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La Inglaterra se engrandecía, pues, en la India; hizo con los Estados
Unidos tratados mucho más provechosos que el dominio. Las guerras
obligaron a estudiar mejor el derecho marítimo; se acordó que la bandera
cubriese la mercancía, y se prohibió apresar buques neutrales, aun cuando
fuesen de un puerto enemigo hacia su puerto propio, exceptuando siempre
el contrabando de guerra; entiéndese por puerto bloqueado aquel que lo
esté en realidad y no por simple declaración. |
Derecho
marítimo |
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La Inglaterra aumentó entonces su deuda de un modo espantoso (257
millones de libras esterlinas); los ingresos eran absorbidos por los
intereses; pero Pitt supo convertirlo en lazo de los gobernados con el
gobierno, y estableció que a cada nuevo empréstito se crease un fondo de
amortización. Bajo este ministro, Inglaterra «había llegado al apogeo de la
prosperidad y de la gloria», como dice su epitafio. Su hijo Guillermo subió
a la jefatura del ministerio a la caída de Fox, y en vez de debilitar fuerza
alguna de las nacionales, pensó fortalecerlas a todas, llamando al Poder a
las clases nuevas, como la industrial, y salvando de este modo a su patria
de la revolución que trastornaba la Francia. Aquellas sólidas instituciones
hicieron que Inglaterra prosperase bajo miserables reyes y con una Corte
corrompida, y a pesar de que Jorge había sido declarado loco. |
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Introdujéronse entonces los Metodistas (Wesley), secta de riguroso
calvinismo, generosa para los pobres, y que con los Cuáqueros pedía la
abolición de la trata y de la esclavitud de los Negros (Wilberforce (506)). Sin
embargo persistía la intolerancia con los Católicos, excluidos siempre no
solo de los empleos, sí que también de los derechos civiles. Si el Gobierno
daba pruebas de disminuir los rigores, surgían tumultos y asociaciones,
sobre todo en Escocia (Gordon Asociación protestante). A todo esto, sufría
mucho la Irlanda, siempre fiel al culto antiguo, y por esto despojada de las
propiedades que pertenecían a los ministros anglicanos y a los señores que
vivían fuera del país (ausentismo). Con la miseria hubo conmociones,
asesinatos, incendios, y la necesidad de apelar a represiones, mayormente
desde que se temió el ejemplo de América. En ocasión en que, para
precaverse de un desembarco de los Americanos, se tuvo que permitir a los
Irlandeses que se armasen, estos pidieron la libertad de comercio y de
cultos y un parlamento independiente (Grattan); el Parlamento inglés tuvo
que acceder a estas pretensiones; pero el temor de la revolución francesa
detuvo esta justicia, y después de una violenta reacción la Irlanda fue
reunida a Inglaterra, la cual tomó entonces el nombre de Reino Unido de la
Gran Bretaña. |
Irlanda |
1782 |
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La libertad de pensar y decir cualquier cosa, en política como en
religión, daba ardimiento en el examen, inteligencia en materia de intereses
públicos, franqueza en abordar cualquier asunto, y atemperaba al mismo
tiempo los arrebatos utopistas, pues no faltaban temibles adversarios para
las opiniones exageradas. Si no pocos atacaron las creencias
fundamentales, las defendieron otros tantos (Littleton, Beattie, Wollaston,
Warburton, Whiston). Richardson (1689-1761) pasa por el primer novelista
del mundo (Pamela, Clarisa Harlow, Grandison) y después de él viene
Fielding (Tom Jones). En el teatro, a la originalidad de Shakespeare se
prefería la regularidad francesa. El análisis crítico de Johnson, de
Addison (507), de Jones, de Lowth y de Blair tendía a la corrección más que a
la inspiración. El Viaje sentimental y el Tristam Shandy de Sterne, el
Vicario de Wakefield de Goldsmith, las Estaciones de Thomson, las
Noches de Young, el Cementerio campestre de Gray, el Gentil pastor de
Ramsay, los Amores de las plantas de Darwin, unían a la delicadeza del
sentimiento la sencillez de la forma. Parecieron una novedad las poseías de
Ossian, poeta caledonio del tiempo de Caracalla, publicadas por el escocés
Macpherson, y tan admiradas como Homero y la Biblia, cuando era quizá
una invención, o una refundición de cantos tradicionales. |
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La Escocia produjo escritores suaves y profundos, de gran talento si no
de genio, muchos de los cuales se dedicaron a la historia, como Fergusson
y Middleton a la romana, Robertson a la de Carlos V, Hume a la inglesa, y
Gibbon a la decadencia del imperio romano. Una sociedad de literatos
colaboró en una Historia Universal que fue traducida a todos los idiomas
con variaciones y adiciones. |
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En el parlamento, la oratoria se distinguía por su afectación; como
estaba prohibida la estenografía, no quedan más que extractos de aquellos
discursos, con los cuales agitaban los destinos del mundo Fox, Sheridan,
Burke, Pulteney, los dos Pitt y Erskine. A la confusión producida por una
infinidad de leyes, bills y decisiones sobre que se rige la jurisprudencia,
Blackson creyó ponerle remedio con los comentarios Sobre las leyes de
Inglaterra (1765), aceptando lo recomendable sin alterarlo; mérito
singular, cuando el filosofismo francés quería destruirlo todo para sus
innovaciones. |
María Teresa |
En el trono y en medio de tan siniestros ejemplos, María Teresa
conservó la dignidad de mujer. Dejaba que su marido Francisco se ocupase
en acaparar dinero, mientras ella lo dirigía todo con el ministro Kaunitz.
Además de haber adquirido gran parte de la Polonia, y quitado la Bukovina
a la Turquía, puso a sus hijas en los tronos de Francia, Nápoles y Parma;
aseguró a uno de sus hijos el ducado de Módena por medio del matrimonio,
y a otro el gran ducado de Toscana. |
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Le amargaba ver a su hijo José entregado a las ideas antirreligiosas y
subversivas de los filósofos. Cuando, después de esperar largo tiempo,
empuñó el cetro imperial, José no hizo más que introducir innovaciones,
próvidas o impróvidas, queriendo reducir a una administración uniforme
países tan distintos, según las abstracciones dominantes. Sus códigos civil
y criminal no podían aplicarse, por más que decretaban excelentes
principios. Quiso reprimir a los eclesiásticos, no abrazando la reforma
religiosa, sino disminuyendo y ridiculizando a la libertad de la Iglesia,
aboliendo conventos, asumiendo el nombramiento de párrocos y obispos, y
la dirección de la enseñanza en los seminarios (Febronio); tanto que Pío VI
(el peregrino apostólico) hizo un viaje a Viena para ablandar al emperador,
pero no consiguió más que la celebración de un concordato para la
Lombardía. |
José II |
1780 |
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También en política arrojose el emperador a vagas ambiciones; agasajó
a Catalina II, y a pesar de los antiguos tratados abrió la navegación del
Escalda, por lo cual tuvo guerra con los Estados Generales de Holanda.
Salió mal librado de la guerra con los Turcos; la Transilvania y la Hungría
se opusieron resueltamente a sus innovaciones, y aún más la Bélgica, sobre
todo en la cuestión de ordenanzas religiosas. El filosofista José proclamó
que «la rebelión no se sofoca sino con sangre». También pretendía
introducir novedades en el Imperio; ansiaba la adquisición de la Baviera,
después de haberse extinguido la casa electoral de Wittelsbach (508); pero
mientras que con esto deseaba ceñir a la Prusia, se formó una liga de
príncipes germánicos contra el Austria, siendo la primera vez que la Prusia
se vio al frente de la unidad germánica. Con sus innovaciones en Prusia,
Federico II fue bendecido, al paso que se conocieron mal las intenciones
del emperador de Austria, quien dictó por sí mismo su epitafio: «Aquí yace
José II, desgraciado en todas sus empresas». |
1790 |
Su hermano Leopoldo II, gran duque de Toscana, le sucedió en el trono,
y atendió a los súbditos que de todas partes le pedían que aboliese las
innovaciones de su antecesor; firmó la paz con la Prusia y con la Puerta; en
Bélgica, el temor a los revolucionarios franceses inducía a establecer
acuerdos, pero antes de concluirlos murió Leopoldo, sucediéndole
Francisco II, el mayor de sus quince hijos. |
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1792 |
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La Alemania seguía siendo débil, aunque, además de la casa reinante de
Austria, vio en este siglo ascender a tronos extranjeros cuatro familias
alemanas, a saber: la de Brandeburgo, la de Sajonia, la de Hannover y de
Hesse-Cassel. La preponderancia de la Prusia se dejaba sentir en el aire
militar que dominaba en Alemania, en el gran número de oficiales, en la
afición a las paradas. Los príncipes vendían sus soldados a causas
extranjeras. Federico II fue el ídolo de la nación, aunque despreciaba a los
Tudescos y no le gustaban más que las cosas francesas, tanto que se
consideraban como bárbaras las costumbres y la literatura nacionales.
