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Compendio de la historia de México



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Con muy atenta dedicatoria á esta Academia ha traído el correo marítimo un libro nuevo en buena impresión de 346 páginas en 4.º1, obra del licenciado D. Luis Pérez Verdía, profesor de Historia y Cronología en el Liceo de Varones del Estado de Jalisco, escrita para uso de los colegios de instrucción superior de la República, con título de Compendio de la historia de México desde sus primeros tiempos hasta la caida del segundo imperio.

No desconoce el autor las dificultades que ofrece un resumen bien entendido de los sucesos que otros han narrado antes con extensión y con criterio más ó menos apasionado, ni pretendo vencerlas en absoluto, aspirando tan solo á la iniciación de la juventud en tan importante estudio, escudado con la sentencia de nuestro colega Menéndez y Pelayo, «que si en las obras de índole estética no se toleran medianías, en las destinadas á un fin útil caben los esfuerzos de todo hombre investigador y laborioso».

Dividiendo la obra en cuatro partes, traza en la primera el cuadro de la civilización de Anáhuac, discutiendo brevemente las opiniones emitidas respecto al origen de los indios americanos, con bosquejo de la emigración de los pueblos, que uno tras otro, empujándose, descendían de Norte á Sur dejando en edificaciones colosales huella de su paso oscurecido, hasta que sobreponiéndose los aztecas dieron al imperio mejicano grandeza, esplendor y poderío superiores á todas las otras naciones del Nuevo Continente. Reduce á nuestra era las épocas controvertidas de los acontecimientos principales; desenreda las dinastías y los mitos del laberinto de los códices pintados, cuya interpretación resiste así al persistente trabajo de los misioneros que como el P. Sahagun   —229→   lo acometieron, como á la tradición dificultosamente trascrita por indígenas, cual D. Hernando Alvarado Tezozomoc y restaura los nombres de personas y lugares maltratados en las crónicas españolas por el embarazo que á nuestra lengua presentan las palabras Chalchinhtlanetzin, Ixtlicuechahuac, Tetlahuehuezquititzin, Cuetlaxochitl, con tantas otras semejantes que, sin conato de estornudo, apenas puede pronunciar.

En la segunda parte, que abraza el período de la conquista, esboza las figuras de Colón, Velazquez, Hernan Cortés, al frente de las de Motecuhzoma (nuestro Motezuma), Guahtemoc, Xicotencatl, admirando la valentía de los mejicanos heróicamente representada en el último emperador, en contraste de la pusilanimidad del que hallaron los descubridores en el trono. Reconociendo las grandes condiciones del caudillo extremeño lo hace excepción el Sr. Pérez Verdía en la tolerancia que preside por lo general al criterio de su libro, anotando con harta severidad los defectos que descubre en el capitán, y haciéndole inculpaciones rechazadas de antes por los que han profundizado la investigación de su vida y hechos; tales son el asesinato de Motezuma, no habiendo muerto en su opinión, como se dice, de la pedrada que recibió en la cabeza, y el parricidio cometido en doña Catalina Xuarez Marcayda.

¿No entrará por algo en el juicio la idea preconcebida de haber sido una grande iniquidad, conforme á los principios absolutos, la conquista de Méjico? ¿No lo informarán en parte las prevenciones aprendidas de Ramirez, Bustamante, Rivera y aun de Prescot? Parece que sí; en el momento de considerar la ruina de un pueblo valeroso y amante de la independencia, olvidando la falta de respeto que por la de los vecinos tuvo y el objeto de su ocupación normalizada en la guerra por el único fin de conseguir prisioneros, que con el corazón palpitante renovaran la costra sangrienta del horrible ídolo Huitzilopochtlí, y con los miembros proporcionaran el manjar apetecido de los nobles guerreros, la simpatía natural, el sentimiento generoso del autor ofuscan momentáneamente su clara razón. Repuesta en breve le dicta:

«La humanidad destinada á marchar progresivamente á su destino, no ha alcanzado de un golpe todas las verdades que deben   —230→   dirigirla, sino que extraviada frecuentemente por diversas causas, ha caminado poco á poco, abandonando diariamente lo que hasta allí había tenido por bueno.

»De aquí resulta que los hechos históricos se juzguen, no solo con arreglo á las verdades eternas, sino también conforme á las circunstancias y al espíritu de su época; de manera que no podemos excusarnos de tomar en cuenta las ideas dominantes en el siglo XVI para formarnos un juicio exacto de la conquista de nuestra patria.

»Así como en la antigua Grecia eran tenidos por bárbaros todos los pueblos que no pertenecían á ella ni estaban por lo mismo representados en el Congreso de los Anficiones, de igual modo en la Edad Media eran considerados todos aquellos que no profesaban la religión católica.

