Tercera raza |
La tercera dinastía francesa de los Capetos (cap. 112) se hallaba
rodeada de barones, iguales y hasta superiores en poder al monarca, el
cual no poseía más riquezas que sus propiedades, ni más fuerzas que los
súbditos de su ducado. El reino comprendía los condados de París,
Melun, Etampes, Orleans y Sens. Además de los barones seglares,
dominaban bastante los prelados de Reims, Auch, Narbona, Troyes,
Auxerre y otros; hasta algunos barrios de París se hallaban bajo la
jurisdicción de los abades de San Germán, Santa Genoveva y San Víctor.
Alrededor de este pequeño reino se engrandecían los principados de
Flandes, Normandía, Bretaña, Anjou, Champaña y Borgoña, y el reino de
Aquitania. |
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Hugo Capeto, en medio de tantas divisiones, empezó a dar algún lustre
al reino, ora incorporando a él sus vastos dominios, ora concediendo
privilegios, favoreciendo a los eclesiásticos y dejando que los señores se
debilitasen combatiendo unos con otros. Hugo vestía, en vez del manto
real, la capa de abad de San Martín. Fue devotísimo su hijo Roberto,
tanto como fue desordenado Felipe, su nieto, que se aprovechó de las
Cruzadas comprar o apoderarse de muchos señoríos. Luis el Gordo pensó
más seriamente en reprimir a los barones, alentando a los Comunes a
armarse contra ellos, y dándoles cartas, o sea constituciones que
determinaban el tributo anual, la jurisdicción y la administración; y así, el
tercer estado que se formaba, era favorable al rey. Facilitó también la
emancipación de los siervos, con lo cual debilitaba igualmente a los
propietarios. Entonces instituyó los bailes (287) reales, que juzgaban las
causas en vez de los feudatarios, y se hizo tutor de la plebe y sostén del
clero. Atacole el emperador Enrique V, y el común peligro reunió en
torno del rey a todos los barones. Luis desplegó por vez primera el
oriflama o bandera de San Dionisio, y al grito de Montjoie et Saint-Denis,
los Franceses pusieron en retirada al enemigo. |
996 |
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1124 |
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Suger, abad de San Dionisio, que lo había ayudado con sus consejos,
adquirió grande autoridad bajo Luis VII, y se dedicó, durante treinta años,
a constituir el Estado y el gobierno nacional, destruyendo castillos y
facilitando la constitución de Comunes. Con el casamiento de Leonor con
Luis, adquirió la Aquitania esto es, la Guyena (288) y la Gascuña; pero,
habiendo sido repudiada, esta princesa dio con su mano sus vastos
dominios al rey de Inglaterra, que ya poseía, al lado del reino de Francia,
el ducado de Normandía, los condados de Anjou, de Turena, del Maine, y
el señorío de la Bretaña. |
1137 |
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1180 |
Felipe Augusto ensanchó más que ninguno de sus predecesores la
prerrogativa real. Con un ejército que en la Cruzada se había
acostumbrado a la disciplina, pudo extinguir las bandas (Cottéreaux,
Routiers y Pastoriles), conquistó la Normandía, la Bretaña, el Anjou, la
Turena, el Maine y otros países; derrotó a los Ingleses en la batalla de
Bouvines (289); embelleció a París, y en él reunió a los barones a modo de
parlamento, en el cual se hicieron leyes que habían de estar en vigor en
todo el reino. Asistido de un consejo, juzgaba las controversias surgidas
entre los grandes, estableció los archivos, y llegó a constituir un gobierno
regular, donde él era, no ya señor feudal, sino verdadero rey. |
1214 |
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Guillermo el Rojo y Roberto, hijos de Guillermo el Conquistador, se
hicieron la guerra entre sí, hasta que Roberto se hizo Cruzado (cap. 107);
Guillermo, entregado a los vicios, pronto fue muerto, y le sucedió se
hermano Enrique, quien concedió una carta real, en la cual señalaba sus
deberes y los de los señores. Roberto, a su vuelta de la Cruzada, invadió
la Inglaterra al frente de muchos barones, y su hijo Guillermo continuó la
guerra. La finca hija de Enrique, Matilde, se casó en segundas nupcias
con Godofredo, hijo de Fulques V, rey de Jerusalén y conde de Anjou.
Como este príncipe acostumbraba adornar su gorro con una rama de
ginesta (genet), le llamaron Plantagenet, nombre que pasó a sus
sucesores. Enrique fue el primero bajo el cual la Inglaterra se cubrió de
castillos, en los cuales los vasallos ejercitaban su poderío. Para
reprimirlos, Enrique II apeló a la fuerza y a la habilidad. Tuvo por
canceller del reino a Tomás Becket, de esclarecido ingenio, quien después
de ser nombrado arzobispo de Canterbury, depuso el fausto y los empleos
para consagrarse al estudio y a la piedad, y velar por las prerrogativas
eclesiásticas, Enrique pensó en abolir los derechos del clero, suprimir, los
tribunales eclesiásticos, asumir el nombramiento de los prelados; y en
vista de que Tomás le resistía vigorosamente y lo excomulgó, dejó que lo
asesinaran. La Iglesia declaró santo a Tomás, y cada año 100000
peregrinos visitaban su tumba con generosas ofertas. Enrique pidió la
absolución y se reconcilió con el clero. |
1087 |
1100 |
1135 |
Santo Tomás de
Canterbury |
1172 |
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Enrique pudo someter a la Irlanda, la cual se hallaba dividida en
veintiún Estados, continuamente en lucha entre sí, no hallándose de
acuerdo más que en la religión, por lo cual fue llamada la Isla de los
Santos. Pero mostrándose el clero poco dócil a la primacía de Roma, ésta
permitió a Enrique II que conquistase la isla. Sometiola, titulándose
protector de la religión, bien que muchos conservaron su independencia
refugiados en los montes. Enrique tuvo que dejar mucha libertad a los
barones normandos que allí fijaron su residencia, cuidando, empero, de
que no hiciesen causa común con los naturales, que aborrecían la
dominación inglesa, y hubieran podido rechazarla con el apoyo de los
barones. |
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1172 |
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Leonor de Guyena, casada con Enrique, le proporcionó graves
disturbios y muchos hijos; y sostenidos estos por la Francia, lo hostigaron
hasta que murió. Fue el rey inglés más poderoso, y uno de los más
grandes de su época, aunque no de los más virtuosos. |
1187 |
Sucediole Ricardo Corazón de León, que de todo sacaba dinero; por lo
cual muchos señores normandos y sajones pudieron adquirir o recuperar
feudos. Ricardo tuvo mal éxito en la Cruzada que había sido su
monomanía (cap. 132); fue hecho prisionero por el duque de Austria; y
mientras tanto, su hermano Juan Sin Tierra, aliado con Felipe Augusto,
trataba de usurparle el trono. Ricardo, de vuelta a su patria, anuló las
donaciones y las ventas de tierras celebradas antes de su partida; después
desembarcó en el continente obligando a la Francia a aceptar la paz; y
murió en el asalto de una fortaleza. |
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1199 |
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Este movimiento político excitó la vida intelectual. A imitación de los
Comunes, se organizaban Universidades, con franquicias y honores para
profesores y alumnos. No concurrían a ellas niños, sino hombres ya
formados, para oír de viva voz la enseñanza de hombres ilustres, pues era
grande la escasez de libros. Eran famosas la escuela médica de Salerno y
la de derecho de Bolonia, a la cual se unieron después las artes liberales y
la medicina. Los estudiantes extranjeros gozaban allí de todas las
prerrogativas de los ciudadanos; y el rector anual tenía jurisdicción sobre
ellos y sobre los profesores. El rector había de ser letrado, célibe, tener 25
años, y no pertenecer a ninguna orden religiosa; y en las funciones
públicas precedía a los obispos y arzobispos, excepto al de Bolonia.
