Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.



ArribaAbajo

137.- Sicilia. Fin de los Normandos

     Entonces Federico pensó sojuzgar la Italia meridional. El normando Roger había conquistado hasta Nápoles, y elegido por capital a Palermo, enriquecida con bellos edificios y manufacturas, y por el cultivo del moral, del azúcar y del alfónsigo. Aquel país estaba poblado de indígenas, de caballeros normados, y de Musulmanes; encontrándose allí turbantes y yelmos, santones y frailes, carreras del yerid y torneos, hombres ignorantes del Norte y Meridionales corrompidos, fastuosos Asiáticos y severos Escandinavos. Hablábanse en Sicilia el griego, el latín vulgar, el árabe y el normando, y los bandos se publicaban en cada uno de estos idiomas. Los Normandos implantaron allí el feudalismo sobre las costumbres griegas y longobardas, y Roger lo organizó, promulgando luego las Constituciones, en las cuales es prodigada la pena de muerte. Este monarca protegió las ciencias, e hizo colocar en la capilla de Palermo un reloj con una inscripción trilingüe.
       Le sucedió Guillermo I, que mereció el título de Malo, y a éste siguió Guillermo II, el Bueno, que no dejó hijos. La herencia tocaba, pues, a su tía Constanza, por lo cual Barbarroja la hizo casar con su hijo Enrique. Esto disgustó al Papa, que veía amenazada la independencia de Italia con la unión de aquella corona al imperio.
1154
1186
       Habiendo confiado los asuntos de Italia a Enrique, Federico dirigió sus cuidados a Alemania, donde los barones se hacían cada vez más fuertes y consolidaban el dominio territorial. Formábanse también algunos Comunes con perjuicio de la autoridad imperial. Se habían hecho poderosos el nuevo ducado de Austria y el antiguo de Baviera, contra el cual Federico hizo armas; éste dominó luego a los pequeños barones, sometió nuevamente la Polonia a sujeción feudal, y constituyó en reino a la Bohemia, la Cerdeña y la Hungría. Después de Carlomagno, ningún otro emperador había extendido tanto su autoridad como Federico Barbarroja. Aumentó también los dominios de su casa con varios feudos, comprados o que habían vuelto a la corona. No descuidó la civilización de sus Alemanes, que se vio favorecida por el aumento del comercio, mayormente en Bremen, Colonia y Leipzig (286), y por los conventos de Lieja, Paderborn, Bamberg, Corbia y Wurtzburgo. Hemos visto en otro lugar cómo se hizo Cruzado con 68 señores, y cómo se ahogó en el río Cidno. Sus Alemanes lo colocan entre sus más grandes monarcas.
1188




ArribaAbajo

138.- Francia

Tercera raza      La tercera dinastía francesa de los Capetos (cap. 112) se hallaba rodeada de barones, iguales y hasta superiores en poder al monarca, el cual no poseía más riquezas que sus propiedades, ni más fuerzas que los súbditos de su ducado. El reino comprendía los condados de París, Melun, Etampes, Orleans y Sens. Además de los barones seglares, dominaban bastante los prelados de Reims, Auch, Narbona, Troyes, Auxerre y otros; hasta algunos barrios de París se hallaban bajo la jurisdicción de los abades de San Germán, Santa Genoveva y San Víctor. Alrededor de este pequeño reino se engrandecían los principados de Flandes, Normandía, Bretaña, Anjou, Champaña y Borgoña, y el reino de Aquitania.
       Hugo Capeto, en medio de tantas divisiones, empezó a dar algún lustre al reino, ora incorporando a él sus vastos dominios, ora concediendo privilegios, favoreciendo a los eclesiásticos y dejando que los señores se debilitasen combatiendo unos con otros. Hugo vestía, en vez del manto real, la capa de abad de San Martín. Fue devotísimo su hijo Roberto, tanto como fue desordenado Felipe, su nieto, que se aprovechó de las Cruzadas comprar o apoderarse de muchos señoríos. Luis el Gordo pensó más seriamente en reprimir a los barones, alentando a los Comunes a armarse contra ellos, y dándoles cartas, o sea constituciones que determinaban el tributo anual, la jurisdicción y la administración; y así, el tercer estado que se formaba, era favorable al rey. Facilitó también la emancipación de los siervos, con lo cual debilitaba igualmente a los propietarios. Entonces instituyó los bailes (287) reales, que juzgaban las causas en vez de los feudatarios, y se hizo tutor de la plebe y sostén del clero. Atacole el emperador Enrique V, y el común peligro reunió en torno del rey a todos los barones. Luis desplegó por vez primera el oriflama o bandera de San Dionisio, y al grito de Montjoie et Saint-Denis, los Franceses pusieron en retirada al enemigo.
996
 
1124
       Suger, abad de San Dionisio, que lo había ayudado con sus consejos, adquirió grande autoridad bajo Luis VII, y se dedicó, durante treinta años, a constituir el Estado y el gobierno nacional, destruyendo castillos y facilitando la constitución de Comunes. Con el casamiento de Leonor con Luis, adquirió la Aquitania esto es, la Guyena (288) y la Gascuña; pero, habiendo sido repudiada, esta princesa dio con su mano sus vastos dominios al rey de Inglaterra, que ya poseía, al lado del reino de Francia, el ducado de Normandía, los condados de Anjou, de Turena, del Maine, y el señorío de la Bretaña.
1137
 
 
1180      Felipe Augusto ensanchó más que ninguno de sus predecesores la prerrogativa real. Con un ejército que en la Cruzada se había acostumbrado a la disciplina, pudo extinguir las bandas (Cottéreaux, Routiers y Pastoriles), conquistó la Normandía, la Bretaña, el Anjou, la Turena, el Maine y otros países; derrotó a los Ingleses en la batalla de Bouvines (289); embelleció a París, y en él reunió a los barones a modo de parlamento, en el cual se hicieron leyes que habían de estar en vigor en todo el reino. Asistido de un consejo, juzgaba las controversias surgidas entre los grandes, estableció los archivos, y llegó a constituir un gobierno regular, donde él era, no ya señor feudal, sino verdadero rey.
1214
 




ArribaAbajo

139.- Inglaterra. Los Plantagenet

       Guillermo el Rojo y Roberto, hijos de Guillermo el Conquistador, se hicieron la guerra entre sí, hasta que Roberto se hizo Cruzado (cap. 107); Guillermo, entregado a los vicios, pronto fue muerto, y le sucedió se hermano Enrique, quien concedió una carta real, en la cual señalaba sus deberes y los de los señores. Roberto, a su vuelta de la Cruzada, invadió la Inglaterra al frente de muchos barones, y su hijo Guillermo continuó la guerra. La finca hija de Enrique, Matilde, se casó en segundas nupcias con Godofredo, hijo de Fulques V, rey de Jerusalén y conde de Anjou. Como este príncipe acostumbraba adornar su gorro con una rama de ginesta (genet), le llamaron Plantagenet, nombre que pasó a sus sucesores. Enrique fue el primero bajo el cual la Inglaterra se cubrió de castillos, en los cuales los vasallos ejercitaban su poderío. Para reprimirlos, Enrique II apeló a la fuerza y a la habilidad. Tuvo por canceller del reino a Tomás Becket, de esclarecido ingenio, quien después de ser nombrado arzobispo de Canterbury, depuso el fausto y los empleos para consagrarse al estudio y a la piedad, y velar por las prerrogativas eclesiásticas, Enrique pensó en abolir los derechos del clero, suprimir, los tribunales eclesiásticos, asumir el nombramiento de los prelados; y en vista de que Tomás le resistía vigorosamente y lo excomulgó, dejó que lo asesinaran. La Iglesia declaró santo a Tomás, y cada año 100000 peregrinos visitaban su tumba con generosas ofertas. Enrique pidió la absolución y se reconcilió con el clero.
1087
1100
1135
Santo Tomás de Canterbury
1172
   
       Enrique pudo someter a la Irlanda, la cual se hallaba dividida en veintiún Estados, continuamente en lucha entre sí, no hallándose de acuerdo más que en la religión, por lo cual fue llamada la Isla de los Santos. Pero mostrándose el clero poco dócil a la primacía de Roma, ésta permitió a Enrique II que conquistase la isla. Sometiola, titulándose protector de la religión, bien que muchos conservaron su independencia refugiados en los montes. Enrique tuvo que dejar mucha libertad a los barones normandos que allí fijaron su residencia, cuidando, empero, de que no hiciesen causa común con los naturales, que aborrecían la dominación inglesa, y hubieran podido rechazarla con el apoyo de los barones.
 
