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242.- Hungría y Transilvania

       En la constitución húngara se unían los males del feudalismo a los de la monarquía electiva; añadíase la animosidad entre los Católicos y los Protestantes, sin contar las intrigas de la Turquía, la cual, deseosa de aquel país, incitaba a los príncipes de Transilvania. Estos, ricos por los minerales, eran acariciados por las potencias; pero habiendo vencido Ragotzki en la guerra, el Gran Turco pensó apoderarse de la Transilvania. El Austria se opuso; sin embargo, los celos de los Húngaros impidieron las empresas, y se concluyó con una tregua de 20 años. Esta dio campo al Austria para realizar el pensamiento, largo tiempo acariciado, de hacerse hereditaria la corona, lo que fue mas fácil después de haber fracasado la conjuración del conde Zrini, en la cual estaban complicados muchísimos nobles. Después de horribles ejecuciones, Leopoldo quiso cambiar la constitución, impuso un tributo y declaró absoluta la autoridad real. La sangre reclamó venganza, y los Descontentos publicaron Las cien quejas de los Húngaros contra los Alemanes, alentados por la Turquía y por Luis XIV; su jefe Tekeli (476) fue saludado por la Puerta como señor de la Hungría media. Después de haber vencido a los Turcos, Leopoldo trató de someter a los Húngaros por medio del perdón; pero el gobernador Caraffa se entregaba a la crueldad, condenando por simples sospechas; fue abolida la elección real, como el derecho de insurrección; coronaron rey a José, hijo del emperador, y llamaron a muchos Griegos de la Bosnia y de la Croacia para la repoblación de Hungría.
 
1664
 
 
1687
     La Transilvania fue también invadida por los Austriacos, y reducida a igual servidumbre por medio de la crueldad, servidumbre confirmada en la paz de Carlowitz; ambos países sirvieron después de barrera contra los Turcos.
1705      José II (477) desplegó gran fuerza en la guerra de sucesión y contra los duques de Mantua y los Bávaros; mitigó en Hungría las persecuciones, pero tuvo que emplear las armas para reprimir a Ragotzki. Carlos VI, sucesor de José, confirmó los privilegios de los Húngaros, excepto el derecho de insurrección; devolvioles la corona de San Esteban, y los Magiares fueron terribles para los Turcos al par que fidelísimos al Austria.




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243.- Península Ibérica

     La España decaía de su amenazadora grandeza; se impuso silencio a las Cortes; la generosa nobleza se hizo cortesana; la intolerancia hizo expulsar a los Moros y a los Hebreos con su importantísima industria. La costumbre de hostigar a los Moriscos inclinó a usar de cierta ferocidad con los Italianos, los Flamencos, los Portugueses y los Americanos. Los reyes, encerrados en suntuosos palacios, no podían dar vida a tan extensa monarquía. Mientras los doblones españoles corrían por toda Europa, no se lograba reprimir a las bandas, ni dar bastante pan al pueblo. El fausto encubría la miseria.
Gongoristas      La literatura se perdía también. Las sutilezas árabes, unidas al énfasis andaluz, originaron el estilo culto de los Gongoristas. El más ingenioso de esta escuela fue don Francisco de Quevedo (1580-1649) [sic], agudo en la sátira, que miró más al efecto que a la verdad del pensamiento. Francisco Moncada describió la expedición de los Almogávares. Bajo Felipe IV floreció la literatura dramática con Lope, Calderón, Solís, Moreto, Tirso de Molina, Rojas y otros. Fueron muchos los poetas; Lorenzo Gracián (478) dictó los preceptos del gongorismo [sic], sosteniendo que no se debe ser vulgar en nada.
Felipe IV      Felipe IV intentó restaurar la nación con su ministro el conde-duque de Olivares, el cual publicó reglamentos, mayormente para reprimir el lujo, dificultando la industria ajena, en vez de favorecer la nacional. Los galeones de América caían en poder de enemigos; los Países Bajos trataron de constituirse en república; Nápoles se sublevó con Masaniello (479); los Catalanes prorrumpieron en sangrienta rebelión, que fue ferozmente reprimida.
Portugal      Portugal, que hacía 60 años estaba bajo el yugo español, perdía sus posesiones en la India, de las cuales se apoderaban los Holandeses. Juan de Braganza, poseedor de la tercera parte del territorio del reino y descendiente de los antiguos reyes, se sublevó y le secundaron en seguida las colonias, de modo que con muy poca sangre se llevó a cabo la revolución. La Iglesia, los nobles y el pueblo en las Cortes declararon que les pertenecía la soberanía, y la confirieron a Juan de Braganza, que fue sostenido por Francia, Suecia, Holanda e Inglaterra. El rey se dedicó a restaurar el país y la hacienda y a recobrar las colonias. España reconoció la independencia de Portugal, que en la paz con los Estados de Holanda recuperó el Brasil, aunque perdiendo las Molucas, Ceilán y el Cabo. De modo que Portugal recobraba su independencia, pero no su antigua gloria. Otros pueblos le habían cerrado el campo de las empresas; los barones se reducían a gentileshombres, bajo reyes nada dignos de elogio.
 
1641
 
 
       En España, la pérdida de Portugal y los desórdenes de la hacienda determinaron la caída de Olivares, a quien sustituyó su sobrino Luis de Haro, que mejoró la administración y dio pruebas de tacto político en las paces de Westfalia y de los Pirineos, verdadera declaración de la impotencia de España.
1643
1665      Felipe, hombre piadoso pero rey inepto, tuvo por sucesor a Carlos II, de cuatro años, bajo la regencia de Ana de Austria, entre intrigas palaciegas, proyectos de negociantes, desordenadas devociones, especulaciones de los Hebreos, rigores de la Inquisición y ataques de los corsarios.
       Luis XIV había hecho casar a Carlos II con su sobrina Luisa de Orleans, y como no tuvieran descendientes, triplicaron las intrigas de Francia, Austria y Saboya para la sucesión. Escribiose mucho sobre ello, en tanto que se preparaban armas para renovar el antiguo litigio entre Austria y Francia. Luis XIV, fundándose en un testamento de Carlos II, hizo proclamar rey a su hijo [sic] Felipe V, que entró triunfante, en Madrid, y se preparó a sostener sus pretensiones contra una liga de todas las potencias, celosas del incremento de Francia. En Italia primero, y luego en España y en el mar se combatió ferozmente. La Francia se halló reducida a estrechísimo partido; la España cambiaba a menudo de dueño y por mucho tiempo se negoció la paz que por fin se concluyó en Utrecht, donde Inglaterra apareció por primera vez árbitra de los destinos de Europa, favoreciendo a las potencias de segundo orden, a fin de que ninguna de las mayores prevaleciese. Francia reconoció la dinastía de Hannover, prometió no unir jamás su corona con la de España, desmanteló la fortificación y el puerto de Dunkerque, restituyó a Inglaterra la bahía de Hudson, la Nueva Escocia y Terranova, y a Portugal las tierras situadas al Norte del río de las Amazonas.
 
Guerra de Sucesión
1701
1713
Paz de Utrecht
 
     España cedió la Sicilia, Nápoles y Cerdeña; dejó a los Ingleses Menorca y Gibraltar y el derecho de transportar cada año 4800 Negros a América. A la Saboya, para que su poder se equilibrase con el de sus vecinos, se le asignaron mayores confines, restituyéndole la Saboya, Niza y toda la pendiente italiana de los Alpes Marítimos, cuya cumbre marcaba los límites de Francia; obteniendo el duque la Sicilia con el título de rey y la expectativa del trono de España.
     Los Estados Generales mejoraban sus confines. El emperador no quería desistir de sus pretensiones sobre España, hasta que las victorias de Villars le obligaron a aceptar la paz de Rastadt, por la cual se le aseguraron Nápoles con el Estado de los Presidios, Milán, Mantua, Cerdeña y los Países Bajos, dejando a Francia Estrasburgo, Landau, Huninga, Neuf-Brisac y la soberanía de Alsacia. ¡Nada se estipuló en favor de los pueblos, que tanto habían sufrido!




