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Los Hecatommithi o vero cento novelle, del ferrarés Giraldi Cinzio (1504-1573) son «cento avvenimenti, narrati da una nobile brigata di uomini e di donne in un loro viaggio» que circularon manuscritos entre los amigos durante los treinta años que el autor tardó en publicarlos y toman el saqueo de Roma de 1527 como marco renovado del de la peste de 1348 en el Decamerón. Véanse los análisis de Battaglia, 1969, pp. 815- 818 y Fernández Murga, 1979, pp. 49-51 y n. 35. Giraldi comienza con una descripción del saco de Roma: un grupo de damas y caballeros nobles se refugian en el palacio de un señor de Colonna pero, al recrudecerse la peste en Roma, el anfitrión propone trasladarse a su posesión en Fondi; tras deliberar, los reunidos deciden abandonar no sólo Roma sino Italia, y dirigirse a Marsella; el Colonna les facilita cortésmente dos barcos que encuentran aparejados en Civitavecchia y, para aliviar la singladura, corrigiendo la solución cómica de Boccaccio en su Decamerón, finge el autor haber escrito la obra (véase Milanesi, 1867, p. XLI). «Giraldi Cinzio nos presenta una detallada descripción del asalto y del saco de Roma, recargando las tintas, de acuerdo con sus propias ideas sobre la tragedia, para provocar en el lector, como aconsejaba Séneca, el horror y, mediante el horror, la catarsis o liberación de las malas pasiones. El acontecimiento se prestaba bien a ello, y Giraldi no desperdició la ocasión» (Fernández Murga, 1979, p. 49). Con la obra Giraldi se propone «rivalutare anche la novella nel circolo ufficiale dell'arte, assegnandole un compito moraleggiante ed estendendo anche ad essa il valore catartico riconosciuto alla escen (Battaglia, 1969, p. 815); es decir, gracias a la parénesis, la ejemplaridad y la codificación aristotélico-tomista, hacer ingresar a la novela en el espíritu y el ideario estético de la Contrarreforma, para que la herencia de Boccaccio a Bandello dejara de ser piedra de escándalo. Para Battaglia (ibid., p. 816) «che si tratti proprio d'una conversione da parte del Giraldi Cinzio è dimostrato dal fatto che lo stesso avvenimento era stato da lui analizzato nel 1556 con un giudizio assolutamente sfavorevole alla Chiesa e al Vaticano, mentre ora se ne dichiara strenuo vindice». Más modernamente véase Piéjus, 1999.

 

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Crawford, 1937, p. 169 y Watson, 1971, p. 99.

 

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No sugiero que Cueva haya tenido acceso a la correspondencia diplomática, ni a crónicas inéditas. Pero el cotejo con ese tipo de textos (que realizo en otra ocasión) es interesante para mostrar que Cueva estaba bien informado de algunos aspectos de los sucesos de Roma, aunque desconozcamos por qué camino le ha llegado la información. No es difícil que haya leído u oído contar relaciones, o que sus contactos personales, como los de cualquier hombre culto de su momento, le hayan abierto algunos canales de información no oficial ni pública, sin descartar siquiera que sus cuatro años en México, previos a la composición de sus dramas sevillanos, le hubieran permitido el contacto con alguno de los muchos soldados «pláticos» de las campañas de Italia que continuaron su carrera en Indias.

 

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Cueva no ha podido conocer las relaciones de Luigi Guicciardini o de Jacopo Buonaparte, ni es verosímil que conociera la Lettera del cardenal de Como. Sin embargo, los textos de éstos, entonces inéditos (Milanesi, 1867, pp. IX, XV y XXV), ayudan a entender el trasfondo de algunas afirmaciones de Cueva, o coinciden en datos más o menos concretos, lo que también invita a pensar en una información oral, acumulada por las generaciones (sobre todo de entendidos), que llega al dramaturgo.

 

25

Jovio, Libro de las historias..., f. II.

 

26

Jovio, Libro de las historias..., f. III. Le sigue el «Epítome o recopilación de los libros que se perdieron en el saco de Roma», uno de los cuales (lib. VI) es el referido a los sucesos romanos de 1527.

