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Aquí la historia consigna con dolor la enemistad de dos grandes reyes.
Carlos V heredó de su abuela María de Borgoña gran parte de los Países
Bajos y del Franco Condado; de su abuelo Fernando y de su madre Juana
la España y los reinos de Navarra, Nápoles, Sicilia y Cerdeña; de
Maximiliano los países austriacos; a todo lo cual hay que añadir media
América y un retazo del África. En competencia con Enrique VIII y
Francisco I, obtuvo también la corona imperial; y por medio de sus
generales en la guerra, y con su propia política y su incansable actividad,
pudo rivalizar con Francisco I, heroico y generoso. |
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1519 |
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El fundamento de su poder era la España, donde no supo respetar las
franquicias históricas ni las buenas disposiciones del gran cardenal
Jiménez de Cisneros, por cuyo motivo se sublevaron los Comuneros, con
el apoyo de Juan de Padilla; pero éste sucumbió, y Carlos aprovechó la
coyuntura para quitar autoridad a las Cortes. |
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Los convenios con el Papa impedían que a la corona imperial se
uniese la de Nápoles, que Francisco I reclamaba por la misma razón. Pero
León X, que hubiera podido mantener la balanza entre los dos
contendientes, se asoció con Carlos V. Este era aborrecido de los
Italianos, como heredero de las pretensiones gibelinas, como flamenco, o
sea de una nación rival de Italia en el comercio; y como dueño de aquel
nuevo mundo que les había arrebatado el cetro de los mares. Sus
capitanes se apoderaron del Milanesado, con espantosas devastaciones, y
en la Bicocca derrotaron al francés Lautrec; devolvieron el ducado a
Francisco II Sforza, y contra Francia se coaligaron el archiduque de
Austria, el rey de Inglaterra, Florencia, Génova, Siena y Lucca. Muerto
Próspero Colonna, el capitán más prudente de aquella época, se hallaban
al frente de los imperiales. Carlos de Lannoy, el marqués de Pescara, el
condestable de Borbón, desertor de Francia, y Juan de Médicis, jefe de
las bandas negras, que introdujo de nuevo la costumbre de las armas a la
ligera. Bayardo murió en Romagnano, y los Franceses tuvieron que
abandonar la Italia a aquellos enemigos que la devastaban. |
1522 |
29 de abril |
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1523 |
Al espléndido León X sucedió Clemente VII, que asustado del
incremento de Carlos V, se inclinó hacia Francia. Francisco I rechazó una
invasión de su reino; luego volvió a pasar los Alpes y recobró el
Milanesado; pero cayó prisionero en la batalla de Pavía. Las condiciones
fijadas por Carlos V para darle la libertad eran demasiado gravosas, y se
complicó aún más la política; veíase que Carlos V quería el Milanesado
para su familia; Venecia sentía amenazada su libertad; Florencia veía
desaparecer la suya; Clemente vacilaba, tanto más cuanto que Carlos V
podía oponerle los nuevos heresiarcas. Francisco I recobró la libertad
dejando en rehenes a sus propios hijos; pero faltó a sus promesas y entró
en una liga con el Papa y con los Venecianos para arrojar de Italia a los
Imperiales. Estalló, en efecto, la guerra; el Milanesado sufrió una
devastación terrible, y el condestable de Borbón dirigió contra Roma el
ejército imperial, o mejor dicho, las bandas capitaneadas por Jorge
Freundsberg, que no obedecían a nadie, pero que querían predominio y
saqueo. Sitiada Roma, y habiendo sido muerto el de Borbón, la ciudad
fue entregada a un saqueo de los más atroces que se recuerdan, figurando
entre sus víctimas los numerosos doctores y prelados que de todas partes
acudían a Roma, metrópoli del cristianismo y de la civilización. |
1525 |
24 de febrero |
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Saqueo de Roma |
1527 |
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1525 |
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Aquel acto de barbarie hizo estremecer a todo el mundo civilizado.
Francisco I y Enrique VIII se coaligaron para libertar al Papa y a los hijos
de Francia, asegurar a Sforza el ducado de Milán y reprimir al monarca
austriaco. Un ejército, mandado por Lautrec sitió en Nápoles al príncipe
de Orange, retirado allí con el ejército imperial. La falta de dinero y las
epidemias redujeron sus 25 mil hombres a 4 mil, los cuales, muerto
Lautrec, se vieron obligados a rendirse. A las otras desventuras de
Francia se añadió la deserción del genovés Andrés Doria, que se pasó al
servicio de Carlos V, y excitó a Génova a libertarse de los Franceses. |
1529 (405) |
Paz de Cambray |
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Finalmente, en Barcelona y en Cambray se concluyó la paz; el
pontífice obtuvo de los Venecianos la restitución de Rávena y Cerva, y
del duque de Ferrara, la de Módena, Reggio y Rubiera. Los Médicis eran
establecidos en Florencia y Sforza en Milán; el Papa daba a Carlos V la
corona imperial y la investidura del reino de Nápoles; Francisco
renunciaba a Flandes y Carlos a la Borgoña. Habiendo cedido las
Molucas a los Portugueses, Carlos llamó a Andrés Doria, y a bordo de su
nave capitana marchó hacia Italia; en Bolonia recibió la corona de hierro
y la de oro. Génova, Lucca y Siena quedaron libres; Federico de Mantua
obtuvo el título de duque; el papado era gibelino, y la independencia
italiana expiraba. |
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Florencia no era comprendida en la paz, porque la ambicionaban los
Médicis, que habían sido arrojados de ella durante los últimos trastornos.
Los Florentinos simpatizaban más con la Francia que con Carlos V pero
el rey, que frustraba sus esperanzas, los abandonó a merced del Papa
Clemente, el cual mandó contra ellos al ejército alemán, capitaneado por
el príncipe de Orange. El sitio de Florencia es memorable por el
heroísmo desplegado por los últimos güelfos; pero al fin tuvo que
capitular y aceptar como duque a Alejandro de Médicis. |
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Sitio de Florencia |
1530 |
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Francisco I no sabía resignarse a la pérdida del Milanesado, y
promovió una tercera guerra, cuando Carlos V hubo fracasado en la
expedición contra los Argelinos, cuando la Hungría era invadida por el
gran turco Solimán, y Flandes era igualmente amenazada. Francisco se
coaligó hasta con la Turquía; pero los imperiales, aliados con Inglaterra y
otros países, invadieron la Francia y se dirigieron contra París. Después
de recíprocos daños, se concluyó la paz de Crépy, por la cual la Francia
renunciaba al dominio de Flandes y del Artois, y a sus pretensiones sobre
Nápoles, y restituía a la Saboya los arrebatados dominios. Carlos
renunciaba a la Borgoña y Enrique VIII conservaba a Bolonia. |
1544 |
Paz de Crépy |
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La Italia, que había sido el pretexto de tantos desastres, yacía
debilitada por cuatro guerras. Alejandro de Médicis disgustaba a los
Florentinos con su tiranía y liviandades; su cómplice Lorenzino de
Médicis le hizo dar muerte, y tuvo por sucesor a Cosme, hijo de Juan el
de las Bandas Negras; opusiéronse sin resultado los Piagnoni, fieles a las
ideas republicanas del fraile Savonarola, y los Strozzi, que fueron
derrotados en Montermurlo. Conservaba su libertad Lucca, donde
Francisco Burlamachi intentó una revolución que dio fuerza a la
aristocracia. Siena, sostenida por los Strozzi y por los Franceses, después
de un largo sitio se sometió a los Médicis, dejando a los Españoles los
puertos de Orbitello, Talamome, Portercole, Monteargentaro y San
Esteban, que se llamaron presidios. |
1537 |
Lorenzino |
1546 |
1534 |
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Génova, dividida entre güelfos y gibelinos, nobles y burgueses,
ciudadanos y plebeyos, mercaderes y artesanos, Adornos y Fegosos, iba
modificando su constitución. Pedro Luis Fiesco, conde de Lavagna, trató
de abatir el poder de los Doria, pero quedó muerto. |
1557 |
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Placencia había gemido bajo la brutal tiranía de Pedro Luis Farnesio,
hijo del Papa; fue muerto el tiranuelo en una conjuración, pero su hijo
Octavio pudo recuperar el ducado. |
1557 |
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En cada una de estas y otras revoluciones aparecían las rivalidades
entre Austriacos y Franceses. Paulo IV, de la familia de los Caraffa,
pensaba emancipar a Italia y formó una liga santa contra el imperio; pero
no fue secundado, mucho menos siendo vencidos los Franceses en la
famosa batalla de San Quintín. Al fin la paz de Cateau-Cambrésis (406) dio
término a las hostilidades entre Francia y Austria, y colocó los negocios
de Italia en el estado en que debían permanecer mucho tiempo. El
Imperio perdió las ciudades de Metz, Toul y Verdún; la Inglaterra a
Calais. La Córcega fue entregada a los Genoveses; Placencia a los
Farnesio; la Saboya, cuyo duque Manuel Filiberto se había distinguido en
la batalla de San Quintín, aumentó en territorio y fue considerada como
potencia italiana. |
|
Con las discordias de los Cristianos, los Turcos estuvieron a punto de
ocupar la Alemania y la Italia. Tenían tropas bien organizadas, excelente
marina, formidable artillería, y felizmente para la cristiandad, los
Musulmanes estaban sumidos en discordias políticas y religiosas.