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244.- Muerte de Luis XIV

     Aquella época está llena del nombre de Luis XIV, el cual había amenazado la independencia de toda Europa, y hasta puesto en peligro la de Francia. En la guerra de sucesión se halló sin dinero, sin ejército, sin aliados, y en último extremo pensaba armar a la nación y ponerse él mismo al frente. Vauban, tan hábil estadista como excelente general, sugería expedientes para aminorar la miseria. Fénelon, que había desaconsejado aquella guerra, deploraba sus consecuencias; pero la obstinación de los enemigos en querérselo quitar todo a Luis, les condujo a tenerle que restituir lo perdido.
     Luis solo supo adornar el poder absoluto, preparando su ruina para cuando se desvaneciese el prestigio. Dejó pobre al pueblo, y rico el palacio en tesoros inútiles, un parlamento servil, muchos hijos naturales que hubiera querido legitimar para la sucesión, a falta de legítimos; pues había perdido al delfín, de quien solo quedaba un hijo.




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245.- Escandinavia

       Muerto Gustavo Adolfo en el campo de Lützen, le sucedía en el trono de Suecia su hija Cristina, dirigida por Oxenstiern, al cual se opuso La Gardie. Fue espléndido el reinado de Cristina, pero sin ningún mérito por su parte, pues empleaba el tiempo en discusiones teológicas; parecía hombre en todas sus acciones; una de sus extravagancias fue la de abdicar en favor de Carlos Gustavo, aunque reservándose la soberanía sobre algunas tierras y sus propios siervos y comensales. Habiendo reunido dinero, se fue a Innsbruck donde se declaró católica, y luego a Roma, teniendo una fastuosa corte en el palacio Farnesio, donde acogía a los hombres más distinguidos de su época. Se mezclaba en todos los enredos políticos; iba de un punto a otro, y en Francia mandó matar a su caballerizo mayor Juan de Monaldeschi, queriendo ejercer el derecho que se había reservado. Murió en 1689.
1632
Cristina
 
 
 
1654
 
       Carlos X, durante su breve reinado, puso remedio a los males ocasionados por la ambición de Gustavo Adolfo y las disipaciones de Cristina; trató de enseñorearse del Báltico; en la guerra contra Dinamarca, pasó el Gran Belt por encima del hielo y con la paz adquirió la isla de Aland (480), la Escania y la Bleckengia. No contento con esto, ansiaba el reparto de la Polonia y desembarcar en Italia con 80 mil hombres y 40 mil caballos, para fundar allí una nueva monarquía de los Godos. Pero seis potencias se opusieron al ambicioso que dominaba el Norte y amenazaba con la servidumbre a los Eslavos, y se concluyó el tratado de Oliva, que aseguraba las relaciones entre Suecia, Dinamarca y Prusia.
1658
1660
     Este ambicioso murió a la edad de 36 años, y su hijo Carlos XI no anheló más que la guerra, tanto que tuvieron que refrenarlo las potencias.
     En Dinamarca, Federico III procuró dar tranquilidad al país; el clero y los Comunes quisieron que la corona fuese hereditaria y absoluta (ley regia, 14 de noviembre de 1665), pudiéndolo todo el rey, salvo tocar a la Confesión de Augsburgo. Siguió una serie de buenos príncipes que no dejaron desear las libertades perdidas. Copenhague fue capital del reino, en el cual se introdujeron artes y leyes.
     Carlos XI procuró hacer otro tanto en Suecia, deprimiendo a la alta nobleza y al Senado, y apoyándose en los órdenes inferiores, que declararon que únicamente al rey pertenecía la autoridad legislativa. Carlos no abusó de ella; reprimió a los agiotistas, restauró la hacienda, e hizo afluir el dinero que había desaparecido ante la abundancia de los billetes de banco.




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246.- Polonia

       Las potencias vecinas, viendo la defectuosa constitución de la Polonia, se proponían desmembrarla, y la perturbaban desde luego. Con motivo de una elección de rey, más de 300 mil Cosacos, en unión de 170 mil Tártaros, asolaron el país. Casimiro tuvo que prometerles un tributo, y ceder a la Rusia muchas provincias. Los Cosacos, ora favorables, ora contrarios, variaban siempre la extensión del país. En el interior, no se querían las reformas convenientes a la civilización; estaban corrompidos los administradores; se renovaban las guerras a cada elección de rey; y enardecían los ánimos las controversias religiosas entre católicos, luteranos, socinianos y griegos. Casimiro, que había sido fraile y cardenal, se hizo monje, y fue el último varón de los Vasa. La asamblea, que había andado a tiros, eligió a Miguel Wisniowiecki, de la estirpe de los Piasti; pero se vio asediado por enemigos interiores y exteriores. Juan Sobieski venció a unos y a otros, salvó a Viena y mereció ser elegido rey; pero perdió su prestigio aliándose con Rusia, a la cual fueron abandonadas la Ucrania y la Lituania, mientras los Cosacos devastaban hasta Lemberg.
1668
 
 
     Muerto él, su hijo ofreció por la corona 5 millones de florines, y 100 mil cada año. Federico Augusto de Sajonia, ofreció diez millones, y un grueso ejército para recuperar lo perdido. Naturalmente prevaleció éste último y se le ciñó la corona.




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247.- Rusia

   
       Rusia adquiría la superioridad en el Norte. Los grandes príncipes de Moscú se habían dedicado activamente a reconstituir la nacionalidad propia. Juan III (481) pudo asegurar la independencia, y con fuerza y astucia se hizo respetar en Europa; durante los cuarenta años de su reinado, asumió los distintos señoríos, negó el humillante tributo que se pagaba a los Tártaros; quitó a Novogorod y a otras ciudades sus privilegios; conquistó el reino de Kasán (482); reformó arbitrariamente el clero y el culto; acogió a doctos griegos; confió al florentino Fioravante la construcción del Kremlin, y a otros italianos la de palacios e iglesias; publicó un código en virtud del cual él era árbitro de las sentencias; mandó embajadores a las cortes europeas, y tomó por escudo el águila de dos cabezas de los Paleólogos con el San Jorge de Rusia. Esperaba expulsar de la Grecia a los Turros, y de la Moscovia a los Tártaros; sin embargo se veía obligado a soportar el predominio de la Puerta.
Juan III
1462
 
1479
 
 
 
 
1505      Otro tanto hizo su sucesor Basilio IV, astuto y firme y bárbaramente déspota. Juan IV (483) completó el código, dio algunos derechos políticos a los súbditos, abrió escuelas y una imprenta en Moscú, e hizo abolir ciertos ritos supersticiosos; sustituyó la milicia feudal con los Strelitz, armados de fusiles; constituyó en una especie de república a los Cosacos del Don, con cuyo auxilio combatió a los Tártaros y destruyó enteramente al Kan de Crimea. Habiéndosele alterado el juicio, le entró tal frenesí de sangre y desolación, que degolló a millares de víctimas y a su propio hijo; y mientras le traían desventaja las guerras de Europa, conquistaba la Siberia, donde las tropas construyeron a Tobolsk.
Juan IV
 
 
 
 
 
Teodoro      Teodoro (484), débil e inerte, fue gobernado por el Tártaro Boris Godunov, despiadado, pero hábil y valeroso; éste hizo nombrar un patriarca de la Rusia, emancipándola de este modo del griego de Constantinopla. Concluida con Teodoro la estirpe de Rurik, Boris supo hacerse elevar al trono, cuya posesión le disputaron varios pretendientes, entre ellos un falso Demetrio, supuesto hermano de Teodoro, que consiguió ser proclamado zar. Acudió una serie de falsos parientes, hasta que fue elegido Miguel Romanov, cabeza de la dinastía aún reinante. Este devolvió la paz a la Rusia, sacrificando países a la Suecia y a la Polonia; trató con la Francia, con la Persia y con la China.
1585
 
