Focio |
En la persecución contra las imágenes, fueron destruidas muchas
escuelas y bibliotecas en la Grecia, y en todas partes las letras eran tenidas
en descuido. Metafrasto de Constantinopla escribió vidas de Santos.
Algunas obras griegas, cuyos originales se habían perdido, se hallaron
traducidas en siriaco y en árabe. De portentosa erudición y fino gusto dio
pruebas Focio, que reunió en el Nomocanon en catorce títulos, todos los
cánones admitidos por la iglesia Griega, y escribió la Biblioteca,
extractando en 300 artículos otras tantas obras. Constantino VII reunió en
los Geopónicos cuanto se había dicho sobre agricultura, y en cincuenta
libros, los rasgos históricos más aptos para estimular a la virtud. León VI
ordenó gran número de aforismos en sus Instituciones militares: lo que
demuestra cuántos tesoros poseían aún los Griegos, de que no supieron
aprovecharse. |
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Tampoco se ocupaban en estudios clásicos los Orientales, pero en
cambio se dirigían a otros nuevos. Los Carlovingios continuaron
cultivando las letras; la Iglesia mandaba que se multiplicasen las escuelas;
y en los conventos y monasterios se copiaban libros. |
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Apenas se trasmitió la historia de aquella época por algún cronista, en
prosa o en verso; los poetas fueron escasos y toscos. Entre ellos se
recuerda a Roswitha, monja de la Baja Sajonia, que escribió en verso la
historia sagrada, y compuso comedias al estilo de Terencio, con asuntos
cristianos. |
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También en los idiomas nuevos se empezaban a escribir canciones
populares, y los sermones se hacían en tudesco, o sea en alemán. |
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Nuevas herejías dieron lugar a nuevas controversias, como la de
Claudio, obispo de Turín, que declaró la guerra a las imágenes; la de
Gottschalk; la de Berenguer, que negaba la presencia real en la eucaristía.
Juan Escoto (886) comentó a Aristóteles, y sostuvo el libre arbitrio,
proclamando los derechos de la filosofía. Lanfranc de Pavía y Anselmo de
Aosta tuvieron célebres escuelas respectivamente en Normandía y en
Canterbury. San Pedro Damián trató cuestiones exegéticas y teológicas.
Gerberto, que fue Papa con el nombre de Silvestre II, unió la dialéctica a
las matemáticas, y parece que había introducido y divulgado las cifras
árabes en Europa. Guido, monje de Arezzo, inventó la notación musical,
denominando la escala con las primeras letras del himno Ut queant laxis,
etc. En aquel tiempo se inventó el órgano, grandioso instrumento que los
une a todos para ensalzar a Dios. |
Bellas artes |
Entonces, sin duda alguna, eran más numerosas las destrucciones que
las construcciones. Sin embargo empezaron a trazarse caminos; no
faltaron a los pontífices soberbios edificios, con pinturas y mosaicos;
además de los castillos señoriales y de los conventos de tantas órdenes
monásticas, fabricáronse iglesias, mayormente después de haber
desaparecido el miedo de que con el año mil se acabase el mundo. En
Italia, sobre todo, el comercio proporcionaba a muchas ciudades los
medios de embellecerse, hasta con columnas y piezas arquitectónicas
traídas de remotos países. Entre los grandes edificios de aquella época
descuellan San Marcos de Venecia, bellísimo modelo de arquitectura
bizantina; San Lorenzo de Génova y la catedral de Pisa. |
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Desde los primeros tiempos del Cristianismo fueron venerados los
lugares donde habían actuado los misterios de la redención; y acudían a
Constantinopla peregrinos de todo el mundo cristiano, por devoción o por
penitencia, o también para buscar reliquias. Cada año había grandes
peregrinaciones a la Tierra Santa. Después que Omar la hubo
conquistado, surgieron dificultades para penetrar en ella; sin embargo
esto se obtenía mediante dinero o en virtud de algún convenio, como el
que Carlomagno hizo con el califa Haron-al Raschid. Fue creciendo cada
vez más la devoción, y muchos deseaban ir a morir cerca del valle donde
habían de ser llamados el día del juicio final. |
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Hakem-Bamrillah, brutal califa de Egipto, persiguió ferozmente a los
cristianos que vivían en la Ciudad Santa; para protegerlos, el Papa
Silvestre exhortó a los Pisanos, a los Genoveses y a los Provenzales a fin
de que tomaran las armas. Pero habiendo muerto aquel furibundo califa*,
se obtuvo la libertad de reanudar los tráficos y las peregrinaciones,
mediante el pago de un peaje. Los Amalfitanos construyeron allí la iglesia
de San Juan con un hospital para los viajeros, cuna de la Orden de los
Hospitalarios, llamados después de Rodas y de Malta. |
100 |
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En tanto los Árabes extendían sus dominios, no solamente en Asia,
sino que también en España y en la Sicilia; y desde que los Turcos
Selyúcidas hubieron conquistado el Egipto y la Grecia, no hubo opresión
que no ejercieran sobre los Cristianos que iban a Palestina. El emperador
de Constantinopla, amenazado por aquellos Turcos, pedía auxilio a los
Cristianos de Occidente, y los papas exhortaban a que se rechazara
aquella nueva irrupción de Bárbaros. |
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Un tal Pedro, de Amiens, que había ido con otros a visitar la Tierra
Santa, volvió lleno de indignación por la profanación de los sagrados
lugares y de compasión por los hermanos que allí sufrían, y recorrió la
Europa promoviendo un levantamiento en masa para libertarlos. Corrían
tiempos guerreros; millares de barones ambicionaban la ocasión de
ejercitar su valor y abandonar la monotonía de los castillos; en la plebe
estaba profundamente arraigado el sentimiento de la piedad y de la
expiación; así, pues, no es de extrañar que Pedro el Ermitaño lograse su
intento; y así como un siglo antes todos habían creído en el fin del
mundo, todos creyeron entonces en la expiación por medio de la ida a los
Santos Lugares. El Papa Urbano II proclamó y bendijo la empresa en el
concilio de Clermont, concedió numerosas indulgencias al que tomase
parte en ella, intimó la tregua de Dios, y fue declarado culpable todo el
que ofendiese a algún cruzado. |
1095 |
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Aquello no fue una expedición regular, con provisiones, dirigida por
un jefe, como la pinta el Tasso. En masa la muchedumbre de una ciudad o
de una diócesis se ponía en marcha, sin conocer el camino, sin víveres ni
recursos, confiando en el Dios que alimentó a los Hebreos en el desierto.
Pedro, lleno de fervoroso entusiasmo, precedía a una turba innumerable,
que enfermó o se dispersó en el camino; tanto que llegó con muy pocos a
Constantinopla; otros fueron sorprendidos y degollados por los
Musulmanes. |
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Semejantes desastres no desanimaron a los barones, que se pusieron en
marcha con sus caballeros e infantes, unos desde Flandes y Lorena, y
otros de Francia, Normandía y Provenza, con algunos de la Italia
meridional: campeones famosos por sus hechos de armas. El emperador
Alejo Comneno, que los había llamado para librarse de los Turcos, les
tomó miedo, y se negó a alojarlos y mantenerlos; por cuyo motivo ellos se
pusieron a talar el país. Por último, Alejo los hizo trasladar al otro lado
del Bósforo. |
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Entre los Selyúcidas, señalose Solimán, que conquistó el Asia Menor y
la Anatolia, privando al imperio constantinopolitano de todas las
posesiones asiáticas de tierra firme, y escogió por capital a Nicea, después
de haber devastado a Antioquía y a Laodicea. Su hijo Kilige Arslan se vio
atacado por los Cruzados, y les opuso todas las fuerzas del islamismo.
