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267.- Interior de Inglaterra. Doctrinas

       La Inglaterra se engrandecía, pues, en la India; hizo con los Estados Unidos tratados mucho más provechosos que el dominio. Las guerras obligaron a estudiar mejor el derecho marítimo; se acordó que la bandera cubriese la mercancía, y se prohibió apresar buques neutrales, aun cuando fuesen de un puerto enemigo hacia su puerto propio, exceptuando siempre el contrabando de guerra; entiéndese por puerto bloqueado aquel que lo esté en realidad y no por simple declaración.
Derecho marítimo
 
     La Inglaterra aumentó entonces su deuda de un modo espantoso (257 millones de libras esterlinas); los ingresos eran absorbidos por los intereses; pero Pitt supo convertirlo en lazo de los gobernados con el gobierno, y estableció que a cada nuevo empréstito se crease un fondo de amortización. Bajo este ministro, Inglaterra «había llegado al apogeo de la prosperidad y de la gloria», como dice su epitafio. Su hijo Guillermo subió a la jefatura del ministerio a la caída de Fox, y en vez de debilitar fuerza alguna de las nacionales, pensó fortalecerlas a todas, llamando al Poder a las clases nuevas, como la industrial, y salvando de este modo a su patria de la revolución que trastornaba la Francia. Aquellas sólidas instituciones hicieron que Inglaterra prosperase bajo miserables reyes y con una Corte corrompida, y a pesar de que Jorge había sido declarado loco.
       Introdujéronse entonces los Metodistas (Wesley), secta de riguroso calvinismo, generosa para los pobres, y que con los Cuáqueros pedía la abolición de la trata y de la esclavitud de los Negros (Wilberforce (506)). Sin embargo persistía la intolerancia con los Católicos, excluidos siempre no solo de los empleos, sí que también de los derechos civiles. Si el Gobierno daba pruebas de disminuir los rigores, surgían tumultos y asociaciones, sobre todo en Escocia (Gordon Asociación protestante). A todo esto, sufría mucho la Irlanda, siempre fiel al culto antiguo, y por esto despojada de las propiedades que pertenecían a los ministros anglicanos y a los señores que vivían fuera del país (ausentismo). Con la miseria hubo conmociones, asesinatos, incendios, y la necesidad de apelar a represiones, mayormente desde que se temió el ejemplo de América. En ocasión en que, para precaverse de un desembarco de los Americanos, se tuvo que permitir a los Irlandeses que se armasen, estos pidieron la libertad de comercio y de cultos y un parlamento independiente (Grattan); el Parlamento inglés tuvo que acceder a estas pretensiones; pero el temor de la revolución francesa detuvo esta justicia, y después de una violenta reacción la Irlanda fue reunida a Inglaterra, la cual tomó entonces el nombre de Reino Unido de la Gran Bretaña.
Irlanda
1782
     La libertad de pensar y decir cualquier cosa, en política como en religión, daba ardimiento en el examen, inteligencia en materia de intereses públicos, franqueza en abordar cualquier asunto, y atemperaba al mismo tiempo los arrebatos utopistas, pues no faltaban temibles adversarios para las opiniones exageradas. Si no pocos atacaron las creencias fundamentales, las defendieron otros tantos (Littleton, Beattie, Wollaston, Warburton, Whiston). Richardson (1689-1761) pasa por el primer novelista del mundo (Pamela, Clarisa Harlow, Grandison) y después de él viene Fielding (Tom Jones). En el teatro, a la originalidad de Shakespeare se prefería la regularidad francesa. El análisis crítico de Johnson, de Addison (507), de Jones, de Lowth y de Blair tendía a la corrección más que a la inspiración. El Viaje sentimental y el Tristam Shandy de Sterne, el Vicario de Wakefield de Goldsmith, las Estaciones de Thomson, las Noches de Young, el Cementerio campestre de Gray, el Gentil pastor de Ramsay, los Amores de las plantas de Darwin, unían a la delicadeza del sentimiento la sencillez de la forma. Parecieron una novedad las poseías de Ossian, poeta caledonio del tiempo de Caracalla, publicadas por el escocés Macpherson, y tan admiradas como Homero y la Biblia, cuando era quizá una invención, o una refundición de cantos tradicionales.
     La Escocia produjo escritores suaves y profundos, de gran talento si no de genio, muchos de los cuales se dedicaron a la historia, como Fergusson y Middleton a la romana, Robertson a la de Carlos V, Hume a la inglesa, y Gibbon a la decadencia del imperio romano. Una sociedad de literatos colaboró en una Historia Universal que fue traducida a todos los idiomas con variaciones y adiciones.
     En el parlamento, la oratoria se distinguía por su afectación; como estaba prohibida la estenografía, no quedan más que extractos de aquellos discursos, con los cuales agitaban los destinos del mundo Fox, Sheridan, Burke, Pulteney, los dos Pitt y Erskine. A la confusión producida por una infinidad de leyes, bills y decisiones sobre que se rige la jurisprudencia, Blackson creyó ponerle remedio con los comentarios Sobre las leyes de Inglaterra (1765), aceptando lo recomendable sin alterarlo; mérito singular, cuando el filosofismo francés quería destruirlo todo para sus innovaciones.




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268.- El Imperio Germánico

María Teresa      En el trono y en medio de tan siniestros ejemplos, María Teresa conservó la dignidad de mujer. Dejaba que su marido Francisco se ocupase en acaparar dinero, mientras ella lo dirigía todo con el ministro Kaunitz. Además de haber adquirido gran parte de la Polonia, y quitado la Bukovina a la Turquía, puso a sus hijas en los tronos de Francia, Nápoles y Parma; aseguró a uno de sus hijos el ducado de Módena por medio del matrimonio, y a otro el gran ducado de Toscana.
       Le amargaba ver a su hijo José entregado a las ideas antirreligiosas y subversivas de los filósofos. Cuando, después de esperar largo tiempo, empuñó el cetro imperial, José no hizo más que introducir innovaciones, próvidas o impróvidas, queriendo reducir a una administración uniforme países tan distintos, según las abstracciones dominantes. Sus códigos civil y criminal no podían aplicarse, por más que decretaban excelentes principios. Quiso reprimir a los eclesiásticos, no abrazando la reforma religiosa, sino disminuyendo y ridiculizando a la libertad de la Iglesia, aboliendo conventos, asumiendo el nombramiento de párrocos y obispos, y la dirección de la enseñanza en los seminarios (Febronio); tanto que Pío VI (el peregrino apostólico) hizo un viaje a Viena para ablandar al emperador, pero no consiguió más que la celebración de un concordato para la Lombardía.
José II
1780
 
 
 
 
 
 
     También en política arrojose el emperador a vagas ambiciones; agasajó a Catalina II, y a pesar de los antiguos tratados abrió la navegación del Escalda, por lo cual tuvo guerra con los Estados Generales de Holanda. Salió mal librado de la guerra con los Turcos; la Transilvania y la Hungría se opusieron resueltamente a sus innovaciones, y aún más la Bélgica, sobre todo en la cuestión de ordenanzas religiosas. El filosofista José proclamó que «la rebelión no se sofoca sino con sangre». También pretendía introducir novedades en el Imperio; ansiaba la adquisición de la Baviera, después de haberse extinguido la casa electoral de Wittelsbach (508); pero mientras que con esto deseaba ceñir a la Prusia, se formó una liga de príncipes germánicos contra el Austria, siendo la primera vez que la Prusia se vio al frente de la unidad germánica. Con sus innovaciones en Prusia, Federico II fue bendecido, al paso que se conocieron mal las intenciones del emperador de Austria, quien dictó por sí mismo su epitafio: «Aquí yace José II, desgraciado en todas sus empresas».
1790      Su hermano Leopoldo II, gran duque de Toscana, le sucedió en el trono, y atendió a los súbditos que de todas partes le pedían que aboliese las innovaciones de su antecesor; firmó la paz con la Prusia y con la Puerta; en Bélgica, el temor a los revolucionarios franceses inducía a establecer acuerdos, pero antes de concluirlos murió Leopoldo, sucediéndole Francisco II, el mayor de sus quince hijos.
 