1172
     Leonor de Guyena, casada con Enrique, le proporcionó graves disturbios y muchos hijos; y sostenidos estos por la Francia, lo hostigaron hasta que murió. Fue el rey inglés más poderoso, y uno de los más grandes de su época, aunque no de los más virtuosos.
1187      Sucediole Ricardo Corazón de León, que de todo sacaba dinero; por lo cual muchos señores normandos y sajones pudieron adquirir o recuperar feudos. Ricardo tuvo mal éxito en la Cruzada que había sido su monomanía (cap. 132); fue hecho prisionero por el duque de Austria; y mientras tanto, su hermano Juan Sin Tierra, aliado con Felipe Augusto, trataba de usurparle el trono. Ricardo, de vuelta a su patria, anuló las donaciones y las ventas de tierras celebradas antes de su partida; después desembarcó en el continente obligando a la Francia a aceptar la paz; y murió en el asalto de una fortaleza.
 
 
 
1199




ArribaAbajo

140.- Las doctrinas

     Este movimiento político excitó la vida intelectual. A imitación de los Comunes, se organizaban Universidades, con franquicias y honores para profesores y alumnos. No concurrían a ellas niños, sino hombres ya formados, para oír de viva voz la enseñanza de hombres ilustres, pues era grande la escasez de libros. Eran famosas la escuela médica de Salerno y la de derecho de Bolonia, a la cual se unieron después las artes liberales y la medicina. Los estudiantes extranjeros gozaban allí de todas las prerrogativas de los ciudadanos; y el rector anual tenía jurisdicción sobre ellos y sobre los profesores. El rector había de ser letrado, célibe, tener 25 años, y no pertenecer a ninguna orden religiosa; y en las funciones públicas precedía a los obispos y arzobispos, excepto al de Bolonia. Elegíanse igualmente todos los años dos tasadores, encargados de fijar el precio de los alojamientos, uno por la ciudad y otro por los estudiantes. La ciudad indemnizaba a los estudiantes de los hurtos que se les hacían, si el ladrón no podía verificarlo. Se requerían seis años de estudio para ser doctor en derecho canónico, y ocho para el derecho civil; sufría el aspirante un examen privado, señalándosele dos textos, y el examen público se verificaba en la catedral, donde el candidato exponía una tesis, contra la cual podían argumentar los estudiantes; en seguida el arcediano pronunciaba el elogio aclamándole doctor, y le entregaban el libro, el anillo y el bonete, con lo cual adquiría el derecho de enseñar en cualquiera Universidad. Se daban las lecciones parte al amanecer y parte a la caída de la tarde. El pago de los estudiantes servía de remuneración a los profesores, quienes tardaron en percibir sueldo fijo.
     A veces uno o más profesores, con todos sus estudiantes, se trasladaban de un punto a otro, a fin de obtener más tranquilidad y mayor retribución, como sucedió en Vicenza, en Siena y en Vercelli. Algunos estudiantes que se habían trasladado a Padua, dieron origen a aquella Universidad, donde tenían que haber estudiado los que aspirasen a altas magistraturas. En Pisa, el estudio general se estableció en 1344, época en que fue trasladado de Florencia. La escuela de Ferrara es anterior a Federico II. La romana fue fundada en 1245 por Inocencio IV. Federico II instituyó las escuelas de Nápoles, sin universidad de escolares y profesores. En 1360 se concedió un privilegio a la de Pavía, y a la de Turín en 1405. Otros privilegios tuvieron las escuelas de Placencia, Módena y Reggio.
     A las escuelas de París, ya ilustradas por grandes personajes, les concedió Felipe Augusto varios privilegios de Universidad. Esta comprendía únicamente a los profesores, y gozaba de singular reputación en teología; los escolares tenían allí extraños privilegios y exención de las jurisdicciones ordinarias. Notables fueron las Universidades de Montpellier (290), Orleans, Tolosa, Valence y Bourges. En España, la de Salamanca existía desde el año 1239, y luego se fundaron otras en Coimbra y Alcalá. La más célebre de las inglesas fue la de Oxford (291).
Jurisprudencia      El estudio del derecho romano iba adquiriendo importancia a medida que la formación de los Comunes hacía necesario su concurso, para la solución de casos no especificados en los estatutos. Cuéntase que al ser saqueada Amalfi en 1135, se descubrió allí el único ejemplar de las Pandectas, que se conserva en la biblioteca Laurenciana de Florencia. Irnerio fue el primero que enseñó derecho en Bolonia, su patria (1110?). Pensador rígido, tuvo como discípulos suyos a los boloñeses Búlgaro, apellidado os aureum, Martín Gossia, llamado copia legum, y Jacobo, como tuvo a Hugo, natural de Porta Ravegnana, quienes a su vez fueron maestros de otros. Disgustaba a los eclesiásticos franceses que este derecho se elevase a la altura del derecho canónico; pero tomó incremento en Italia, y los juristas formaban en todas las ciudades un cuerpo noble, que daba lecciones. El florentino Francisco Accursio (1151-1229) comprendió en la Glossa continua las anteriores, y era citado en los tribunales del mismo modo que las leyes, y en caso de silencio de uno y otras, resolvía Dino del Garbo. Son innumerables los glosadores de los siglos XII y XIII, entre los cuales descuellan Cino de Pistoya, Baldo de Perusa, y Bártulo de Sassoferrato, que dieron después lugar a sutilezas, cabildeos y distinciones, perdiéndose la crítica y la originalidad.
   
       Por la misma época se completaba el derecho canónico. La compilación de Focio (cap. 120) no fue admitida nunca por los Occidentales. Para estos, después de varios compiladores, Burcardo, obispo de Worms, extendió el Magnum decretorum volumen, que por corrupción del nombre del autor se llamó Brocardo. Mayor fama adquirió Graciano, benedictino de Chiusi (1151), con su Decretum, donde con gran erudición y discreta crítica reunió cánones de los Apóstoles y de los Concilios, decretales de los papas, pasajes de los Santos Padres y de los Pontífices, y adquirió tanta autoridad como el código de Justiniano. El barcelonés Raimundo de Peñafort reunió todas las decretales posteriores al año 1150, donde concluyen las de Graciano, formando así el segundo y principal cuerpo del derecho canónico. Este contribuyó en alto grado a mejorar la legislación, y más aún la condición de las clases ínfimas de la sociedad, dando ideas más rectas de la justicia, de la prosperidad, de la personalidad y de las penas.
Derecho Canónico
 
