada estancia las respectivas caballadas que habían servido, como asimismo se dejó todo el ganado sobrante, a excepción de aquel poco que se necesitaba hasta la ciudad. Y marchando, llegué a las cuatro de la tarde al paraje de la Estacada, que dista 6 leguas; y dando algún descanso a la tropa, marché de trasnochada, y llegué al salir el sol a la quinta de don José Lagos, que dista de la Estacada 16 leguas, y del pueblo tres, donde me mantuve todo aquel día.

Día 31. Luego que amaneció me puse en marcha, y un poco antes de llegar a la ciudad, me salió a encontrar el señor Corregidor, acompañado de los reformados y demás nobleza del pueblo, tomando cada uno su respectivo lugar. Continuamos la marcha, entrando en la ciudad entre el inmenso gentío de todas clases, que con sus incesantes víctores y aclamaciones de Viva el Rey, y continuo disparar de fuegos artificiales, daban bien a entender su júbilo y alegría por el castigo de su común enemigo; dando el último realce a esta general aclamación el general repique de las campanas de todas las iglesias y conventos, y el no interrumpido estruendo de la artillería y fusilería; viéndome precisado a dar vuelta a la ciudad en esta conformidad, para contentar a un pueblo que acaba de seguirme con tanto honor en la campaña. De este modo entré en la Plaza mayor, en cuyo Ayuntamiento me esperaba y recibió su Cabildo, dándonos mutuos parabienes de la parte que cada uno había tenido en el buen éxito de la expedición. Concluidas estas precisas ceremonias, y entregadas en su almacén las armas, pertrechos y municiones, y desfiladas las compañías, me retiré a mi casa.

La noche del día 1.º de Pascua, en cuya tarde recibió este Corregidor la noticia que le despaché desde el Río Atuel, del buen éxito de la empresa, mandó poner luminarias en toda la ciudad, y hubo repique general de campanas; y al día siguiente se cantó misa de gracias en la Iglesia Mayor, a que concurrió este ilustrísimo Cabildo y todo el pueblo; con que dicho Señor acreditó, que si durante la expedición dio las más acertadas disposiciones, tanto para el abasto del ejército, como para mantener el pueblo en la mayor tranquilidad, fue también el primero en las demostraciones nada equívocas por el bien de su república y gloria de nuestras armas. En cuya empresa se ha esmerado a competencia en la campaña el honor de los oficiales de estas   —115→   milicias, y el amor y constancia al real servicio de la tropa patricia y extranjera.

Mendoza, y abril 1.º de 1780.

José Francisco de Amigorena




ArribaAbajo- XIII -

Informe de don Basilio Villarino, Piloto de la Real Armada, sobre los puertos de la Costa Patagónica



Oficio del Superintendente

Como ninguno de cuantos sujetos hay en este establecimiento han trabajado como usted, en los reconocimientos de la costa del mar, puertos, ríos y terrenos, ni tienen tan general inteligencia en estas materias, me informará usted si por la dificultad que se experimenta en la navegación de este río, y la barra de su boca, que no permite paso para más embarcaciones que pequeñas, está imposibilitada y defendida por naturaleza la comunicación que puede temerse de los enemigos de la corona; teniendo presente en este informe los puertos de San José y San Antonio, como todo aquello que usted advierta y pueda conducir sobre los frutos que ofrecen estos terrenos, aguas, indios, y demás que hay en cuanto a reconocido, y noticias que ha adquirido.

Dios guarde a usted muchos años. Fuerte del Carmen, Río Negro, 19 de abril de 1782.

Francisco de Viedma

Señor don Basilio Villarino.