Mahomet II, después de la toma de Constantinopla, sojuzgó extensísimos
países y la Grecia. En ésta respetó la Iglesia, pero los dignatarios tenían
que comprar la patente al gran señor, quien los arrojaba del país o les
daba muerte si oponían resistencia. El patriarca ecuménico, residente en
Constantinopla, estaba encargado de proteger a los Griegos cerca de la
Sublime Puerta. Otros pueblos habían conservado también ciertos
privilegios sobre todo los montañeses que vivían armados en una especie
de independencia. |
|
Mahomet dio un Canon, que unido a la Ley, es decir, al Corán, servía
de regla a los pueblos. En este Código se establece el despotismo más
desenfrenado; el gran señor es dueño de vidas y haciendas, árbitro de
elevar el esclavo a primer ministro, y de cortarle la cabeza. |
1482 |
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Bayaceto |
Bayaceto se hizo proclamar sultán a despecho y con perjuicio de su
hermano Zizim, que huyó al quedar vencido; éste fue reclamado por todo
el que quiso tener un pretexto de guerra contra el sultán; Alejandro VI
consiguió que le fuese entregado, pero lo cedió a Carlos VIII (cap. 206),
después de lo cual murió. Bayaceto devastó las provincias austriacas y el
Friul, llegó a Vicenza, y quitó a Venecia Lepanto, Corone, Navarino y
Durazzo. Fue derrotado por su hijo Selim, que estranguló a todos sus
parientes, como a 40 mil Siítas que encontró en su reino. |
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1512 |
Persia |
Mientras tanto en la Persia se consolidaba la dinastía de los Ssafi,
dominando la Media, la Mesopotamia, la Siria y la Armenia; declarando
religión nacional la siíta, y por señal distintiva el bonete rojo. Fueron más
cultos, aunque menos experimentados en política. Ismaíl, fundador de la
dinastía de los Sofíes, estuvo en guerra con Selim y lo venció. |
|
Los Mahometanos de Egipto, bastante perjudicados por las nuevas
vías del comercio, fueron vencidos por Selim, quien después de haber
sometido a toda la Siria, los destruyó y encargó a un bajá el gobierno de
Egipto; le prestó obediencia el jerife (407) de La Meca, y desde entonces la
Puerta pudo enviar todos los años un ejército al través del país. |
|
La Moldavia, se había hecho tributaria de los Turcos, que amenazaban
extirpar a la raza cristiana. Después del sanguinario Selim, se ciñó la
cimitarra Solimán el Grande, valiente, culto, generoso y emprendedor,
que elevó el Imperio Otomano a su apogeo. Habiendo invadido la
Hungría, se apoderó de Belgrado, baluarte de la cristiandad; atacó con
300 velas y cien mil hombres la isla de Rodas, que se defendió
heroicamente, pero que tuvo que rendirse al fin, y la Orden se trasladó a
Malta. Entonces Solimán atacó la Bohemia, donde las discordias civiles y
religiosas le facilitaron la victoria; y en tanto la Europa indolente miraba
sucumbir sus centinelas avanzados. Después de haberse unido la
Bohemia y la Hungría bajo el archiduque Maximiliano, sobrevino el
Gran Turco y se apoderó de Buda y Estrigonia, y embistió a Viena; pero
tuvo que retirarse a causa de trastornos ocurridos en Asia. Había
conferido la corona de Hungría a Juan Zapolsky, voivoda de la
Transilvania; se había llevado 60 mil esclavos y colocado guarniciones
en Buda; regresó en breve, devastó el Austria y la Estiria, y obligó a
Carlos V y a Fernando a capitular con él y pedirle perdón. Sin embargo
continuaban las recíprocas ofensas. Zapolsky, al morir, recomendó a su
hijo al gran señor, el cual, como tutor del joven príncipe, ocupó a Buda.
Fernando, que pretendía, siempre aquella corona, fue vencido delante de
Pest (408) por Solimán, el cual se alzó con Francisco I para invadir a
Nápoles si no se hubiese opuesto Venecia. |
Solimán el
Grande |
1520 |
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1526 |
1532 |
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1542 |
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El pirata Barbarroja, que se había hecho bey de Argel, asolaba las
costas del Mediterráneo; llevose de Andalucía 60 mil Moriscos, devastó a
Nápoles, sometió a Túnez a la soberanía de la Puerta, y el príncipe
destronado se refugió junto a Carlos V. Éste sintió la necesidad de
apoderarse de las costas de Berbería, y dirigió contra ellas 500 naves
mandadas por Doria; repuso al sultán de Túnez, libertó a los millares de
cristianos que había allí esclavos y sitió a Argel. Pero una tempestad
destruyó parte de la escuadra y causó a la otra grandes averías; Carlos
pudo escaparse después de grandes fatigas y peligros. |
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Expedición de
Argel |
1531 |
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Aunque Venecia había renovado con Solimán algunos tratados, éste le
quitó algunas islas, por cuyo motivo se coaligó ella con Carlos V, con los
caballeros de Malta y otras potencias para reprimir el Turco. Pero por
último los Venecianos se encontraron solos y tuvieron que hacer la paz
con la Puerta, mediante la cesión de importantes islas y puertos de la
Dalmacia. En tanto, Barbarroja asolaba las costas de Francia, y se
apoderó de Niza. Sucediolo Dragut, que ocupó a Bastia y amenazaba a
Ancona y a Roma. Hasta 1562 no se concluyó la paz entre los Austriacos
y Solimán, quedando comprendidos el Papa, Francia y Venecia, En todas
aquellas empresas habían dado relevantes pruebas de valor los caballeros
de Malta, para quienes fue aquélla la época heroica. |
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Solimán había vuelto siete veces a Alemania, a pesar de que al mismo
tiempo hacía la guerra en Asia, organizaba el Egipto, invadía la Persia
tomando a Tabriz (409) y Bagdad. No llegó a la India, donde Babur pensó
renovar el imperio de Tamerlán; se engrandeció sobre las ruinas de los
príncipes turcos, mogoles y uzbekos (410) y se aseguró el imperio del Gran
Mogol. Protector de la ortodoxia musulmana, Babur escribió en turco sus
propias memorias. Muerto él, se renovaron las discusiones entre los
diferentes príncipes, mientras los Portugueses extendían sus conquistas. |
1535 |
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1530 |
Fue fortuna para Europa que con Solimán cesara en los Turcos la
manía de las conquistas, pues las hubiera favorecido en demasía la
Guerra de los Treinta, Años. Había enriquecido inmensamente el tesoro
del imperio; cultivó las letras, favoreció a los poetas, publicó códigos, y
pensaba unir el Volga con el Don, poniendo de esta manera en
comunicación el mar Caspio con el mar Negro, lo cual hubiera arruinado
a la Rusia. Para impedir las discordias entre hermanos, dispuso que los
hijos reales se educasen en el harem, lejos de las armas y del gobierno,
con lo cual preparó jefes pusilánimes para un pueblo exclusivamente
guerrero. |
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Los progresos de la imprenta facilitaban en Europa la erudición, y
eran verdaderos eruditos los Estienne (411), en Francia; Plantin en los Países
Bajos; Caxton en Inglaterra; los Aldi en Italia. Se procuraba sobre todo
descubrir y enmendar a los clásicos latinos e imitarlos; en ello
adquirieron fama Jacobo Sannazaro, Jerónimo Fracastoro, Antonio
Flaminio, el obispo Vida, y Julio César Scaligeri; todos los príncipes,
mayormente los papas, tenían algún secretario que escribía sus cartas en
latín. Erasmo (1467-1536) de Rotterdam, eminente conocedor del latín y
del griego, estaba en relación con los poderosos y los sabios de toda
Europa. |
Latinistas |
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Este cultivo del latín hacía descuidar el italiano, y lo que es peor,
introducir afectaciones y pedanterías. Sin embargo se hicieron gramáticas
italianas, y en este idioma escribieron los Tolomei, Celso Cittadini,
Trissino, Varchi, Sanvitale, Castelvetro, Bembo, a quien se apellidó
árbitro de la lengua. En Florencia se fundó la Academia de la Crusca,
dedicada especialmente a la lengua, y cuyo famoso vocabulario fue el
primer diccionario de lenguas vivas. |
|
De mayor utilidad fueron los que adoptaron el italiano en libros, por
más que a menudo la materia sea poco importante. Dejaron preciosas
cartas el cardenal Pedro Bembo, Aníbal Caro y otros. Parece que ningún
orador sobrevivió a los aplausos del momento. Los novelistas (Bandello,
Firenzuola, Franco, Giraldi Cintio, Erizzo, Lasca) imitaron demasiado a
Boccaccio en las ligerezas y obscenidades de que adolecían también las
comedias (la Calandra, la Urinuzia, los Ludici, la Mandrágora).