Pero los Cruzados avanzaban; tomaron a Antioquía, y provistos de
víveres y armas, llegaron a Jerusalén, la sitiaron, y después de haber
derrotado en Ascalón al ejército persa que había venido como auxiliar,
tomaron la Ciudad Santa, y en ella eligieron por rey a Godofredo de
Bouillon. |
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Los Cruzados hicieron en Palestina lo que los Bárbaros cuando
ocuparon el Mediodía de Europa. De modo que al lado del reino de
Jerusalén, se establecieron los principados de Antioquía, Edesa,
Tiberiade, Tortosa, Ascalón, Cesarea y otros, que se obligaban a pagar un
tributo de vasallaje al rey de Jerusalén; se diferenciaban por el idioma, las
costumbres y el traje, pero todos se componían de devotos fervientes e
intrépidos guerreros. Godofredo formó las Asisias de Jerusalén, código
de costumbres feudales, que concedía el derecho pleno sólo a los que
empuñaban las armas; dejaba independiente a la Iglesia y permitió la
organización de muchos comunes. |
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Godofredo, perfecto príncipe, respetuoso para con el patriarca de
Jerusalén, trató de poblar su pequeño reino asegurando los terrenos a
quien los poseyera un año y un día. Continuamente tuvo que rechazar
incursiones de Árabes, Turcos y Egipcios, en cuyas refriegas se señaló
Tancredo, normando de Italia. |
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Sucediole Balduino, ambicioso y amante del fausto, quien para
proporcionarse el auxilio de las ciudades italianas, concedió a cada una
un barrio en cada ciudad que se conquistase y la tercera parte del botín. |
1100 |
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Continuamente llegaban nuevos cruzados de Europa, y merecen
especial mención los Noruegos, capitaneados por Suenon, hijo del rey de
Dinamarca. Los emperadores griegos, en vez de favorecer la conquista,
trataban de sacar provecho de ella. Los cruzados sufrían desastres y
alcanzaban victorias en continuas empresas caballerescas; y bajo
Balduino del Burgo llegó el reino de Jerusalén a su mayor grandeza. Los
Venecianos, que atendían más al negocio que a la devoción, acudieron
allí con una flota, con la condición de tener en cada ciudad una calle, una
iglesia, un baño y un horno, exentos de toda carga, y con jurisdicción
propia; y además, una tercera parte de las ciudades conquistadas con su
ayuda. En primer lugar tomaron a Tiro, y a su regreso saquearon las islas
para vengarse del emperador griego. |
Musulmanes |
Balduino, que durante mucho tiempo había sido prisionero de los
Musulmanes, les atacó tan pronto como se encontró en libertad. Sus
principales soberanos eran, sin hablar de España y de la Mauritania, los
califas omeyas en Bagdad, los Fatimíes en El Cairo, el Soldán de
Damasco, los emires de Mosul y Alepo, y los ortocidas a orillas del
Éufrates. Más de temer eran los Turcos, que guerreaban por bandas, sin
plan fijo, pero sin tregua. Terrible adversario fue para los Cristianos de
Palestina la secta de Abdallah, constituida en sociedad secreta, enemiga
de los Omeyas y de los Abasíes, con ciencias ocultas y jerarquía
determinada. Favorecidos por los Fatimíes de Egipto, aumentaron en
número y en poder, merced a Hassan-ben-Sabban, que ocupó, en los
montuosos confines del Iraq, el fuerte de Alamut, donde se hizo poderoso
y reformó la secta. El jefe se llamaba Viejo de la Montaña
(Sceik-el-Gebel) y tenía vicarios en las provincias. En el centro de los
Estados había toda clase de delicias y la magnificencia oriental más
sorprendente. El joven destinado a ser fedawie, después de embriagarse
con bebidas cargadas de opio, era trasladado a los jardines del Viejo de la
Montaña, donde al despertar se hallaba rodeado de todos los encantos
imaginables, hasta el punto de creerse en medio del voluptuoso paraíso
prometido por el Profeta. Cuando había agotado ya sus fuerzas y deseos,
en aquel éxtasis embriagador, volvían a adormecerle los sentidos, y al
abrir de nuevo los ojos, se encontraba en su primera estancia, teniendo
junto a sí al Viejo o señor de la Montaña, quien le aseguraba que no se
había apartado de allí un solo instante, y que le hacía saborear
anticipadamente los goces del paraíso, a fin de que conociese las delicias
reservadas a los que daban la vida por obedecer a su jefe. |
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Asesinos |
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Así se exaltaba la religión de la obediencia a los superiores, que es un
dogma entre los Musulmanes, hasta el punto de despreciar los honores,
los tormentos y la vida, dispuestos a matarse o a dar la muerte a otro, si se
trataba de ejecutar una orden. Del haschisch que bebían tomó origen su
nombre de Asesinos (Haschischins); penetraban en las fortalezas y en los
palacios reales, espiaban años enteros a su víctima, si necesario era, y no
había obstáculos que no venciesen con astucia y constancia. Así duraron
siglo y medio, siendo espanto de amigos y enemigos, hasta que los
Mogoles los sepultaron bajo las ruinas del califato. |
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El más valioso alimento de las Cruzadas fue la caballería, espléndido
episodio de la historia europea, entre el planteamiento del cristianismo y
la revolución de Francia. Era una exaltación de la generosidad, de la
delicadeza, del pundonor, del desinterés, la que determinaba las acciones,
consagraba las hazañas y purificaba los fines. La religión y la mujer eran
los ídolos de los caballeros. Parte de estos sentimientos debían su origen a
los Árabes, grandes mantenedores de la palabra, fidelísimos a la
hospitalidad, y parte a los Germanos, entre los cuales la mujer era mucho
más respetada que por los Romanos y los Griegos, y en cuyo país cada
hombre tenía su importancia personal y su responsabilidad, y se dedicaba
a las armas hasta en los juegos. |
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Los romances y novelas que de ella se nutrían, la hacen remontar hasta
la tabla redonda del rey Arturo o a los paladines de Carlomagno. Sólo
después del año mil, cuando hubieron cesado las guerras de invasión, la
caballería adquirió desarrollo en toda Europa, siendo sobre todo galante
en Francia, severa en la Germania, aristocrática en Inglaterra y menos
refinada en Italia; no existió en Grecia ni en Rusia. En todas partes
adquirió un carácter conforme a la índole de los pueblos. Al principio
predominó en ella la guerra; luego la galantería, y por último el falso
entusiasmo y las exageraciones que la hicieron ridícula. |
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Los símbolos expresivos que acompañaban a todos los actos de la
Edad Media, se multiplicaron en la caballería. El joven hijo de Caballero,
era educado en el castillo de manera que se acostumbrase al manejo de las
armas, al celo de la nobleza adquirida, a la cortesanía, a los galanteos, a
las visitas, a los viajes, a la montería y a la caza. A los catorce años, el
mancebo era armado escudero por el sacerdote que le ceñía la espada
bendecida y las espuelas de plata; y se ponía a las órdenes de algún
paladín, hasta que por sus servicios y por sus empresas mereciese ser
armado caballero. Esto se hacía en solemnísima ceremonia, precedida de
baños y ayunos, de vigilias y oraciones; su paladín le daba tres golpes de
plano con la espada y un abrazo, y se le ponían las espuelas de oro. |
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Deberes de todo caballero eran defender la religión, las iglesias, los
bienes y los ministros de las mismas; sostener al débil, a los huérfanos y a
las mujeres; mantener la palabra empeñada; no obrar nunca por interés ni
por pasión, y guardar fidelidad a su señor. Contraían a menudo la mutua
fraternidad de las armas, compartiendo las fatigas y la gloria. El que
faltaba a sus deberes era degradado. La Iglesia, si no fue la inspiradora de
tales sentimientos, los alimentó y depuró al menos. En parte verdaderas,
pero en gran parte imaginarias, son las aventuras que a los caballeros se
atribuyen en una infinidad de novelas; y si bien degeneró después la
caballería por las exageraciones satirizadas en el Don Quijote, sobrevivió
el caballero en el gentilhombre, orgulloso de su cuna, delicado en lo
tocante a la reputación, independiente en presencia de sus superiores,
cortés con el bello sexo, como se conservó hasta la invasión de la
democracia. |
|
La asociación de la Iglesia con la milicia se consumó por medio de las
órdenes religioso-militares. Los Hospitalarios de san Juan (cap. 148)
fueron instituidos por los Amalfitanos, y comprendían eclesiásticos para
el socorro de las almas, legos para los servicios corporales y caballeros de
armas encargados de proteger a los peregrinos, presididos por un gran
maestre. |
|
Algunos franceses siguieron el ejemplo de estos, fundando la Orden de
los Templarios, tutela de peregrinos también, y al mismo tiempo cruzada
permanente contra los infieles. Uniéronse a ellos los caballeros
Teutónicos, con hospitales y oratorios, quienes más tarde adquirieron en
la Germania un poder soberano. A imitación de estos se instituyeron los
