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Con Homero Aridjis: presidente del PEN Internacional

Gloria Guardia de Alfaro



Cuando en el verano de 1997 conocí a Betty y a Homero Aridjis en Edimburgo, tuve la impresión que estaba ante una pareja de jóvenes recién casados. Había una espontaneidad en ellos, una manera de comportarse, campechana, que nada tenía que ver -¡a buena hora!- con la severidad y grandilocuencia de los otros candidatos, entre los cuales tendríamos que elegir al próximo Presidente del PEN Internacional. El mandatario saliente era Ronald Harwood, el dramaturgo y cineasta inglés con quien habíamos congeniado todos. Con Homero, no obstante, se trataba del primer escritor latinoamericano -tras Mario Vargas Llosa que había dirigido el PEN en los años 70-, que nominábamos en un afán por romper con el eurocentrismo que prevalecía en la Organización, desde que fuera fundada poco después de la Primera Guerra.

Este sectarismo, sin embargo, había hecho crisis en el Congreso Mundial de Guadalajara, celebrado el año anterior. A raíz de lo sucedido, un núcleo de autores -procedente, mayormente, de los países nórdicos, de Norte y Sudamérica y del Japón-, iniciamos la búsqueda de un candidato que tuviera la idoneidad y, sobre todo, que contara con la experiencia internacional para liderar el PEN y conducirlo por senderos y visiones más acordes con los retos y las exigencias de los tiempos. Aridjis, no sólo era un poeta, dramaturgo, novelista y ensayista, de reconocido prestigio, sino que en 1985 había fundado y presidía, desde entonces, el Grupo de los 100 (Artistas e Intelectuales por el Medio Ambiente) y había recibido, dada su valentía en la protección de especies en vías de extinción, el Premio Global 500 del Programa de Naciones Unidas para la defensa de la Ecología. En pocas palabras, en este escritor y diplomático mexicano había una sensibilidad hacia la conservación de las esferas de la vida y una confesada experiencia en la lucha contra toda suerte de «intereses creados», que hacían de él un candidato insuperable para presidir un organismo que, en sus setenta y cinco años de existencia, se había convertido en el incansable y experimentado guardián de los Derechos Humanos y Lingüísticos de sus miembros.

Gracias a Aridjis y al sólido mandato que recibió por parte de la Asamblea General reunida en Edimburgo, el PEN Internacional pudo iniciar, a partir de la Primavera de 1998, la reforma de sus Estatutos, de modo que la dirección de la Organización se ampliara en forma democrática para darle igual voz, voto y jurisdicción a los centros de escritores de casi todos los puntos del planeta. Debo decir (porque me consta) que la empresa, asumida por Homero y los miembros del Comité Ad Hoc, elegidos para esos fines, fue ardua y esclavizante, sobre todo. Las largas horas de trabajo en Bruselas y Londres, las inacabables agendas paralelas que surgían a medida que se buscaba dar respuestas a los requerimientos de los distintos grupos étnicos, lingüísticos y culturales, implicaron un sacrificio considerable para quien, como Homero Aridjis, dedica tiempo completo a sus faenas e intereses literarios y profesionales. Los frutos, para la satisfacción de muchos, fueron inmediatos y notables: la descentralización del Organismo, la apertura de nuevos Centros PEN en distintas zonas geográficas y culturales y la propuesta y desarrollo de múltiples y variados proyectos que han incluido, desde cursos de alfabetización en algunas de las filiales del África, hasta el estreno de programas radiales y de talleres para la enseñanza de Derechos Humanos, a través de la Literatura, como los realizados por las delegaciones colombiana y nicaragüense del PEN Internacional.

Es más, el prestigio literario y personal del autor de títulos reconocidos por la crítica y traducidos a varios idiomas como Mirándola dormir (Premio Xavier Villaurrutia), Tiempo de ángeles, Memorias del Nuevo Mundo (Premio Diana-Novedades), El señor de los últimos días, 1492. Vida y tiempos de Juan Cabezón de Castilla (Premio Grinzane Cavour) y Ojos de otro mirar, entre otros, pronto se reflejó con creces en la imagen misma del PEN Internacional. Así, en el año 2000, la Asamblea General, reunida en Moscú, reeligió por otro período de tres años a este Presidente que, en tan poco tiempo, había logrado cambios significativos en las estructuras internas y externas de la Organización y que ya tenía contemplada, una nutrida agenda de trabajo que incluía proyectos cardinales como ha sido la preparación, redacción y presentación ante la UNESCO, de la Declaración Universal de Derechos Lingüísticos.

