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219.- Los papas después del Concilio de Trento

     Pío V (Miguel Ghislieri) demostró que la reforma católica se había extendido hasta la Corte pontificia. Había sido severísimo inquisidor, y después de haber llegado a la silla de San Pedro impuso una rigurosa disciplina como en los tiempos primitivos. En su bula In cæna domini prohibía a los príncipes aumentar los impuestos; prohibió también enfeudar bienes de la Iglesia, excitó las persecuciones contra los Hugonotes y las hostilidades contra Inglaterra, y fue venerado como santo.
     Gregorio XIII (Hugo Buoncompagni (426)) se mostró conciliador, difundió la instrucción, eligió (427) buenos obispos, fundó colegios, reformó el calendario, trató de aliar a los monarcas contra los Turcos, y sostuvo la independencia de la Irlanda. La necesidad de procurarse dinero, cuando ya no lo recibía de toda la Cristiandad, excitó disturbios interiores, agravados por el incremento que tomó el bandolerismo.
     Para reprimir a los bandidos, Sixto V (Félix Paretti) adoptó una resolución, que fue luego proverbial, contra todos los culpables, de cualquier categoría que fuesen; acumuló con impuestos y multas un tesoro en el castillo de Sant'Angelo; limitó a 72 el número de los cardenales; aspiraba a ver destruido el Imperio turco, o a conquistar, por lo menos, el Egipto y unir el Mediterráneo con el mar Rojo. Realmente el Estado pontificio se hallaba entonces en auge por sus producciones y su industria; las ciudades estaban gobernadas por cuerpos aristocráticos, entre los cuales revivían los partidos de los Güelfos y Gibelinos. El Estado contrajo deudas, como los demás; sin embargo Roma se rehacía después de las ruinas causadas por la invasión de los bárbaros, por las luchas de familia, y por el abandono en que se halló durante la residencia del Papa en Aviñón. Nicolás, Julio II y los Médicis procuraron devolverle la magnificencia antigua, secundados por los cardenales. Fue reconstruido el Capitolio, alzado el templo del Vaticano, Santa María de los Ángeles y otras basílicas. Más próvido, Sixto V condujo allí el Agua Feliz, y abrió hacia Santa María la Mayor espaciosas vías que pronto se bordaron de casas; colocó estatuas de apóstoles sobre las columnas Trajana y Antonina; hizo elevar obeliscos, que yacían enterrados, y los colosos en el Quirinal; aumentó la biblioteca; estableció una imprenta griega y oriental; y fue el último Papa que tomó parte importante en las vicisitudes de Europa.
       Sucedieron cuatro papas de corta duración, hasta Paulo V (Camilo Borghesi), que comprendió la dignidad de la tiara y el deber de realzar la autoridad moral del catolicismo; completó la bula In cæna domini, que expresa las mayores pretensiones pontificias, por lo cual la rechazaron los príncipes.
1505
 
     Gregorio XV se dejó gobernar por su sobrino Ludovisi, dio reglas fijas para el cónclave y organizó la congregación De Propaganda Fide.
     Urbano VIII (Barberini) dio a los cardenales el título de eminencia; fortificó a Roma y Civitavecchia; construyó el fuerte Urbano; adquirió para la Santa Sede a Urbino y Ferrara. Era poeta y amante de los literatos, y sin embargo dejó procesar a Galileo.




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220.- Holanda y los Países Bajos

     La España se halló desprendida del Imperio, pero trató de conservar la supremacía con sus propias fuerzas. Felipe II se mantuvo castellano puro; tuvo una serie de prósperos acontecimientos, grandes consejeros y valientes generales; asistió al siglo de oro de la literatura española; sacó de las colonias inapreciables tesoros; alcanzó la victoria de Lepanto sobre los Turcos; y la de San Quintín sobre los Franceses; y sin embargo su nombre fue execrado, y con él empezó la decadencia de la casa de Austria y de la España.
     Quería ser absoluto dentro y fuera de su país, prodigando el oro con tal objeto, y aspiraba a conseguir que toda la Europa volviese al catolicismo. Tal empeño le costó la pérdida de Holanda. Este país, disputado palmo a palmo al mar, es con frecuencia invadido por el Océano. Los Holandeses, sobrios, activos, enemigos del lujo y amantes de la limpieza, saben asociarse contra los desastres y emplear grandes capitales en empresas de resultado lejano. El descubrimiento del carbón mineral (1195) y de la salazón de los arenques (1416) le proporcionó riquezas, pero debió su mayor prosperidad al comercio, que tuvo su principal mercado en Amsterdam. La Holanda estuvo unida a la Germania hasta que la separaron los duques de Borgoña (1363). Tomó gran parte en las Cruzadas y dio el primer rey a Jerusalén (cap. 127); pero el feudalismo sucumbió bajo el poder de los comerciantes, que poseían muchísimas naves, formaban compañías, recibían todas las drogas que los Portugueses traían de la India (cap. 196), y las maderas y las pieles que los Anseáticos importaban del Norte; de modo que en el puerto de Amberes llegaron a entrar 300 buques al día y centenares de carros; agregábanse al comercio las manufacturas de franjas, telas y orfebrería; todo lo cual convirtió al país en uno de los más ricos del mundo.
     El matrimonio de María, hija de Carlos el Temerario, con Maximiliano de Austria, valió a esta casa once provincias, a las cuales unió otras Carlos V, formando con ellas el círculo de la Borgoña, puestas bajo la protección del imperio. Cada Estado tenía su constitución propia, y el Stathouder gobernaba con las menores atribuciones posibles; no se podían introducir tropas forasteras, y los Estados permanecían independientes de la jurisdicción imperial.
     Margarita, hija de Maximiliano, la gobernó durante la menor edad de Carlos V. Este, a pesar de visitarla a menudo, a pesar de haber arbitrado medios para favorecer su comercio, y a pesar de colocarla entre las primeras potencias agregándole la Borgoña, no consiguió captarse sus simpatías. Con las ideas y las personas anti-católicas se introdujo la desobediencia; la severidad de las persecuciones exacerbó los ánimos e hizo aborrecer aún más a Carlos V.
       Bajo Felipe II la gobernó su hermana Margarita, duquesa de Parma, inspirada por Granvelle (428), hábil ministro, pero orgulloso y despótico. Queriendo obligar a los herejes a cambiar de fe, se mandaron allí tropas, contrariamente a la Constitución; pero el conde de Egmont (429) y Guillermo de Nassau, príncipe de Orange, se pusieron al frente de la oposición; presentose a la gobernadora una protesta suscrita por 400 caballeros, y al mismo tiempo una confesión heterodoxa. Felipe pensó reprimirlos con la fuerza, diciendo que prefería perder los súbditos a reinar sobre herejes. Entonces se conjuraron los Holandeses, y con el nombre de descamisados se alzaron en armas, destruyeron las iglesias de Amberes, y no viéndose secundados, emigraron a millares. Felipe II mandó para reprimirlos al duque de Alba, héroe inexorable, que erigió un tribunal feroz, bajo el cual cayeron centenares de víctimas, entre ellas los condes de Egmont y de Horn. Alba se vanagloriaba de haber mandado al suplicio 18600 rebeldes y herejes durante los 6 años de su gobierno. Entonces Guillermo de Orange, que había logrado escaparse, juntó fuerzas, adquirió el apoyo de los Franceses, capturó las naves españolas, tuvo de su parte muchísimas ciudades y fue proclamado Estatúder (430).
Revolución de los Países Bajos
1560
Alba
Guillermo de Orange
     En Holanda hallaban después refugio los prófugos de otros países, los Moriscos y los Hebreos, que introducían manufacturas. La Holanda y la Zelanda convinieron en que el gobierno se ejerciese a nombre del rey, con la condición de consolidar la Reforma. Los Estados de Brabante, Flandes, Artois, Hainault, la Frisia, Amsterdam y otras ciudades se coaligaron para desprenderse de la España. Juan de Austria, vencedor de Lepanto, agotó todos los medios de reconciliación y de amenaza; de nada sirvieron, ni a él ni al valiente Alejandro Farnesio, contra la firmeza y astucia del duque de Orange, favorecido por cuantos se inspiraban en el odio a la casa de Austria y en el amor a la Reforma. No pudiendo conciliar a las nuevas provincias de diferente religión, unió a las que estaban a la parte Norte del Mosa, con la promesa de socorrerse mutuamente, y se formó la República de las Provincias Unidas.
1590      Cuando Guillermo fue asesinado, su hijo Mauricio capitaneó una resistencia obstinada, sobre todo después de la muerte de Farnesio, y asombraban los esfuerzos de aquel pequeño país, cuya población y comercio iban aumentando a pesar de tantas contrariedades, bloqueó la península ibérica, arrebató a los Portugueses sus posesiones del Asia; se alió con Inglaterra y con Francia, y proclamó por vez primera la libertad de los mares (mare liberum). Finalmente Alberto de Austria, que había recibido los Países Bajos como dote de Isabel, hija de Felipe II, estipuló con Mauricio una tregua de doce años como con un país libre, reconociendo la independencia de las Provincias Unidas. Estas eran desiguales en extensión y fuerza, pero cada una tenía un voto en los Estados Generales; no residía en estos la soberanía, sino en los electores, que confirieron al Estatúder los derechos que había de ejercer; continuó el conflicto entre los estatúderes, los Estados Generales y los municipios. Empeoró el conflicto con las disidencias religiosas; Arminio (Harmensen), repudiando a Lutero y a Calvino, dio una nueva teoría sobre la Gracia, y los Arminianos y Gomaristas, Universalistas y Particularistas revolucionaron al país, seguidos de la cuestión social. Con los Gomaristas estaba el partido popular, y los doctos y ricos con Arminio; los unos republicanos y los otros orangistas. Los primeros tenían por jefes al famoso jurista Hugo Grocio (431) y a Oldenbarnevelt (432), abogado de Holanda, que tendía obstinadamente a la paz, como Mauricio a la guerra, y deseaba salvar al país del despotismo por medio del fraccionamiento comunal.
1619 (433)      Un sínodo convocado en Dordrecht (434), acordó que la revelación no era suficiente, porque dejaba inciertos algunos puntos esenciales; los Arminianos se aproximaban a los Católicos, y admitiendo la salvación de todos por medio de la redención, tendieron a la tolerancia.
     Mauricio quiso triunfar con la violencia donde no podía con las argumentaciones; condenó al suplicio a Oldenbarnevelt, y a cárcel perpetua a Grocio; pero los Representantes impidieron a Mauricio que se apoderase del poder supremo.
1616      Al expirar la tregua, Ambrosio de Espínola recibió el encargo de ir a atacar las plazas fuertes, pero Mauricio recuperó la gloria y la influencia perdidas con la paz; el antiguo y el nuevo mundo eran partidarios de los revoltosos, y por último en el congreso de Münster se estipuló que España renunciaba a las Provincias Unidas y a cuanto éstas habían conquistado en los Países Bajos Españoles; cada país conservaba sus posesiones en las dos Indias; el Escalda y los canales y otros brazos de mar que desembocan en él, según lo convenido, debían cerrarse a los Estados, con lo cual se anulaba el comercio de los Países Bajos.


