Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice

Concepción Gimeno de Flaquer: el problema feminista

María de los Ángeles Ayala

La figura de Concepción Gimeno de Flaquer es mucho menos conocida para los lectores actuales que las de Concepción Arenal o Emilia Pardo Bazán, dos de sus más significadas coetáneas. Sin embargo, estas tres mujeres obtuvieron en su época un indiscutible reconocimiento público por su trabajo a favor de la mujer, tuvieron detractores y defensores, y, claro está, sus escritos no dejaron indiferentes a sus contemporáneos. La crítica, no obstante, ha actuado de forma diferente, pues si Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal son hoy en día figuras de enorme vigencia, como lo prueban los numerosos trabajos que sobre sus vidas, obras e ideas siguen apareciendo con enorme regularidad, el caso de Concepción Gimeno de Flaquer es distinto. Apenas hay estudios sobre esta escritora1 y, sin embargo, aun reconociendo que sus publicaciones no alcanzan el rigor y la sutil gracia de los escritos de Emilia Pardo Bazán o Concepción Arenal, en su momento histórico desarrolló una extraordinaria actividad dirigida a la erradicación de la ignorancia en la que vivía la mujer, al igual que lo hicieron sus ilustres coetáneas.

En el corpus literario de Concepción Gimeno de Flaquer se distinguen especialmente dos facetas, el ensayo y la novela, que persiguen el mismo objetivo: mejorar la situación en la que se encuentra la mujer. Como la mayoría de las escritoras del siglo XIX Concepción Gimeno comenzó su trayectoria literaria publicando en la prensa. Su primer artículo aparece en El Trovador del Ebro el 7 de noviembre de 1869, trabajo que, significativamente, lleva como título «A los impugnadores del bello sexo»2. El Correo de la Moda (Madrid), La Madre de Familia (Granada), El Mundo Ilustrado (Barcelona), La Familia (Madrid), Flores y Perlas (Madrid), La Ilustración (Barcelona), EL Álbum Ibero-Americano (Madrid), entre otras revistas, se convirtieron en órganos de propaganda de sus ideas3. Dentro de este ámbito periodístico también cabe subrayar la fundación y dirección de dos revistas que nacen con el propósito expreso de favorecer el acercamiento de la mujer a la educación. Una es La Ilustración de la Mujer4, publicación que comenzó su andadura el 1 de marzo de 1873 en Madrid; la otra, publicada en México a partir del 8 de septiembre de 18835, lleva como título El Álbum de la mujer. Asimismo, en 1890, tras dar por finalizada su estancia en tierras americanas, se hizo cargo de la dirección de la publicación madrileña El Álbum Ibero-Americano6.

Aun dejando de lado su producción narrativa7, que está por estudiar detenidamente, el número de publicaciones debidas a Concepción Gimeno de Flaquer es significativa. Ensayos como La mujer española (1877), La mujer juzgada ante el hombre (1882), La mujer juzgada por una mujer (1882), En el salón y en el tocador (1899), Evangelios de la mujer (1900), La mujer intelectual (901), entre otros, denotan la seriedad y regularidad con que la escritora aborda el estudio de la mujer de su época. Igualmente, sabemos que fue una de las primeras mujeres que obtuvo la autorización pertinente para intervenir en las veladas del Ateneo. Si Rosario de Acuña inicia el camino de la apertura de este centro cultural de primer orden a la mujer en el año 1884 al intervenir en una velada poética, Concepción Gimeno de Flaquer también utilizará esta tribuna en distintas ocasiones. El 17 de junio de 1890 disertará sobre la Civilización de los antiguos pueblos mexicanos; el 6 de mayo de 1895 hablará sobre las Ventajas de instruir a la mujer y sus aptitudes para instruirse y en 1903 pronuncia una conferencia titulada, precisamente, El problema feminista, donde sintetiza las ideas que al respecto ha ido desgranando en artículos y ensayos publicados con anterioridad.