Gottsched, Tomás, Wieland, Edelmann y Nicolai afrancesaban el
pensamiento y el estilo; la poesía era sin vigor, y pedante la filosofía; se
olvidó, a Leibniz para seguir a Locke, Voltaire y Rousseau.
Contemporáneamente estuvieron en boga algunos pietistas (Spener,
Böhme, Arnold) y sociedades de iluminados (Rosa-Cruz, Swedenborg y
San Martín). Weishaupt transformó la masonería encaminándola
completamente a la política y a la abolición de toda superioridad. |
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En defensa de las creencias sociales y religiosas pugnaban Euler (509),
Lamberti, Hamann, Novalis, Stolberg y Basedow. Bodmer, que hostigó a la
escuela de Gottsched e hizo honrar a los Minnesinger (510), fue tenido por
maestro de los mejores, sin exceptuar a Klopstock (1724-1803) (511), autor de
La Mesiada. Detrás de él los nuevos bardos se valían de ideas germánicas
y cristianas, o cantaban los campos, como Gessner, o excitaban a la guerra
como Klëist y Gleim. |
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Poco brillaba la historia, acentuándose apenas Gatterer y Schrok; pero
nació allí la filosofía de la historia, la que señala la marcha de la
humanidad entera bajo un concepto, confirmado por los acontecimientos.
Schlozer, Remer y Spittler estudiaron otra cosa que las guerras y los
gobiernos. Herder (1744-1803) buscó la historia de la humanidad en las
intenciones de Dios. Juan Müller de Schaffhausen (1752-1809), entre otras
muchas escribió la historia de la Confederación Helvética, con entusiasmo
patrio y sentimiento de las bellezas naturales. |
Crítica |
Lessing (512) quiso ampliar la crítica no fijándose en tal o cual
particularidad de las composiciones, sino en los caracteres y sentimientos.
Winckelmann observó con inusitado ingenio los monumentos romanos.
Baumgarten dio forma sistemática a las teorías del gusto que tituló
Estética, en cuyo campo le siguieron Mendelssohn (513), Eberhard, Sulzer,
Tieck y Herder. Guillermo Schlegel dio un curso de literatura dramática; su
hermano Federico, en su Historia de la literatura antigua y moderna dio
pruebas de entender cuanto de grande y bello ofrecen las diferentes
naciones, dirigiéndose a la unión de la fe con el saber. |
Literatura |
De este modo se introducía una crítica nueva, inspiradora, y la literatura
recobraba su vuelo en la libertad (Bürger, Holty). En el teatro dio buen
ejemplo Lessing; Iflan y Kotzebue escribieron comedias buscando más
bien el efecto que la verdad y la moral. Federico Schiller (1756-1805) se
dedicó a la tragedia con sentimientos liberales y robustos, aunque atribuye
a sus personajes ideas y afectos de su tiempo, dogmatizando en vez de
describir y conmover (Guillermo Tell, los Bandoleros, María Estuardo,
Don Carlos). Goethe (1749-1832) fue poeta lírico, épico y dramático,
novelista, crítico, naturalista y grande en todos los géneros (Werther (514),
Götz de Berlichingen, Fausto, Noviciado de Guillermo Meister). Sabía
encarnarse en los tiempos y en los personajes; pero en un siglo de crítica
audaz e incrédula, no inspiró más que befa, orgullo y desesperación;
cultivaba el arte por el arte; dejaba decir y hacer sin inmutarse; y su
egoísmo fue tan refinado, que presenció los grandes actos de su nación sin
tomar parte en ellos. |
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La flor de los literatos embellecía la Corte de Weimar, con Seckendorf`,
Knebel, Voigt, Museus, Herder, Ifland, Wieland, educando a los príncipes,
haciendo representar dramas, recitando poesías en aquella Atenas de
Turingia. |
Filosofía |
La principal gloria de Alemania procede de la filosofía. La de Locke se
había popularizado, mayormente después de haber sido expuesta por
Condillac, que reduce las facultades del hombre al desarrollo de una
primera sensación, es decir las potencias más activas a un solo principió
pasivo. Hume llevó el sensualismo a las últimas consecuencias, negando la
idea de causa, precisamente porque esta no puede derivarse de los sentidos,
y quitando la necesidad de una causa primordial. Al paso que Locke
afirmaba que no existía más que la sensación, Berkeley (515) no aceptaba más
que la idea, con la cual aniquilaba a la materia. Tomás Reid atacó el
escepticismo y el idealismo mediante el sentido común, aceptando como
axiomáticas algunas máximas generales, independientes de la educación;
mas no por esto desvaneció la duda ni salvó del materialismo. |
1724 |
Manuel Kant quiso llegar a la certidumbre por un nuevo camino y con
un método eminentemente psicológico. Volvió a tornar el problema del
conocimiento en el punto en que Berkeley lo había dejado, y buscó una
ciencia que explicase la posibilidad de la experiencia externa. Profesó la
doctrina de que todos nuestros conocimientos provienen de la experiencia;
aseguró que el conocimiento a priori es necesario y universal; que los
objetos son un agregado no solo de sensaciones (materia) sí que también
de cualidades que corresponden al espíritu, como el tiempo y el espacio;
que en suma la conciencia humana consta de un elemento derivado de los
sentidos y de otro derivado de la inteligencia, de ahí que distinga
perfectamente la sensibilidad de la inteligencia, la intuición de las ideas.
Con esta filosofía trascendental, que estudia al hombre en el sentimiento,
en la intuición, en las ideas metafísicas, en el razonamiento después de los
juicios, examinó Kant la moral, pero dio a la exposición de su doctrina una
forma extravagante, plagada de neologismos y de fórmulas que hablan solo
a la fría razón. También ejerció en la historia la agudeza de su ingenio, que
aplicó igualmente a la jurisprudencia. Como Sócrates en Grecia, Kant dio
origen a diferentes filosofías: el idealismo trascendental de Fichte que
unifica la existencia y el conocimiento, el pensar y el crear; el objetivo de
Schelling, la identidad de los contrarios de Hegel; teorías todas que en
Alemania se debaten hace un siglo, en pos de sólidas verdades y sanos
principios. |
1804 |
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El ministerio del cardenal Alberoni había demostrado que España, a
pesar de su decadencia, podía valer mucho en Europa. Isabel, esposa de
Felipe V, la turbó con el empeño de colocar a sus hijos en los tronos de
Parma y de Nápoles. A la muerte de Fernando VI, subió al trono de
España Carlos III, que ya reinaba en Nápoles desde los veinticuatro años.