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221.- España. Portugal

     Por su intolerancia religiosa, Felipe II había perdido la Holanda, e impulsó a los Moriscos a declararse en abierta rebelión (cap. 220). Si en Felipe tenían los Reformados un gran enemigo, en Isabel de Inglaterra tenían una protectora universal, que si no ayudaba, a lo menos animaba a los Países Bajos. El rey de España, que como marido de María la Católica, consideraba a Isabel como usurpadora, gastó 150 millones de escudos en aprontar la armada invencible que había de dirigirse contra Inglaterra. Pero la destruyó una espantosa tempestad. El duque de Medina-Sidonia se presentó a Felipe para darle la noticia, y el rey le dijo, con impasible frialdad: «Yo los había mandado a luchar contra los hombres, no contra los elementos; cúmplase la voluntad de Dios».
     Para combatir las ideas nuevas, Felipe arruinó a su país, pues los Ingleses y Holandeses devastaban las colonias, y pirateaban con perjuicio de los galeones españoles. Felipe no tuvo con qué pagar los intereses de una deuda de 140 millones de ducados.
     Portugal, bajo los reinados de Juan II, Manuel, y Juan III, llegó al colmo de su grandeza, ya por sus grandes descubrimientos, ya por el orden establecido, y también por el fomento de la instrucción. Sebastián quiso hacer una expedición contra los Moros de África, alentado por Felipe II y bendecido por el Papa. Pero en la batalla de Alcazarquivir (435) murió Sebastián y fue destruido su ejército. Su tío el cardenal Enrique, le sucedió en el trono a la edad de 67 años, y faltándole descendencia, Felipe II ocupó el reino como yerno de Manuel; de modo que quedó unida toda la península; el Brasil y las colonias de África reconocieron a Felipe, mas no tardaron en ser tomadas por los Holandeses.
     Los Portugueses aborrecían la dominación española como de extranjeros, y hubo varios falsos Sebastianes que pretendieron la corona.
     Felipe hasta se propuso ocupar a Francia, en la cual obtuvo a Cambray; de María de Portugal tuvo un hijo, Carlos, que vivió siempre como loco, y se supuso, después de su muerte, que su padre le había hecho envenenar como rival suyo en gobierno y en amores. Imputáronse a Felipe II muchos crímenes y vicios; imputación debida a la aversión de los Holandeses y de los Protestantes. Madrid fue entonces la capital del reino, con el gran palacio de El Escorial. Los trabajadores iban en busca de oro allende el Atlántico; los nobles, reducidos a fastuosa nulidad, preferían permanecer en sus castillos; la población disminuyó en la mitad; la industria pereció con la expulsión de los Moriscos; la Inquisición salvó a España de la guerra civil, pero comprimió el pensamiento y el progreso, y se convirtió en un arma de tiranía en manos de los príncipes. Felipe III y Felipe IV asistieron a la ruina de la nación.


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222.- Francia. Los Valois



       Carlos VIII, sucesor de Luis XI, adquirió por matrimonio la Bretaña, y restituyó el Rosellón a Fernando de España, y el Franco Condado a Maximiliano de Austria, con el objeto de no ser estorbado en su infausta expedición de Italia. Luis XII, triste príncipe, fue buen rey, y los 17 años de su reinado fueron señalados por la guerra de Italia. Para proporcionarse dinero, hizo venales muchos empleos de hacienda; disciplinó severamente a los soldados, reformó los tribunales y obtuvo el título de amigo del pueblo. En el clero podía entrar cualquiera. La nobleza estaba exenta de impuestos, si bien tenía que servir gratuitamente en la guerra y en la paz. Luis procuraba conferir los cargos a los más dignos.
Luis XII
 
 
Francisco I      Sucediole Francisco I, a la edad de 20 años; era hermoso, valiente y afable, y fue no menos querido por sus defectos que por sus cualidades. Su corte brilló por las bellas damas y caballeros que la preferían a los solitarios castillos, y rivalizaban en magnificencia; el libertinaje acortó la vida al rey.
     Había cedido a la Suiza los bailiazgos (436) italianos, cuando contrajo con la Turquía una alianza que pareció abominable según las ideas de entonces. Concluyó con León X un concordato, según el cual el rey debía proponer al Papa los candidatos para los obispados y abadías vacantes. El poder temporal fue, de este modo, conferido al Papa, quedando en las atribuciones del rey la parte espiritual. A esto se opusieron violentamente el Parlamento y la Universidad. El espíritu caballeresco de Francisco I lo arrastró a la conquista del Milanesado. En su eterna rivalidad con Carlos V, la vanidad nacional se creyó lisonjeada con aquellas empresas que debían labrar la ruina del país. Protegió las letras y las artes, llamando a artistas de Italia y erigiendo magníficos palacios; fundó una biblioteca de manuscritos en Fontainebleau; puso a Roberto Estienne al frente de la imprenta real, en tanto que Francisco Duaren y Jacobo Cujas restauraban la jurisprudencia.
     Para sufragar los enormes gastos de entonces, se apeló a empréstitos, a loterías y a la venta de empleos. El parlamento fue reducido a la administración de justicia. Persiguió a los Protestantes en Francia, mientras que los ayudaba en Alemania; dejó que los Españoles y los Portugueses extendiesen sus dominios en América sin tomar parte en aquella colonización, lo cual hubiera contribuido a que el país olvidara los infortunios de la nueva edad que se inauguraba en Francia, edad fecunda en terribles luchas religiosas y políticas.
   