Para acercarnos al pensamiento feminista de Concepción Gimeno de Flaquer partiremos, además de la mencionada conferencia pronunciada en el Ateneo, de las dos obras que otorgaron a la escritora un mayor renombre entre los críticos y lectores del momento: La mujer española, libro escrito cuando acaba de cumplir los veintiséis años, 1873, y Evangelios de la mujer, obra publicada en 1900 y que alcanza nada menos que nueve ediciones en un breve plazo de tiempo8. En estos tres trabajos la autora esboza con total nitidez su personal postura ante lo que ella denomina, sin ningún género de duda, el mayor problema social que tiene planteada la sociedad de finales del siglo XIX: el reconocimiento de los derechos de la mitad de la humanidad, pues si admite la existencia de otras cuestiones candentes en el momento, como las reformas agrarias o industriales, apunta que las reivindicaciones feministas abarcan cuantitativamente un mayor número de individuos: a la mitad de la población. De ahí que proclame con total contundencia que aunque sólo sea por esta circunstancia, las reformas en este sentido deberían asumirse sin dilación.

La postura de Concepción Gimeno de Flaquer es clara en el inicio del siglo XX. Ella misma sostiene que se sitúa en un feminismo moderado o conservador, distinto al radical que se caracteriza por ser partidario de soluciones violentas. Un feminismo «que no desquicia, ni descoyunta, que no es demoledor, que no es revolución, sino evolución»9 Señala que el credo fundamental de los feministas conservadores es alcanzar la emancipación intelectual y económica de la mujer. Un feminismo moderado que no exige el sufragio para la mujer, que no desea que la mujer sea electora y elegible, pues prefiere que los derechos políticos se reserven para el hombre, ya que el juego entre partidos le parece que está demasiado corrompido como para participar y enfangarse en su lodo. La escritora en Evangelios de la mujer enumera los ideales de ese feminismo moderado que ella abandera:

«1.º Evitar todo obstáculo a las manifestaciones de las facultades intelectuales de la mujer; 2.º Educar esas facultades para que puedan utilizarse, teniendo en cuenta que las mentales, como las musculares, atrofianse si no se ejercitan; 3.º Darle trabajo bien remunerado que la defienda de toda inmoralidad; 4.º Concederle la libre disposición del capital adquirido con su trabajo, por dote o herencia; 5.º Favorecer al sexo femenino en los talleres y fábricas, teniendo en cuenta que la mujer está más condenada por la naturaleza al dolor físico que el hombre; 6.º Destruir la trata de blancas, tan punible como lo fue en otros tiempos la trata de negros; 7.º Permitirle el derecho a ejercer las profesiones y cargos dignos de sus aptitudes, muy especialmente la medicina, para curar las enfermedades de las mujeres y las de los niños»10.


La escritora argumenta en sus trabajos la bondad de estos ideales, partiendo siempre de la misma convicción: la situación de inferioridad en que se encuentra la mujer es fruto de la posición privilegiada en la que el hombre se ha situado desde tiempos inmemoriales. Denuncia que éste, con su actitud, es el causante de los defectos que a lo largo de la historia se achaca al género femenino, ya que la voluntad de la mujer siempre se ha visto supeditada a las exigencias y preferencias de éste. La autora hace gala de sus vastas lecturas y recurre constantemente a las citas de autores y pensadores del mundo clásico y contemporáneo que han opinado a favor y en contra de la capacidad intelectual de la mujer y de la bondad o maldad innata de su naturaleza. Así, por ejemplo, la escritora en su primer libro -La mujer española- recoge, entre otras, las apreciaciones negativas acerca de la mujer emitidas por San Bernardo -La mujer es el órgano del diablo-, Salomón -Las mujeres hacen apostatar a los ángeles-, San Gregorio -La mujer posee el veneno del áspid y la malicia de un dragón-, Plauto -No podemos elegir entre las mujeres, no hay una siquiera que merezca nuestra atención-, Séneca -La fealdad es lo único que puede garantizar la virtud en las mujeres-, etc. Improperios que reiterados a lo largo del tiempo han contribuido a forjar esa imagen negativa que sufre la mitad de la humanidad. Concepción Gimeno de Flaquer protesta enérgicamente contra esta situación y señala, como ferviente católica, que la voz más autorizada de todas, la del propio Jesucristo, ha proclamado la igualdad plena entre los dos sexos al instituir el sacramento del matrimonio: Compañera te doy, no sierva. Esta fórmula entraña, para la autora, un verdadero programa feminista.