  —116→  

Respuesta

Muy señor mío: En cumplimiento de la orden de usted, en que me manda en primer lugar, le informe si por la dificultad que se experimenta en la navegación de este río y la barra de su boca, que no permite paso para más embarcación que pequeña, está imposibilitada y defendida por naturaleza la comunicación que puede temerse de los enemigos de la corona, teniendo presente los puertos de San José y San Antonio, debo decir a usted, que no sólo no está defendida e imposibilitada por naturaleza la expresada comunicación de los enemigos de la corona, sino que la naturaleza misma tiene franqueada y facilitada la entrada por la barra de este río, con cuantas embarcaciones, municiones y pertrechos quiera conducir a él cualquiera enemigo: probaremos esta verdad a fin de no dejar lugar a la duda. Es evidente que la naturaleza formó el pueblo de San José, tan limpio él y su entrada, que cualquier escuadra sin práctico alguno, puede entrar y fondearse dentro con toda seguridad; y en todo esto está la facilidad y franqueza con que la naturaleza tiene proporcionada la entrada de la barra de este río; porque ¿qué dificultad puede haber en que venga una escuadra enemiga al Puerto de San José, y con ella un número suficiente de embarcaciones del porte de las con que navegamos este río, y desde dicho puerto, vengan estas con los transportes y pertrechos necesarios, y entren por la barra como nosotros diariamente lo estamos haciendo? Cierto que ninguna, y más cuando es una navegación con tiempo hecho tan corta, que se puede hacer de 12 ó 14 horas, y no sólo con embarcaciones de porte de las que en el día navegamos, sino con chalupas como las que en el día entran sirviendo en este río para conducir paja; como se les ponga cubierta, se puede barquear desde el Puerto de San José a este río, y al contrario. Y para inteligencia de esta corta navegación y seguridad del Puerto de San José, tengan el plano por mí levantado de esta costa y dicho puerto a la vista, por si hubiere alguno que quisiera contradecir este informe.

En las embarcaciones que están entrando y saliendo en este río, y navegan desde él a Buenos Aires, no tengo yo la menor dificultad en navegar con ellas a Europa y a cualquiera parte del globo, pues son suficientes para ello. Del mismo modo, embarcaciones de igual porte pueden venir de cualquiera parte del globo al Puerto de San José, conducidas por los enemigos; y viniendo estas acompañadas de algunos navíos, que traigan lo necesario para lo que quieran intentar   —117→   al Puerto de San José, de allí con muchísima facilidad pueden venir a este río con las embarcaciones menores, dejando los navíos asegurados en dicho puerto; y aun en las mismas lanchas de los navíos, previniéndoles falcas, pueden venir al Río Negro.

Después de haber llegado al Puerto de San José al principio de la expedición, y después de haberse abandonado la entrada de éste por el capitán graduado don Pedro García, y el primer piloto de la real armada don Manuel Bruñel, se me mandó a mí a dicha comisión con el bergantín que hoy tengo a mi cargo. Salí del Puerto de San José, y conseguí su entrada; y después de mi regreso a dicho puerto, dispuso usted venir a este río, con el expresado bergantín de mi cargo, y la zumaca, San Antonio la Olivera, y hemos entrado en él con la facilidad y felicidad sabida. Pues ¿por qué no podrán ejecutar esto mismo los enemigos de la corona? ¿No son hombres como nosotros, y nada menos peritos en la navegación? ¿Y últimamente no estamos entrando y saliendo diariamente en el río? ¿No le consta a usted que yo he entrado y salido de noche y de día con vientos contrarios, y aun ahora entré con vientos enteramente opuestos a la entrada, como lo pueden certificar los tres capitanes, don José Ignacio de Merlos, don Nicolás García y don Pedro García, sin que el viento ni la naturaleza me lo hayan estorbado? Pues ¿por qué ésta ha de defender la entrada en este río a los enemigos de la corona, y a nosotros se nos ha de demostrar tan propicia, que ni la barra, ni los vientos contrarios, ni las noches, dejan de franqueárnosla? ¡Y es posible que caigamos en tal error!

Me parece que dejo suficientemente probado, que la naturaleza tiene auxiliado con el Puerto de San José la entrada de este río a todos cuantos quieran venir a él, y que no está defendida por ella; antes bien soy de sentir, y se evidencia de las razones expuestas (omitiendo otras muchas por no abultar este informe) que el arte debe intervenir para defenderla por medio de la fortificación.