caballeros de San Lázaro, consagrados principalmente a curar a los
leprosos, y unidos después a la Orden de San Mauricio; los caballeros del
Oso, los del Silencio, los de la Estrella Roja, los de San Miguel; la Orden
de Calatrava, para rechazar a los Árabes de España; la de Santiago, la de
Porta-Espadas, contra los Livonios, en Prusia; la del Toisón de Oro en la
Borgoña; en Italia los Gaudentes, los caballeros del Lazo, y la Orden
Constantina, a la cual pertenecieron los últimos Comnenos, y que
heredaron los Farnesio, y la Orden saboyana de la Anunciata. La espuela
de oro era conferida por los Pontífices. Estímulo al principio de noble
celo, valor y caridad, todas estas órdenes fueron degenerando hasta
trasformarse en títulos de simple vanidad. |
|
De estas instituciones caballerescas derivan, y con ellas se conexionan
los escudos y divisas. Los caballeros debían consagrar especial cuidado a
tener sólidas armaduras para el ataque y la defensa, y buenos caballos,
algunos de los cuales unieron su fama a la de sus jinetes, haciendo que
sus nombres pasaran a la posteridad (Frontín, Brilladoro, Rabicán,
Babieca). |
|
El escudo era la pieza principal de la armadura, y se distinguía por
signos particulares, sencillos al principio y complicados después;
calificaba al caballero y concluyó por ser adoptado por toda su familia. La
cruz era el distintivo más común de los Cruzados, si bien variaba de
forma y de color; después fueron introduciéndose ciertos emblemas y
colores determinados, costumbre que dio origen a la complicada ciencia
de la Heráldica o arte de los blasones, que forma con pocos elementos
interminables variedades. Principal cuidado del caballero, y después de la
familia, era el conservar sin mancha las armas y los blasones, que
ostentaban en las banderas, en los castillos y en los trajes. Las ciudades y
las naciones adoptaron escudos y colores, que se fueron complicando con
los de las familias y de los países unidos. |
|
La custodia de estos emblemas estaba confiada a los heraldos, que con
el propio escudo representaban al señor o a la ciudad, en cuyo nombre se
presentaban, reunían al pueblo, llevaban los carteles de desafío y
castigaban la deslealtad. |
|
Con frecuencia los escudos iban acompañados de lemas, y en el siglo
XV se ocupaban los literatos de contentar la vanidad y el capricho de sus
Mecenas, inventando figuras simbólicas con frases adecuadas a la
expresión de un sentimiento o a una situación de tal o cual persona. Estos
motes se convertían en consigna de guerra. |
|
Mientras que los nobles adquirían un documento que indicaba su
categoría, tomando el título del castillo o del feudo que poseían, el vulgo
se limitaba a tomar un nombre. Poco a poco se introdujeron en la plebe
misma los apellidos deducidos del país, del oficio, de los defectos, de las
cualidades de cada cual, y después de haber sido personales, se hicieron
hereditarios. En vez de tú, que los Romanos usaban hasta con el
emperador, se introdujo el tratamiento de vos, el de señoría, el de
excelencia, el de alteza; el don, reservado a los abates, se comunicó a
todos los curas y por fin a los seglares. |
|
Los torneos eran juegos militares, donde los caballeros se lanzaban al
combate con armas corteses, rivalizando en destreza y en valor. Las
grandes solemnidades de la Iglesia, las coronaciones, los bautizos, los
matrimonios de los príncipes, una victoria, una paz, todo eran ocasiones
para torneos. Un heraldo, acompañado a menudo de dos doncellas, iba de
castillo en castillo, llevando cartas y carteles a los adalides de más
nombradía y convidando a todos los valientes que encontraba en el
camino. No entraban en liza más que los que habían dado pruebas de
nobleza y presentado su escudo sin mácula. Espléndidos pabellones
manifestaban la emulación que se establecía entre los concurrentes a fin
de excederse en magnificencia. Se construían tiendas para dar abrigo a la
muchedumbre; se alzaban tablados, a veces en forma de torres de muchos
pisos, cubiertos de tapicería; se obsequiaba a los vencedores con ricos
donativos y espléndidos banquetes. En los torneos era donde se hacía
mayor ostentación de escudos, empresas y divisas. Carruseles, sortijas,
quintanas, pasos de armas, eran combates de género diverso. El pueblo
vociferaba, animado por la generosidad de los señores que distribuían
dinero, víveres, trajes, y a veces hacían manar vino de las fuentes. |
|
No siempre se terminaba con aplausos y cantos, y no era raro ver
convertido el juego en una verdadera batalla, donde los caballeros
quedaban heridos y a veces muertos. En un torneo murió el hijo de
Enrique II, rey de Francia, en 1559. |
|
Las mujeres alcanzaban sus triunfos en las cortes de amor. Hemos
indicado ya cómo fue creciendo el respeto a las mujeres, que se convirtió
en veneración merced a la caballería. Los monasterios se convertían en un
medio de emancipación para la mujer. Las leyes de los Bárbaros hicieron
lo que estuvo vedado a los códigos de la sabiduría antigua; tomaron bajo
su protección el honor de las mujeres de condición libre, y hasta la virtud
de las esclavas; concediéronles derechos no disfrutados hasta entonces,
como el de heredar y hasta el de subir al trono. Jaime II de Aragón ordenó
que se dejara pasar sano y salvo a todo hombre, caballero o no, que
acompañase a una mujer, a menos que fuera culpable de homicidio. En la
abadía de Fontevrault, las mujeres eran superiores a los hombres. |
|
Al par de la caballería, se introdujo la gaya ciencia, que enseñaba las
reglas del amor, considerado como el complemento de la existencia del
caballero, el manantial de las proezas y el conjunto de las virtudes
sociales. Asociando ideas religiosas, caballerescas y feudales, a ningún
hidalgo debía faltar una dama a quien dedicar sus proezas. Estableciéronse
preceptos y reglas, que degeneraron pronto en sutilezas y exaltaciones
ridículas. En las cortes de amor se constituían tribunales, donde las
mujeres, ayudadas por los caballeros, y hombres de leyes, sometían a
discusión algunos puntos del arte de amar, por ejemplo: Si es mejor el
amor que se enciende, o el que se reanima; si es preferible beber, cantar y
reír, o bien llorar, amar y padecer; quien no sabe ocultar, no sabe amar.
Presentábanse cuestiones y disputas de amantes; se discutía, y se
pronunciaba el fallo, que formaba la jurisprudencia de aquella extraña
legislación, donde la galantería pronto degeneró en necedad. Estas
instituciones cayeron también con la caballería, cuando, al albor de
nuevos tiempos, llegaron a ocupar los espíritus frívolos pensamientos más
serios. |
|
Esto ya indica que aquella edad, que se llamó de hierro, no siempre fue
feroz y sanguinaria. Las diversiones eran poco comunes, pero espléndidas,
y no se celebraban en casas particulares ni en teatros, sino al aire libre, con
el concurso de todo el pueblo, invitado a gozar, si no a tomar parte en
ellas. Eran esplendidísimas las mesas bancas, donde acudían músicos,
cantores, saltimbanquis, charlatanes, volatineros (278) y bufones, quienes
recibían vestidos, comida y dinero. Se servía de comer en los patios y en
los prados a todo el que llegaba. Las viandas que se servían en solemnes
ocasiones, eran más bien de gran coste que de fino gusto; presentábanse
en la mesa lechones y jabalíes enteros, pavos con sus colas, y toda clase de
aves y piezas de caza; todo entre cantos y música. |
|
La caza era la diversión favorita de los nobles, para quienes estuvo al
principio reservada. Los feudatarios prohibieron a los villanos, bajo
severísimas penas, molestar a los animales de caza, a pesar de que
devastaban los campos. Se introdujeron después las cacerías simuladas,
especialmente la del toro. |
|
Los habitantes de las ciudades, habiendo recobrado su libertad,
introdujeron juegos públicos, ya por el carnaval, ya en conmemoración de
algún acontecimiento notable. El parque y el circo en Milán, el Campo
Fiore en Verona, el Campo Marzo en Vicenza, el Prado en Padua y en
Luca, eran teatros de tales festividades. Venecia, sobre todo, era
renombrada por sus fiestas, siendo notables la de las Marías, la de los
pájaros y palomas, la de las regatas, y la de los esponsales del mar. |
|
El carnaval se celebraba con mascaradas cuya costumbre no ha
desaparecido todavía. Los cronistas no omitían jamás la descripción de
bailes y fiestas, que no carecen de importancia. |
|
La Iglesia celebraba también sus fiestas, con mercados y ferias, por las
grandes solemnidades. La gente acudía tanto más, cuanto que se trataba de
sitios exentos de impuestos y protegidos contra el predominio de los
señores. La poca cultura de la época excusa que con las funciones
religiosas se mezclasen indecorosas bufonadas, como la fiesta de los
burros y ciertas representaciones. Pero estas representaciones, llamadas
misterios, fueron el verdadero origen del nuevo arte dramático. Al
principio se imitaba la pasión de Cristo y algunos hechos de santos y de
mártires; luego se compusieron escenas, con versos a propósito, donde
intervenían patriarcas, santos, ángeles, hasta diablos, y el mismo Dios.