 
Romanof
 
     A su hijo Alejo se sometieron los Cosacos de la Ucrania hasta el Dniéster; tuvo la primera guerra con la Puerta; procuró introducir las costumbres europeas e hizo revisar el código de Juan III. El patriarca, ya del todo independiente, fue la primera autoridad después del zar; unificó el rito, y se abolió el uso de excomulgar cada cuaresma al Papa y a los católicos.
     Las arrogantes pretensiones de los nobles eran cansa de desorden en el ejército y en el gobierno, y se fundaban en la antigüedad de las familias. Teodoro, hijo de Alejo, se hizo presentar los títulos de cada familia y los quemó, sin abolir por esto la superioridad de los nobles o boyardos.
Pedro el Grande      Habiendo muerto sin hijos, tuvo por sucesor a su hermano Pedro, de nueve años de edad, bajo la regencia de su madre, al principio, y de su hermana después. Reprimió ferozmente la sublevación de los Strelitzes y pretendientes; salió vencedor de la prueba de los vicios a que se le expuso, y librándose de su hermano y su tutora, se encontró, a los 17 años de edad, al frente de la monarquía más vasta de Europa, cuyo territorio se extendía desde Arcángel hasta el mar de Azov, con un pueblo tosco, pero unido, con grandes que eran esclavos, y donde podía mandar que a centenares se presentasen a hacerse ahorcar o decapitar, llevando ellos mismos el palo o el hacha. Pedro se propuso instruir de pronto al pueblo en las costumbres europeas; él mismo fue a Holanda a trabajar confundido con los obreros en los arsenales; fue de corte en corte estudiando lo que podía ser útil a los suyos. Sintiendo sobre todo la necesidad de dominio en el mar, fortificó a Azov y hostigó a la Suecia.
1682
 
 
 
 
 
 
 
 
Carlos XII      En Suecia reinaba Carlos XII, excelente militar, espíritu aventurero, aficionado a las matemáticas a la caza, a los peligros; austero de costumbres y deseoso de imitar a Gustavo Adolfo. Federico Augusto, rey de Polonia, anhelaba recuperar los países que ésta había cedido a la Suecia, como Pedro ansiaba el acceso al Báltico; ambos, pues, ambicionaban la guerra, que estalló con motivo del Schleswig y del Holstein. Carlos XII rechazó a los Rusos de Narva, con grandes destrozos; Pedro se aplicó a mejorar sus tropas, mientras que Carlos invadió la Polonia, entró en Varsovia, y se negó a toda concesión, mientras no fuese depuesto Augusto. Fue, en efecto, sustituido por Estanislao Lesczynski, que se alió con Carlos, el cual persiguió a Augusto en la Sajonia hasta que le hubo obligado a deponer las armas. Entonces le agasajaron los reyes; se declaró protector de los Protestantes, aunque dejó que tomase alientos el Moscovita, que adquirió un puerto en el Báltico y alcanzó la primera victoria naval de aquella nación, fundó a San Petersburgo a orillas del Neva y la eligió por capital. Tarde acudió Carlos, empeñado siempre en dar los reyes a la Polonia; pasó el Vístula por encima del hielo, y el Beresina, amenazando a Moscú. Confiado en los Tártaros capitaneados por Mazeppa, Carlos adelantaba impróvidamente, pero resultando derrotado y herido en Poltava (485), huyó a los Turcos, de entre los cuales no pudo salir. Prisionero y todo, quería mandar; gozaba de simpatías entre el pueblo y los grandes, y después de extrañas aventuras, volvió a Estocolmo; rotas de nuevo las hostilidades, vio tomado a Stralsund por los Prusianos, y queriendo rehacerse sobre la Noruega de las pérdidas sufridas en el Báltico, quedó muerto en Frederikshald (486), a la edad de 36 años.
 
 
1700
 
 
1703
 
1709
 
 
 
 
       No queriendo más guerras, el país eligió por reina a la hermana de Carlos, Ulrica Leonor, bajo la cual prevaleció el partido patriótico, o aristocrático. El zar Pedro desembarcó devastando las provincias suecas, hasta que con la mediación inglesa se hizo la paz, extendida a las demás potencias del Norte, deseosas de poner un límite a las ambiciones de Pedro. Suecia cedía a Rusia la Livonia, la Estonia, la Ingria, parte de la Carelia con las islas de aquellas costas; al mismo tiempo perdía casi todas sus posesiones de la Germania y el paso por los estrechos, mientras que la Rusia, transformada en potencia europea, con ejércitos victoriosos, veía a millares de prisioneros suecos fundando manufacturas. Pedro se tituló emperador de todas las Rusias, y aplicó todos sus cuidados a constituir y civilizar la nación; aumentó los armamentos, la navegación, los herramentales, la cultura literaria y científica, adoptando un despotismo sin dignidad y sin nobleza, y tratando a los súbditos como si fueran un pueblo bárbaro. Abolió el patriarcado, para organizar la Iglesia a su antojo, enriqueciendo el erario con los bienes de ésta. Suponiendo un bien universal, sacrificaba el bien y los sentimientos de cada uno, y quería ajustarlo todo a una civilización convencional, jactándose de haber vestido de hombres a un rebaño de osos.
1718
1721
 
 
 
 
 
 
 
 
 
       Igualmente despótico en el seno de la familia, repudió a Eudoxia porque era aficionada a los usos del país; tiranizó a su hijo Alejo hasta que lo hizo condenar a muerte. Catalina, mujer vulgar con la cual se casó Pedro, dio con él un viaje por Europa, y los esposos imperiales asombraron por sus extravagancias y su grandeza. Las infidelidades de Catalina turbaron los últimos días de Pedro, que merece más el título de extraordinario que el de grande.
1725
 




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248.- Italia. Dominación española

     A las antiguas libertades sucedieron en Italia las dominaciones de hecho. En todas partes no se contemplaban más que necesidades en los príncipes y miseria en los pueblos; el principal interés de aquellos era exigir grandes contribuciones; estos se sentían afligidos principalmente por el temor de morir de hambre.
     El gobierno, que oprimía a la plebe, permitía el renacimiento del feudalismo; y los barones daban rienda suelta a sus antojos, resguardados por sus castillos; la campiña era molestada por bandidos, mientras que en el recinto de la ciudad los príncipes y los embajadores fomentaban el delito. La hipocresía dominó a una sociedad artificial, mala, decrépita. Hasta la literatura revestía el oropel ridículo de las vanidosas costumbres.
       De las antiguas repúblicas continúan existiendo Luca y San Marino, además de Venecia y Génova. La casa de Este domina a Módena, los Farnesio a Placencia, los Cibo a Massa y Carrara; los Appiani y los Ludovisi a Piombino; las Pico poseían la Mirándola; los Gonzaga reunían a Mantua el Monferrato; los pequeños príncipes de la Romania desaparecieron. Cuatro sistemas de política dividían la Italia; el de España, el de Saboya, el de Roma y el de Venecia. España dominaba el Milanesado, dejando una sombra de la antigua independencia en el senado y en las magistraturas urbanas, pero con un gobernador civil y militar, que si no correspondía directamente con las Potencias extranjeras, podía hacer la guerra por cuenta propia. Mayor era el poder de los virreyes de Nápoles, aunque contenidos par los barones que ejercían el mero y mixto imperio. Entre estos virreyes fueron notables el historiador Hugo de Moncada; don Pedro de Toledo, que dejó magníficos edificios e instituciones; el conde de Olivares, que confió a Domingo Fontana la fabricación de graneros y acueductos; el duque de Osuna, que administraba la justicia a su antojo, reprimía a los nobles, y pensaba abatir a Venecia y proclamarse rey.
 
 
 
1552
1616
 
 
 
1647      El lujo y un grueso ejército obligaban a aumentar las contribuciones; cansado de las cuales el pueblo de Nápoles se sublevó tomando por jefe al pescador Masaniello, el cual se encontró por algún tiempo dueño de la ciudad, pero no tardó en ser degradado y muerto. Sin embargo, duró la sublevación, y don Juan de Austria acudió para reprimirla. Pero el pueblo, guiado por Jenaro Anesio, resistió y acudió a Francia, siempre dispuesta a perjudicar a los Españoles. Acudió, efectivamente, Enrique de Guisa y se hizo proclamar duque de Nápoles; pero pronto fue preso, degollado Anesio, y rechazado Tomás de Saboya que quería sacar partido de las turbulencias.
Masaniello
 
 
 
       También habían pasado los hermosos días de Venecia, que se veía obligada a mantener el apoyo de Turquía por medio de tributos, y a guardarse del Austria, deseosa de unir sus países eslavos e italianos con los alemanes. Ya dijimos sus controversias con el Papa. Pero éste no la molestaba tanto corno los Uscoques que desde Clissa y Zengh infestaban el Adriático. Los Diez habían quedado siendo tribunal supremo, que velaba sobre todos los actos, principalmente de los nobles, castigándoles con tremenda justicia secreta. De improviso el consejo mandó prender y dar muerte a algunos extranjeros, y se dijo que Bedmar, embajador de España, había tramado con el duque de Osuna una conjuración para incendiar a Venecia y dar muerte a los jefes.
 