Davanzati tradujo el Tácito con más concisión que el texto. |
|
La poesía venció con Lorenzo el Magnífico, que la adoptó para
himnos sagrados y cantos de fiesta. Ángel Poliziano (412) compuso el primer
melodrama (el Orfeo), y bellísimas Stanze para celebrar una justa de los
Médicis. Otros muchos versificaban adulaciones a las bellas y a los
poderosos, elevándose raramente a sentimientos patrios y religiosos
(Molza, Casa, Guidiccioni, Celio Magro). No faltaron poetisas, como
Tulia de Aragón, Casandra Fedele, Victoria Colonna, Tarquinia Molza.
Sannazaro (1458-1530), además de un poema latino (De Partu Virginis),
escribió La Arcadia, y églogas pastoriles. Las sátiras castigaban los
vicios de aquel tiempo (Rosa, Menzini, Ariosto, Alemanni, Mauro), sin la
verdad que las hubiera hecho originales. Se deseaba reír, y a esto se
encaminaban muchos capítulos en alabanza de la nariz, del hambre, de la
peste, y Berni dio su nombre a este género. |
|
La epopeya no se concebía como la que resume en un personaje o en
una empresa el retrato de un pueblo, de una época, de una civilización;
elegíase un asunto cualquiera para la poesía, generalmente las aventuras
caballerescas contadas en novelas españolas y francesas. Luis Pulci
(1432-87), natural de Florencia, cantó en el Morgante las valentías de
gigantes sin interés ni verosimilitud. Mateo Boyardo (1434-94) escribió
el Orlando Enamorado, que después refundió Berni. Luis Ariosto
(1474-1533) fue el continuador de las aventuras de aquel héroe,
escribiendo el Orlando Furioso, poema el más bello y deplorable de la
literatura italiana, pues no le inspiró ningún fin noble, si bien es un
modelo acabado de poesía sencilla, elegante y animada. |
|
Tuvo Ariosto muchos imitadores, entre ellos Luis Alamanni (el Girón
cortés, el Avarchide) y Bernardo Tasso (el Floridante, el Amadís). Juan
Jorge Trissino (1478-1550) escogió un bello asunto en la Italia Liberata,
pero careció de arte en sus lánguidos versos sueltos. También se ensayó
en la tragedia (Sofonisba); género que otros cultivaron con éxito. El
Orbecche, la Rosmunda, la Arcipranda y algunas otras sirvieron de base
al primer teatro regular, aunque sin nada de nacional ni espontáneo. |
Historia |
Mejor éxito alcanzaron los historiadores, como los florentinos Jacobo
Nardi, Felipe Nerli, Benito Varchi, y principalmente Francisco
Guicciardini (1482-1540), que describió la bajada de Carlos VIII, con la
magnificencia de Tito Livio, y con una política sin moral. A esta se
aplicó el nombre de Nicolás Maquiavelo (1460-1597), quien, además de
sus Historias en que se eleva a conceptos sintéticos, expuso (Discursos
sobre las Décadas de Tito Livio, El Príncipe) una política cual se
practicaba en su tiempo, repugnante a las ideas cristianas, encaminada
únicamente a las ventajas materiales de los tiranos o de las naciones,
aspirando al éxito sin reparar en los medios. Trató de mejorar la ciencia
militar, aconsejando la formación de tropas nacionales, al estilo antiguo,
en vez de las mercenarias, que eran entonces la única fuerza. A esto
contribuyeron los arquitectos que modificaron las fortalezas como
convenía, dadas las nuevas armas (Sanmicheli, Volturno, Tartaglia,
Marchi, Lentieri); y de aquel modo se puso un obstáculo a las invasiones
de los Musulmanes. |
Maquiavelo |
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Algunos países tenían historiadores oficiales, principalmente Venecia,
sobre la cual escribieron Sabellico, Navagero, Paruta, Marin Sanuto,
Bembo; como sobre Génova escribieron Justiniani y Foglietta; sobre
Monferrato, Benvenuto de San Giorgio; sobre Nápoles, Ángel de
Constanzo y Camilo Porzio; sobre toda Italia, Juan Bautista Adriani.
Triste fama adquirió Pablo Giovio (1494-1544) que describió en buen
latín los acontecimientos de su época, atendiendo menos a la verdad que
al elogio de quien le pagaba. |
|
Con las letras se habían regenerado las Bellas artes. Tres escuelas
disputábanse la primacía: la veneciana, que prevalecía por el colorido; la
florentina, con más armonía y suaves gradaciones; la romana, superior en
el dibujo. |
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Al veneciano Juan Bellini siguieron Cima, Carpaccio, Giorgione,
hasta llegar al Tiziano Vecellio del Cadore (1477-1576) (413), el más
eminente de los coloristas. Sus discípulos descuidaban el dibujo y la
expresión. Entre ellos sobresalieron Pablo Veronese, Moretto, Bassani,
Tintoretto, los dos Palma. |
|
La escuela de Umbría transmitió sus piadosas inspiraciones al
Perugino, y por medio de éste a Rafael de Urbino (1483-1520), que
reuniendo las cualidades de los mejores artistas, es considerado como el
más insigne de todos. De su escuela salieron el Fattorino, Julio Romano,
Julio Clovio, miniaturista, Perino de Vaga, con los cuales trabajaron
Polidoro de Caravaggio, Pinturicchio, Peruzzi, Primaticcio, fray
Bartolomeo, Ghirlandajo, Andrés del Sarto, Lucas Signorelli. |
Rafael |
|
|
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Miguel Ángel |
Miguel Ángel Buonarroti, florentino, escogió sendas distintas de las
del orden y la corrección. Sobresalió en la arquitectura (cúpula de San
Pedro), en pintura (Juicio universal), en escultura (Moisés); fue literato
distinguido, buen patriota y buen cristiano. En sus trabajos no obedecía
más que a su propia inspiración, sin tradiciones de escuela y con vigorosa
personalidad. |
1475 |
1564 |
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Los pontífices habían querido atestiguar su grandeza erigiendo sobre
el Vaticano el más grande de los templos. En él habían trabajado
Rosellini, León Bautista Alberti, Bramante, Sangallo, fray Giocondo (414),
Rafael y Peruzzi, cuando por último Miguel Ángel puso la cúpula. |
|
Siguieron la escuela de Miguel Ángel, el florentino Granacci, Franco,
Pocceti, Vasari, el arquitecto Ammannato, el escultor Bandinelli,
Benedicto de Rovezzano, Montorsoli, Guillermo Della Porta, Juan
Bologna; pero quisieron imitar demasiado las actitudes forzadas del
maestro, la anatomía, los caprichos, exagerando su estilo y cayendo en el
ridículo. |
Leonardo de
Vinci |
Leonardo de Vinci (1432-1519), de sublime ingenio, que de todo
sabía, fundó otra escuela; hizo, entre otras producciones, el Cenáculo de
Milán, y fue el precursor de muchos inventos mecánicos y físicos. Creó o
regeneró la escuela lombarda, que honraron Bernardino Luino, César de
Sesto, Gaudencio Ferrari, Lomazzo, y en la escultura Cristóbal Solaro,
Bombaja, Biffi, Aníbal Fontana, Fusina y Agrato. |
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Jorge Vasari (1512-74) escribió las vidas de los pintores, obra
preciosa a pesar de sus muchos errores. Más curiosa es la autobiografía
de Benvenuto Cellini (1500-70), renombrado por sus joyeles y
cinceladuras. |
|
Parma se honra con Correggio, notable por la expresión de los efectos
y por los escorzos, y por su inteligencia en el claro-oscuro. Siguieron su
ejemplo los Mazzola. |
|
Casi no hubo ciudad sin sus pintores y escultores ilustres. La
arquitectura se mantuvo fiel a la escuela de Vitrubio y a las imitaciones
de los Romanos, abandonando como bárbaro el estilo de la Edad Media.