Había hermandades que tomaban bajo su especial cuidado aquellos
misterios: primer paso para la formación de las compañías dramáticas. No
tardaron en transformarse tales instituciones, representando asuntos
profanos, y hasta exhibiendo farsas ridículas, cuando no escandalosas. |
|
A los juegos tumultuosos se unieron los privados y los de azar, a cuya
pasión se opuso siempre la Iglesia, si bien con escaso éxito. Hasta
mediados del siglo XV no se hace mención de la lotería. El ajedrez vino
del Oriente, quizá en tiempo de las Cruzadas. Los naipes aparecen a
mediados del año 300; estaban pintadas con esmero y lujo, y fueron uno
de los primeros usos a que se aplicó la imprenta. |
|
Ornamento y vida de las fiestas de la edad media eran los poetas, a
menudo confundidos con los bufones y juglares. Muy distintos eran los
Trovadores, primeros poetas de la moderna civilización. En la Provenza
se conservaban vestigios de la sociedad romana en los municipios, en la
lengua, en el comercio; y durante la larga paz que ofreció el reinado de
príncipes nacionales, pudo florecer la literatura, cultivada por
apasionados cantores. Valiéndose de la lengua de oc, inspiráronse éstos
en la gaya ciencia para cantar a las damas y a los caballeros, las armas, los
amores, la cortesía y las audaces empresas. Sus poesías líricas con mejor
apreciadas al canto que a la lectura. Introdujeron la rima, ya iniciada por
los Latinos de la decadencia. No afectaban erudición, ni imitaban a los
clásicos, que probablemente desconocía; expresaban sentimientos,
disponiendo las palabras de manera que produjeren buen efecto al oído, y
agradasen a caballeros y a damas ignorantes en punto a bellas letras. La
mayor parte de sus composiciones son amorosas; de vez en cuando se
complacen en versificar sobre cosas y personas sagradas, o ensalzan a los
valientes y satirizan o hieren a los cobardes y a los tiranos; o bien cantan
aventuras, cuyo protagonista es con frecuencia el mismo Trovador. Iban
de castillo en castillo, celebrando a las bellas y a los paladines, y ganando
así trajes y comida, y brillaban sobre todo en las cortes privadas y en los
torneos. Algunos alcanzaron fama duradera, como Bertrand de Born,
Princivalle de Oria, Pedro Cardenal, Bernardo de Ventadour, Rambaldo
de Vaqueiras, Pedro Vidal, Sordello de Mantua, Maestro Ferrari de
Ferrara. |
|
La lengua y la literatura provenzales fueron trasladadas luego a
Aragón, donde los Trovadores continuaron por mucho tiempo. Enrique,
marqués de Villena, indujo a Juan I de Aragón a instituir en Barcelona
una academia por el estilo de la de Tolosa; pero fue de breve duración. A
mediados del siglo XV, compuso versos en aquella lengua Ausiàs March
de Valencia, a quien se ha querido comparar con Petrarca, tanto por su
mérito como por sus aventuras. Omitimos a otros de menos importancia. |
|
Uno de sus méritos consistía en tener siempre dispuestas relaciones
con que amenizar los banquetes y las tertulias. La viva imaginación de
aquellos tiempos había mezclado con la verdadera historia, y mayormente
con la sagrada, una infinidad de narraciones apócrifas, de aventuras
extravagantes, que hasta mucho tiempo después sirvieron de asunto a las
bellas artes. En aquellas leyendas tomaba gran parte el diablo, que
personificaba la inclinación mala del hombre, y aparecía con frecuencia
vencido y burlado. A veces las artes, por no haber expresado bien un
pensamiento, o también los símbolos mal interpretados, daban origen a
leyendas. Pintábase a San Nicolás de Mira teniendo al lado tres
catecúmenos sumergidos en la fuente bautismal, y de figura más pequeña
para indicar su inferioridad; el vulgo creyó que eran tres niños y que el
santo les había resucitado y sacado de la caldera donde cocían para
cumplir un impío voto. El cerdo, que a los pies de San Antonio debía
significar la victoria de este santo sobre el enemigo infernal, dio lugar a
extravagantes leyendas. Muchísimas eran los que tendían a excitar la
devoción y a aumentar los sacrificios por los pobres muertos. A veces,
estas leyendas toman la extensión de novelas como los Siete durmientes,
el Barlaam y Josafat. |
|
La devoción no era la única que inspiraba las narraciones de aquel
tiempo; y el patriotismo, la fidelidad en amor y la execración de las
guerras civiles formaban con frecuencia el asunto de las novelas. El amor
patrio atribuía a cada ciudad orígenes troyanos o apostólicos, y la hacía
teatro de los más extraordinarios acontecimientos. Las novelas que se
inspiraban en la caballería, fabulaban la historia de Arturo, de Merlín, de
Carlomagno, de Alejandro; y las que se inspiraban en la vanidad de
familia, inventaban genealogías y las llenaban de héroes. Muchas fueron
tomadas de los Orientales, como las Mil y una noches, El libro de los
siete consejeros, del indio Sendebad, las fábulas de Kalila y Dimna; y
fueron la fuente donde bebieron los poetas posteriores. Innumerables son
las novelas que siguieron, y han adquirido celebridad Los reales de
Francia, el Guerino Mezquino, el Orlando enamorado y el Furioso. |
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Muchas de aquellas historietas sobrevivieron y parecen superiores a
cuanto se inventó después, como la de Imelda de Lambertazzi, de Julieta
y Romeo, de Pía de Siena, de Francisca de Rímini, de Pedro Baliardo, de
Guillermo Tell, de Ginebra de Almieri, de Don Juan y de Fausto. |
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El reino de Jerusalén se vio agitado por disturbios de que se aprovechó
Zengui, Soldán de Iconio, quien se apoderó de Edesa, reconquistada
luego por los Cristianos y vuelta a tomar por Nureddin (279), el cual por los
poetas y los Imanes fue saludado emperador de Islam. Presumiendo los
Cristianos que también conquistaría a Jerusalén, dirigieron sus súplicas a
Europa, donde se empezó a hablar de una nueva Cruzada, y mucho más
cuando la proclamó Bernardo (1091-1155), abad de Claraval, uno de los
más altos personajes de la edad media, orador elocuentísimo, teólogo
cuyas ideas se derivaban de las de San Agustín; autor de una nueva
Orden, cuyos prosélitos se dedicaban a la cultura de los campos. Penetró
en la política de su época, operando reconciliaciones, corrigiendo errores
y persiguiendo a malvados. Propúsose renovar la Cruzada, y aconsejola a
Luis VII de Francia, al Papa Eugenio III y al Emperador Conrado III. No
se procedió, empero, con el entusiasmo de Pedro el Ermitaño; se hicieron
provisiones, cajas comunes, buenas armas y mandos regulares.