1792
     La Alemania seguía siendo débil, aunque, además de la casa reinante de Austria, vio en este siglo ascender a tronos extranjeros cuatro familias alemanas, a saber: la de Brandeburgo, la de Sajonia, la de Hannover y de Hesse-Cassel. La preponderancia de la Prusia se dejaba sentir en el aire militar que dominaba en Alemania, en el gran número de oficiales, en la afición a las paradas. Los príncipes vendían sus soldados a causas extranjeras. Federico II fue el ídolo de la nación, aunque despreciaba a los Tudescos y no le gustaban más que las cosas francesas, tanto que se consideraban como bárbaras las costumbres y la literatura nacionales. Gottsched, Tomás, Wieland, Edelmann y Nicolai afrancesaban el pensamiento y el estilo; la poesía era sin vigor, y pedante la filosofía; se olvidó, a Leibniz para seguir a Locke, Voltaire y Rousseau. Contemporáneamente estuvieron en boga algunos pietistas (Spener, Böhme, Arnold) y sociedades de iluminados (Rosa-Cruz, Swedenborg y San Martín). Weishaupt transformó la masonería encaminándola completamente a la política y a la abolición de toda superioridad.
     En defensa de las creencias sociales y religiosas pugnaban Euler (509), Lamberti, Hamann, Novalis, Stolberg y Basedow. Bodmer, que hostigó a la escuela de Gottsched e hizo honrar a los Minnesinger (510), fue tenido por maestro de los mejores, sin exceptuar a Klopstock (1724-1803) (511), autor de La Mesiada. Detrás de él los nuevos bardos se valían de ideas germánicas y cristianas, o cantaban los campos, como Gessner, o excitaban a la guerra como Klëist y Gleim.
     Poco brillaba la historia, acentuándose apenas Gatterer y Schrok; pero nació allí la filosofía de la historia, la que señala la marcha de la humanidad entera bajo un concepto, confirmado por los acontecimientos. Schlozer, Remer y Spittler estudiaron otra cosa que las guerras y los gobiernos. Herder (1744-1803) buscó la historia de la humanidad en las intenciones de Dios. Juan Müller de Schaffhausen (1752-1809), entre otras muchas escribió la historia de la Confederación Helvética, con entusiasmo patrio y sentimiento de las bellezas naturales.
Crítica      Lessing (512) quiso ampliar la crítica no fijándose en tal o cual particularidad de las composiciones, sino en los caracteres y sentimientos. Winckelmann observó con inusitado ingenio los monumentos romanos. Baumgarten dio forma sistemática a las teorías del gusto que tituló Estética, en cuyo campo le siguieron Mendelssohn (513), Eberhard, Sulzer, Tieck y Herder. Guillermo Schlegel dio un curso de literatura dramática; su hermano Federico, en su Historia de la literatura antigua y moderna dio pruebas de entender cuanto de grande y bello ofrecen las diferentes naciones, dirigiéndose a la unión de la fe con el saber.
Literatura      De este modo se introducía una crítica nueva, inspiradora, y la literatura recobraba su vuelo en la libertad (Bürger, Holty). En el teatro dio buen ejemplo Lessing; Iflan y Kotzebue escribieron comedias buscando más bien el efecto que la verdad y la moral. Federico Schiller (1756-1805) se dedicó a la tragedia con sentimientos liberales y robustos, aunque atribuye a sus personajes ideas y afectos de su tiempo, dogmatizando en vez de describir y conmover (Guillermo Tell, los Bandoleros, María Estuardo, Don Carlos). Goethe (1749-1832) fue poeta lírico, épico y dramático, novelista, crítico, naturalista y grande en todos los géneros (Werther (514), Götz de Berlichingen, Fausto, Noviciado de Guillermo Meister). Sabía encarnarse en los tiempos y en los personajes; pero en un siglo de crítica audaz e incrédula, no inspiró más que befa, orgullo y desesperación; cultivaba el arte por el arte; dejaba decir y hacer sin inmutarse; y su egoísmo fue tan refinado, que presenció los grandes actos de su nación sin tomar parte en ellos.
     La flor de los literatos embellecía la Corte de Weimar, con Seckendorf`, Knebel, Voigt, Museus, Herder, Ifland, Wieland, educando a los príncipes, haciendo representar dramas, recitando poesías en aquella Atenas de Turingia.
Filosofía      La principal gloria de Alemania procede de la filosofía. La de Locke se había popularizado, mayormente después de haber sido expuesta por Condillac, que reduce las facultades del hombre al desarrollo de una primera sensación, es decir las potencias más activas a un solo principió pasivo. Hume llevó el sensualismo a las últimas consecuencias, negando la idea de causa, precisamente porque esta no puede derivarse de los sentidos, y quitando la necesidad de una causa primordial. Al paso que Locke afirmaba que no existía más que la sensación, Berkeley (515) no aceptaba más que la idea, con la cual aniquilaba a la materia. Tomás Reid atacó el escepticismo y el idealismo mediante el sentido común, aceptando como axiomáticas algunas máximas generales, independientes de la educación; mas no por esto desvaneció la duda ni salvó del materialismo.
1724      Manuel Kant quiso llegar a la certidumbre por un nuevo camino y con un método eminentemente psicológico. Volvió a tornar el problema del conocimiento en el punto en que Berkeley lo había dejado, y buscó una ciencia que explicase la posibilidad de la experiencia externa. Profesó la doctrina de que todos nuestros conocimientos provienen de la experiencia; aseguró que el conocimiento a priori es necesario y universal; que los objetos son un agregado no solo de sensaciones (materia) sí que también de cualidades que corresponden al espíritu, como el tiempo y el espacio; que en suma la conciencia humana consta de un elemento derivado de los sentidos y de otro derivado de la inteligencia, de ahí que distinga perfectamente la sensibilidad de la inteligencia, la intuición de las ideas. Con esta filosofía trascendental, que estudia al hombre en el sentimiento, en la intuición, en las ideas metafísicas, en el razonamiento después de los juicios, examinó Kant la moral, pero dio a la exposición de su doctrina una forma extravagante, plagada de neologismos y de fórmulas que hablan solo a la fría razón. También ejerció en la historia la agudeza de su ingenio, que aplicó igualmente a la jurisprudencia. Como Sócrates en Grecia, Kant dio origen a diferentes filosofías: el idealismo trascendental de Fichte que unifica la existencia y el conocimiento, el pensar y el crear; el objetivo de Schelling, la identidad de los contrarios de Hegel; teorías todas que en Alemania se debaten hace un siglo, en pos de sólidas verdades y sanos principios.
1804
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 




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269.- Península Ibérica

     El ministerio del cardenal Alberoni había demostrado que España, a pesar de su decadencia, podía valer mucho en Europa. Isabel, esposa de Felipe V, la turbó con el empeño de colocar a sus hijos en los tronos de Parma y de Nápoles. A la muerte de Fernando VI, subió al trono de España Carlos III, que ya reinaba en Nápoles desde los veinticuatro años. Este abandonó los negocios a Grimaldi, al conde de Aranda, a Campomanes, a Olavide (516), a Floridablanca y a otros ministros, imbuidos en las ideas francesas, y por ellos entró en el pacto borbónico, deseoso de la abolición de los Jesuitas. De siete millones y medio de habitantes, España subió a once millones, y vio triplicado el producto de su industria y de su agricultura. Se procuró utilizar las colonias, concediendo ciertas libertades al comercio, y estableciendo un servicio regular de buques para la exportación y la importación de productos. Inglaterra se aplicó continuamente a destruir la marina y las colonias españoles; le quitó las Filipinas y las dos Floridas, que restituyó en la paz de Versalles. A fines del siglo, sus dominios en el Nuevo Mundo ocupaban setenta y nueve grados de latitud; eran tan largos como el África, vastos como dos veces los Estados Unidos, mucho más extensos que el imperio británico en la India, y en pocos años había de perderlos casi todos.
     Con Felipe V se había introducido la literatura francesa, a la cual se oponían unos pocos conservadores y las costumbres populares, sobre todo en el teatro, donde adquirió aprecio y renombre el delicado Moratín. El jesuita Isla renovó los intentos del Quijote, ridiculizando en el Fray Gerundio el estilo culterano y a los malos predicadores. Las artes se hallaban en completa decadencia. Las costumbres oscilaban entre la depravación y el formalismo.
     Portugal se había separado de España lo bastante para no verse obligado a mezclarse en los frívolos asesinatos con que los reyes ensangrentaban la Europa. Juan V, imitador de Luis XIV, gastaba más de lo que le permitían los medios disponibles, e invirtió sumas inmensas en la obtención del título de Majestad Fidelísima. Aunque rústico, fundó la Academia, presidida por Francisco Meneses, conde de Ericeyra, autor del poema Henriqueida.
1750      Su sucesor José tomó por ministro al marqués de Pombal, imbuido en las ideas filosofísticas de la época, con las cuales se propuso regenerar al país. Su principal intento fue la expulsión de los Jesuitas; atribuyéndoles toda suerte de delitos, y hasta una tentativa de asesinato en la persona del rey, los hizo expulsar; luego quiso restaurar la hacienda con la supresión de órdenes religiosas e incautación de bienes, y reparó los desastres causados por el terremoto que sufrió Lisboa en 1755, el día de Todos los Santos.
Pombal
 