Enrique II      Con los Reformados tomó parte la aristocracia, humillada por el rey Enrique II; éste, dominado por su mujer Catalina de Médicis y por su amante Diana de Poitiers, trató en vano de reparar las desgracias paternas. En la batalla de San Quintín perdió la esperanza de prevalecer sobre España; con el tratado de Cateau-Cambrésis renunció para siempre a las desastrosas conquistas de Italia; pero recobró a Calais. Mostrose implacable contra los Reformados, que aumentaban en Francia, hasta que murió en un torneo.
1556
Francisco II      Francisco II heredó, a los diez y seis años de edad, un reino agitado por los partidos, uno de los cuales era capitaneado por seis hermanos Guisa, valientes y ricos, cuya sobrina María Estuardo, reina de Escocia, se había casado con el rey. Guiaban la facción opuesta Antonio de Borbón, rey de Navarra, y sus hermanos Condé y Coligny. Representaba un gran papel Catalina de Médicis, a quien los Franceses imputaban todos los desastres y delitos de entonces, a pesar de que sabía mantenerse en equilibrio entre los partidos, con su esplendidez y aguda política.
       Los Protestantes, que en Francia se llamaban Hugonotes, tomaron las armas contra el gobierno, dirigidos por el príncipe de Condé, y empezó la guerra civil, llena de accidentes legales y militares y de iniquidades recíprocas.
1560
Carlos IX      Muerto Francisco II, Catalina, regente en nombre de Carlos IX, mantenía en la corte el esplendor italiano, con artistas y literatos, y con aquellos sentimientos y aquellas formas paganas que hemos visto prevalecer en Italia; calmó la persecución del parlamento contra los Hugonotes, buscando algún medio de conciliación; inclinándose ora a estos, ora a los Católicos, esperaba amistarse con todos, cuando en realidad la odiaban unos y otros, y recrudeció la guerra. Abiertas batallas, sitios de ciudades, paces insidiosas, asesinatos políticos, todos los horrores de una lucha fratricida se sucedían con lastimosa frecuencia. Pareció que se iban a reconciliar definitivamente los dos partidos cuando Enrique, rey de Navarra, casó con Margarita, hermana del rey; pero en la solemnidad de aquellas bodas fue asesinado Coligny, a cuyo delito siguió la terrible matanza de los Hugonotes, respecto de la cual no se han aclarado nunca del todo bien ni los motores, ni los motivos, ni los accidentes. Los Católicos tenían empeño en que se creyese producto de un maduro examen, por lo cual en Roma no se dieron gracias a Dios. Los Hugonotes vieron en la matanza una trama con el Papa y con España, y tuvieron por fríamente meditado el asesinato. Enardeciéronse las facciones; muerto Carlos IX a la edad de 24 años, Enrique III, que había sido elegido rey de Polonia, ocupó el trono de Francia, desplegando vicios y debilidades entre desordenadas devociones. Estalló entonces la quinta guerra civil, y los Hugonotes constituían un verdadero Estado dentro del Estado, aspirando convertir a la Francia en una aristocracia federativa. El rey de Navarra se declaró jefe de ellos, mientras los Guisa formaban la Liga Santa para conservar la religión, el rey y la integridad del país. Se adhirió el Papa, y Enrique III, y la mayor parte de la nación; sin embargo la Liga no era bastante fuerte para domar a los contrarios, a pesar de las tropas mandadas por Sixto V, por España y por particulares. Con todo, adquirió la Liga tal predominio, que Enrique III, viéndose casi desposeído, se pasó a los Hugonotes. Catalina murió en medio de los males que ella, en gran parte, había ocasionado. La Universidad declaró que no se debía obediencia a un rey renegado, el Papa lo excomulgó, y el fraile Jacobo Clemente se encargó de asesinarle.
 
 
1572
 
Noche de San Bartolomé
 
 
Enrique III
1574
1589
 
 
 
 




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223.- Los Borbones

Enrique IV      La corona tocaba a Enrique de Navarra, pero éste se hallaba con los Hugonotes y estaba excomulgado. Si se decidía por los Hugonotes, perdía a los Católicos y robustecía la Liga, si por los Católicos, apenas le quedaban unos pocos. Sin embargo jura a éstos que se instruirá en su fe, que restituirá a los eclesiásticos los bienes que los Protestantes les han quitado, y que no permitirá un nuevo culto sino donde ya esté tolerado. Los moderados se contentaban con estas declaraciones, pero los exaltados cantaban himnos a Clemente, pusieron a París en estado de defensa contra Enrique, IV, que fue a sitiarlo, y resistieron hasta el último extremo. Por fin Enrique se declaró católico, se hizo consagrar en Chartres, y entró triunfante en la capital, perdonando y captándose las simpatías de sus mismos adversarios. Su bondad fue encaminada por Felipe de Mornay y por Sully, con cuyos excelentes consejos restauró la arruinada hacienda y la administración; reanimáronse la agricultura y la industria; se reprimió la indisciplina militar. Enrique esperaba vivir tanto, que todos los villanos tuviesen los domingos gallina en la olla. Se atendió también a la marina, y se pudieron mandar expediciones a la Florida y al Canadá.
     Con el edicto de Nantes, Enrique concedió a los Hugonotes que tuvieran libre culto y tribunales especiales; contaban más de 760 iglesias, cuatro Universidades, y varias fortalezas, constituyendo un Estado dentro del Estado. Igual tolerancia quiso demostrar con los Jesuitas; pero el parlamento y los letrados se oponían a ello, atribuyéndoles todos los delitos.
     Uno de los principales objetos de Enrique IV era el de abatir a la Casa de Austria, por cuyo motivo lo odiaron siempre Felipe II y el duque de Saboya. Enrique había pensado en reconstituir la república europea, con cinco monarquías hereditarias: Francia, España, Islas Británicas, Suecia, y Lombardía con la Saboya y el Piamonte; seis estados electivos: Hungría, Alemania, Bohemia, Polonia, Dinamarca, y los Estados Pontificios con Nápoles; dos repúblicas democráticas: Países Bajos, y Suiza con la Alsacia y el Tirol; dos repúblicas aristocráticas: Venecia con la Sicilia, y el resto de Italia. Las diferencias que surgieran entre los estados habían de ser juzgadas por un Senado, que defendiera a la Europa de los Bárbaros, a los pueblos del despotismo, y al rey de las sediciones. Francisco Ravaillac asesinó a Enrique, creyendo que todos lo aplaudirían, mientras que fue execrado.