Contrariado por los Griegos, Conrado tuvo al principio adversa fortuna;
habiéndose reunido en Nicea con el rey Luis, siguieron adelante; pero ya
las traiciones, ya el valor del enemigo acobardaron a los Cristianos, que,
después de inmensos sacrificios, regresaron a Europa. |
1141 |
San Bernardo |
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1149 |
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Los Cristianos establecidos en la Siria habían perdido ya parte del
valor y de la piedad desinteresada de los primeros conquistadores; y se
habían aficionado a la nueva patria, adquiriendo propiedades,
contrayendo vínculos de parentesco y modificando el idioma con voces
indígenas. Todos preferían conservar lo adquirido por medio de la paz, a
ponerlo en riesgo por nuevas batallas. Solo las órdenes militares
conservaban el espíritu guerrero; pero sus individuos, orgullosos con sus
riquezas y con el continuo ejercicio de su valor, miraban con recelo a los
señores occidentales, y hubieran visto con sentimiento sus victorias. |
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La razón aconsejaba que los enviados no se contentaran con lanzarse
sobre Jerusalén, sino que al mismo tiempo fundaran colonias en toda la
costa del mar; las cuales habrían ejercido grande influencia aún en el
lejano porvenir de Europa, pues que habrían cortado el paso a los Turcos. |
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En medio de los intereses parciales que agitaban la Europa y
conducían a la conquista de las franquicias, de la nacionalidad y de la
ciencia, un interés general atraía siempre las miradas y los ánimos hacia
la Palestina, donde todos tenían religiosos intereses y conciudadanos que
peleaban y que padecían. Con el éxito, los Musulmanes sintieron renacer
su ardimiento, y los Cristianos, que uniéndose hubieran podido redimir
toda el Asia Anterior, malgastaban en particulares empresas un valor tan
impetuoso como insensato. Noradino, uniendo la abnegación al valor, era
ferviente en las oraciones, favorecía las letras, y mantenía una disciplina
severa entre los soldados, no permitiéndoles otra patria que el campo de
batalla. A su Edesa unía siempre nuevas adquisiciones y fijó su residencia
en Damasco. Como el de Bagdad, el califa de El Cairo se hallaba
reducido a los ejercicios del culto, y Noradino, con la aprobación del
primero, movió guerra al otro invadiendo el Egipto. Este llamó en su
ayuda a Amalrico, sucesor de Balduino III en el reino de Jerusalén, quien
después de haber tomado a Alejandría, aceptó cincuenta mil monedas de
oro por salir del país, después de canjear los prisioneros. Los tesoros que
trajo, le hicieron concebir la idea de conquistar aquella comarca, pero fue
obligado a retroceder. Schirkú, emir de Noradino, depuso al califa de El
Cairo, y terminó el cisma de los Fatimíes. |
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1136 |
Saladino |
Terrible para los Cristianos fue Saladino, quien después de haber
reunido bajo su mando los dominios de Noradino, se lanzó a exterminar
la cruz. |
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El reino de Jerusalén era con sobrada frecuencia perturbado por
discordias intestinas, y también se combatí allí a menudo por las
disidencias de Europa. Guido de Lusignan (280), elegido rey e incapaz de
sostenerse, fue hecho prisionero con la flor de sus caballeros por
Saladino, quien hizo matar a todos los Hospitalarios y Templarios, y se
apoderó de Jerusalén, donde las colinas de Sión resonaron nuevamente
con el grito de Alá. |
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1186 |
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Al saberse tal noticia, Urbano III murió de pesadumbre; Gregorio VIII
excitó los ánimos a una nueva Cruzada, y su sucesor Clemente III la vio
conducida por Federico Barbarroja. Otra vez el emperador de
Constantinopla, por celos o temor, opuso obstáculos a la empresa;
Federico se ahogó en Cicilia, y su ejército fue exterminado por
enfermedades. Enrique II de Inglaterra se reconcilió con Felipe Augusto
de Francia, y ambos juraron no deponer la cruz hasta haber recobrado la
Palestina; ordenaron bien la empresa y reunieron su armamento en
Mesina. |
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En tanto, Saladino extendía sus conquistas, y a los Cristianos no les
quedaba ya más que Trípoli, Antioquía y Tiro. A esta puso sitio aquel,
pero de todas partes acudieron caballeros a defenderla, obligaron al
enemigo a retirarse, y asediaron a Tolemaida. Saladino, una vez
proclamada la guerra santa, disponíase a guiar a los Musulmanes a
Europa; pero se lo impidió la llegada de Felipe Augusto y de Ricardo
Corazón de León, hijo del rey de Inglaterra, quienes al cabo de tres años
se apoderaron de Tolemaida. Habiendo quedado solo, Ricardo realizó
heroicas empresas, pero no tuvo más remedio que pactar con Saladino,
cuando los intereses de su país y las rivalidades de Francia y de
Germania, le obligaron a regresar a Europa. Ríos de sangre había costado
la tercera Cruzada, que fue el verdadero apogeo de la caballería; tanto que
el mismo Saladino quiso adornarse con ella. Este murió a la edad de 57
años, dejando por toda fortuna privada cuarenta y siete monedas de plata,
y una de oro, y su Estado fue repartido entre sus hijos y los emires
Ayubíes (281), que no tardaron en hostilizarse entre sí, del mismo modo que
se hacían mutuamente la guerra los príncipes cristianos por la sucesión al
trono de la perdida Jerusalén, que por último se dio a Amalrico de
Lusignan (282), rey de Chipre. |
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1198 |
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1193 |
1197 |
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En medio de todas estas empresas, realizábase un gran cambio en la
condición del pueblo. Este, aunque oprimido por la preponderancia de los
feudatarios, había mejorado relativamente a los tiempos antiguos. La
población agrícola, era la que más había padecido en las invasiones de los
Bárbaros; los colonos, empero, eran distintos de los esclavos romanos,
pues aun siendo siervos, eran dueños de su propia persona, y reconocidos
por el cristianismo como hermanos y responsables de sus propios actos.
La esclavitud no fue abolida de un golpe por el Evangelio, porque de este
modo hubiera acarreado sangrientas revoluciones; se continuó el tráfico
de esclavos, mayormente con aquellos que eran prisioneros Bárbaros o
infieles. Pero la Iglesia proclamaba la igualdad de los hombres; las leyes
protegían al esclavo mismo, y la economía demostraba cuanto más
productivo era el trabajo de los hombres libres. |
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Durante el feudalismo, la distinción entre vencedores y vencidos se
aminoraba con el hecho de vivir los unos cerca de los otros, en el campo
y en los castillos, donde se multiplicaban los contactos por las
necesidades del servicio y de la defensa. Estando unida la jurisdicción a la
propiedad, los colonos de hecho dependían del señor, contra el arbitrio
del cual algunos buscaron la defensa en la unión, y constituyeron ligas
para sublevarse contra el castellano y exigir de éste que les respetase la
vida, los bienes y las mujeres, y les permitiese hacer testamento y heredar,
salir a comerciar, y dedicarse a artes y oficios. Esto de vez en cuando se
obtenía a la fuerza, y otras veces por medio de pactos, reduciendo aquella
servidumbre a tarifas e impuestos que se retribuían al señor. Este no
sacaba gran cosa de sus vastísimos dominios, cultivados negligentemente
por siervos de la gleba que ninguna ventaja obtenían de aquel cultivo; por
esto se subenfeudaban las tierras a vasallos inferiores; los señores las
cedían gustosos al mismo labrador, reservándose una renta perpetua y el
derecho a ciertos servicios, o a la capitación; y todas estas obligaciones se
redimían a veces, cuando el señor tenía necesidad de dinero. |
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Era ventajoso para los feudatarios que prosperasen, las aldeas, y
aquellos atraían la gente del campo con privilegios o con disminuir la
opresión. El clero también mejoraba la condición de la clase ínfima, ora
abriendo sus filas a los esclavos, ora haciendo mejores condiciones a los
agricultores o a los que se establecían alrededor de los conventos,
formando aldeas y ciudades; ora acogiendo mercados y ferias a la sombra
del asilo eclesiástico, o a los fugitivos de la tiranía señorial. Además, la
emancipación de los esclavos se verificaba generalmente en las iglesias,
atribuyéndoles un mérito de caridad. |
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Por tantos caminos, podía, pues, llegar el esclavo a la emancipación y
los campos a ser cultivados por brazos libres. Los colonos pedían a los
reyes privilegios y exenciones, y éstos los concedían gustosos, con el
intento de disminuir el poderío de los barones. El espíritu de asociación,
propio de los Germanos, hacía que muchos se agregasen, principalmente
los miembros de una misma familia, para hacer común el trabajo y los
productos. Tales asociaciones eran frecuentes sobre todo entre los
artesanos, y la más antigua de que hallamos mención es la de los Magistri
comacini, que se esparcían para fabricar. Muchos ejemplos de estas