 

27

Este capitán Morón no es, como cree Watson, 1971, p. 56, «a Spaniard», sino que se corresponde, con cambios, a la figura histórica concreta del italiano Girolamo o Gieronimo Morone, al servicio, por años, de los franceses en Milán e importante en el momento por ser el que instiga en 1525 al Marqués de Pescara a la sedición y a la conjura para la liberación de Italia del poder del Emperador, prometiéndole nada menos que la corona de Nápoles; tras descubrirse la conjura, Morón fue apresado, con gran pesar de Clemente VII (Pastor, 1952, vol. IX, pp. 235-236). Fue canciller del Duque de Milán, Francesco Sforza, lo que quizás explica su doble política. Tras la prisión y libertad por una suma de dinero elevada, se sumó, sin embargo, al ejército de Borbón desde Milán, como capitán de su Consejo de guerra, cuya lista ofrece el bien informado cardenal de Como (Del sacco di Roma, p. 489, en Milanesi, 1867). No se conocen sus dudas sobre el asalto, pero sí un juego turbio en el que, mientras Borbón solicita en Ferrara ayuda de avituallamiento, esperando el descenso del ejército hacia Toscana, «il medesimo confermava Girolamo Morone, il quale già molti giorni teneva segreta pratica col marchese di Saluzzo [el capitán de los franceses de la Liga], benché a giudizio di molti simultaneamente e con fraude» (F. Guicciardini, Storia d'Italia, vol. IV, p. 96; también p. 106). Continuó, tras Roma, con el ejército imperial en las campañas de Nápoles y Florencia, y fue comisario general del ejército a la muerte del Abad de Nájera. Las conductas equívocas no fueron obstáculo para premiarlo con el ducado de Boviano en reconocimiento por la gestión del terror establecido en Nápoles por el Príncipe de Orange (F. Guicciardini, Storia d'Italia, vol. IV, p. 186). También participó por parte imperial, junto con Alarcón, en las negociaciones con el Papa preso, y éste se lo gana con la promesa de hacer obispo de Módena a su hijo (Pastor 1952, vol. IX, pp. 326 y 372-374, y Römling, 2002, p. 250).

 

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«Y Borbón, contra la voluntad y parecer del marqués del Gasto [...] fue de contrario voto, y viendo el marqués el malo que se tomaba [...] se fue a Ferrara, a donde también se fue Jorge [de Frundsberg], coronel de alemanes, que había a la sazón caído malo. Y el Borbón [...] acordó de ir sobre Roma (acuerdo malvado e inicuo), sobre lo cual hubo algún rumor en el campo, pareciendo a muchos, y al erizamiento de sus cabellos, recia determinación. Pero otros muy muchos, o por mejor decir casi todos, así españoles como alemanes (que no saco a ninguna de las dos naciones), viendo que no pagaban su sueldo debido, ni había manera tampoco como pagárselo tan aína, adelante aprobaron, tácita y expresamente con grande aplauso, el acuerdo tomado. Y así Borbón partió con su gente (bien digo, ya no gente del emperador, sino suya del Borbón, que así se puede decir más propiamente que de otra manera) y caminan a la vuelta de Roma...» (Jiménez de Quesada, Antijovio, pp. 136-137). Análogo en los datos positivos F. Guicciardini, Storia d'Italia, vol. IV, p. 96 y, sobre todo, p. 100: «Ma maggiore fu la dimostrazione contro il marchese del Guasto; il quale, essendosi partito dall'esercito per andare nel Reame di Napoli, mosso, o da indisposizione della persona, o per non contravvenire, secondo che scrisse al luogotenente, alla volontà di Cesare come gli altri, o da altra cagione, fu bandito dall'esercito per ribelle». Luego se reincorporó.

 

29

Elijo sólo los testimonios allegados por Rodríguez Villa, 1885, pp. 105-109, que pueden ampliarse en Vian Herrero, 1994, pp. 21 y ss.

 

30

El problema era de indiscutible actualidad no sólo porque se estuviera preparando un ejército en condiciones análogas en la frontera de Portugal (Watson, 1971, p. 58), sino porque, de forma general, «el motín, a menudo perfectamente organizado, fue endémico en el ejército español del siglo XVI y en general delataba la imposibilidad en que se encontraba el gobierno de pagar a las tropas» (Lynch, 19732, vol. I, p. 107, y también Parker, 1972, en especial parte II, cap. 8, pp. 185-206).