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224.- Inglaterra. Los Tudor



       Enrique VII, que había terminado la guerra de las Dos Rosas, tuvo por sucesor a Enrique VIII, que subió al trono a la edad de diez y ocho años; era activo, estudioso, ávido de placeres, y más versado en la escolástica que en los negocios públicos. Estuvo bien dirigido por el cardenal Wolsey, que le amistaba y enemistaba con los reyes extranjeros, y empleaba las ricas recompensas que de estos recibía, en proteger las artes y las letras. Fundó el colegio de Oxford, y el inmenso palacio de Hampton-Court. Enrique, versado en la teología, aspiró al título de defensor de la fe, por un libro que escribió sobre los siete sacramentos contra Lutero. Casó con Catalina, tía de Carlos V; enamorose después de Ana Bolena y buscó pretextos para declarar nulo su primer matrimonio. El Papa se negó a secundarlo; Wolsey perdió la confianza del rey, quien confiscó sus inmensas riquezas, y tomó por favorito a Tomás Moro (437), sabio y concienzudo. No pudiendo de otra manera obtener el divorcio, Enrique se proclamó jefe de la Iglesia Anglicana, y se hizo reconocer como tal por su clero. Entonces se casó con Ana Bolena; hizo que el parlamento decretara su primacía sobre el clero y sus cabildos, y excluyera de la sucesión al trono a la hija de Catalina. Tomás Moro, que no quiso ser cómplice de tantas iniquidades, fue mandado al suplicio con otros muchos.
Enrique VIII
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cisma anglicano      La Iglesia inglesa quedó, pues, separada de la romana, no por espíritu religioso, sino por pasión, y en beneficio del poder real, que era absoluto en los negocios del Estado como en materia de fe. 360 monasterios suprimidos enriquecieron el erario, mientras los señores pretendían que los bienes volviesen a las familias que los habían fundado. Los pobres quedaron sin los acostumbrados socorros y limosnas, sin sus hospitales y colegios. Esta violenta situación se sostenía con destierros y suplicios. El obispo Cromwell, su vicario general, ordenó que fuesen aceptados por todo el mundo seis artículos de fe promulgados por el rey; proclamaba que no había salvación fuera de la Iglesia católica, y que ésta tenía por jefe, no al Papa, sino al rey. Se destruyeron las reliquias; se hizo una nueva traducción de la Biblia; se multiplicaron los decretos en materia de fe, apoyados por feroces amenazas; los prelados rivalizaron en bajeza con los magistrados, reconociendo la autoridad de aquel Salomón, o Absalón inglés.
     Voluble en sus amistades y en sus amores, intentó contra Ana Bolena un proceso de incesto y conspiración, la hizo condenar a muerte, hizo declarar bastarda a su hija Isabel que de ella había tenido, y se casó con Juana Seymour, que murió al parir a Eduardo. Sustituyola Ana de Cléveris; pero el autor de este nuevo casamiento, Cromwell, cayó en desgracia; y Enrique aceptó la mano de Catalina Howard, ofrecida por el duque de Norfolk, jefe de los Católicos. Pero Cranmer se la hizo aborrecer, y el parlamento, que había declarado nulo el matrimonio con Ana, mandó al suplicio a Catalina, y poco después al duque. El rey se casó entonces con Catalina Parr (438), la cual habiendo sido reconocida por luterana, a duras penas evitó el patíbulo.
     En cuanto al reino, Enrique unió a la corona el principado de Gales, y con el casamiento de su hija Margarita con Jacobo V de Escocia, esperó añadir también este país. Trató de convertir a su religión a Jacobo, y no pudiéndolo conseguir, invadió el reino. El rey de Escocia murió dejando solo una niña, María Estuardo.
       Al morir Enrique había elegido un consejo de regencia, con Eduardo Seymour al frente. El joven Eduardo, heredero del trono, fue educado en el luteranismo, cambiándose muchas disposiciones de Enrique VIII. La Escocia estaba también agitada por las sectas religiosos; los Protestantes eran apoyados por Inglaterra, y los Católicos por los Guisa de Francia, de quienes era sobrina María Estuardo, que fue conducida a Francia donde se casó con Francisco II. Gran poder adquirió Juan Dudley, conde de Warwick, que de acuerdo con Cranmer daba extensión al luteranismo, hizo formular un símbolo en artículos sobre la fe, y la liturgia, imponiéndolo bajo severísimas penas.
1516
Iglesia escocesa
1541
 
       Eduardo murió a la edad de diez y seis años, después de haberle hecho declarar heredera del reino a Juana Grey, hija de una sobrina de Enrique VIII, buena luterana, que se casó con lord Dudley. Juana ignoraba la trama urdida; pero María Tudor e Isabel entraron armadas en Londres. María, católica ferviente, hizo reconocer el matrimonio de su madre, obligó a Isabel a que abjurase, mandó al suplicio a Juana Grey, y se casó con Felipe II de España. Esto disgustó a los Ingleses, temerosos de tener un rey extranjero, y de volver a la obediencia del Papa. Hubo conspiraciones y revueltas, reprimidas de tal modo que María adquirió el título de sanguinaria, y después de haber perdido a Calais, murió tísica.
1553
 
Isabel      Entonces fue proclamada Isabel, que en seguida se declaró protestante, abolió los actos de María, y merced a los hábiles consejos de Cecil, organizó el Estado y la Iglesia anglicana, con los dogmas calvinistas, redactados en treinta y nueve artículos; conservando, sin embargo, la antigua jerarquía y muchos rituales. Algunos se escandalizaron de ver aún en las iglesias vasos, candelabros y cruces; quisieron capillas particulares, excluyendo las ceremonias sagradas, y se dieron el título de Puritanos. No queriendo parecer que tiranizaba a las conciencias, Isabel hallaba pretextos con que perseguir a los Católicos, sobre todo porque el Papa, con no reconocer el matrimonio de Ana Bolena, la declaraba bastarda. La Inquisición española no tuvo nada tan feroz como los procesos y los suplicios de que entonces fue teatro Inglaterra.
     Sin embargo, el reinado de Isabel fue de los más gloriosos y afortunados; se fundó en América el poder marítimo de la Inglaterra; se desarrolló la industria del hierro, y se aplicó el carbón mineral. Estuvo contento el pueblo, fue dócil el parlamento, aumentaron las manufacturas establecidas por Flamencos emigrados, se extendió el comercio por la Rusia, la Turquía y la Persia, y se fundó la Bolsa de Londres.
     La amenaza de Felipe II desapareció con el desastre de la armada invencible (cap. 221). De fáciles costumbres y tolerando la ligereza de sus damas, Isabel aceptó el amor de muchos, principalmente -y por mucho tiempo- el del conde de Leicester, lo cual no impedía que quisiese ver ensalzada su virginidad, tanto que se dio el nombre de Virginia a la tierra descubierta en América.
       Si era adulterino el matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena, como sostenían los Católicos, la corona pertenecía a María Estuardo, reina de Escocia y viuda del delfín de Francia, la cual, en efecto, se tituló reina de Inglaterra. Reinó, por esto, enemistad mortal entre las dos reinas, como entre los Católicos que querían recobrar la Escocia, y los Protestantes que deseaban arrebatarla. Estos eran furiosos adversarios de María, e inventaron o exageraron las faltas de la idólatra, hasta decir que había hecho dar muerte a su marido Darnley, para casarse con Bothwell. Acosada por tropas y procesos, pidió asilo a Isabel.
María Estuardo
 
 
1567
       Esta se alegró de recibirla, la tuvo prisionera, la hizo procesar y la mandó al patíbulo, condenada por representar el partido católico, destinado a sucumbir. Indignáronse los reyes católicos y el Papa; pero nada pudieron hacer contra Isabel, y los elogios ingleses sofocaron las imprecaciones de la Escocia y de la Europa. Felipe II no dejó nunca de combatir a su gran enemiga, y trató de hacer que la Irlanda se rebelase contra ella. Sometida, no domada, y privada de las leyes inglesas, la Irlanda se hallaba en continua revolución, entre las rivalidades de los Butler y de los Fitzgerald. Enrique VIII, después de haber abolido el óbolo de San Pedro, se tituló rey de Irlanda, pero los Católicos permanecieron siempre hostiles a los decretos anticatólicos de Isabel. Esta encargó al conde de Essex que sometiese la isla, pero el conde no lo consiguió; e Isabel, después de haber dejado condenar a muerte a este su joven amante, hijo de su querido Leicester, murió a la edad de setenta años. Desaparecido el encanto de sus brillantes cualidades, se conoció el despotismo que habían introducido los Tudor, y que iban a expiar los Estuardos.
 
Irlanda
 
1599
       En Escocia reinaba Jacobo, hijo de María Estuardo, molestado incesantemente por los nobles y los Puritanos; se le acusaba de tolerar a los Católicos, y tuvo que establecer el gobierno presbiteriano, aboliendo los obispados. Ocupó el trono de Inglaterra; pero tuvo por enemigos a los Puritanos, que en vano esperaban dominar; a los Católicos, que veían fallidas sus esperanzas puestas en el hijo de María Estuardo; y a los Anglicanos, que temían a un rey calvinista. Uno de ellos intentó hacerle volar con el parlamento; pero se descubrió la conjuración; se acusó a los Católicos, que fueron perseguidos, y obligados, con todos los súbditos, a jurar una profesión de fe. Entonces los Episcopales realistas y los Presbiterianos republicanos formaron dos sectas que se odiaban no menos que entre Católicos y Protestantes; de ahí nacieron los dos partidos de los whig y de los tory, progresistas y conservadores.
 
Conjuración de la pólvora
 
 
       Jacobo aborrecía las armas, era amante de intrigas, afectaba mucha erudición, y se abandonaba a los favoritos. No pudo unir la Escocia a la Inglaterra, a pesar de lo mucho que aquella decayó. Los reyes sucesivos trabajaron todos para la fusión. La Irlanda fue organizada con buenas leyes por Jacobo, quien para destruir el catolicismo mandó allí colonias que establecieron caseríos y pueblos en los terrenos confiscados. Jacobo, perfecto caballero pero rey inepto, y Carlos I, su sucesor en el trono de Inglaterra y de Escocia, habían de expiar las faltas de sus predecesores.
 