sociedades se encuentran en Italia, donde son muy raros los de
asociaciones entre villanos. |
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De este modo, bajo el feudalismo, se reconstituía la familia en el
aislamiento del castillo, y en las asociaciones de todas las clases,
tendiendo a dar estabilidad a los patrimonios y a los sentimientos, y a
realizar mayores intereses. Los barones tenían que tratar mejor a los
villanos, y castigar a todo el que causase perjuicio a los colonos, violase
la propiedad o estropease los canales; se facilitó la permuta de heredades
por no llegar a un fraccionamiento extremado; se prohibió algunas veces
el embargo de los instrumentos y de los animales dedicados a la
agricultura, y también del vestido del día de trabajo; atenciones
desconocidas de las leyes antiguas. |
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Mientras que entre los Romanos, los campos eran sacrificados a la
ciudad por la esclavitud, en el feudalismo apenas se hace mención de las
ciudades. En estas habían quedado algunos Romanos libres, mejor
tratados por los Bárbaros, porque con su muerte se perdía completamente
la propiedad, que se mantenía de los servicios que podía prestar con su
cuerpo, con las artes, con las letras o con tributos. Cuando los
emancipados se aumentaron hasta el extremo de no bastar a su sustento la
agricultura, acudían a las ciudades para dedicarse a oficios o a servicios
libres. La prosperidad del comercio y de la industria les favorecía; así se
formó una tercera clase, entre las dos que subsistían en el feudalismo, los
propietarios de tierras y los no propietarios. |
|
Sin embargo, los ciudadanos no tenían relaciones directas con el rey,
pues dependían aún del feudatario. Parecíales útil, por lo tanto, unirse en
asociaciones particulares de artes y oficios; acudir, por lo tocante a la
justicia, a las curias eclesiásticas, y elegir representantes (scabini) para
tratar y dirigir los propios intereses y asistir a los juicios. |
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A medida que iban creciendo, natural era que aspirasen a sacudir el
yugo feudal, a desprenderse del terruño, o conquistar la personalidad. |
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El levantamiento del bajo pueblo contra la aristocracia territorial fue
un movimiento común en toda la Europa feudal; y es un error
considerarlo como una aspiración a la república, cuando era puramente
social. |
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El municipio era probablemente la más antigua organización civil
europea, antes de las conquistas de Roma. La misma Roma fue un
municipio, que prevaleció sobre los demás de Italia, y luego sobre todos
los de Europa, reduciendo los gobiernos parciales a una administración
única. Tales los vemos a la descomposición del Imperio, y tales los
encontraron los Bárbaros, que al parecer no aniquilaron toda la forma del
régimen comunal, no por indulgencia, sino por ignorar con qué orden
iban a sustituirla; de modo que a los vencidos les quedó algún resto del
gobierno patrio, lo menos precario que consintió la opresión guerrera.
Las instituciones municipales sobrevivieron hasta al idioma, como en
algunas ciudades del Rin, de donde se extendieron a otras que florecieron
después. Con mayor razón esto debió suceder en Italia, muchas de cuyas
ciudades jamás fueron conquistadas por los Bárbaros, como Roma,
Nápoles, Gaeta, Pisa y Venecia. Érales enviado un magistrado de
Constantinopla, pero concluyeron por elegirlo entre sus propios
ciudadanos, mayormente cuando los emperadores hubieron declarado la
guerra a las imágenes. |
|
Además del elemento romano, contribuyeron a formar los Comunes el
germánico y el cristiano. Como hemos visto, en el campo cada hombre se
unió a la tierra y corrió la misma suerte que esta. En cuanto a las
ciudades, la mayor parte no dependían de un feudatario, sino de un
conde, magistrado real, el cual disminuyendo cada vez más la
dependencia, hacía que aquellas quedasen solo protegidas por un
emperador débil y lejano, que cambiaba con frecuencia el centro de su
poder de Germania a Italia. De modo que a medida que se desacreditaba
la autoridad real, se robustecía el poder feudal. Las ciudades hubieran
podido libertarse completamente del dominio imperial, pero prefirieron
deber al emperador su inmunidad, es decir el derecho de ejercer su
propia jurisdicción sin el conde regio; y según la ley feudal no le pedían
propiamente como un derecho, sino como una concesión. Los obispos
obtuvieron la inmunidad, a despecho de los condes, y lograron que se
hiciese extensiva al clero y a sus bienes, y hasta a la ciudad en que
residían. Los reyes se alegraban de mandar directamente al pueblo sin la
mediación de los barones, que habían convertido los feudos, de vitalicios
en hereditarios. La Iglesia se hallaba ya constituida popularmente, sin
que fuesen hereditarios los bienes ni las dignidades, y teniendo
asambleas propias; de modo que ofrecía un modelo imitable a los
gobiernos seculares que se constituyesen. Cuando los obispos entraron en
las asambleas regias y tomaron parte en las elecciones de reyes y
emperadores, pudo decirse que se elevaba el pueblo; fácilmente
obtuvieron la jurisdicción en su propia ciudad, no quedando al conde
más que el campo, que se llamó condado. Entonces el pueblo no se halló
ya dividido en dependientes del rey y dependientes del barón o de la
Iglesia, y formó un solo Común, sometido a un mismo tribunal, y al
vicario secular del obispo, llamado vizconde. Los obispos trataban de
arrebatar al conde y a los señores la autoridad que les quedaba. Por esto
el rey Conrado Sálico dictó la famosa ley de los feudos (cap. 117),
estableciendo que también los pequeños feudos se trasmitiesen por
herencia, y que no pudieran quitarse sino en virtud de sentencia de los
scabini. |
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El movimiento que describimos no dejó sino asociaciones
limitadísimas y poderes meramente locales, y ayudó a las ciudades a
constituirse fácilmente. Otón el Grande contribuyó a ello para deprimir a
los feudatarios y hasta a los obispos, concediendo la inmunidad a las
ciudades, que obtuvieron además mercados, peajes y justicia. Otros reyes
vendían estas regalías para remediar a la penuria del tesoro, o para
obtener partidarios en los conflictos. |
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El movimiento no podía realizarse sin choques; vinieron a las armas
los menores con los mayores vasallos; todos comprendían la necesidad
de procurarse hombres, y los alentaban con concesiones, descargos y
pequeños dominios. Mientras vacaban los obispados, las ciudades se
regían por magistrados propios. |
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La libertad a que se aspiraba no era la política; era la libertad material
de poder ir y venir, de vender, comprar, poseer lo adquirido, y trasmitirlo
a otro, de gozar de la tranquilidad doméstica y personal que asegura
actualmente todo buen gobierno. |
|
De consiguiente, los Comunes no fueron concesiones reales, sino
consecuencia de la insurrección popular; no reforma administrativa, sino
movimiento democrático para proteger a los más contra los menos. No
fue aquello una lucha contra los reyes; antes bien se buscaba su apoyo
para sacudir el yugo feudal. La institución de los Comunes cambiaba el
organismo político, puesto que el Común mismo entraba en el orden
feudal; y como cada cual tenía un señor distinto, fueron diversas y
múltiples las revoluciones. Realizadas las de las ciudades, sirvieron de
ejemplo y apoyo a las poblaciones rurales, que expulsaron a los exactores
y a los satélites del barón, atacándolo a él mismo en su castillo; en último
recurso, se refugiaban en las ciudades. |
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Hallándose entonces en lucha el Imperio con el sacerdocio, se
hallaron sometidas a examen las competencias de una y otra autoridad y
la legitimidad del poder emanado de la fuerza; y ambas partes tuvieron
que buscar su apoyo en la plebe. Durante las largas vacantes de los
obispados, ocasionadas por esto mismo, las ciudades, que habían
obtenido la inmunidad de los condes, se declaraban también
independientes de los obispos, y se regían por propios ciudadanos. |
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Ayudaron al movimiento comunal las asociaciones, derivadas de las
costumbres germanas; y las diferentes corporaciones de artes y oficios se
constituyeron pronto en sociedades políticas hasta adquirir gran dominio;
excluían del gobierno a quien no pertenecía a ellas, y mayormente a los
nobles. No tardaron en fijar estatutos sobre el modo de gobernarse y de
administrar justicia. También quisieron tener sus armas y su sello, y
generalmente tornaron el nombre del Santo que elegían por patrono. |
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En Italia, las ciudades habían recogido armas y se habían rodeado de
murallas durante la invasión de los Húngaros (cap. 111). Además, la
aristocracia no había echado allí tan profundas raíces; los reyes residían
en Germania, y aspiraban a dominar más bien por medio de la opinión
que de la fuerza, pues de hecho dependían de los vasallos; y puede
decirse que la Roma papal fundó tantas repúblicas, como había destruido