Teología escolástica      Los primeros Padres tuvieron por único fundamento de su ciencia la Biblia, aunque tratando algunos de conciliar la fe con la razón. Tal hizo Boecio en su Organon, perfeccionando la ciencia cristiana hasta el punto de llegar a ser el autor universal. Pero de su argumentación nació una escuela dialéctica, llamada Escolástica, enteramente metódica, de categorías, empleada para establecer la alianza entre la fe y la realidad objetiva de las verdades reveladas, partiendo siempre de ciertos puntos indubitables porque eran revelados.
       Al principio, la Escolástica permaneció enteramente subordinada a la teología, como se ve en San Agustín, Boecio, Casiodoro, Alcuino, Rabán Mauro, Juan Escoto Erigena (292), Gerberto, Fulberto de Chartres. Berenguer de Tours llevó la libertad al extremo de impugnar el dogma de la eucaristía, y en confutarlo perfeccionaron la dialéctica San Pedro Damián, el arzobispo Lanfranc (293) y su discípulo Anselmo de Aosta, que dio demostraciones, todavía respetadas, sobre la esencia divina, la trinidad, la encarnación, el acuerdo del libre arbitrio con la gracia, determinando los confines entre la filosofía y la teología. El problema de si los géneros y las especies existen de por sí o solamente en la inteligencia, dividió la escuela en dos partidos, nominalistas y realistas, entrambos encaminados a explicar el problema de la realidad objetiva de los conocimientos humanos; los primeros suponen que los universales no son más que nombres; los otros afirman que existen en realidad fuera del sujeto. Roscelin (1085) aseguró que los universales no son más que palabras, con las cuales indicamos las cualidades comunes observadas en los objetos individuales, y con esto llegó a negar la Trinidad. Lanfranc y Anselmo sostuvieron que el universal preexiste a los individuos, la idea a las cosas, y este realismo favorecía a la ortodoxia, mientras que con los nominales podían reducirse a menos sonidos las ideas de ente, género humano y otras abstracciones por el estilo.
Nominalistas y realistas
Abelardo      El gallardo joven Abelardo de Nantes (1079), cuyas composiciones eran escuchadas y leídas por muchos, pretendía dar razón de todo; enseñó que la ciencia debe preceder a la fe, y que ésta ha de ser dirigida por luces naturales hasta en las cuestiones religiosas. De suerte que de la religión no quedaban al fin más que los argumentos (conceptualismo).
Pedro Lombardo      Pedro Lombardo, joven de Novara, quiso hacer retroceder las cuestiones al punto donde los Padres las habían dejado; y en los Libri Sententiarum reunió sentencias de los Padres relativas a los dogmas, formando un completo sistema de teología, que le valió el título de Maestro de las sentencias.
1110
1154
     La Escolástica se desarrolló con las Cruzadas, pues se facilitó el conocimiento de los escritos de Aristóteles y la lengua griega, y se establecieron relaciones más inmediatas con los Árabes, entre los cuales habían progresado las indagaciones filosóficas, en cuanto lo permitía una religión que manda la fe ciega. Insigne fue entre ellos Avicena (1037), que comentó la metafísica de un modo original, asociando a las abstracciones de esta los fenómenos naturales. Otros filósofos se entregaban a la duda, y los hubo que buscaron en el aislamiento la suprema iluminación del espíritu. Averroes, de Córdoba (1198), trató de reformar aquellas diversas doctrinas mediante comentarios sobre Aristóteles, argumentando y cotejando textos para explicarlos, sin conceptos originales. En la Edad Media él estuvo al frente de la filosofía, como de la teología Santo Tomás.
       Los Hebreos aplicaron el peripato musulmán a la Cábala (cap. 66), la cual comprende un sistema, completo sobre las cosas del orden espiritual y del corporal, sin constituir una filosofía ni una teología. El más insigne cabalista fue Moisés Maimónides (1139-1209) que en el libro de los Preceptos explica los seiscientos trece mandamientos; en la Mano fuerte esclarece el Talmud; explica, en la Guía de los vacilantes, pasajes difíciles de la Escritura; y fue, a pesar de sus contradicciones, considerado por los suyos como el hombre más insigne después de Moisés.
Maimónides
 
Escolástica cristiana      Todos estos eran elementos que concurrían a desenvolver o alterar la escolástica cristiana, la cual era modificada también por el carácter particular de las diferentes naciones. Los defectos atribuidos a la escolástica, son las especulaciones minuciosas llevadas hasta la puerilidad; las distinciones frívolas, la manía de reducir todo raciocinio a dialéctica pura, y el empeño de demostrarlo todo y sostener el sí y el no alternativamente. Tenían por oráculo a Aristóteles, pero en malas traducciones del árabe o del hebreo, y sin la fineza necesaria para comprenderlo, y mucho menos para conciliarlo con los dogmas espiritualistas. Ejercitábanse en frívolas cuestiones sobre la Escritura, convertida en campo de polémicas e interpretada según el sentido literal, el alegórico y el místico; con lo cual se caía fácilmente en las herejías, en el misticismo o en el escepticismo; por cuya razón se prohibió varias veces en las Universidades el estudio de Aristóteles. Algunos querían excusarse con el deseo de distinguir la verdad filosófica de la religiosa.
Alberto el Grande      Entre los escolásticos figuró en primera línea Alberto el Grande (1195-1280), obispo de Ratisbona, eruditísimo compilador y agudo comentador de Aristóteles, que concede a la razón el poder de elevarse por sí a la verdad.
Santo Tomás      El más ilustre fue Santo Tomás, vástago de los condes de Aquino (1227-74), cuya Suma teológica comprende un sistema completo de la ciencia divina, abarca la moral general y particular, y cuantos conocimientos existían entonces entre los cristianos, los hebreos y los musulmanes; creó la psicología, la ontología, la moral, la política según la fe; y la posteridad lo ha colocado entre los más grandes filósofos.
     Las mismas cuestiones eran agitadas en sentido diverso por Duncan Scot (294), Buridan, Ockham (295), Hugo y Ricardo de San Víctor, y por otros realistas y nominalistas.
San Buenaventura      Los místicos deducían argumentos y símbolos no tanto del raciocinio como de la inspiración y del sentimiento. Al frente de esta escuela se hallaba Buenaventura de Bagnorea (1221-74), seguido por los frailes mendicantes. Gerson produjo el libro más notable de la escuela contemplativa, la Imitación de Cristo.
     Una de las mayores aberraciones de la Escolástica fue el Ars Magna de Raimundo Lulio (1256-1315), que dispone alfabéticamente todas las cualidades de un asunto, para poder argumentar sobre cualquiera.
     Entre estos abusos del raciocinio surgía empero la necesidad de examinar la naturaleza y experimentar.
Ciencias naturales      Los Árabes y los Hebreos habían cultivado ya la medicina: el filósofo Constantino Africano fundó la escuela de Salerno: en las Universidades se enseñó también el arte de curar, y no faltaron médicos que se dignasen aplicarse a la cirugía, tenida en menosprecio. En esta sobresalieron principalmente los Hebreos, con secretos y preparaciones farmacéuticas, como también con diagnósticos y el auxilio de la anatomía.
 
1070
     Luego en todo se mezcló la astrología; hasta el punto de poderse decir que reinaba sobre todas las ciencias y regía todos los actos de la vida. No se emprendía trabajo ni viaje alguno sin examinar los astros, interrogar espíritus, y tener en cuenta fenómenos o señales del cuerpo. De ella se originaban una multitud de ciencias ocultas, que creaban una naturaleza completamente artificial, donde se atribuían a los cuerpos cualidades especiales y arcanas influencias. Los sabios se dedicaban a continuas investigaciones con objeto de hallar el elixir de larga vida y convertir en oro los metales no preciosos. Esta magia natural adquirió tal incremento, que no hubo señor poderoso, seglar o eclesiástico, que no se rodease de astrólogos, magos y alquimistas.
     De tan deplorables empeños nació en cambio un examen más atento de la naturaleza. Halláronse algunos preparados antimoniales, sálicos y ferruginosos, y se descubrieron el sulfato de sosa, el fósforo y la sal amoniaco.
Rogerio Bacon      Verdadero sabio, el inglés Rogerio Bacon (296) (1244-94), en vez de limitarse al ipse dixit como los Aristotélicos, recurrió a la observación, a la experiencia; señaló fenómenos ópticos no observados hasta entonces, inventó la pólvora fulminante y previó muchos descubrimientos.
     Hasta las matemáticas habían coadyuvado a los delirios astrológicos; Leonardo Fibomacio de Pisa, enseñó el uso de las cifras arábigas; y los astrónomos se sirvieron de ellas para calcular los movimientos celestes.