El veronés fray Giocondo se distinguió particularmente en la fabricación
de puentes; los Lombardo desplegaron cierta originalidad en Venecia,
donde después Jacobo Tatti de Sansovino introdujo el gusto de Miguel
Ángel. Antonio Sangallo construyó varias ciudadelas y puertas de
ciudades. Génova debe a Alessi de Pertisa fastuosos palacios e iglesias.
Jacobo Barozzio, natural de Vignola, delineó todos los edificios de
Roma, construyó varios palacios, singularmente el de Caprarola, y en su
Regla de los cinco órdenes redujo la arquitectura a normas fijas. Modelo
de género correcto más que de comodidad fue Andrés Palladio de
Vicenza (la Basílica, el Redentor); Vicente Scamozzi dio pruebas de
caprichosa originalidad en buenos edificios y en su obra la Idea de la
arquitectura universal. Brescia se honró con el vicentino Formentone;
Milán con Meda, Mangoni, Bassi y Tibaldi Domingo Fontana de Meli
trabajó en Roma por cuenta de Sixto V y levantó los obeliscos.
Sanmicheli se dedicó con preferencia a la arquitectura militar. |
|
Hubo muchos plateros insignes, entre ellos Juan de Corniole,
Domingo de Cammei, Jacobo Trezzo, Valerio Vicentino, grabadores de
piedras preciosas y cristales. |
|
Después de varias tentativas, Maso Finiguerra introdujo el grabado en
cobre, al cual se dedicaron insignes artistas, como Marco Antonio
Raimondi de Bolonia, que excedió a todos. Este grabado reprodujo y
divulgo el conocimiento de las obras maestras del arte de la pintura.
Siguieron el grabado al agua fuerte, el método negro, y por último el
color. |
|
Otros artistas trabajaron en taracea, principalmente para las sillas de
coro y las sacristías. El arte del vidrio adelantó más en Francia y en
Flandes. Faenza, Urbino, Pesaro y Casteldurante fabricaban vasos, platos,
vasijas de barro, adornados con dibujos de esmalte, ejecutados algunas
veces por los principales artistas. Por último el francés Bernardo de
Palissy imitó las porcelanas y el esmalte. |
|
Las artes del dibujo se extendieron también fuera de Italia. Francisco I
llamó a muchos artistas italianos para trabajos arquitectónicos y pinturas.
Por esto Francia careció de originalidad; sin embargo adquirieron justa
fama como arquitectos Lescot, Goujon, Cousin de Soucy, Delorme. |
|
En España empezaron a apartarse del estilo morisco para inclinarse
hacia los clásicos. No se cita en este país ningún talento eminente, pero si
varios buenos artistas. |
|
La Rusia conservó el sello del arte bizantino, a pesar de que Iván
llamaba artistas de Alemania e Italia; hasta Fedor I, solo se pintaron
santos, según los tipos antiguos. |
|
La escuela flamenca imitaba fiel y minuciosamente a la naturaleza. En
Baviera se generalizó pronto el gusto de Vasari. Conservó su originalidad
el sajón Lucas Cranak; Alberto Durero (1471-1528) retrató a los grandes
hombres de su tiempo, y se aplicó de tal manera al grabado, que ejecutó
106 en cobre y 302 en madera. Juan Holbein de Basilea (1495-1554) dio
movimiento a las figuras y carácter a la expresión. |
Música |
Progresó el arte musical. Después que Guido de Arezzo hubo
introducido las notas, Juan Murci indicó distintamente las longas, breves,
mínimas, semibreves y máximas, y comenzó la armonía moderna (De
Discantu, 1360). En el siglo XV, Franchino Gaffurio, natural de Lodi, y
los flamencos Hycart, Tintore y Guarnerio, fundaron una escuela en
Nápoles; en varias ciudades había academias filarmónicas; los Flamencos
eran tenidos por los mejores maestros. La gente se apasionó por el sonido
y el canto, a que eran muy aficionados casi todos los grandes artistas,
como Leonardo de Vinci, Benvenuto Cellini, y los príncipes y reyes. |
|
Perfeccionáronse también los instrumentos. El violín, desconocido de
los antiguos, parece importación de los Cruzados; estaban sumamente
generalizados el laúd, la bandurria y el colachón. Fue perfeccionándose el
clavicordio, hasta que se inventó el piano moderno. En Cremona se
construían magníficos instrumentos de cuerdas. Pero parece que no
sabían formar aquella unidad que llamamos orquesta. |
|
Si la severidad de la Reforma excluyó la música de la iglesia, le dio
incremento el desarrollo del teatro; se instrumentaron composiciones
dramáticas, como el Orfeo de Poliziano, el Sacrificio de Beccari, el
Pastorfido de Guarino, el Aminta del Tasso. El cremonés Claudio
Monteverdi (415) introdujo sin preparación en los madrigales las disonancias
dobles y triples de las prolongaciones, dando a la música independencia y
apasionado acento. Julio Caccini y Octavio Rinuccini creyeron haber
descubierto el verdadero recitado de los antiguos; así pusieron en música
la Eurídice, que fue seguida de otras obras lírico-dramáticas. |
|
Se multiplicaron las escuelas, y hubo con frecuencia conciertos en los
palacios y en los teatros, donde se representaron óperas serias y bufas.
San Felipe Neri introdujo los oratorios, que eran laudes y que luego
llegaron a ser representaciones completas de hechos morales y sagrados. |
|
Los adelantos de la música se introdujeron en la sagrada, y los ritos de
la Iglesia adquirieron un carácter profano tal, que el Concilio de Trento
estuvo a punto de prohibir la música en los templos. Pero Pedro Luis
Palestrina (1520-94) compuso una misa, con la cual demostró que se
podía conciliar la expresión del texto con la melodía. Con esto bastó para
que tanto este arte como las demás saliesen vencedoras. |
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Era general, en aquel siglo, el aprecio en que se tenía a los literatos y
artistas; todas las cortes querían adornarse con ellos, especialmente la
pontificia; las ciudades y el pueblo se regocijaban por una composición,
por un cuadro, por una representación. Nuevos Mecenas fueron León X y
Clemente VII, Francisco I, Matías Corvino, los príncipes de Este,
Gonzaga y Farnesio, y sobre todo los Médicis. Este amor no era siempre
respetuoso, y los artistas seguían las órdenes y las inspiraciones de sus
protectores, más bien que las de su propio genio y elevados sentimientos,
que dan la verdadera y útil popularidad. Maquiavelo, Ariosto, Tasso,
hasta Rafael, compusieron según el gusto de sus mecenas; con sobrada
frecuencia no procuraban más que agradar, pero agradar a quien les
pagaban, alabando o vituperando por encargo o condescendencia. Por
falta del sentimiento de la propia dignidad, poetas y pintores escogían un
asunto cualquiera, sin más objeto que el de manifestar su habilidad, y
pasaban sin reparo alguno de lo sagrado a lo obsceno, cuando no se
aplicaban a lo fútil. Para esto servían tantas academias literarias, donde se
iba a leer u oír composiciones hechas únicamente para ser escuchadas o
leídas. Todo ello daba lugar a repugnantes adulaciones, a villanos
vituperios, a la baja costumbre de mendigar favores y dinero. El tipo más
torpe fue Pedro Aretino, de ingenio muy mediano e infame carácter, el
cual, a fuerza de prodigar alabanzas y amenazar con ultrajes, llegó a
imponerse hasta a los soberanos, como a los grandes artistas que le
prodigaban halagos, dones y alabanzas, y se llego a dar el título de divino.