la antigua Roma. |
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Mientras Otón III combatía contra sus émulos en Alemania, los
Comunes hallaron menos obstáculos para constituirse, obligaron a los
barones a vivir en la ciudad, al menos gran parte del año, sometiéndoles
así a las leyes comunes; algunos demolieron el palacio real y obtuvieron
que el rey no volviese a penetrar en recinto amurallado; y retrocediendo a
la antigua costumbre, eligieron para el gobierno, no ya scabini, sino
cónsules. |
|
Cuando hubieron sacudido el yugo, trataron de asegurar sus derechos,
haciendo que los confirmara el rey en las que llamaban Cartas de
Común, con las cuales les reconocía la libertad. En estas cartas se
especificaban los agravios que concluían, las cargas que habían de
satisfacerse, y los juramentos que se habían de prestar. De estas se
encuentran pocas en Italia, porque en unas ciudades duraba todavía el
Común romano, y en las otras bastaba referirse a las primeras. Sin
embargo son conocidos los privilegios que exigieron Venecia, Pisa,
Mesina, Menagio del lago Como, Luca, Milán, y otras. |
|
Entonces prosperaron también muchas aldeas, la mayor parte
alrededor de iglesias y monasterios. Algunos Comunes tuvieron que
sostenerse por la fuerza de las armas, mayormente los de Montferrato
contra los poderosos duques y marqueses. Algunos grandes señores se
mantenían en sus castillos, independientes de los Comunes, pero sin
poder constituir jamás una sólida aristocracia. |
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Tenemos, pues, al vulgo convertido en un orden, a la riqueza
mobiliaria colocada junto a la territorial, y al feudalismo, que antes
componía toda la sociedad, restringido ya tan solo a la nobleza. Los
nuevos Comunes eran muy diferentes de los antiguos; estos estaban
formados por colonos procedentes de Roma, mientras que en la Edad
Media eran los mismos vencidos quienes aspiraban a adquirir los mismos
derechos que los vencedores. En el municipio romano, el jefe de familia
era en su casa magistrado y sacerdote, en el de la Edad Media, el clero
constituía una clase distinta e independiente, y la autoridad paterna se
hallaba circunscrita dentro de los límites de la religión. Allí un corto
número de ricos, estaban rodeados de una muchedumbre de esclavos;
aquí la industria, por primera vez en el mundo, se emancipó y produjo
riquezas y libertades. |
|
En Francia y en Germania, las cosas se pasaron de un modo parecido;
pero en Italia, donde no subsistían duques ni marqueses poderosos como
reyezuelos, y había en cambio ciudades fuertes y florecientes, no
tardaron los Comunes en convertirse en verdaderas repúblicas. |
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Pero aquellos hombres del estado llano carecían de experiencia,
ignoraban el arte de la guerra y la ciencia del gobierno, y viéronse
obligados a emprender una marcha vacilante, ya siguiendo el espíritu de
las antiguas instituciones municipales, ya imitando la jerarquía
eclesiástica, ya innovando a medida que se hacía sentir la necesidad.
Téngase además en cuenta que habían de defenderse al mismo tiempo
contra la autoridad de los reyes, de los señores y de los sacerdotes, y que
les servía de obstáculo aquella mezcolanza de derechos y deberes
religiosos, civiles y feudales. Por esto fueron confusas e inarmónicas las
leyes y las jurisdicciones; diversos los grados de libertad. Acá y acullá se
encontraban vestigios de la ley longobarda, franca y romana, ya en lo
tocante a la propiedad, ya en los derechos personales. Y hallamos
poderes de los cuales no existían en parte alguna la definición ni el
límite; y asociaciones que, así como habían resistido al barón,
contrastaban ahora con las magistraturas. A veces quisieron ejercer el
poder de que habían sido víctimas, y excluyeron del gobierno, y aun de
las leyes, a clases enteras, como en Milán y en Florencia a los nobles,
entre los cuales se contaba a los delincuentes. No se tenía idea de la
libertad política, tal como hoy la entendemos; desconocíase la
representación; cada cual quería tener y ejercer una parte del poder. Los
nobles y los propietarios trataban de defenderse uniéndose entre sí y con
el rey o con el feudatario desposeído, lo cual daba origen a conflictos.
Estos a veces se extendían de Común en Común; los menores eran
absorbidos por los mayores, formándose de este modo pequeños Estados,
que andando el tiempo habían de convertirse en naciones. |
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En tanto se había cumplido el más humanitario de los hechos, el de la
emancipación de los esclavos. Ya la habían iniciado algunos prelados,
reyes, condes y marqueses; continuáronla los Comunes, si bien nunca
aparece constitución general alguna que abolezca [sic] la esclavitud; y
hasta muy tarde hallamos el comercio de esclavos, alimentado con
prisioneros infieles. |
|
Adelantaba, pues, la igualdad de todos, no en virtud de súbita
insurrección, sino paso a paso; la plebe mas ínfima se elevaba mediante
la industria, mientras que los grandes señores, o a la fuerza o por temor
al aislamiento, se hacían ciudadanos; y se sentía ya, si no la fuerza
nacional, la dignidad de los hombres. |
|
La Iglesia y el Imperio se hallaban al frente del sistema feudal. La idea
de Gregorio VII de sobreponer la una al otro dio lugar a largos conflictos.
Pascual II, deseoso de acabar con ellos, llegó al extremo de proponer que
los eclesiásticos cediesen todos sus dominios temporales; proyecto que
fue rechazado. El obstinado Enrique V penetró en Italia y se adelantó
hasta Sutri, e hizo prisionero al Papa, que se avino afirmar un privilegio,
en virtud del cual los obispos y los abates se elegirían libremente, si bien
con el beneplácito del rey, el cual, antes de la consagración, los investiría
con el anillo y el báculo. Con esta condición, Enrique restituiría todos los
bienes quitados a la Iglesia romana; pero los cardenales anularon el acta, y
excomulgaron al emperador, que se halló expuesto a los mismos peligros
que su padre. |
1111 |
1115 |
Condesa Matilde |
Murió entonces la gran condesa Matilde, que poseía el marquesado de
Toscana, el ducado de Luca, Parma, Módena, Reggio, Ferrara, Mantua,
Cremona, Espoleto, otras ciudades e infinitas posesiones, y dejó por
heredera de todo a la Santa Sede. Enrique V pretendía los feudos, que
recaían en la corona al terminar la línea masculina, y los bienes alodiales
en calidad de próximo pariente de la difunta condesa. Pasó Enrique a
Italia, ocupola, se apoderó de la herencia, invadió a Roma, y Pascual
murió en el destierro. Gelasio II excomulgó a Enrique, y consiguió que se
celebrase el concordato de Worms, por el cual el emperador renunció al
derecho de dar la investidura del anillo y el báculo, dejando libre su
elección; el Papa consentía en que los prelados de Germania fuesen
nombrados en presencia del emperador, y aceptasen de éste las
temporalidades, mediante el cetro. |
|
Los papas, pues, con tal de que fuera libre la elección, reconocían el
alto dominio de los emperadores. En Francia y en Inglaterra se hicieron
convenios parecidos; en Hungría, Polonia y Escandinavia, los reyes
tomaron poca parte en las cuestiones eclesiásticas. Para aplacar al
normando Roger, Urbano II le concedió el tribunal de la monarquía de
Sicilia, por el cual él y sus descendientes disfrutaban del título de legados
hereditarios o perpetuos de la Santa Sede, y llevaban en las funciones
solemnes, sandalias, anillo, báculo, mitra y dalmática. Luego Roger II fue
coronado rey de Sicilia, y recibió del Papa la investidura real, con la
condición de prestar a la Iglesia romana el homenaje de una cantidad
determinada. |
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1130 |
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Habiendo Inocencio II convocado en Letrán el X Concilio ecuménico,
dijo a los 2000 prelados reunidos: «Roma es la capital del mundo; las
dignidades eclesiásticas se reciben por concesión del Sumo Pontífice, a
manera de feudos, y de otro modo no pueden poseerse». |
|
Bajo los Otones y los príncipes sálicos, la política interior de los
emperadores consistía en reprimir las pretensiones de los barones; y la
exterior en asegurar las fronteras de Germania de los Eslavos y de los
Húngaros. En Italia, su política estribaba en prevalecer sobre Roma y
sujetar a las provincias que habían quedado a los Griegos. El mal éxito de
esta empresa disminuyó el poder de los emperadores allende los Alpes, y
más que todo el conflicto del reinado de Enrique III y del IV. Así fue que
muchos señores, mayormente en Germania, se elevaron a la altura del rey,
como los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia, los duques de
Sajonia, Baviera, Franconia y Suevia (283), y el conde palatino, apoyándose
todos mutuamente para debilitar al rey. Entre tales acontecimientos,
alzábase además en Germania un tercer estado por medio del comercio y
merced a los privilegios de las ciudades, en detrimento del poder de los
barones. En Maguncia se reunieron 60 mil nobles Bávaros, Sajones,
Francos y Suevos, para elegir al sucesor de Enrique V; elección que
recayó en Lotario de Sajonia, el cual fue confirmado por el Papa,
mediante la promesa de no poner obstáculos a la elección de los prelados.