Elegíanse igualmente todos los años dos tasadores, encargados de fijar el
precio de los alojamientos, uno por la ciudad y otro por los estudiantes.
La ciudad indemnizaba a los estudiantes de los hurtos que se les hacían, si
el ladrón no podía verificarlo. Se requerían seis años de estudio para ser
doctor en derecho canónico, y ocho para el derecho civil; sufría el
aspirante un examen privado, señalándosele dos textos, y el examen
público se verificaba en la catedral, donde el candidato exponía una tesis,
contra la cual podían argumentar los estudiantes; en seguida el arcediano
pronunciaba el elogio aclamándole doctor, y le entregaban el libro, el
anillo y el bonete, con lo cual adquiría el derecho de enseñar en
cualquiera Universidad. Se daban las lecciones parte al amanecer y parte
a la caída de la tarde. El pago de los estudiantes servía de remuneración a
los profesores, quienes tardaron en percibir sueldo fijo. |
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A veces uno o más profesores, con todos sus estudiantes, se
trasladaban de un punto a otro, a fin de obtener más tranquilidad y mayor
retribución, como sucedió en Vicenza, en Siena y en Vercelli. Algunos
estudiantes que se habían trasladado a Padua, dieron origen a aquella
Universidad, donde tenían que haber estudiado los que aspirasen a altas
magistraturas. En Pisa, el estudio general se estableció en 1344, época en
que fue trasladado de Florencia. La escuela de Ferrara es anterior a
Federico II. La romana fue fundada en 1245 por Inocencio IV. Federico II
instituyó las escuelas de Nápoles, sin universidad de escolares y
profesores. En 1360 se concedió un privilegio a la de Pavía, y a la de
Turín en 1405. Otros privilegios tuvieron las escuelas de Placencia,
Módena y Reggio. |
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A las escuelas de París, ya ilustradas por grandes personajes, les
concedió Felipe Augusto varios privilegios de Universidad. Esta
comprendía únicamente a los profesores, y gozaba de singular reputación
en teología; los escolares tenían allí extraños privilegios y exención de las
jurisdicciones ordinarias. Notables fueron las Universidades de
Montpellier (290), Orleans, Tolosa, Valence y Bourges. En España, la de
Salamanca existía desde el año 1239, y luego se fundaron otras en
Coimbra y Alcalá. La más célebre de las inglesas fue la de Oxford (291). |
Jurisprudencia |
El estudio del derecho romano iba adquiriendo importancia a medida
que la formación de los Comunes hacía necesario su concurso, para la
solución de casos no especificados en los estatutos. Cuéntase que al ser
saqueada Amalfi en 1135, se descubrió allí el único ejemplar de las
Pandectas, que se conserva en la biblioteca Laurenciana de Florencia.
Irnerio fue el primero que enseñó derecho en Bolonia, su patria (1110?).
Pensador rígido, tuvo como discípulos suyos a los boloñeses Búlgaro,
apellidado os aureum, Martín Gossia, llamado copia legum, y Jacobo,
como tuvo a Hugo, natural de Porta Ravegnana, quienes a su vez fueron
maestros de otros. Disgustaba a los eclesiásticos franceses que este
derecho se elevase a la altura del derecho canónico; pero tomó
incremento en Italia, y los juristas formaban en todas las ciudades un
cuerpo noble, que daba lecciones. El florentino Francisco Accursio
(1151-1229) comprendió en la Glossa continua las anteriores, y era citado
en los tribunales del mismo modo que las leyes, y en caso de silencio de
uno y otras, resolvía Dino del Garbo. Son innumerables los glosadores de
los siglos XII y XIII, entre los cuales descuellan Cino de Pistoya, Baldo
de Perusa, y Bártulo de Sassoferrato, que dieron después lugar a sutilezas,
cabildeos y distinciones, perdiéndose la crítica y la originalidad. |
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Por la misma época se completaba el derecho canónico. La
compilación de Focio (cap. 120) no fue admitida nunca por los
Occidentales. Para estos, después de varios compiladores, Burcardo,
obispo de Worms, extendió el Magnum decretorum volumen, que por
corrupción del nombre del autor se llamó Brocardo. Mayor fama adquirió
Graciano, benedictino de Chiusi (1151), con su Decretum, donde con
gran erudición y discreta crítica reunió cánones de los Apóstoles y de los
Concilios, decretales de los papas, pasajes de los Santos Padres y de los
Pontífices, y adquirió tanta autoridad como el código de Justiniano. El
barcelonés Raimundo de Peñafort reunió todas las decretales posteriores
al año 1150, donde concluyen las de Graciano, formando así el segundo y
principal cuerpo del derecho canónico. Este contribuyó en alto grado a
mejorar la legislación, y más aún la condición de las clases ínfimas de la
sociedad, dando ideas más rectas de la justicia, de la prosperidad, de la
personalidad y de las penas. |
Derecho
Canónico |
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Teología
escolástica |
Los primeros Padres tuvieron por único fundamento de su ciencia la
Biblia, aunque tratando algunos de conciliar la fe con la razón. Tal hizo
Boecio en su Organon, perfeccionando la ciencia cristiana hasta el punto
de llegar a ser el autor universal. Pero de su argumentación nació una
escuela dialéctica, llamada Escolástica, enteramente metódica, de
categorías, empleada para establecer la alianza entre la fe y la realidad
objetiva de las verdades reveladas, partiendo siempre de ciertos puntos
indubitables porque eran revelados. |
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Al principio, la Escolástica permaneció enteramente subordinada a la
teología, como se ve en San Agustín, Boecio, Casiodoro, Alcuino, Rabán
Mauro, Juan Escoto Erigena (292), Gerberto, Fulberto de Chartres. Berenguer
de Tours llevó la libertad al extremo de impugnar el dogma de la
eucaristía, y en confutarlo perfeccionaron la dialéctica San Pedro Damián,
el arzobispo Lanfranc (293) y su discípulo Anselmo de Aosta, que dio
demostraciones, todavía respetadas, sobre la esencia divina, la trinidad, la
encarnación, el acuerdo del libre arbitrio con la gracia, determinando los
confines entre la filosofía y la teología. El problema de si los géneros y
las especies existen de por sí o solamente en la inteligencia, dividió la
escuela en dos partidos, nominalistas y realistas, entrambos encaminados
a explicar el problema de la realidad objetiva de los conocimientos
humanos; los primeros suponen que los universales no son más que
nombres; los otros afirman que existen en realidad fuera del sujeto.
