|
Pío V (Miguel Ghislieri) demostró que la reforma católica se había
extendido hasta la Corte pontificia. Había sido severísimo inquisidor, y
después de haber llegado a la silla de San Pedro impuso una rigurosa
disciplina como en los tiempos primitivos. En su bula In cæna domini
prohibía a los príncipes aumentar los impuestos; prohibió también
enfeudar bienes de la Iglesia, excitó las persecuciones contra los
Hugonotes y las hostilidades contra Inglaterra, y fue venerado como
santo. |
|
Gregorio XIII (Hugo Buoncompagni (426)) se mostró conciliador,
difundió la instrucción, eligió (427) buenos obispos, fundó colegios, reformó
el calendario, trató de aliar a los monarcas contra los Turcos, y sostuvo la
independencia de la Irlanda. La necesidad de procurarse dinero, cuando
ya no lo recibía de toda la Cristiandad, excitó disturbios interiores,
agravados por el incremento que tomó el bandolerismo. |
|
Para reprimir a los bandidos, Sixto V (Félix Paretti) adoptó una
resolución, que fue luego proverbial, contra todos los culpables, de
cualquier categoría que fuesen; acumuló con impuestos y multas un
tesoro en el castillo de Sant'Angelo; limitó a 72 el número de los
cardenales; aspiraba a ver destruido el Imperio turco, o a conquistar, por
lo menos, el Egipto y unir el Mediterráneo con el mar Rojo. Realmente el
Estado pontificio se hallaba entonces en auge por sus producciones y su
industria; las ciudades estaban gobernadas por cuerpos aristocráticos,
entre los cuales revivían los partidos de los Güelfos y Gibelinos. El
Estado contrajo deudas, como los demás; sin embargo Roma se rehacía
después de las ruinas causadas por la invasión de los bárbaros, por las
luchas de familia, y por el abandono en que se halló durante la residencia
del Papa en Aviñón. Nicolás, Julio II y los Médicis procuraron devolverle
la magnificencia antigua, secundados por los cardenales. Fue
reconstruido el Capitolio, alzado el templo del Vaticano, Santa María de
los Ángeles y otras basílicas. Más próvido, Sixto V condujo allí el Agua
Feliz, y abrió hacia Santa María la Mayor espaciosas vías que pronto se
bordaron de casas; colocó estatuas de apóstoles sobre las columnas
Trajana y Antonina; hizo elevar obeliscos, que yacían enterrados, y los
colosos en el Quirinal; aumentó la biblioteca; estableció una imprenta
griega y oriental; y fue el último Papa que tomó parte importante en las
vicisitudes de Europa. |
|
Sucedieron cuatro papas de corta duración, hasta Paulo V (Camilo
Borghesi), que comprendió la dignidad de la tiara y el deber de realzar la
autoridad moral del catolicismo; completó la bula In cæna domini, que
expresa las mayores pretensiones pontificias, por lo cual la rechazaron
los príncipes. |
1505 |
|
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Gregorio XV se dejó gobernar por su sobrino Ludovisi, dio reglas
fijas para el cónclave y organizó la congregación De Propaganda Fide. |
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Urbano VIII (Barberini) dio a los cardenales el título de eminencia;
fortificó a Roma y Civitavecchia; construyó el fuerte Urbano; adquirió
para la Santa Sede a Urbino y Ferrara. Era poeta y amante de los literatos,
y sin embargo dejó procesar a Galileo. |
|
La España se halló desprendida del Imperio, pero trató de conservar la
supremacía con sus propias fuerzas. Felipe II se mantuvo castellano puro;
tuvo una serie de prósperos acontecimientos, grandes consejeros y
valientes generales; asistió al siglo de oro de la literatura española; sacó
de las colonias inapreciables tesoros; alcanzó la victoria de Lepanto sobre
los Turcos; y la de San Quintín sobre los Franceses; y sin embargo su
nombre fue execrado, y con él empezó la decadencia de la casa de
Austria y de la España. |
|
Quería ser absoluto dentro y fuera de su país, prodigando el oro con
tal objeto, y aspiraba a conseguir que toda la Europa volviese al
catolicismo. Tal empeño le costó la pérdida de Holanda. Este país,
disputado palmo a palmo al mar, es con frecuencia invadido por el
Océano. Los Holandeses, sobrios, activos, enemigos del lujo y amantes
de la limpieza, saben asociarse contra los desastres y emplear grandes
capitales en empresas de resultado lejano. El descubrimiento del carbón
mineral (1195) y de la salazón de los arenques (1416) le proporcionó
riquezas, pero debió su mayor prosperidad al comercio, que tuvo su
principal mercado en Amsterdam. La Holanda estuvo unida a la
Germania hasta que la separaron los duques de Borgoña (1363). Tomó
gran parte en las Cruzadas y dio el primer rey a Jerusalén (cap. 127); pero
el feudalismo sucumbió bajo el poder de los comerciantes, que poseían
muchísimas naves, formaban compañías, recibían todas las drogas que
los Portugueses traían de la India (cap. 196), y las maderas y las pieles
que los Anseáticos importaban del Norte; de modo que en el puerto de
Amberes llegaron a entrar 300 buques al día y centenares de carros;
agregábanse al comercio las manufacturas de franjas, telas y orfebrería;
todo lo cual convirtió al país en uno de los más ricos del mundo. |
|
El matrimonio de María, hija de Carlos el Temerario, con
Maximiliano de Austria, valió a esta casa once provincias, a las cuales
unió otras Carlos V, formando con ellas el círculo de la Borgoña, puestas
bajo la protección del imperio. Cada Estado tenía su constitución propia,
y el Stathouder gobernaba con las menores atribuciones posibles; no se
podían introducir tropas forasteras, y los Estados permanecían
independientes de la jurisdicción imperial. |
|
Margarita, hija de Maximiliano, la gobernó durante la menor edad de
Carlos V. Este, a pesar de visitarla a menudo, a pesar de haber arbitrado
medios para favorecer su comercio, y a pesar de colocarla entre las
primeras potencias agregándole la Borgoña, no consiguió captarse sus
simpatías. Con las ideas y las personas anti-católicas se introdujo la
desobediencia; la severidad de las persecuciones exacerbó los ánimos e
hizo aborrecer aún más a Carlos V. |
|
Bajo Felipe II la gobernó su hermana Margarita, duquesa de Parma,
inspirada por Granvelle (428), hábil ministro, pero orgulloso y despótico.
Queriendo obligar a los herejes a cambiar de fe, se mandaron allí tropas,
contrariamente a la Constitución; pero el conde de Egmont (429) y
Guillermo de Nassau, príncipe de Orange, se pusieron al frente de la
oposición; presentose a la gobernadora una protesta suscrita por 400
caballeros, y al mismo tiempo una confesión heterodoxa. Felipe pensó
reprimirlos con la fuerza, diciendo que prefería perder los súbditos a
reinar sobre herejes. Entonces se conjuraron los Holandeses, y con el
nombre de descamisados se alzaron en armas, destruyeron las iglesias de
Amberes, y no viéndose secundados, emigraron a millares. Felipe II
mandó para reprimirlos al duque de Alba, héroe inexorable, que erigió un
tribunal feroz, bajo el cual cayeron centenares de víctimas, entre ellas los
condes de Egmont y de Horn. Alba se vanagloriaba de haber mandado al
suplicio 18600 rebeldes y herejes durante los 6 años de su gobierno.