Cedió el ducado de Sajonia y muchos dominios a Enrique de Baviera, de
la casa Güelfa, pero le fueron disputados por Federico de Hohenstaufen,
duque de Suabia, por cuyo motivo empezaron entre las dos casas las
hostilidades que perturbaron la Germania y la Italia, siendo conocidos los
dos bandos opuestos con los nombres de Güelfos y Gibelinos. Para
sostener a Inocencio II, contra el antipapa Anacleto, Lotario penetró en
Italia, y fue coronado en Roma; el Papa le confirió la herencia de la
condesa Matilde, como feudo de la Iglesia, convirtiéndose de este modo
el emperador en vasallo del Pontífice (Homo fit Papaæ, recipit quo dante
coronam). Pero Lotario, aunque favorecido por algunas, era contrariado
por otras ciudades italianas; y el Papa y el antipapa contendían, por más
que San Bernardo procurase conciliarlos. |
|
Con Conrado de Franconia subió al trono la casa de Hohenstaufen,
que lo ocupó hasta 1254, combatida siempre por la casa Güelfa. Conrado
condujo desgraciadamente la tercera Cruzada. No fue ceñirse la corona a
Italia; de modo que los Comunes realizaron su revolución más
fácilmente, uniendo los tres órdenes sin fusionarse, y eligiendo cada uno
sus propios cónsules. Las ciudades que habían reconquistado su libertad
no tardaron en hacerse la guerra; y combatieron Cremona contra Crem,
Pavía contra Tortona, Milán contra Novara y Lodi. Esta última fue
desmantelada y dispersados sus habitantes. Afortunadamente San
Bernardo consiguió restablecer la paz. |
1138 |
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Situación de la
Italia |
En la Italia superior quedaban todavía muchos grandes feudatarios,
como los marqueses de Monferrato y de Saluzzo, y los condes de Asti y
de Biandrate. Los emperadores, para asegurarse el paso de los Alpes,
habían dado el señoría de éstos a duques alemanes; la Baviera se extendía
hasta Bolzano; los Güelfos y la Alemania hasta Bellinzona; el ducado de
Friul hasta Mantua; al ducado de Carintia se incorporaron el condado de
Trento y las marcas de Verona; de Aquilea y de Istria, que mientras tenían
a raya por un lado a la Lombardía y por otro a los Húngaros, aseguraban
el paso a los Alemanes. |
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La casa saboyana de Morienna procuraba extenderse al otro lado de
los Alpes, ocupando los marquesados de Ivrea y de Susa que abrazó
desde los Alpes Cotios hasta Génova, y desde Mondovi hasta Asti. En el
Apenino toscano quedaban condes y marqueses, feudos inmunes y
abadías, a los cuales no alcanzaba el movimiento republicano. Venecia,
Génova, Pisa y Amalfi prosperaron con las Cruzadas y se hostigaron entre
sí. En la Italia meridional, los Griegos sucumbían, y las ciudades, después
de haber sacudido el yugo de sus capitanes, se constituían en repúblicas;
pero pronto prevalecieron los Normandos. |
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En el centro dominaban los pontífices, pero rodeados de poderosos
señores, independientes desde el momento en que el emperador se hallaba
fuera de Italia. Y mientras que los pontífices ejercían su dominio en todo
el mundo, no tenían casi ninguno en la ciudad de su residencia, donde los
señores se fortificaban, ya en el Coliseo, ya en las Termas, y se batían
entre sí. Arnaldo de Brescia se dedicó a censurar las costumbres del clero,
y a combatir el poder eclesiástico; sublevó al pueblo, que proclamó la
República, y habiendo recorrido Zúrich, Francia y Alemania predicando
la revuelta y alistando tropas, las guió contra Roma, donde los Políticos
(sus partidarios) derribaron las torres de los Frangipani y de los Pierleoni,
y solicitaron el apoyo del emperador. |
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Arnaldo de
Brescia |
1141 |
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Conrado III no quiso fiarse del pueblo; pero Federico de Suabia,
llamado Barbarroja, le sucedió y se propuso restablecer en Italia la
autoridad imperial, disminuida por los Comunes. Solicitado por las
ciudades vencidas, partió de los Alpes, y habiendo obtenido subsidios de
los feudatarios, e intimidado a los Lombardos, penetró en Roma, donde
Adriano IV (284) (único Papa inglés) se hallaba reducido a la ciudad
Leonina; mandó a la hoguera a Arnaldo, sometió a los barones y se hizo
coronar. Pero las rebeliones del pueblo y las calenturas consumieron su
ejército, y se vio obligado a volverse a Alemania. Pronto reaparecen las
repúblicas lombardas, y Adriano IV pretende que el Papa sea superior al
emperador. Federico vuelve con nuevas armas, y en la dieta de
Roncaglia (285) hace decretar que competen al emperador todos los derechos
reales y todas las regalías, el derecho de hacer la guerra y la paz, y la
elección de los cónsules y jueces, bastando el asentimiento del pueblo.
Los leguleyos acostumbrados al derecho romano, y los señores que
habían sido desposeídos por los Comunes, aplaudían aquellas doctrinas;
pero los pueblos se estremecían de indignación al ver al emperador
convertirse de soberano feudal en verdadero dueño de la Italia, y le
negaron obediencia. |
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1152 |
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1158 |
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1162 |
El ejército imperial devastó la Lombardía, destruyó a Crema y Milán,
y hasta pretendió sojuzgar el patrimonio de San Pedro, donde opuso
cuatro antipapas al nuevo pontífice Alejandro III. |
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En contra suya constituyeron los Italianos una federación, llamada
Liga lombarda, la cual, sostenida por el Papa, reedificó a Milán, fabricó a
Alejandría, y en Legnano derrotó a un nuevo ejército imperial que
llegaba. Por fin, en la Paz de Constanza obtuvieron los coaligados que las
ciudades gozasen de las regalías en el recinto de sus murallas, como había
sucedido desde tiempo inmemorial; que los cónsules fuesen elegidos
libremente, siendo simplemente confirmados por los comisarios
imperiales; que en cada ciudad hubiese un juez, encargado de oír las
apelaciones en las causas civiles; que cuando el emperador se encontrase
en Italia se le diesen víveres y alojamiento. Por lo demás, las ciudades
quedaban en el derecho de fortificarse y confederarse. |
Paz de Constanza |
1183 |
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Vuelto a Italia, Federico fue honrosamente recibido, se reconcilió con
el nuevo Papa Lucio III, e hizo dar la corona de Italia a su hijo Enrique. |