Cuando, a fines de noviembre de 2003, Homero Aridjis entregó la Presidencia del PEN Internacional a su sucesor durante la ceremonia de clausura del Primer Congreso de las Américas, convocado en Ciudad de México, a nadie le cabía la menor duda: La fisonomía de la más prestigiosa sociedad mundial de escritores había cambiado, embelleciendo sus rasgos en los últimos seis años. Ahora, es el rostro de una mestiza que tiene algo del padre europeo y las facciones originales y hermosas de una madre que bien puede ser africana, neozelandesa, caribeña, rusa, japonesa, o, acaso, también boliviana.





Gloria Guardia: Homero: En 1997 usted fue elegido Presidente del PEN Internacional y en el año 2000 fue reelecto en Moscú para otro mandato de tres años. En ambas oportunidades recibió el apoyo de una amplia mayoría de escritores de diversas regiones del mundo. Quisiera que conversáramos sobre el PEN que usted conoció en 1966 cuando asistió por primera vez a un Congreso Mundial de esta organización y el PEN que lo eligió para que dirigiera su nave en 1997 y en el año 2000, respectivamente.

Homero Aridjis: En 1966 por casualidad me tocó asistir a una fiesta que ofrecía en su casa Norman Mailer, en Nueva York. Recuerdo que en un rincón estaba un escritor de edad, Lewis Galantière y, conversando con él, me dijo que próximamente se celebraría el Congreso Mundial del PEN Internacional en Manhattan y, de paso, me preguntó si yo conocía los nombres de algunos escritores latinoamericanos. Le respondí: «Hombre, claro que sí». Así que le di una especie de lista ideal, sin imaginarme que Galantière, Vicepresidente en ese momento del Centro PEN de Nueva York, no sólo la tomaría en serio, sino que invitaría a todos los que le había sugerido: escritores jóvenes entonces y, algunos otros, ya consagrados. Así fue cómo, en julio de 1966, me tocó asistir a uno de los Congresos del PEN más destacados en la literatura. El Presidente de la Organización en ese momento era Arthur Miller, ya para entonces, no sólo una notabilidad como escritor, sino una celebridad como persona. Su ex mujer, Marilyn Monroe, hacía unos tres años se había suicidado y él había estrenado hacía poco el drama After the Fall (1964) que supuestamente versaba sobre su conflictiva relación con la actriz. Además, en julio del 66, él estaba iniciando un romance con la fotógrafa austriaca Inge Morath, con quien posteriormente se casó. Todo esto para decirte, Gloria, que Miller era, en esa fecha, el bocado favorito de los medios y que esto, de paso, se reflejaba en todo lo que tenía que ver con el PEN Internacional.

G. G.: Sí, claro. Miller era lo que los medios consideran «una luminaria».

H. A.: Pero lo que tuvo de espléndido este Congreso es que asistieron figuras sobresalientes, como el propio Miller y Saul Bellow, para mencionarte a algunos de los norteamericanos, así como escritores europeos muy importantes. Sobre todo, estuvieron presentes muchos narradores y poetas latinoamericanos de primera línea.

G. G.: Recuerdo perfectamente haberlo leído en los periódicos y en los semanarios. Sobre todo, el hecho de que, a Neruda, el Departamento de Estado le había negado la visa para ingresar a los Estados Unidos. Eran los tiempos feroces de la Guerra Fría.

H. A.: Tal cual. Más Arthur Miller movió cielo y tierra y se la consiguió. Así fue como Neruda no sólo estuvo en el Congreso, sino que se convirtió en una figura destacada en Nueva York. Sus recitales de poesía se llenaban por completo, la gente lo saludaba en las calles, en fin, su presencia misma era como una fiesta. A propósito de los recitales, recuerdo uno en particular en el Poetry Center. Allá, su traductor, Robert Bly, le besó la mano en público y le dijo que le rendía este homenaje porque era uno de los poetas más grandes de la tierra.