Entonces Guillermo de Orange, que había logrado escaparse, juntó
fuerzas, adquirió el apoyo de los Franceses, capturó las naves españolas,
tuvo de su parte muchísimas ciudades y fue proclamado Estatúder (430). |
Revolución de los
Países Bajos |
1560 |
Alba |
Guillermo de
Orange |
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En Holanda hallaban después refugio los prófugos de otros países, los
Moriscos y los Hebreos, que introducían manufacturas. La Holanda y la
Zelanda convinieron en que el gobierno se ejerciese a nombre del rey,
con la condición de consolidar la Reforma. Los Estados de Brabante,
Flandes, Artois, Hainault, la Frisia, Amsterdam y otras ciudades se
coaligaron para desprenderse de la España. Juan de Austria, vencedor de
Lepanto, agotó todos los medios de reconciliación y de amenaza; de nada
sirvieron, ni a él ni al valiente Alejandro Farnesio, contra la firmeza y
astucia del duque de Orange, favorecido por cuantos se inspiraban en el
odio a la casa de Austria y en el amor a la Reforma. No pudiendo
conciliar a las nuevas provincias de diferente religión, unió a las que
estaban a la parte Norte del Mosa, con la promesa de socorrerse
mutuamente, y se formó la República de las Provincias Unidas. |
1590 |
Cuando Guillermo fue asesinado, su hijo Mauricio capitaneó una
resistencia obstinada, sobre todo después de la muerte de Farnesio, y
asombraban los esfuerzos de aquel pequeño país, cuya población y
comercio iban aumentando a pesar de tantas contrariedades, bloqueó la
península ibérica, arrebató a los Portugueses sus posesiones del Asia; se
alió con Inglaterra y con Francia, y proclamó por vez primera la libertad
de los mares (mare liberum). Finalmente Alberto de Austria, que había
recibido los Países Bajos como dote de Isabel, hija de Felipe II, estipuló
con Mauricio una tregua de doce años como con un país libre,
reconociendo la independencia de las Provincias Unidas. Estas eran
desiguales en extensión y fuerza, pero cada una tenía un voto en los
Estados Generales; no residía en estos la soberanía, sino en los electores,
que confirieron al Estatúder los derechos que había de ejercer; continuó
el conflicto entre los estatúderes, los Estados Generales y los municipios.
Empeoró el conflicto con las disidencias religiosas; Arminio
(Harmensen), repudiando a Lutero y a Calvino, dio una nueva teoría
sobre la Gracia, y los Arminianos y Gomaristas, Universalistas y
Particularistas revolucionaron al país, seguidos de la cuestión social. Con
los Gomaristas estaba el partido popular, y los doctos y ricos con
Arminio; los unos republicanos y los otros orangistas. Los primeros
tenían por jefes al famoso jurista Hugo Grocio (431) y a Oldenbarnevelt (432),
abogado de Holanda, que tendía obstinadamente a la paz, como Mauricio
a la guerra, y deseaba salvar al país del despotismo por medio del
fraccionamiento comunal. |
1619 (433) |
Un sínodo convocado en Dordrecht (434), acordó que la revelación no era
suficiente, porque dejaba inciertos algunos puntos esenciales; los
Arminianos se aproximaban a los Católicos, y admitiendo la salvación de
todos por medio de la redención, tendieron a la tolerancia. |
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Mauricio quiso triunfar con la violencia donde no podía con las
argumentaciones; condenó al suplicio a Oldenbarnevelt, y a cárcel
perpetua a Grocio; pero los Representantes impidieron a Mauricio que se
apoderase del poder supremo. |
1616 |
Al expirar la tregua, Ambrosio de Espínola recibió el encargo de ir a
atacar las plazas fuertes, pero Mauricio recuperó la gloria y la influencia
perdidas con la paz; el antiguo y el nuevo mundo eran partidarios de los
revoltosos, y por último en el congreso de Münster se estipuló que
España renunciaba a las Provincias Unidas y a cuanto éstas habían
conquistado en los Países Bajos Españoles; cada país conservaba sus
posesiones en las dos Indias; el Escalda y los canales y otros brazos de
mar que desembocan en él, según lo convenido, debían cerrarse a los
Estados, con lo cual se anulaba el comercio de los Países Bajos. |
|
Por su intolerancia religiosa, Felipe II había perdido la Holanda, e
impulsó a los Moriscos a declararse en abierta rebelión (cap. 220). Si en
Felipe tenían los Reformados un gran enemigo, en Isabel de Inglaterra
tenían una protectora universal, que si no ayudaba, a lo menos animaba a
los Países Bajos. El rey de España, que como marido de María la Católica,
consideraba a Isabel como usurpadora, gastó 150 millones de escudos en
aprontar la armada invencible que había de dirigirse contra Inglaterra.
Pero la destruyó una espantosa tempestad. El duque de Medina-Sidonia se
presentó a Felipe para darle la noticia, y el rey le dijo, con impasible
frialdad: «Yo los había mandado a luchar contra los hombres, no contra
los elementos; cúmplase la voluntad de Dios». |
|
Para combatir las ideas nuevas, Felipe arruinó a su país, pues los
Ingleses y Holandeses devastaban las colonias, y pirateaban con perjuicio
de los galeones españoles. Felipe no tuvo con qué pagar los intereses de
una deuda de 140 millones de ducados. |
|
Portugal, bajo los reinados de Juan II, Manuel, y Juan III, llegó al
colmo de su grandeza, ya por sus grandes descubrimientos, ya por el orden
establecido, y también por el fomento de la instrucción. Sebastián quiso
hacer una expedición contra los Moros de África, alentado por Felipe II y
bendecido por el Papa. Pero en la batalla de Alcazarquivir (435) murió
Sebastián y fue destruido su ejército. Su tío el cardenal Enrique, le sucedió
en el trono a la edad de 67 años, y faltándole descendencia, Felipe II
ocupó el reino como yerno de Manuel; de modo que quedó unida toda la
península; el Brasil y las colonias de África reconocieron a Felipe, mas no
tardaron en ser tomadas por los Holandeses. |
|
Los Portugueses aborrecían la dominación española como de
extranjeros, y hubo varios falsos Sebastianes que pretendieron la corona. |
|
Felipe hasta se propuso ocupar a Francia, en la cual obtuvo a Cambray;
de María de Portugal tuvo un hijo, Carlos, que vivió siempre como loco, y
se supuso, después de su muerte, que su padre le había hecho envenenar
como rival suyo en gobierno y en amores. Imputáronse a Felipe II muchos
crímenes y vicios; imputación debida a la aversión de los Holandeses y de
los Protestantes. Madrid fue entonces la capital del reino, con el gran
palacio de El Escorial. Los trabajadores iban en busca de oro allende el
Atlántico; los nobles, reducidos a fastuosa nulidad, preferían permanecer
en sus castillos; la población disminuyó en la mitad; la industria pereció
con la expulsión de los Moriscos; la Inquisición salvó a España de la
guerra civil, pero comprimió el pensamiento y el progreso, y se convirtió
en un arma de tiranía en manos de los príncipes. Felipe III y Felipe IV
asistieron a la ruina de la nación. |
|
Carlos VIII, sucesor de Luis XI, adquirió por matrimonio la Bretaña, y
restituyó el Rosellón a Fernando de España, y el Franco Condado a
Maximiliano de Austria, con el objeto de no ser estorbado en su infausta
expedición de Italia. Luis XII, triste príncipe, fue buen rey, y los 17 años
de su reinado fueron señalados por la guerra de Italia. Para
proporcionarse dinero, hizo venales muchos empleos de hacienda;
disciplinó severamente a los soldados, reformó los tribunales y obtuvo el
título de amigo del pueblo. En el clero podía entrar cualquiera. La
nobleza estaba exenta de impuestos, si bien tenía que servir gratuitamente
en la guerra y en la paz. Luis procuraba conferir los cargos a los más
dignos. |
Luis XII |
|
|
Francisco I |
Sucediole Francisco I, a la edad de 20 años; era hermoso, valiente y
afable, y fue no menos querido por sus defectos que por sus cualidades.