Roscelin (1085) aseguró que los universales no son más que palabras, con
las cuales indicamos las cualidades comunes observadas en los objetos
individuales, y con esto llegó a negar la Trinidad. Lanfranc y Anselmo
sostuvieron que el universal preexiste a los individuos, la idea a las cosas,
y este realismo favorecía a la ortodoxia, mientras que con los nominales
podían reducirse a menos sonidos las ideas de ente, género humano y
otras abstracciones por el estilo. |
Nominalistas y
realistas |
Abelardo |
El gallardo joven Abelardo de Nantes (1079), cuyas composiciones
eran escuchadas y leídas por muchos, pretendía dar razón de todo; enseñó
que la ciencia debe preceder a la fe, y que ésta ha de ser dirigida por luces
naturales hasta en las cuestiones religiosas. De suerte que de la religión
no quedaban al fin más que los argumentos (conceptualismo). |
Pedro Lombardo |
Pedro Lombardo, joven de Novara, quiso hacer retroceder las
cuestiones al punto donde los Padres las habían dejado; y en los Libri
Sententiarum reunió sentencias de los Padres relativas a los dogmas,
formando un completo sistema de teología, que le valió el título de
Maestro de las sentencias. |
1110 |
1154 |
|
La Escolástica se desarrolló con las Cruzadas, pues se facilitó el
conocimiento de los escritos de Aristóteles y la lengua griega, y se
establecieron relaciones más inmediatas con los Árabes, entre los cuales
habían progresado las indagaciones filosóficas, en cuanto lo permitía una
religión que manda la fe ciega. Insigne fue entre ellos Avicena (1037),
que comentó la metafísica de un modo original, asociando a las
abstracciones de esta los fenómenos naturales. Otros filósofos se
entregaban a la duda, y los hubo que buscaron en el aislamiento la
suprema iluminación del espíritu. Averroes, de Córdoba (1198), trató de
reformar aquellas diversas doctrinas mediante comentarios sobre
Aristóteles, argumentando y cotejando textos para explicarlos, sin
conceptos originales. En la Edad Media él estuvo al frente de la filosofía,
como de la teología Santo Tomás. |
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Los Hebreos aplicaron el peripato musulmán a la Cábala (cap. 66), la
cual comprende un sistema, completo sobre las cosas del orden espiritual
y del corporal, sin constituir una filosofía ni una teología. El más insigne
cabalista fue Moisés Maimónides (1139-1209) que en el libro de los
Preceptos explica los seiscientos trece mandamientos; en la Mano fuerte
esclarece el Talmud; explica, en la Guía de los vacilantes, pasajes
difíciles de la Escritura; y fue, a pesar de sus contradicciones, considerado
por los suyos como el hombre más insigne después de Moisés. |
Maimónides |
|
Escolástica
cristiana |
Todos estos eran elementos que concurrían a desenvolver o alterar la
escolástica cristiana, la cual era modificada también por el carácter
particular de las diferentes naciones. Los defectos atribuidos a la
escolástica, son las especulaciones minuciosas llevadas hasta la
puerilidad; las distinciones frívolas, la manía de reducir todo raciocinio a
dialéctica pura, y el empeño de demostrarlo todo y sostener el sí y el no
alternativamente. Tenían por oráculo a Aristóteles, pero en malas
traducciones del árabe o del hebreo, y sin la fineza necesaria para
comprenderlo, y mucho menos para conciliarlo con los dogmas
espiritualistas. Ejercitábanse en frívolas cuestiones sobre la Escritura,
convertida en campo de polémicas e interpretada según el sentido literal,
el alegórico y el místico; con lo cual se caía fácilmente en las herejías, en
el misticismo o en el escepticismo; por cuya razón se prohibió varias
veces en las Universidades el estudio de Aristóteles. Algunos querían
excusarse con el deseo de distinguir la verdad filosófica de la religiosa. |
Alberto el
Grande |
Entre los escolásticos figuró en primera línea Alberto el Grande
(1195-1280), obispo de Ratisbona, eruditísimo compilador y agudo
comentador de Aristóteles, que concede a la razón el poder de elevarse
por sí a la verdad. |
Santo Tomás |
El más ilustre fue Santo Tomás, vástago de los condes de Aquino
(1227-74), cuya Suma teológica comprende un sistema completo de la
ciencia divina, abarca la moral general y particular, y cuantos
conocimientos existían entonces entre los cristianos, los hebreos y los
musulmanes; creó la psicología, la ontología, la moral, la política según la
fe; y la posteridad lo ha colocado entre los más grandes filósofos. |
|
Las mismas cuestiones eran agitadas en sentido diverso por Duncan
Scot (294), Buridan, Ockham (295), Hugo y Ricardo de San Víctor, y por otros
realistas y nominalistas. |
San
Buenaventura |
Los místicos deducían argumentos y símbolos no tanto del raciocinio
como de la inspiración y del sentimiento. Al frente de esta escuela se
hallaba Buenaventura de Bagnorea (1221-74), seguido por los frailes
mendicantes. Gerson produjo el libro más notable de la escuela
contemplativa, la Imitación de Cristo. |
|
Una de las mayores aberraciones de la Escolástica fue el Ars Magna
de Raimundo Lulio (1256-1315), que dispone alfabéticamente todas las
cualidades de un asunto, para poder argumentar sobre cualquiera. |
|
Entre estos abusos del raciocinio surgía empero la necesidad de
examinar la naturaleza y experimentar. |
Ciencias
naturales |
Los Árabes y los Hebreos habían cultivado ya la medicina: el filósofo
Constantino Africano fundó la escuela de Salerno: en las Universidades
se enseñó también el arte de curar, y no faltaron médicos que se dignasen
aplicarse a la cirugía, tenida en menosprecio. En esta sobresalieron
principalmente los Hebreos, con secretos y preparaciones farmacéuticas,
como también con diagnósticos y el auxilio de la anatomía. |
|
1070 |
|
Luego en todo se mezcló la astrología; hasta el punto de poderse decir
que reinaba sobre todas las ciencias y regía todos los actos de la vida. No
se emprendía trabajo ni viaje alguno sin examinar los astros, interrogar
espíritus, y tener en cuenta fenómenos o señales del cuerpo. De ella se
originaban una multitud de ciencias ocultas, que creaban una naturaleza
completamente artificial, donde se atribuían a los cuerpos cualidades
especiales y arcanas influencias. Los sabios se dedicaban a continuas
investigaciones con objeto de hallar el elixir de larga vida y convertir en
oro los metales no preciosos. Esta magia natural adquirió tal incremento,
que no hubo señor poderoso, seglar o eclesiástico, que no se rodease de
astrólogos, magos y alquimistas. |
|
De tan deplorables empeños nació en cambio un examen más atento
de la naturaleza. Halláronse algunos preparados antimoniales, sálicos y