G. G.: ¿Qué otro nombre le viene a la mente entre los asistentes?

H. A.: De Chile, asistió el poeta Nicanor Parra; Mario Vargas Llosa llegó por el Perú; Ernesto Sábato y Victoria Ocampo, por la Argentina; Carlos Fuentes y Aridjis representaron a México. En fin, este fue, como puedes observar, un encuentro histórico como no ha habido otro que yo recuerde en el PEN. Se puede decir que entonces se lanzó una nueva literatura latinoamericana. Fue el escenario donde el llamado «Boom» se dio a conocer mundialmente. Incluso, varios de los poetas y novelistas jóvenes firmaron contratos con las principales casas editoriales de Estados Unidos.

G. G.: Me imagino que ese escenario es el que usted tenía presente cuando lo elegimos Presidente del PEN.

H. A.: Ni más ni menos. Pensé que podríamos organizar un encuentro del tamaño y de la importancia de aquel de 1966. Sin embargo, como sabes, me ha tocado ser Presidente en otras circunstancias. Por ejemplo, mi primer año lo pasé elaborando, en compañía de un grupo de ustedes, los nuevos reglamentos y la nueva Constitución del PEN.

G. G.: Un paso que era muy necesario para renovar la institución. Le cabe a usted la satisfacción de que bajo su Presidencia se modernizaron las estructuras del Organismo. No fue una tarea ni fácil, ni placentera. Recuerdo que hubo mucha resistencia, en ciertos puntos. Y usted manejó todo el proceso con mucha diplomacia.

H. A.: Bueno, creo que valió la pena el esfuerzo. Se me llama el Presidente de la Reforma.

G. G.: Y, así, quedará grabado su nombre en los anales del PEN.

H. A.: Con tu ayuda, Gloria, logramos no sólo establecer nuevos centros PEN en América Latina, sino que el Español se convirtiera en una de las tres lenguas oficiales de la organización. Antes, como recuerdas, los escritores para poder asociarse al PEN tenían que dominar el inglés y el francés aunque esto no se dijera abiertamente. Y esto, desde luego, limitaba la participación latinoamericana. Con los nuevos estatutos se ha abierto la puerta a una literatura de enorme importancia en el mundo contemporáneo, como la de América Latina.

G. G.: La región ha sido muy marginada.

H. A.: En la mayoría de los casos, no sólo por los dirigentes del PEN que, en conjunto, han sido demasiado eurocentristas, sino por los propios latinoamericanos que tienden a ensimismarse y no comprenden la importancia de participar en los foros internacionales, sobre todo por el diálogo que se puede establecer a esos niveles y por la protección que un órgano como el PEN puede brindarles en caso de que se les persiga o se les encarcele por sus ideas.

G. G.: Me alegra que haya hecho alusión a esta faz específica del PEN. O sea, como defensor de los derechos de los escritores y como paladín contra todo tipo de arbitrariedad o fundamentalismo. Y, a propósito de este aspecto, ¿cómo evaluaría las posiciones asumidas por la Organización tras el 11 de septiembre y la Guerra de Irak?

H. A.: Bueno, antes de hablar sobre estos dos episodios concretos y recientes, creo que es importante través de su historia, el PEN ha atravesado por múltiples momentos críticos en el Siglo XX. Fundado en 1921, poco después de la Primera Guerra, el PEN fue concebido a imagen y semejanza de los clubes ingleses. Por eso sus primeros miembros fueron los escritores europeos más prominentes de la época: H. G. Wells, Joseph Conrad, Anatole France, Thomas Mann. Y esto, si lo observamos bien, significó que, en esa primera selección de miembros, se incluyera únicamente a los que provenían de Europa Occidental. Quedó afuera toda la Europa Oriental; quedó excluido el Oriente; y de América Latina, nadie se acordó tampoco.

G. G.: Este exclusivismo no duró mucho, sin embargo. El Centro PEN de Colombia fue fundado por Baldomero Sanín Cano en 1923.