 
1625




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225.- Alemania. Guerra de los Treinta Años

     Si la Reforma trastornó todos los países, mayormente produjo estragos en aquel donde había nacido. Fernando, hermano de Carlos V y rey de los Romanos, de Hungría y de Bohemia, procuró consolidar por todas partes la autoridad real; pero no aseguró la herencia de Hungría a familia, sino haciéndose tributario de la Turquía. Sujetó a la Bohemia con el terror, si bien tuvo que permitir a los Hussitas el uso del cáliz.
1564      De sus cinco hijos, sucediole como emperador Maximiliano II, que toleró a los Protestantes; pero aumentaban las pretensiones de éstos; los príncipes violentaban las conciencias de los súbditos; Luteranos y Calvinistas se lanzaban mutuas excomuniones; multiplicábanse las fórmulas de fe, y eran sostenidas con confederaciones.
1576      El nuevo emperador Rodolfo II, dedicado a la astronomía y a la alquimia, descuidaba los negocios; no tomaba suficientes medidas para rechazar a los Turcos de la Transilvania y de la Polonia; por lo cual su hermano Matías le obligó a cederle la Hungría, la Moravia y el Austria, y las apaciguó con la paz de religión. La Bohemia florecía por el producto de sus minas y nuevos cultivos; pero la debilitaban las contiendas entre Hussitas, Calixtinos y Utraguistas, y la nueva secta de los Hermanos Moravos. Las cuestiones políticas tomaban un carácter religioso. Tal fue la que se suscitó por la sucesión de los ducados de Juliers, Cléveris y Berg, por la cual hicieron armas Católicos y Protestantes. Matías, ya emperador, vio estallar la guerra que se llamó de los Treinta Años, y en la cual tomó parte casi toda Europa, puesto que abarcaba los intereses, las pasiones y las ambiciones de todos. El emperador quería consolidar su primacía política y religiosa; los electores luteranos invocaban la independencia del imperio y de la fe; los electores católicos querían la unidad de la fe, y no la del derecho político; todos temían la ambición de la Casa de Austria.
 
 
1618-1648
 
       Fernando II, sucesor de Matías, trató con firmeza de devolver a su Casa el lustre que perdía. La Bohemia se le insurreccionó proclamando por su rey a Federico V, elector palatino; Betlen Gabor, príncipe de Transilvania y árbitro de la Hungría, guió 60 mil Húngaros y Bohemios hasta Viena y obtuvo la mitad de las posesiones de Hungría. Pero mientras los enemigos andaban poco de acuerdo, Fernando recibía auxilios de España y del Papa, y domó la Bohemia, quitándole la libertad de cultos y el derecho electoral; desterró a muchos príncipes del imperio, y merced al valor de Espínola, de Tilly y de Wallenstein (439), sometió al país, venció a Gabor, disolvió la Unión evangélica, y se puso de acuerdo con España para aniquilar la libertad de Alemania y de la Holanda.
Periodo palatino
 
 
 
Periodo danés      Para impedirlo, Cristian IV de Dinamarca se coaligó con la Suiza, Inglaterra y los príncipes descontentos. Alberto de Wallenstein, valeroso capitán bohemio, ofreció a Fernando un ejército de 50 mil hombres que había reunido, y que mantenía por medio del pillaje. Entonces Alemania estuvo a merced de 200 mil aventureros, entre amigos y enemigos; Wallenstein devastaba las riberas del Báltico, no menos que el Milanesado y Mantua; la Francia, que fue envuelta en el conflicto, combinó la liga con Gustavo Adolfo, rey de Suecia, que pasó a defender la constitución germánica y el protestantismo. Valiente y simpático, Gustavo Adolfo reformó la táctica; con rápidos movimientos evitó con frecuencia el enemigo, y parecía inminente una nueva irrupción de Escandinavos en Europa; pero Wallenstein, declarado «generalísimo de la España», devolvió la fortuna al ejército imperial, mayormente desde que Gustavo Adolfo hubo perecido en la batalla de Lützen. La causa protestante hubiera sucumbido entonces, a no haberla sostenido Oxenstiern, ministro de Francia (440). Wallenstein, orgulloso del éxito, quería dirigir los consejos y las empresas de Fernando, y quizá aspiraba a constituirse un reino; por lo cual Fernando lo hizo degollar.
Periodo sueco
 
Periodo francés      Derrotados los Suecos en Nordlingen, y pacificado el duque de Sajonia, prevalecían los Austriacos, cuando la Francia, libre de la guerra civil, emprendió una campaña con siete ejércitos por Alemania, Holanda e Italia, teniendo a su favor la Suiza, Holanda, Sajonia, Mantua, Parma y el gran capitán Bernardo de Weimar, que tenía a sueldo 12 mil hombres y 6 mil caballos.
   
       Fernando III, menos devoto y más pacífico que su padre, estaba destinado a ver a toda Europa en guerra, hábilmente dirigida por grandes generales y astutos diplomáticos, los cuales con largas y complicadas negociaciones obtuvieron al fin la paz de Westfalia. Esta no resolvía las cuestiones radicales, ni restablecía el derecho y la justicia, sino que acallaba lo mejor posible las pretensiones en lucha. La Francia adquirió la Alsacia, con Metz, Toul y Verdún, y el Piñerol en el Piamonte. La Suecia tuvo la Pomerania (441), Rügen, Wismar (442), Bremen y Verden, y tres votos en la Dieta Alemana. Se regularizaron bienes eclesiásticos para recompensar a varios príncipes. España perdía la Holanda, cuya independencia se reconoció, como la de Suiza. En cuanto a las religiones, se toleraron la luterana y la calvinista, que tuvieron miembros en la cámara imperial y en el consejo áulico; las corporaciones religiosas conservaban los bienes que aún poseían, y cada príncipe tuvo el jus sacrorum, es decir el derecho de disponer de las cosas eclesiásticas en sus propios Estados.
1648
 
 
 
     El imperio se había convertido en una confederación de príncipes casi independientes, y como tal fue constituido; los Estados recibieron la soberanía territorial perpetua, formando una verdadera federación que mantuviese el equilibrio europeo y sirviese de barrera entre Francia y Austria, la cual perdía la esperanza de la monarquía universal de Europa. Decíase que al menos había perecido la tercera parte de la población en Alemania; quedaba destruida la industria, arruinado el comercio; de modo que el país se halló desposeído de su antigua importancia; fue imposible toda concentración de poder, por cuanto se hallaba dividido entre muchos señores, aplicados a engrandecerse entre el pueblo que ya no tuvo una patria común que amar y defender. Habiendo cesado la política cristiana de la Edad Media, el tratado de Westfalia fue la base del nuevo derecho de gentes, y el punto de partida de todos los tratados sucesivos.




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226.- Suecia y Dinamarca

     Reinando Cristian II, cuñado de Carlos V, las doctrinas luteranas se difundieron por la Suecia; y habiendo el arzobispo de Uppsala declarado rebeldes a los protestantes, el rey Gustavo Vasa (443) los sostuvo, e hizo reconocer legalmente la religión reformada, antes que en Inglaterra; estableció, además, una liturgia particular, y él mismo ejerció el apostolado al frente del ejército. Más culto que su país, llamaba a sabios extranjeros, y aliándose con Francisco I, se puso en relación con el resto de Europa.
1560      Hizo declarar hereditaria la corona, pero consignando a sus tres hijos la Finlandia, la Ostrogocia y la Sudermania. Enrique (444) XIV se esforzó en restringir esta concesión y el poder con los nobles, creando condes, barones, caballeros y chambelanes, lo que lo hizo odiar de los nobles antiguos, y mucho más su matrimonio con la hija de un cabo, de que se enorgulleció él; enloqueció después, y su hermano Juan lo encarceló.
 