Asimismo dejo aparte el Puerto de San Antonio, pues con el de San José tienen bastante auxilio los enemigos de la corona para venir a este río, y para ejecutar desde él todas las operaciones a que los conduzcan sus ideas. Para cuya inteligencia tocaré aquí algo sobre los males que se nos podrían originar en caso de que los enemigos llegasen a fijarse en el Puerto de San José, Río Negro o Colorado.

En el Puerto de San José puede muy bien permanecer considerable   —118→   tiempo cualquiera escuadra llevando víveres, respecto de que tiene agua dicho puerto, aunque retirada muy cerca de cuatro leguas de la playa; pues sólo en la media circunferencia de una salina tiene más de 30 manantiales de agua corriente; en cuyo supuesto, llevando carretas y animales para conducirla, ya puede permanecer; pero más fácil en embarcaciones menores se puede conducir de este río a dicho puerto. Fijados que fuesen en este río y Puerto de San José los enemigos, ya estaban en proporción de invadir a Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Valdivia, Valparaíso y otros muchos pueblos; pues aunados con los indios que habitan estos vastos países, sería dificultosísimo hacerlos retroceder.

La guardia que usted ha proyectado en el Choelechel, debe usted tener presente que, además de ser útil para contener los indios, lo más importante de ella, y por donde en mi juicio se hace absolutamente necesaria, es porque sirve para tener los indios retirados de las orillas del mar, que en ellas nos pueden ser tan perjudiciales en caso de ser invadida esta costa por los enemigos de la corona, con quienes se podrían unir por su propio interés; y convendría mucho tener siempre los indios retirados de los puertos, para en caso de que sucediese lo que llevo dicho, no tuviesen la facilidad de hallarse con ellos, ni aun que los indios tuviesen ni pudiesen adquirir tal noticia.

Dejo otras ventajas que nos proporcionaría la ocupación de aquel puerto; como son, el tener mucho avanzado para la comunicación de Mendoza; (que de allí la considero cerca) lo que se adelantaría para la descubierta de este río y camino de Valdivia, que podría descubrirse, pues no considero, desde el Choelechel a aquel presidio, más de 100 leguas de distancia en línea recta, poco más o menos. Ténganse, para esta inteligencia a la vista las cartas geográficas, y las ventajosas tierras que tiene este río, según contestan todos los indios, en las que hay maderas muy altas y muy derechas, y montes de manzanas, que la naturaleza ha producido, cuyas señales parece que indican ser un terreno fértil. Pero si no vemos, si no andamos, si no descubrimos, siempre estaremos metidos en nuestra ignorancia, y tal vez algún tiempo nos enseñarán los extranjeros nuestras propias tierras, y lo que nosotros debíamos saber; pues no puedo ver que un inglés como Falkner nos está enseñando, y dándonos noticias individuales de los rincones de nuestra casa, que nosotros ignoramos.

Suspendo hacer la descripción del Choelechel, por cuanto con bastante difusión, lo tengo manifestado a usted antecedentemente. Tampoco quiero hablar de las numerosas indiadas que precisamente los obliga a transitar por este paso, y los estragos que causan a Buenos Aires, porque   —119→   de todo ello tiene usted muy largas noticias y conocimiento. Voy sólo hacerme cargo de cuanto pudiere impedir a los enemigos de la corona la ocupación de este sitio; pues impidiéndoles por medio del fuerte o guardia que usted tiene proyectado, el tránsito a las costas del mar, no pueden auxiliarse de los enemigos de la corona, y en esto es a donde me parece que se debe poner el mayor empeño, porque el doméstico es el peor.