Este corrompió ciudades enteras y el genio de Tiziano. Imitábanle los
Doni, Domenichi, Franco, Ortensio Landi, mercenarios de la literatura. |
|
Esta tuvo entonces su siglo de oro; pero no inventó ningún género
nuevo, ni mostró originalidad como en sus principios; imitó las formas
latinas en la epopeya como en la escena; adaptó a los clásicos la
arquitectura; trasformó a Cristo en Jehová o en Apolo, el Vaticano en
templo de las Musas, y separó lo bello de lo verdadero y de lo bueno. |
|
El predominio de la imaginación sobre la religión trastornó algo las
costumbres, tanto en el pueblo, abandonado a su rudeza, como en los
señores, entregados a refinada voluptuosidad, y también en los príncipes,
demasiado imbuidos en las doctrinas de Maquiavelo. Al entibiarse los
sentimientos religiosos, tomaron incremento las supersticiones; creíase
ciegamente, pero se separaba la fe de la acción, y las prácticas religiosas
no impedían las vilezas. Las cortesanas famosas reunían a los literatos,
artistas y prelados, y tenían cantos y retratos en vida, y exequias y
epitafios a su muerte. El asesinato político era parte de la táctica de
aquella época, y el pueblo lo aprendía de los grandes. Escenas de sangre
contaminaron todas las cortes de aquella época, a pesar de que vivían los
recuerdos de las galanterías caballerescas. El insensato afán con que se
buscaban los productos del Nuevo Mundo, aumentó los deleites y con
ellos la gula y la lujuria. La ostentación de las riquezas dio origen o
nuevo brillo a las fiestas y comparsas que con cualquier pretexto se
organizaban. Formáronse compañías para representar comedias y dar
públicos espectáculos en las plazas. Se extendió el uso de las carrozas, y
las repúblicas trataron en vano de reprimir el lujo con leyes suntuarias
que lo atestiguan. |
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De Italia se comunicaba el lujo a las demás naciones, con la diferencia
de que lo que en una parte era regio, en otras era popular. |
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La recrudescencia del paganismo, que había invadido las costumbres y
la literatura, se manifestó también en las ciencias ocultas, ya científica, ya
vulgarmente. El neo-platonismo se redujo a una amalgama de doctrinas
indias, hebraicas, egipcias y griegas, que, atravesando la Edad Media,
alcanzó hasta los tiempos modernos, en pos de los tres mayores bienes
del mundo, la salud, el oro y la verdad. Adquirió gran fama Paracelso (416)
de Eindsidlen (1495-1541), que dio la vuelta al mundo enseñando
ciencias misteriosas que le habían sido reveladas, según decía; formó
alumnos particularmente en Alemania, donde fundó la secta de los
Rosa-Cruz. Teníase en gran consideración a estos filósofos, que
proporcionaban remedios y trocaban en oro los viles metales, y
pronosticaban el porvenir. Cornelio Agripa de Nuremberg(1486-1535)
dio un tratado completo de las ciencias ocultas, amalgamando la
medicina, las matemáticas, la astrología y la cábala. El milanés Jerónimo
Cardano (1501-76) ilustró la magia natural e hizo de charlatán, siendo
gran matemático. Juan Bautista Della Porta (1540-1643) (417), natural de
Nápoles, expuso en la Magia natural los sueños teosóficos. El célebre
médico francés Ambrosio Paré sostuvo las apariciones diabólicas, como
las sostuvieron el célebre publicista Juan Bodino y otros muchos. |
Ciencias ocultas |
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Brujerías |
No es, pues, extraño que en el vulgo se arraigasen aquellas creencias,
suponiendo posibles los pactos entre el diablo y las brujas, las cuales,
vendiendo su alma, adquirían la facultad de obrar a veces en bien, con
frecuencia en mal, siempre con el supremo intento de conquistar almas
para el infierno. El culto que presentaban a los poderes diabólicos; sus
reuniones nocturnas cuyo objeto era la impiedad y la lascivia; su influjo
en la salud de las personas, en los temporales, en los frutos, son cosas
conocidas, y por desgracia aún no del todo desarraigadas. Pero entonces
parecía impiedad el dudar; los curas usaban exorcismos, y los seglares
apelaban a leyes, procesos y suplicios. El recto sentido se oponía a veces
al sentido común; pero si hubo libros en contra de aquellas
supersticiones, fueron muchos más los que se encaminaron a demostrar el
poder maléfico, a enseñar los remedios y a normalizar los procesos, sobre
todo desde que estos fueron confiados a la Inquisición y apoyados en
bulas papales. Horror causa el pensar en los centenares de criaturas que
cada año se sacrificaban por delitos que la razón reconoce imposibles y
que la ciencia explica con las afecciones nerviosas o histéricas, con las
imitaciones, con el miedo, con la ferocidad misma de los procesos.
Apenas hace un siglo se discutía aún si era o no posible la traslación de
los cuerpos, la magia y la brujería. |
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La corrupción de la cristiandad hacía sentir la necesidad de una
reforma, como en tiempos de Gregorio VII, de San Francisco y Santo
Domingo. Pero había muerto la sociedad que se fundaba en la creencia de
Dios y la obediencia a su vicario en la tierra. Por otra parte, el
descubrimiento de nuevos países, nuevas lenguas, nuevas religiones y
nuevos libros canónicos, extendía las ideas fuera del estrecho círculo de
las creencias legales. La crítica y la filología, aplicadas a los clásicos,
volvíanse hacia los textos sagrados; la política de los reyes chocaba con
la de los papas y acostumbraba a los pueblos a criticar no sólo a los reyes,
que con frecuencia daban lugar a ello, sí que también a los frailes,
desviados de la primitiva autoridad, y a los curas, escasos de
conocimientos y de virtudes. Renació el culto al paganismo, que
fomentaron los grandes escritores, y que ofreció marcado contraste con la
severidad cristiana y la rudeza de los escritores eclesiásticos. Este
restaurado gentilismo apareció en el Vaticano con León X, en cuya corte,
tomaron cierto carácter idólatra las expresiones, las fiestas y las
costumbres; y los escritores de aquella época no sabían más que admirar
a los Romanos y a los Griegos, es decir, la civilización y la cultura
anteriores al cristianismo. |
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Con una franqueza que asombra al que no sabe lo tolerantes que son
los poderes no amenazados, censurábanse las formas exteriores de la
Iglesia, las costumbres de los prelados y de los frailes. Las
excomuniones, prodigadas por |
|
cuestiones mundanas, como hizo Julio II, perdieron su eficacia. La
continua intervención de los Alemanes, en las cuestiones italianas había
hecho nacer aquella mutua antipatía por la cual se desconocen las buenas
y se exageran las malas cualidades. |
Lutero |
De tales sentimientos estaba poseído Lutero, fraile agustino de
Eisleben (1483), cuando fue enviado a Roma por cuestiones monásticas.