 
 
 
Conjuración de Bedmar
1618




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249.- Saboya

       Al paso que unas decaían, se alzaba una nueva potencia; la Casa de Saboya. Esta dependía del emperador de Alemania, y aprovechaba las circunstancias para engrandecerse a expensas de sus vecinos. Amadeo VIII obtuvo el título de Duque y estableció la sucesión en el primogénito, a fin de que el Estado no fuese ya dividido entre los hermanos. Los sucesores fueron a menudo expoliados por los Suizos y los Franceses; pero Manuel Filiberto, valeroso guerrero, recobró con la paz de Cateau-Cambrésis las posesiones antiguas; fortificó las ciudades, instituyó una milicia, y pudo intervenir en las cuestiones de entonces, mientras que en el interior consolidaba la monarquía, y restauraba la población y la industria.
1416
 
Manuel Filiberto
1555
 
Carlos Manuel      Su hijo Carlos Manuel, llamado el Grande, obtuvo de Enrique IV a Saluzzo; favoreció a los literatos, a los sabios y a los prelados, y con astuta política sacó partido de las rivalidades entre España y Francia, volviéndose la casaca según le convenía; asumió el título de rey de Chipre, trató de prevalecer en Francia, aspiró a la corona de Italia, intentó recuperar a Ginebra con un famoso asalto, que se malogró, y ansiaba la posesión de Génova para tener un pie en el mar.
1584
 
1602      La Valtelina fue causa de nuevas agitaciones en Italia; dominada por los Grisones, fue el refugio de muchos Protestantes. Cansados de la opresión, los Católicos los degollaron; y entonces Austriacos, Franceses y Españoles trataron de ocupar aquel valle; Carlos Manuel aconsejaba a la Francia que invadiera el Milanesado y ocupase a Génova.
Valtelina
 
 
       Esta había sido reorganizada por Doria después de la conjuración de los Fiesco, y excitaba la codicia de España, de la Toscana y principalmente de Carlos Manuel, el cual, además de suscitarle enemigos, armó con César Vachero una conjuración que costó a éste la cabeza.
1627
     Los Gonzaga, señores de Mantua y de Guastalla, habían adquirido también el Monferrato. Cuando Francisco IV murió dejando una sola hija de cuatro años, Carlos Manuel su suegro, deseoso de poseer el Monferrato, lo invadió a despecho de los Españoles, que lo consideraban peligroso para el Milanesado. De aquí nació una larga guerra, en la cual Carlos Manuel se proclamaba libertador de Italia; pidió auxilio a Venecia y a Francia, pero no obtuvo otra cosa más que una gran reputación militar.
       Muertos después Fernando y Vicente de Mantua, se presentó para sucederles otra rama de los Gonzagas, señores de Nevers. Entonces Carlos Manuel volvió a alegar sus pretensiones; opusiéronse al de Nevers los Españoles y los Imperiales; Luis XIII fue en persona a combatirlos y ocupó a Susa, fortificó el Piñerol, y ardió en guerra encarnizada todo el país. Empeoraron la situación las bandas alemanas, aguerridas en la guerra de los Treinta años, que devastaron la Lombardía, saquearon a Mantua y difundieron una de las pestes más mortíferas.
1628
 
1630
       Víctor Amadeo, nuevo duque de Saboya, moderado y leal, tuvo que firmar el tratado de Cherusco por el cual se cedía a los Franceses el Piñerol y los valles Valdeses; Víctor Amadeo obtuvo a Turín y parte del Monferrato, y luego se vio obligado a aliarse con aquellos para conquistar el Milanesado y el paso de la Valtelina. Corrió, pues, nuevamente la sangre, hasta que la Valtelina fue restituida a los Grisones.
 
1639
     Muerto Víctor Amadeo, le sucedió Carlos Manuel II, de edad de cuatro años; España y Austria se empeñaron en dar la tutela a los tíos del niño, al paso que los Franceses sostuvieron a Madama Real, hija de Enrique IV. Los Franco-Piamonteses combatieron con los Hispano-Piamonteses; Turín fue tomada y vuelta a tomar; y se repartió el dominio bajo la humillante tutela francesa. El Monferrato era todavía campo de discordias y batallas, con paces efímeras.
     Carlos III, que heredó el ducado de Mantua siendo aún niño, murió sin hijos, y Luis XIV, desplegando fuerza y engaños, obtuvo a Casale, que conservó hasta 1695.




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250.- Estado Pontificio

     La paz de Westfalia constituyó legalmente protestante a la mitad de la Europa, de modo que el poder de los papas dejó de ser universal. Estos habían aumentado sus dominios con Ferrara, Urbino y Castro; pero aumentaba la deuda a causa de lo que se gastaba en edificios, obras de beneficencia, sostenimiento de partidarios, y en enriquecer a sobrinos desde que no era posible conferirles feudos. Se alzaron poderosas las casas de los Peretti, Aldobrandini, Borghesi, Barberini, Ludovisi y Farnesio. Por hostigar a estos últimos, se hicieron odiosos los Barberini. A éstos pidió severa cuenta Inocencio X, bajo el cual regían la cosa pública doña Olimpia Maldachina, su cuñada, y la Aldobrandini. Alejandro VII (Chigi), Clemente IX (Rospigliosi) y Clemente X (Altieri), ocuparon la silla apostólica con buenas intenciones, pero sin poder vencer los vicios de aquel gobierno y en aquella sociedad, cuya administración se hallaba enteramente en manos del clero. La nobleza antigua y la moderna se unían para eludir las leyes; los empleos se vendían a los ricos que de ellos sacaban gran provecho; la justicia era lenta y no imparcial; el comercio escaso; y el arte de la hacienda estaba reducido a contraer deudas (Monti), que enriquecían a los banqueros. Cada Papa quería marcar su paso con edificios, instituciones, bibliotecas y galerías.
       Los príncipes católicos, a ejemplo de los protestantes, procuraban sacudir toda dependencia de la Iglesia, Luis XIV, particularmente, luchó con Inocencio XI (Odescalchi) por la regalía y las franquicias, y por las declaraciones de las libertades galicanas.
1679
     Después de Alejandro VIII (Ottoboni) ocupó la Sede apostólica Inocencio XII (Pignatelli), que hizo firmar a los cardenales una Bula en que se condenaba el nepotismo. Clemente XI (Albani) continuó en el trono los estudios y la sobriedad a que estaba acostumbrado, construyó hospitales, graneros públicos, acueductos, el puerto de Anzio y fortalezas, una cárcel de corrección, y obtuvo mejores condiciones para los cristianos en Persia, en Abisinia y en Turquía.