Dicen muchos (yo lo he oído diferentes veces), ¿de qué nos puede servir la costa patagónica? ¿Qué hemos de sacar de ella? Y esto por sujetos que tal vez no saben otra cosa que disfrutar sueldos, sin que puedan formar la más mínima idea de lo que es la costa patagónica, ni aun entender el plano más sencillo. ¡Temerario arrojo, que hombres de tales circunstancias quieran penetrar los arcanos del Soberano! Pero para qué me canso, si va cerca de tres siglos que se formó la colonia de Buenos Aires, y todavía no se sabe si hay o no Cabo de San Antonio, estando como suele decirse detrás de la puerta, y está causando una mala navegación su incertidumbre; siendo cierto que en la longitud en que las costas lo figuran, no hay tal cabo; pues yo lo he pasado diversas veces por encima, sin que le haya visto, y de seguro en la longitud de Montevideo, o navegando desde dicho puerto al S, no se halla tierra alguna; y últimamente, si no hubiera sido por el empeño tan fuerte que usted ha tenido en que se descubra por tierra el camino por tierra para Buenos Aires, ¿no se estaría en el concepto de que este tránsito era imposible, como en realidad se creía? Pues habiéndome yo ofrecido a hacer esta descubierta, y a conducir ganados para este establecimiento, en una Junta que se hizo, se me pusieron una multitud de dificultades, y entre ellas era la una que estaba el camino lleno de tantos tembladerales que era imposible el transitarle. Y sin embargo de haberme esforzado de tal suerte, que no quedaba que dudar que eran apócrifas todas aquellas dificultades y noticias, nos hemos quedado como al principio hasta ahora, que ha conseguido la eficacia de usted patentizar el desengaño.

La llanura o valle, por donde baja este río en las 60 ó 70 leguas que yo anduve, tiene bellísimos retazos de tierras dispersas, o separados unos de otros, y son aquellos parajes que logran el beneficio del riego, que frecuentemente les prestan las crecientes del río. Desde el Choelechel para abajo, esto es, siguiendo el río aguas abajo hasta su desagüe, se pueden establecer muchas familias, o hacer muchas chicas poblaciones dispersas o separadas unas de otras, en la misma conformidad que están los buenos terrenos; pero esto tiene el grave inconveniente de la mala vecindad de los indios, por cuyo motivo enterado usted de estas circunstancias   —120→   en resulta de los expresados reconocimientos, premeditó usted el citado proyecto. A cuyos fundamentos debe agregarse la utilidad que resultaría al Estado, ocupando este paraje con respecto a los enemigos de la corona.

El Puerto de San José no tiene inconveniente alguno para que deje de ser puerto de arribadas, y puedan refrescar las embarcaciones que allí arriben; allí pueden tenerse 2000 y más cabezas de ganado vacuno, se pueden tener caballos y ganado lanar sin recelo que los indios lo roben. Habiendo ganado, se le puede conducir agua de las fuentes, y ya tenemos los principales renglones que le puede faltar a la embarcación o embarcaciones que allí arribasen. Por medio de cualquiera embarcación se pueden conducir a aquel puerto de este río los refrescos de que allí se carezca. Por tierra cuando no haya allí embarcación se puede traer allí la noticia a caballo, que es viaje de dos días y medio hasta el río; y hasta este establecimiento se pueden tardar cuando mucho cuatro días, y de aquí se puede socorrer con lo que necesite, y allí no haya.

El agua de las fuentes del Puerto de San José no es tan fina como la de este río, que es muy superior a aquella, aunque algo gruesa; es agua potable y muy sana; esto lo acredita la experiencia, pues al principio de la expedición, habiendo asaltado el escorbuto a nuestra gente, todos los que entraban en el hospital no salían sino para la sepultura. En vista de esto se mandaron a lo último todos los enfermos a las fuentes, y sin otra medicina que beber de aquella agua, todos convalecieron y volvieron sanos; y esto comiendo carne salada, por falta de dietas, y pan de pestilente harina. Luego parece que aquella agua es sumamente sana y el mejor antídoto del escorbuto.

Por todas estas circunstancias, por la facilidad y limpieza de éste y su entrada, por ser su fondo de buena tenazón, y por la proporcionada altura o situación en que se halla, me parece muy propio para que sirva de puerto de arribadas a las embarcaciones que navegan a la mar del sur.

He dejado correr la pluma, movido del fervoroso celo al servicio del Rey y a la nación; pues no quisiera que ninguna extranjera en ningún tiempo tuviese la gloria de enseñarnos lo que nosotros debíamos saber, haciendo ver al mundo nuestra ignorancia y pereza, cuando esto sucediese.