 
1570
     La Livonia, no pudiendo defenderse contra la Rusia y los Caballeros Porta-espadas, se había entregado a Enrique; de ahí se originó una guerra con todo el Norte, que duró hasta la paz de Stettin, en la cual Juan III convino en que Dinamarca desistiese de sus pretensiones a Suecia, así como la Suecia a la Noruega, Escania y Gothlandia. Juan III conservó la Livonia. Fracasaron las tentativas hechas para convertir la Suecia al catolicismo; la confesión de Augsburgo fue legalmente aceptada por Carlos, hermano de Juan, que logró quitar la corona a Segismundo so pretexto de religión; reinó con crueldad y falsía, y dejó, al morir. tres guerras: con la Polonia por la posesión de la Livonia; con la Rusia y con la Dinamarca por la Laponia.
Gustavo Adolfo      Gustavo Adolfo trató de reparar los anteriores daños, y pudo conservar el sello de las tres coronas, en memoria de la unión (cap. 176), lo que le era contestado por Dinamarca; renunció a la Laponia, pero conquistó la Ingria sobre la Rusia. Lo vemos en Alemania a favor de los protestantes, y muere en Lützen. Había reformado el ejército, acogido a gran número de Protestantes, organizado una gran compañía de comercio, enriquecido con los bienes de su familia la Universidad de Uppsala; devoto, estudioso, humano, aseguró a su pueblo un puesto sobre el Báltico en la Livonia, país riquísimo en granos; en la Prusia, llave de los grandes ríos; en la Pomerania, por la cual fue partícipe, de la Confederación Germánica, y pareció que pensaba ejercer su dominio sobre ésta y sobre Italia.
1629
 
     En Dinamarca, el Nerón del Norte (cap. 176) fue reemplazado por su tío Federico I, mientras la Reforma agitaba al país. Carlos V y los Católicos sostenían a Cristian II, al paso que Federico se unía a la Liga Esmalcáldica y a los enemigos del Austria. La nobleza, que conservaba el derecho de elegir al rey, trastornó el país; la República de Lübeck confió un ejército a Cristóbal, conde de Oldemburgo, y se enardeció la guerra, hasta que los nobles daneses se unieron a favor de Cristian III, que estableció el protestantismo según los consejos de Juan Bugenhagen, discípulo de Lutero; pero los nobles conservaron plenos poderes; la Islandia rechazó el protestantismo; la Noruega fue anexada, aunque conservando sus asambleas. El fondo de los litigios era el paso del Sund.
       Concluida la guerra con la Suecia, Federico III procuró dar prosperidad al reino, y favoreció al astrónomo Ticho Brahe (445). Cristian IV fue uno de los reyes más grandes de su tiempo; fundó muchas ciudades, concentró varios ducados, favoreció la industria, dio buenas leyes, ocupó a Tranguebar, único pero importante establecimiento danés en la India. En la paz de Westfalia procuró que la Suecia no aumentase en territorio; y cuando ésta se le declaró hostil con los veteranos de la guerra de los Treinta Años, él resistió hasta que en la paz de Brömsebro concedió a los Suecos, y no a los Holandeses, el paso del Sund y del Belt.
1588
 
 
 
 




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227.- Polonia. Lituania. Livonia

       El movimiento monárquico del siglo no penetró en la Polonia, donde la aristocracia conservaba el derecho de elegir el rey. La gente de las ciudades como la de los campos era enteramente súbdita, de modo que carecían de libertad política las diez y nueve vigésimas partes de los habitantes. El rey no estaba a la cabeza del gobierno ni del ejército, no podía declarar la guerra ni concluir la paz, ni imponer contribuciones, ni promulgar leyes sin los nobles, ni disponía siquiera de los bienes de la corona. Casimiro IV hizo el primer tratado con los Turcos. Bajo Alejandro, la Lituania fue unida al reino, dejándole tribunales propios; pero la Rusia aspiraba siempre a recuperar la Rusia Blanca, la Ucrania y la Siberia, que obtuvo en parte, efectivamente, con la guerra y con la tregua de cincuenta años. Bajo sus sucesores se renovaron las guerras con los autócratas rusos, mientras la Polonia estaba amenazada por los Moldavos, los Turcos y los Tártaros de Crimea, contra los cuales organizaron a los Cosacos.
 
 
 
 
 
1452
1503
 
Cosacos      Entre las inaccesibles islas del Dniéper habitaban los Cosacos, raza oriunda del Cáucaso, de fondo mogol y de lengua eslava. Fueron un lazo entre los nómadas del Asia y los ejércitos de Europa, y abrazaron el oficio de las armas.
       Segismundo dio buenas leyes a la Polonia, hizo la guerra contra la Orden Teutónica, a la cual quitó la Prusia, concediéndola al gran maestre Alberto de Brandeburgo (446), que había hecho traición a su religión y a su Orden (cap. 214), y bajo cuyos auspicios el luteranismo penetró en la Polonia y la Lituania, donde concluyeron por prevalecer los Unitarios Socinianos (cap. 217). El rey y sus sucesores permanecieron fieles al Catolicismo.
1530
 
 
 
       La Livonia estaba en poder de los caballeros Porta-espadas, y Gualterio de Plettenberg la hizo prosperar; pero habiendo penetrado la Reforma, surgieron terribles luchas, hasta que el país fue sometido a la Polonia, y dejó de tener historia propia. Irritado Juan IV de Rusia, que ambicionaba la Estonia, la devastó bárbaramente. Segismundo Augusto tuvo por principal objeto la fusión de la Livonia con la Polonia, y lo consiguió.
1571
     Con él quedó extinguida la estirpe de los Jagellones (447), y se presentaron muchos pretendientes, entre los cuales prevaleció Enrique de Valois, que fue luego rey de Francia con el título de Enrique III. Los electores habían establecido el Pacta conventa que debía jurar el nuevo rey. Éste tuvo que hacer largas promesas a la Dieta de cien mil electores, y si titubeaba, el Gran Mariscal le decía: Si non jurabis, non regnabis. Reinó mal, y cuando huyó a Francia, fue sustituido por Esteban Bathori, príncipe de Transilvania, quien con su valor reprimió a los Tártaros en Crimea, y derrotó a los Rusos, que tuvieron que renunciar definitivamente a la Livonia, por medio de la cual se comunicaba con el Báltico y la Europa. Bathori organizó a los Cosacos bajo un hetman, y dejó que se propagase la Reforma. A su muerte, los votos se dividieron entre Segismundo, príncipe de Polonia, y Maximiliano de Austria, que fue vencido. Sin embargo, Segismundo no se captó las simpatías de los nobles, máxime porque favorecía a los católicos; por esto formaron aquéllos una liga (rokoss) para la defensa de sus propios derechos. Estalló la guerra civil, juntamente con la terrible lucha contra los Rusos, en la cual Segismundo sitió a Moscú, se apoderó de Smolensko y la conservó en la paz. También los Turcos hostigaron a la Polonia, como los Suecos de Gustavo Adolfo.
     Vladislao, nuevo rey, pensó seriamente conquistar la Rusia, pero al fin se contentó con que ésta le cediese Smolensko, Chernikof y todas las regiones de la Estonia, Livonia y Curlandia. Los Cosacos, que al principio eran el apoyo de la Polonia, le sirvieron luego de obstáculo, recorriendo el mar Negro y haciendo estragos en la Rusia, en la Turquía y en la Polonia, donde pretendían tomar parte en la elección del rey. De modo que impidieron la nueva organización de la Polonia.




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228.- Literatura jurídica. Teología moral