ArribaAbajo

Libro XII

ArribaAbajo

141.- Repúblicas italianas

     Las repúblicas italianas carecían de la experiencia y de la prudencia necesarias para gobernarse bien en una federación, como hacía esperar el éxito de la liga lombarda. Cada Común se mostraba celoso de su constitución propia y procuraba redimirse de los derechos que el emperador se había reservado. Este se servía de tal pretexto para turbarlos, y seguían su ejemplo los feudatarios, los condes, los obispos, alardeando de antiguas supremacías. En el interior, se gobernaban con cónsules anuales, algunos de los cuales atendían a la administración y otros a los juicios. Y para que estos fuesen imparciales, solía llamarse de otros países un podestá, anual también, que juraba juzgar con arreglo a los estatutos. Pero se cambiaban con sobrada frecuencia la forma de gobierno y las leyes hechas para casos particulares; cuyas leyes, o mejor dicho estatutos, tenían todavía algún resto de las vetustas leyes consuetudinarias; y generalmente, en los casos no previstos, se aplicaba el derecho romano; pero ninguna ley se hizo que verdaderamente garantizase la libertad, la cual se hacía consistir en tomar parte cada uno en las públicas resoluciones. Cada ciudad acuñaba moneda propia, con la cruz o con la efigie del santo patrono.
     Los condados permanecían aún sometidos a los feudatarios, pero las ciudades procuraban emanciparlos, o acogían a la población que de ellos emigrase.
Nobles y plebeyos      En las ciudades subsistían las antiguas familias ennoblecidas por el mando, y las que del campo acudían a la ciudad obligadas por la fuerza, o simplemente atraídas por las ventajas de la vida urbana, y formaban la nobleza, que al principio fue ardiente fautora de la independencia, y era casi la única capaz de desempeñar los empleos civiles y militares. Fácilmente vejaban los nobles a los plebeyos, los cuales se asociaban para obtener la igualdad en los empleos y en los juicios, y a veces lograban excluir a los nobles de los cargos públicos y hasta de la administración de justicia. En Florencia, el culpable era relegado entre los nobles. Esto acontecía especialmente en las ciudades mercantiles, y no podía menos de producir desórdenes y debilidad.
Güelfos y Gibelinos      Otras excisiones hubo con la nueva división de los ciudadanos en Güelfos y Gibelinos (cap. 136). Cada ciudad se declaró partidaria de estos o de aquellos; y en cada ciudad misma, los unos favorecían al Papa y los otros al emperador, dando lugar a discordias y batallas. Al frente de uno u otro partido se ponía algún personaje, que de este modo se hacía omnipotente, habiéndose debilitado entre las luchas de partido la conciencia de los deberes patrióticos.
     Estas contiendas se hacían después peligrosas, porque se buscaba el apoyo de los forasteros; una ciudad güelfa invitaba a otra de su color político a ayudarla para arrojar a los Gibelinos; estos, refugiados en el campo, pedían socorro a otros Gibelinos, y así la lucha no acababa jamás; después se dirigían o al Papa o al emperador, suplicándole no solo que pacificase, sino que sojuzgase además al partido contrario.
     Estas discordias, nunca bastante deploradas, no impedían que las pequeñas repúblicas prosperasen por medio del comercio, la industria y la agricultura; y querían las ciudades manifestar su riqueza con bellos edificios, siendo hoy admirados los palacios y las catedrales de aquella época. Crecía la población, difundíase el buen gusto, refinábanse las artes, se acrecentaban las riquezas, y eran asombro y estímulo de extranjeros tanta y tanta maravilla.


ArribaAbajo

142.- Enrique VI e Inocencio III

     La opinión común atribuía al emperador mayor superioridad sobre los demás monarcas; sin embargo, podía muy poco el emperador sobre los barones tudescos, a quienes se veía obligado a conceder prerrogativas, a fin de tenerlos de su parte en las hostilidades con otros países o con el Papa. También se constituyeron en municipios varias ciudades tudescas; y habiendo alcanzado preponderancia por medio del comercio y de las artes, reclamaban privilegios del emperador; algunas se hicieron del todo independientes, como las ciudades de Bremen, Hamburgo y Lübeck (297).
1191      Enrique VI, hijo de Barbarroja, que con haber adquirido por medio de su mujer el reino de Sicilia, parecía haber alcanzado para su casa el colmo de la grandeza, había preparado su ruina. Parte de los Sicilianos aclamaron por rey a Tancredo, conde de Lecce, por lo cual tuvo Enrique que pasar a Italia. Encontró la Lombardía envuelta en nuevos disturbios, y acariciando a un partido disgustaba al otro; sin embargo, merced al auxilio de sus fieles partidarios, logró someter a la Sicilia y la trató como país conquistado, negó a los Pisanos y a los Genoveses los privilegios que les había prometido si le ayudaban a la conquista, apropiose la herencia de la condesa Matilde y persiguió a los eclesiásticos. Uno de sus fines era vincular en su casa la herencia del Imperio. Por esto se enemistó con los papas, y las ciudades lombardas renovaron la Liga.
1197      Al morir solo dejó un niño, que adquirió después gran fama con el nombre de Federico II, y que fue recomendado al Papa Inocencio III, uno de los pontífices más ilustres. La elección pontificia había sido limitada al colegio de cardenales, pero siempre se tenía que luchar con los ciudadanos de Roma. Inocencio III, elegido Papa a la edad de 37 años, ya famoso por sus escritos, se propuso restaurar la morar en todo el mundo, proteger a los débiles, extirpar los abusos, velar por la justicia, fomentar la caridad y rescatar la Tierra Santa; para todo lo cual consideraba necesaria la independencia de la Iglesia en sus relaciones con el Estado.
Inocencio III
 
 
 
 
     Empezó a someter a Roma, y arrojó de la Marca de Ancona y de Espoleto a los señores impuestos por el emperador, y de este modo el Estado de la Iglesia fue una realidad. Exhortó a los Toscanos a coaligarse con los Lombardos; modificó los estatutos de la Sicilia para conservarla a Federico II. Pero habiendo los Germanos elegido a Otón IV, de casa Güelfa, el Papa halló justo preferirlo a un niño en el imperio, y Otón juró fidelidad a la Santa Sede y atenerse a sus indicaciones en cuanto se refiriese a las ligas y a los derechos de las ciudades italianas.
     Al bajar a Italia, Otón halló en mutua lucha a las pequeñas repúblicas; en todas partes prevalecían algunas familias. Esto favoreció a los Güelfos; pero no tardó Otón en enemistarse con el Papa, que lo excomulgó y le opuso a Federico II, el cual fue coronado emperador, jurando ceder la Sicilia para mayor seguridad de la independencia italiana.
     Inocencio III armó una Cruzada que tomó a Constantinopla, y otra contra los Albigenses, protegió la libertad de la Germania, de Inglaterra y de España; obtuvo el homenaje de Inglaterra y de la Sicilia; confirmó las órdenes de los Franciscanos y Dominicos; reunió el cuarto Concilio Lateranense, al cual asistieron los reyes y los prelados de todo el mundo, y el poder episcopal llegó a su apogeo. Inspiró celos a los príncipes, y renováronse las hostilidades entre el cetro y la tiara.