ferruginosos, y se descubrieron el sulfato de sosa, el fósforo y la sal
amoniaco. |
Rogerio Bacon |
Verdadero sabio, el inglés Rogerio Bacon (296) (1244-94), en vez de
limitarse al ipse dixit como los Aristotélicos, recurrió a la observación, a
la experiencia; señaló fenómenos ópticos no observados hasta entonces,
inventó la pólvora fulminante y previó muchos descubrimientos. |
|
Hasta las matemáticas habían coadyuvado a los delirios astrológicos;
Leonardo Fibomacio de Pisa, enseñó el uso de las cifras arábigas; y los
astrónomos se sirvieron de ellas para calcular los movimientos celestes. |
|
Las repúblicas italianas carecían de la experiencia y de la prudencia
necesarias para gobernarse bien en una federación, como hacía esperar el
éxito de la liga lombarda. Cada Común se mostraba celoso de su
constitución propia y procuraba redimirse de los derechos que el
emperador se había reservado. Este se servía de tal pretexto para
turbarlos, y seguían su ejemplo los feudatarios, los condes, los obispos,
alardeando de antiguas supremacías. En el interior, se gobernaban con
cónsules anuales, algunos de los cuales atendían a la administración y
otros a los juicios. Y para que estos fuesen imparciales, solía llamarse de
otros países un podestá, anual también, que juraba juzgar con arreglo a
los estatutos. Pero se cambiaban con sobrada frecuencia la forma de
gobierno y las leyes hechas para casos particulares; cuyas leyes, o mejor
dicho estatutos, tenían todavía algún resto de las vetustas leyes
consuetudinarias; y generalmente, en los casos no previstos, se aplicaba el
derecho romano; pero ninguna ley se hizo que verdaderamente
garantizase la libertad, la cual se hacía consistir en tomar parte cada uno
en las públicas resoluciones. Cada ciudad acuñaba moneda propia, con la
cruz o con la efigie del santo patrono. |
|
Los condados permanecían aún sometidos a los feudatarios, pero las
ciudades procuraban emanciparlos, o acogían a la población que de ellos
emigrase. |
Nobles y
plebeyos |
En las ciudades subsistían las antiguas familias ennoblecidas por el
mando, y las que del campo acudían a la ciudad obligadas por la fuerza, o
simplemente atraídas por las ventajas de la vida urbana, y formaban la
nobleza, que al principio fue ardiente fautora de la independencia, y era
casi la única capaz de desempeñar los empleos civiles y militares.
Fácilmente vejaban los nobles a los plebeyos, los cuales se asociaban para
obtener la igualdad en los empleos y en los juicios, y a veces lograban
excluir a los nobles de los cargos públicos y hasta de la administración de
justicia. En Florencia, el culpable era relegado entre los nobles. Esto
acontecía especialmente en las ciudades mercantiles, y no podía menos de
producir desórdenes y debilidad. |
Güelfos y
Gibelinos |
Otras excisiones hubo con la nueva división de los ciudadanos en
Güelfos y Gibelinos (cap. 136). Cada ciudad se declaró partidaria de estos
o de aquellos; y en cada ciudad misma, los unos favorecían al Papa y los
otros al emperador, dando lugar a discordias y batallas. Al frente de uno u
otro partido se ponía algún personaje, que de este modo se hacía
omnipotente, habiéndose debilitado entre las luchas de partido la
conciencia de los deberes patrióticos. |
|
Estas contiendas se hacían después peligrosas, porque se buscaba el
apoyo de los forasteros; una ciudad güelfa invitaba a otra de su color
político a ayudarla para arrojar a los Gibelinos; estos, refugiados en el
campo, pedían socorro a otros Gibelinos, y así la lucha no acababa jamás;
después se dirigían o al Papa o al emperador, suplicándole no solo que
pacificase, sino que sojuzgase además al partido contrario. |
|
Estas discordias, nunca bastante deploradas, no impedían que las
pequeñas repúblicas prosperasen por medio del comercio, la industria y la
agricultura; y querían las ciudades manifestar su riqueza con bellos
edificios, siendo hoy admirados los palacios y las catedrales de aquella
época. Crecía la población, difundíase el buen gusto, refinábanse las
artes, se acrecentaban las riquezas, y eran asombro y estímulo de
extranjeros tanta y tanta maravilla. |
|
La opinión común atribuía al emperador mayor superioridad sobre los
demás monarcas; sin embargo, podía muy poco el emperador sobre los
barones tudescos, a quienes se veía obligado a conceder prerrogativas, a
fin de tenerlos de su parte en las hostilidades con otros países o con el
Papa. También se constituyeron en municipios varias ciudades tudescas;
y habiendo alcanzado preponderancia por medio del comercio y de las
artes, reclamaban privilegios del emperador; algunas se hicieron del todo
independientes, como las ciudades de Bremen, Hamburgo y Lübeck (297). |
1191 |
Enrique VI, hijo de Barbarroja, que con haber adquirido por medio de
su mujer el reino de Sicilia, parecía haber alcanzado para su casa el colmo
de la grandeza, había preparado su ruina. Parte de los Sicilianos
aclamaron por rey a Tancredo, conde de Lecce, por lo cual tuvo Enrique
que pasar a Italia. Encontró la Lombardía envuelta en nuevos disturbios, y
acariciando a un partido disgustaba al otro; sin embargo, merced al
auxilio de sus fieles partidarios, logró someter a la Sicilia y la trató como
país conquistado, negó a los Pisanos y a los Genoveses los privilegios que
les había prometido si le ayudaban a la conquista, apropiose la herencia
de la condesa Matilde y persiguió a los eclesiásticos. Uno de sus fines era
vincular en su casa la herencia del Imperio. Por esto se enemistó con los
papas, y las ciudades lombardas renovaron la Liga. |
1197 |
Al morir solo dejó un niño, que adquirió después gran fama con el
nombre de Federico II, y que fue recomendado al Papa Inocencio III, uno
de los pontífices más ilustres. La elección pontificia había sido limitada al
colegio de cardenales, pero siempre se tenía que luchar con los
ciudadanos de Roma. Inocencio III, elegido Papa a la edad de 37 años, ya
famoso por sus escritos, se propuso restaurar la morar en todo el mundo,
proteger a los débiles, extirpar los abusos, velar por la justicia, fomentar
la caridad y rescatar la Tierra Santa; para todo lo cual consideraba
necesaria la independencia de la Iglesia en sus relaciones con el Estado. |
Inocencio III |
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Empezó a someter a Roma, y arrojó de la Marca de Ancona y de
Espoleto a los señores impuestos por el emperador, y de este modo el
Estado de la Iglesia fue una realidad. Exhortó a los Toscanos a coaligarse
con los Lombardos; modificó los estatutos de la Sicilia para conservarla a