     A la unidad de mando y de gobierno, impuesta por el siglo y por la escuela maquiavelista, se oponían los recuerdos de Roma y Grecia republicanas, y los de la Edad Media, que quebrantaban el poder monárquico, como también las ideas niveladoras de los Calvinistas, y las renovadas protestas de la Iglesia que no quería dejarse absorber por el Estado. En diferentes sentidos agitaron las cuestiones Hotman, La Boëtie, Althausen y Poynet, apreciando los acontecimientos contemporáneos, excusando el asesinato político y el tiranicidio; los italianos Juan Botero, Pablo Paruta y Trajano Boccalini; los franceses Gabriel Naudé y Bodin (448), y el inglés Sleidan, aplicaban sus doctrinas a los hechos contemporáneos, y al incremento y decadencia de los Estados. Muchos jesuitas abrogaban al Papa el derecho, no sólo de desposeer a los reyes infieles, sí que también el de infringirles penas temporales. Esto defendió principalmente Francisco Suárez, natural de Granada, y lo combatieron Edmundo Richer y fray Pablo Sarpi. Jorge Buchanan, escocés, sostuvo que pertenecía al pueblo elegir los reyes como deponerlos; algunos deducían su origen de la familia patriarcal. Otros, más positivos, reunían datos estadísticos, como Gianotti, Sansovino y Vida. Tomás Moro, en la Utopía, y Tomás Campanella en la Ciudad del Sol, divisaron una ciudad ideal. Antonio Serra, de Cosenza, dio importancia a la economía política, demostrando que la grandeza de un Estado no depende únicamente de su fuerza. En la práctica dominaban las ideas mercantiles y exclusivas, tornándose generalmente por modelo las repúblicas de Génova y Venecia. Hicieron estudios sobre la moneda Gaspar Scaruffi, de Reggio, Bernardo Davanzati, florentino, y Juan Donato Túrbolo.
Jurisprudencia      La jurisprudencia se asoció a la filología para comprender mejor el sentido y el espíritu de las leyes romanas; y en ello adquirieron renombre el milanés Andrés Alciato, Cuyacio de Tolosa y Guillermo Budeo (449), los cuales ayudaron a los reyes en la empresa de abatir las pretensiones feudales. Llamose, siglo de oro de la jurisprudencia a la segunda mitad del XIV, cuando florecieron Duaren, Brisson, Govea, Julio Claro, Menochio, Vinnio, Farinaccio, Godofredo, Antonio Favre, Alejandro Turamini. Pío IV deseó hacer corregir el Decreto de Graciano, trabajo concluido bajo Gregorio XIII, en cuya época se formó el cuerpo del Derecho Canónico.
     La jurisprudencia se amplió con el estudio del derecho internacional, que no se apoyó ya únicamente en casos teológicos y en extensiones del derecho positivo local, sino que también en una equidad amplia, reconociendo derechos al enemigo. Al principio lo estudiaron los teólogos como el dominico Vitoria (450), Domingo Soto y Baltasar Ayala; luego Alberico Gentile, y más que ninguno, Grocio, con su Derecho de la Guerra, que trató de aminorar los estragos de las luchas humanas, estableciendo ciertas cautelas que generalmente deducía de los clásicos y de las costumbres, y tuvo grandísima influencia en el mundo práctico y político, pues se quería constituir algún lazo, que sustituyera al religioso, roto ya. La innata inclinación del hombre hacia el estado social, contraria a las inhumanas doctrinas de Maquiavelo y Hobbes, fue adoptada por Puffendorf y por otros, aplicándose la jurisprudencia natural a la conducta de los individuos en sociedad, y extendiéndola a los Estados, considerados como entes morales, que viven en sociedad sin leyes positivas; de ahí la ciencia mixta del derecho natural e internacional.
Teología      Al principio no se conoció la extensión y trascendencia de las grandes cuestiones suscitadas por la Reforma, de modo que no sobrevivió ninguna de las primeras refutaciones, que consistían en silogismos escolásticamente presentados a personas que negaban la mayor, es decir, la autoridad de la Iglesia. Los protestantes, impugnando esta autoridad, aducían otra en vez de ceñirse a la razón pura. Obrose con más acierto después de haber sido aclaradas las doctrinas en el Concilio de Trento; es insigne la obra de Roberto Bellarmino (1542-1621), conforme con el cual muchos otros fueron demostrando que el Catolicismo no se fundaba en un hecho especial, sino en la base misma de la certeza humana; se introdujo la verdadera crítica bíblica (Macdonaldo, Simon); se mezcló la teología dogmática (Petau) con la alta filosofía. La Filotea, de San Francisco de Sales, fue la obra maestra de la teología devota.
       Algunos procedían hasta negar la revelación, y aun entre los protestantes se creyó necesario demostrarla, como hizo Grocio con sus Anotaciones al Antiguo y Nuevo Testamento. Otros agitaban las cuestiones de la gracia y el origen del poder, y la autoridad del Estado sobre la Iglesia. Los más juiciosos procuraban conciliar las opiniones, y desviar la intolerancia que de un lado y de otro recrudecía a despecho de la caridad cristiana. Pero con esto se iba al indiferentismo.
1633
 
     Los Casuistas, estudiando los casos particulares que pueden ser sometidos al confesor, hacían distinciones y argucias sobre la conciencia, sobre la veracidad, sobre las obligaciones, exagerando unos en rigor y otros en indulgencia. Adquirieron fama entre los casuistas Tomás Sánchez de Córdoba. (1550-1610), Escobar y Suárez.
Moralistas      Ocupáronse de moral Agustín Nifo, Baltasar Castiglione y Mucio. Este último escribió el Caballero, en el que sostiene que la nobleza, es personal. Jacobo Sadoleto trató de la educación de los hijos; Sperone Speroni, Alejandro y Francisco Piccolomini, monseñor de la Casa (el Galateo), Tasso, Varchi y otros muchos, trataron de puntos particulares de conducta, y especialmente del amor y de la ciencia caballeresca. Miguel Montaigne (1533-92), en sus Ensayos, discurre llanamente sobre varias materias, conforme al buen sentido y con mucha condescendencia, siempre pintoresco, con anécdotas y argucias, y deteniéndose en la duda. También la Sabiduría de Pedro Charron es la ciencia de vivir conforme con la razón. A la misma escuela pertenece La Mothe le Vayer, escéptico que no admitía la autoridad de la razón ni de la conciencia, sino la fuerza y la costumbre.




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229.- Erudición e historia

     Alemania prevaleció sobre Italia en la filología. No obstante, el veronés Flaminio, como el escocés Buchanan, versificó en latín de una manera admirable. Erasmo, Reuchlin, Melanchton, Grocio, Lambino, Fabricio, Roberto Stefano y Budeo (451), se perfeccionaron sobre las lenguas clásicas, sobre todo desde que se acudió a las fuentes para combatir o defender los textos sagrados, estudiando el hebreo y el árabe. Guillermo Postel colocó la filología en su verdadero terreno, comparando los diversos idiomas, trabajo intentado en el Mithridates de Gessner (1555), que da el Padre nuestro en veintidós lenguas.
     Otros indagaban las antigüedades romanas (Lipsio (452), Sigonio, Panvinio); Scaligero y Petau ordenaron la cronología; apreciose la importancia de las medallas y de las inscripciones, de que se hicieron colecciones, como el Corpus inscriptionum de Gruter, completado por Grevio. Carlos Sigonio, además de distinguirse por sus trabajos de anticuario, describió el reino de Italia hasta el año 1286. Flacio Ilírico creyó ayudar a la Reforma completando las Centurias de Magdeburgo (453), vigoroso ataque contra la Iglesia. Para combatirlo, César Baronio escribió los Anales, en favor de la Iglesia, continuados luego por Rinaldi y Laderchi, y últimamente por Theiner.
     Muchos escribieron historias particulares, y dieron preceptos sobre este género de literatura. Gerardo Vossio (454) examinó los historiadores antiguos y de la Edad Media. Possevino, Faletti, Strada, Scioppio y Adriani escribieron historias, algunas de ellas contemporáneas, casi todas impregnadas de espíritu de partido. Guido Bentivoglio refirió las guerras de Flandes, como Mateo e Isaac Voss; Catalino Dávila describió las guerras civiles de Francia. Sleidan trató de la Liga Esmalcáldica, y Buchanan de la Escocia. Hugo Grocio les supera en conocimientos y claridad. Muchos franceses narraron las empresas en que habían tomado parte; Blas de Montluc, la guerra de Siena; Agripa de Aubigné, los hechos acontecidos desde 1550 hasta 1601; Brantôme, la historia secreta de las Cortes de Carlos IX, Enrique III y Enrique IV. De Thou redujo la historia a narración metódica, con arte y gusto, y reflexiones juiciosas y profundas.
     En España, Juan de Mariana, con estilo a la antigua y grande amor patrio, expuso los acontecimientos hasta la expulsión de los Moriscos; Juan Sepúlveda escribió sobre Carlos V y Felipe II.
     Entonces empezaron también las relaciones de embajadores y los escritos periódicos, a cuyo género pueden reducirse las Memorias íntimas de Victorio Siri.