H. A.: El mismo año que el Centro de México y de Argentina, si mal no recuerdo. Pero, no hay que olvidar, Gloria, que estos centros o clubes los integraban los escritores más cosmopolitas, la mayoría de ellos con una visión muy europea. Lo que le da un viraje al PEN es realmente el estallido de la Guerra Civil Española y el asesinato de Federico García Lorca. Ahí, deja de ser una agrupación exclusiva y se convierte en un órgano para la defensa abierta de los derechos de los escritores. Cuando desaparece Lorca, W. H. Wells manda un telegrama de protesta al gobierno de Francisco Franco y así se inició la batalla por conocer el paradero del poeta.

G. G.: Lorca era miembro del PEN Club español.

H. A.: La Organización a partir de ese momento deja de ser un Club de amigos y se convierte en un foro para el diálogo intercultural y en un órgano para la defensa de los Derechos Humanos. Ese es un cambio fundamental en la historia del PEN. Porque no es sólo un cambio de imagen, sino de actitud. Es, a partir de ese momento, cuando asume su cometido con valentía y determinación. Porque hay que ver, en la Guerra de España, no sólo se lucha por García Lorca, sino también por otros, incluyendo a Arthur Koestler, quien había sido condenado a muerte por Franco e iba a ser fusilado en Málaga.

G. G.: Recuerdo haber leído este episodio en el libro de Koestler The Spanish Testament. Él había participado en la Guerra Civil, como corresponsal del diario inglés News Chronicle.

H. A.: Si volvemos otra vez la mirada sobre el PEN de esos años, descubrimos que es admirable la tarea que éste lleva a cabo durante la Segunda Guerra Mundial. Los presidentes de los centros se convierten en una suerte de Comité Colectivo para la defensa de los escritores encarcelados o víctimas de las múltiples vejaciones que cometían a diario el fascismo y el nazismo. Y los centros cuyos países no estaban en guerra colaboraban de múltiples maneras con los europeos: les enviaban ropa, comida, medicinas. Se calcula que el PEN intercedió a favor de unos setecientos escritores por cada año de guerra. Fue realmente prodigiosa la tarea que llevaron a cabo los miembros del PEN durante este período. Esta organización fue pionera en esas y otras actividades a favor de los Derechos Humanos. Lástima que muy poca gente conozca o recuerde esto.

G. G.: Y al terminar la Guerra, ¿por dónde se enfila el PEN?

H. A.: No olvides que, no bien cesan las hostilidades en Europa y el Pacífico, se inicia la Guerra Fría y, como es natural y dadas las persecuciones contra los escritores que se pronunciaban a favor de la Libertad, el PEN reasume inmediatamente su función de defensor de los escritores encarcelados o amenazados por sus ideales. Hay que recordar nada más los casos de Boris Pasternak y de Alexander Solzhenitsyn: ambos fueron víctimas del peor ostracismo por parte del círculo de poder de la antigua Unión Soviética.

G. G.: ¿Cuál fue el Centro o los Centros PEN que se encargaron de los casos de estos autores en particular?

H. A.: El de Alemania Occidental libró la batalla en el caso de Solzhenitsyn y no sólo lo hizo cuando el escritor estaba dentro de la Unión Soviética, sino que se encargó, incluso, de sacarlo del país. Pero casos como estos, aunque no lo creas, hay muchos en los anales del PEN. Lo que sucede es que las víctimas no han sido siempre tan célebres como los dos Premios Nobel que te acabo de mencionar. Los centros del norte de Europa -los de Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca-, así como los del Reino Unidos, mantuvieron una actividad constante y valiosa durante toda la Guerra Fría y, posteriormente, cuando cayó la llamada Cortina de Hierro y se configuró un nuevo orden mundial.

G. G.: Yo creo que esto que usted acaba de mencionar, nos lleva directamente a mi pregunta inicial sobre cuál ha sido el comportamiento del PEN, tras el 11 de septiembre y, frente a lo sucedido en el orden mundial, después de la Guerra de Irak.