Tomando como punto de partida la generalizada y asumida creencia de que la misión y finalidad de la mujer es la de formar un hogar y educar a unos niños, Concepción Gimeno analiza la institución matrimonial, señalando que el matrimonio, la institución que regula, fundamentalmente, las relaciones entre hombre y mujer, debería ser «la asociación de dos seres conscientes, libres e iguales»11, concepción, sin duda, radicalmente novedosa y escandalosa para la época. Para ello, continúa exponiendo la autora, es necesario abolir la idea de la supuesta inferioridad intelectual y moral de la mujer y, consecuentemente, derogar las leyes civiles que convierten a la mujer en un ser dependiente por completo del hombre. Cuestiones que se convierten en ejes fundamentales de toda su producción ensayística.

Concepción Gimeno combate la generalizada idea de que la mujer es un ser débil, inclinado por su propia naturaleza a dejarse arrastrar por el camino de la perversión. La autora, coincidiendo con los postulados de Concepción Arenal, sostiene que «la mujer es igual al hombre en fuerza moral»12, pues sólo protegida con el escudo de la virtud, ésta es fuerte, honrada, digna y hace gala de un agudo sentido del deber. Si la mujer se desvía de este recto comportamiento es por carecer de una preparación adecuada. De ahí que Concepción Gimeno abogue por liberarla de su ignorancia, pues, como señala la escritora, «una mujer ignorante es un ser débil e indefenso: sin ideas, sin carácter, sin resolución y sin iniciativa»13.

El derecho a recibir una educación y cultivar la inteligencia de la mujer es, sin duda, una de las reivindicaciones que con mayor ahínco reclama Concepción Gimeno. Por un lado, atendiendo a su papel tradicional, la mujer tiene el deber de cuidar y educar convenientemente a sus hijos y para ello es preciso que cuente con los conocimientos adecuados tanto de higiene como de astronomía, física, química y medicina que le permitan aclarar y satisfacer la innata curiosidad de sus niños. Por otro, la compleja sociedad del siglo XIX exige a la mujer una preparación que le posibilite, aunque sólo sea por cuestiones pragmáticas y monetarias, la integración en el mundo laboral. La autora señala que en muchas ocasiones el sueldo del marido no es suficiente para sufragar las necesidades familiares, siendo el trabajo de la mujer necesario para ello. De ahí que reclame para la mujer trabajos que en este momento histórico desarrollan los hombres, como pueden ser, entre otros, las actividades vinculadas al mundo de la peluquería, venta de tejidos, confección de vestidos, etc. Igualmente sostiene en su conferencia, El problema feminista, que la mujer es capaz de desempeñar un trabajo eficaz en la administración de instituciones como bancos, museos, bibliotecas y sociedades benéficas o ejercer profesiones literarias, artísticas y científicas. Nómina de actividades profesionales que en Los Evangelios de la Mujer amplia al señalar lo siguiente:

«El Gobierno español podría emplearla en la inspección de escuelas y conservatorios, en la administración de establecimientos benéficos, en correos, estancos, loterías, telégrafos y oficinas de ferrocarriles; las empresas particulares, en los trabajos de litografía, fotografía, tipografía, grabado, fototipia y teneduría de libros; los fabricantes, en la pintura de abanicos, sachets, porcelanas, cajas, sombrillas y en la confección de blondas, pasamanería, plumas y joyas»14.


Como es notorio Concepción Gimeno no sólo adopta en sus trabajos una actitud reivindicativa, denunciando unas costumbres y unos comportamientos que le parecen injustos, sino que apunta soluciones prácticas para que se produzca la paulatina incorporación femenina al mundo laboral. La remuneración del trabajo realizado alejaría a la mujer de la pobreza y de la desesperación, motivos principales de que ésta acepte un matrimonio por interés o caiga en los brazos de un avezado protector o en la más degradante prostitución. De ahí que proclame con contundencia que el trabajo retribuido es el escudo que mejor protege la virtud de la mujer.