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251.- Mesina y Génova. Influencia de Luis XIV

       La Sicilia sufría no menos que Nápoles. Poco antes de la insurrección de Masaniello, habían estallado otras en Mesina y Palermo. El batidor de oro José Alessi fue elegido jefe del pueblo para arrojar a los Españoles, pero no tardó en ser muerto. Sin embargo renacían las insurrecciones, principalmente por falta de pan en el granero de Italia, y también por celos entre Catania, Palermo y Mesina, y los virreyes creían dominar mejor fomentando estas rivalidades. A las malas provisiones se unían terribles erupciones del Etna, que destruyeron a Catania, y las correrías de los Turcos. Se supone que Luis del Hoyo excitó un levantamiento en Mesina con el oculto intento de quitarle los privilegios. Efectivamente la ciudad se sublevó y pidió auxilio a Luis XIV, dispuesto siempre a perjudicar a España. Este mandó la flota y venció en Lípari a la holandesa, capitaneada por el famoso Ruyter; luego, necesitando tropas, se llevó a las suyas de Mesina, cuya ciudad se halló abandonada a los Españoles, vio reducidos sus 60 mil habitantes a 11 mil, y perdió los privilegios.
1669
1676
     Luis XIV también se inmiscuía en los asuntos de Génova, y fingiendo protegerla contra la ambición de Carlos Manuel de Saboya, armó enredos y mandó su flota a bombardear aquella ciudad, que fue perjudicada en 100 millones, y tuvo que aceptar pactos humillantes y mandar el dux a Versalles a implorar la real clemencia.
1686      Cuando Luis revocó el edicto de Nantes, muchos protestantes franceses se refugiaron en los valles piamonteses, donde vivían tranquilos los Valdenses. Luis pretendió que fuesen arrojados de allí los protestantes, y Víctor Amadeo II tuvo que prohibirles el culto y dictar órdenes severísimas; luego las tropas francesas penetraron en el país con el general Catinat, y habiendo hallado una vigorosa resistencia, hicieron estragos. Muchos de los perseguidos se refugiaron en Suiza.
     Los Italianos tenían, pues, sobrados motivos para desconfiar de Luis XIV; sin embargo se dejaron deslumbrar por su esplendor, por las alabanzas de los periodistas de entonces, y por el aplomo con que él mismo se titulaba grande. Quien velaba por la independencia italiana era Inocencio XII, que reprobaba al emperador y al rey. Clemente XI pensó servir de mediador entre ellos e inducirlos a volverse contra el Turco. Pero uno y otro se armaban para disputarse la sucesión española, y estalló una guerra en que fue trastornada Italia, que no tenía en ella ningún interés.
       Luis XIV y el emperador Leopoldo hicieron vanos esfuerzos para conseguir de Clemente XI que les confiriese la investidura del reino de Sicilia; el Papa quiso permanecer neutral, como padre de la Cristiandad. Los príncipes italianos se dividieron; Víctor Amadeo II, declarado generalísimo de los imperiales, venció en Staffarda, pero en el Piñerol fue vencido por Catinat, a quien escribía el ministro Louvois: «¿Me preguntáis qué haréis? Quemar, y después quemar». El Piamonte fue devastado, y Casale desmantelado y restituido al duque de Mantua. Víctor Amadeo prefirió desertar a los Franceses; recobró a Piñerol y Casale, y pudo lanzarse a mayores tentativas; se colocó entre los aspirantes al trono de España, y en una división que se propuso, se trató de darle todo el Milanesado, con tal que cediese la Saboya y Niza. Los Franceses se habían apoderado de la Lombardía y de Nápoles, merced al valor de Catinat, Villeroi, Vaudemont y Vendôme; pero el príncipe Eugenio de Saboya condujo a los imperiales a vencer en Chiari y en Cremona, sobre todo desde que Víctor se separó de Francia. Turín fue asediada por los Franceses y libertada por los imperiales, que proscribieron al duque de Mantua como traidor, y ocuparon su país, repusieron al duque de Módena, conquistaron a Nápoles y ocuparon la Cerdeña. Estos engrandecimientos inspiraron celos; la Inglaterra obtuvo para Víctor la Sicilia con el título de rey, la restitución de Niza y de los valles alpinos; dejaron al emperador el reino de Nápoles, el ducado de Milán, la isla de Cerdeña y los presidios de Toscana; la España fue excluida de la Italia, a pesar de haber parecido que iba a conquistarla toda.
 
 
 
1698
 
 
1702
 
 
 
1706
 
 
 
 
     Los Sicilianos se cansaron pronto de un rey extranjero, y éste tuvo que cambiar la isla con la Cerdeña, aunque conservando el ambicionado título de rey.
     Venecia, que aún había mostrado valor y buen sentido en la guerra de Candía, se halló miserablemente envuelta en aquellas ambiciones reales.




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252.- La Toscana

       Cosme I procuró dar prosperidad y riqueza a su país; pagó las deudas públicas; mantuvo sujetos a los Berberiscos; fomentó Academias y Universidades; hizo trabajar a los artistas, pero su política tejió una red de intrigas y violencias, y reprimió duramente los sentimientos republicanos. La malevolencia hizo decir que Don García, hijo de Cosme, en una disputa mató a su hermano Juan, cardenal, y que su padre enfurecido dio muerte al asesino, muriendo de pesar la madre Leonor. Añadíase también que Cosme amaba más que como padre a su hija Isabel.
 
 
1571
       Francisco María se sometió a la voluntad del Austria y a la de Blanca Capello. Su hermano y sucesor Fernando mejoró la hacienda, el comercio y las sederías; alcanzó victorias sobre los Berberiscos y favoreció a sabios, poetas y músicos.
1609
     Cosme II estuvo en relaciones con Fakr-eddyn, emir del Líbano, y pensaba mover guerra a la Turquía, con cuyo objeto fortaleció la marina, con ayuda de los caballeros de San Esteban.
     Fernando II procuró reparar los males de una regencia ruinosa; dio pruebas de caridad y valor en la peste de 1630; dio esplendor a la corte y a las escuelas con italianos y extranjeros de mérito; construyó jardines, casas de fieras, acueductos y fundiciones, y dio prosperidad al país. Liorna, de pueblecillo oscuro, se convirtió en puerto de primera clase, a donde acudían, con franca entrada, naves de todas naciones y gentes de toda comunión religiosa.
1723      Cosme III, en treinta y ocho años de dominio, dejó decaer el Estado y se hizo despreciable por sus aventuras domésticas. El último de los duques fue Juan Gastón, el cual, careciendo de hijos, se vio rodeado de pretendientes intrigantes, y en vano procuró que los Florentinos, al extinguirse la dinastía a que se habían obligado a servir, recobrasen la libertad.




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253.- Literatura italiana. Bellas artes