Su corte brilló por las bellas damas y caballeros que la preferían a los
solitarios castillos, y rivalizaban en magnificencia; el libertinaje acortó la
vida al rey. |
|
Había cedido a la Suiza los bailiazgos (436) italianos, cuando contrajo
con la Turquía una alianza que pareció abominable según las ideas de
entonces. Concluyó con León X un concordato, según el cual el rey debía
proponer al Papa los candidatos para los obispados y abadías vacantes. El
poder temporal fue, de este modo, conferido al Papa, quedando en las
atribuciones del rey la parte espiritual. A esto se opusieron violentamente
el Parlamento y la Universidad. El espíritu caballeresco de Francisco I lo
arrastró a la conquista del Milanesado. En su eterna rivalidad con Carlos
V, la vanidad nacional se creyó lisonjeada con aquellas empresas que
debían labrar la ruina del país. Protegió las letras y las artes, llamando a
artistas de Italia y erigiendo magníficos palacios; fundó una biblioteca de
manuscritos en Fontainebleau; puso a Roberto Estienne al frente de la
imprenta real, en tanto que Francisco Duaren y Jacobo Cujas restauraban
la jurisprudencia. |
|
Para sufragar los enormes gastos de entonces, se apeló a empréstitos, a
loterías y a la venta de empleos. El parlamento fue reducido a la
administración de justicia. Persiguió a los Protestantes en Francia,
mientras que los ayudaba en Alemania; dejó que los Españoles y los
Portugueses extendiesen sus dominios en América sin tomar parte en
aquella colonización, lo cual hubiera contribuido a que el país olvidara
los infortunios de la nueva edad que se inauguraba en Francia, edad
fecunda en terribles luchas religiosas y políticas. |
|
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Enrique II |
Con los Reformados tomó parte la aristocracia, humillada por el rey
Enrique II; éste, dominado por su mujer Catalina de Médicis y por su
amante Diana de Poitiers, trató en vano de reparar las desgracias
paternas. En la batalla de San Quintín perdió la esperanza de prevalecer
sobre España; con el tratado de Cateau-Cambrésis renunció para siempre
a las desastrosas conquistas de Italia; pero recobró a Calais. Mostrose
implacable contra los Reformados, que aumentaban en Francia, hasta que
murió en un torneo. |
1556 |
Francisco II |
Francisco II heredó, a los diez y seis años de edad, un reino agitado
por los partidos, uno de los cuales era capitaneado por seis hermanos
Guisa, valientes y ricos, cuya sobrina María Estuardo, reina de Escocia,
se había casado con el rey. Guiaban la facción opuesta Antonio de
Borbón, rey de Navarra, y sus hermanos Condé y Coligny. Representaba
un gran papel Catalina de Médicis, a quien los Franceses imputaban
todos los desastres y delitos de entonces, a pesar de que sabía mantenerse
en equilibrio entre los partidos, con su esplendidez y aguda política. |
|
Los Protestantes, que en Francia se llamaban Hugonotes, tomaron las
armas contra el gobierno, dirigidos por el príncipe de Condé, y empezó la
guerra civil, llena de accidentes legales y militares y de iniquidades
recíprocas. |
1560 |
Carlos IX |
Muerto Francisco II, Catalina, regente en nombre de Carlos IX,
mantenía en la corte el esplendor italiano, con artistas y literatos, y con
aquellos sentimientos y aquellas formas paganas que hemos visto
prevalecer en Italia; calmó la persecución del parlamento contra los
Hugonotes, buscando algún medio de conciliación; inclinándose ora a
estos, ora a los Católicos, esperaba amistarse con todos, cuando en
realidad la odiaban unos y otros, y recrudeció la guerra. Abiertas batallas,
sitios de ciudades, paces insidiosas, asesinatos políticos, todos los
horrores de una lucha fratricida se sucedían con lastimosa frecuencia.
Pareció que se iban a reconciliar definitivamente los dos partidos cuando
Enrique, rey de Navarra, casó con Margarita, hermana del rey; pero en la
solemnidad de aquellas bodas fue asesinado Coligny, a cuyo delito siguió
la terrible matanza de los Hugonotes, respecto de la cual no se han
aclarado nunca del todo bien ni los motores, ni los motivos, ni los
accidentes. Los Católicos tenían empeño en que se creyese producto de
un maduro examen, por lo cual en Roma no se dieron gracias a Dios. Los
Hugonotes vieron en la matanza una trama con el Papa y con España, y
tuvieron por fríamente meditado el asesinato. Enardeciéronse las
facciones; muerto Carlos IX a la edad de 24 años, Enrique III, que había
sido elegido rey de Polonia, ocupó el trono de Francia, desplegando
vicios y debilidades entre desordenadas devociones. Estalló entonces la
quinta guerra civil, y los Hugonotes constituían un verdadero Estado
dentro del Estado, aspirando convertir a la Francia en una aristocracia
federativa. El rey de Navarra se declaró jefe de ellos, mientras los Guisa
formaban la Liga Santa para conservar la religión, el rey y la integridad
del país. Se adhirió el Papa, y Enrique III, y la mayor parte de la nación;
sin embargo la Liga no era bastante fuerte para domar a los contrarios, a
pesar de las tropas mandadas por Sixto V, por España y por particulares.
Con todo, adquirió la Liga tal predominio, que Enrique III, viéndose casi
desposeído, se pasó a los Hugonotes. Catalina murió en medio de los
males que ella, en gran parte, había ocasionado. La Universidad declaró
que no se debía obediencia a un rey renegado, el Papa lo excomulgó, y el
fraile Jacobo Clemente se encargó de asesinarle. |
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1572 |
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Noche de San
Bartolomé |
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Enrique III |
1574 |
1589 |
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Enrique IV |
La corona tocaba a Enrique de Navarra, pero éste se hallaba con los
Hugonotes y estaba excomulgado. Si se decidía por los Hugonotes,
perdía a los Católicos y robustecía la Liga, si por los Católicos, apenas le
quedaban unos pocos. Sin embargo jura a éstos que se instruirá en su fe,
que restituirá a los eclesiásticos los bienes que los Protestantes les han
quitado, y que no permitirá un nuevo culto sino donde ya esté tolerado.
Los moderados se contentaban con estas declaraciones, pero los
exaltados cantaban himnos a Clemente, pusieron a París en estado de
defensa contra Enrique, IV, que fue a sitiarlo, y resistieron hasta el último
extremo. Por fin Enrique se declaró católico, se hizo consagrar en
Chartres, y entró triunfante en la capital, perdonando y captándose las
simpatías de sus mismos adversarios. Su bondad fue encaminada por
Felipe de Mornay y por Sully, con cuyos excelentes consejos restauró la
arruinada hacienda y la administración; reanimáronse la agricultura y la
industria; se reprimió la indisciplina militar. Enrique esperaba vivir
tanto, que todos los villanos tuviesen los domingos gallina en la olla. Se
atendió también a la marina, y se pudieron mandar expediciones a la
Florida y al Canadá. |
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Con el edicto de Nantes, Enrique concedió a los Hugonotes que
tuvieran libre culto y tribunales especiales; contaban más de 760 iglesias,
cuatro Universidades, y varias fortalezas, constituyendo un Estado dentro
del Estado. Igual tolerancia quiso demostrar con los Jesuitas; pero el
parlamento y los letrados se oponían a ello, atribuyéndoles todos los
delitos. |
|
Uno de los principales objetos de Enrique IV era el de abatir a la Casa
de Austria, por cuyo motivo lo odiaron siempre Felipe II y el duque de
Saboya. Enrique había pensado en reconstituir la república europea, con
cinco monarquías hereditarias: Francia, España, Islas Británicas, Suecia,
y Lombardía con la Saboya y el Piamonte; seis estados electivos:
Hungría, Alemania, Bohemia, Polonia, Dinamarca, y los Estados
Pontificios con Nápoles; dos repúblicas democráticas: Países Bajos, y
Suiza con la Alsacia y el Tirol; dos repúblicas aristocráticas: Venecia con
la Sicilia, y el resto de Italia. Las diferencias que surgieran entre los
estados habían de ser juzgadas por un Senado, que defendiera a la Europa
de los Bárbaros, a los pueblos del despotismo, y al rey de las sediciones.
Francisco Ravaillac asesinó a Enrique, creyendo que todos lo aplaudirían,
mientras que fue execrado. |
|
Enrique VII, que había terminado la guerra de las Dos Rosas, tuvo por
sucesor a Enrique VIII, que subió al trono a la edad de diez y ocho años;
era activo, estudioso, ávido de placeres, y más versado en la escolástica
que en los negocios públicos. Estuvo bien dirigido por el cardenal
Wolsey, que le amistaba y enemistaba con los reyes extranjeros, y
empleaba las ricas recompensas que de estos recibía, en proteger las artes
y las letras. Fundó el colegio de Oxford, y el inmenso palacio de
Hampton-Court. Enrique, versado en la teología, aspiró al título de
defensor de la fe, por un libro que escribió sobre los siete sacramentos
contra Lutero. Casó con Catalina, tía de Carlos V; enamorose después de
Ana Bolena y buscó pretextos para declarar nulo su primer matrimonio.