 
       El Brasil se había regenerado con la industria. La partida de rebeldes que se había establecido allí con el nombre de Mamelucos (cap. 193), turbaba al país y a los vecinos, al paso que se ingeniaba buscando oro, y penetrando para ello en montañas inascendidas y en comarcas de salvajes. El rey quiso su parte y mandó en calidad de gobernador del distrito minero a D. Antonio de Albuquerque, que fundó la ciudad de Río [de] Janeiro. En las guerras sucesivas, fue ésta sitiada por los Franceses y bombardeada, pero se rehízo después y vino a ser el depósito de los productos minerales; los Mamelucos fueron reprimidos y obligados a dar la quinta parte del oro extraído, cuyo producto subió hasta 25 millones de pesetas anuales; allí se encontró también la más rica de las minas de diamantes. Pero todo esto no enriquecía precisamente a Portugal, sino a Inglaterra, pues que el tratado de Methuen prescribía que esta nación fuese la que suministrase a los Portugueses las manufacturas, los granos, los pescados salados y otros productos.
 
1669
     En vano pensó Pombal poner remedio a aquella ruina, fundando compañías para el comercio de vinos, para el tráfico con la China y para la trata de Negros. Sus procedimientos lo hicieron odioso al país, que le hizo destituir tan pronto como subió al trono María con Pedro III; 800 prisioneros de Estado, entonces libertados y absueltos, le armaron un proceso y lo hicieron declarar digno de ejemplar castigo; pero le quedaba siempre la excusa de decir que había obedecido al rey; ensalzado por los filósofos, en realidad parece más entusiasta que inteligente, guiado por pasiones, incoherente, y despótico hasta en el obrar bien.




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270.- Repúblicas de Holanda y Suiza

       Enriquecida por el comercio, la Holanda conservaba modestas costumbres y economía, y pudo con su oro ayudar al Austria en la guerra de la sucesión española, a despecho de su gran enemigo Luis XIV. Guillermo IV, de la Casa de Orange, fue proclamado estatúder general, cargo hereditario aun para las mujeres, y gobernador de las Indias; tuvo gran poder porque era amado. Su viuda Ana, como tutora de su hijo Guillermo V, continuó las reformas empezadas por su marido; pero la república decaía; escaseaba la pesca de los arenques; Jansenistas y filosofistas alteraban la tranquilidad en el interior; los antiguos Patriotas volvieron a levantarse para combatir la casa de Orange, y en la guerra de la independencia americana se enemistaron con Inglaterra, lo cual fue un golpe terrible para los Orangistas, que siempre habían deseado la paz. Los Holandeses se batieron heroicamente en tierra y en el mar; pero los Ingleses ocuparon sus posesiones de la India, que luego restituyeron en la paz, pero después de haberlas arruinado, y obligando a los Holandeses a dejarles allí el comercio libre.
1747
 
 
 
     Los Holandeses estuvieron a punto de sucumbir a un desastre natural. En los diques que defienden la existencia de sus ciudades, se advirtió que un gusano desconocido que había venido con las naves de Oriente, roía los pies derechos de las estacadas. Este y otros desastres exacerbaban al pueblo contra el gobierno; Guillermo V pedía justificándose que el estatúder no fuera el único que pudiese ser impunemente insultado; pero los cuerpos francos, instigados por la Francia, prestaban apoyo a los patriotas y restringían cada vez más la autoridad de Guillermo, quien por último fue destituido de los cargos de estatúder y almirante. Los Prusianos acudieron para restablecerlo, y ocuparon en tres semanas el territorio que los Españoles no habían podido ocupar en 80 años. Guillermo fue repuesto sin venganzas ni reacción.
1786      La Suiza continuaba tranquila, pero débil, como todas las confederaciones, mayormente a causa de las diversidades religiosas. A duras penas se llegó a firmar la formula consensus ecclesiarum helveticum reformæ. Las Constituciones internas se modificaban y ofrecían todas las variedades de gobierno; democracia en Schwitz, Uri y Unterwalden; aristocracia en Berna; oligarquía en Lucerna; principado constitucional en Neuchâtel; teocracia en Parentruy, Einsiedeln y Disentis; combinaciones municipales en Basilea, Zúrich, Ginebra y Saint-Gall: en fin 150 democracias rurales en los Grisones. No era ya el poético país de la libertad; se ambicionaba el oro, como las condecoraciones y títulos ganados al servicio de extranjeros; pocos hombres de influencia dominaban al vulgo; se procuraba el interés de cada cantón y no el de toda la Suiza.
     En Berna la aristocracia era poderosa e intrigaba por levantar a tal o cual familia; favorecía los incrementos materiales, pero reprimía el pensamiento y la imprenta, y se mostraba celosa de Haller y Bonstetten. Entre los Grisones rivalizaban las familias Planta y Sanlis. En Ginebra formaban clases distintas los habitantes, los naturales, los villanos y los ciudadanos, sin contar los súbditos; la ciudad llegó a ser una de las más industriosas; en ella adquirieron renombre Bonnot, Burlamachi y Rousseau. En Ferney recibía Voltaire los homenajes de toda Europa. Algunos escritos demagógicos de Rousseau sublevaron a la plebe contra los privilegiados; Francia, Saboya y Suiza intervinieron, y los derechos legislativos fueron tan restringidos que apenas 500 ciudadanos tuvieron voto.
Súbditos      Algunos cantones dominaban sobre varios países, como Uri sobre la Levantina; Uri, Schwitz y Unterwalden sobre la Ribera y Bellinzona, y los doce cantones juntos sobre Lugano, Locarno y Valmaggia. Los Grisones dominaban en la Valtelina. En los países dominantes se subastaban los empleos de gobernador, baile o juez, y de que resultaba la venalidad de la justicia, la tolerada insolencia de los poderosos y hasta la venta de cédulas de impunidad por delitos futuros.
     Con tales elementos, a la Suiza no le quedaba siguiera su antiguo prestigio militar; los refugiados habían introducido en ella la francmasonería, la incredulidad, los vicios del lujo y el desprecio a la autoridad.




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271.- Italia

       Cuando Víctor Amadeo de Saboya hubo obtenido el título de rey, disgustó pronto a la Sicilia, de modo que muchos emigraron. Habiendo intervenido las Potencias, combinaron que Víctor recibiese la Cerdeña y cediese la Sicilia al emperador Carlos VI, que así quedaba en posesión del Milanesado y de las Dos Sicilias. Pero Isabel [de] Farnesio y Alberoni (cap. 257), contaban mucho con los ducados de Parma y Placencia y con la Toscana. En esta concluía con Juan Gastón la estirpe de los Médicis, y los potentados disponían de su herencia como cosa propia. La Toscana fue invadida por los Españoles primero y por los Austriacos después; finalmente fue asignada a Francisco, esposo de María Teresa, en compensación de la perdida Lorena, formando una segundogenitura que nunca pudiese ser unida al imperio.
 