Este abandonó los negocios a Grimaldi, al conde de Aranda, a
Campomanes, a Olavide (516), a Floridablanca y a otros ministros, imbuidos
en las ideas francesas, y por ellos entró en el pacto borbónico, deseoso de
la abolición de los Jesuitas. De siete millones y medio de habitantes,
España subió a once millones, y vio triplicado el producto de su industria
y de su agricultura. Se procuró utilizar las colonias, concediendo ciertas
libertades al comercio, y estableciendo un servicio regular de buques para
la exportación y la importación de productos. Inglaterra se aplicó
continuamente a destruir la marina y las colonias españoles; le quitó las
Filipinas y las dos Floridas, que restituyó en la paz de Versalles. A fines
del siglo, sus dominios en el Nuevo Mundo ocupaban setenta y nueve
grados de latitud; eran tan largos como el África, vastos como dos veces
los Estados Unidos, mucho más extensos que el imperio británico en la
India, y en pocos años había de perderlos casi todos. |
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Con Felipe V se había introducido la literatura francesa, a la cual se
oponían unos pocos conservadores y las costumbres populares, sobre todo
en el teatro, donde adquirió aprecio y renombre el delicado Moratín. El
jesuita Isla renovó los intentos del Quijote, ridiculizando en el Fray
Gerundio el estilo culterano y a los malos predicadores. Las artes se
hallaban en completa decadencia. Las costumbres oscilaban entre la
depravación y el formalismo. |
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Portugal se había separado de España lo bastante para no verse
obligado a mezclarse en los frívolos asesinatos con que los reyes
ensangrentaban la Europa. Juan V, imitador de Luis XIV, gastaba más de
lo que le permitían los medios disponibles, e invirtió sumas inmensas en
la obtención del título de Majestad Fidelísima. Aunque rústico, fundó la
Academia, presidida por Francisco Meneses, conde de Ericeyra, autor del
poema Henriqueida. |
1750 |
Su sucesor José tomó por ministro al marqués de Pombal, imbuido en
las ideas filosofísticas de la época, con las cuales se propuso regenerar al
país. Su principal intento fue la expulsión de los Jesuitas; atribuyéndoles
toda suerte de delitos, y hasta una tentativa de asesinato en la persona del
rey, los hizo expulsar; luego quiso restaurar la hacienda con la supresión
de órdenes religiosas e incautación de bienes, y reparó los desastres
causados por el terremoto que sufrió Lisboa en 1755, el día de Todos los
Santos. |
Pombal |
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El Brasil se había regenerado con la industria. La partida de rebeldes
que se había establecido allí con el nombre de Mamelucos (cap. 193),
turbaba al país y a los vecinos, al paso que se ingeniaba buscando oro, y
penetrando para ello en montañas inascendidas y en comarcas de salvajes.
El rey quiso su parte y mandó en calidad de gobernador del distrito minero
a D. Antonio de Albuquerque, que fundó la ciudad de Río [de] Janeiro. En
las guerras sucesivas, fue ésta sitiada por los Franceses y bombardeada,
pero se rehízo después y vino a ser el depósito de los productos minerales;
los Mamelucos fueron reprimidos y obligados a dar la quinta parte del oro
extraído, cuyo producto subió hasta 25 millones de pesetas anuales; allí se
encontró también la más rica de las minas de diamantes. Pero todo esto no
enriquecía precisamente a Portugal, sino a Inglaterra, pues que el tratado
de Methuen prescribía que esta nación fuese la que suministrase a los
Portugueses las manufacturas, los granos, los pescados salados y otros
productos. |
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1669 |
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En vano pensó Pombal poner remedio a aquella ruina, fundando
compañías para el comercio de vinos, para el tráfico con la China y para la
trata de Negros. Sus procedimientos lo hicieron odioso al país, que le hizo
destituir tan pronto como subió al trono María con Pedro III; 800
prisioneros de Estado, entonces libertados y absueltos, le armaron un
proceso y lo hicieron declarar digno de ejemplar castigo; pero le quedaba
siempre la excusa de decir que había obedecido al rey; ensalzado por los
filósofos, en realidad parece más entusiasta que inteligente, guiado por
pasiones, incoherente, y despótico hasta en el obrar bien. |
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Enriquecida por el comercio, la Holanda conservaba modestas
costumbres y economía, y pudo con su oro ayudar al Austria en la guerra
de la sucesión española, a despecho de su gran enemigo Luis XIV.
Guillermo IV, de la Casa de Orange, fue proclamado estatúder general,
cargo hereditario aun para las mujeres, y gobernador de las Indias; tuvo
gran poder porque era amado. Su viuda Ana, como tutora de su hijo
Guillermo V, continuó las reformas empezadas por su marido; pero la
república decaía; escaseaba la pesca de los arenques; Jansenistas y
filosofistas alteraban la tranquilidad en el interior; los antiguos Patriotas
volvieron a levantarse para combatir la casa de Orange, y en la guerra de
la independencia americana se enemistaron con Inglaterra, lo cual fue un
golpe terrible para los Orangistas, que siempre habían deseado la paz. Los
Holandeses se batieron heroicamente en tierra y en el mar; pero los
Ingleses ocuparon sus posesiones de la India, que luego restituyeron en la
paz, pero después de haberlas arruinado, y obligando a los Holandeses a
dejarles allí el comercio libre. |
1747 |
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Los Holandeses estuvieron a punto de sucumbir a un desastre natural.
En los diques que defienden la existencia de sus ciudades, se advirtió que
un gusano desconocido que había venido con las naves de Oriente, roía los
pies derechos de las estacadas. Este y otros desastres exacerbaban al
pueblo contra el gobierno; Guillermo V pedía justificándose que el
estatúder no fuera el único que pudiese ser impunemente insultado; pero
los cuerpos francos, instigados por la Francia, prestaban apoyo a los
patriotas y restringían cada vez más la autoridad de Guillermo, quien por
último fue destituido de los cargos de estatúder y almirante. Los Prusianos
acudieron para restablecerlo, y ocuparon en tres semanas el territorio que
los Españoles no habían podido ocupar en 80 años. Guillermo fue
repuesto sin venganzas ni reacción. |
1786 |
La Suiza continuaba tranquila, pero débil, como todas las
confederaciones, mayormente a causa de las diversidades religiosas. A
duras penas se llegó a firmar la formula consensus ecclesiarum helveticum
reformæ. Las Constituciones internas se modificaban y ofrecían todas las
variedades de gobierno; democracia en Schwitz, Uri y Unterwalden;
aristocracia en Berna; oligarquía en Lucerna; principado constitucional en
Neuchâtel; teocracia en Parentruy, Einsiedeln y Disentis; combinaciones
municipales en Basilea, Zúrich, Ginebra y Saint-Gall: en fin 150
democracias rurales en los Grisones. No era ya el poético país de la
libertad; se ambicionaba el oro, como las condecoraciones y títulos
ganados al servicio de extranjeros; pocos hombres de influencia
dominaban al vulgo; se procuraba el interés de cada cantón y no el de toda
la Suiza. |
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En Berna la aristocracia era poderosa e intrigaba por levantar a tal o
cual familia; favorecía los incrementos materiales, pero reprimía el
pensamiento y la imprenta, y se mostraba celosa de Haller y Bonstetten.
Entre los Grisones rivalizaban las familias Planta y Sanlis. En Ginebra
formaban clases distintas los habitantes, los naturales, los villanos y los
ciudadanos, sin contar los súbditos; la ciudad llegó a ser una de las más
industriosas; en ella adquirieron renombre Bonnot, Burlamachi y
Rousseau. En Ferney recibía Voltaire los homenajes de toda Europa.