Allí donde todos admiraban, él no encontró más que motivos de censura;
permaneció impasible ante la poesía del cielo y las artes de Italia, y se
escandalizó de ver la rapidez con que se decían las misas, de las
costumbres poco eclesiásticas y del lujo de los prelados. |
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En aquel tiempo, León X, queriendo adornar al cristianismo con el
templo más grande que se hubiese visto, y creyendo que la cristiandad
entera iba a contribuir a su construcción, envió frailes por todas partes en
busca de donativos, prometiendo indulgencias. El abuso de estas
indulgencias fue mal interpretado por el pueblo, y cundió la creencia de
que, mediante dinero, se adquiría el perdón de los pecados. Escandalizose
Lutero de semejante error, y empezó a predicar contra el abuso, y luego
contra el uso de las indulgencias, que no le parecían de precepto ni de
consejo divino. Al ser contradicho, se afirmó aún más en sus tesis; la
imprenta, entonces reciente, agrió la cuestión difundiendo escritos en pro
y en contra; y antes de que Roma se apercibiese del peligro o pensase en
repararlo, la cristiandad quedó dividida en dos bandos. Fray Martín,
llamado a Roma, hacía protestas de sumisión al Papa, pero no obedecía;
propuso públicas discusiones, y se sintió fuerte desde que el pueblo se
declaró de su parte, mientras que los doctos consideraban como
liberalismo el oponerse al Papa. Cuando éste lo excomulgó (1520),
Lutero lo tomó a burla y el fuego prendió en toda Europa. En la Dieta de
Worms, el emperador Carlos V procuró sofocarlo, y no consiguiéndolo,
proscribió a Lutero, quien protegido por el duque de Sajonia y poderosos
barones, se retiró al castillo de Wartburgo (418). Allí se dedicó a poner en
orden sus propias ideas y a preparar lo que había de servir de símbolo a la
nueva fe. Negó la necesidad de las buenas obras, es decir, de aquellas que
eran mandadas o recomendadas por la Iglesia, pues Dios había sido
aplacado por el sacrificio de Cristo. |
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Los príncipes aprovechaban la ocasión para suprimir abadías y
conventos y apoderarse de sus riquezas. Curas, frailes y monjes se
consideraban libres de casarse, como hizo Lutero, que se casó con una
monja. Los libros y las expresiones de Lutero revelaban en él una extraña
mezcla de bondad y altivez, de sentimiento y burla, de sutilezas y
preocupaciones. |
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Escribía en latín con pesadez y dificultad; su estilo inflamado y
ampuloso dista mucho de tener la elegancia y la armonía de los clásicos;
pero su traducción de la Biblia al alemán es una obra maestra, que dio
fijeza a aquel idioma e hizo literario al dialecto sajón que adoptó. |
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Ninguna de sus doctrinas teológicas era nueva, no siendo verdad que
proclamase el libre examen; pero les daba vigor con su audacia y la
implacable saña con que atacaba a sus adversarios. |
Melanchton |
Grande ayuda le prestó Felipe Melanchton (419), que moderaba sus
ímpetus y buscaba medios de conciliación. También la deseaba Roma,
que eligió comisiones para indicar las reformas necesarias. Adriano VI,
tan piadoso como instruido, y escandalizado del reciente paganismo,
daba razón en muchas cosas a los luteranos; pero vivió poco, habiendo
disgustado a los literatos, acostumbrados a la precedente esplendidez. |
|
Era ya imposible toda reconciliación; aparte de los muchos intereses
comprometidos, las consecuencias sociales de la Reforma comenzaban a
dejarse sentir; cada cual quería interpretar la Biblia a su modo, y se
proclamaba la inutilidad del sacerdocio y de las buenas obras. |
|
Desde que cada cual pudo interpretar a su manera lo libros sagrados,
los villanos leían en el Evangelio que todos los hombres son iguales,
como criaturas de Dios, redimidas por Cristo; con estas ideas se
sublevaron contra los amos, incendiaron castillos, devastaron los campos,
atentaron contra los poderes, ultrajaron y dieron muerte a los señores.
Estos excesos eran condenados por Lutero, el cual aconsejaba el
exterminio de los revoltosos, sobre todo de los Anabaptistas, nueva secta
que negaba el bautismo a los niños, concediéndole sólo a la edad en que
la reflexión se desarrolla y a petición suya. Provincias enteras, y aun
reinos, fueron teatro de horribles destrozos y matanzas. |
|
La Reforma fue una reacción de la nacionalidad, de los pueblos
aislados contra la monarquía papal. Lutero excitaba a los príncipes
alemanes contra la arrogancia italiana. De aquellos sucesos se alegraban
los príncipes, ya para apoderarse de los bienes eclesiásticos, ya para
librarse de la dependencia de Roma. Alberto de Brandeburgo, gran
maestre de la Orden Teutónica (cap. 150), se hizo duque hereditario de la
Prusia, dando principio a la monarquía que absorbe a todas las otras de la
Alemania. Pronto le siguieron el rey de Dinamarca, el duque de Sajonia,
los obispos de Colonia, Lübeck, Cammin y Schwerin. |
|
Carlos V, ademas de su dignidad de emperador romano, era rey de
España, y no hubiera podido abrazar la Reforma, aunque se hubiese
sentido inclinado a ella; sin embargo, se resintió de que el Papa Clemente
VII publicase unas letras apostólicas, en las cuales deploraba los males de
la cristiandad, declarándolos hijos de la discordia de los príncipes y de la
relajación del orden eclesiástico. Luego los Reformados tuvieron mucho
de que reírse al ver a Roma saqueada a nombre del Imperio y provocado
un cisma. Mientras se esperaba la reunión del sínodo universal, Carlos
convocó una dieta para reparar los males que amenazaban. Los Estados
se reunieron en Espira y acordaron impedir que tomara creces la
Reforma. Muchos protestaron contra semejante acuerdo, y de ahí viene
el título de Protestantes. |
|
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1529 |
|
Este nombre no indicaba, empero, una doctrina unánime. Los mismos
jefes discutían hasta sobre puntos principales, como la gracia, la
presencia real, el libre albedrío, y se excomulgaban mutuamente.
Zwinglio (420) adquiría muchos secuaces en la Suiza. En la Bohemia,
renacían los Hussitas, y Lutero los maldecía a todos. Si el libre examen
hubiese sido reconocido de hecho tal como se proclamaba de derecho,
¿cuál de aquellas opiniones podía ser desaprobada? Los protestantes
presentaron a la Dieta de Augsburgo su confesión escrita, repudiando la
supresión del cáliz, la confesión auricular, el celibato de los curas, la
misa como sacrificio, los votos monásticos, los ayunos, las indulgencias,
el purgatorio, y anatematizando al que enseñase lo contrario. Esta
confesión fue revisada, corregida, alterada, hasta llegar a ser una simple
reminiscencia histórica. |
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Confesión de
Augsburgo |
1530 |
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1531 |
En tanto, los príncipes protestantes se coligaron en Esmalcalda (421) para
resistir al rey de los Romanos, reclamando la libertad de su culto; sin
embargo se multiplicaban los suplicios; se les opuso una liga, católica, y
en Ratisbona se acordó suspender toda decisión hasta que el Concilio
acordase. Las dos ligas se hicieron encarnizada guerra; Carlos V venció
en la batalla de Mühlberg, e hizo prisionero al elector Juan Federico de
Sajonia, con gran desdoro de los príncipes alemanes. Al poder de la casa
de Austria, que había llegado al colmo de su grandeza, se opuso Mauricio
de Sajonia, que estuvo a punto de sorprender a Carlos V en Innsbruck (422);
Enrique II de Francia entró en Alemania con aires de libertador; por
último, en Augsburgo se concluyó la paz de religión, dejando en libertad
a entrambas confesiones. |
Liga de
Esmalcalda |
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El Interim |
1549 |
1541 |
1555 |
1546 |
Lutero había muerto «firme y constante en la fe que había enseñado»;
se dice, que había enseñado la libertad, pero proclamó que si queríamos
saber nuestros derechos, no interrogásemos la ley de Cristo, sino la ley
del César y del país. Así, además de quedar la conciencia subyugada a la
autoridad del príncipe, se estableció el axioma: cujus natio ejus religio.