1737
       Tratábase en tanto de la sucesión austriaca, y la Farnesio hizo todo lo imaginable para hacer casar a la heredera con su hijo Don Carlos, o al menos hacer que le tocaran el Milanesado y las Dos Sicilias. Pero Carlos Manuel de Cerdeña ambicionaba la Lombardía, y después que ésta, la Toscana y Nápoles hubieron sido maltratados por los diferentes ejércitos, se acordó en la paz de Viena que Don Carlos tuviese las Dos Sicilias y los Presidios; el rey de Cerdeña los territorios de Novara y Tortona; el emperador el ducado de Parma, de donde los Farnesio se llevaron las riquezas artísticas a Nápoles. Habiendo estallado la guerra por la sucesión austriaca, Carlos Manuel se alzó pretendiente del Milanesado, tan pronto de parte como contra María Teresa, de este modo obtuvo el marquesado del Finale. Génova reclama contra la usurpación, por cuyo motivo la ocupan los Austriacos; pero el pueblo se subleva (Balilla, Rotta) y redime a la patria..
 
1738
 
 
 
 
1746
 
     Al fin la paz de Aquisgrán arregló la Italia: María Teresa, como heredera de su padre, se quedaba con la Lombardía, aunque cediendo a Carlos Manuel el Novarés, el Vigevanasco y el otro lado del Po; Don Felipe, hijo de la Farnesio, se quedaba con los ducados de Parma y Placencia; su otro hijo Carlos con las Dos Sicilias; Módena permanecía en poder del antiguo duque; y María Beatriz, en la cual se concentraban la herencia de este ducado y la de Massa y Carrara, fue casada con Fernando, hijo de María Teresa.
     La Lombardía conservaba instituciones propias. Las Dos Sicilias prosperaron bajo el poder de Carlos III. Pero muerto Fernando VI de España, Carlos III fue llamado a sucederle, y dejó el trono de las Dos Sicilias a Fernando IV, casado con Carolina, de Austria. La Sicilia continuaba siendo gobernada como una provincia, molestada por los bandidos, sin que la hicieran prosperar las filosóficas innovaciones del virrey Caracciolo. En 1743 la peste había dejado desierta a Mesina, y en febrero de 1783 la Calabria fue sacudida por horribles terremotos.




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272.- Reformas en Italia

1748-96      Al tratado de Aquisgrán siguieron cuarenta y ocho años de paz, durante los cuales el país adquirió las mejoras y las ideas que en el exterior se desarrollaban. Las costumbres españolas cedieron el paso a las francesas. Desaparecieron en gran parte las trabas que habían entorpecido el incremento del comercio, de la industria, de la agricultura y de la enseñanza, a cuyos ramos se aplicaron las teorías económicas difundidas por muchos hombres de ciencia. Las academias se dedicaban al estudio de altas cuestiones prácticas.
     La Lombardía Austriaca vio mejorada la administración, simplificadas las aduanas y abiertos caminos y canales; Milán se embelleció; la Universidad de Pavía se ilustraba con sabios eminentes; la prensa difundía oportunas verdades; y se fundaban la biblioteca y el observatorio de Brera. Concentrado el gobierno en Viena, los gobernadores perdieron su exuberante poder.
Piamonte      Víctor Amadeo II introdujo muchas mejoras en el Piamonte con las Reales Constituciones; reformó el sistema económico y restauró la Universidad. Abdicó de pronto, y se retiró a vivir como simple particular con Carlota de Cumiana; pero habiendo querido recobrar el poder, se le opuso Carlos Manuel, quien hizo adelantar al país merced a los atinados consejos del marqués de Ormea. Aumentó su territorio en perjuicio de la Lombardía; dictó el Codex carolinus: tuvo buen ejército y excelentes fortalezas; su ministro Bogino mejoró la administración y redimió a Saboya de los lazos feudales; procuró en Cerdeña aumentar la cultura y la población, y fundó las Universidades de Sassari y Cagliari; pero las innovaciones intimidaban, y los ilustres piamonteses tuvieron que dejar la patria.
Toscana      La dinastía de Lorena se aprovechó de la prosperidad y corrigió los abusos introducidos por los Médicis, sobre todo desde que fue gran duque Pedro Leopoldo, quien con buenos consejeros organizó los tribunales, dio uniformidad a las leyes, abolió la pena de muerte, sustituyó las múltiples aduanas con una gabela única, dio libertad a las artes, saneó los pantanos y dio publicidad a sus actos. Pero a menudo echaba a perder sus buenas intenciones con la doblez y el espionaje.
     En cuanto a las innovaciones religiosas, los gobiernos querían hacer a los Jansenistas y a los Cesaristas independientes de toda tutela, mayormente de la eclesiástica, ansiosos de deprimir a los pontífices.
Papas      La situación de los papas empeoraba cada vez más, a causa de las pretensiones de los príncipes; y además de que eran heréticas las Potencias principales, como Rusia, Prusia, Inglaterra y media Alemania, hasta en los países católicos se extendía una orgullosa incredulidad.
1700      Clemente XI (Albani) condenó las doctrinas de Jansenio sobre la Gracia, favoreció los estudios orientales y procuró unir a la Cristiandad contra los Turcos.
       Inocencio XIII (Conti) apagó la guerra encendida por su antecesor contra Víctor Amadeo y Carlos VI.
1721
     Benedicto XIII (Orsini) recibió a Comacchio del emperador y consintió en que el rey de Cerdeña pusiese el visto bueno en las bulas papales.
1730      Clemente XII (Corsini) atendió a la concordia entre los príncipes, y aumentó los museos del Vaticano y del Capitolio. Sucediole Próspero Lambertini con el nombre de Benedicto XIV, hombre pacífico, escritor ilustrado, que fundó en Roma cuatro academias, organizó la congregación del Índice y la canonización de los santos, accedió a las pretensiones de los monarcas respecto a la colación de los obispados y abadías y a la imposición de tasas sobre los bienes eclesiásticos.
174
 
 
 
     Clemente XIII (Rezzonico) rehuyó estas concesiones, por lo cual quisieron castigarlo los reyes borbónicos. La Francia ocupó a Aviñón, y los Napolitanos a Benevento y Pontecorvo; todos convinieron en pedir la abolición de los Jesuitas. Otras pretensiones armaron a Venecia, Génova y Nápoles. Este reino se había encontrado siempre en lucha con la Santa Sede, y sus escritores la combatían. Carlos III obtuvo por concordato muchas concesiones que aumentaban la fuerza de la monarquía. El ministro Bernardo Tanucci abolió los diezmos eclesiásticos, privó a las manos muertas de la facultad de adquirir, restringió la jurisdicción eclesiástica, redujo el número de clérigos, definió el matrimonio contrato civil, declaró guerra a los Jesuitas y negó el tributo que los reyes de Sicilia ofrecían al Papa en prueba de vasallaje.
     Don Felipe de Parma había anhelado para su país una edad de oro llamando a ilustres personajes y dando a su hijo Fernando maestros tan insignes como Millot, Condillac y Mably. Habiendo llegado al poder, Fernando se entregó al arbitrio de Dutillot, partidario de las modernas ideas filosóficas, quien pronto enemistó al príncipe con el Papa, invadiendo la jurisdicción pontificia, sostenido por los demás Borbones.
1769      Clemente XIV (Ganganelli), literato perspicaz, creyó salvar a la Iglesia condescendiendo con el mundo, y por último expidió la bula que suprimía a los Jesuitas. Mas no por esto desistieron los príncipes de sus pretensiones, inspirados sobre todo en el ejemplo de José II.
1775      Para moderar a este emperador, Pío VI pasó a Viena, pero sin conseguir su objeto.
     Hasta en la Toscana los príncipes habían procurado siempre librarse de la intervención romana. Pedro Leopoldo, imitando a su hermano José II, y a instigación del obispo jansenista Escipión Ricci, rompió con la Iglesia; convocó un Concilio, al cual se adhirieron (517) todos los Cesaristas de Italia y en el cual se tomaron deliberaciones conformes con la declaración del clero galicano de 1682 (cap. 236). Pío VI anatematizó aquel conciliábulo.
     Este mismo Papa protegió las letras y las bellas artes, pero desatendía a las artes útiles. Excitaba a los príncipes italianos a confederarse contra la revolución francesa, de la cual él e Italia fueron víctimas.