»De este error provino la creencia de los monarcas católicos de que estaban autorizados para despojar á las naciones americanas, y de este error también nació el duro tratamiento que los conquistadores dieron á los naturales, pues suponían que todo les era lícito tratándose de infieles, y por eso se ve con cuanta frecuencia los engañaban, los robaban y los hacían todo género de iniquidades...2

»La civilización aztecatl estaba destinada á perecer para ser sustituida por otra superior, y la Providencia preparaba el camino de su ruina»3.



Tal es realmente la opinión de la edad presente: los Congresos de Americanistas van descubriendo con asombro que aquellos españoles súbditos del Emperador ó de su hijo Felipe, que en relaciones amañadas aparecen sedientos de sangre y oro, sin buscar otra cosa por el Nuevo Mundo, ya por entonces plantearon y aun resolvieron problemas que el avance de los conocimientos humanos propone ahora por novedad. Si algún escritor apegado á la rutina se desentiende de las condiciones de la época, en que, curando la medicina las dolencias del cuerpo con los tormentos del hierro y el fuego, no era fenomenal que el fuego y el hierro se   —231→   aplicasen también al remedió de los males sociales, ni que se admitiera como recurso de probanza judicial el tormento, así en España como en la Europa toda, que detrás de ella caminaba por entónces, la repetición de declamaciones huecas, pasadas de moda, servirán tan solo para descubrir su ignorancia en la historia general y en la especial americana.

El Sr. Peréz Verdía emplea la tercera parte del Compendio en reseñar los sucesos del gobierno de los Tenientes de Cortés, de las dos Audiencias primeras y de los Vireyes en serie completa de los sesenta y cuatro que abarca el período de 1524 á 1821. Condensando las ocurrencias sin omitir ninguna de las principales; apreciando con justicia lo mismo el odioso proceder de Nuño de Guzman y sus ad-lateres que la integérrima conducta de Lemos; la avaricia de algunos altos funcionarios, que el desprendimiento de otros; el admirable ejemplo de los primeros apóstoles de la fe, la síntesis de este trabajo interesante se encierra en las frases que copio:

«En la serie de los Vireyes que gobernaron en México se descubre el deseo de los reyes de España de que fueran personas de importancia que atendieran al bien del país, y si hubo muchos que faltaron á esa confianza y extorsionaron al pueblo procurando su propio interés, esto era indispensable, atendida la condición humana; pero otros en cambio se manifestaron probos y entendidos gobernantes; así es que, gobierno que contó entre sus agentes á los Mendoza, Velasco, Rivera, Acuña, Bucareli y Güemes Pacheco, es acreedor á la gratitud.

»No significa esto que no tuviera el país mucho por qué quejarse; la avidez de los españoles, la crueldad y dureza con que trataban á los naturales esclavizándolos é imponiéndoles durísimos trabajos fueron males gravísimos que aún acarrearon la destrucción de la población indígena, y aunque los reyes de España constantemente dictaron justas disposiciones en su favor, por no haber tenido energía para hacerlas cumplir se hicieron responsables; pero hay que tener en cuenta que el despotismo y las más absurdas ideas acerca de la majestad real eran entonces las dominantes en España, como efectos de la época. Por otra parte, atendida la deplorable situación que cupo en suerte á México de   —232→   ser colonia de un país extranjero, no tuvo que sufrir lo que otras colonias en las que sus metrópolis, sólo han procurado explotarlas en cuanto fuere posible.

»Algunas veces, en medio de la exaltación de los partidos, ha llegado á suponerse nociva para la nación Mexicana el haber sido descubierta y conquistada por España; pero prescindiendo de lo inútil de tal cuestión, España dió á México lo que ella tenía, aun bajo el aspecto de la vanidad; pues aquella nación era la más poderosa del siglo XVI. Las afinidades y simpatía de raza hicieron que se verificara en parte entre la española y la mexicana una verdadera fusión, de lo que resultó que no se destruyera la última, como ha sucedido en otras colonias4».



Por fin acomete el autor en la cuarta y última parte la narración del movimiento revolucionario de emancipación, y conseguida esta el relato de tantos esfuerzos hechos desde 1821 á 1867 con el fin de consolidar la existencia independiente de la República en el concierto de las naciones; pasando ligera y penosamente por las escenas de sangre fratricidamente derramada, escollo peligroso que salva sin dar satisfacción á las pasiones, ni incienso ni baldón á las personas, guiado par el juicio recto, el ánimo sereno, la intención sana y el deseo de la paz y la ventura que Dios conceda á su país.

En cuestiones de apreciación no son las que antes he citado únicas, en que mi criterio difiere del de el autor; pero en conjunto pienso que llena cumplidamente las condiciones del objeto que se propuso y que el libro, como obra manual, ha de ser de utilidad en círculo más ancho que el de los colegiales, complaciéndome manifestarlo á la Academia.





Madrid, 6 Marzo 1884.



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