En el término de cuarenta años el Palatinado mudó cuatro veces de
religión. Para captarse la amistad de los príncipes, Lutero no sólo
permitió que se apoderasen de los bienes eclesiásticos, sino que además
autorizó al landgrave (423) de Hesse (424) para la poligamia. Melanchton, que
siempre lo había contenido, vivió hasta 1560, contristado por las
disidencias que se reproducían. |
1561 |
Más tarde el duque de Sajonia, Weimar, quitó a los eclesiásticos toda
jurisdicción y hasta el poder de excomulgar, sujetándolos a un consistorio
de seglares dependientes del príncipe. La publicación del Catecismo de
Heidelberg dividió definitivamente a los novadores en Luteranos o
Evangelistas y Calvinistas o Reformados. |
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Ulrico Zwinglio, cura de Glaris, empezó a predicar antes que Lutero
contra la disolución y las supersticiones dominantes, que había podido
ver de cerca, sirviendo en Italia como capellán de las tropas del obispo
Scherner. Predicaba con menos violencia y más claridad, con menos
inspiración y más sistema que Lutero. Atacó desde un principio los
dogmas fundamentales, y dijo que el cristianismo no se encontraba en
ninguna parte más que en las Sagradas Escrituras, donde hallaba
explicaciones sencillas; excluyó la idea y quitó a la religión su
espiritualidad. Rechazó las amonestaciones de su obispo; propuso 67
tesis contrarias a las romanas, a la intercesión de los santos, al poder
eclesiástico, a las penitencias, a los votos de castidad, al culto de las
imágenes; se abolieron los altares, el pan ácimo, los cirios, y muchas
ceremonias que Lutero conservaba. En fin Zwinglio estableció la acción
universal y exclusiva de Dios. Aquello no era, pues, una reforma, sino
una negación radical; y el poder que se quitaba a la Iglesia no se daba a
los príncipes sino al pueblo. Los luteranos combatían a estos
sacramentarios; la Suiza se llenaba de disidentes de todos colores;
algunos cantones, como los Uri, Schwitz, Unterwalden con Lucerna, Zug
y el Valais, permanecían fieles al credo viejo; otros, como Basilea, Berna,
Schaffhouse, Zúrich y Saint-Gall abrazaron el nuevo; estalló la guerra, y
Zwinglio murió en la batalla de Cappel. |
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Suiza |
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1531 |
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Restableciose la paz; a la Reforma se la señalaron límites que hasta
ahora no han sido traspasados, y los cantones quedaron divididos en
católicos, reformados y mixtos. |
Ginebra |
Ginebra dejó de ser ciudad imperial para ser señorío del obispo que la
gobernaba con un consejo de ciudadanos. Dedicada al comercio y a las
manufacturas, tenía por lema: Vivir trabajando y Vale más libertad que
riqueza. Los duques de Sajonia habían ocupado la fortaleza, y trataban de
hacerse dueños de la ciudad; pero siempre se opusieron a ello los
patriotas, que contra aquél se aliaron con Friburgo y Berna. Para secundar
a éstas se abolió la misa y se arrebató al duque de Sajonia el país de
Vaud. |
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1526 |
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En Francia, las herejías en diferentes ocasiones, habían ocasionado
guerras; además de que se hacía oposición a las pretensiones de Roma
(cap. 160), se vulgarizó la Biblia, y se clamó contra la corrupción
eclesiástica mucho antes que Lutero. Sin embargo, éste fue declarado
hereje por la Universidad de París; el Parlamento persiguió a sus
fautores; pero los reyes, a pesar de hallarse frecuentemente en guerra con
los papas y favorecer la política de los protestantes de Alemania, no se
apartaron de la fe antigua. La mayor oposición se hacía a las doctrinas de
Zwinglio, que tendían a la república. De la escuela de éste salió Juan
Calvino (1509), que interpretó la Biblia a su modo, aborreciendo no
menos la Iglesia católica que el desbarajuste introducido por los
protestantes, por lo cual pretendió reformar la Iglesia. En Ginebra
adquirió fama de gran predicador, y así como Farel había destruido allí
las ceremonias antiguas, él se propuso como mediador entre Lutero
papista [sic], y Zwinglio demasiado pagano. En sus Instituciones de la
religión cristiana (1538) compiló el sistema que conserva su nombre. La
necesidad de certeza que los católicos satisfacen con la decisión de la
Iglesia, la buscó él en la revelación individual aplicada a la Sagrada
Escritura; los textos positivos de ésta, el sentido común, y en suma la
autoridad, vienen a ser obligatorios. El hombre está predestinado al bien
o al mal, a la salvación o a la pena; asegurado el hombre de su
justificación por medio de la fe, está también seguro de su santificación.
La jerarquía, que Lutero había conservado, fue abolida por Calvino,
quien suprimió el episcopado, confió la elección del ministro a la
comunidad religiosa, y estableció un consistorio para administrar las
cosas religiosas. Pero el sacerdote no era considerado más que como un
simple creyente, si bien el poder civil estaba subordinado al religioso.
Calvino establecía que la culpa era necesaria, aunque imputable; por lo
cual aconsejaba exterminar a los delincuentes. Persiguió, en efecto, a los
disidentes, impuso severísimas reglas de vida, austeras privaciones,
castigando al que las infringiese, y condenó a muerte a Miguel Servet, de
Villanueva de Aragón, médico, astrólogo, editor del Tolomeo, y muy
versado en los estudios teológicos, que quiso hacerse regenerador,
cuando todos tenían ya un sistema de predicar, y publicó las obras De
Trinitatis erroribus y Christianismi restitutio, acusando a Roma de haber
convertido a Dios en tres quimeras. |
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Calvino |
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1553 |
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Calvino difundió sus doctrinas por Italia, por Francia y principalmente
por la Navarra y los Países Bajos. Entonces Francisco I publicó un severo
edicto contra los Protestantes. Calvino fundó en Ginebra la primera
Universidad protestante, de la cual fue rector Teodoro Beza, ilustre
literato. La Reforma mejoró las costumbres suizas, difundiendo la
instrucción y los preceptos morales, y mayormente predicando contra el
servicio mercenario. En 1538, y luego en 1566 se publicó la primera
confesión helvética, reconociéndose el libre albedrío, pero añadiéndose
que para escoger el bien y el mal era necesaria la Gracia; que esta sola y
no las buenas obras producen la justificación; que los sacramentos son
símbolos de la Gracia, y que en la Eucaristía Dios se ofrece a sí mismo,
pues bajo los símbolos del pan y del vino el Señor comunica
verdaderamente a Cristo para alimentar la vida espiritual. Esta confesión
fue adoptada, no solo por los reformados suizos, sí que también en
Escocia, en Hungría y en Polonia. |
1540 |
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Calvino tendía, pues, con su severidad, a reanimar ideas muertas, a
poner freno más que orden al progreso. Pero era tarde, y su obra fue
prontamente aniquilada por otras pretensiones tan legítimas como ella, no
sin que estallaran sangrientas revoluciones políticas. |
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En el transcurso de 60 años, la Reforma se había extendido desde los
Pirineos a la Islandia, y desde los Alpes a la Finlandia; cada país tuvo
apóstoles y mártires; la divulgación de la Biblia y las contiendas
religiosas sirvieron para fijar lenguas aún toscas; pero los hombres
honrados debían sufrir extraordinariamente por las dudas reinantes,
habiéndose quebrantado las convicciones precedentes sin haberse
afirmado las nuevas; y la descomposición pasaba del entendimiento a la
voluntad, y de ésta a la política. |
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Los Católicos, al parecer, no comprendieron al principio la gravedad
del mal; luego se pensó en un remedio capital, en un Concilio.