Federico II. Pero habiendo los Germanos elegido a Otón IV, de casa
Güelfa, el Papa halló justo preferirlo a un niño en el imperio, y Otón juró
fidelidad a la Santa Sede y atenerse a sus indicaciones en cuanto se
refiriese a las ligas y a los derechos de las ciudades italianas. |
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Al bajar a Italia, Otón halló en mutua lucha a las pequeñas repúblicas;
en todas partes prevalecían algunas familias. Esto favoreció a los
Güelfos; pero no tardó Otón en enemistarse con el Papa, que lo
excomulgó y le opuso a Federico II, el cual fue coronado emperador,
jurando ceder la Sicilia para mayor seguridad de la independencia
italiana. |
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Inocencio III armó una Cruzada que tomó a Constantinopla, y otra
contra los Albigenses, protegió la libertad de la Germania, de Inglaterra y
de España; obtuvo el homenaje de Inglaterra y de la Sicilia; confirmó las
órdenes de los Franciscanos y Dominicos; reunió el cuarto Concilio
Lateranense, al cual asistieron los reyes y los prelados de todo el mundo,
y el poder episcopal llegó a su apogeo. Inspiró celos a los príncipes, y
renováronse las hostilidades entre el cetro y la tiara. |
1198 |
A la muerte del gran Saladino, el Papa proclamó la Cruzada, mientras
se combatía con inconstante fortuna en Palestina. Publicada por Inocencio
III, predicola Fulco de Neuilly con muchos frailes. Los príncipes fueron a
Venecia a pedirle refuerzos, y el dux Enrique Dandolo se puso en persona
al frente de la flota más soberbia que hasta entonces había cruzado el
Adriático. En Constantinopla encontraron a los Comnenos en un trono
agitado por conspiraciones y trastornos; Andrónico, último de los
Comnenos, fue arrastrado por el pueblo; sucediole Isaac Angel, quien a su
vez fue expulsado del trono por su hermano Alejo, que le sacó los ojos.
Angel y su hijo fueron a ponerse bajo la protección de los Cruzados. Estos
caballeros, cuya divisa era vengar a los oprimidos, acudieron, tomaron a
Constantinopla, y la convirtieron en base para la conquista de la Tierra
Santa. El Papa había prohibido la toma de Constantinopla, pero los
Cruzados, seducidos por las riquezas de aquella admirable ciudad, la
sometieron a un deplorable saqueo. La elección de emperador se confió a
seis venecianos y seis eclesiásticos. Habiendo Enrique Dandolo preferido
ser como antes dux de Venecia, fue proclamado Balduino de Flandes, con
una cuarta parte del imperio. A Venecia le tocaron tres de los ocho barrios
de la ciudad, y tres octavas partes del imperio, a saber: la mayor parte del
Peloponeso, las islas y costa oriental del Adriático, las de la Propóntide y
Ponto Euxino, las riberas del Hebro (299) y del Vardar, las tierras marítimas
de la Tesalia, y las ciudades de Cipsédes, Didimotica y Andrinópolis. A
los franceses tocaron la Bitinia, la Tracia, la Tesalónica, la Grecia y las
mayores islas del archipiélago. El marqués de Monferrato tuvo los países
de allende el Bósforo y Candía. |
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1201 |
1204 |
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Todos los príncipes se dedicaron entonces a adquirir territorios, y se
fundaron una infinidad de principados, y hasta reinos como el de Nicea,
regidos feudalmente al estilo europeo. Candía fue dividida en noventa
caballeratos, dependientes de la República veneciana. |
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Semejante conquista, hecha a tontas y a locas, empobrecía al país y a
los vencedores, los cuales, desunidos y dominados por la indolencia,
fueron pronto asediados por los vecinos; Balduino cayó prisionero en
poder de los Búlgaros, y su hermano y sucesor Enrique d'Hainault tuvo
que sostener continuas guerras. |
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La empresa se había desviado de Jerusalén, donde los reyes titulares y
los caballeros Templarios se sostenían a duras penas, pidiendo sin cesar a
la Europa hombres y dinero. Inocencio III daba impulso a la empresa, y
Honorio III esperó verla realizada. Pero Inglaterra y Francia estaban en
guerra entre sí; Federico II prometía sin cumplir; sólo Andrés de Hungría,
con muchos secuaces y el rey de Chipre, marchó a la Cruzada; pero le
obligaron a volver las discordias de su patria. Sin embargo, otros
Cruzados invadieron el Egipto y tomaron a Damieta, en tanto que los
musulmanes desmantelaban a Jerusalén y a todas sus fortalezas, y hacían
desbordar las aguas del Nilo; los Cruzados, acosados por el hambre,
tuvieron que firmar una paz depresiva. |
1221 |
Federico II renovó entonces la promesa de cruzarse, y casose con la
hija de Juan de Brienne, rey titular de Jerusalén, el cual fue a las cortes de
Europa implorando auxilio. Pero Federico difería siempre el
cumplimiento de sus promesas, por cuyo motivo lo excomulgó el Papa.
Por fin se puso en marcha, y fue acogido en Siria como libertador; pero
hizo un tratado con Malk-Kam, cambiando donativos con él, y ambos
convinieron en una tregua de diez años; Jerusalén, Belén (300), Nazaret y
Toron (301) se adjudicaron a Federico; los Musulmanes debían conservar sus
mezquitas y el libre ejercicio de su culto. Según las ideas de entonces,
ambas religiones miraron estos pactos como sacrílegos, y Federico tuvo
que regresar a Europa, sin haber siquiera procurado conservar las
posesiones adquiridas. |
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El Papa mandó misioneros a Levante; obtuvo que en algunos puntos se
organizaron pequeñas expediciones; pero por todo resultado consiguió que
el reino de Jerusalén fuese restituido a los cristianos. |
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Pedro de Courtenay, nuevo emperador de Constantinopla, fue
degollado por Teodoro Comneno, príncipe del Epiro; su hijo Roberto
perdió todas las provincias de allende el Bósforo y del Helesponto;
Griegos Búlgaros penetraron hasta el puerto de Constantinopla, y Juan de
Brienne, que le defendió con heroísmo hasta la edad de ochenta y nueve
años, previó que ya nada quedaría para sus sucesores. |
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No eran sólo los orientales los que sofisticaban sobre la fe; también en
Occidente, Gotescalc y Berenguer impugnaron la presencia real; otros
adoptaron las doctrinas maniqueas de los dos principios (cap. 66), pero
estaban en vigor las severas leyes de los emperadores contra los
heresiarcas, y estos se ocultaban y fácilmente eran oprimidos. Con el
desarrollo de la jurisprudencia y de la dialéctica, se sutilizaron los
ingenios en la interpretación de la Escritura y en el examen de los dogmas.