El Papa se negó a secundarlo; Wolsey perdió la confianza del rey, quien
confiscó sus inmensas riquezas, y tomó por favorito a Tomás Moro (437),
sabio y concienzudo. No pudiendo de otra manera obtener el divorcio,
Enrique se proclamó jefe de la Iglesia Anglicana, y se hizo reconocer
como tal por su clero. Entonces se casó con Ana Bolena; hizo que el
parlamento decretara su primacía sobre el clero y sus cabildos, y
excluyera de la sucesión al trono a la hija de Catalina. Tomás Moro, que
no quiso ser cómplice de tantas iniquidades, fue mandado al suplicio con
otros muchos. |
Enrique VIII |
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Cisma anglicano |
La Iglesia inglesa quedó, pues, separada de la romana, no por espíritu
religioso, sino por pasión, y en beneficio del poder real, que era absoluto
en los negocios del Estado como en materia de fe. 360 monasterios
suprimidos enriquecieron el erario, mientras los señores pretendían que
los bienes volviesen a las familias que los habían fundado. Los pobres
quedaron sin los acostumbrados socorros y limosnas, sin sus hospitales y
colegios. Esta violenta situación se sostenía con destierros y suplicios. El
obispo Cromwell, su vicario general, ordenó que fuesen aceptados por
todo el mundo seis artículos de fe promulgados por el rey; proclamaba
que no había salvación fuera de la Iglesia católica, y que ésta tenía por
jefe, no al Papa, sino al rey. Se destruyeron las reliquias; se hizo una
nueva traducción de la Biblia; se multiplicaron los decretos en materia de
fe, apoyados por feroces amenazas; los prelados rivalizaron en bajeza con
los magistrados, reconociendo la autoridad de aquel Salomón, o Absalón
inglés. |
|
Voluble en sus amistades y en sus amores, intentó contra Ana Bolena
un proceso de incesto y conspiración, la hizo condenar a muerte, hizo
declarar bastarda a su hija Isabel que de ella había tenido, y se casó con
Juana Seymour, que murió al parir a Eduardo. Sustituyola Ana de
Cléveris; pero el autor de este nuevo casamiento, Cromwell, cayó en
desgracia; y Enrique aceptó la mano de Catalina Howard, ofrecida por el
duque de Norfolk, jefe de los Católicos. Pero Cranmer se la hizo
aborrecer, y el parlamento, que había declarado nulo el matrimonio con
Ana, mandó al suplicio a Catalina, y poco después al duque. El rey se
casó entonces con Catalina Parr (438), la cual habiendo sido reconocida por
luterana, a duras penas evitó el patíbulo. |
|
En cuanto al reino, Enrique unió a la corona el principado de Gales, y
con el casamiento de su hija Margarita con Jacobo V de Escocia, esperó
añadir también este país. Trató de convertir a su religión a Jacobo, y no
pudiéndolo conseguir, invadió el reino. El rey de Escocia murió dejando
solo una niña, María Estuardo. |
|
Al morir Enrique había elegido un consejo de regencia, con Eduardo
Seymour al frente. El joven Eduardo, heredero del trono, fue educado en
el luteranismo, cambiándose muchas disposiciones de Enrique VIII. La
Escocia estaba también agitada por las sectas religiosos; los Protestantes
eran apoyados por Inglaterra, y los Católicos por los Guisa de Francia, de
quienes era sobrina María Estuardo, que fue conducida a Francia donde
se casó con Francisco II. Gran poder adquirió Juan Dudley, conde de
Warwick, que de acuerdo con Cranmer daba extensión al luteranismo,
hizo formular un símbolo en artículos sobre la fe, y la liturgia,
imponiéndolo bajo severísimas penas. |
1516 |
Iglesia escocesa |
1541 |
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Eduardo murió a la edad de diez y seis años, después de haberle hecho
declarar heredera del reino a Juana Grey, hija de una sobrina de Enrique
VIII, buena luterana, que se casó con lord Dudley. Juana ignoraba la
trama urdida; pero María Tudor e Isabel entraron armadas en Londres.
María, católica ferviente, hizo reconocer el matrimonio de su madre,
obligó a Isabel a que abjurase, mandó al suplicio a Juana Grey, y se casó
con Felipe II de España. Esto disgustó a los Ingleses, temerosos de tener
un rey extranjero, y de volver a la obediencia del Papa. Hubo
conspiraciones y revueltas, reprimidas de tal modo que María adquirió el
título de sanguinaria, y después de haber perdido a Calais, murió tísica. |
1553 |
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Isabel |
Entonces fue proclamada Isabel, que en seguida se declaró
protestante, abolió los actos de María, y merced a los hábiles consejos de
Cecil, organizó el Estado y la Iglesia anglicana, con los dogmas
calvinistas, redactados en treinta y nueve artículos; conservando, sin
embargo, la antigua jerarquía y muchos rituales. Algunos se
escandalizaron de ver aún en las iglesias vasos, candelabros y cruces;
quisieron capillas particulares, excluyendo las ceremonias sagradas, y se
dieron el título de Puritanos. No queriendo parecer que tiranizaba a las
conciencias, Isabel hallaba pretextos con que perseguir a los Católicos,
sobre todo porque el Papa, con no reconocer el matrimonio de Ana
Bolena, la declaraba bastarda. La Inquisición española no tuvo nada tan
feroz como los procesos y los suplicios de que entonces fue teatro
Inglaterra. |
|
Sin embargo, el reinado de Isabel fue de los más gloriosos y
afortunados; se fundó en América el poder marítimo de la Inglaterra; se
desarrolló la industria del hierro, y se aplicó el carbón mineral. Estuvo
contento el pueblo, fue dócil el parlamento, aumentaron las manufacturas
establecidas por Flamencos emigrados, se extendió el comercio por la
Rusia, la Turquía y la Persia, y se fundó la Bolsa de Londres. |
|
La amenaza de Felipe II desapareció con el desastre de la armada
invencible (cap. 221). De fáciles costumbres y tolerando la ligereza de
sus damas, Isabel aceptó el amor de muchos, principalmente -y por
mucho tiempo- el del conde de Leicester, lo cual no impedía que quisiese
ver ensalzada su virginidad, tanto que se dio el nombre de Virginia a la
tierra descubierta en América. |
|
Si era adulterino el matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena,
como sostenían los Católicos, la corona pertenecía a María Estuardo,
reina de Escocia y viuda del delfín de Francia, la cual, en efecto, se tituló
reina de Inglaterra. Reinó, por esto, enemistad mortal entre las dos reinas,
como entre los Católicos que querían recobrar la Escocia, y los
Protestantes que deseaban arrebatarla. Estos eran furiosos adversarios de
María, e inventaron o exageraron las faltas de la idólatra, hasta decir que
había hecho dar muerte a su marido Darnley, para casarse con Bothwell.
Acosada por tropas y procesos, pidió asilo a Isabel. |
María Estuardo |
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1567 |
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Esta se alegró de recibirla, la tuvo prisionera, la hizo procesar y la
mandó al patíbulo, condenada por representar el partido católico,
destinado a sucumbir. Indignáronse los reyes católicos y el Papa; pero
nada pudieron hacer contra Isabel, y los elogios ingleses sofocaron las
imprecaciones de la Escocia y de la Europa. Felipe II no dejó nunca de
combatir a su gran enemiga, y trató de hacer que la Irlanda se rebelase
contra ella. Sometida, no domada, y privada de las leyes inglesas, la
Irlanda se hallaba en continua revolución, entre las rivalidades de los
Butler y de los Fitzgerald. Enrique VIII, después de haber abolido el
óbolo de San Pedro, se tituló rey de Irlanda, pero los Católicos
permanecieron siempre hostiles a los decretos anticatólicos de Isabel.