Propusiéronlo de pronto los innovadores, como una oposición a los
papas; pero luego que éstos manifestaron adherirse, aquellos vacilaron, y
lo rechazaron al fin. Después de las indecisiones de Clemente VII, Paulo
III se rodeó de excelentes cardenales, para que le sugiriesen (425) las
reformas urgentes. Estos censuraron con tal franqueza los abusos, que los
Reformadores cobraron gran orgullo, como si Roma se confesase
culpada. La Iglesia no rechazaba las reformas disciplinarias; pero no
podía revocar como dudoso lo que siempre se había creído y la Iglesia
reunida había aprobado. Para restablecer en el clero el espíritu
eclesiástico, y para que en las parroquias y los púlpitos no se vieran
siempre frailes, se fundaron varias compañías de clérigos regulares. |
Los Jesuitas |
Tan grandes como las simpatías fueron los odios que excitó la
Compañía de Jesús, fundada por Ignacio de Loyola (1491-1556), el cual,
herido al arrojar de su patria a los extranjeros, tomó la resolución de
formar una nueva Orden como las que los capitanes constituían entonces
para la guerra, con severa disciplina, y perfecta obediencia a un general,
no para matar a enemigos, sino para defender y propagar la fe por medio
de escritos, predicaciones y misiones. Paulo III la aprobó, y en seguida
los Jesuitas se desparramaron, reformando iglesias y monasterios,
fundando colegios, haciendo misión en los países nuevamente
descubiertos (cap. 192); no estaba excluida de la Orden ninguna clase ni
condición; a cada cual sabían dar su destino según su capacidad; no
vestían las vilipendiadas túnicas, sino el simple traje de cura, o al estilo
del país en que se encontraban; no consentían rezos prolongados, ni
severas abstinencias; deseaban atender a los estudios y a los trabajos;
acudían con frecuencia a las cabañas y a las cárceles, y con frecuencia
penetraban en las Cortes y episcopados; jamás podían solicitar dignidad
alguna, ni recibirla sin previa licencia del general; a las inculpaciones de
la Reforma opusieron íntegras costumbres y gran doctrina. Señores y
príncipes entraron en la Compañía, la cual en 1615 contaba 32 provincias
con 23 casas profesas sin bienes, 172 colegios dotados, 41 noviciados,
123 residencias y 13112 padres. |
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De estos se valió principalmente Roma para preparar y dirigir el
Concilio, que después de varias vicisitudes se abrió en Trento y duró
desde 1545 hasta 1563. Los Protestantes, que al principio lo habían
pedido, se negaron a intervenir. Había en él prelados insignes, grandes
sabios, y representantes de las potencias. Ningún dogma nuevo dictó la
Iglesia, la cual no hizo más que realizar aquella larga revisión del sistema
católico, que no pudo dar por resultado sino el negar toda concesión. Allí
se disiparon las dudas sobre la gracia, el purgatorio y los sufragios, sobre
la presencia real, sobre el mérito de las obras; sobre todo lo cual se
formularon, como sobre toda la doctrina católica, las decisiones más
precisas, y principalmente se ordenaron reformas en la disciplina. Se
compiló el Catecismo Romano, que puso aquellas doctrinas al alcance
del mayor número de creyentes; se preparó una edición más auténtica de
la Biblia; se atendió sobre todo a la reforma moral de las iglesias, tarea
que emprendieron celosos obispos, como San Carlos, Santo Tomás de
Villanueva, arzobispo de Valencia, Madruzzi, y otros. Se extendieron
cada vez más las misiones, se organizaron los seminarios; surgieron
grandes santos, como Catalina de Cardona, Beatriz de Oñez, Camilo de
Lelis, Pedro de Alcántara, Juan de Ávila, Santa Teresa, San Jerónimo
Miani, San Francisco de Sales, Santa Francisca de Chantal, San
Cayetano, San Felipe Neri, San Vicente de Paúl, San José de Calasanz,
prodigios de devoción y de caridad; se reformaron las órdenes monásticas
antiguas, y se fundaron otras nuevas, sin la exuberante austeridad ni las
interminables salmodias de otros tiempos, sino más bien con el
recogimiento, la mortificación del corazón, la educación del espíritu, la
caridad en sus inagotables formas. |
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El carácter de la Reforma se manifestó en Italia literario y racionalista.
En las escuelas las doctrinas aristotélicas conducían a menudo al
materialismo, como las platónicas al misticismo (Pomponazzi), y el ver
de cerca los desórdenes de la Corte romana excitaba a censurarlos con
más energía. Por lo mismo, los primeros reformados esperaban hallar
pronta acogida entre los Italianos; pero en el fondo sus tentativas no
fueron secundadas más que por algunos literatos. Calvino, alentado por
Renata, duquesa de Ferrara, trató de propagar allí sus doctrinas, pero sin
gran fruto. La Inquisición redobló su celo para impedir la propagación de
las nuevas ideas, y los que las abrazaban tuvieron que huir del país.
Adquirieron fama fray Bernardino Ochino, Mateo Gentile, Guillermo
Gratarola y otros muchos. |
|
Los Italianos que emigraban por no someter su raciocinio a la Iglesia,
se conformaban aún menos con los símbolos de los innovadores, y pronto
ampliaron la negación hasta impugnar la Trinidad y la Redención. Esta
herejía, ya enunciada por otros, fue formulada con más precisión por
Lelio y Fausto Socini de Siena, que predicaron el unitarismo en Polonia,
donde se arraigó y se subdividió en muchísimas sectas, conformes todas,
no obstante, en negar la divinidad de Cristo. |
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No faltaron persecuciones ni suplicios contra los descreyentes [sic],
sobre todo contra los Valdenses (cap. 145) ora en la Calabria, ora en los
valles alpinos, donde los duques de Sajonia, por espacio de mucho
tiempo continuaron con procesos y guerras. |
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De las herejías hay que distinguir el cuidado con que los Gobiernos de
entonces trataban de atraerse todas las prerrogativas reales, excluyendo a
la Iglesia de las muchas funciones sociales que le habían pertenecido en
siglos precedentes, y que procuró recobrar después del Concilio de
Trento. Muchos escritores trabajaron en este sentido, como el gran
cardenal Bellarmino, quien tuvo en contra suya a fray Paulo Sarpi
(1552-1625). Este sostuvo los derechos legales de la República
veneciana, y en su Historia del Concilio de Trento trató de desacreditar
aquella insigne asamblea, revelando o suponiendo sus intrigas, sus
ambiciones, sus bajezas, tanto que su obra agradó en extremo a los
Protestantes. Esta obra fue confutada por muchos, y completamente por
el cardenal Pallavicini, que escribió la historia del Concilio con menos
espontaneidad, pero con mayor conocimiento de los hechos y respeto a la
autoridad, y dando un catálogo de 361 errores de hecho cometidos por
Sarpi. |
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Hubo muchos príncipes que no quisieron aceptar el Concilio de
Trento, no por sus definiciones dogmáticas, sino por los artículos de
reforma que parecían atacar la autonomía a que ellos aspiraban. |
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Rota la asombrosa unidad del mundo civil, indicada con el nombre de
Cristiandad, ésta se dividió en Católicos y Protestantes. Al frente de los
primeros se encontró España, acostumbrada, en la guerra con los Moros, a
considerar la religión y la patria como una misma cosa. Unida al fin bajo
una sola mano, pareció que había de dominar al mundo, y por el contrario,
se precipitó a la decadencia. Los Austriacos no pensaron más que en
desligarse de las libertades históricas, en deprimir a las cortes y a los
obispos, y consideraron como rebelión el reclamar los derechos antiguos.
Carlos V tuvo poder bastante para ajusticiar a Padilla y otros patriotas;
redujo las Cortes a asambleas de pura forma disminuyó los privilegios de
las ciudades y con esto la prosperidad del comercio. La nobleza, orgullosa
de haber redimido a la patria con su propia sangre, no fue, sin embargo,
llamada a concurrir a la formación de las leyes, y ocultó su nulidad bajo
una vana pompa. |
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Carlos V se encontró falto de recursos a pesar de sus inmensas
posesiones, y tuvo que interrumpir sus empresas por falta de dinero, él que
era dueño de las minas de Méjico y del Perú; por último vio invadidos
todos sus países por extranjeros. Había hecho elegir rey de los Romanos a
su hermano Fernando, y luego se empeñó en que cediese aquella corona
que destinaba a su hijo Felipe. Mientras se conquistaba y asolaba a la
América, se dejaba que se acercasen amenazadores los Turcos. |
1558 |
Cansado de tantas contrariedades, Carlos V se retiró a un convento de
Extremadura, donde murió a la edad de 58 años. Fue, indudablemente,
uno de los reyes más grandes, a pesar de sus muchos errores políticos y
económicos. Sus fines principales eran unificar la religión, y destruir la
constitución germánica haciendo hereditario el imperio en su familia;
ninguno de estos fines consiguió. Inteligencia y valor grandes se
necesitaron para sostener la guerra civil en España, la rivalidad de la
Francia, los ataques de la Turquía, las sacudidas del protestantismo; pero
las circunstancias fueron más poderosas que su genio. |
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El gran cardenal Jiménez había concebido una grandiosa Cruzada
contra los Turcos, y debió comprenderse su oportunidad cuando éstos
hacían sus irrupciones en Europa. |
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Selim, sucesor de Solimán, rompió la paz que durante treinta años
había mantenido con Venecia; sitió a Chipre con cien galeras y 224
buques menores montados por 55 mil Turcos con formidable artillería, y
se apodero de Nicosia, Pafos y Limasol, causando grandísimos estragos.
Entonces todas las potencias pensaron en unirse para reparar el mal, bajo
la iniciativa del Papa; Marco Antonio Colonna mandaba las galeras del
pontífice; Andrés Doria las sicilianas; uniéronse a ellas las venecianas, las
de los caballeros de Malta y de todas las repúblicas italianas, siendo jefe
de toda la escuadra don Juan de Austria. En el golfo de Lepanto se dio un
gran combate al mismo tiempo que toda la Cristiandad, por orden del
Papa, rezaba el rosario; salieron victoriosos los Cristianos, quienes por
última vez se hallaron unidos para una empresa común. |
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Batalla de
Lepanto |
1571 |
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