H. A.: Toda la relación que he hecho hasta ahora de las posiciones asumidas por el PEN en diversos momentos críticos de la historia contemporánea apunta hacia lo mismo: La defensa por parte de la organización de este o aquel autor que es víctima de abusos y arbitrariedades por regímenes autoritarios. Este órgano no repara jamás en el hecho de que el perjudicado sea, o no, una figura mundialmente reconocida. El PEN, al asumir su defensa, sostiene que el delito es el mismo: El atropello de la integridad de la persona. Los medios de comunicación son los que deforman las prioridades y se encargan de cubrir únicamente los casos de celebridades, como ha sido todo este incidente de Salman Rushdie, a raíz de que el Ayatolá Jómeini lo condenara a muerte por Los versos satánicos. Los medios, por ejemplo, sacaron de contexto la razón por la cual el PEN de Londres salió en la defensa de este escritor y lo tomó bajo su protección. Como todos sabemos, el caso Rushdie empezó en Londres, tras la quema pública de varios ejemplares del libro «blasfemo». A partir de ese momento se da el acto oprobioso por parte del Jefe político y religioso iraní, que todos conocemos. Lo natural, pues, dada la trayectoria del PEN a favor de los escritores perseguidos, era que el Centro de Londres se hiciera cargo del asunto. Pero volviendo a tu pregunta sobre la actitud que ha asumido el PEN a raíz del 11 de septiembre y de la Guerra de Irak...

G. G.: ¿Sí?

H. A.: El PEN, bajo mi presidencia, está lanzando una encuesta sobre este tema entre sus ciento y tantos centros para conocer las opiniones de todas las culturas representadas en la organización: Árabes, anglosajones, chinos, japoneses, latinoamericanos, escandinavos... El problema es que aquí estamos, muy específicamente, enfrentados a una de las grandes amenazas de la Historia, como fueron el Fascismo, el Nazismo y el Estalinismo en el siglo XX. O sea, este es un desafío gigantesco y, como tal, una organización como el PEN -o sea, una ONG fuerte, dinámica tiene que considerar cómo debe medírsele a un monstruo de mil cabezas y de una dinámica excesivamente compleja como es el fundamentalismo islámico, enfrentado hoy, como está, a un país, como Estados Unidos, que, durante el siglo XX, fue considerado, conjuntamente con Francia y con el Reino Unido, como uno de los paradigmas de la Democracia contemporánea. Y eso, Gloria, no es para nada fácil. Sin embargo, por tratarse de un organismo integrado por escritores, ya existe un estado de alerta y una conciencia crítica que no suele darse en otro tipo de organización no gubernamental. Pero debemos estar también muy claros de que lo que existe ahora es lo que yo llamaría una conciencia crítica fragmentada.

G. G.: ¿Cómo y por qué la define usted de tal manera?

H. A.: En mi opinión, no debemos confundir esta situación con las otras que vienen de atrás. Me refiero al caso de las conciencias críticas que durante cuarenta y cuatro años han analizado y desafiado a la dictadura de Fidel Castro, que hoy por hoy, es un anacronismo patético y, trágico, para quienes la padecen. Tampoco debemos mezclarla con las que se han enfrentado a las tiranías que se han sucedido en Irán, en Turquía, en China, en la antigua Unión Soviética, en América Latina o en Grecia, para mencionar sólo algunas. La conciencia crítica que se debe asumir tras el 11 de septiembre tiene nuevos parámetros e implica enormes desafíos.

G. G.: Es la primera vez que Estados Unidos es víctima de una agresión extrajera en su territorio, al menos desde 1776. Y, en este caso, el agresor no es un país, sino los seguidores de un movimiento religioso y político de masas que pretende restaurar la pureza islámica. Tal vez habría que analizar este fanatismo frente a la rigidez y poca comprensión de «lo otro» y del «otro» de los actuales funcionarios de Washington.

