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Concepción Gimeno de Flaquer

Teodoro Guerrero





No vamos a escribir una biografía. Ese trabajo lo han hecho ya plumas muy autorizadas; solo queremos fijarnos en algunos rasgos de la inspirada escritora aragonesa, cuyo retrato ofrecemos en la página 196. Harto conocidas son las excelentes producciones literarias de Concepción Gimeno de Flaquer; su nombre no se habrá borrado de la memoria de los que la conocían por la inspiración de sus obras: Victorina, La mujer española, El doctor alemán, La mujer juzgada por una mujer, Madres de hombres célebres, y otras. Muy joven contrajo matrimonio con el acreditado literato catalán don Francisco de Paula Flaquer, y juntos tendieron el vuelo por el mundo, recorriendo varias capitales de Europa, donde Concha (así la llaman sus amigos) robusteció su talento, recogiendo ideas, que, como semillas que caían en tierra fértil, dieron sazonados frutos, que después hemos ido encontrando en nuevos libros y en las columnas de los diarios.

En 1883 los felices esposos atravesaron el océano, soñando con el paraíso, y pisaron la tierra de Moctezuma, que abrió los brazos a la dulce cantora de la mujer, dispensándole la más cariñosa acogida: los poetas la cantaron; las sociedades científicas y literarias le ofrecieron un lugar en su seno; las familias se disputaron obsequiarla en el hogar; y la imaginación de Concha se dilató en anchos horizontes; el agradecimiento y el entusiasmo la hicieron pulsar su privilegiada lira y templar su pluma. Ahí está la colección de su excelente Álbum de la Mujer, revista publicada en Méjico durante siete años con éxito creciente. En sus páginas se ven confundidas las firmas de los primeros escritores mejicanos con las más notables de nuestros compatriotas.

En Méjico apareció también la preciosa novela ¿Culpa o expiación?, donde la autora lució las galas de su rica imaginación, interesando vivamente al lector con el relato y dándole qué pensar para resolver el problema social que se propuso presentar. El juicio de esa novela, muy superior en mérito a Victorina, se encuentra en todos los periódicos de España y de América, que la han enaltecido como merece.

La figura de Concha Gimeno produce la impresión favorable de la belleza y del talento, que, como el perfume, trasciende. Elegante sin afectación, de modales escogidos y de amabilísimo trato, que anuncian su educación esmerada, su agradable sonrisa y el brillo de sus hermosos ojos, al través de cuyos cristales se transparenta el genio, despiertan a primera vista la simpatía; oyéndola hablar, cautiva con la riqueza de sus conocimientos; oyéndola leer, fascina con la música de sus palabras y con la entonación de su voz, que nunca se cansa. Su lira es a veces tan viril, que no se ve a la mujer; y a veces es tan dulce, que parece que los sonidos de sus cuerdas salen de la enramada. Concha no se arrulla con las tempestades, como Gertrudis Avellaneda, no se inspira con las flores silvestres; como Carolina Coronado, no moja su pluma en el fango del naturalismo para buscar efectos, como otras escritoras que se dejan arrastrar por las fatales corrientes de la época. No: Concha lleva estampado en la frente el sello de la dignidad que honra al talento, pues comprende que Dios no puso el dedo en su frente para utilizar esa concesión llevando la corrupción a los hogares, al descorrer el velo del pudor que cubre los ojos de las niñas. Sus libros entran sin examen en las casas honradas, y las madres de familia respetan sus ideas como su nombre. ¡Qué más gloria para una escritora cristiana!

Pocos meses después de llegar a México, en febrero de 1884, los más distinguidos poetas dedicaron a Concha una corona, y coleccionaron sus inspirados versos en elogio de la egregia dama. Allí leemos las oportunísimas redondillas de nuestro predilecto vate mejicano Juan de Dios Peza, llamado con razón el Cantor del hogar. Peza, contemplando el retrato de Concha, que acompañaba a la corona, exclama:


   Eres tan juvenil, tan sonriente;
miran tus claros ojos de tal modo,
que nunca imita el arte fácilmente
rostros que en la expresión lo tienen todo.
   O el lápiz ha corrido muy deprisa,
o el arte para ti no puede nada;
¿Cuándo ha muerto en tu boca la sonrisa?
¿Cuándo ha muerto en tus ojos la mirada?
   Si están mudos tus ojos y tu boca,
si fue el artista al dibujarte ingrato,
a mí tu admirador, a mí me toca
poner la fe de erratas al retrato.