Tasso      Tránsito entre la edad precedente y la nueva es Torcuato Tasso (1544-95), que en la Jerusalén libertada escogió un asunto épico de los más grandes, aunque en la ejecución no rayó a toda la altura posible. Su Aminta es uno de los dramas más correctos.
Marini      Ya se notan en él los defectos de estilo que más sobresalieron en el napolitano Marini (el Adonis, 1596-1622), poeta sin dignidad, que introdujo la exageración española, las metáforas extravagantes, el prurito de querer causar asombro. Detrás de él se formó la escuela que fue designada con el nombre de Secentistas, con frases ampulosas, insípida afectación y trivialidades, con la manía de acumular ideas disparatadísimas, como llamar a las estrellas cequíes ardientes de la banca de Dios, a la luna tortilla de la sartén celestial. La elocuencia del púlpito se engolfaba en estas repugnantes bellezas. Sin embargo floreció entonces el más ilustre de los predicadores, Pablo Segneri (1624-94).
     Pareciendo inspirada la naturalidad, se puso mayor cuidado en la frase, el periodo, el estilo afectado, en decir todas las cosas del mejor modo; si algunos abusaron de esto, otros dieron sabias reglas (Corticelli, Nisieli, Cinonio, Salviati, Gigli, Salvini); Trajano Boccalini hizo agudas sátiras en los Cuentos del Parnaso y en la Piedra de toque de la política. Alejandro Tassoni, con su Cubo robado, y Francisco Bracciolini, con la Burla de los Dioses, dieron ejemplo de los poemas heroico-cómicos. Nicolás Fortiguerri quiso desacreditar a los poemas románticos componiendo cada día un canto de su Ricardito.
     Cristina de Suecia reunía a los hombres de talento en el palacio Farnesio de Roma, donde nació la Arcadia, academia en la cual revestía un carácter campestre y pastoril; vanidad ridícula que, sin embargo, corregía la ampulosidad y el énfasis. Versificaron bien Gabriel Chiabrera, Virente Filicaja, Alejandro Giudi, y con ellos Menzini, Zappi, Maggi y Marchetti. Ensayó la tragedia Vicente Gravina, que escribió además la Razón poética. Luis Sergardi, con el nombre de Quinto Settaro, compuso sátiras latinas muy mordaces. En general, los literatos italianos permanecían ajenos al gran movimiento de ideas que sacudía a la Europa.
     En las Bellas artes, más que en la originalidad, se prefería la imitación y el eclecticismo; parecían sublimes los artistas que reuniesen la gracia de Rafael, el dibujo de Leonardo, el colorido de Tiziano, el movimiento de Tintoretto, la magnificencia de Paolo, la fuerza de Correggio, la inventiva de Miguel Ángel, con lo cual en vez de grandes artistas se tenían caricaturas de los grandes genios. Con tales artes adquirieron renombre Federico Baroccio de Urbino y los Garacci de Bolonia. De la numerosa escuela de estos salió el Dominiquino (1581-1641), que meditando mucho los asuntos, llegó a una verdadera originalidad, lo que le valió la saña de sus contemporáneos. Francisco Albano (1578-1660), pareció incomparable en la reproducción de la gracia infantil Miguel Ángel de Caravaggio pretendía copiar la naturaleza en lo que tiene de más enérgico y caprichoso; todo lo contrario era el caballero de Arpino, amanerado y pulcro, lo mismo que Guido Reni (1575-1642), sin conceptos originales, pero límpido y variadísimo en los trajes, en las fisonomías y en las actitudes. Guercino fue aficionado a los gallardos contrastes de luz y sombra. Lafranco de Parma, Pedro de Cortona, el Españoleto y el Calabrés, guerrearon no menos con el pincel que con los puñales. Maratta adquirió el nombre de Carlos delle Madonne, y Jordán el de Lucas Fapresto por la rapidez con que ejecutaba. Salvador Rosa pareció original, siendo extraño e improvisador. Entre los Florentinos merecen citarse Cigoli, Allori, Carlin Dolce, Sassoferrato y Lorenzo Lippi. Casi todos supieron, además, la escultura y la arquitectura, y entonces más que nunca se comprendió la perspectiva.
     La escuela de Cremona produjo artistas como los Campi y la Anguissola, la de Bolonia a los Procaccini, padre e hijo, a quienes siguieron Salmeggia y los Milaneses, entre los cuales sobresalieron Cerano y Daniel Crespi. Mucho hacían trabajar los patricios de Génova, donde se distinguieron los Calvi, los Semini, Cambiaso, Carloni y Strozzi. Moncalvo es el único citado entre los Piamonteses. El ejemplo de Tintoretto perjudicó a los Venecianos, entre los cuales se distinguieron Jacobo Palma, los Varotari, más tarde Tiépolo y el famoso perspectivista Antonio Canale.
     Generalmente, en pintura y en escultura, se hacía lo mismo que en la poesía; no se veían más que actitudes amaneradas, composiciones vulgares, exagerados contrastes de claro-oscuro, trivialidad universal. En arquitectura, las nuevas fantasías no se contentaban con los órdenes clásicos, y se retorcieron las columnas, que se envolvieron con pámpanos de bronce y se variaron de un modo extravagante; en unos puntos parecen divididas en dos; en otros figuran estar próximas a caer, pero un ángel las sostiene. Este extravagante estilo domina en los palacios y en las muchísimas iglesias de aquel tiempo.
Bernini      Gran imaginación tenía Lorenzo Bernini (1598-1680), pero aspiró a la novedad; era pintor, escultor y arquitecto; su género de escultura era pintoresco, con conceptos sin estudio ni conveniencia. Sabia adaptar a los lugares sus creaciones arquitectónicas, como en las fuentes de Roma; hay de él magníficas escaleras, el altar mayor del Vaticano, la cátedra de San Pedro y la sorprendente columnata de la plaza. En Francia fue llamado a terminar el palacio del Louvre y alcanzó allí señalados triunfos; trabajó sin descanso hasta los ochenta y dos años de edad.
     No llegaron a su altura sus secuaces; Carlos Fontana y Borromini llenaron a Roma de construcciones, donde aparece lo difícil sin belleza, lo exagerado sin vigor, lo caprichoso sin novedad. Más correctos fueron los escultores Algardi, Maderno y Fiammingo. Fansaga en Nápoles, y Longhena en Venecia, dejaron pomposas monstruosidades, como hicieron otros en otras partes, en un tiempo en que tanto se construyó.
     Las academias de extranjeros, instituidas en Roma, difundían aquel gusto entre las naciones. La España dejó las tradiciones góticas y moriscas, y confió la erección de grandes edificios a Pellegrini, Juvara, Sacchetti, Bonavia y Ribera. El naturalismo de los italianos prevaleció hasta en la pintura, pero fue grande Velázquez en la imitación de lo verdadero y en el claro-oscuro. Murillo (1618-82) se conservó puro de los defectos dominantes, con alegre colorido y estudio de la naturaleza. Subleyras pasó de España a Italia y alcanzó gran reputación. Rubens de Colonia (1577-1640) atendió más al colorido que a las formas y al dibujo; se cuentan 1310 obras suyas. Los retratos de Van Dyck (1599-1641) ceden apenas a los de Tiziano. Rembrandt conoció los efectos de la oscuridad. Bamboccio trató escenas de la vida cuotidiana, animando vigorosamente pequeñas figuras.
     Entre los Alemanes también se difundió el estilo abigarrado, que se extendió hasta Rusia. Yñigo Jones hizo sus estudios en Italia, se ejerció en Dinamarca e introdujo en Londres, su país, la manera de Palladio. Cuando el incendio de 1666 destruyó las casas de madera de Londres, Cristóbal Wren dio el plano de la nueva ciudad, pero no fue aplicado, por economía; este artista alzó la iglesia de San Pablo, que vio concluida al cabo de treinta y cinco años.
     Los Italianos llamados a la Corte francesa, fueron los legisladores del gusto, que pronto se amaneró. Freminet y Vouet empuñaron el cetro artístico hasta que se amparó de él Nicolás Poussin (1594-1665), el cual estudió en Roma con el paisajista Claudio Lorenés (1600-82), y se formó un estilo propio, en disidencia con los académicos.
     Callot (1593-1635) reproducía en vivaces cuadritos la vida del soldado, del gitano, y otras fantasías, y compuso en un solo día algunos de sus 1900 cuadros. Le Sueur, a pesar de estudiar a los italianos, conservó sus propias inspiraciones, y son admirados sus veintidós cuadros de la historia de San Bruno. Claudio Lebrun fue árbitro de la Academia real de pintura y escultura de París, pintor de Corte, dispensador de las comisiones a quien siguiera su gusto, que desplegó principalmente en la galería de Versalles pintando de una manera fastuosa los fastos del gran rey. Como director de la Academia le sucedió Mignard (1608-96), ensalzado por los literatos a quienes halagaba, y fue melindroso, como en general el arte de entonces. A Puget le llaman el Miguel Ángel francés, porque brillaba en la escultura, en la pintura y en la arquitectura. Uno de los talentos más universales fue Perrault, que completó el palacio del Louvre y parte del de Versalles, donde Luis XIV quiso tiranizar a la naturaleza y someterla a fuerza de arte y dinero. Andrés Le Nôtre no tuvo rival en el arte de trazar jardines a la francesa.