H. A.: A eso habría que añadir un estudio detallado de cómo luchar, de manera inteligente, contra el pánico colectivo y la represión nacional y estatal que se ha desatado en casi todas las ciudades de los Estados Unidos. Todo esto puede tener resultados nefastos. Es cierto que nuestros escritores suelen ser personas lúcidas y respetuosas del «otro», pero en situaciones como éstas, hay que tomar muchos elementos en cuenta y no precipitarse, ni irse de bruces. El PEN no puede lanzarse a defender a un escritor si no está completamente seguro de que esta persona ha sido encarcelada o vejada por sus ideas o por un comportamiento arbitrario. Y, por último, esta organización no debe pasar por alto el hecho de que, en el panorama actual, cada día son más y mayores las violaciones de las libertades individuales, las de pensamiento, de conciencia, de culto...

G. G.: Sin mencionar los actos de discriminación racial y religiosa que se dan en todas las esferas sociales, políticas y económicas en estos momentos.

H. A.: El PEN -o más bien, sus dirigentes y sus miembros-, deben estar muy alertas, tener una conciencia clara de dónde yace el peligro y luchar con los ojos abiertos en defensa de los escritores cuando los delitos de que se les acusa tengan que ver con su profesión o con el ejercicio de ella.

G. G.: Hemos hablado de respetar y reconocer la importancia de «lo otro», «del otro». Esto me trae a la memoria algo que usted escribió en su Carta de Intención cuando se le nominó por primera vez a la Presidencia del PEN, en 1997: Que durante su mandato defendería la voz de los escritores de las naciones pequeñas y de las naciones emergentes. ¿Cómo evalúa usted la tarea cumplida, tras seis años de mandato?

H. A.: Sí y por eso creo, que es muy importante, por ejemplo, que se hayan establecido nuevos centros en América Central y en África. Para mí esto tiene una significación política substancial. Primero, porque con este paso se ha roto, o más bien, debilitado el orden, la hegemonía eurocentrista que, mal que bien, solía prevalecer en las estructuras del PEN. Segundo -hablando propiamente de América Central-, no hay que olvidar que esta región ha sido considerada por demasiados años el patio trasero de los Estados Unidos, política y militarmente. Muchos de los escritores de esa área, como tú y yo sabemos, nunca han tenido ningún tipo de protección. Han sido víctimas de la represión militar y política ejercida por las tristemente célebres Juntas, o por los dictadores, de turno. Por eso, que haya centros PEN en estos países es de gran provecho para que éstos se conviertan en verdaderos foros y voceros para la implantación, el conocimiento y defensa de los Derechos Humanos.

G. G.: Precisamente, esa es la meta y esperamos alcanzarla, a mediano plazo.

H. A.: Es necesario, repito, que se establezcan centros en cada país de América Central. Hay que apoyar mucho al de Nicaragua y fundar otros en aquellos países donde los derechos de la sociedad civil hayan sido constantemente abusados, como es el caso de El Salvador y Guatemala.

G. G.: Sé, Homero, que, entre sus prioridades ha estado, desde que asumió la Presidencia, el establecimiento de centros PEN de escritores indígenas, de América Latina.

H. A.: Precisamente acabo de participar en México en un foro sobre las lenguas «maternas», de escritores indígenas. En el país, por ejemplo, hay cincuenta y cuatro lenguas «maternas» que se conocen.

G. G.: ¿Por qué se les califica de «maternas»?

H. A.: Porque los grupos indígenas consideran que el Español es la lengua «paterna», la lengua del conquistador que ellos acabaron hablando por imposición, no como algo natural, como es el caso de la «materna».

G. G.: Con ellos, claro, se trataría de asumir en el seno del PEN, la representación de grupos y lenguas minoritarios.

H. A.: Esto es muy necesario, yo diría que esencial, por varias razones. Primero, porque los casas editoriales. No se les publica porque sus libros no son rentables. Y si lo hacen es porque han recibido subsidios de nuestros gobiernos. O sea, que en ese caso no se ha considerado siquiera el valor literario de la obra, sino más bien el antropológico. Te doy un ejemplo: si se publica el poemario de un escritor indígena, no podemos decir que esto, en sí, es indicativo de que al autor se le haya dado entrada en los medios literarios mexicanos. Ahora, creo que si ellos estuvieran representados en el PEN, el Comité de Traducciones y Derechos Lingüísticos, les ayudaría a posicionarse donde les corresponde. Les abriría, muy seguramente, un espacio cultural que no fuera únicamente el de la Antropología.