Entre las profesiones artísticas y científicas apropiadas para ser desempeñadas por la mujer, Concepción Gimeno destaca la pintura, la música y la literatura, entre las primeras, y la medicina entre las de carácter científico. Reivindica, por una lado, las mencionadas actividades artísticas como profesiones remuneradas que permitan a la mujer satisfacer sus propias necesidades; por otro, las artes, con su capacidad de perfeccionar al hombre, se presentan a la escritora como «el lazo de fraternidad entre las criaturas, pues ellas nivelan a los hombres más separados por nacimiento, fortuna y distancias»15 y, por lo tanto, suponen el camino idóneo para alcanzar la igualdad entre hombre y mujer. Como es habitual ejemplifica sus asertos con la mención de mujeres españolas y extranjeras que han destacado en estos ámbitos, lamentándose a su vez de que en España estas disciplinas artísticas se ofrezcan a la mujer como mera educación de adorno. Especialmente significativo es el capítulo XVI de La mujer española -La literatura en España- en el que defiende la incursión de la mujer en este específico ámbito. Con tono enérgico la autora arremete contra el hombre de su tiempo que «permite a la mujer ser frívola, vana, aturdida, ligera, superficial, beata y coqueta, pero no le permite ser escritora»16. Concepción Gimeno constata que, a diferencia de Francia, donde la literata goza de claro prestigio, la sociedad española muestra una generalizada prevención contra la misma, siendo juzgada con una enorme e injusta dureza:

«Los laureles que alcanza en España la literata están rociados de lágrimas.

Los más insignificantes actos de la literata son fiscalizados, todas sus acciones comentadas y narradas de mil diversos modos, sus frases interpretadas, sus miradas espiadas, sus movimientos analizados.

Si la literata es reservada, la apellidan orgullosa; si es expansiva, charlatana; si es seria, altanera; si es alegre, loca; si es triste, romántica.

Si habla poco, dicen que se desdeña por tratar a las gentes porque no las ve a su altura; si habla mucho, que quiere imponerse y lucir sus conocimientos.

Si su conversación es sencilla, la encuentran vulgar y poco en armonía con sus escritos; si sus frases son elegantes, dicen que escogita (sic) los términos que usa para deslumbrar, haciéndose incomprensible»17.


Entre las profesiones científicas, Concepción Gimeno destaca la medicina. Especialmente reclama el ejercicio de la ginecología y la atención a las enfermedades de la infancia como ramas apropiadísimas para ser desempeñadas por la mujer. La autora lamenta que el pudor innato de la mujer hace que ésta no consulte sus dolencias al profesional de la medicina, comportamiento que evidentemente entraña un enorme peligro para la propia vida.

En El problema feminista rechaza las teorías de que el menor volumen del cerebro femenino condiciona la capacidad intelectual de la mujer y, apoyándose en los estudios de antropólogos como Brocca y Simms, subraya que las manifestaciones intelectuales dependen de la educación que cada individuo recibe y no del peso de la masa cerebral. Para argumentar esta reflexión enumera un buen número de mujeres que a lo largo de los siglos, y a pesar de que en ellos se negase a la mujer una adecuada y sistemática instrucción, ha sobresalido en el campo de la filosofía, del derecho, de la medicina, de las artes o del gobierno de sus propios reinos, de ahí que Concepción Gimeno señale en esta conferencia que «éstas y otras mujeres, que fuera prolijo enumerar, desmiente la brutal frase del misógino que exclamaba con humos de suficiencia: La mujer no ha nacido para contar las estrellas, sino las gallinas del corral»18. Concepción Gimeno, por el contrario, aboga a favor de que tanto hombres como mujeres reciban idéntica educación, una educación que permita a ambos alcanzar su plenitud como seres humanos.

Si la defensa de la capacidad intelectual de la mujer y su derecho a recibir una educación y a desempeñar un papel activo en la sociedad son ideas que se mantienen en todas sus obras, desde su primer trabajo -La mujer española- a los publicados en los albores del siglo XX -El problema feminista y Evangelios de la Mujer-, existen también aspectos y tonos diferentes entre estas obras. En su primer ensayo, quizás por la propia juventud de la autora, el tono es más vehemente y exaltado, sobre todo al señalar que es el varón el máximo responsable de la situación en que se encuentra la mujer, un hombre que contempla el acceso de la mujer a la cultura como una amenaza que pone en peligro tanto su inequívoco protagonismo en la vida pública como su posición privilegiada dentro del núcleo familiar. De ahí, que la escritora, denuncie este inaceptable comportamiento masculino al señalar lo siguiente:

«El hombre ha demostrado constantemente una tendencia ruin: el deseo mezquino de rebajar a la mujer, convirtiéndola en ser pasivo, en maniquí, en criatura nula y ciega, incapaz de caminar al lado suyo por los mundos elevados de la ilustración y la inteligencia.