Esta encargó al conde de Essex que sometiese la isla, pero el conde no lo
consiguió; e Isabel, después de haber dejado condenar a muerte a este su
joven amante, hijo de su querido Leicester, murió a la edad de setenta
años. Desaparecido el encanto de sus brillantes cualidades, se conoció el
despotismo que habían introducido los Tudor, y que iban a expiar los
Estuardos. |
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Irlanda |
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1599 |
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En Escocia reinaba Jacobo, hijo de María Estuardo, molestado
incesantemente por los nobles y los Puritanos; se le acusaba de tolerar a
los Católicos, y tuvo que establecer el gobierno presbiteriano, aboliendo
los obispados. Ocupó el trono de Inglaterra; pero tuvo por enemigos a los
Puritanos, que en vano esperaban dominar; a los Católicos, que veían
fallidas sus esperanzas puestas en el hijo de María Estuardo; y a los
Anglicanos, que temían a un rey calvinista. Uno de ellos intentó hacerle
volar con el parlamento; pero se descubrió la conjuración; se acusó a los
Católicos, que fueron perseguidos, y obligados, con todos los súbditos, a
jurar una profesión de fe. Entonces los Episcopales realistas y los
Presbiterianos republicanos formaron dos sectas que se odiaban no
menos que entre Católicos y Protestantes; de ahí nacieron los dos
partidos de los whig y de los tory, progresistas y conservadores. |
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Conjuración de la
pólvora |
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Jacobo aborrecía las armas, era amante de intrigas, afectaba mucha
erudición, y se abandonaba a los favoritos. No pudo unir la Escocia a la
Inglaterra, a pesar de lo mucho que aquella decayó. Los reyes sucesivos
trabajaron todos para la fusión. La Irlanda fue organizada con buenas
leyes por Jacobo, quien para destruir el catolicismo mandó allí colonias
que establecieron caseríos y pueblos en los terrenos confiscados. Jacobo,
perfecto caballero pero rey inepto, y Carlos I, su sucesor en el trono de
Inglaterra y de Escocia, habían de expiar las faltas de sus predecesores. |
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1625 |
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Si la Reforma trastornó todos los países, mayormente produjo estragos
en aquel donde había nacido. Fernando, hermano de Carlos V y rey de los
Romanos, de Hungría y de Bohemia, procuró consolidar por todas partes
la autoridad real; pero no aseguró la herencia de Hungría a familia, sino
haciéndose tributario de la Turquía. Sujetó a la Bohemia con el terror, si
bien tuvo que permitir a los Hussitas el uso del cáliz. |
1564 |
De sus cinco hijos, sucediole como emperador Maximiliano II, que
toleró a los Protestantes; pero aumentaban las pretensiones de éstos; los
príncipes violentaban las conciencias de los súbditos; Luteranos y
Calvinistas se lanzaban mutuas excomuniones; multiplicábanse las
fórmulas de fe, y eran sostenidas con confederaciones. |
1576 |
El nuevo emperador Rodolfo II, dedicado a la astronomía y a la
alquimia, descuidaba los negocios; no tomaba suficientes medidas para
rechazar a los Turcos de la Transilvania y de la Polonia; por lo cual su
hermano Matías le obligó a cederle la Hungría, la Moravia y el Austria, y
las apaciguó con la paz de religión. La Bohemia florecía por el producto
de sus minas y nuevos cultivos; pero la debilitaban las contiendas entre
Hussitas, Calixtinos y Utraguistas, y la nueva secta de los Hermanos
Moravos. Las cuestiones políticas tomaban un carácter religioso. Tal fue
la que se suscitó por la sucesión de los ducados de Juliers, Cléveris y
Berg, por la cual hicieron armas Católicos y Protestantes. Matías, ya
emperador, vio estallar la guerra que se llamó de los Treinta Años, y en la
cual tomó parte casi toda Europa, puesto que abarcaba los intereses, las
pasiones y las ambiciones de todos. El emperador quería consolidar su
primacía política y religiosa; los electores luteranos invocaban la
independencia del imperio y de la fe; los electores católicos querían la
unidad de la fe, y no la del derecho político; todos temían la ambición de
la Casa de Austria. |
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1618-1648 |
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Fernando II, sucesor de Matías, trató con firmeza de devolver a su
Casa el lustre que perdía. La Bohemia se le insurreccionó proclamando
por su rey a Federico V, elector palatino; Betlen Gabor, príncipe de
Transilvania y árbitro de la Hungría, guió 60 mil Húngaros y Bohemios
hasta Viena y obtuvo la mitad de las posesiones de Hungría. Pero
mientras los enemigos andaban poco de acuerdo, Fernando recibía
auxilios de España y del Papa, y domó la Bohemia, quitándole la libertad
de cultos y el derecho electoral; desterró a muchos príncipes del imperio,
y merced al valor de Espínola, de Tilly y de Wallenstein (439), sometió al
país, venció a Gabor, disolvió la Unión evangélica, y se puso de acuerdo
con España para aniquilar la libertad de Alemania y de la Holanda. |
Periodo palatino |
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Periodo danés |
Para impedirlo, Cristian IV de Dinamarca se coaligó con la Suiza,
Inglaterra y los príncipes descontentos. Alberto de Wallenstein, valeroso
capitán bohemio, ofreció a Fernando un ejército de 50 mil hombres que
había reunido, y que mantenía por medio del pillaje. Entonces Alemania
estuvo a merced de 200 mil aventureros, entre amigos y enemigos;
Wallenstein devastaba las riberas del Báltico, no menos que el
Milanesado y Mantua; la Francia, que fue envuelta en el conflicto,
combinó la liga con Gustavo Adolfo, rey de Suecia, que pasó a defender
la constitución germánica y el protestantismo. Valiente y simpático,
Gustavo Adolfo reformó la táctica; con rápidos movimientos evitó con
frecuencia el enemigo, y parecía inminente una nueva irrupción de
Escandinavos en Europa; pero Wallenstein, declarado «generalísimo de
la España», devolvió la fortuna al ejército imperial, mayormente desde
que Gustavo Adolfo hubo perecido en la batalla de Lützen. La causa
protestante hubiera sucumbido entonces, a no haberla sostenido
Oxenstiern, ministro de Francia (440). Wallenstein, orgulloso del éxito,
quería dirigir los consejos y las empresas de Fernando, y quizá aspiraba a
constituirse un reino; por lo cual Fernando lo hizo degollar. |
Periodo sueco |
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Periodo francés |
Derrotados los Suecos en Nordlingen, y pacificado el duque de
Sajonia, prevalecían los Austriacos, cuando la Francia, libre de la guerra
civil, emprendió una campaña con siete ejércitos por Alemania, Holanda
e Italia, teniendo a su favor la Suiza, Holanda, Sajonia, Mantua, Parma y
el gran capitán Bernardo de Weimar, que tenía a sueldo 12 mil hombres y
6 mil caballos. |
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Fernando III, menos devoto y más pacífico que su padre, estaba
destinado a ver a toda Europa en guerra, hábilmente dirigida por grandes
generales y astutos diplomáticos, los cuales con largas y complicadas
negociaciones obtuvieron al fin la paz de Westfalia. Esta no resolvía las
cuestiones radicales, ni restablecía el derecho y la justicia, sino que
acallaba lo mejor posible las pretensiones en lucha. La Francia adquirió
la Alsacia, con Metz, Toul y Verdún, y el Piñerol en el Piamonte. La
Suecia tuvo la Pomerania (441), Rügen, Wismar (442), Bremen y Verden, y tres
votos en la Dieta Alemana. Se regularizaron bienes eclesiásticos para
recompensar a varios príncipes. España perdía la Holanda, cuya
independencia se reconoció, como la de Suiza. En cuanto a las religiones,
se toleraron la luterana y la calvinista, que tuvieron miembros en la
cámara imperial y en el consejo áulico; las corporaciones religiosas
conservaban los bienes que aún poseían, y cada príncipe tuvo el jus
sacrorum, es decir el derecho de disponer de las cosas eclesiásticas en
sus propios Estados. |
1648 |
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El imperio se había convertido en una confederación de príncipes casi
independientes, y como tal fue constituido; los Estados recibieron la
soberanía territorial perpetua, formando una verdadera federación que
mantuviese el equilibrio europeo y sirviese de barrera entre Francia y
Austria, la cual perdía la esperanza de la monarquía universal de Europa.