G. G.: Tengo entendido que en la UNAM, el Instituto de Investigaciones históricas publica una revista muy valiosa: Estudios de Cultura Maya sobre lengua y cultura Maya.

H. A.: Es así y también hay escuelas donde se enseña náhuatl y otras tantas. Se trata de respetar el Derecho de Educación en esas lenguas que consigna la Constitución mexicana. Pero eso no es suficiente. En el PEN estos grupos encontrarían el apoyo internacional correspondiente. Recuerda que en 1996 se reunieron en Barcelona más de sesenta Organismos No Gubernamentales (ONG) y representantes de treinta centros PEN, además de varios expertos en Derechos Lingüísticos de todo el mundo y que esto fue una iniciativa del Comité de Traducciones y Derechos Lingüísticos, del PEN Internacional. La Asamblea de participantes aprobó, entonces, el texto de la Declaración Universal de Derechos Lingüísticos.

G. G.: Sí, la redacción de este documento, ha sido uno de los grandes logros del PEN, en fecha reciente. Tengo muy presente la tarde cuando Carles Torner, Presidente del Comité, leyó el texto de la Declaración, en la Feria del Libro de Edimburgo, en 1997. Yo quedé muy impresionada porque ésta proclama la igualdad de derechos lingüísticos, sin distinciones no pertinentes entre lenguas oficiales/no oficiales/nacionales/regionales/locales/mayoritarias/minoritarias/modernas/arcaicas. Y otro punto que recuerdo muy favorablemente es que la Declaración considera inseparables e interdependientes las dimensiones colectivas e individuales de los derechos lingüísticos.

H. A.: El documento, como has dicho, es uno de las grandes, de las inmensas conquistas y contribuciones del PEN Internacional. Precisamente, en marzo del año 2001 estuvimos Carles Torner y yo en la UNESCO y le hicimos entrega de la Declaración al Director General de la Organización, el señor Koichiro Maatsura.

G. G.: Y usted, Homero, será recordado por ese documento que ha sido un paso histórico y positivo en la lucha contra el neocolonialismo cultural y, por lo tanto, lingüístico que experimentamos casi todos los que hablamos otras lenguas que no sea el inglés.

H. A.: Este es un tema que nos atañe a todos y que no sólo se limita a las relaciones de casi todas las culturas y las lenguas del mundo con los Estados Unidos. El PEN, como sabes, es un foro donde se proclama la igualdad de derechos de todas las literaturas. Sin embargo, en la práctica, sabemos que no es así. Y no lo es por muchas razones. Una es la falta de intercomunicación entre las literaturas de las naciones emergentes. Esto nos perjudica a todos. Los medios de comunicación y las editoriales de los Estados Unidos y de los países de la Unión Europea dominan al mundo y no es mucho lo que publican sobre lo que sucede o se escribe en el África, en la India, en Pakistán o en América Latina. Estos medios son, además, como pulpos que, al extender sus tentáculos, le quitan el aire y la vida a las revistas, casas editoras y a los periódicos más pequeños que eran los que antes permitían que los escritores se conocieran entre sí.

G. G.: Como fue el caso de Sur, la revista que fundó en la Argentina Victoria Ocampo y que publicaba, al mismo tiempo a Tagore y a Valéry; a Ortega y a Borges; a Faulkner y a Rómulo Gallegos; y a partir de los años sesenta a Homero Aridjis, a Mario Vargas Llosa y a Gabriel García Márquez.

H. A.: En México yo podría mencionarte el caso de El corno emplumado, una revista que fundaron y dirigieron Sergio Mondragón y Margaret Randall, ambos amigos míos, y que, en los años sesenta, unió a todos los poetas de América Latina. Este tipo de correspondencia es vital para el fortalecimiento de nuestras literaturas y para fomentar el diálogo entre los escritores.

G. G.: Se me ocurre que la revista del PEN bien podría ser un gran foro de intercomunicación entre los escritores del mundo. Lástima que no lo sea y que circule casi exclusivamente entre un grupo que no puede decirse que sea el más representativo de los escritores contemporáneos.