ArribaAbajo

143.- Federico II

     Federico II, uno de los mas ilustres monarcas de la Edad Media, no menos hábil en el manejo de las armas que en la administración del Estado, después de haber ordenado sabiamente a la Germania, pasó a Italia, país hacia el cual se sintió particularmente inclinado. Halló en Roma a Honorio III, por el cual fue coronado; pero contra lo prometido, se negó a restituir la herencia de la condesa Matilde, y a tomar parte en la Cruzada. Pasó a la Sicilia, que había cedido a su hijo Enrique, y allí dominó a los feudatarios, llevó rápidamente a cabo prudentes reformas, estableció magistrados y dictó sabias leyes, valiéndose para ello del excelente jurisconsulto Pedro delle Vigne.
       Otro tanto quería hacer en Lombardía; pero se le opusieron las repúblicas, que renovaron la Liga para resistirle, y estalló la guerra. Hasta el nuevo Papa Gregorio IX pretendió que Federico cumpliese sus promesas, y no consiguiéndolo, lo excomulgó y puso trabas a sus empresas. Federico se halló en guerra con toda la Italia, donde excitó al partido gibelino contra el Papa; pero hasta su propio hijo Enrique se le sublevó en la Germania, si bien murió después de haber caído prisionero.
1228
 
 
1241      Entonces Federico dio mejor organización a la Germania; constituyó los ducados de Brunswick y de Austria; hizo reconocer como rey a su hijo Conrado; y habiendo vuelto a Italia, derrotó a los Lombardos en Cortenuova (298), y pretendía toda la Península como herencia paterna. Por tal motivo el Papa lo excomulgó de nuevo. Se realza el partido güelfo; convócase un Concilio, pero Federico prende a los prelados, y el Papa muere encerrado en Roma. Entonces Inocencio IV reúne en Lyon el Concilio, donde da a los cardenales el capelo encarnado para darles a entender que siempre deben estar prontos a derramar su sangre por la Iglesia, y declara excomulgado a Federico II. Pronto la Sicilia y otros países se rebelan contra éste; la corona de Germania es entregada a otros; Pedro delle Vigne, acusado de traidor, es muerto; las ciudades lombardas predominan y hacen prisionero a Enzo, hijo de Federico. Éste, dotado de excelentes cualidades, fue rey de Sicilia durante 54 años, y emperador durante 52; pero nada grande realizó «porque no amó a su alma»; por desprecio a la religión, por el capricho de sobrepujar a los papas y constituir para su familia un reino en Italia, dejó eclipsar al imperio, que nunca recobró su esplendor pasado.
 
1241
 
1245
 
 
 




ArribaAbajo

144.- Cruzadas cuarta, quinta y sexta

1198      A la muerte del gran Saladino, el Papa proclamó la Cruzada, mientras se combatía con inconstante fortuna en Palestina. Publicada por Inocencio III, predicola Fulco de Neuilly con muchos frailes. Los príncipes fueron a Venecia a pedirle refuerzos, y el dux Enrique Dandolo se puso en persona al frente de la flota más soberbia que hasta entonces había cruzado el Adriático. En Constantinopla encontraron a los Comnenos en un trono agitado por conspiraciones y trastornos; Andrónico, último de los Comnenos, fue arrastrado por el pueblo; sucediole Isaac Angel, quien a su vez fue expulsado del trono por su hermano Alejo, que le sacó los ojos. Angel y su hijo fueron a ponerse bajo la protección de los Cruzados. Estos caballeros, cuya divisa era vengar a los oprimidos, acudieron, tomaron a Constantinopla, y la convirtieron en base para la conquista de la Tierra Santa. El Papa había prohibido la toma de Constantinopla, pero los Cruzados, seducidos por las riquezas de aquella admirable ciudad, la sometieron a un deplorable saqueo. La elección de emperador se confió a seis venecianos y seis eclesiásticos. Habiendo Enrique Dandolo preferido ser como antes dux de Venecia, fue proclamado Balduino de Flandes, con una cuarta parte del imperio. A Venecia le tocaron tres de los ocho barrios de la ciudad, y tres octavas partes del imperio, a saber: la mayor parte del Peloponeso, las islas y costa oriental del Adriático, las de la Propóntide y Ponto Euxino, las riberas del Hebro (299) y del Vardar, las tierras marítimas de la Tesalia, y las ciudades de Cipsédes, Didimotica y Andrinópolis. A los franceses tocaron la Bitinia, la Tracia, la Tesalónica, la Grecia y las mayores islas del archipiélago. El marqués de Monferrato tuvo los países de allende el Bósforo y Candía.
 
1201
1204
 
 
 
 
     Todos los príncipes se dedicaron entonces a adquirir territorios, y se fundaron una infinidad de principados, y hasta reinos como el de Nicea, regidos feudalmente al estilo europeo. Candía fue dividida en noventa caballeratos, dependientes de la República veneciana.
     Semejante conquista, hecha a tontas y a locas, empobrecía al país y a los vencedores, los cuales, desunidos y dominados por la indolencia, fueron pronto asediados por los vecinos; Balduino cayó prisionero en poder de los Búlgaros, y su hermano y sucesor Enrique d'Hainault tuvo que sostener continuas guerras.
     La empresa se había desviado de Jerusalén, donde los reyes titulares y los caballeros Templarios se sostenían a duras penas, pidiendo sin cesar a la Europa hombres y dinero. Inocencio III daba impulso a la empresa, y Honorio III esperó verla realizada. Pero Inglaterra y Francia estaban en guerra entre sí; Federico II prometía sin cumplir; sólo Andrés de Hungría, con muchos secuaces y el rey de Chipre, marchó a la Cruzada; pero le obligaron a volver las discordias de su patria. Sin embargo, otros Cruzados invadieron el Egipto y tomaron a Damieta, en tanto que los musulmanes desmantelaban a Jerusalén y a todas sus fortalezas, y hacían desbordar las aguas del Nilo; los Cruzados, acosados por el hambre, tuvieron que firmar una paz depresiva.
1221      Federico II renovó entonces la promesa de cruzarse, y casose con la hija de Juan de Brienne, rey titular de Jerusalén, el cual fue a las cortes de Europa implorando auxilio. Pero Federico difería siempre el cumplimiento de sus promesas, por cuyo motivo lo excomulgó el Papa. Por fin se puso en marcha, y fue acogido en Siria como libertador; pero hizo un tratado con Malk-Kam, cambiando donativos con él, y ambos convinieron en una tregua de diez años; Jerusalén, Belén (300), Nazaret y Toron (301) se adjudicaron a Federico; los Musulmanes debían conservar sus mezquitas y el libre ejercicio de su culto. Según las ideas de entonces, ambas religiones miraron estos pactos como sacrílegos, y Federico tuvo que regresar a Europa, sin haber siquiera procurado conservar las posesiones adquiridas.
     El Papa mandó misioneros a Levante; obtuvo que en algunos puntos se organizaron pequeñas expediciones; pero por todo resultado consiguió que el reino de Jerusalén fuese restituido a los cristianos.
     Pedro de Courtenay, nuevo emperador de Constantinopla, fue degollado por Teodoro Comneno, príncipe del Epiro; su hijo Roberto perdió todas las provincias de allende el Bósforo y del Helesponto; Griegos Búlgaros penetraron hasta el puerto de Constantinopla, y Juan de Brienne, que le defendió con heroísmo hasta la edad de ochenta y nueve años, previó que ya nada quedaría para sus sucesores.