El hombre ha querido ciega a su compañera, para que no le viese caminar por sendas cubiertas de fango vil; la ha querido sin criterio para que no le pidiera cuenta de su conducta ligera y para subyugarla sin razonamiento de ninguna especie ante las despóticas leyes de su caprichosa fantasía; ha comprendido el hombre que, al suavizarse las costumbres, el cetro del mundo pertenece a los reyes de la inteligencia, para doblegar a su compañera, sometiéndola a un ominoso yugo y a una postración moral muy lamentable, ha mutilado sus facultades intelectuales y la ha sepultado en las tinieblas, sumiéndola en la más oscura ignorancia»19.


En las obras escritas al filo de 1900 este tono ardiente sólo aparece ocasionalmente. La escritora es consciente, por propia experiencia, que en la anquilosada sociedad española las reivindicaciones feministas no son bien recibidas. Concepción Gimeno en estas últimas obras opta por suavizar el tono de la denuncia, adscribirse a ese feminismo conservador, que no se menciona en La mujer española, a intentar, en definitiva, granjearse, con su palabra moderada, la atención y simpatía del mayor número de hombres y mujeres. De ahí que en estas dos obras dedique una especial atención a difundir los ideales y logros alcanzados por el feminismo tanto en España como en el resto del mundo. Es evidente la copiosa documentación recabada para trazar la evolución de dicho movimiento tanto en los países de nuestro entorno europeo como en las naciones del continente americano, pero también es verdad que Concepción Gimeno estudió la situación de la mujer durante los numerosos viajes emprendidos a lo largo de su vida -especialmente su larga estancia en México-, viajes que le permitieron contemplar por sí misma la realidad social de aquellos países. Esa experiencia vital junto a la necesaria documentación libresca y periodística le permiten trazar, especialmente en Evangelios de la mujer, una amplia e interesante panorámica de los avances del movimiento feminista a finales del siglo XIX. La segunda parte del citado libro agrupa bajo el rótulo general de El feminismo y sus conquistas nueve capítulos que encierran una copiosa información sobre la propia doctrina feminista -I y II-; la influencia de la religión cristiana en el feminismo -III- y sobre el desarrollo del dicho movimiento en los países anglosajones -América del Norte e Inglaterra-, cuna de feminismo -IV-, Francia -V-, Italia -VI, España -VII-, México y Sud-américa -VIII-, para concluir, capítulo IX, con una rápida retrospectiva de los avances del feminismo en Rusia, Alemania, Suecia, Noruega, Austria-Hungría, Suiza, Bélgica, Polonia, Holanda, Australia y China. La autora de forma significativa titula este último capítulo con el rótulo de Universalidad del feminismo. Al trazar el desarrollo histórico en cada uno de estos capítulos sigue unas pautas que se reiteran. La autora destaca las figuras femeninas que iniciaron el proceso reivindicativo, da cuenta de la existencia o no de sociedades fundadas para reclamar los derechos usurpados a la mujer, aporta datos sobre la apertura de la Universidad a las mujeres, comenta los casos concretos de mujeres que han destacado en el campo profesional y concede una atención preferente a divulgar los derechos alcanzados hasta este momento. Así, por ejemplo, al referirse a la situación de la mujer inglesa destaca los logros alcanzados en el orden social: «[...] libertad de testar, facultad de disponer de sus salarios, derecho de votar en las elecciones municipales, la cúratela de los pobres y la inviolabilidad de los derechos maternales»20. También señala que las inglesas pueden ser miembros de los Consejos Escolares de Beneficencia y de Asistencia pública, rural y urbana y dedica un buen número de párrafos a subrayar el número tan elevado de mujeres que ejercen la medicina en Londres -ciento treinta mujeres sobre un total de ciento cincuenta que han obtenido el título- gracias a la apertura de una Escuela de Medicina para mujeres en 1874. Concepción Gimeno enumera los avances del feminismo en todos los países mencionados, constatando, con pesar, que España es una de las naciones donde el movimiento feminista ha alcanzado un menor eco. El tono enérgico, vehemente, reaparece para instar a las españolas a rebelarse, asegurando que las virtudes femeninas de la obediencia y la abnegación tan ponderadas por el hombre de la época «aseguran el yugo masculino»21.