H. A.: El problema de la revista del PEN es que no tiene calidad literaria. Como se podría decir de otras revistas mediocres, no vale la pena su existencia. Debería, creo, ser la expresión de la literatura mundial, de la literatura contemporánea, de las ideas de nuestro tiempo.

G. G.: Tiene usted toda la razón. Antes de concluir, me gustaría que habláramos de la importancia de contar con un buen legado de experiencias y de vínculos para encabezar una ONG, de carácter mundial, como es el PEN Internacional. En el caso suyo, no hay duda de que los años de trabajo de voluntariado que le has dedicado a un organismo de la importancia del Grupo de los 100 han enriquecido su currículum y lo prepararon para el mandato que ha ejercido a la cabeza del único órgano mundial de escritores. ¿Podríamos conversar sobre cómo su experiencia en el Grupo de los 100 ha enriquecido la otra?

H. A.: Fundado en 1985, el Grupo de los 100 (Artistas e Intelectuales por el Medio Ambiente) se echó encima el compromiso de defender las esferas de la vida. La declaración con que nos dimos a conocer fue una protesta contra la contaminación en la Ciudad de México. Enseguida logramos que el gobierno de México declarara áreas protegidas cinco santuarios de la mariposa Monarca, entre ellos el de mi pueblo Contepec, lugar donde desde niño estuve en contacto con este fenómeno migratorio fantástico, mucho antes de que Fred Urquhart lo «descubriera» en 1976. El siguiente triunfo fue lograr que también el gobierno declarara la veda total a la matanza de tortugas marinas, y a la comercialización de sus productos. Ya que antes de nosotros se mataban anualmente más de cien mil individuos en particular en las costas del océano Pacífico. Otra gran victoria fue forzar al gobierno y a la Mitsubishi Corporation de Japón la cancelación de su proyecto de construir la salinera más grande del mundo en Laguna San Ignacio, una de las cuatro lagunas donde nace y se reproduce la ballena gris. Fueron cinco años de activismo ecológico en los que me acompañó en todo, como en las otras causas, mi esposa Betty. En el activismo ecológico, como dijera William Butler Yeats «en sueños comienzan las responsabilidades» uno comprende que no hay mayor tiranía que los sueños (el sueño de defender una mariposa, una tortuga marina, una ballena) y el deber moral que uno se inventa es siempre mayor que nuestra propia seguridad, ya que por eso, en 1997-98 recibí amenazas de muerte y estuve todo un año bajo protección policíaca. Desde luego, la protección me causaba más desasosiego y no descansé hasta que los agentes del gobierno se fueron. Una cosa curiosa, después de verlos llegar e irse cada día durante un año entero, mi perro Rufus, que es muy afectuoso, nunca los reconoció. Fue como si nunca hubiesen estado allí. Pero desde luego, sí, mi experiencia ambiental me sirvió mucho para encabezar una organización con el PEN, la única diferencia es que la ecología nos pone en contacto con algo vital como son las especies animales y vegetales, y en el PEN actual hay mucha burocracia y poca literatura. Como lo he dicho siempre: Hacer ecología es hacer poesía.

G. G.: Porque el poeta es como las mariposas y los sueños. Encarcelarlo dentro de una burocracia es un atentado contra el Espíritu y la Naturaleza. Gracias, Homero, por el extraordinario legado que nos deja como Presidente del PEN y como ser humano. Los escritores del mundo le adeudamos mucho. Usted nos ha devuelto las voces míticas, los espejos que reflejan la imagen de ese caudal de anhelos secretos que sólo el poeta reconoce ¿Qué sería del ser humano sin sus escritores?

Bellagio, Italia, julio de 2003/Ciudad de México, diciembre de 2003.



Gloria Guardia, novelista y ensayista panameño-nicaragüense es numeraria de la Academia Panameña de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española y de las Academias Colombiana y Nicaragüense de la Lengua. De 1997 a 2002 formó parte del Consejo Mundial del PEN Internacional, con sede en Londres. En 2006 fue elegida, en Berlín, Vicepresidenta del PEN Internacional.





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