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273.- Últimos sucesos italianos. Literatura

     Aunque durante sus cuarenta años de paz la Italia no progresase tanto como otros pueblos de Europa, la prolongación de aquella próspera calma ayudó muchísimo a la secularización de los gobiernos, al incremento de las ideas filantrópicas y a la marcha de las reformas empezadas.
     Leopoldo de Toscana restableció el patíbulo y dejó que su hermano Fernando pusiese nuevamente en vigor muchas de las antiguas leyes. Ni la prudencia ni la habilidad salvaron a Dutillot, y a pesar de que Luis XV impuso al duque de Parma que lo conservase, fue sacrificado al odio de la duquesa.
     Víctor Amadeo III quería imitar a Federico II sosteniendo un gran ejército; a él se deben muchos caminos y palacios.
     En Venecia, la corrupción de costumbres había aumentado tanto como disminuido el poder. Como en todas las oligarquías, eran innumerables los abusos. Los Barnabitas, nobles pobres y excluidos de la soberanía, eran un semillero de intrigantes, promovedores de pleitos, jugadores y traficantes de votos en las reuniones electorales. La plebe vivía a expensas de los ricos, alegre, servil e ignorante. El arsenal no trabajaba ya; sin embargo el almirante Emo pudo dirigir una gloriosa expedición contra los Berberiscos.
     Procuraban hacerse olvidar las repúblicas de Génova, Lucca y San Marino.
     En general faltaba fuerza de voluntad y firmeza de carácter, condiciones indispensables para hacer frente al turbión que se aproximaba.
     La literatura era lánguida y académica con Zanotti, Cotta, Vittorelli, Pignotti, Varano, Savioli, o satírica y obscena con Casti. Inocencio Frugoni fue jefe de una escuela de malos sonetistas y copleros, mal parados por la crítica de Baretti.
     La elocuencia del púlpito se reducía a laboriosas amplificaciones de sentimientos triviales. En la comedia, el veneciano Carlos Goldoni (1707-93) copia a la naturaleza con una fidelidad que raya a veces en exceso, y pinta los defectos de una sociedad más frívola que viciosa. Gaspar Gozzi supo apreciar e imitar a los clásicos y brilló en el periodismo.
     El drama musical fue perfeccionado por Apóstol Zeno, y más aún por Pedro Metastasio, de inimitable naturalidad y espontánea fluidez. El erudito Maffei compuso la mejor tragedia (Merope), y en el mismo género dramático se inmortalizó Vittorio Alfieri (518), despojando a la tragedia de los personajes inútiles, y aunque interpretó la historia antigua a la moderna, acostumbró a odiar la tiranía y hablar de Italia.
     Cesarotti, abate afrancesado, desvió el gusto de la mitología y de los conceptos amanerados con la traducción de Osian.
     La importancia de dar carácter cívico a la poesía fue sentida por Parini, quien describe irónicamente la vida de un señor elegante en la composición que lleva por título El Día.
Historiadores      Muchos se aplicaron a la erudición histórica (Maffei, Fumagalli, Patuzzi, Zaccaria, etc.), y al frente de todos ellos aparece Luis Muratori (519), autor de los Anales de Italia. Denina escribió la historia de las Revoluciones de Italia, y Bettinelli el Risorgimento.
     Apenas hubo ciudad que no tuviese sus historiadores particulares. El controversista papal Justo Fontanini escribió la Historia de la elocuencia italiana; Javier Quadrio la de toda poesía; Martini la de la música; Jerónimo Tiraboschi la de la literatura italiana, con más diligencia que gusto. Juan Maria Mazzucchelli empezó un diccionario de los literatos de Italia. Bonamici expuso en buen latín la guerra entre los Austriacos y Carlos III, y Ángel Fabroni escribió vidas de Italianos ilustres.
Erudición      Guarnacci pretende que Italia fue la cuna de la civilización. Muchos escritores estudiaron las antigüedades austriacas e itálicas. Los maravillosos descubrimientos hechos en Herculano, Pompeya, Pesto, Velleya y Cortona, avivaron el estudio de las antigüedades, que empezaban a ser intérpretes de religiones y civilizaciones pasadas.
     Brillaron muchos latinistas, y sobre todos descolló Julio César Cordara, que dejó sátiras famosas.
     Los estudios orientales salieron de los límites de la especulación religiosa, y progresó la filosofía comparada. Pallas publicó el vocabulario de todas las lenguas del mundo. Anquetil dio a conocer los libros sagrados de la Persia. Además del árabe y el siriaco, se estudiaba el chino. La academia oriental de Calcuta reproducía la flor de la literatura y de la filosofía indias.
     Otros cultivaron la numismática, que abarcó Eckhel en su Doctrina nummorum veterum.
     Algunos jesuitas prófugos de España escribieron en italiano, como Andrés, autor del Origen y progreso de todas las literaturas, y Arteaga, autor de las Revoluciones del teatro.
     En el campo filosófico, muchos siguieron las huellas de los sensualistas franceses. El cardenal Gerdil combatió a los enciclopedistas, como hizo lánguidamente Nicolás Spedalieri.
     Entre los juristas se señalaron Lampredi, Pagano, Azuni y Barbacovi.




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274.- Bellas artes

     Las bellas artes, como la literatura, pasaban del estilo barroco al ecléctico. Los pintores Mengs y Pompeyo Battori honraron a Roma. El mesinés Juvara (520) dejó en Turín y Lisboa construcciones originales e incorrectas. Los Salvi y los Servandoni buscaron el efecto escénico. Falconet modeló la estatua de Pedro el Grande; y fueron escultores de forma los franceses Couston, Lemoine, Bouchardon y Pigalle. Watteau, Boucher y Vanloo pintaron con amanerada voluptuosidad. Vernet es famoso por sus marinas, como Greuze por los cuadros de género. Para corregir el gusto, algunos adoptaron la manera antigua, principalmente David, que fue el ídolo de la revolución y del imperio.
     En Inglaterra se distinguió West por sus marinas. Josué Reynolds (521) pasa por el mejor retratista, y dio buenos consejos en sus discursos acerca de las artes.
     También escribieron sobre bellas artes el boloñés Zanotti, Lessing, Sulzer, Diderot y Mengs. Lanzi hizo la historia de la pintura, y Milizia un diccionario. Angicourt escribió sobre las artes de la Edad Media. Las obras maestras eran reproducidas por el grabado, que rayó a gran altura.
     Príncipes, embajadores y prelados daban generosas comisiones y formaban museos.
     En la escultura, Antonio Canova fue considerado como príncipe de los escultores modernos.
     En el teatro se daban a veces representaciones sin más objeto que el de presentar decoraciones, y hubo excelentes pintores escenógrafos.
     El baile se convirtió en composición histórica, con trajes rigurosamente apropiados a la época de la acción. La música imperó en la sociedad moderna. La ópera italiana era aplaudida en el extranjero. Los reyes mantenían compañías líricas o dramáticas. Considerábase incompleta la educación de quien no sabía cantar o tocar algún instrumento; los caballeros y las damas se presentaban a bailar en el teatro.
     Prosperó la música religiosa, y sus adelantos pasaron a la dramática. Las teorías musicales fueron refinadas por Rameau, Rousseau, D'Alembert y Martin (Historia de la música). Gretry y Gluck hicieron olvidar la pesada música francesa. Nicolás Piccini dio lugar a que se formaran en Francia la facción de los Piccinistas, quienes querían la melodía pura y no la verdad dramática. Händel, Mozart y Haydn alcanzaron imperecedera fama, y aunque nadie les aventajó en unidad ni en naturalidad, quizá les superó en sublimidad Beethoven.