ArribaAbajo

145.- Herejías. Los Albigenses. Nuevos frailes

     No eran sólo los orientales los que sofisticaban sobre la fe; también en Occidente, Gotescalc y Berenguer impugnaron la presencia real; otros adoptaron las doctrinas maniqueas de los dos principios (cap. 66), pero estaban en vigor las severas leyes de los emperadores contra los heresiarcas, y estos se ocultaban y fácilmente eran oprimidos. Con el desarrollo de la jurisprudencia y de la dialéctica, se sutilizaron los ingenios en la interpretación de la Escritura y en el examen de los dogmas. Estas doctrinas dieron a aquellos sectarios el nombre de Pobres de Lyon, o Cátaros, o Patarinos, que al parecer admitían los dos principios, e instituyeron escuelas en Croacia, en Lombardía, en Toscana, en Sicilia, en los Alpes y en el Languedoc. Mucho se discutió sobre la naturaleza de sus doctrinas, ensalzadas por unos, calumniadas por otros, por espíritu de secta. En suma, querían interpretar a su manera la Escritura, negar la autoridad suprema de la Iglesia, variar el número y la forma de los Sacramentos, obstinándose en su fe a pesar de las argumentaciones y los suplicios.
       La Iglesia apeló desde luego a la persuasión, enviando misioneros, haciendo publicar libros, sosteniendo controversias, y oportunamente vino la institución de nuevas órdenes monásticas, cuyas principales fueron la de los Franciscanos y la de los Dominicos. Francisco de Asís, habiéndose desprendido de sus riquezas y de su propia voluntad para amar a Dios intensamente, fundó la Orden de los Frailes Menores, que vivieron sin propiedad alguna, en la obediencia y en la castidad. Servir a los pobres era su principal ocupación; eran electivos todos los cargos, hasta el de general. Cuando, cuatro años después de la fundación, reunió su primer capítulo en campo abierto, se presentaron, de Italia solamente, 5000 frailes y 500 novicios; y se dice que, a raíz de la Revolución francesa, ascendían a 115000 los miembros de esta Orden difundida por todo el mundo, especie de república de la cual era ciudadano todo el que adoptase sus rígidas virtudes. Francisco, de quien son tal vez las primeras poesías italianas, amaba a la naturaleza toda, como testimonio del Creador; difundía la paz por todas partes, iba a predicar a los infieles, y murió cuando apenas contaba cuarenta y cuatro años. La Orden abrazó en breve grandes señores, sabios ilustres, eminentes artistas, príncipes y reyes.
Franciscanos
 
 
 
1220
 
Predicadores      El castellano Domingo de Guzmán ejerció su apostolado en el Languedoc, y ávido de amor y sufrimiento, fundó una nueva Orden, que aparte de las oraciones, el trabajo, la castidad y la obediencia, se dedicaba al estudio de la teología y a la predicación. También esta Orden se propagó rápidamente hasta los países más remotos.
     Impresionó al mundo la importancia de aquellas instituciones, que eran un reproche contra los vicios del siglo; y muchos tiranos se inclinaban ante san Antonio, san Bernardino, fray Pacífico, santo Tomás. Las predicaciones de éstos no fundaban su eficacia en la elocuencia, sino en la persuasión y santidad de los oradores.
       A estos, y principalmente a los Dominicos, fue confiada la inquisición de los herejes. Dijimos cómo las leyes imperiales los castigaban severamente. Las repúblicas adoptaron estas leyes en sus estatutos. Pero no siempre la herejía se refería a las verdades cristianas, sino que la mayor parte de las veces se dirigía también a la sociedad, enseñando ora la comunidad de bienes y mujeres, ora la rebelión contra la legítima autoridad, y a veces servían de pretexto para revueltas y desfogue de iras nacionales. Este último era particularmente el caso del Languedoc, donde la raza provenzal quería sustraerse a la francesa; por esto es considerada como una conquista la cruzada que Simón de Monfort guió contra los Albigenses y Raimundo de Tolosa, y que fue señalada por sus horribles crueldades, máxime en la toma de Beziers y en la batalla de Muret. Luis VIII aceptó el bajo Languedoc, y se dio la Alta Provenza a la Iglesia de donde dimanó el derecho de los Papas sobre el condado de Aviñón (302).
Albigenses
Inquisición      Como entonces la política se confundía con la religión, para reprimir a los turbulentos fue instituido el tribunal de la Inquisición, para el cual los obispos elegían en cada parroquia un sacerdote y algunos seglares de buena reputación, encargados de buscar a los herejes y denunciarlos a la autoridad, librándolos así de las venganzas privadas y dándoles ocasión de arrepentirse. Pero pronto aquel tribunal se dedicó a inicuas persecuciones; habiéndose extendido a otros países, principalmente a España, fue instrumento de tiranía, y subieron más las acusaciones que se acarreó, que la defensa que proporcionó a la Iglesia.
1229
 
 
 
 
     En Italia, la proximidad de los Papas hacía menos severa la Inquisición, aunque en este país se habían divulgado muchas herejías, principalmente la de los Patarinos en Lombardía. Algunos santos, como san Antonio, santo Tomás, san Buenaventura, se dedicaron a convertirlos, otros a perseguirlos como san Pedro Mártir, y otros a oponerles devociones nuevas, como las compañías de los Landeses, la fiesta del Corpus, y el Rosario, principalmente recomendado por los Dominicos.




ArribaAbajo

146.- Grande interregno. Fin de los Suevos y de la Guerra de las Investiduras

       Muerto Federico II, varios pretendientes se disputaron la corona de Germania y la imperial. La herencia de Federico en la baja Italia fue ocupada por Manfredo, hijo suyo bastardo, que disgustó a los papas, resueltos a quitar de en medio a la raza sueva, siempre molesta para ellos. De Conrado IV, hijo de Federico, quedaba un hijo, Conradino, el cual, fiado en el auxilio de los Gibelinos, intentó tomar el reino de Sicilia a Manfredo. El Papa Urbano IV, opuso a Manfredo otro campeón, Carlos de Anjou, hermano de san Luis, el cual, con sus provenzales y con la ayuda de los Güelfos, después de haber jurado fidelidad al Pontífice, atravesó la Italia festejado en todas partes, derrotó y dio muerte a Manfredo en Benevento, poco después de haber perecido en Cassano el más terrible de los Gibelinos, el feroz Eccelino. Pocos partidarios quedaron a Conradino, el cual en la batalla de Tagliacozzo fue vencido y hecho prisionero; subió al patíbulo y con él terminó la familia de los Suevos.
1250
 
1226
 
1258
       En Alemania, después de varios pretendientes, y en la época llamada grande interregno, fue elegido Rodolfo de Habsburgo, en cuya familia se perpetuó la dignidad imperial. Rodolfo quiso terminar la guerra que desde hacía setenta años duraba con el Papa, y para ello renunció a la herencia de la condesa Matilde y a otras tierras pretendidas por los Pontífices. Los Papas tuvieron entonces un Estado extenso, como se ha conservado hasta nuestros días, pero no tanto con verdadero dominio como con primacía de dignidades, pues subsistieron los privilegios de los Comunes y el señorío de los feudatarios. En la misma Roma, los Papas tenían que soportar la preponderancia de los Colonna, de los Orsini, de los Savelli, y veían siempre turbada la ciudad por sus propios súbditos. Fuera de Roma, mientras tenían aspecto de vencedores, perdían su poder en los reinos nuevos, donde los príncipes procuraban atraerse las prerrogativas reales, negar a los eclesiásticos la inmunidad con respecto a los tribunales y a la justicia, impedirles la adquisición de bienes, intervenir en la educación y la enseñanza, y en las elecciones, al menos para confirmarlas; y afrontaban los interdictos y las excomuniones, cuya eficacia había disminuido al ser prodigadas.
1273
 
 
 
 
 