Algunos escritos demagógicos de Rousseau sublevaron a la plebe contra
los privilegiados; Francia, Saboya y Suiza intervinieron, y los derechos
legislativos fueron tan restringidos que apenas 500 ciudadanos tuvieron
voto. |
Súbditos |
Algunos cantones dominaban sobre varios países, como Uri sobre la
Levantina; Uri, Schwitz y Unterwalden sobre la Ribera y Bellinzona, y los
doce cantones juntos sobre Lugano, Locarno y Valmaggia. Los Grisones
dominaban en la Valtelina. En los países dominantes se subastaban los
empleos de gobernador, baile o juez, y de que resultaba la venalidad de la
justicia, la tolerada insolencia de los poderosos y hasta la venta de cédulas
de impunidad por delitos futuros. |
|
Con tales elementos, a la Suiza no le quedaba siguiera su antiguo
prestigio militar; los refugiados habían introducido en ella la
francmasonería, la incredulidad, los vicios del lujo y el desprecio a la
autoridad. |
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Cuando Víctor Amadeo de Saboya hubo obtenido el título de rey,
disgustó pronto a la Sicilia, de modo que muchos emigraron. Habiendo
intervenido las Potencias, combinaron que Víctor recibiese la Cerdeña y
cediese la Sicilia al emperador Carlos VI, que así quedaba en posesión del
Milanesado y de las Dos Sicilias. Pero Isabel [de] Farnesio y Alberoni
(cap. 257), contaban mucho con los ducados de Parma y Placencia y con
la Toscana. En esta concluía con Juan Gastón la estirpe de los Médicis, y
los potentados disponían de su herencia como cosa propia. La Toscana fue
invadida por los Españoles primero y por los Austriacos después;
finalmente fue asignada a Francisco, esposo de María Teresa, en
compensación de la perdida Lorena, formando una segundogenitura que
nunca pudiese ser unida al imperio. |
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1737 |
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Tratábase en tanto de la sucesión austriaca, y la Farnesio hizo todo lo
imaginable para hacer casar a la heredera con su hijo Don Carlos, o al
menos hacer que le tocaran el Milanesado y las Dos Sicilias. Pero Carlos
Manuel de Cerdeña ambicionaba la Lombardía, y después que ésta, la
Toscana y Nápoles hubieron sido maltratados por los diferentes ejércitos,
se acordó en la paz de Viena que Don Carlos tuviese las Dos Sicilias y los
Presidios; el rey de Cerdeña los territorios de Novara y Tortona; el
emperador el ducado de Parma, de donde los Farnesio se llevaron las
riquezas artísticas a Nápoles. Habiendo estallado la guerra por la sucesión
austriaca, Carlos Manuel se alzó pretendiente del Milanesado, tan pronto
de parte como contra María Teresa, de este modo obtuvo el marquesado
del Finale. Génova reclama contra la usurpación, por cuyo motivo la
ocupan los Austriacos; pero el pueblo se subleva (Balilla, Rotta) y redime
a la patria.. |
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1738 |
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1746 |
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Al fin la paz de Aquisgrán arregló la Italia: María Teresa, como
heredera de su padre, se quedaba con la Lombardía, aunque cediendo a
Carlos Manuel el Novarés, el Vigevanasco y el otro lado del Po; Don
Felipe, hijo de la Farnesio, se quedaba con los ducados de Parma y
Placencia; su otro hijo Carlos con las Dos Sicilias; Módena permanecía en
poder del antiguo duque; y María Beatriz, en la cual se concentraban la
herencia de este ducado y la de Massa y Carrara, fue casada con Fernando,
hijo de María Teresa. |
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La Lombardía conservaba instituciones propias. Las Dos Sicilias
prosperaron bajo el poder de Carlos III. Pero muerto Fernando VI de
España, Carlos III fue llamado a sucederle, y dejó el trono de las Dos
Sicilias a Fernando IV, casado con Carolina, de Austria. La Sicilia
continuaba siendo gobernada como una provincia, molestada por los
bandidos, sin que la hicieran prosperar las filosóficas innovaciones del
virrey Caracciolo. En 1743 la peste había dejado desierta a Mesina, y en
febrero de 1783 la Calabria fue sacudida por horribles terremotos. |
1748-96 |
Al tratado de Aquisgrán siguieron cuarenta y ocho años de paz, durante
los cuales el país adquirió las mejoras y las ideas que en el exterior se
desarrollaban. Las costumbres españolas cedieron el paso a las francesas.
Desaparecieron en gran parte las trabas que habían entorpecido el
incremento del comercio, de la industria, de la agricultura y de la
enseñanza, a cuyos ramos se aplicaron las teorías económicas difundidas
por muchos hombres de ciencia. Las academias se dedicaban al estudio de
altas cuestiones prácticas. |
|
La Lombardía Austriaca vio mejorada la administración, simplificadas
las aduanas y abiertos caminos y canales; Milán se embelleció; la
Universidad de Pavía se ilustraba con sabios eminentes; la prensa difundía
oportunas verdades; y se fundaban la biblioteca y el observatorio de Brera.
Concentrado el gobierno en Viena, los gobernadores perdieron su
exuberante poder. |
Piamonte |
Víctor Amadeo II introdujo muchas mejoras en el Piamonte con las
Reales Constituciones; reformó el sistema económico y restauró la
Universidad. Abdicó de pronto, y se retiró a vivir como simple particular
con Carlota de Cumiana; pero habiendo querido recobrar el poder, se le
opuso Carlos Manuel, quien hizo adelantar al país merced a los atinados
consejos del marqués de Ormea. Aumentó su territorio en perjuicio de la
Lombardía; dictó el Codex carolinus: tuvo buen ejército y excelentes
fortalezas; su ministro Bogino mejoró la administración y redimió a
Saboya de los lazos feudales; procuró en Cerdeña aumentar la cultura y la
población, y fundó las Universidades de Sassari y Cagliari; pero las
innovaciones intimidaban, y los ilustres piamonteses tuvieron que dejar la
patria. |
Toscana |
La dinastía de Lorena se aprovechó de la prosperidad y corrigió los
abusos introducidos por los Médicis, sobre todo desde que fue gran duque
Pedro Leopoldo, quien con buenos consejeros organizó los tribunales, dio
uniformidad a las leyes, abolió la pena de muerte, sustituyó las múltiples
aduanas con una gabela única, dio libertad a las artes, saneó los pantanos y
dio publicidad a sus actos. Pero a menudo echaba a perder sus buenas
intenciones con la doblez y el espionaje. |
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En cuanto a las innovaciones religiosas, los gobiernos querían hacer a
los Jansenistas y a los Cesaristas independientes de toda tutela,
mayormente de la eclesiástica, ansiosos de deprimir a los pontífices. |
Papas |
La situación de los papas empeoraba cada vez más, a causa de las
pretensiones de los príncipes; y además de que eran heréticas las Potencias
principales, como Rusia, Prusia, Inglaterra y media Alemania, hasta en los
países católicos se extendía una orgullosa incredulidad. |
1700 |
Clemente XI (Albani) condenó las doctrinas de Jansenio sobre la
Gracia, favoreció los estudios orientales y procuró unir a la Cristiandad
contra los Turcos. |
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Inocencio XIII (Conti) apagó la guerra encendida por su antecesor
contra Víctor Amadeo y Carlos VI. |
1721 |
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Benedicto XIII (Orsini) recibió a Comacchio del emperador y consintió
en que el rey de Cerdeña pusiese el visto bueno en las bulas papales. |
1730 |
Clemente XII (Corsini) atendió a la concordia entre los príncipes, y
aumentó los museos del Vaticano y del Capitolio. Sucediole Próspero
Lambertini con el nombre de Benedicto XIV, hombre pacífico, escritor
ilustrado, que fundó en Roma cuatro academias, organizó la congregación
del Índice y la canonización de los santos, accedió a las pretensiones de
los monarcas respecto a la colación de los obispados y abadías y a la
imposición de tasas sobre los bienes eclesiásticos. |
174 |
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Clemente XIII (Rezzonico) rehuyó estas concesiones, por lo cual
quisieron castigarlo los reyes borbónicos. La Francia ocupó a Aviñón, y
los Napolitanos a Benevento y Pontecorvo; todos convinieron en pedir la
abolición de los Jesuitas. Otras pretensiones armaron a Venecia, Génova y
Nápoles. Este reino se había encontrado siempre en lucha con la Santa
Sede, y sus escritores la combatían. Carlos III obtuvo por concordato
muchas concesiones que aumentaban la fuerza de la monarquía. El
ministro Bernardo Tanucci abolió los diezmos eclesiásticos, privó a las
manos muertas de la facultad de adquirir, restringió la jurisdicción
eclesiástica, redujo el número de clérigos, definió el matrimonio contrato
civil, declaró guerra a los Jesuitas y negó el tributo que los reyes de Sicilia
ofrecían al Papa en prueba de vasallaje. |
|
Don Felipe de Parma había anhelado para su país una edad de oro
llamando a ilustres personajes y dando a su hijo Fernando maestros tan
insignes como Millot, Condillac y Mably. Habiendo llegado al poder,
Fernando se entregó al arbitrio de Dutillot, partidario de las modernas
ideas filosóficas, quien pronto enemistó al príncipe con el Papa,
invadiendo la jurisdicción pontificia, sostenido por los demás Borbones. |
1769 |
Clemente XIV (Ganganelli), literato perspicaz, creyó salvar a la Iglesia
condescendiendo con el mundo, y por último expidió la bula que suprimía
a los Jesuitas. Mas no por esto desistieron los príncipes de sus
pretensiones, inspirados sobre todo en el ejemplo de José II. |
1775 |
Para moderar a este emperador, Pío VI pasó a Viena, pero sin
conseguir su objeto. |
|
Hasta en la Toscana los príncipes habían procurado siempre librarse de
la intervención romana. Pedro Leopoldo, imitando a su hermano José II, y
a instigación del obispo jansenista Escipión Ricci, rompió con la Iglesia;
convocó un Concilio, al cual se adhirieron (517) todos los Cesaristas de Italia
y en el cual se tomaron deliberaciones conformes con la declaración del
clero galicano de 1682 (cap. 236). Pío VI anatematizó aquel conciliábulo. |
|
Este mismo Papa protegió las letras y las bellas artes, pero desatendía a
las artes útiles. Excitaba a los príncipes italianos a confederarse contra la
revolución francesa, de la cual él e Italia fueron víctimas. |
|
Aunque durante sus cuarenta años de paz la Italia no progresase tanto
como otros pueblos de Europa, la prolongación de aquella próspera calma
ayudó muchísimo a la secularización de los gobiernos, al incremento de las
ideas filantrópicas y a la marcha de las reformas empezadas. |
|
Leopoldo de Toscana restableció el patíbulo y dejó que su hermano
Fernando pusiese nuevamente en vigor muchas de las antiguas leyes. Ni la
prudencia ni la habilidad salvaron a Dutillot, y a pesar de que Luis XV
impuso al duque de Parma que lo conservase, fue sacrificado al odio de la
duquesa. |
|
Víctor Amadeo III quería imitar a Federico II sosteniendo un gran
ejército; a él se deben muchos caminos y palacios. |
|
En Venecia, la corrupción de costumbres había aumentado tanto como
disminuido el poder. Como en todas las oligarquías, eran innumerables los
abusos. Los Barnabitas, nobles pobres y excluidos de la soberanía, eran un
semillero de intrigantes, promovedores de pleitos, jugadores y traficantes
de votos en las reuniones electorales. La plebe vivía a expensas de los
ricos, alegre, servil e ignorante. El arsenal no trabajaba ya; sin embargo el
almirante Emo pudo dirigir una gloriosa expedición contra los Berberiscos. |
|
Procuraban hacerse olvidar las repúblicas de Génova, Lucca y San
Marino. |
|
En general faltaba fuerza de voluntad y firmeza de carácter, condiciones
indispensables para hacer frente al turbión que se aproximaba. |
|
La literatura era lánguida y académica con Zanotti, Cotta, Vittorelli,
Pignotti, Varano, Savioli, o satírica y obscena con Casti. Inocencio Frugoni
fue jefe de una escuela de malos sonetistas y copleros, mal parados por la
crítica de Baretti. |
|
La elocuencia del púlpito se reducía a laboriosas amplificaciones de
sentimientos triviales. En la comedia, el veneciano Carlos Goldoni
(1707-93) copia a la naturaleza con una fidelidad que raya a veces en
exceso, y pinta los defectos de una sociedad más frívola que viciosa.