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275.- Ciencias

     Los Ingleses y los continentales estaban en litigio sobre si el sistema infinitesimal era debido a Leibniz o a Newton; con tal motivo cesaron de cambiarse conocimientos y experiencias; sin embargo progresaron las matemáticas y las ciencias que en ellas se apoyan. Lagrange dio la Teoría de las funciones analíticas, el Método de las variaciones y la Mecánica analítica, obras inmortales. Euler abarcó las investigaciones analíticas hasta entonces conocidas. Montucla escribió la historia de las matemáticas, y Cossali la del álgebra. Belidor, Robins, Hutton y Bordé afrontaron los problemas de la balística. Vaucanson fabricó admirables autómatas y máquinas. La arquitectura naval fue perfeccionada por Duhamel, Olivier y Bouguer. Guglielmini escribió sobre la naturaleza de los ríos, y Jiménez, Riccati, Frisi y otros muchos trabajaron en ríos y canales.
Astronomía      Medido un arco del meridiano y mejor determinada la figura de la tierra, se extendieron las redes trigonométricas para hacer mapas particulares, y se perfeccionaron los instrumentos de precisión. Cradley descubrió la aberración de las estrellas; Stewart determinó el verdadero movimiento de la línea de los ábsides; Clairant resolvió el problema de los tres cuerpos, confirmando cada vez más la suprema ley de la gravedad, y conquistando plenamente el campo abierto por Newton. La observación del paso de Venus sobre el disco del sol, sirvió para determinar la distancia media de la tierra al sol, fijándola 15313980'9710 miriámetros. Lacaille dio nombre a las estrellas del hemisferio austral; Halley calculó el movimiento de los cometas; Laplace desvaneció las dudas que se tenían acerca de las perturbaciones de los planetas mayores (Exposición del sistema del mundo). Lagrange determinó la teoría de la ecuación secular de la luna y la invariabilidad de las distancias medias de los planetas. José Lalande completó el sistema perfectamente matemático del mecanismo celeste, y facilitó y reunió todos los descubrimientos de entonces. Bailly escribió la historia de la astronomía.
     En óptica se inventaron y perfeccionaron instrumentos; se hicieron lentes acromáticas; se midieron con exactitud la refracción y difracción; Herschel construyó telescopios de inusitada fuerza; pudo ver el sexto y sétimo satélite de Saturno, y más tarde (1781) el planeta Urano con seis satélites.
     También se extendía el conocimiento de nuestro planeta, merced a viajes científicos, seguidos de exactas descripciones, sin aventuras novelescas. Hiciéronse mapas de los países antiguos y modernos.
Historia natural      Estos viajes eran de gran provecho para la historia natural, cuyo cuadro presentó Buffon con más galanura de estilo que exactitud. El sueco Linneo dio un sistema botánico fundado en el sexo de las plantas, con un lenguaje tan preciso como exento de elegancia. Adanson, autor de la Historia natural del Senegal, dispuso con otro sistema las Familias de las plantas. En la Contemplación de la naturaleza, supone Bonnet un encadenamiento entre los reinos de la naturaleza. La botánica, la zoología, la mineralogía y la geología, eran separadamente objeto de profundos estudios. Vallisnieri y Spallanzani indagaron los misterios de la generación. Werner trató de los caracteres de los minerales, proponiendo su metódica descripción. Romé de l'Isle, Bergmann y Haüy indicaron las formas de los cristales. Carburi, Arduino, Marzari y Moro investigaron la estratificación de los terrenos, deduciendo de ahí la edad de los fósiles que contienen. Fijose mucho la atención en los fósiles y en las producciones volcánicas.
Química      Con Stahl la química había abandonado las extravagancias, y cambiado de aspecto con su teoría del flogisto. Scheele hizo conocer muchos ácidos y el cloro; luego se estudiaron los gases. Lavoisier combatió el flogisto, descompuso el aire inflamable y respirable, halló como elemento principal el oxígeno y dio una nomenclatura regular. Mayor, Berthollet y Brugnatelli perfeccionaron las teorías. Los estudios químicos se divulgaron por medio de la prensa, y entre los verdaderos sabios adquirieron renombre charlatanes como Cagliostro.
Electricidad      La electricidad adelantó mucho después del descubrimiento de la botella de Leyden, y Franklin ideó el medio de descargarla de las nubes con el para-rayos. Después de Beccaria, Volta y otros perfeccionaron instrumentos para condensarla y medirla. Galvani se persuadió de que existía una electricidad animal. Volta inventó su pila, que es el instrumento más poderoso para el análisis químico, y el principal agente de los inventos y aplicaciones más notables de nuestro siglo.
Medicina      La medicina cesó de ser química con Silvio, para ser mecánica con Boerhave, y luego espiritualista con Stahl. Éste creía oportuna la observación de las causas finales y sostenía que el alma es la directora suprema de los fenómenos. Hoffmann, Cullen, Barthez y otros muchos variaban las teorías, ora materializando, ora espiritualizando la medicina. Contra el sistema de los humoristas, la acción vital se reponía, según otros, en las partes sólidas. El escocés Brown consideró la electricidad como fundamento de la economía animal, estimulada aquélla por los agentes exteriores (estímulo y contra-estímulo). Mejorábanse los instrumentos y las operaciones quirúrgicas; estudiábanse las aguas minerales y los productos farmacéuticos, principalmente el opio, con ayuda de la química. Se introdujo la anatomía patológica y se publicaron obras de gran valía.




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276.- Luis XVI. Preliminares de la revolución