Asimismo me he dejado arrebatar al acordarme de ver en Buenos   —121→   Aires aquel raciocinio general sobre si puede o no importar al Estado la costa patagónica, haciendo la descripción de sus terrenos, aguas, temperamentos, frutas que produce y que puede producir, sin que la hayan visto ni pintada, ni entiendan su pintura; entre los cuales representan un gran papel aquellos que han estado aquí, o en San José, sin que hayan visto que terrenos son estos; pues su implicación, pereza, cobardía e ineptitud no les ha dado lugar a que se separen tal vez cuatrocientos pasos de la orilla del agua o habitación; y estos tienen en toda asamblea voto decisivo, y como están unidos con su pereza y aborrecen el trabajo, son los más empeñados en formar corrillos contra estos establecimientos. Pero si el fervoroso amor al servicio del Rey y a nuestra nación y deseo de trabajar, ha sido la causa de excederme, espero de la benignidad de usted, respecto a qué sabe y tiene experimentado mi procedimiento, modo de pensar y amor al trabajo, separará todo lo superfluo de este informe, o lo olvidará todo junto, si no tuviere nada útil, a fin de que mi ignorancia se quede en el seno del olvido.

Dios guarde a usted muchos años. A bordo del bergantín Nuestra Señora del Carmen y Ánimas, Río Negro, y abril 24 de 1782.

Besa la mano de usted su más atento servidor.

Basilio Villarino

Señor don Francisco Viedma





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Arriba- XIV -

Informe del Virrey Vertiz, para que se abandonen los establecimientos de la Costa Patagónica


Excelentísimo señor:

Muy Señor mío. Según lo resuelto por Su Majestad en la real orden que me comunicó con fecha de 15 de julio de 1781, acordé con el intendente lo que podían minorarse los gastos de los establecimientos patagónicos, atendidas las urgencias del real erario por la guerra y sucesos del Perú, reduciéndose a conservar lo poblado, y no intentando por ahora ocupar otros puntos que San Julián y Río Negro. Esto no obstante, no salvaría yo el escrúpulo que me queda, si no hiciese presente a Vuestra Excelencia lo que me ocurre en cuanto a la utilidad o perjuicio de dichas poblaciones, a fin de que, instruido el real ánimo, pueda resolverse lo más conveniente.

Sin embargo de la continua observación que he estado haciendo, por las noticias e informes de varios sujetos imparciales que habían examinado aquellos terrenos y eran inteligentes en las entradas de los puertos, fondeaderos y demás circunstancias, he estado combinando estas mismas especies con la correspondencia de los Superintendentes, y observando singularmente en el del Río Negro, las grandes dificultades que se les presentan, pues las unas confesadas en sus oficios, y las otras en las resultas, me iban confirmando en el dictamen, de que Su Majestad expendía una gran parte de su erario, sin fruto ni utilidad conocida a su servicio, y sin seguridad de su dominio en esta parte.

Bien conocí desde los principios, que el poblar la Costa Patagónica, tenía por objeto acreditar mejor la posesión de ella, y evitar que otras naciones se colocasen en algún punto de la misma, por donde pudiesen introducirse a los reinos del Perú y Chile; pero esto parece difícil, por la calidad de sus terrenos, por falta de buenos puertos, por las excesivas mareas, por lo rigoroso del clima y otras causas.

Para asegurarme más del concepto formado en el asunto, quise recoger los dictámenes de los pilotos y sujetos que navegan a la referida   —123→   cota, con el ánimo, de instruir a Vuestra Excelencia completamente, así del estado de las poblaciones, como de todo lo demás perteneciente a la utilidad de ellas. Y tratando de la Bahía de San Julián, donde se halla el comisario superintendente don Antonio de Viedma, incluyo los dictámenes números 1, 2, 3, 4 y 5, que dan conocimiento de aquel paraje, calidad de su terreno, aguas, temperamento, leñas, maderas y puerto; extendiéndose los de los números 3 y 4 a dar noticia de los demás puntos de la costa que se han reconocido; a que agrego la representación número 6 del poblador Santiago Morán, a nombre de los demás de su clase, quedándose aplicados los remedios que han sido posibles para sus alivios. Pero como sufren tantas incomodidades, y ven perecer a sus compañeros frecuentemente, aquellos, y los que están aún en esta provincia, se han intimidado, hasta lo sumo, refiriéndome yo a lo que dichos papeles expresan, porque conviene puntualmente con los demás informes que omito, por no hacer más difusa nuestra exposición.