Gaspar Gozzi supo apreciar e imitar a los clásicos y brilló en el periodismo. |
|
El drama musical fue perfeccionado por Apóstol Zeno, y más aún por
Pedro Metastasio, de inimitable naturalidad y espontánea fluidez. El
erudito Maffei compuso la mejor tragedia (Merope), y en el mismo género
dramático se inmortalizó Vittorio Alfieri (518), despojando a la tragedia de los
personajes inútiles, y aunque interpretó la historia antigua a la moderna,
acostumbró a odiar la tiranía y hablar de Italia. |
|
Cesarotti, abate afrancesado, desvió el gusto de la mitología y de los
conceptos amanerados con la traducción de Osian. |
|
La importancia de dar carácter cívico a la poesía fue sentida por Parini,
quien describe irónicamente la vida de un señor elegante en la composición
que lleva por título El Día. |
Historiadores |
Muchos se aplicaron a la erudición histórica (Maffei, Fumagalli,
Patuzzi, Zaccaria, etc.), y al frente de todos ellos aparece Luis Muratori (519),
autor de los Anales de Italia. Denina escribió la historia de las
Revoluciones de Italia, y Bettinelli el Risorgimento. |
|
Apenas hubo ciudad que no tuviese sus historiadores particulares. El
controversista papal Justo Fontanini escribió la Historia de la elocuencia
italiana; Javier Quadrio la de toda poesía; Martini la de la música;
Jerónimo Tiraboschi la de la literatura italiana, con más diligencia que
gusto. Juan Maria Mazzucchelli empezó un diccionario de los literatos de
Italia. Bonamici expuso en buen latín la guerra entre los Austriacos y
Carlos III, y Ángel Fabroni escribió vidas de Italianos ilustres. |
Erudición |
Guarnacci pretende que Italia fue la cuna de la civilización. Muchos
escritores estudiaron las antigüedades austriacas e itálicas. Los
maravillosos descubrimientos hechos en Herculano, Pompeya, Pesto,
Velleya y Cortona, avivaron el estudio de las antigüedades, que empezaban
a ser intérpretes de religiones y civilizaciones pasadas. |
|
Brillaron muchos latinistas, y sobre todos descolló Julio César Cordara,
que dejó sátiras famosas. |
|
Los estudios orientales salieron de los límites de la especulación
religiosa, y progresó la filosofía comparada. Pallas publicó el vocabulario
de todas las lenguas del mundo. Anquetil dio a conocer los libros sagrados
de la Persia. Además del árabe y el siriaco, se estudiaba el chino. La
academia oriental de Calcuta reproducía la flor de la literatura y de la
filosofía indias. |
|
Otros cultivaron la numismática, que abarcó Eckhel en su Doctrina
nummorum veterum. |
|
Algunos jesuitas prófugos de España escribieron en italiano, como
Andrés, autor del Origen y progreso de todas las literaturas, y Arteaga,
autor de las Revoluciones del teatro. |
|
En el campo filosófico, muchos siguieron las huellas de los sensualistas
franceses. El cardenal Gerdil combatió a los enciclopedistas, como hizo
lánguidamente Nicolás Spedalieri. |
|
Entre los juristas se señalaron Lampredi, Pagano, Azuni y Barbacovi. |
|
Las bellas artes, como la literatura, pasaban del estilo barroco al
ecléctico. Los pintores Mengs y Pompeyo Battori honraron a Roma. El
mesinés Juvara (520) dejó en Turín y Lisboa construcciones originales e
incorrectas. Los Salvi y los Servandoni buscaron el efecto escénico.
Falconet modeló la estatua de Pedro el Grande; y fueron escultores de
forma los franceses Couston, Lemoine, Bouchardon y Pigalle. Watteau,
Boucher y Vanloo pintaron con amanerada voluptuosidad. Vernet es
famoso por sus marinas, como Greuze por los cuadros de género. Para
corregir el gusto, algunos adoptaron la manera antigua, principalmente
David, que fue el ídolo de la revolución y del imperio. |
|
En Inglaterra se distinguió West por sus marinas. Josué Reynolds (521)
pasa por el mejor retratista, y dio buenos consejos en sus discursos acerca
de las artes. |
|
También escribieron sobre bellas artes el boloñés Zanotti, Lessing,
Sulzer, Diderot y Mengs. Lanzi hizo la historia de la pintura, y Milizia un
diccionario. Angicourt escribió sobre las artes de la Edad Media. Las
obras maestras eran reproducidas por el grabado, que rayó a gran altura. |
|
Príncipes, embajadores y prelados daban generosas comisiones y
formaban museos. |
|
En la escultura, Antonio Canova fue considerado como príncipe de los
escultores modernos. |
|
En el teatro se daban a veces representaciones sin más objeto que el de
presentar decoraciones, y hubo excelentes pintores escenógrafos. |
|
El baile se convirtió en composición histórica, con trajes rigurosamente
apropiados a la época de la acción. La música imperó en la sociedad
moderna. La ópera italiana era aplaudida en el extranjero. Los reyes
mantenían compañías líricas o dramáticas. Considerábase incompleta la
educación de quien no sabía cantar o tocar algún instrumento; los
caballeros y las damas se presentaban a bailar en el teatro. |
|
Prosperó la música religiosa, y sus adelantos pasaron a la dramática.