Otra de las cuestiones que más enervan a Concepción Gimeno es el tratamiento que las leyes españolas otorgan a la mujer, pues le parece totalmente injustificable que los legisladores consideren a la mujer «igual al hombre ante la ley penal e inferior ante la ley civil»22. Especialmente delicada le parece la situación en la que se encuentra la mujer casada, sometida por completo a la despótica voluntad del marido: «La tiranía marital puede prohibirle visitar a sus padres, disponer de su caudal, ser albacea, ejercer tutela y comparecer en juicio; el marido, amo y señor, está autorizado para interceptar la correspondencia de su esposa, obligarla a cambiar de nacionalidad, impedirla que coopere a la cultura general por medio de la prensa»23. Protesta enérgicamente ante el hecho de que la mujer, al contraer segundas nupcias, pierda la patria potestad de sus hijos legítimos menores, a no ser que el marido hubiera previsto expresamente en su testamento que la conservara. Totalmente contraria se muestra la escritora ante situaciones en que los legisladores hacen gala de una total injusticia, pues las culpas de infidelidad femenina se condenan con mayor dureza que las cometidas por el hombre. La ley, continúa denunciando, le niega a la mujer que ha sido madre fuera del matrimonio investigar la paternidad de su hijo o, en caso de que padre resuelva reconocerle, pueda arrebatárselo a la madre soltera al cumplir el niño tres años. Concepción Gimeno se lamenta el atraso en que se encuentra la sociedad española al respecto, que aletargada por el narcótico de la rutina no emprende una reforma que proclame la igualdad del hombre y de la mujer ante la ley. Igualmente se lamenta de que la mujer ante tamaña desigualdad no reaccione de manera contundente:

«La mayor parte de nuestras mujeres no tienen noción clara de su servidumbre; no se han percatado de que carecen de personalidad, ya que el Código las declara seres subalternos, accesorios del varón. Las que se dan cuenta de la opresión en que viven, oponen resistencia pasiva a las ideas libertadoras, considerando que siempre ha sido igual la situación de la mujer. ¡Como si la injusticia debiera legitimarse porque cuente siglos de existencia!

La esclavitud envilece cuando el esclavo acepta resignado su abyección, sin intentar romper las cadenas que le humillan»24.


La falta de iniciativa de la mujer española para su emancipación radica, para la autora, en que ésta se ha doblegado ante la idea de su poco valer, idea impuesta por el hombre y aceptada sumisamente por ella. El peso de la ley y de las costumbres le ha hecho aceptar la supremacía del hombre y la ha incapacitado para exigir sus propios derechos. Concepción Gimeno señala que sólo algunas españolas se lamentan aisladamente de su situación, pero sus quejas hasta el presente momento no han adquirido carácter colectivo. La autora en este capítulo destaca a Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán como las dos figuras femeninas que más han aportado al incipiente movimiento feminista español y subraya la importancia de los Congresos pedagógicos celebrados en 1882 y 1892 que han facilitado la reforma de la enseñanza en la Escuela Central de Maestra y la creación de centros tan importantes como La Institución para la enseñanza de la mujer que funcionan con éxito en Madrid y Valencia. Al trazar el desarrollo del movimiento feminista en España, Concepción Gimeno no duda en destacar la favorable opinión que sobre éste tienen escritores y políticos como Torres Campos, Pí y Margall, Cánovas del Castillo, Castelar, Rodríguez Solís, Ruiz Zorrilla, Sagasta, Moret, Salmerón, Canalejas, Romero Robledo, Labra, Giner, Cossío, Buylla, entre otros, a los que agradece encarecidamente el apoyo otorgado.