En cuanto al Río Negro, Puerto de San José y San Antonio, expresan sus calidades los informes número 1 y 3 citados, como también los comprendidos bajo el 7, 8 y 9, a que agrego el de los colonos de dicho Río Negro, número 10, para dar cabal idea de sus clamores por las circunstancias del país, que sin duda es el menos malo de la Costa Patagónica, y en donde a fuerza de muchos gastos se conseguirá la población, como ya lo tengo insinuado a Vuestra Excelencia. Pero vengamos a la utilidad de éste y los demás.

Es principio indubitable que los puertos de arribadas deben ser seguros y de fácil entrada, donde los navegantes se acojan impelidos de las borrascas, de necesidad de víveres o de la incomodidad de la navegación, para procurarse seguridad, descanso, refresco o habilitación del buque; y, no pudiéndose encontrar ninguno de estos alivios en los puertos de la Costa Patagónica, ya se ve por esta parte que no son de utilidad alguna; consideración que se extiende a que tampoco lo son para las demás naciones, fuera de que en puertos de mareas tan variables y excesivas, nadie querrá arrojarse a la arribada, temiendo le fuese más perjudicial que la borrasca. Esta misma circunstancia, aunque por otro término, concurre en el Río Negro, pues además de ser peligrosísima su entrada, no la permite la barra sino a embarcaciones menores, como bergantines, zumacas o lanchas que calan muy poca agua, y éste es el paraje en que se encuentran tierras que cultivar, pero tan corta que es sólo la que baña el río en sus mareas; y aunque no obstante esto pudiera continuarse la población, sin embargo, de las incomodidades y riesgo de los indios, que atrae el haber de hacer las siembras a la parte del sud, como lo explica don Basilio Villarino en su informe número 8, no veo utilidad en su aumento, por no   —124→   ser puerto capaz de embarcaciones mayores, por la falta de comercio con esta provincia; pues por tierra median muchas naciones de indios infieles en la dilatada pampa, desde aquel río hasta Buenos Aires, y por mar, es preciso esperar la estación del verano, porque la navegación del río arriba ofrece grandes dificultades en sus corrientes y tornos. De modo que parece imposible que ninguna nación intente esta empresa, aun cuando dicho río se extienda e introduzca en la jurisdicción de Mendoza, lo que aún no se ha podido averiguar en los reconocimientos, y se está actualmente haciendo el último esfuerzo para aclararlo.

Para corroborar el concepto de este establecimiento, me ha parecido también incluir a Vuestra Excelencia un oficio del comisario superintendente, don Francisco de Viedma, bajo el número 11, porque en él se reconoce que, después de establecido tanto tiempo en el Río Negro, donde se ha consumido ingente caudal, intentaba la población principal en el Colorado, figurando en la Bahía de Todos Santos, y la Anegada, donde desagua dicho río, todas las utilidades que pueden desearse; pero, aun dado el caso de que sean parajes seguros, se necesita otro fuerte, población, grandes gastos por consiguiente, y mucha tropa para contener la indiada que allí concurre, que inquietaría continuamente los pobladores, robaría el ganado, e impediría siempre la comunicación con Buenos Aires.