Las teorías musicales fueron refinadas por Rameau, Rousseau,
D'Alembert y Martin (Historia de la música). Gretry y Gluck hicieron
olvidar la pesada música francesa. Nicolás Piccini dio lugar a que se
formaran en Francia la facción de los Piccinistas, quienes querían la
melodía pura y no la verdad dramática. Händel, Mozart y Haydn
alcanzaron imperecedera fama, y aunque nadie les aventajó en unidad ni
en naturalidad, quizá les superó en sublimidad Beethoven. |
|
Los Ingleses y los continentales estaban en litigio sobre si el sistema
infinitesimal era debido a Leibniz o a Newton; con tal motivo cesaron de
cambiarse conocimientos y experiencias; sin embargo progresaron las
matemáticas y las ciencias que en ellas se apoyan. Lagrange dio la Teoría
de las funciones analíticas, el Método de las variaciones y la Mecánica
analítica, obras inmortales. Euler abarcó las investigaciones analíticas
hasta entonces conocidas. Montucla escribió la historia de las
matemáticas, y Cossali la del álgebra. Belidor, Robins, Hutton y Bordé
afrontaron los problemas de la balística. Vaucanson fabricó admirables
autómatas y máquinas. La arquitectura naval fue perfeccionada por
Duhamel, Olivier y Bouguer. Guglielmini escribió sobre la naturaleza de
los ríos, y Jiménez, Riccati, Frisi y otros muchos trabajaron en ríos y
canales. |
Astronomía |
Medido un arco del meridiano y mejor determinada la figura de la
tierra, se extendieron las redes trigonométricas para hacer mapas
particulares, y se perfeccionaron los instrumentos de precisión. Cradley
descubrió la aberración de las estrellas; Stewart determinó el verdadero
movimiento de la línea de los ábsides; Clairant resolvió el problema de
los tres cuerpos, confirmando cada vez más la suprema ley de la gravedad,
y conquistando plenamente el campo abierto por Newton. La observación
del paso de Venus sobre el disco del sol, sirvió para determinar la
distancia media de la tierra al sol, fijándola 15313980'9710 miriámetros.
Lacaille dio nombre a las estrellas del hemisferio austral; Halley calculó el
movimiento de los cometas; Laplace desvaneció las dudas que se tenían
acerca de las perturbaciones de los planetas mayores (Exposición del
sistema del mundo). Lagrange determinó la teoría de la ecuación secular
de la luna y la invariabilidad de las distancias medias de los planetas. José
Lalande completó el sistema perfectamente matemático del mecanismo
celeste, y facilitó y reunió todos los descubrimientos de entonces. Bailly
escribió la historia de la astronomía. |
|
En óptica se inventaron y perfeccionaron instrumentos; se hicieron
lentes acromáticas; se midieron con exactitud la refracción y difracción;
Herschel construyó telescopios de inusitada fuerza; pudo ver el sexto y
sétimo satélite de Saturno, y más tarde (1781) el planeta Urano con seis
satélites. |
|
También se extendía el conocimiento de nuestro planeta, merced a
viajes científicos, seguidos de exactas descripciones, sin aventuras
novelescas. Hiciéronse mapas de los países antiguos y modernos. |
Historia natural |
Estos viajes eran de gran provecho para la historia natural, cuyo cuadro
presentó Buffon con más galanura de estilo que exactitud. El sueco Linneo
dio un sistema botánico fundado en el sexo de las plantas, con un lenguaje
tan preciso como exento de elegancia. Adanson, autor de la Historia
natural del Senegal, dispuso con otro sistema las Familias de las plantas.
En la Contemplación de la naturaleza, supone Bonnet un encadenamiento
entre los reinos de la naturaleza. La botánica, la zoología, la mineralogía y
la geología, eran separadamente objeto de profundos estudios. Vallisnieri
y Spallanzani indagaron los misterios de la generación. Werner trató de
los caracteres de los minerales, proponiendo su metódica descripción.
Romé de l'Isle, Bergmann y Haüy indicaron las formas de los cristales.
Carburi, Arduino, Marzari y Moro investigaron la estratificación de los
terrenos, deduciendo de ahí la edad de los fósiles que contienen. Fijose
mucho la atención en los fósiles y en las producciones volcánicas. |
Química |
Con Stahl la química había abandonado las extravagancias, y cambiado
de aspecto con su teoría del flogisto. Scheele hizo conocer muchos ácidos
y el cloro; luego se estudiaron los gases. Lavoisier combatió el flogisto,
descompuso el aire inflamable y respirable, halló como elemento principal
el oxígeno y dio una nomenclatura regular. Mayor, Berthollet y
Brugnatelli perfeccionaron las teorías. Los estudios químicos se
divulgaron por medio de la prensa, y entre los verdaderos sabios
adquirieron renombre charlatanes como Cagliostro. |
Electricidad |
La electricidad adelantó mucho después del descubrimiento de la
botella de Leyden, y Franklin ideó el medio de descargarla de las nubes
con el para-rayos. Después de Beccaria, Volta y otros perfeccionaron
instrumentos para condensarla y medirla. Galvani se persuadió de que
existía una electricidad animal. Volta inventó su pila, que es el
instrumento más poderoso para el análisis químico, y el principal agente
de los inventos y aplicaciones más notables de nuestro siglo. |
Medicina |
La medicina cesó de ser química con Silvio, para ser mecánica con
Boerhave, y luego espiritualista con Stahl. Éste creía oportuna la
observación de las causas finales y sostenía que el alma es la directora
suprema de los fenómenos. Hoffmann, Cullen, Barthez y otros muchos
variaban las teorías, ora materializando, ora espiritualizando la medicina.
Contra el sistema de los humoristas, la acción vital se reponía, según
otros, en las partes sólidas. El escocés Brown consideró la electricidad
como fundamento de la economía animal, estimulada aquélla por los
agentes exteriores (estímulo y contra-estímulo). Mejorábanse los
instrumentos y las operaciones quirúrgicas; estudiábanse las aguas
minerales y los productos farmacéuticos, principalmente el opio, con
ayuda de la química. Se introdujo la anatomía patológica y se publicaron
obras de gran valía. |
|
El Delfín, virtuoso hijo del torpe Luis XV, dejó al morir varios hijos,
que se llamaron Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X, destinados a expiar las
culpas de sus predecesores. Luis XVI era honrado y amante del bien, pero
tímido, indeciso y desgraciado. Casose con María Antonieta, hija de María
Teresa, y mucho más inteligente que él; sin embargo le faltaba
experiencia, y era mal vista por ser austriaca y por carecer de la corrupción
de las meretrices que hasta entonces habían dirigido la corte. Esta fue
reformada, desterrándose de ella las cenas disolutas y los libros obscenos.
Siendo inepto el rey, prevalecían los ministros, ora Turgot, ora Maurepas,
ora Choiseul, todos imbuidos en las ideas filosofistas, ansiosos de mejorar
la condición del pueblo y todas las instituciones sin saber cómo, y
disgustando a todo el mundo. Más hábil y más resuelto fue Necker, buen
hacendista, que veía los peligros. |
|
En tanto se extendían la incredulidad, la burla, el desconocimiento de
la autoridad, lo mismo en la plebe que entre los nobles; no se hablaba más
que de felicidades posibles, sin conocer las dificultades que había que
vencer para alcanzarlas; querían imitar las modas y las instituciones
inglesas. La corte estaba llena de intrigas por obra de los dos hermanos del
rey y del duque de Orleans; era víctima de estos la reina que, con su
vivacidad y ligereza, daba pábulo a la maledicencia. Se calumnió su
conducta, envolviose su nombre en un escandaloso proceso contra unos
truhanes que habían robado un collar, suponiendo que se lo había regalado
el cardenal de Rohan, y el público aplaudía a los detractores de la
austriaca. |
|
Aquella invasión de ideas nuevas, divulgadas por la prensa y el teatro,
había hecho aborrecer el absolutismo en que había caído el reino y las
prerrogativas que aún se abrogaba la nobleza, la cual, después de haber
perdido su verdadero poderío, se envilecía, ya en la servidumbre
cortesana, ya en los bajos medios a que recurría para reparar sus deudas y
su ruina. Y sin embargo, seguía creyéndose una institución social y una
raza superior. Hasta el clero era esclavo del poder, so pretexto de las
libertades galicanas. La lucha entre jesuitas y jansenistas desacreditaba a
ambas partes, al paso que se hacían despreciables aquellos clérigos
elegantes y perfumados que eran una especie de servidores en todas las
casas señoriales. |
|
Los Parlamentos no eran más que Cortes judiciales, siendo únicamente
consultados en las cuestiones de Estado cuando al rey le convenía pedir su
concurso. Ejercitaban su poder en frivolidades, en ordenanzas contra los
jansenistas, en quemar el Emilio, en proscribir las doctrinas de Aristóteles.