El poeta, después de rectificar, acusando al arte, que no sabe copiar las perfecciones de la naturaleza, porque no posee aquel el movimiento del alma, la expresión de la vida, termina su fe de erratas con esta invocación:


   ¡Oh lápiz sin verdad! ¡Oh pluma ingrata!
¿Cuándo tu augusta majestad recobras?
¿Quién es, Concha, el audaz que te retrata?
¡Tu retrato mejor vive en tus obras!



En toda la América española se rinde admiración a nuestra fecunda escritora, aun recordamos el relato publicado en los diarios de la Habana de la recepción que allí dispensaron a la ilustre viajera en 1887. El ««Centro Catalán» dio en su honor una velada literaria y un gran concierto, ofreciéndole una corona de oro, y leyeron versos varios poetas cubanos, en celebración de sus méritos.

Así, no es extraño que, en junio último, cuanto encierra Madrid de notable en el mundo de las letras llenara el vasto salón del Ateneo, al anuncio de que iba a dar lectura de un trabajo suyo la escritora que volvía a sus lares, coronada y cargada de laureles americanos. Un aplauso ruidoso saludó la aparición, en la tribuna del docto centro, de Concepción Gimeno de Flaquer, presentada por el ilustre académico Juan Valera, que hizo el elogio de la disertante en pocas y escogidas frases. Vestida con exquisita elegancia, Concha impresionó al auditorio, y apenas empezó la lectura de su concienzudo trabajo sobre la civilización de los antiguos pueblos mejicanos, obra dedicada al señor presidente de la República, sorprendió, no solo por la riqueza de datos que encerraba el opúsculo, revelando el profundo estudio que la escritora había tenido que hacer para triunfar de tan arduo asunto, sino por la entonación y el encanto de la lectura, cualidad poco común en los que cultivan las letras. Cerró la señora Gimeno su valioso trabajo con la pintura de Doña Marina, la poética mujer, inseparable compañera de Hernán Cortés y enalteciendo la importancia de las mujeres, que tanto influyeron en hombres como Clodoveo y san Agustín, terminó con este brillante párrafo:

En el fondo de todos los grandes acontecimientos encontraréis una mujer: Judit liberta a los hebreos de la tiranía; por Lucrecia se derrumba el trono romano; la sangre de la casta Virginia cimenta la libertad de los plebeyos; Volumnia impide la demolición de la ciudad de los Césares; por Octavia espira una República; Genoveva detiene el furor de Atila en las puertas de París; Berenguela defiende la ciudad de Toledo; Juana de Arco, la de Orleans; Agustina, la heroica Zaragoza; María Pita, el puerto coruñense, y nuestra Gran Isabel derroca con la cruz a la media luna, y hace surgir del océano un nuevo mundo, preparando a Cortés la conquista del Imperio de Moctezuma, en cuya obra es ayudado por D.ª Marina, que la completa propagando entre los indios nuestra religión.



Una salva de aplausos cerró la velada, y los literatos de primera fila se disputaron estrechar la mano de la discretísima autora de tan excelente disertación, que revela hasta dónde llega el talento auxiliado por el estudio.

Al fijar de nuevo la señora Gimeno de Flaquer su residencia en esta corte, ha trasladado aquí el semanario Álbum de la Mujer, que aparecía en Méjico, poniéndole por título Álbum Ibero-Americano, revista impresa con lujo e ilustrada con excelentes grabados: el éxito ha correspondido a su valer, pues en los números publicados van apareciendo las firmas de renombrados escritores de ambos países.

La señora Gimeno de Flaquer ha conseguido con su obra sobre México colocarse en el primer rango de las escritoras de España.





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