Decíase que al menos había perecido la tercera parte de la población en
Alemania; quedaba destruida la industria, arruinado el comercio; de
modo que el país se halló desposeído de su antigua importancia; fue
imposible toda concentración de poder, por cuanto se hallaba dividido
entre muchos señores, aplicados a engrandecerse entre el pueblo que ya
no tuvo una patria común que amar y defender. Habiendo cesado la
política cristiana de la Edad Media, el tratado de Westfalia fue la base del
nuevo derecho de gentes, y el punto de partida de todos los tratados
sucesivos. |
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Reinando Cristian II, cuñado de Carlos V, las doctrinas luteranas se
difundieron por la Suecia; y habiendo el arzobispo de Uppsala declarado
rebeldes a los protestantes, el rey Gustavo Vasa (443) los sostuvo, e hizo
reconocer legalmente la religión reformada, antes que en Inglaterra;
estableció, además, una liturgia particular, y él mismo ejerció el
apostolado al frente del ejército. Más culto que su país, llamaba a sabios
extranjeros, y aliándose con Francisco I, se puso en relación con el resto
de Europa. |
1560 |
Hizo declarar hereditaria la corona, pero consignando a sus tres hijos
la Finlandia, la Ostrogocia y la Sudermania. Enrique (444) XIV se esforzó en
restringir esta concesión y el poder con los nobles, creando condes,
barones, caballeros y chambelanes, lo que lo hizo odiar de los nobles
antiguos, y mucho más su matrimonio con la hija de un cabo, de que se
enorgulleció él; enloqueció después, y su hermano Juan lo encarceló. |
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1570 |
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La Livonia, no pudiendo defenderse contra la Rusia y los Caballeros
Porta-espadas, se había entregado a Enrique; de ahí se originó una guerra
con todo el Norte, que duró hasta la paz de Stettin, en la cual Juan III
convino en que Dinamarca desistiese de sus pretensiones a Suecia, así
como la Suecia a la Noruega, Escania y Gothlandia. Juan III conservó la
Livonia. Fracasaron las tentativas hechas para convertir la Suecia al
catolicismo; la confesión de Augsburgo fue legalmente aceptada por
Carlos, hermano de Juan, que logró quitar la corona a Segismundo so
pretexto de religión; reinó con crueldad y falsía, y dejó, al morir. tres
guerras: con la Polonia por la posesión de la Livonia; con la Rusia y con
la Dinamarca por la Laponia. |
Gustavo Adolfo |
Gustavo Adolfo trató de reparar los anteriores daños, y pudo
conservar el sello de las tres coronas, en memoria de la unión (cap. 176),
lo que le era contestado por Dinamarca; renunció a la Laponia, pero
conquistó la Ingria sobre la Rusia. Lo vemos en Alemania a favor de los
protestantes, y muere en Lützen. Había reformado el ejército, acogido a
gran número de Protestantes, organizado una gran compañía de
comercio, enriquecido con los bienes de su familia la Universidad de
Uppsala; devoto, estudioso, humano, aseguró a su pueblo un puesto sobre
el Báltico en la Livonia, país riquísimo en granos; en la Prusia, llave de
los grandes ríos; en la Pomerania, por la cual fue partícipe, de la
Confederación Germánica, y pareció que pensaba ejercer su dominio
sobre ésta y sobre Italia. |
1629 |
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En Dinamarca, el Nerón del Norte (cap. 176) fue reemplazado por su
tío Federico I, mientras la Reforma agitaba al país. Carlos V y los
Católicos sostenían a Cristian II, al paso que Federico se unía a la Liga
Esmalcáldica y a los enemigos del Austria. La nobleza, que conservaba el
derecho de elegir al rey, trastornó el país; la República de Lübeck confió
un ejército a Cristóbal, conde de Oldemburgo, y se enardeció la guerra,
hasta que los nobles daneses se unieron a favor de Cristian III, que
estableció el protestantismo según los consejos de Juan Bugenhagen,
discípulo de Lutero; pero los nobles conservaron plenos poderes; la
Islandia rechazó el protestantismo; la Noruega fue anexada, aunque
conservando sus asambleas. El fondo de los litigios era el paso del Sund. |
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Concluida la guerra con la Suecia, Federico III procuró dar
prosperidad al reino, y favoreció al astrónomo Ticho Brahe (445). Cristian IV
fue uno de los reyes más grandes de su tiempo; fundó muchas ciudades,
concentró varios ducados, favoreció la industria, dio buenas leyes, ocupó
a Tranguebar, único pero importante establecimiento danés en la India.
En la paz de Westfalia procuró que la Suecia no aumentase en territorio;
y cuando ésta se le declaró hostil con los veteranos de la guerra de los
Treinta Años, él resistió hasta que en la paz de Brömsebro concedió a los
Suecos, y no a los Holandeses, el paso del Sund y del Belt. |
1588 |
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El movimiento monárquico del siglo no penetró en la Polonia, donde
la aristocracia conservaba el derecho de elegir el rey. La gente de las
ciudades como la de los campos era enteramente súbdita, de modo que
carecían de libertad política las diez y nueve vigésimas partes de los
habitantes. El rey no estaba a la cabeza del gobierno ni del ejército, no
podía declarar la guerra ni concluir la paz, ni imponer contribuciones, ni
promulgar leyes sin los nobles, ni disponía siquiera de los bienes de la
corona. Casimiro IV hizo el primer tratado con los Turcos. Bajo
Alejandro, la Lituania fue unida al reino, dejándole tribunales propios;
pero la Rusia aspiraba siempre a recuperar la Rusia Blanca, la Ucrania y
la Siberia, que obtuvo en parte, efectivamente, con la guerra y con la
tregua de cincuenta años. Bajo sus sucesores se renovaron las guerras con
los autócratas rusos, mientras la Polonia estaba amenazada por los
Moldavos, los Turcos y los Tártaros de Crimea, contra los cuales
organizaron a los Cosacos. |
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1452 |
1503 |
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Cosacos |
Entre las inaccesibles islas del Dniéper habitaban los Cosacos, raza
oriunda del Cáucaso, de fondo mogol y de lengua eslava. Fueron un lazo
entre los nómadas del Asia y los ejércitos de Europa, y abrazaron el
oficio de las armas. |
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Segismundo dio buenas leyes a la Polonia, hizo la guerra contra la
Orden Teutónica, a la cual quitó la Prusia, concediéndola al gran maestre
Alberto de Brandeburgo (446), que había hecho traición a su religión y a su
Orden (cap. 214), y bajo cuyos auspicios el luteranismo penetró en la
Polonia y la Lituania, donde concluyeron por prevalecer los Unitarios
Socinianos (cap. 217). El rey y sus sucesores permanecieron fieles al
Catolicismo. |
1530 |
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La Livonia estaba en poder de los caballeros Porta-espadas, y
Gualterio de Plettenberg la hizo prosperar; pero habiendo penetrado la
Reforma, surgieron terribles luchas, hasta que el país fue sometido a la
Polonia, y dejó de tener historia propia. Irritado Juan IV de Rusia, que
ambicionaba la Estonia, la devastó bárbaramente. Segismundo Augusto
tuvo por principal objeto la fusión de la Livonia con la Polonia, y lo
consiguió. |
1571 |
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Con él quedó extinguida la estirpe de los Jagellones (447), y se
presentaron muchos pretendientes, entre los cuales prevaleció Enrique de
Valois, que fue luego rey de Francia con el título de Enrique III. Los
electores habían establecido el Pacta conventa que debía jurar el nuevo
rey. Éste tuvo que hacer largas promesas a la Dieta de cien mil electores,
y si titubeaba, el Gran Mariscal le decía: Si non jurabis, non regnabis.
Reinó mal, y cuando huyó a Francia, fue sustituido por Esteban Bathori,
príncipe de Transilvania, quien con su valor reprimió a los Tártaros en
Crimea, y derrotó a los Rusos, que tuvieron que renunciar
definitivamente a la Livonia, por medio de la cual se comunicaba con el
Báltico y la Europa. Bathori organizó a los Cosacos bajo un hetman, y
dejó que se propagase la Reforma. A su muerte, los votos se dividieron
entre Segismundo, príncipe de Polonia, y Maximiliano de Austria, que
fue vencido. Sin embargo, Segismundo no se captó las simpatías de los
nobles, máxime porque favorecía a los católicos; por esto formaron
aquéllos una liga (rokoss) para la defensa de sus propios derechos.