ArribaAbajo

147.- Grandeza de las repúblicas italianas

     En medio de estos trastornos generales, cada una de las repúblicas italianas continuaba adquiriendo su desarrollo. En algunas quedaban destruidos los feudos; en otras tomaron tal incremento, que se hicieron poderosas algunas familias, como los marqueses de Este, que dominaron a Parma, Placencia, Ferrara y otras ciudades y territorios; la casa de Saboya, que procuraba extenderse allende los Alpes y hasta Turín; los marqueses de Monferrato, famosos en las Cruzadas, y jefes de la facción gibelina.
     En los Comunes libres, las facciones se agitaban hasta venir a las armas, teniendo al frente por lo regular algunas familias antiguas que, o prevalecían al prevalecer su partido, u obtenían el predominio para calmar las turbulencias. Las revueltas eran cambios de señores, y el gobierno seguía siendo militar y despótico, siendo preciso jefes absolutos para unir a los que se hallaban divididos. Los partidarios de los nuevos señores pretendían franquicias e independencia; maquinaban los condes en sus destierros, y el nuevo tirano daba rienda suelta a sus pasiones, por lo que se regía con cruel y pérfida política.
Milán      Los pequeños Comunes habían sucumbido ya a los grandes. Milán dominaba los castillos y las ciudades vecinas; luego prevaleció en ella la familia plebeya y güelfa de los Torriani, hasta que con el arzobispo Otón predominaron los Visconti, que se hicieron príncipes hereditarios.
1227
 
       Señores de origen lombardo y franco dominaban la Toscana, impidiendo el desarrollo de los Comunes. Su principal ciudad era Pisa, pero durante las guerras de esta con Lucca, se alzó Florencia, la cual después de haber derribado los castillos vecinos, y obligado a las familias a bajar de Fiesole, emancipó a los siervos del condado y estableció la libertad güelfa, de que siempre estuvo celosa; sometió luego a Arezzo, Siena y Poggibonsi. En la batalla de Montaperti (1260) fue derrotada por los Gibelinos (Farinata), pero no tardó en rehacerse, dio gobierno al pueblo (Giano della Bella) (303), y triunfó en la batalla de Campaldino (1289). Pronto se halló dividida entre Blancos y Negros; pero las discusiones no impedían que alcanzase extraordinaria prosperidad.
Florencia
 
 
 
Pisa      Iguales agitaciones experimentaban Siena, Luca, Pistoya y Cortona. Pisa capitaneaba a los Gibelinos, disputándose con Luca y Génova, mientras se procuraba riquezas con su comercio con el Oriente, hasta que la batalla de la Meloria (1284) la hizo inferior a Génova, y fue dominada durante diez años por el conde Ugolino de la Cherardesca, el cual, habiéndose hecho odioso, fue encerrado con su familia en una torre donde se les dejó morir de hambre (1288).
Génova      Génova conquistó la isla de Elba, la Córcega y parte de la Cerdeña; además de la nobleza de los feudos de la Rivera, creó otra derivada de las magistraturas, y causaron desórdenes los Fieschi y los Grimaldi, güelfos, en lucha con los Doria y los Spinola, gibelinos. Poseía establecimientos mercantiles de grande importancia en Caffa (304) y Azov; obtuvo en Constantinopla el arrabal de Pera; en las Espóradas (305) la isla de Quíos gobernada por nueve familias de Giustiniani, y en África la cala de Túnez.
Venecia      En Venecia, el dux no era ya elegido por el pueblo, sino por una complicación de electores, y todo el cuidado consistía en impedir que este magistrado se convirtiese en un tirano, y que la nobleza oprimiese a la plebe. Cada año el dux procedía a sus esponsales con el mar, en señal del dominio que Venecia ejercía sobre todo el Adriático, exigiendo una gabela de toda nave que lo surcaba. Habiendo adquirido tres barrios de Constantinopla y tres octavas partes del Imperio, con la isla de Candía, tuvo asegurada la entrada en el mar Negro; de este modo poseía los géneros del Mediodía y las pieles y maderas del Norte. Estas lejanas posesiones daban ocupación y poder a los nobles, los cuales cerraron después el Gran Consejo, es decir, consiguieron que se expidiera una ley decretando que los jueces de la Quarentia sorteasen uno por uno a los individuos que en los últimos cuatro años habían formado parte del mismo Consejo, y los elegidos serían miembros de aquella Asamblea. De este modo quedó constituida una nobleza privilegiada hereditaria, inscrita en el libro de oro, distinta del pueblo y de los nobles menores llamados Bernabotti, que solo votaban en los consejos inferiores. Los excluidos conspiraron (Bayamonte), y para reprimirlos se instituyó la magistratura de los Diez, que con procedimientos secretos castigaban a los fuertes y a los ambiciosos. Tres inquisidores de Estado ejercían una alta policía, y su autoridad no reconocía límites. Esto impidió que se elevasen en Venecia personas o familias poderosas con objeto de usurpar la soberanía. El dux la representaba, pero su mando era objeto de celosísima cautela.
1204
 
 
 
 
1208
 
 
1310
 
 
 
 
     La prosperidad de Venecia excitaba la envidia de las otras repúblicas, las cuales se batían con frecuencia en los mares orientales. Roger Morosini saqueó los establecimientos de los Genoveses; y éstos en Curzola derrotaron la escuadra de los Venecianos, los cuales, sin embargo, se rehicieron y penetraron hasta el puerto de Génova.




ArribaAbajo

148.- Francia. San Luis. Cruzadas sétima y octava

     En Francia aún formaban naciones distintas los Provenzales, los Normandos, los Aquitanos y los habitantes de la Isla. Al Norte del Loira se conservaban el elemento germánico y el derecho sálico, mientras que al Sur persistían leyes y tradiciones romanas. La Armórica protestaba contra toda dominación nacional. Los Normandos se habían plantado a las puertas de París. Los feudos más ricos dependían del rey de Inglaterra. Sin embargo se extendía el nombre de Franceses; y en medio de todo había un rey que iba adquiriendo fuerza atrayéndose los grandes feudos a medida que vacaban, y favoreciendo a los Comunes.
       Felipe Augusto dedicó todos sus cuidados a consolidar la monarquía. Con la guerra contra los Albigenses (cap. 152) obtuvo todo el Mediodía y vio deprimida a Inglaterra. Su sucesor Luis VIII continuó la obra; pero fue más afortunado Luis IX el Santo. Su madre Blanca de Castilla lo educó severamente, mientras hacía comprender a los barones que un rey no era ya su igual. Piadoso como un caballero, con su exquisita equidad Luis enamoró al pueblo y se atrajo a los barones; hizo que la justicia fuese administrada, no ya por éstos sino por bailes reales, y conforme a los Establecimientos de Francia, código que compiló de acuerdo con los barones y con los doctores; organizó el Parlamento, alta corte judiciaria; con la famosa pragmática regularizó los derechos de la Iglesia; acrecentó los bienes de la corona, y atrajo a la corte muchos señores, que antes vivían revoltosos en sus castillos.
1223
 