Estas doctrinas dieron a aquellos sectarios el nombre de Pobres de Lyon, o
Cátaros, o Patarinos, que al parecer admitían los dos principios, e
instituyeron escuelas en Croacia, en Lombardía, en Toscana, en Sicilia, en
los Alpes y en el Languedoc. Mucho se discutió sobre la naturaleza de sus
doctrinas, ensalzadas por unos, calumniadas por otros, por espíritu de
secta. En suma, querían interpretar a su manera la Escritura, negar la
autoridad suprema de la Iglesia, variar el número y la forma de los
Sacramentos, obstinándose en su fe a pesar de las argumentaciones y los
suplicios. |
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La Iglesia apeló desde luego a la persuasión, enviando misioneros,
haciendo publicar libros, sosteniendo controversias, y oportunamente vino
la institución de nuevas órdenes monásticas, cuyas principales fueron la de
los Franciscanos y la de los Dominicos. Francisco de Asís, habiéndose
desprendido de sus riquezas y de su propia voluntad para amar a Dios
intensamente, fundó la Orden de los Frailes Menores, que vivieron sin
propiedad alguna, en la obediencia y en la castidad. Servir a los pobres era
su principal ocupación; eran electivos todos los cargos, hasta el de
general. Cuando, cuatro años después de la fundación, reunió su primer
capítulo en campo abierto, se presentaron, de Italia solamente, 5000 frailes
y 500 novicios; y se dice que, a raíz de la Revolución francesa, ascendían
a 115000 los miembros de esta Orden difundida por todo el mundo,
especie de república de la cual era ciudadano todo el que adoptase sus
rígidas virtudes. Francisco, de quien son tal vez las primeras poesías
italianas, amaba a la naturaleza toda, como testimonio del Creador;
difundía la paz por todas partes, iba a predicar a los infieles, y murió
cuando apenas contaba cuarenta y cuatro años. La Orden abrazó en breve
grandes señores, sabios ilustres, eminentes artistas, príncipes y reyes. |
Franciscanos |
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1220 |
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Predicadores |
El castellano Domingo de Guzmán ejerció su apostolado en el
Languedoc, y ávido de amor y sufrimiento, fundó una nueva Orden, que
aparte de las oraciones, el trabajo, la castidad y la obediencia, se dedicaba
al estudio de la teología y a la predicación. También esta Orden se
propagó rápidamente hasta los países más remotos. |
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Impresionó al mundo la importancia de aquellas instituciones, que eran
un reproche contra los vicios del siglo; y muchos tiranos se inclinaban
ante san Antonio, san Bernardino, fray Pacífico, santo Tomás. Las
predicaciones de éstos no fundaban su eficacia en la elocuencia, sino en la
persuasión y santidad de los oradores. |
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A estos, y principalmente a los Dominicos, fue confiada la inquisición
de los herejes. Dijimos cómo las leyes imperiales los castigaban
severamente. Las repúblicas adoptaron estas leyes en sus estatutos. Pero
no siempre la herejía se refería a las verdades cristianas, sino que la mayor
parte de las veces se dirigía también a la sociedad, enseñando ora la
comunidad de bienes y mujeres, ora la rebelión contra la legítima
autoridad, y a veces servían de pretexto para revueltas y desfogue de iras
nacionales. Este último era particularmente el caso del Languedoc, donde
la raza provenzal quería sustraerse a la francesa; por esto es considerada
como una conquista la cruzada que Simón de Monfort guió contra los
Albigenses y Raimundo de Tolosa, y que fue señalada por sus horribles
crueldades, máxime en la toma de Beziers y en la batalla de Muret. Luis
VIII aceptó el bajo Languedoc, y se dio la Alta Provenza a la Iglesia de
donde dimanó el derecho de los Papas sobre el condado de Aviñón (302). |
Albigenses |
Inquisición |
Como entonces la política se confundía con la religión, para reprimir a
los turbulentos fue instituido el tribunal de la Inquisición, para el cual los
obispos elegían en cada parroquia un sacerdote y algunos seglares de
buena reputación, encargados de buscar a los herejes y denunciarlos a la
autoridad, librándolos así de las venganzas privadas y dándoles ocasión de
arrepentirse. Pero pronto aquel tribunal se dedicó a inicuas persecuciones;
habiéndose extendido a otros países, principalmente a España, fue
instrumento de tiranía, y subieron más las acusaciones que se acarreó, que
la defensa que proporcionó a la Iglesia. |
1229 |
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En Italia, la proximidad de los Papas hacía menos severa la
Inquisición, aunque en este país se habían divulgado muchas herejías,
principalmente la de los Patarinos en Lombardía. Algunos santos, como
san Antonio, santo Tomás, san Buenaventura, se dedicaron a convertirlos,
otros a perseguirlos como san Pedro Mártir, y otros a oponerles
devociones nuevas, como las compañías de los Landeses, la fiesta del
Corpus, y el Rosario, principalmente recomendado por los Dominicos. |
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En medio de estos trastornos generales, cada una de las repúblicas
italianas continuaba adquiriendo su desarrollo. En algunas quedaban
destruidos los feudos; en otras tomaron tal incremento, que se hicieron
poderosas algunas familias, como los marqueses de Este, que dominaron
a Parma, Placencia, Ferrara y otras ciudades y territorios; la casa de
Saboya, que procuraba extenderse allende los Alpes y hasta Turín; los
marqueses de Monferrato, famosos en las Cruzadas, y jefes de la facción
gibelina. |
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En los Comunes libres, las facciones se agitaban hasta venir a las
armas, teniendo al frente por lo regular algunas familias antiguas que, o
prevalecían al prevalecer su partido, u obtenían el predominio para calmar
las turbulencias. Las revueltas eran cambios de señores, y el gobierno
seguía siendo militar y despótico, siendo preciso jefes absolutos para unir
a los que se hallaban divididos. Los partidarios de los nuevos señores
pretendían franquicias e independencia; maquinaban los condes en sus
destierros, y el nuevo tirano daba rienda suelta a sus pasiones, por lo que
se regía con cruel y pérfida política. |
Milán |
Los pequeños Comunes habían sucumbido ya a los grandes. Milán
dominaba los castillos y las ciudades vecinas; luego prevaleció en ella la
familia plebeya y güelfa de los Torriani, hasta que con el arzobispo Otón
predominaron los Visconti, que se hicieron príncipes hereditarios. |
1227 |
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Señores de origen lombardo y franco dominaban la Toscana,
impidiendo el desarrollo de los Comunes. Su principal ciudad era Pisa,
pero durante las guerras de esta con Lucca, se alzó Florencia, la cual
después de haber derribado los castillos vecinos, y obligado a las familias
a bajar de Fiesole, emancipó a los siervos del condado y estableció la
libertad güelfa, de que siempre estuvo celosa; sometió luego a Arezzo,
Siena y Poggibonsi. En la batalla de Montaperti (1260) fue derrotada por
los Gibelinos (Farinata), pero no tardó en rehacerse, dio gobierno al
pueblo (Giano della Bella) (303), y triunfó en la batalla de Campaldino
(1289). Pronto se halló dividida entre Blancos y Negros; pero las
discusiones no impedían que alcanzase extraordinaria prosperidad. |
Florencia |
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Pisa |
Iguales agitaciones experimentaban Siena, Luca, Pistoya y Cortona.