     El Delfín, virtuoso hijo del torpe Luis XV, dejó al morir varios hijos, que se llamaron Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X, destinados a expiar las culpas de sus predecesores. Luis XVI era honrado y amante del bien, pero tímido, indeciso y desgraciado. Casose con María Antonieta, hija de María Teresa, y mucho más inteligente que él; sin embargo le faltaba experiencia, y era mal vista por ser austriaca y por carecer de la corrupción de las meretrices que hasta entonces habían dirigido la corte. Esta fue reformada, desterrándose de ella las cenas disolutas y los libros obscenos. Siendo inepto el rey, prevalecían los ministros, ora Turgot, ora Maurepas, ora Choiseul, todos imbuidos en las ideas filosofistas, ansiosos de mejorar la condición del pueblo y todas las instituciones sin saber cómo, y disgustando a todo el mundo. Más hábil y más resuelto fue Necker, buen hacendista, que veía los peligros.
     En tanto se extendían la incredulidad, la burla, el desconocimiento de la autoridad, lo mismo en la plebe que entre los nobles; no se hablaba más que de felicidades posibles, sin conocer las dificultades que había que vencer para alcanzarlas; querían imitar las modas y las instituciones inglesas. La corte estaba llena de intrigas por obra de los dos hermanos del rey y del duque de Orleans; era víctima de estos la reina que, con su vivacidad y ligereza, daba pábulo a la maledicencia. Se calumnió su conducta, envolviose su nombre en un escandaloso proceso contra unos truhanes que habían robado un collar, suponiendo que se lo había regalado el cardenal de Rohan, y el público aplaudía a los detractores de la austriaca.
     Aquella invasión de ideas nuevas, divulgadas por la prensa y el teatro, había hecho aborrecer el absolutismo en que había caído el reino y las prerrogativas que aún se abrogaba la nobleza, la cual, después de haber perdido su verdadero poderío, se envilecía, ya en la servidumbre cortesana, ya en los bajos medios a que recurría para reparar sus deudas y su ruina. Y sin embargo, seguía creyéndose una institución social y una raza superior. Hasta el clero era esclavo del poder, so pretexto de las libertades galicanas. La lucha entre jesuitas y jansenistas desacreditaba a ambas partes, al paso que se hacían despreciables aquellos clérigos elegantes y perfumados que eran una especie de servidores en todas las casas señoriales.
     Los Parlamentos no eran más que Cortes judiciales, siendo únicamente consultados en las cuestiones de Estado cuando al rey le convenía pedir su concurso. Ejercitaban su poder en frivolidades, en ordenanzas contra los jansenistas, en quemar el Emilio, en proscribir las doctrinas de Aristóteles. Los puestos en el Parlamento se compraban, lo cual, por absurdo que parezca, daba la independencia a los magistrados, que no podían ser destituidos. Cuando Maupas (?) (522) lo reformó, halláse invadido de personas corrompidas e inexpertas.
     La plebe no tenía puesto en el Estado; tenía que pagar crecientes impuestos, tanto más gravosos cuanto que el clero y la nobleza estaban exentos de contribuciones; ni siquiera en el ejército podía aspirar a los grados reservados para los ricos; en el campo estaba obligada a prestaciones personales, y en las ciudades a las maestranzas de las artes. Pero de aquel pueblo salían Rousseau, D'Alembert, Beaumarchais, Laharpe y Diderot, proclamadores de los derechos abstractos. Los literatos, los pequeños propietarios, los industriales y los artesanos, atentos a las declamaciones de aquellos, ambicionaban un orden de cosas en que el mérito no hallase obstáculos para su elevación.
     Entre la frivolidad filosófica y la despreciativa impiedad de los Volterianos, había algunos espíritus serios que meditaban acerca de la cosa pública, conociendo los males y buscando los remedios, criticando al gobierno en las juntas, en los tribunales y en las escuelas. Cada cuestión particular se convertía en cuestión general. Cuando el Estado se hallaba sin leyes, las armas sin esplendor, las Cortes sin dignidad, y sin pudor las costumbres, era fácil dejarse arrastrar por la filosofía de hombres que conculcaban creencias, opiniones e historia, proclamando respetables ideas iniciadoras.
     Todo se revolvía, pues, entre el afán de innovar y el temor de hacerlo. Luis XVI, como todos, concebía fáciles esperanzas, creyendo que todo bien podía realizarse sin peligros y curarse toda llaga con agua de rosas. En tanto los filósofos socavaban toda autoridad. Los comerciantes no querían ser inferiores a una nobleza pobre y corrompida. Las ideas de igualdad se difundían hasta en la plebe. En vano la censura procuraba excluir los libros más subversivos, y que más minaban los fundamentos de la familia y de la sociedad. Voltaire, que dirigía la opinión desde Ferney, fue acogido triunfalmente en París, a despecho del rey.
Muchos nobles fueron a combatir por los Estados Unidos, y al volver hacían alarde de republicanos, desafiando a la Corte y al Gobierno. Aquella independencia fue una nueva sacudida para la política de entonces, tan cavilosa como exenta de generosidad, y que había hollado el derecho público con la destrucción de la Polonia y con el atentado de José II a la nacionalidad de Baviera. Poco edificantes podían ser para los pueblos las costumbres de las otras Cortes, donde con ruinosas puerilidades se quería imitar el fausto, la depravación y el despotismo de la francesa.
     Habiendo reforzado los ejércitos, a imitación de la Prusia, los Príncipes violaron las leyes consuetudinarias, que eran las constituciones más estables. El equilibrio quedó roto desde que Inglaterra se imponía con su riqueza; la Rusia avanzaba hacia el corazón de Europa; la Alemania se había medio separado del Imperio; el Austria renegó del principio conservador para invadir territorio ajeno; la Italia estaba abierta a todos.
     Luis XVI abolió los parlamentos, y José II los cuerpos provinciales de Lombardía y Bélgica. El clero no podía querer a quien se imponía en las cuestiones eclesiásticas.
     Las doctrinas agitadas por los economistas inducía a examinar y criticar a los Gobiernos, y las prácticas de la administración ya no eran la ciencia de unos pocos. Los Francmasones y los Iluminados proclamaban a la razón como único código. La soberanía del pueblo, enunciada en los libros, fue sancionada por la guerra de América; parecieron reconocerla los reyes; hubo tumultos en Bélgica, Holanda, Aquisgrán y Ginebra, todos en sentido democrático.
1787      Todo esto se hacía sentir con más fuerza en Francia, donde para contenerlo o dirigirlo era impotente el débil Luis, rodeado de una Corte impróvida, con ministros incapaces y la hacienda, arruinada. Calonne indujo a convocar la Asamblea de los notables, donde se puso de manifiesto lo inmenso de la deuda. A los remedios propuestos se opuso Felipe de Orleans, filosofista pródigo, perpetuo detractor de la Corte y adulador de la plebe. Toda providencia era interpretada de la peor manera, calumniadas las intenciones del rey, atacados los ministros y acogido Necker con entusiasmo. Se decretó la convocación de los Estados Generales, que no se habían reunido desde 1614. Las elecciones comunicaron la fiebre a toda la Francia, y como si hubiese sido servil el dejar a los diputados su libertad de decisión, en todas partes se publicaron folletos en los cuales se les imponía lo que habían de pedir y obtener. En todas partes se hablaba de derechos y de reformas. Mientras los intrigantes agitaban las olas en que esperaban pescar, los más se figuraban que todo iría viento en popa, con un rey bueno y condescendiente, con las doctrinas difundidas por los filósofos, con la filantropía puesta en moda, con la disposición de los nobles y del clero a renunciar a sus privilegios, con el arte de los políticos en dirigir a las asambleas; con todo lo cual se regeneraría la Francia dando un gran ejemplo a Europa.




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Libro XVIII

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277.- Revolución francesa

     Día 5 de mayo de 1789 se inauguró en Versalles la apertura de los Estados Generales con la invocación del Espíritu Santo y aplausos al rey y a los 608 diputados: benévolos exordios de una revolución que había de concluir por negar a Dios y dar muerte al rey, a diputados y sacerdotes.
     Se discutió si habían de votar distintamente el clero, la nobleza y el tercer estado que hasta entonces no había sido nada y quería serlo todo. Los nobles renunciaron a sus privilegios. De pronto descuellan algunas figuras entusiastas, como Mirabeau, La Fayette y Bailly. Los Estados asumen el título de Asamblea Nacional; no quieren aceptar los concesiones del rey, pretendiendo tenerlas por derecho; y se preparan a hacer una Constitución, adoptando la escarapela tricolor. Se quiere imponer una constitution civil al clero; obligan a los curas a jurarla, por cuyo motivo se enemistan con ellos; se hacen necesarias persecuciones y no tardan en verse los primeros suplicios.
     En provincias, los comités electorales no se habían disuelto, y se convirtieron en clubs donde se discutía y deliberaba. El fuego de París comunicaba el incendio a todo el reino. Los parisienses toman la fortaleza de la Bastilla y la destruyen; estalla una insurrección, general contra palacios, castillos y bienes señoriales; las exigencias y las esperanzas son cada vez más exageradas, y se publica una declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. La Asamblea, que había jurado no disolverse hasta haber dado una Constitución a Francia, se trasladó a París, quedando expuesta a los clubs y a los insurrectos.
     Al paso que fuera se enfurecía la plebe, en la Asamblea prevalecía el partido monárquico constitucional, a cuyo frente se hallaban Mirabeau y Barnave, adversarios entre sí, vicioso aquel y despreciador de los hombres, pero de incomparable elocuencia para arrastrar voluntades; irreprochable el último, aunque imbuido en las ideas filosóficas. La Corte, escasa de consejos, pagó a Mirabeau a fin de que moderase la oposición y diese pareceres; pero estos eran ineficaces. Murió Mirabeau inaugurando el Panteón de los grandes hombres, de donde fue sacado su cuerpo cuando se descubrió su connivencia con la Corte. Luis trató de huir del país donde él y su familia eran ultrajados; pero fue detenido y guardado prisionero, en tanto que crecía el partido republicano.
     La Asamblea completó una primera Constitución con tendencias radicales; habiendo establecido que ninguno de los diputados podía ser reelegido, llegó a la Asamblea Legislativa gente nueva, tan inexperta como apasionada, donde prevalecían los discípulos de los filosofistas y las máximas de Rousseau, que iban hasta la abolición de la propiedad. En su filosofía se sentaba que el hombre es naturalmente bueno, y que lo pervierten las instituciones sociales; por consiguiente era preciso reformarlas, y quitando de en medio a la décima parte corrompida de los hombres, serían felices los demás. Emprendieron intrépidamente la tarea de derribarlo todo y matar a unos cuantos millones de personas. Los clubes eran más poderosos que la Asamblea, sobre todo el de los Jacobinos, en cuyo seno adquirían preponderancia y fuerza Marat, Robespierre, Desmoulins y Danton, que se hacían populares proponiendo deliberaciones y, actos terribles.
       Los emigrados excitaban desde fuera a las Potencias para que salvaran al rey y a la Francia. En efecto, los reyes de Europa, viendo que la amenaza era general, se coaligaron en Pillnitz (523) para poner freno a la Francia; pero en vez de abrigar miras desinteresadas, ocultaban ambiciones particulares, y nada realizaron. Los revolucionarios acusaron a Luis de llamar al extranjero y lo condenaron al suplicio. Igual suerte cupo a su mujer y a su hermana. Su hijo fue confiado a un vil artesano. Se proclama la República, se suprime el culto cristiano y hasta se reforma el calendario. La Convención, árbitra de todo, empieza a decapitar a todos los que declara traidores, y concluye por mandar al patíbulo a los moderados, a los ricos, a los comerciantes, a todo el que tiene un enemigo; y se dispone a sostener la guerra contra todo el mundo, armando a todos los Franceses. Los primeros ejércitos contaban aún con buenos oficiales, pero también estos fueron desterrados. Se decreta la leva en masa armando a un millón doscientos mil hombres. El Comité de salvación pública tiene ilimitada autoridad para acelerar la acción del poder ejecutivo. Los Jacobinos, después de haber condenado a muerte a los Girondinos, perdieron también la cabeza. La Francia se dejaba gobernar por un puñado de asesinos. Solamente el Vandeado (524) se pronuncia en defensa de la religión y de la monarquía, pero los republicanos vencen su resistencia con estragos y devastaciones. Son castigadas Lyon, Aviñón, Marsella y otras ciudades que se inclinaban al federalismo propuesto por los Girondinos. Se levantaron guillotinas en todas las ciudades, en todos los pueblos, y cada día pasaban de las repletas cárceles al patíbulo jóvenes y ancianos, meretrices y doncellas, campesinos y literatos, curas y generales; la envidia era omnipotente; se querían hombres nuevos y cosas nuevas, confiriéndose los empleos a personas inexpertas e indignas.
 