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230.- Filosofía especulativa

     Venerábase todavía a Aristóteles, pero hacían guerra multiforme a la escolástica los humanistas, los platónicos, los místicos, los estoicos, los escépticos, y principalmente la Reforma, proclamando los derechos de la razón. Teniéndose mejores traducciones de los Griegos, se facilitaron los medios de distinguir las verdades de los errores; y entre los que negaban sobresalieron Pomponazzi, Cremonino y Cosalpino. Más extravagante que pensador, Lucinio Vannini se valía de la dialéctica para combatir al cristianismo. El culto de Platón había sido restaurado por los Griegos procedentes de Constantinopla, y por él lucharon Ramus, Nizzoli, Aconzio y Patrizi. Pero muchos neo-platónicos se inclinaban a las ciencias ocultas (Fludd y Tauler); Jacobo Böhme (1575-1625) es considerado por algunos como un genio sublime, y por otros como un visionario. Cornelio Agrippa, creía en las ciencias ocultas, y no obstante, en la Incertidumbre y vanidad de la ciencia lleva el escepticismo hasta el punto de asegurar que ni aún puede el hombre estar cierto de su propia ignorancia. El dogmatismo y la lógica silogística fueron combatidas por el portugués Sánchez.. Algo nuevo intentaron Bernardino Telesio, cosentino, y Jordán Bruno de Nola, cuyo panteísmo es el reproducido en parte por Schelling; no reconoce ideas sino en el Ser Divino, del cual el universo es efecto y expresión imperfecta. El calabrés Tomás Campanella (1568-1639) trató de fundar una filosofía de la naturaleza sobre la experiencia; conoció la necesidad del conocimiento racional y teológico, pero dejose desviar por la fantasía, exaltada con las persecuciones que él sufrió.
     El aristotelismo estaba, pues, minado, y la necesidad de apoyarse en la experiencia había sido reconocida por los precitados, y por Pablo Sarpi y Leonardo de Vinci, cuando apareció Francisco Bacon (1561-1626), al cual se atribuyeron los méritos de los precedentes, porque en el Nuevo órgano estableció un método y un orden con que la inteligencia humana pueda buscar, aprobar y demostrar la verdad, y formó un árbol de las ciencias, dividiéndolas en ciencias de Dios, de la naturaleza y del hombre, proclamando la experiencia y rechazando las causas finales.




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231.- Ciencias exactas

     Muchos se dedicaron al estudio de las matemáticas, continuando unos los autores antiguos (Maurolico, Viviani, Benedetti), y otros perfeccionando el álgebra, proponiéndose problemas, que se explicaban públicamente y se envolvían en enigmas. Jerónimo Cardano halló la solución de la ecuación cúbica, y aplicaba el álgebra a la geometría. Nicolás Tartaglia aplicó la geometría a determinar el movimiento curvilíneo. Miguel Stifels, Francisco Vietta y Briggs perfeccionaron el lenguaje algebraico. Napier halló los logaritmos. Kepler examinó todos los sólidos originados por el desarrollo de un segmento de sección cónica al rededor de una línea que no sea su eje. Galileo trató de un cilindro cortado en un hemisferio. Buenaventura Cavalieri halló los infinitesimales, que abrieron la puerta a los grandes progresos de la geometría, la cual fue aplicada entonces muy comúnmente a arduas investigaciones, como el problema de la cicloide. Descartes explicó el poder de los signos algebraicos, y sentó por base que toda curva geométrica tiene su correspondiente ecuación fundamental, que indica la relación que existe entre la abscisa y la ordenada.
       Las matemáticas aplicadas a la astronomía purgaron a esta ciencia de los antiguos errores, y se rechazó el sistema de Tolomeo, que colocaba la tierra como centro fijo de los movimientos celestes. Ya Nicolás de Cusa había anunciado el movimiento de la tierra, pero lo determinó mejor Copérnico (1473-1543), cuyo sistema, como todas las verdades, halló en seguida partidarios y detractores. Ticho Brahe, de Dinamarca, inventó un sistema medio; pero el verdadero sistema planetario fue demostrado por Kepler con las famosas leyes y las exactas nociones de la gravitación. A esto llegaba él con sabias hipótesis, al par que al mismo objeto aplicaba la observación y los instrumentos el pisano Galileo Galilei (1546-1642), verdadero fundador de la filosofía de las ciencias, sometiéndolas a la experiencia. Sirviéndose del descubrimiento del telescopio, hecho entonces en Holanda, notó las manchas del sol, la escabrosa superficie de la luna, vio los satélites de Júpiter, las faces de Venus y el anillo de Saturno. Su grandeza excitó la envidia y lo hizo acusar, so pretexto de que con su ciencia atacaba la verdad de los libros sagrados; encarcelado por orden del Papa, fue obligado a retractarse ante la Inquisición.
 
Galileo
 
     Otros ampliaban los conocimientos astronómicos, y se calculaba con exactitud la reproducción de fenómenos celestes. El gran filósofo Descartes imaginó que los movimientos planetarios eran producidos por los torbellinos de la fuerza centrífuga, y si bien esta teoría resultó errónea, destruyó las opiniones antiguas y ayudó a encontrar las verdaderas.
     Las matemáticas se aplicaban también a la hidrostática y a la estática. Torricelli, discípulo de Galileo, explicó la razón del sifón y del barómetro. Manrólico, Porta y Sarpi explicaron los fenómenos de la visión, las leyes de la refracción y el iris. Se inventaron el telescopio, el microscopio y la cámara oscura; se redujo a leyes la perspectiva y se vislumbraron las hipótesis del magnetismo.
Historia natural      A la historia natural se aplicaron la observación y la experiencia, repudiando las virtudes ocultas y taumatúrgicas, clasificando, describiendo las plantas y los animales nuevos. Conrado Gessner fundó la zoología sobre clasificaciones filológicas. Ulises Aldrovandi dio una historia natural en tres volúmenes, con tablas. Jerónimo Fabricio trató del lenguaje de los animales. Otros ilustraron algunas clases.
     Antonio Michiel escribió la historia general de las plantas; y las nuevas especies obtenidas con los viajes, ocuparon a muchos. En Venecia se fundó un jardín botánico, y una cátedra en Padua. Andrés Cesalpino agrupó las especies según los órganos de la fructificación y distinguió el sexo de las plantas, como conoció la circulación de la sangre. Aprovechose de sus ideas Fabio Colonna para una distinción de los géneros.
     Hiciéronse indagaciones mineralógicas, mayormente en Alemania. Sixto V colocó en el Vaticano una grandiosa colección de fósiles, que fueron descritos por Miguel Mercati, por orden de armarios; Cesalpino adoptó los sistemas fundados en la composición de los cuerpos. Jerónimo Fracastoro descubrió que las conchas fósiles habían sido enterradas en diferentes épocas.
     La química no abandonaba la investigación de la piedra filosofal (cap. 140); merced a la aplicación de esta ciencia se regeneró la medicina, que dedujo explicaciones de la fisiología. A la anatomía de Mondino se iban añadiendo los descubrimientos posteriores, muchos de los cuales se deben a Berenguer de Carpi. Leonardo de Vinci la estudió para uso de la pintura. Benedetti de Legnago fundó el primer anfiteatro anatómico. Tagliacozzi enseñó el injerto animal. Jacobo Silvio señaló un nombre a cada músculo. Andrés Vesalio publicó tablas anatómicas y proclamó la necesidad de cimentar la medicina sobre la anatomía. Pero escaseaban las ocasiones de hacer esta clase de estudios, pues se consideraba como una impiedad el disecar los cadáveres. La cirugía era aún tenida por ejercicio innoble; las contusiones y luxaciones se curaban con productos farmacéuticos. Gabriel Falopio, de Módena, estudió más atentamente el cuerpo humano, descubrió muchos órganos y los describió exactamente. Adelantó la ciencia con los estudios de Ingrassia, Aselio, Varoli, Eustaquio y Aranzi. Fabricio estudió principalmente las venas, y tuvo por alumno al inglés Harvey, autor de la obra De motu sanguinis et cordis, que describió con mayor precisión que nadie el mecanismo de la circulación, descubrimiento que se le atribuye, no con entera justicia.
Medicina      Dieron un gran paso la cirugía y la medicina. Ambrosio Paré estudió las heridas de armas de fuego. Juan B. del Monte introdujo en Padua el ejercicio clínico. Paracelso, aunque verdadero charlatán, curaba muchas enfermedades con el mercurio y con el opio. Otros abandonaban los específicos y las razones sofísticas, pedían la verdad a la naturaleza, y tenían el valor necesario para combatir errores seculares. Algunos describieron bien el tabardillo, la tos convulsiva, el escorbuto, el contagio venéreo y la peste bubónica; sin embargo aún se usaban remedios empíricos y supersticiosos, y era muy común unir a la medicina las observaciones astrológicas.

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