Los puestos en el Parlamento se compraban, lo cual, por absurdo que
parezca, daba la independencia a los magistrados, que no podían ser
destituidos. Cuando Maupas (?) (522) lo reformó, halláse invadido de
personas corrompidas e inexpertas. |
|
La plebe no tenía puesto en el Estado; tenía que pagar crecientes
impuestos, tanto más gravosos cuanto que el clero y la nobleza estaban
exentos de contribuciones; ni siquiera en el ejército podía aspirar a los
grados reservados para los ricos; en el campo estaba obligada a
prestaciones personales, y en las ciudades a las maestranzas de las artes.
Pero de aquel pueblo salían Rousseau, D'Alembert, Beaumarchais,
Laharpe y Diderot, proclamadores de los derechos abstractos. Los
literatos, los pequeños propietarios, los industriales y los artesanos,
atentos a las declamaciones de aquellos, ambicionaban un orden de cosas
en que el mérito no hallase obstáculos para su elevación. |
|
Entre la frivolidad filosófica y la despreciativa impiedad de los
Volterianos, había algunos espíritus serios que meditaban acerca de la
cosa pública, conociendo los males y buscando los remedios, criticando al
gobierno en las juntas, en los tribunales y en las escuelas. Cada cuestión
particular se convertía en cuestión general. Cuando el Estado se hallaba
sin leyes, las armas sin esplendor, las Cortes sin dignidad, y sin pudor las
costumbres, era fácil dejarse arrastrar por la filosofía de hombres que
conculcaban creencias, opiniones e historia, proclamando respetables
ideas iniciadoras. |
|
Todo se revolvía, pues, entre el afán de innovar y el temor de hacerlo.
Luis XVI, como todos, concebía fáciles esperanzas, creyendo que todo
bien podía realizarse sin peligros y curarse toda llaga con agua de rosas.
En tanto los filósofos socavaban toda autoridad. Los comerciantes no
querían ser inferiores a una nobleza pobre y corrompida. Las ideas de
igualdad se difundían hasta en la plebe. En vano la censura procuraba
excluir los libros más subversivos, y que más minaban los fundamentos de
la familia y de la sociedad. Voltaire, que dirigía la opinión desde Ferney,
fue acogido triunfalmente en París, a despecho del rey. |
|
Muchos nobles fueron a combatir por los Estados Unidos, y al volver
hacían alarde de republicanos, desafiando a la Corte y al Gobierno.
Aquella independencia fue una nueva sacudida para la política de
entonces, tan cavilosa como exenta de generosidad, y que había hollado el
derecho público con la destrucción de la Polonia y con el atentado de José
II a la nacionalidad de Baviera. Poco edificantes podían ser para los
pueblos las costumbres de las otras Cortes, donde con ruinosas
puerilidades se quería imitar el fausto, la depravación y el despotismo de
la francesa. |
|
Habiendo reforzado los ejércitos, a imitación de la Prusia, los Príncipes
violaron las leyes consuetudinarias, que eran las constituciones más
estables. El equilibrio quedó roto desde que Inglaterra se imponía con su
riqueza; la Rusia avanzaba hacia el corazón de Europa; la Alemania se
había medio separado del Imperio; el Austria renegó del principio
conservador para invadir territorio ajeno; la Italia estaba abierta a todos. |
|
Luis XVI abolió los parlamentos, y José II los cuerpos provinciales de
Lombardía y Bélgica. El clero no podía querer a quien se imponía en las
cuestiones eclesiásticas. |
|
Las doctrinas agitadas por los economistas inducía a examinar y
criticar a los Gobiernos, y las prácticas de la administración ya no eran la
ciencia de unos pocos. Los Francmasones y los Iluminados proclamaban a
la razón como único código. La soberanía del pueblo, enunciada en los
libros, fue sancionada por la guerra de América; parecieron reconocerla
los reyes; hubo tumultos en Bélgica, Holanda, Aquisgrán y Ginebra, todos
en sentido democrático. |
1787 |
Todo esto se hacía sentir con más fuerza en Francia, donde para
contenerlo o dirigirlo era impotente el débil Luis, rodeado de una Corte
impróvida, con ministros incapaces y la hacienda, arruinada. Calonne
indujo a convocar la Asamblea de los notables, donde se puso de
manifiesto lo inmenso de la deuda. A los remedios propuestos se opuso
Felipe de Orleans, filosofista pródigo, perpetuo detractor de la Corte y
adulador de la plebe. Toda providencia era interpretada de la peor manera,
calumniadas las intenciones del rey, atacados los ministros y acogido
Necker con entusiasmo. Se decretó la convocación de los Estados
Generales, que no se habían reunido desde 1614. Las elecciones
comunicaron la fiebre a toda la Francia, y como si hubiese sido servil el
dejar a los diputados su libertad de decisión, en todas partes se publicaron
folletos en los cuales se les imponía lo que habían de pedir y obtener. En
todas partes se hablaba de derechos y de reformas. Mientras los intrigantes
agitaban las olas en que esperaban pescar, los más se figuraban que todo
iría viento en popa, con un rey bueno y condescendiente, con las doctrinas
difundidas por los filósofos, con la filantropía puesta en moda, con la
disposición de los nobles y del clero a renunciar a sus privilegios, con el
arte de los políticos en dirigir a las asambleas; con todo lo cual se
regeneraría la Francia dando un gran ejemplo a Europa. |
|
Día 5 de mayo de 1789 se inauguró en Versalles la apertura de los
Estados Generales con la invocación del Espíritu Santo y aplausos al rey
y a los 608 diputados: benévolos exordios de una revolución que había de
concluir por negar a Dios y dar muerte al rey, a diputados y sacerdotes. |
|
Se discutió si habían de votar distintamente el clero, la nobleza y el
tercer estado que hasta entonces no había sido nada y quería serlo todo.
Los nobles renunciaron a sus privilegios. De pronto descuellan algunas
figuras entusiastas, como Mirabeau, La Fayette y Bailly. Los Estados
asumen el título de Asamblea Nacional; no quieren aceptar los
concesiones del rey, pretendiendo tenerlas por derecho; y se preparan a
hacer una Constitución, adoptando la escarapela tricolor. Se quiere
imponer una constitution civil al clero; obligan a los curas a jurarla, por
cuyo motivo se enemistan con ellos; se hacen necesarias persecuciones y
no tardan en verse los primeros suplicios. |
|
En provincias, los comités electorales no se habían disuelto, y se
convirtieron en clubs donde se discutía y deliberaba. El fuego de París
comunicaba el incendio a todo el reino. Los parisienses toman la
fortaleza de la Bastilla y la destruyen; estalla una insurrección, general
contra palacios, castillos y bienes señoriales; las exigencias y las
esperanzas son cada vez más exageradas, y se publica una declaración de
los derechos del hombre y del ciudadano. La Asamblea, que había jurado
no disolverse hasta haber dado una Constitución a Francia, se trasladó a
París, quedando expuesta a los clubs y a los insurrectos. |
|
Al paso que fuera se enfurecía la plebe, en la Asamblea prevalecía el
partido monárquico constitucional, a cuyo frente se hallaban Mirabeau y
Barnave, adversarios entre sí, vicioso aquel y despreciador de los
hombres, pero de incomparable elocuencia para arrastrar voluntades;
irreprochable el último, aunque imbuido en las ideas filosóficas. La
Corte, escasa de consejos, pagó a Mirabeau a fin de que moderase la
oposición y diese pareceres; pero estos eran ineficaces. Murió Mirabeau
inaugurando el Panteón de los grandes hombres, de donde fue sacado su
cuerpo cuando se descubrió su connivencia con la Corte. Luis trató de
huir del país donde él y su familia eran ultrajados; pero fue detenido y
guardado prisionero, en tanto que crecía el partido republicano. |
|
La Asamblea completó una primera Constitución con tendencias
radicales; habiendo establecido que ninguno de los diputados podía ser
reelegido, llegó a la Asamblea Legislativa gente nueva, tan inexperta
como apasionada, donde prevalecían los discípulos de los filosofistas y
las máximas de Rousseau, que iban hasta la abolición de la propiedad. En
su filosofía se sentaba que el hombre es naturalmente bueno, y que lo
pervierten las instituciones sociales; por consiguiente era preciso
reformarlas, y quitando de en medio a la décima parte corrompida de los
hombres, serían felices los demás. Emprendieron intrépidamente la tarea
de derribarlo todo y matar a unos cuantos millones de personas. Los
clubes eran más poderosos que la Asamblea, sobre todo el de los
Jacobinos, en cuyo seno adquirían preponderancia y fuerza Marat,
Robespierre, Desmoulins y Danton, que se hacían populares proponiendo
deliberaciones y, actos terribles. |
|
Los emigrados excitaban desde fuera a las Potencias para que salvaran
al rey y a la Francia. En efecto, los reyes de Europa, viendo que la
amenaza era general, se coaligaron en Pillnitz (523) para poner freno a la
Francia; pero en vez de abrigar miras desinteresadas, ocultaban
ambiciones particulares, y nada realizaron. Los revolucionarios acusaron
a Luis de llamar al extranjero y lo condenaron al suplicio. Igual suerte
cupo a su mujer y a su hermana. Su hijo fue confiado a un vil artesano.