Estalló la guerra civil, juntamente con la terrible lucha contra los Rusos,
en la cual Segismundo sitió a Moscú, se apoderó de Smolensko y la
conservó en la paz. También los Turcos hostigaron a la Polonia, como los
Suecos de Gustavo Adolfo. |
|
Vladislao, nuevo rey, pensó seriamente conquistar la Rusia, pero al fin
se contentó con que ésta le cediese Smolensko, Chernikof y todas las
regiones de la Estonia, Livonia y Curlandia. Los Cosacos, que al
principio eran el apoyo de la Polonia, le sirvieron luego de obstáculo,
recorriendo el mar Negro y haciendo estragos en la Rusia, en la Turquía y
en la Polonia, donde pretendían tomar parte en la elección del rey. De
modo que impidieron la nueva organización de la Polonia. |
|
A la unidad de mando y de gobierno, impuesta por el siglo y por la
escuela maquiavelista, se oponían los recuerdos de Roma y Grecia
republicanas, y los de la Edad Media, que quebrantaban el poder
monárquico, como también las ideas niveladoras de los Calvinistas, y las
renovadas protestas de la Iglesia que no quería dejarse absorber por el
Estado. En diferentes sentidos agitaron las cuestiones Hotman, La Boëtie,
Althausen y Poynet, apreciando los acontecimientos contemporáneos,
excusando el asesinato político y el tiranicidio; los italianos Juan Botero,
Pablo Paruta y Trajano Boccalini; los franceses Gabriel Naudé y
Bodin (448), y el inglés Sleidan, aplicaban sus doctrinas a los hechos
contemporáneos, y al incremento y decadencia de los Estados. Muchos
jesuitas abrogaban al Papa el derecho, no sólo de desposeer a los reyes
infieles, sí que también el de infringirles penas temporales. Esto defendió
principalmente Francisco Suárez, natural de Granada, y lo combatieron
Edmundo Richer y fray Pablo Sarpi. Jorge Buchanan, escocés, sostuvo
que pertenecía al pueblo elegir los reyes como deponerlos; algunos
deducían su origen de la familia patriarcal. Otros, más positivos, reunían
datos estadísticos, como Gianotti, Sansovino y Vida. Tomás Moro, en la
Utopía, y Tomás Campanella en la Ciudad del Sol, divisaron una ciudad
ideal. Antonio Serra, de Cosenza, dio importancia a la economía política,
demostrando que la grandeza de un Estado no depende únicamente de su
fuerza. En la práctica dominaban las ideas mercantiles y exclusivas,
tornándose generalmente por modelo las repúblicas de Génova y
Venecia. Hicieron estudios sobre la moneda Gaspar Scaruffi, de Reggio,
Bernardo Davanzati, florentino, y Juan Donato Túrbolo. |
Jurisprudencia |
La jurisprudencia se asoció a la filología para comprender mejor el
sentido y el espíritu de las leyes romanas; y en ello adquirieron renombre
el milanés Andrés Alciato, Cuyacio de Tolosa y Guillermo Budeo (449), los
cuales ayudaron a los reyes en la empresa de abatir las pretensiones
feudales. Llamose, siglo de oro de la jurisprudencia a la segunda mitad
del XIV, cuando florecieron Duaren, Brisson, Govea, Julio Claro,
Menochio, Vinnio, Farinaccio, Godofredo, Antonio Favre, Alejandro
Turamini. Pío IV deseó hacer corregir el Decreto de Graciano, trabajo
concluido bajo Gregorio XIII, en cuya época se formó el cuerpo del
Derecho Canónico. |
|
La jurisprudencia se amplió con el estudio del derecho internacional,
que no se apoyó ya únicamente en casos teológicos y en extensiones del
derecho positivo local, sino que también en una equidad amplia,
reconociendo derechos al enemigo. Al principio lo estudiaron los
teólogos como el dominico Vitoria (450), Domingo Soto y Baltasar Ayala;
luego Alberico Gentile, y más que ninguno, Grocio, con su Derecho de la
Guerra, que trató de aminorar los estragos de las luchas humanas,
estableciendo ciertas cautelas que generalmente deducía de los clásicos y
de las costumbres, y tuvo grandísima influencia en el mundo práctico y
político, pues se quería constituir algún lazo, que sustituyera al religioso,
roto ya. La innata inclinación del hombre hacia el estado social, contraria
a las inhumanas doctrinas de Maquiavelo y Hobbes, fue adoptada por
Puffendorf y por otros, aplicándose la jurisprudencia natural a la
conducta de los individuos en sociedad, y extendiéndola a los Estados,
considerados como entes morales, que viven en sociedad sin leyes
positivas; de ahí la ciencia mixta del derecho natural e internacional. |
Teología |
Al principio no se conoció la extensión y trascendencia de las grandes
cuestiones suscitadas por la Reforma, de modo que no sobrevivió
ninguna de las primeras refutaciones, que consistían en silogismos
escolásticamente presentados a personas que negaban la mayor, es decir,
la autoridad de la Iglesia. Los protestantes, impugnando esta autoridad,
aducían otra en vez de ceñirse a la razón pura. Obrose con más acierto
después de haber sido aclaradas las doctrinas en el Concilio de Trento; es
insigne la obra de Roberto Bellarmino (1542-1621), conforme con el cual
muchos otros fueron demostrando que el Catolicismo no se fundaba en
un hecho especial, sino en la base misma de la certeza humana; se
introdujo la verdadera crítica bíblica (Macdonaldo, Simon); se mezcló la
teología dogmática (Petau) con la alta filosofía. La Filotea, de San
Francisco de Sales, fue la obra maestra de la teología devota. |
|
Algunos procedían hasta negar la revelación, y aun entre los
protestantes se creyó necesario demostrarla, como hizo Grocio con sus
Anotaciones al Antiguo y Nuevo Testamento. Otros agitaban las
cuestiones de la gracia y el origen del poder, y la autoridad del Estado
sobre la Iglesia. Los más juiciosos procuraban conciliar las opiniones, y
desviar la intolerancia que de un lado y de otro recrudecía a despecho de
la caridad cristiana. Pero con esto se iba al indiferentismo. |
1633 |
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|
Los Casuistas, estudiando los casos particulares que pueden ser
sometidos al confesor, hacían distinciones y argucias sobre la conciencia,
sobre la veracidad, sobre las obligaciones, exagerando unos en rigor y
otros en indulgencia. Adquirieron fama entre los casuistas Tomás
Sánchez de Córdoba. (1550-1610), Escobar y Suárez. |
Moralistas |
Ocupáronse de moral Agustín Nifo, Baltasar Castiglione y Mucio.
Este último escribió el Caballero, en el que sostiene que la nobleza, es
personal. Jacobo Sadoleto trató de la educación de los hijos; Sperone
Speroni, Alejandro y Francisco Piccolomini, monseñor de la Casa (el
Galateo), Tasso, Varchi y otros muchos, trataron de puntos particulares
de conducta, y especialmente del amor y de la ciencia caballeresca.
Miguel Montaigne (1533-92), en sus Ensayos, discurre llanamente sobre
varias materias, conforme al buen sentido y con mucha condescendencia,
siempre pintoresco, con anécdotas y argucias, y deteniéndose en la duda.