Pisa capitaneaba a los Gibelinos, disputándose con Luca y Génova,
mientras se procuraba riquezas con su comercio con el Oriente, hasta que
la batalla de la Meloria (1284) la hizo inferior a Génova, y fue dominada
durante diez años por el conde Ugolino de la Cherardesca, el cual,
habiéndose hecho odioso, fue encerrado con su familia en una torre donde
se les dejó morir de hambre (1288). |
Génova |
Génova conquistó la isla de Elba, la Córcega y parte de la Cerdeña;
además de la nobleza de los feudos de la Rivera, creó otra derivada de las
magistraturas, y causaron desórdenes los Fieschi y los Grimaldi, güelfos,
en lucha con los Doria y los Spinola, gibelinos. Poseía establecimientos
mercantiles de grande importancia en Caffa (304) y Azov; obtuvo en
Constantinopla el arrabal de Pera; en las Espóradas (305) la isla de Quíos
gobernada por nueve familias de Giustiniani, y en África la cala de
Túnez. |
Venecia |
En Venecia, el dux no era ya elegido por el pueblo, sino por una
complicación de electores, y todo el cuidado consistía en impedir que este
magistrado se convirtiese en un tirano, y que la nobleza oprimiese a la
plebe. Cada año el dux procedía a sus esponsales con el mar, en señal del
dominio que Venecia ejercía sobre todo el Adriático, exigiendo una
gabela de toda nave que lo surcaba. Habiendo adquirido tres barrios de
Constantinopla y tres octavas partes del Imperio, con la isla de Candía,
tuvo asegurada la entrada en el mar Negro; de este modo poseía los
géneros del Mediodía y las pieles y maderas del Norte. Estas lejanas
posesiones daban ocupación y poder a los nobles, los cuales cerraron
después el Gran Consejo, es decir, consiguieron que se expidiera una ley
decretando que los jueces de la Quarentia sorteasen uno por uno a los
individuos que en los últimos cuatro años habían formado parte del
mismo Consejo, y los elegidos serían miembros de aquella Asamblea. De
este modo quedó constituida una nobleza privilegiada hereditaria, inscrita
en el libro de oro, distinta del pueblo y de los nobles menores llamados
Bernabotti, que solo votaban en los consejos inferiores. Los excluidos
conspiraron (Bayamonte), y para reprimirlos se instituyó la magistratura
de los Diez, que con procedimientos secretos castigaban a los fuertes y a
los ambiciosos. Tres inquisidores de Estado ejercían una alta policía, y su
autoridad no reconocía límites. Esto impidió que se elevasen en Venecia
personas o familias poderosas con objeto de usurpar la soberanía. El dux
la representaba, pero su mando era objeto de celosísima cautela. |
1204 |
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1208 |
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1310 |
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La prosperidad de Venecia excitaba la envidia de las otras repúblicas,
las cuales se batían con frecuencia en los mares orientales. Roger
Morosini saqueó los establecimientos de los Genoveses; y éstos en
Curzola derrotaron la escuadra de los Venecianos, los cuales, sin
embargo, se rehicieron y penetraron hasta el puerto de Génova. |
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En Francia aún formaban naciones distintas los Provenzales, los
Normandos, los Aquitanos y los habitantes de la Isla. Al Norte del Loira
se conservaban el elemento germánico y el derecho sálico, mientras que
al Sur persistían leyes y tradiciones romanas. La Armórica protestaba
contra toda dominación nacional. Los Normandos se habían plantado a
las puertas de París. Los feudos más ricos dependían del rey de Inglaterra.
Sin embargo se extendía el nombre de Franceses; y en medio de todo
había un rey que iba adquiriendo fuerza atrayéndose los grandes feudos a
medida que vacaban, y favoreciendo a los Comunes. |
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Felipe Augusto dedicó todos sus cuidados a consolidar la monarquía.
Con la guerra contra los Albigenses (cap. 152) obtuvo todo el Mediodía y
vio deprimida a Inglaterra. Su sucesor Luis VIII continuó la obra; pero
fue más afortunado Luis IX el Santo. Su madre Blanca de Castilla lo
educó severamente, mientras hacía comprender a los barones que un rey
no era ya su igual. Piadoso como un caballero, con su exquisita equidad
Luis enamoró al pueblo y se atrajo a los barones; hizo que la justicia
fuese administrada, no ya por éstos sino por bailes reales, y conforme a
los Establecimientos de Francia, código que compiló de acuerdo con los
barones y con los doctores; organizó el Parlamento, alta corte judiciaria;
con la famosa pragmática regularizó los derechos de la Iglesia; acrecentó
los bienes de la corona, y atrajo a la corte muchos señores, que antes
vivían revoltosos en sus castillos. |
1223 |
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1226 |
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Gengis Kan |
Luis tenía vivos deseos de libertar la Tierra Santa. En aquel tiempo los
Mogoles, pueblo parecido al Chino, se extendieron desde la China sobre
el Carism, guiados por Gengis-Kan, uno de los afortunados
conquistadores, que derrotó a Aladino Mahomed con 400 mil Persas, se
apoderó de Bocara (306), de Samarcanda, de Balk, y penetró en el corazón de
la India, haciendo horribles estragos y valiéndose de armas de fuego. Fue
considerado como un dios por su nación, a la cual dio leyes (Ulugyassa),
y tuvo unas 500 mujeres de todos países. |
Gengiskánidas |
Su reino quedó dividido entre tres hijos suyos, pero sobre ellos
imperaba Oktai, hijo suyo también, el cual mandó tres ejércitos a Persia, a
la Bulgaria y a la China, a emprender las conquistas que continuaron sus
sucesores Zagatai, Mangú y Cubilai (307). Este quiso que los suyos se
civilizaran a ejemplo de los Chinos; tuvo en su corte al veneciano Marco
Polo, que le prestó grandes servicios. |
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Reservándonos referir otros acontecimientos de la China,
explicaremos aquí cómo los Mogoles devastaron la Mesopotamia y la
Persia. Con la toma de Bagdad terminó el imperio de Mahoma después de
56 califas, y ya nadie reunió los títulos de pontífice del islamismo y jefe
de los creyentes. Hasta en Egipto los Mogoles asediaron a los
Mamelucos, y amenazaron a Europa, invadiendo la Hungría y acampando
a orillas del Adriático en frente de Italia. En la Siria hostigaron a los
Selyúcidas, con quienes estaban en guerra los cristianos. Viendo estos
que tenían comunidad de intereses con los Mogoles, procuraron aliarse
con ellos. El Papa les mandó embajadores (Juan Piano de Carpi,
Rubruquis, el beato Odorico de Pordenone), creyendo que con su alianza
aniquilarían a los Musulmanes. Los Mogoles se mostraban indiferentes
con respecto a las diversas religiones; sin embargo ayudaron varias veces
a los cristianos, y fueron ayudados por éstos. La invasión de los Mogoles
produjo buenas consecuencias: el califato fue destruido, destrozado el
poder de los Asesinos, exterminados los Búlgaros, los Cumanos y otros
pueblos septentrionales; y se introdujeron en Europa la pólvora, la
imprenta, el papel moneda y los naipes. |
1261 |
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Cruzada VIII |
Para conjurar el peligro con que viejos y nuevos invasores
amenazaban a la Palestina, San Luis resolvió ir con un poderoso ejército,
y desembarcó en Egipto; pero allí cayó prisionero y vio su ejército
destruido por las armas enemigas y por las enfermedades. Obligado a
rescatarse a sí y a los demás prisioneros, Luis regresó a Francia, donde
fue respetado por la constancia y dignidad de que había dado pruebas.