Se proclama la República, se suprime el culto cristiano y hasta se reforma
el calendario. La Convención, árbitra de todo, empieza a decapitar a
todos los que declara traidores, y concluye por mandar al patíbulo a los
moderados, a los ricos, a los comerciantes, a todo el que tiene un
enemigo; y se dispone a sostener la guerra contra todo el mundo,
armando a todos los Franceses. Los primeros ejércitos contaban aún con
buenos oficiales, pero también estos fueron desterrados. Se decreta la
leva en masa armando a un millón doscientos mil hombres. El Comité de
salvación pública tiene ilimitada autoridad para acelerar la acción del
poder ejecutivo. Los Jacobinos, después de haber condenado a muerte a
los Girondinos, perdieron también la cabeza. La Francia se dejaba
gobernar por un puñado de asesinos. Solamente el Vandeado (524) se
pronuncia en defensa de la religión y de la monarquía, pero los
republicanos vencen su resistencia con estragos y devastaciones. Son
castigadas Lyon, Aviñón, Marsella y otras ciudades que se inclinaban al
federalismo propuesto por los Girondinos. Se levantaron guillotinas en
todas las ciudades, en todos los pueblos, y cada día pasaban de las
repletas cárceles al patíbulo jóvenes y ancianos, meretrices y doncellas,
campesinos y literatos, curas y generales; la envidia era omnipotente; se
querían hombres nuevos y cosas nuevas, confiriéndose los empleos a
personas inexpertas e indignas. |
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1793 |
21 de enero |
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El Terror |
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Directorio |
Durante un momento prevalecieron los moderados, los cuales
condenaron a muerte a los sanguinarios, sin exceptuar a Robespierre y
Saint-Just. Francia respiró; se empezó a perdonar; formose una nueva
Constitución con un consejo trienal de 500, y uno de ancianos de 250,
con ministros responsables y un Directorio al frente. |
|
Los más resueltos Jacobinos aborrecían este orden de cosas; les
favorecía la plebe, y Babeuf predicaba la comunidad de bienes y familias.
Pero la mayoría de la población sentía la necesidad de restablecer el
orden y los negocios, y deseaba una restauración. Esta era preparada por
los emigrados, que en todas partes buscaban enemigos contra los
opresores de su patria; pero cuantas veces fue atacada por ejércitos
extranjeros, venció la República. |
|
Los príncipes de Italia se sintieron amenazados por la revolución. Pío
VI insistía para que constituyesen una liga defensiva; pero los de Nápoles
y Turín estaban furiosos contra la Francia que había dado muerte a sus
cuñados. El gran duque de Toscana, aunque austriaco, fue uno de los
primeros que reconocieron la República francesa. Venecia creyó salvarse
declarándose neutral; el duque de Módena puso en salvo un tesoro,
previendo la ruina. Los pueblos aguardaban entre la esperanza y el temor. |
|
Víctor Amadeo III, impulsado por los emigrados, rompió el primero
las hostilidades con la Francia, en inteligencia con los federalistas; pero
en breve fue ocupada la Saboya, tomada Niza e incendiada Onella. La
Córcega se sublevó llamando del destierro a Paoli; la Cerdeña rechazó a
los Franceses. Habiendo cesado el Terror, la República se reconcilió con
la Prusia y la España, y mandó a Schérer, Masséna y Serrurier a los
Alpes. Igualmente fue enviado a Italia Napoleón Bonaparte, hijo segundo
de una familia de Córcega (nació en 1769), imbuido en las máximas
republicanas, pero que, apenas tomó el cargo de comandante general,
exigió orden, respeto y obediencia. Pasó los Alpes venciendo la débil
resistencia de los Piamonteses unidos con los Austriacos; vencedor en
Montenotte y Millessimo, declaró en Cherasco que iba a librar a Italia de
sus tiranos, y que respetaría bienes, costumbres y religión. Concedió un
armisticio al rey del Piamonte, ocupando sus fortalezas, y al duque de
Módena exigiéndole dinero y cuadros. Llega a Milán y desde allí propaga
el incendio democrático. El Austria hace esfuerzos inmensos por
conservar y recuperar el país; al fin se ve reducida a aceptar la paz de
Campoformio (525), reconociendo a las repúblicas cisalpina y cispadana. |
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Los demócratas de Venecia habían abatido a la aristocracia antigua, y
los favorecía Bonaparte; pero habiéndose apoderado del país, de sus
arsenales y de sus museos, cedió la ciudad al Austria en compensación de
los Países Bajos. |
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Estos triunfos dieron fuerza al Directorio, que organizaba a la Francia
y a la Italia, extendiendo su Constitución, conquistando a Génova,
invadiendo a Roma so pretexto de vengar el asesinato de Basville y
Duphot, y trayendo a Pío VI prisionero a Valence, donde murió. La Suiza
fue también sacudida, y la Francia la hizo organizar unitariamente,
apoderándose de sus tesoros. |
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Bonaparte se sentía bastante fuerte para desobedecer al Directorio
cuando le pareciese útil; era proclamado salvador, libertador, semi-Dios,
todo lo cual excitaba su ambición. Para satisfacerla, propuso una
expedición a Egipto, a fin de amenazar desde allí a las posesiones
inglesas. Embarcose en efecto con buenas tropas, con el dinero tomado a
la Suiza y con una partida de sabios, que descubrieron y describieron las
maravillas de aquel país. Sus victorias alternaron con graves desastres.
Atravesando Bonaparte, a bordo de un pequeño buque, la escuadra
inglesa que lo vigilaba, llegó a Francia. |
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Hallola desordenada, a causa de la debilidad del Directorio, y con sus
adeptos dio un golpe de Estado, arrojó al Directorio e hizo establecer tres
cónsules con poder absoluto para reorganizar el país. Él prevaleció sobre
los otros dos, obtuvo el consulado por diez años, luego por toda su vida y
se preparó el trono. |
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Para hacerse coronar, necesitaba victorias. La Italia, por él
conquistada, cayó en el desorden; después de tres años de república, los
Alemanes y los Rusos ocuparon la Alta Italia, durante trece meses de
reacción. Esta se dejó sentir principalmente en Nápoles. Championnet se
había dirigido contra este reino; los reyes huyeron a Sicilia; la plebe
dejose engañar con buenas promesas, y se proclamó la República
Partenopea. Pero luego que sucumbieron los Franceses y que el ruso
Suvarof (526) volvió a ocupar el Piamonte y la Lombardía, los partidarios de
los Borbones volvieron a levantar cabeza, secundados por la flota inglesa
mandada por Nelson. Los patriotas fueron rechazados y perseguidos;
refugiados en Castel San Telmo, admitieron pactos, a pesar de los cuales
fueron mandados al suplicio los principales jefes. A los Franceses no les
quedaba más que Génova, defendida con tenacidad por Masséna. |
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Bonaparte apronta varios ejércitos, con los cuales invade la Italia por
diferentes puntos; afronta la segunda coalición de todas las potencias
hostiles a la Francia; pocos días después de la rendición de Génova,
derrota en Marengo a los Austriacos; es aún dueño de Italia, mientras
Moreau vence en Alemania. Al fin se concluye la paz de Lunéville con
arreglo a la de Campoformio, asegurando a la Francia la Bélgica; al
Austria los dominios de Venecia; al duque de Módena el territorio de
Brisgau, y al duque de Parma la Toscana; el emperador cedía la orilla
izquierda del Rin, y reconocía las repúblicas Helvética, Bátava y
Liguriana. También se pactó con Nápoles, obligándose ésta a cerrar sus
puertos a los Ingleses, renunciando a la isla de Elba y a los Presidios. De
este modo se restablecía el derecho público, maltratado por la revolución. |