 
1226
 
 
Gengis Kan      Luis tenía vivos deseos de libertar la Tierra Santa. En aquel tiempo los Mogoles, pueblo parecido al Chino, se extendieron desde la China sobre el Carism, guiados por Gengis-Kan, uno de los afortunados conquistadores, que derrotó a Aladino Mahomed con 400 mil Persas, se apoderó de Bocara (306), de Samarcanda, de Balk, y penetró en el corazón de la India, haciendo horribles estragos y valiéndose de armas de fuego. Fue considerado como un dios por su nación, a la cual dio leyes (Ulugyassa), y tuvo unas 500 mujeres de todos países.
Gengiskánidas      Su reino quedó dividido entre tres hijos suyos, pero sobre ellos imperaba Oktai, hijo suyo también, el cual mandó tres ejércitos a Persia, a la Bulgaria y a la China, a emprender las conquistas que continuaron sus sucesores Zagatai, Mangú y Cubilai (307). Este quiso que los suyos se civilizaran a ejemplo de los Chinos; tuvo en su corte al veneciano Marco Polo, que le prestó grandes servicios.
       Reservándonos referir otros acontecimientos de la China, explicaremos aquí cómo los Mogoles devastaron la Mesopotamia y la Persia. Con la toma de Bagdad terminó el imperio de Mahoma después de 56 califas, y ya nadie reunió los títulos de pontífice del islamismo y jefe de los creyentes. Hasta en Egipto los Mogoles asediaron a los Mamelucos, y amenazaron a Europa, invadiendo la Hungría y acampando a orillas del Adriático en frente de Italia. En la Siria hostigaron a los Selyúcidas, con quienes estaban en guerra los cristianos. Viendo estos que tenían comunidad de intereses con los Mogoles, procuraron aliarse con ellos. El Papa les mandó embajadores (Juan Piano de Carpi, Rubruquis, el beato Odorico de Pordenone), creyendo que con su alianza aniquilarían a los Musulmanes. Los Mogoles se mostraban indiferentes con respecto a las diversas religiones; sin embargo ayudaron varias veces a los cristianos, y fueron ayudados por éstos. La invasión de los Mogoles produjo buenas consecuencias: el califato fue destruido, destrozado el poder de los Asesinos, exterminados los Búlgaros, los Cumanos y otros pueblos septentrionales; y se introdujeron en Europa la pólvora, la imprenta, el papel moneda y los naipes.
1261
 
 
 
 
 
Cruzada VIII      Para conjurar el peligro con que viejos y nuevos invasores amenazaban a la Palestina, San Luis resolvió ir con un poderoso ejército, y desembarcó en Egipto; pero allí cayó prisionero y vio su ejército destruido por las armas enemigas y por las enfermedades. Obligado a rescatarse a sí y a los demás prisioneros, Luis regresó a Francia, donde fue respetado por la constancia y dignidad de que había dado pruebas. Sabedor de los nuevos padecimientos de la Palestina, quiso volver, y empezó por desembarcar en Túnez, esperando convertir aquel rey. Pero este envolvió al ejército cruzado, y hasta el santo rey murió en la lucha.
 
1246
1270
     Y aquí concluye el gran drama de las Cruzadas, en el cual se malograron casi todas las expediciones, pero se consiguió el principal objeto, el de impedir que los Musulmanes invadiesen la Europa y fuese subyugada la cruz por la media luna.




ArribaAbajo

149.- España. Magreb. Portugal

       Cruzada continua puede llamarse la que los Españoles ejercieron contra los Árabes para recobrar su país. Los Árabes estaban divididos entre muchos emires, con frecuencia en guerra unos con otros, e incapaces por lo mismo, de sostener la península. En medio de sus discordias, los Árabes llamaron del África a los Moros Almorávides. Con este nombre, que significa devotos de Dios, eran designados los secuaces de Abdallah, quien había fanatizado a algunas tribus árabes que conquistaron a Marruecos. Su jefe Yusuf acogió gustoso la ocasión de pasar a España: derrotó a los Cristianos, y volviéndose contra los Árabes, tomó a Granada y a Sevilla; después de 60 años de turbulenta existencia, dio término al reino de Andalucía y se hizo reconocer señor de España, donde sus hijos continuaron la guerra religiosa, enardecida por nuevos sectarios, llamados Almohades, es decir, unitarios.
1086
       Los Cristianos se alegraron de las discordias suscitadas entre estas sectas; y Alfonso el Grande se hizo dueño de Calatrava, Almería y Lisboa, y por consiguiente del curso del Tajo. Alfonso Raimundo realizó otras conquistas en Castilla; pero los emperadores de Marruecos auxiliaban a sus correligionarios. Sin embargo se dio en las Navas de Tolosa una batalla tan sangrienta, que se dice que perecieron en ella 185 mil Moros. De los antiguos reinos musulmanes no quedaba en España más que el de Granada, próspero en comercio e industria, que prestaba homenaje al rey de Castilla, sin perjuicio de hacerle la guerra cuando se presentaba la ocasión, llamando al efecto a Moros de África.
Castilla
1242
 
 
 
 
     Alfonso de Castilla, el Noble, estableció en Valencia la primera Universidad y dio un código (Fuero Real). A medida que se conquistaba un territorio, acudían a él los Cristianos, y de sus diferentes costumbres se formó la constitución de Castilla, con rey hereditario, reconocido en Cortes formadas por la nobleza y el clero, y más tarde también por diputados de las ciudades (1169); los nobles constituían una hermandad armada que podía resistir al mismo rey.
1252      Alfonso X, el Sabio, poeta y astrónomo, publicó el código de las Siete Partidas, donde hay órdenes y consejos, juicios y ceremonias.
Aragón      El reino de Aragón no fue fundado por conquista, sino por hombres libres, unidos para reconquistar la independencia patria. Por esto tuvo formas más amplias y singulares. Considerando al rey como hechura suya, los Aragoneses juraban obedecerle siempre que él observase los pactos, y si no, no. Las ciudades mandaban diputados a las cortes. Jaime el Justo, o el Conquistador, alcanzó señaladas victorias sobre los Árabes, y conquistó las Baleares y el reino de Valencia, al cual dio un código en lemosín (Costums de Valencia), basado en la legislación romana. Pedro III de Aragón pretendió el trono de Sicilia, y estuvo en guerra con Felipe el Atrevido, rey de Francia; tuvo que conceder a la nación Privilegio General, por el cual se comprometía a no quitar a ningún vasallo su feudo, sin previo juicio; ningún vasallo podía ser obligado a combatir fuera del reino, y el rey no podía, sin el consentimiento de las Cortes, hacer la guerra ni levantar impuestos. Así, pues, el rey fue poco a poco reducido a una simple representación, mientras todo lo podía el justicia, magistrado que por sí solo y con los barones zanjaba todas las controversias de los feudatarios y fallaba en las causas reservadas al rey. Después que Pedro IV hubo abolido el gran privilegio, adquirió aún mayor fuerza el justicia, como único abrigo contra el poder real; podía llamar a sí cualquier causa incoada ante otro tribunal, garantizando los efectos de la condena impuesta por este los bienes de los que recurrían a su asistencia. Hemos señalado las constituciones de los diferentes reinos españoles, porque de ellas se deriva el carácter actual de los Españoles, vigoroso, altanero e independiente.
 
 
 
1283
 
Portugal      Enrique de Borgoña, que había acudido en auxilio de Alfonso I de Castilla, obtuvo el título de conde de Portugal, y su hijo Alfonso Enríquez fue proclamado rey de aquel país; puso su reino bajo el patrocinio de Nuestra Señora de Clairvaux, y tomó por escudo las cinco llagas y los treinta dineros de la pasión de Cristo. En Lamego se reunieron las primeras Cortes, que dieron la Constitución del reino, declarándolo hereditario de varón a varón.
  La nobleza portuguesa no tenía por fundamento la conquista ni el feudalismo, sino el valor y la lealtad. El pacto entre la nación y el rey no debía ser modificado sino por acuerdo de ambas partes contratantes. En un reinado de 46 años, Alfonso conquistó a Lisboa, extendió su territorio, contó con la amistad del clero y de Roma, y fundó la Orden del Santo Cristo para los caballeros que le ayudaron en sus empresas.
1095
1139
 
     Sus descendientes más de una vez disgustaron al clero; en tanto se sometieron los Algarbes; en Lisboa se acostumbraron los nobles a una vida menos tosca que la de los castillos, y la lengua conservó el sello árabe.

Arriba