El Río Colorado está reconocido hasta 25 leguas por su orilla, y se ha visto que carece de leña, pues sólo hay unos pequeños sauces muy torcidos; la más inmediata se halla a 10 leguas de la margen del río. Su terreno puede llamarse infecundo, porque, según las señales y las noticias de los indios, las grandes mareas lo inundan; y aunque parece frondoso, lo causan estas inundaciones que dejan pantanos intransitables, a lo menos en las cuatro primeras leguas de su boca. Es río que se vadea por muchas partes, y no permite la entrada de otras embarcaciones que pequeños bergantines, varando infinitas veces: así se ve en el diario número 12, y en el plano que don Basilio Villarino hizo cuando fue al descubrimiento de dicho río. La Bahía de Todos Santos y la Anegada son enteramente inútiles, pues además de ser su terreno de muy mala calidad, no tiene agua sino en unas pequeñas lagunitas que se forman de las lluvias; por esto el citado Villarino se vio en la precisión, cuando salió del Colorado, de dejar seis pipas o cuarterolas llenas de agua cerca de la costa, por si se le ofrecía volver por semejantes parajes. Contribuye también para su inutilidad el no haberse hasta ahora reconocido canal para llegar a dichas bahías, más que por una infinidad de bajos y la costa, la que se supone ser buena. Viniendo de mar afuera no está reconocida, y se supone con fundamento que lo bajos se extienden más de tres leguas de la costa por   —125→   la reventazón que se ve, lo que hará siempre a dichas bahías inútiles para los fines propuestos.

Ya Vuestra Excelencia está enterado de las calidades de los demás puertos que se han reconocido en toda la costa; mas no obstante conviene hacer memoria de aquellos en que se ha detenido más tiempo la inspección de los comisionados y de otros sujetos. El Puerto Deseado es muy angosto en el espacio de media legua, la velocidad de la corriente en el flujo y reflujo es de siete a ocho millas por hora, y una gran parte del fondo está sembrada de bancos y piedras; sus campañas están cubiertas de arena, de modo que no se encuentra en ellas un arbusto, no hay en todo aquel terreno, manantial de agua dulce, ni los pozos, o cacimbas que se han abierto en la playa, pueden dar la cantidad suficiente para el gasto diario de las embarcaciones, y para llenar la vasijería de la bodega. La entrada y salida del puerto es sumamente peligrosa, y muy pocas veces puede conseguirse la primera sin fondear antes sobre la costa, en cuyos casos los vientos de travesía (que por desgracia son frecuentes en estas mares) ponen a las embarcaciones en riesgo de un naufragio.

En un puerto de esta naturaleza no puede subsistir mucho tiempo una colonia, a menos que ésta fuese socorrida desde el Río de la Plata con todos aquellos víveres que se juzgan de primera necesidad; pero aun en este caso, no podría servir de escala a las embarcaciones españolas que navegan a la mar del sud, por las razones que quedan expuestas. Los ingleses, u otros cualesquiera enemigos de la España que naveguen a estas costas, sólo podrán hallar en el Puerto Deseado un asilo contra los temporales que se experimentan por el invierno a lo largo de la sonda de la Costa Patagónica, pero de ningún modo formar desde allí expedición alguna contra los establecimientos que tenemos en la América Meridional; porque en el caso de que intentaren venir hacia el norte, y entrar en las provincias del Río de la Plata, se verían precisados a atravesar unos vastísimos desiertos, en los cuales perecería infaliblemente la mayor parte de ellos; y si intentasen penetrar hasta la costa del sud, no podrían conseguirlo sin pasar por la cresta de los Andes, que se dirigen o proyectan de norte a sud a lo largo de esta América hasta la orilla septentrional del estrecho de Magallanes; y siendo esta empresa tan difícil y peligrosa que casi raya en lo imposible, parece que nada debemos temer por esta parte de nuestros enemigos.

Finalmente, no podemos prometernos que en este Puerto Deseado se establezca algún ramo de comercio, porque siendo aquel terreno árido y seco por naturaleza, no puede haber comercio, ni aquella especie de   —126→   industria, con la cual se mantiene un gran número de artistas en los países civilizados.

Debe concluirse, pues, que cualquier establecimiento que se forme en Puerto Deseado, es muy gravoso al erario del Rey, y enteramente inútil para las miras políticas del Gobierno.

La Bahía de San Julián no ofrece ventajas para nuestra navegación y comercio; tiene la única circunstancia de ser abrigada y de buen tenedero, todo lo demás es muy malo; en primer lugar es puerto de barra, y para la entrada y salida se necesita esperar la marea, y que entonces haya un viento fresco favorable; la rapidez de su corriente puede regularse de cinco millas por hora; la barra queda con solos dos pies de agua en la vaciante, y en la creciente tiene hasta 36, de lo que resulta que entre el flujo y reflujo no puede haber un momento de reposo, cuya circunstancia es poco favorable para las entradas y salidas. Además de esto, hay el gran riesgo de acercarse a la costa, o dar fondo sobre ella para esperar a que crezca el agua, pues entretanto puede soplar el viento de travesía, y naufragar cualquiera embarcación.