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254.- Filosofía y ciencias sociales

     Las Universidades, que en la Edad Media habían sido centros del saber, se convirtieron en lugares de preparación para profesiones lucrativas. La decadencia de la escolástica dejó un vacío, que se quería llenar con artificiales combinaciones de sistemas antiguos, o tentativas de novedades, separando la indagación filosófica de la teológica. Pedro Gassendi (1592-1655), repudiando definitivamente a los Aristotélicos y las ciencias anteriores, dio un nuevo sistema (Syntagma philosophicum), fundado en la evidencia. Descartes (1596-1650) matemático insigne, fundó su sistema no sobre lo antiguo, sino siguiendo un método enteramente nuevo. Estableció como fundamento la duda metódica, no aceptando por verdadero sino aquello que tenga razón suficiente, una evidencia íntima en la conciencia; con lo cual se formaban dos series de hechos distintos: el pensamiento y la extensión; y de ahí las ciencias espirituales y las físicas. Rechazaba la experiencia de todos los siglos, pretendiendo que cada uno debe verificar las cosas por sí mismo, y no aceptaba sino lo que es razón individual y evidencia geométrica.
       Aquella duda se convirtió en norma de toda la filosofía moderna, y se conocieron sus defectos cuando se declararon discípulos suyos el impío Hobbes, el panteísta Spinoza y el epicúreo Gassendi; nacieron clamorosas oposiciones, pero mientras tanto la autoridad era sacudida y supeditada a la razón. Huet demostró que no había alternativa entre el dogmatismo y el escepticismo. El Arte de pensar, publicado por los Jansenistas de Port-Royal, da excelentes reglas de lógica. El parisiense Malebranche (1638-1715) distingue las ideas no solo de las sensaciones sino que también de los sentimientos; y donde Descartes recurría a la existencia de Dios para explicar la unión entre el alma y el cuerpo, él unió los cuerpos y los espíritus como causas ocasionales, produciendo a Dios, o movimientos en el cuerpo cuando el alma quiere, o impresiones en el alma cuando los cuerpos están presentes; de modo que la inteligencia es una revelación incesante. Es admirable la unidad a que reduce la variadísima materia, con estilo claro, preciso, elegante, y ha tenido mayor influencia que Descartes.
Malebranche
 
Spinoza      Baruch Spinoza (1632-77), hebreo cristianizado, afirmó la absoluta identidad de la materia y del pensamiento, y queriendo probar que las diversas realidades no pueden conocerse sino como atributos de una sustancia única, vino a investigar si su naturaleza era material o espiritual. Sin escrúpulos ni prudencia dedujo el panteísmo de las doctrinas cartesianas.
Locke      Locke (1632-1704) hizo popular, o más bien vulgarizó la metafísica, limitándola al sensualismo, y sin embargo no comprendió las graves dificultades de explicar la formación de las ideas; niega que existan las que el sentido no puede dar y examina solo el hombre exterior. Al estudio del hombre interno se dedicó también Leibniz (1646-1716), ilustre jurisconsulto, diplomático, matemático, historiador, que no pretendió fundar una nueva filosofía, sino que combatió el sensualismo para dar a las verdades cristianas sólidos fundamentos y ancha aplicación, corrigiendo el cartesianismo, no admitiendo más que las sustancias simples (Mónadas) (487), cada una de las cuales tiene cualidades que la distinguen de las demás, y cuyos cambios provienen de causas internas. La mónada de las mónadas es Dios, ente necesario, y cuando el espíritu humano llega a él, puede establecer la teoría del universo. De este modo creó Leibniz una escuela alemana propensa al idealismo, ya místico, ya racional (Tomasio, Wolf); pero se extendió la escuela negativa, que destruía la razón humana, declarándola incapaz de conocer nada concluyente.
Leibniz
 
 
Moral      Se puede decir que todos dedujeron de su metafísica sistemas morales. Bossuet, en su Historia de las variaciones, acusa a los Protestantes de haber santificado la insurrección armada contra los soberanos, mediante doctrinas que siempre cambiaban. Como Jurieu sostuviese el derecho de rebelarse por razón religiosa, y la doctrina de que no es necesario que el pueblo tenga razón para que sean válidos sus actos, Bossuet le refutó en la Quinta advertencia a los Protestantes, verdadero tratado de política, y en su Política sagrada, donde coloca en altísimo lugar a los reyes, pero los somete a la ley divina. Con mayor liberalidad escribió Fénelon su Examen de conciencia sobre los deberes de los reyes.
     Grocio se había esforzado en extender entre los Estados independientes las leyes de justicia y de humanidad, reconocidas universalmente entre los individuos; Hobbes y Spinoza fueron el tipo de la moral egoísta. Puffendorf (1632-94), examinó los derechos y los deberes públicos independientemente de la revelación, y no reconoce otro derecho de gentes que los pactos formados por los hombres, los cuales, viendo la universal tendencia al daño, se constituyeron en sociedad; de las familias primitivas nace el gobierno civil; el poder supremo no es responsable; el príncipe puede apreciar las ventajas públicas mejor que el pueblo; y se le debe obedecer.
     Leibniz por el contrario funda el derecho en Dios como fuente de toda justicia. Tomasio trató de discernir el derecho de la moral que no puede tener coacción. Zouch introdujo la denominación del jus inter gentes, que hoy llamamos internacional.
Educación      Mediante la educación se adquirieron ideas más amplias y precisas, como se ven en los escritos de Milton, de Locke, de Fénelon.
Economía política      En economía política dominaba el sistema mercantil (colbertismo), según el cual se creía fija la suma de las riquezas, y por consiguiente una nación no podía adquirirlas sin detrimento de las demás; de ahí el equilibrio del comercio y el considerar al dinero como riqueza única. Los grandes capitales empleados en las especulaciones del Nuevo Mundo, y la lentitud con que volvían, obligaron a recurrir al crédito, y se extendieron los bancos, no solo para uso del gobierno, como los de Venecia y Génova, sino que también para los comerciantes, como el de Amsterdam, que comprendió la utilidad de sustituir con billetes de circulación el capital que yace muerto; después se emitieron billetes por un valor superior al que había en depósito; Inglaterra creó la deuda pública; Holanda hizo la primera amortización en 1655; e Inocencio XI redujo el interés del 4 al 3 en 1685.
Jurisprudencia      Godofredo trabajó treinta años en la edición del código Teodosiano (1665). Van Espen (Jus ecclesiasticum universum) perjudicó a la Santa Sede en provecho de los príncipes. En Italia eran famosas las decisiones de la sagrada Rota romana y de las Cortes de Santa Clara de Nápoles. El Doctor vulgar del cardenal de Luca, ponía la ciencia al alcance de los más rudos, y apelaba al buen sentido. Vicente Gravina en el Origen y proceso del derecho trazó la historia civil externa del derecho romano. Leibniz, a la edad de veintidós años, publicó su Nova methodus docendæ discendæque jurisprudentiæ, uniendo esta ciencia con la filosofía moral, la historia y la filología. Domat dispuso las leyes civiles de Justiniano en su orden natural, conociendo la importancia del cristianismo aun en esta parte, pues no cree suficiente el abstenerse de ofender, sino que quiere que los hombres se ayuden mutuamente.