Concepción Gimeno de Flaquer se proyecta a través de sus ensayos como una mujer comprometida con la problemática social de su sexo. Una escritora que con una enorme insistencia recrimina y denuncia, con no poca vehemencia, el comportamiento de sus contemporáneos, convencida de la necesidad de que la mujer alcance el puesto que le corresponde como ser racional en la sociedad. Escritora que oscila entre el idealismo y el realismo, pues si es consciente de la dificultad que entraña alcanzar el credo de ese feminismo conservador que ella defiende, también tiene la clara convicción de que los derechos de la mujer, pese a todos los obstáculos, terminarán siendo reconocidos en la anquilosada sociedad española. De ahí que en el prólogo de Evangelios de la mujer, con visión profética, incluya la frase siguiente: «El siglo XVIII proclamó los derechos del hombre; el XIX ha concedido a la mujer en algunos pueblos lo que aquí pedimos; el XX los otorgará»25. Es evidente que dicha predicción se cumplió, ya que las leyes promulgadas durante el siglo XX establecieron la igualdad entre hombres y mujeres en España. No obstante, como la escritora sostenía, no sólo son las leyes las que deben modificarse, sino también las costumbres seculares y, éstas, en el inicio del siglo XXI, continúan manifestándose y ejerciendo su poder, de ahí que debamos sacar del olvido los escritos de estas primeras mujeres que lucharon por alcanzar sus derechos, pues sus trabajos deben constituir el punto partida a la hora de trazar la historia social de nuestro país.

Bibliografía

  • AYALA, M.ª A., «La mujer española, de Concepción Gimeno de Flaquer», en Actas del III Coloquio de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX: Lectora, heroína, autora (La mujer en la literatura española del siglo XIX), Barcelona, PPU, 2005, pp. 13-22.
  • Catálogo de publicaciones periódicas madrileñas existentes en la Hemeroteca Municipal de Madrid, 1661-1930, Madrid, Artes Gráficas Municipales, 1933.
  • CHOZAS RUIZ-BELLOSO, D., «La mujer según el Álbum Ibero-Americano (1890-1891) de Concepción Gimeno de Flaquer», Espéculo. Revista de estudios literarios (Revista Digital Cuatrimestral), 29, 2005.
  • GIMENO DE FLAQUER, C., Civilización de los antiguos pueblos mexicanos. Disertación histórica leída por la autora en el Ateneo de Madrid en la noche del 17 de junio de 1890, Madrid, Imprenta de M. p. Montoya, 1890.
  • ——, ¿Culpa o expiación? Novela original con retrato y biografía de la autora, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1890 (4.ª ed.).
  • ——, El doctor alemán. Novela, Zaragoza, Establecimiento Tipográfico Calixto Armiño, 1880.
  • ——, El problema feminista. Conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del S. C. de Jesús, 1903.
  • ——, En el salón y en el tocador. Vida social.- Cortesía.- Arte de ser agradable, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1899.
  • ——, Evangelios de la mujer, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1900.
  • ——, La mujer española. Estudios acerca de su educación y sus facultades intelectuales, Madrid, Imprenta y Librería de Miguel Guijarro, 1877.
  • ——, La mujer intelectual, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos, 1901.
  • ——, La mujer juzgada ante el hombre, Zaragoza, Ariño, 1882.
  • ——, La mujer juzgada por la mujer, Barcelona, Tasso, 1882 (3.ª ed.).
  • ——, Suplicio de una coqueta. Novela, México, Imprenta de F. Díaz de León, 1885.
  • ——, Una Eva moderna, Madrid, Tipografía Blass, 1909 (El Cuento Semanal).
  • ——, Ventajas de instruir a la mujer y sus aptitudes para instruirse. Disertación en el Ateneo de Madrid en la noche del 6 de mayo de 1895, Madrid, Imprenta de Francisco G. Pérez, 1896.
  • ——, Victorina o heroísmo del corazón, Madrid, Imprenta de la Asociación del Arte de Imprimir, 1873.
  • Rodríguez Sánchez, M. ª A., «Matilde Charner y La Ilustración de la Mujer» en Actas del III Coloquio de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX: Lectora, heroína, autora (La mujer en la literatura española del siglo XIX), Barcelona, PPU, pp. 305-319.
  • SIMÓN PALMER, C., Las escritoras españolas del siglo XIX. Catálogo bio-bibliográfico, Madrid, Castalia, 1991.
 
Indice