Sabedor de los nuevos padecimientos de la Palestina, quiso volver, y
empezó por desembarcar en Túnez, esperando convertir aquel rey. Pero
este envolvió al ejército cruzado, y hasta el santo rey murió en la lucha. |
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1246 |
1270 |
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Y aquí concluye el gran drama de las Cruzadas, en el cual se
malograron casi todas las expediciones, pero se consiguió el principal
objeto, el de impedir que los Musulmanes invadiesen la Europa y fuese
subyugada la cruz por la media luna. |
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Cruzada continua puede llamarse la que los Españoles ejercieron
contra los Árabes para recobrar su país. Los Árabes estaban divididos
entre muchos emires, con frecuencia en guerra unos con otros, e
incapaces por lo mismo, de sostener la península. En medio de sus
discordias, los Árabes llamaron del África a los Moros Almorávides. Con
este nombre, que significa devotos de Dios, eran designados los secuaces
de Abdallah, quien había fanatizado a algunas tribus árabes que
conquistaron a Marruecos. Su jefe Yusuf acogió gustoso la ocasión de
pasar a España: derrotó a los Cristianos, y volviéndose contra los Árabes,
tomó a Granada y a Sevilla; después de 60 años de turbulenta existencia,
dio término al reino de Andalucía y se hizo reconocer señor de España,
donde sus hijos continuaron la guerra religiosa, enardecida por nuevos
sectarios, llamados Almohades, es decir, unitarios. |
1086 |
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Los Cristianos se alegraron de las discordias suscitadas entre estas
sectas; y Alfonso el Grande se hizo dueño de Calatrava, Almería y
Lisboa, y por consiguiente del curso del Tajo. Alfonso Raimundo realizó
otras conquistas en Castilla; pero los emperadores de Marruecos
auxiliaban a sus correligionarios. Sin embargo se dio en las Navas de
Tolosa una batalla tan sangrienta, que se dice que perecieron en ella 185
mil Moros. De los antiguos reinos musulmanes no quedaba en España
más que el de Granada, próspero en comercio e industria, que prestaba
homenaje al rey de Castilla, sin perjuicio de hacerle la guerra cuando se
presentaba la ocasión, llamando al efecto a Moros de África. |
Castilla |
1242 |
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Alfonso de Castilla, el Noble, estableció en Valencia la primera
Universidad y dio un código (Fuero Real). A medida que se conquistaba
un territorio, acudían a él los Cristianos, y de sus diferentes costumbres se
formó la constitución de Castilla, con rey hereditario, reconocido en
Cortes formadas por la nobleza y el clero, y más tarde también por
diputados de las ciudades (1169); los nobles constituían una hermandad
armada que podía resistir al mismo rey. |
1252 |
Alfonso X, el Sabio, poeta y astrónomo, publicó el código de las Siete
Partidas, donde hay órdenes y consejos, juicios y ceremonias. |
Aragón |
El reino de Aragón no fue fundado por conquista, sino por hombres
libres, unidos para reconquistar la independencia patria. Por esto tuvo
formas más amplias y singulares. Considerando al rey como hechura
suya, los Aragoneses juraban obedecerle siempre que él observase los
pactos, y si no, no. Las ciudades mandaban diputados a las cortes. Jaime
el Justo, o el Conquistador, alcanzó señaladas victorias sobre los Árabes,
y conquistó las Baleares y el reino de Valencia, al cual dio un código en
lemosín (Costums de Valencia), basado en la legislación romana. Pedro
III de Aragón pretendió el trono de Sicilia, y estuvo en guerra con Felipe
el Atrevido, rey de Francia; tuvo que conceder a la nación Privilegio
General, por el cual se comprometía a no quitar a ningún vasallo su
feudo, sin previo juicio; ningún vasallo podía ser obligado a combatir
fuera del reino, y el rey no podía, sin el consentimiento de las Cortes,
hacer la guerra ni levantar impuestos. Así, pues, el rey fue poco a poco
reducido a una simple representación, mientras todo lo podía el justicia,
magistrado que por sí solo y con los barones zanjaba todas las
controversias de los feudatarios y fallaba en las causas reservadas al rey.
Después que Pedro IV hubo abolido el gran privilegio, adquirió aún
mayor fuerza el justicia, como único abrigo contra el poder real; podía
llamar a sí cualquier causa incoada ante otro tribunal, garantizando los
efectos de la condena impuesta por este los bienes de los que recurrían a
su asistencia. Hemos señalado las constituciones de los diferentes reinos
españoles, porque de ellas se deriva el carácter actual de los Españoles,
vigoroso, altanero e independiente. |
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1283 |
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Portugal |
Enrique de Borgoña, que había acudido en auxilio de Alfonso I de
Castilla, obtuvo el título de conde de Portugal, y su hijo Alfonso Enríquez
fue proclamado rey de aquel país; puso su reino bajo el patrocinio de
Nuestra Señora de Clairvaux, y tomó por escudo las cinco llagas y los
treinta dineros de la pasión de Cristo. En Lamego se reunieron las
primeras Cortes, que dieron la Constitución del reino, declarándolo
hereditario de varón a varón. |
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La nobleza portuguesa no tenía por fundamento la conquista ni el
feudalismo, sino el valor y la lealtad. El pacto entre la nación y el rey no
debía ser modificado sino por acuerdo de ambas partes contratantes. En
un reinado de 46 años, Alfonso conquistó a Lisboa, extendió su territorio,
contó con la amistad del clero y de Roma, y fundó la Orden del Santo
Cristo para los caballeros que le ayudaron en sus empresas. |
1095 |
1139 |
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Sus descendientes más de una vez disgustaron al clero; en tanto se
sometieron los Algarbes; en Lisboa se acostumbraron los nobles a una
vida menos tosca que la de los castillos, y la lengua conservó el sello
árabe. |