Las demás circunstancias de este puerto le hacen absolutamente despreciable, pues concuerdan los informes en que no hay arbustos para leña, ni árboles para hacer madera en todas aquellas inmediaciones. Concuerdan también en que el agua es salobre, y en que la única de que pudiera hacerse uso, está a dos leguas de la población; y concuerdan por último, en que las semillas de las legumbres de Europa no nacen o no crecen, y que el trigo y cebada fructifica muy poco; lo cual no debe extrañarse, porque el excesivo frío que se experimenta en esta parte de la costa, el desarreglo de las estaciones, lo salitroso y arenisco del terreno, su aridez y desolación, (sobre que concuerdan todos los informes) anuncian que serán infructuosos los trabajos de los colonos; que estos nunca podrían subsistir con los frutos del país, y que las embarcaciones españolas que naveguen a la mar del sud, nunca hallarán en San Julián cosa alguna de las que puedan necesitar para su viaje; que es lo mismo que decir, que el puerto es inútil, y que sus pobladores perecerían si no fuesen socorridos de estas provincias.

Lo últimamente reconocido, más al sud de San Julián en el río de Santa Cruz, según lo demuestra el plano levantado por el pilotín José de la Peña, se puede hacer formal juicio de su inutilidad por todos términos.

Éste es en substancia el concepto que tengo formado de los establecimientos de la costa patagónica, en los cuales lleva Su Majestad gastados   —127→   hasta el mes de mayo del año pasado de 1732, 1024051 pesos y 3 reales, según las relaciones que me ha pasado el Intendente para instruir este informe y por mucho que se minoren los gastos, según se está practicando, será siempre considerable suma la que se emplee, pues no puede esperarse que el establecimiento de San Julián dé para sostenerse, ni que el del Río Negro pueda darlo en él todo en este año, ni aun en el venidero.

A vista de esto, parecía como preciso el abandonar el establecimiento de la Bahía de San Julián, dejando en él una columna o pilastra que contuviese las reales armas, y una inscripción que acreditase la pertenencia de aquel terreno, el cual fuese reconocido todos los años, al mismo tiempo que lo es Puerto Egmond en las Islas Falkland, pudiendo entonces ejecutarse también al Deseado. Que subsistiese el establecimiento de Río Negro por lo mucho que se ha gastado en él, y porque puede de allí conducirse sal; pero reducido al fuerte, y a la cortísima población que buenamente se pudiese mantener a su abrigo; porque más distante es imposible conseguir que resida pacíficamente; debiendo asegurar a Vuestra Excelencia que aun en el Río Negro, las cortas siembras que se han hecho, y ganado que se ha adquirido, ha sido a fuerza de dinero empleado en aguardiente y brujerías con que a los indios se les ha ido agradando; y con todo ha habido robos de caballadas; siendo preciso que cesen cuanto antes estos gastos, que son de mucho gravamen al erario.

También deberá abandonarse el Puerto en la Bahía de San José, dejando la misma señal, pues los gravísimos costos que tiene la saca y conducción de la sal, sobre su desabrigo y aridez del terreno, hacen inútiles los que se impenden en sostenerlos, y pudiera ser reconocido anualmente desde el Río Negro. En tal caso puede éste tenerse al cuidado de un Gobernador o Comandante, con menor sueldo que el que hoy goza el Comisario Superintendente, y podrá encontrarse aquí sujeto a propósito y benemérito para el encargo. Todo lo expuesto me ha parecido de mi obligación representar a Vuestra Excelencia, para que, instruido Su Majestad, se digne resolver lo que estime más conveniente.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Montevideo, 22 de febrero de 1783.

Excelentísimo señor:

Besa la mano de Vuestra Excelencia su más atento seguro servidor.

Juan José de Vertiz

Excelentísimo señor don José de Gálvez.