1793
21 de enero
 
 
 
 
 
El Terror
 
 
 
 
 
 
 
Directorio      Durante un momento prevalecieron los moderados, los cuales condenaron a muerte a los sanguinarios, sin exceptuar a Robespierre y Saint-Just. Francia respiró; se empezó a perdonar; formose una nueva Constitución con un consejo trienal de 500, y uno de ancianos de 250, con ministros responsables y un Directorio al frente.
     Los más resueltos Jacobinos aborrecían este orden de cosas; les favorecía la plebe, y Babeuf predicaba la comunidad de bienes y familias. Pero la mayoría de la población sentía la necesidad de restablecer el orden y los negocios, y deseaba una restauración. Esta era preparada por los emigrados, que en todas partes buscaban enemigos contra los opresores de su patria; pero cuantas veces fue atacada por ejércitos extranjeros, venció la República.




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278.- Sucesos de Italia

     Los príncipes de Italia se sintieron amenazados por la revolución. Pío VI insistía para que constituyesen una liga defensiva; pero los de Nápoles y Turín estaban furiosos contra la Francia que había dado muerte a sus cuñados. El gran duque de Toscana, aunque austriaco, fue uno de los primeros que reconocieron la República francesa. Venecia creyó salvarse declarándose neutral; el duque de Módena puso en salvo un tesoro, previendo la ruina. Los pueblos aguardaban entre la esperanza y el temor.
     Víctor Amadeo III, impulsado por los emigrados, rompió el primero las hostilidades con la Francia, en inteligencia con los federalistas; pero en breve fue ocupada la Saboya, tomada Niza e incendiada Onella. La Córcega se sublevó llamando del destierro a Paoli; la Cerdeña rechazó a los Franceses. Habiendo cesado el Terror, la República se reconcilió con la Prusia y la España, y mandó a Schérer, Masséna y Serrurier a los Alpes. Igualmente fue enviado a Italia Napoleón Bonaparte, hijo segundo de una familia de Córcega (nació en 1769), imbuido en las máximas republicanas, pero que, apenas tomó el cargo de comandante general, exigió orden, respeto y obediencia. Pasó los Alpes venciendo la débil resistencia de los Piamonteses unidos con los Austriacos; vencedor en Montenotte y Millessimo, declaró en Cherasco que iba a librar a Italia de sus tiranos, y que respetaría bienes, costumbres y religión. Concedió un armisticio al rey del Piamonte, ocupando sus fortalezas, y al duque de Módena exigiéndole dinero y cuadros. Llega a Milán y desde allí propaga el incendio democrático. El Austria hace esfuerzos inmensos por conservar y recuperar el país; al fin se ve reducida a aceptar la paz de Campoformio (525), reconociendo a las repúblicas cisalpina y cispadana.
     Los demócratas de Venecia habían abatido a la aristocracia antigua, y los favorecía Bonaparte; pero habiéndose apoderado del país, de sus arsenales y de sus museos, cedió la ciudad al Austria en compensación de los Países Bajos.
     Estos triunfos dieron fuerza al Directorio, que organizaba a la Francia y a la Italia, extendiendo su Constitución, conquistando a Génova, invadiendo a Roma so pretexto de vengar el asesinato de Basville y Duphot, y trayendo a Pío VI prisionero a Valence, donde murió. La Suiza fue también sacudida, y la Francia la hizo organizar unitariamente, apoderándose de sus tesoros.




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279.- Progresos de Bonaparte

     Bonaparte se sentía bastante fuerte para desobedecer al Directorio cuando le pareciese útil; era proclamado salvador, libertador, semi-Dios, todo lo cual excitaba su ambición. Para satisfacerla, propuso una expedición a Egipto, a fin de amenazar desde allí a las posesiones inglesas. Embarcose en efecto con buenas tropas, con el dinero tomado a la Suiza y con una partida de sabios, que descubrieron y describieron las maravillas de aquel país. Sus victorias alternaron con graves desastres. Atravesando Bonaparte, a bordo de un pequeño buque, la escuadra inglesa que lo vigilaba, llegó a Francia.
     Hallola desordenada, a causa de la debilidad del Directorio, y con sus adeptos dio un golpe de Estado, arrojó al Directorio e hizo establecer tres cónsules con poder absoluto para reorganizar el país. Él prevaleció sobre los otros dos, obtuvo el consulado por diez años, luego por toda su vida y se preparó el trono.
     Para hacerse coronar, necesitaba victorias. La Italia, por él conquistada, cayó en el desorden; después de tres años de república, los Alemanes y los Rusos ocuparon la Alta Italia, durante trece meses de reacción. Esta se dejó sentir principalmente en Nápoles. Championnet se había dirigido contra este reino; los reyes huyeron a Sicilia; la plebe dejose engañar con buenas promesas, y se proclamó la República Partenopea. Pero luego que sucumbieron los Franceses y que el ruso Suvarof (526) volvió a ocupar el Piamonte y la Lombardía, los partidarios de los Borbones volvieron a levantar cabeza, secundados por la flota inglesa mandada por Nelson. Los patriotas fueron rechazados y perseguidos; refugiados en Castel San Telmo, admitieron pactos, a pesar de los cuales fueron mandados al suplicio los principales jefes. A los Franceses no les quedaba más que Génova, defendida con tenacidad por Masséna.
     Bonaparte apronta varios ejércitos, con los cuales invade la Italia por diferentes puntos; afronta la segunda coalición de todas las potencias hostiles a la Francia; pocos días después de la rendición de Génova, derrota en Marengo a los Austriacos; es aún dueño de Italia, mientras Moreau vence en Alemania. Al fin se concluye la paz de Lunéville con arreglo a la de Campoformio, asegurando a la Francia la Bélgica; al Austria los dominios de Venecia; al duque de Módena el territorio de Brisgau, y al duque de Parma la Toscana; el emperador cedía la orilla izquierda del Rin, y reconocía las repúblicas Helvética, Bátava y Liguriana. También se pactó con Nápoles, obligándose ésta a cerrar sus puertos a los Ingleses, renunciando a la isla de Elba y a los Presidios. De este modo se restablecía el derecho público, maltratado por la revolución.

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