También la Sabiduría de Pedro Charron es la ciencia de vivir conforme
con la razón. A la misma escuela pertenece La Mothe le Vayer, escéptico
que no admitía la autoridad de la razón ni de la conciencia, sino la fuerza
y la costumbre. |
|
Alemania prevaleció sobre Italia en la filología. No obstante, el
veronés Flaminio, como el escocés Buchanan, versificó en latín de una
manera admirable. Erasmo, Reuchlin, Melanchton, Grocio, Lambino,
Fabricio, Roberto Stefano y Budeo (451), se perfeccionaron sobre las lenguas
clásicas, sobre todo desde que se acudió a las fuentes para combatir o
defender los textos sagrados, estudiando el hebreo y el árabe. Guillermo
Postel colocó la filología en su verdadero terreno, comparando los
diversos idiomas, trabajo intentado en el Mithridates de Gessner (1555),
que da el Padre nuestro en veintidós lenguas. |
|
Otros indagaban las antigüedades romanas (Lipsio (452), Sigonio,
Panvinio); Scaligero y Petau ordenaron la cronología; apreciose la
importancia de las medallas y de las inscripciones, de que se hicieron
colecciones, como el Corpus inscriptionum de Gruter, completado por
Grevio. Carlos Sigonio, además de distinguirse por sus trabajos de
anticuario, describió el reino de Italia hasta el año 1286. Flacio Ilírico
creyó ayudar a la Reforma completando las Centurias de Magdeburgo (453),
vigoroso ataque contra la Iglesia. Para combatirlo, César Baronio escribió
los Anales, en favor de la Iglesia, continuados luego por Rinaldi y
Laderchi, y últimamente por Theiner. |
|
Muchos escribieron historias particulares, y dieron preceptos sobre
este género de literatura. Gerardo Vossio (454) examinó los historiadores
antiguos y de la Edad Media. Possevino, Faletti, Strada, Scioppio y
Adriani escribieron historias, algunas de ellas contemporáneas, casi todas
impregnadas de espíritu de partido. Guido Bentivoglio refirió las guerras
de Flandes, como Mateo e Isaac Voss; Catalino Dávila describió las
guerras civiles de Francia. Sleidan trató de la Liga Esmalcáldica, y
Buchanan de la Escocia. Hugo Grocio les supera en conocimientos y
claridad. Muchos franceses narraron las empresas en que habían tomado
parte; Blas de Montluc, la guerra de Siena; Agripa de Aubigné, los
hechos acontecidos desde 1550 hasta 1601; Brantôme, la historia secreta
de las Cortes de Carlos IX, Enrique III y Enrique IV. De Thou redujo la
historia a narración metódica, con arte y gusto, y reflexiones juiciosas y
profundas. |
|
En España, Juan de Mariana, con estilo a la antigua y grande amor
patrio, expuso los acontecimientos hasta la expulsión de los Moriscos;
Juan Sepúlveda escribió sobre Carlos V y Felipe II. |
|
Entonces empezaron también las relaciones de embajadores y los
escritos periódicos, a cuyo género pueden reducirse las Memorias íntimas
de Victorio Siri. |
|
Muchos se dedicaron al estudio de las matemáticas, continuando unos
los autores antiguos (Maurolico, Viviani, Benedetti), y otros
perfeccionando el álgebra, proponiéndose problemas, que se explicaban
públicamente y se envolvían en enigmas. Jerónimo Cardano halló la
solución de la ecuación cúbica, y aplicaba el álgebra a la geometría.
Nicolás Tartaglia aplicó la geometría a determinar el movimiento
curvilíneo. Miguel Stifels, Francisco Vietta y Briggs perfeccionaron el
lenguaje algebraico. Napier halló los logaritmos. Kepler examinó todos los
sólidos originados por el desarrollo de un segmento de sección cónica al
rededor de una línea que no sea su eje. Galileo trató de un cilindro cortado
en un hemisferio. Buenaventura Cavalieri halló los infinitesimales, que
abrieron la puerta a los grandes progresos de la geometría, la cual fue
aplicada entonces muy comúnmente a arduas investigaciones, como el
problema de la cicloide. Descartes explicó el poder de los signos
algebraicos, y sentó por base que toda curva geométrica tiene su
correspondiente ecuación fundamental, que indica la relación que existe
entre la abscisa y la ordenada. |
|
Las matemáticas aplicadas a la astronomía purgaron a esta ciencia de los
antiguos errores, y se rechazó el sistema de Tolomeo, que colocaba la tierra
como centro fijo de los movimientos celestes. Ya Nicolás de Cusa había
anunciado el movimiento de la tierra, pero lo determinó mejor Copérnico
(1473-1543), cuyo sistema, como todas las verdades, halló en seguida
partidarios y detractores. Ticho Brahe, de Dinamarca, inventó un sistema
medio; pero el verdadero sistema planetario fue demostrado por Kepler con
las famosas leyes y las exactas nociones de la gravitación. A esto llegaba él
con sabias hipótesis, al par que al mismo objeto aplicaba la observación y
los instrumentos el pisano Galileo Galilei (1546-1642), verdadero fundador
de la filosofía de las ciencias, sometiéndolas a la experiencia. Sirviéndose
del descubrimiento del telescopio, hecho entonces en Holanda, notó las
manchas del sol, la escabrosa superficie de la luna, vio los satélites de
Júpiter, las faces de Venus y el anillo de Saturno. Su grandeza excitó la
envidia y lo hizo acusar, so pretexto de que con su ciencia atacaba la
verdad de los libros sagrados; encarcelado por orden del Papa, fue obligado
a retractarse ante la Inquisición. |
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Galileo |
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Otros ampliaban los conocimientos astronómicos, y se calculaba con
exactitud la reproducción de fenómenos celestes. El gran filósofo Descartes
imaginó que los movimientos planetarios eran producidos por los
torbellinos de la fuerza centrífuga, y si bien esta teoría resultó errónea,
destruyó las opiniones antiguas y ayudó a encontrar las verdaderas. |
|
Las matemáticas se aplicaban también a la hidrostática y a la estática.
Torricelli, discípulo de Galileo, explicó la razón del sifón y del barómetro.
Manrólico, Porta y Sarpi explicaron los fenómenos de la visión, las leyes
de la refracción y el iris. Se inventaron el telescopio, el microscopio y la
cámara oscura; se redujo a leyes la perspectiva y se vislumbraron las
hipótesis del magnetismo. |
Historia natural |
A la historia natural se aplicaron la observación y la experiencia,
repudiando las virtudes ocultas y taumatúrgicas, clasificando, describiendo
las plantas y los animales nuevos. Conrado Gessner fundó la zoología
sobre clasificaciones filológicas. Ulises Aldrovandi dio una historia natural
en tres volúmenes, con tablas. Jerónimo Fabricio trató del lenguaje de los
animales. Otros ilustraron algunas clases. |
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Antonio Michiel escribió la historia general de las plantas; y las nuevas
especies obtenidas con los viajes, ocuparon a muchos. En Venecia se fundó
un jardín botánico, y una cátedra en Padua. Andrés Cesalpino agrupó las
especies según los órganos de la fructificación y distinguió el sexo de las
plantas, como conoció la circulación de la sangre. Aprovechose de sus
ideas Fabio Colonna para una distinción de los géneros. |
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Hiciéronse indagaciones mineralógicas, mayormente en Alemania.
Sixto V colocó en el Vaticano una grandiosa colección de fósiles, que
fueron descritos por Miguel Mercati, por orden de armarios; Cesalpino
adoptó los sistemas fundados en la composición de los cuerpos. Jerónimo
Fracastoro descubrió que las conchas fósiles habían sido enterradas en
diferentes épocas. |
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La química no abandonaba la investigación de la piedra filosofal (cap.
140); merced a la aplicación de esta ciencia se regeneró la medicina, que
dedujo explicaciones de la fisiología. A la anatomía de Mondino se iban
añadiendo los descubrimientos posteriores, muchos de los cuales se deben
a Berenguer de Carpi. Leonardo de Vinci la estudió para uso de la pintura.
Benedetti de Legnago fundó el primer anfiteatro anatómico. Tagliacozzi
enseñó el injerto animal. Jacobo Silvio señaló un nombre a cada músculo.
Andrés Vesalio publicó tablas anatómicas y proclamó la necesidad de
cimentar la medicina sobre la anatomía. Pero escaseaban las ocasiones de
hacer esta clase de estudios, pues se consideraba como una impiedad el
disecar los cadáveres. La cirugía era aún tenida por ejercicio innoble; las
contusiones y luxaciones se curaban con productos farmacéuticos. Gabriel
Falopio, de Módena, estudió más atentamente el cuerpo humano, descubrió
muchos órganos y los describió exactamente. Adelantó la ciencia con los
estudios de Ingrassia, Aselio, Varoli, Eustaquio y Aranzi. Fabricio estudió
principalmente las venas, y tuvo por alumno al inglés Harvey, autor de la
obra De motu sanguinis et cordis, que describió con mayor precisión que
nadie el mecanismo de la circulación, descubrimiento que se le atribuye, no
con entera justicia. |
Medicina |
Dieron un gran paso la cirugía y la medicina. Ambrosio Paré estudió las
heridas de armas de fuego. Juan B. del Monte introdujo en Padua el
ejercicio clínico. Paracelso, aunque verdadero charlatán, curaba muchas
enfermedades con el mercurio y con el opio. Otros abandonaban los
específicos y las razones sofísticas, pedían la verdad a la naturaleza, y
tenían el valor necesario para combatir errores seculares. Algunos
describieron bien el tabardillo, la tos convulsiva, el escorbuto, el contagio
venéreo y la peste bubónica; sin embargo aún se usaban remedios
empíricos y supersticiosos, y era muy común unir a la medicina las
observaciones astrológicas. |