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255.- Ciencias históricas

     Los resultados de los viajes no correspondieron a las necesidades de las ciencias geográfica y antropológica. La Vuelta al mundo del napolitano Gemelli Carreri (1651) fue considerada más fabulosa de lo que era en realidad. La China y demás países orientales eran descritos por misioneros y diplomáticos; Guillermo Delisle, de París, creó la ciencia de los mapas.
     La literatura oriental fue cultivada para los estudios bíblicos; Brian, Walton, Bochart, Hottinger, Pocok, Marracci, Galland, Hyde, dieron a conocer libros árabes y persas.
     La anticuaria fue más circunspecta en el estudio de las lápidas, de las monedas, de la geografía, de la vida de los antiguos. En este ramo se distinguieron Fabretti de Urbino, Ciampini y Pignoria. Ayudada por esos trabajos, la cronología llegó a ser una ciencia.
     Bianchini quiso escribir una Historia universal mediante los monumentos. Magliabecchi, extravagante personaje, era una biblioteca ambulante. Singular fue también Teófilo Rainaud, de Niza, que llenó noventa y tres obras de una erudición indigesta. El jesuita Hardouin quiso sostener que la historia antigua fue refundida enteramente en el siglo XIII, que los autores clásicos son obra de frailes, excepto las Geórgicas de Virgilio, las sátiras y epístolas de Horacio, las obras de Plinio y las de Cicerón; y que los Concilios anteriores al de Trento son quiméricos.
     La cuestión de la superioridad de los antiguos o de los modernos dictó trabajos más curiosos que profundos. Tassoni estuvo por los modernos; Lancillotti se propuso probar que el mundo no había empeorado moralmente; otros atacaron el continuo progreso.
     La congregación francesa de San Mauro se aplicó a trabajos de erudición y de historia; de ella salió el Arte de comprobar las fechas. Mabillon escribió De re diplomatica, Montfaucon reveló muchas riquezas italianas en su Iter italicum.
Bollandistas      Ughelli ordenó la serie de todos los obispos de Italia. Fleury escribió la Historia de la Iglesia, clara y elegantemente, pero sin afecto a Roma, como no lo encierra la de Natal Alejandro. Omitimos otros trabajos parciales para recordar al jesuita Bollando (488), que con varios compañeros empezó a escribir los Hechos de los Santos, purgándolos de muchas fábulas y leyendas.
     Sobre los tiempos de la Reforma y hechos sucesivos escribieron Burnet, Bentivoglio, Strada, Dávila; muchos narraron las historias municipales o los acontecimientos contemporáneos. La parte anecdótica y escandalosa fue tratada por Ferrante Pallaviccino, Gregorio Leti, Víctor Siri, y por las gacetas, que entonces empezaban a circular. Las historias de los pueblos antiguos o de los orígenes de los modernos decayeron después de los recientes adelantos. Leibniz, grande en todo, reunió infinitos materiales que le pusieron en el caso de publicar, bajo el título de Codex jurisgentium diplomaticus, un riquísimo repertorio, no solo respecto de la política, sino también de la índole, lengua y conocimiento de los pueblos.
Filosofía de la Historia      La historia se elevaba de arte a ciencia para observar a los hombres como una sola familia, sometida a ciertas leyes providenciales. Tal era el Discurso sobre la Historia universal de Bossuet, donde el autor considera las vicisitudes del género humano como una preparación a la redención, y después como un complemento de ella. Al napolitano Juan Bautista Vico (1668-1743) le pareció que la humanidad se movía en un círculo fatal, de modo que recorría siempre, las mismas formas sociales. Halló en la filología importantes revelaciones, buscando en la raíz de los vocablos la raíz de los pensamientos; llenó de criaturas suyas los tiempos prehistóricos, y reconstituyó la historia antigua sobre fragmentos, especialmente la romana, que considera como una progresiva conquista de la equidad; asocia el derecho ideal de Platón con el político de Maquiavelo, sirviéndose de la etimología, del mito, de las tradiciones, y de la erudición para crear una historia ideal eterna, en la cual se realiza el derecho.




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256.- Ciencias naturales y exactas

     En Roma, bajo los auspicios del marqués Federico Cesi, se fundó en 1603 la academia de los Lincei; y en Florencia la del Cimento, ambas consagradas al fomento de las ciencias naturales. En esta última, principalmente, que tenía por divisa Probando y reprobando, adoptaron el método de Galileo y multiplicaron los experimentos Nardi, Bieci, Cavatieri, Castelli, Magiotti, Torricelli, el cual dejó tantos descubrimientos y entre ellos el barómetro. El gran duque Fernando y su hermano Leopoldo favorecían las investigaciones científicas, cooperando con dinero y con su propia experiencia. Viviani, Borelli, Redi, enriquecían la ciencia con descubrimientos, y Magalotti los expuso en lenguaje castizo y estilo literario,
     Los imitó la Sociedad Real de Londres, investigadora de novedades físicas, expuestas en los Philosophical transactions. También en París nació la Academia real de ciencias, con miembros pensionados. Otras de menor importancia contribuyeron, con las dichas, a mejorar las ciencias por medio del cálculo y el experimento.
     La química, desprendiéndose cada día más de las aberraciones de la alquimia, trabajaba ya las materias orgánicas, como la leche y la sangre, y se aplicaba a las sales; adquirió carácter científico merced al alemán Becher y al inglés Boyle que refutó los cuatro elementos, suponiendo en su lugar átomos, de forma y dimensiones varias. Otto de Guerick (489) inventó la máquina neumática, con la cual se determinaron la naturaleza y el peso del aire.
Historia natural      Cada viaje enriquecía con nuevos objetos la historia natural. Juan Ray dio la historia y clasificación de las aves, de los peces y de las serpientes. Perrault y Duverney crearon la anatomía zoológica; la generación equívoca fue sostenida por Bonanni y refutada por Redi; sirviéronse del microscopio Malpighi y Leuwenhoek; Swammerdam escribió la historia general de los insectos; Vallisnieri estudió el ovario y la generación.
     El microscopio ayudó al análisis de los vegetales también; se distinguió el sexo, y se clasificaron las plantas según los órganos de la fructificación y la modificación de la corola; se debe un sistema uniforme a Tournefort (1656-1708).
     Nació entonces la geología, examinando los cuerpos fósiles, y estableciendo diversos sistemas para explicar la conformación de la corteza del globo.
     En la anatomía adquiría crédito la circulación explicada por Harvey, y con el microscopio se la observó aun en los vasos más pequeños. Malpighi, Valsalva, Santorino, Casserio examinaron las vísceras y los órganos de los sentidos, y Mayow la respiración, para la cual declaró necesario el oxígeno. Santorio (?-1696) vivió treinta años sobre la balanza, para apreciar la transpiración cutánea.
Anatomía comparada      Igualmente se empezaron a notar las relaciones que existen entre la estructura del cuerpo y la fuerza de las funciones vitales, variando según las especies; de esto se pasó a la teoría del movimiento en los animales (Borelli). De todo se servía la medicina. La escuela empírica de Sydenham no atendía a las teorías, sino a las operaciones inmediatas y a las historias de las enfermedades. Baglivi (1668-1707) adivinó una fuerza vital en las enfermedades y en la salud, y los mejores consideraban los males no ya como entes abstractos, sino como modos de ser del organismo. Introdujéronse preciosos medicamentos, como el mercurio y la quinina; se continuó el uso de las aguas minerales; se atendió a la salud de los marinos y de los soldados, y el siciliano Fortunato Fedeli compuso el primer libro de medicina legal.
Matemáticas      Facilitó grandemente el cálculo el descubrimiento de los logaritmos hecho por Napier (1550-1617). Descartes aplicó el análisis a la geometría, que se lanzó al infinito, abrazando clases enteras de curvas ordenadas según el grado de las ecuaciones. La cicloide ocupó a muchos matemáticos insignes; Wallis dio la aritmética de los infinitos. Grimaldi, Barberi y otros italianos dieron a conocer los fenómenos de la óptica y de los colores, anticipándose a los descubrimientos de Newton.
       Descartes había supuesto que de algunos axiomas se podía deducir el sistema del mundo y la filosofía de la mecánica; dadas las ideas del movimiento y de la materia con sus atributos, distribuye la materia en una infinidad de torbellinos que se limitan y circunscriben alternativamente. Esta hipótesis, que seducía a la imaginación, fue considerada como oportuna para sustituir al caduco sistema aristotélico. Pero los sabios más profundos daban crédito a las leyes de Kepler. Gassendi, Huygens, Picard, Mercatore, Hevelio, Flamsteed y Galley hacían adelantar la astronomía. Completó los progresos precedentes Isaac Newton (1643-1727), que introdujo muchas innovaciones en la mecánica, en la óptica y en la astronomía, y reformó cuantas ciencias saludó; dio un punto fijo al termómetro, formó la escala de los colores, estableció las tres grandes leyes del movimiento, explicando hasta los movimientos celestes por la sencilla ley de que cada partícula de materia atrae todas las de su clase con una fuerza proporcional al producto de sus masas e inversa del cuadrado de las distancias. Así llegó al descubrimiento de la gravedad, que es la ley más general del mundo. Newton empleó su larga vida en el cálculo y la reflexión.
 
Newton
 
 
     Los italianos Cassini se sirvieron de los descubrimientos astronómicos, ópticos y geológicos para hacer magníficos mapas y determinar la situación de los países.
     El espíritu filosófico maduraba con la observación; difundíase la cultura; se usaban las lenguas vivas; la experiencia del mundo material se aventuraba en el metafísico; la guerra, obedecía a ciertas reglas, en teoría al menos, y los ejércitos dejaban de ser azote de amigos y enemigos; el derecho feudal y el canónico eran limitados por el moderno; desarollábase el comercio, a pesar de los muchos reglamentos que le servían de obstáculo, y por él Inglaterra adquiría en Europa un predominio que mantuvo durante todo el siglo siguiente; el esfuerzo de los reyes en hacerse pomposamente despóticos al estilo de Luis XIV, concluyó por minar los tronos, mientras la democracia se disponía a reclamar sus derechos.

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