Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Concepción Gimeno de Flaquer en América

Eduardo del Valle





Si en todas ocasiones es dificultoso presentar al público los hechos culminantes de alguna persona que se haya distinguido en cualquier ramo del saber humano, ardua tarea es, sin duda, tener, no ya que detallar uno por uno, sino señalar siquiera, los incontables triunfos que ha logrado alcanzar con su raro talento y su vastísima instrucción, la más celebrada escritora, la más fecunda novelista y la más discreta pensadora que como precioso ornamento de las letras españolas ha venido del antiguo continente vertiendo en su carrera los deslumbradores destellos de su clarísima inteligencia.

No es este artículo una biografía de la ilustre dama a quien está consagrado. Plumas más autorizadas que la nuestra, se han ocupado ya, tanto en España como en México, de biografiar a la reputada novelista, autora de Madres de hombres célebres y Suplicio de una coqueta. Nosotros, poseídos del respeto que inspiran el talento y la virtud, la laboriosidad y el amor a lo bello y a lo grande, vamos a intentar poner en relieve, o más bien dicho, a coleccionar en algunos renglones, los altos méritos de la erudita escritora señora doña Concepción Gimeno de Flaquer. ¡Ojalá que logremos realizarlo, rindiendo así merecido homenaje de admiración a la incansable propagandista de la más elevada de las doctrinas: la ilustración de la mujer!

Las blandas brisas de la primavera del año de 1883 hicieron arribar a nuestras playas a la elegante escritora que, acompañada de su esposo, venía a inspirarse en la privilegiada naturaleza del suelo americano. El solo nombre de la celebrada literata, autora de La mujer española, de La mujer juzgada por una mujer, de Victorina, y de otras varias obras de no menos fama, fue bastante para que los mejores círculos de nuestra sociedad anhelaran comunicarse con tan ameritada escritora; y como aparte de su exterior hermoso y delicado, tiene el atractivo del talento; como en su mirada dulcísima de ángel irradian los fulgores del genio; como con su palabra suave y persuasiva, convence a la vez que deleita, no tardó en captarse la voluntad de cuantos la trataron. De aquí el que, en las reuniones más aristocráticas, en los centros literarios, en los paseos mejor concurridos, en todas partes, se levantara un murmullo de admiración y simpatía al aparecer la joven de blonda cabellera y de ojos de color de cielo que acababa de hacer su entrada en nuestra sociedad. De aquí el que la viajera distinguida se viera agasajada por sus admiradores con delicados presentes, con artículos encomiásticos y con poesías hechas en loor suyo. De aquí también el que se buscaran con avidez los periódicos en que aparecían trabajos debidos a la galana pluma de la escritora de moda.

Los periódicos más importantes fueron los favorecidos por la aplaudida cantora de la mujer, que cosechaba nuevos laureles con sus escritos, los cuales reunían a un lenguaje delicado y correcto la noble tendencia de enaltecer a la mujer.

Pero el ideal de Concepción, su sueño dorado, era fundar una publicación dedicada exclusivamente al sexo hermoso, aunque para realizar esa idea fuera preciso como lo es entre nosotros la fundación de un periódico literario, vencer numerosas dificultades. Es verdad que la creadora de esa idea contaba con la fe inquebrantable que le daba lo elevado de su misión, con la simpatía general que con sus obras habíase conquistado, y con la suma actividad y los conocimientos en el periodismo de aquel con quien ha compartido su vida, de su esposo. Con semejantes elementos no era imposible, como no lo fue para la ilustrada dama española establecer el más elegante, el más aristocrático y el más ameno semanario ilustrado que ha habido en la República, y cuya existencia abarca ya muy cerca de seis años. Efectivamente, el 8 de septiembre de 1883 apareció, salido de las magníficas prensas de la tipografía de Díaz de León, el primer número de El Álbum de la Mujer, ostentando en la portada el retrato de la egregia poetisa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, y dirigiendo su fundadora un saludo a las damas de México en el que campean conceptos tan elevados y tiernos como estos:

El objetivo de mi vida es cantar vuestros méritos y virtudes, el hacer conocer vuestras facultades intelectuales, es referir vuestros múltiples heroísmos, es colocar vuestra hermosa figura sobre el más elevado pedestal.

La mujer mexicana no tiene altares donde se rinda culto a la vanidad, y si los tuviera, yo no quemaría incienso, en ellos, porque el incienso quemado en aras de la vanidad, es venenoso.



¿Cómo no afianzar el crédito ya alcanzado, si descansaba los cimientos de sus futuros trabajos de una manera tan sólida? ¿Cómo no acabar de adquirir aura, si demostraba tan tierno amor al sexo hermoso? ¿Qué podía tener de raro que al inaugurar sus tareas periodísticas tan galana escritora, acudieran a ella, para prestarle ayuda los más notables de nuestros literatos y los más inspirados de nuestros poetas? En breve El Álbum de la Mujer fue más que un periódico, un ramillete de lozanas y fragantes flores que servía de ornamento los domingos lo mismo al gabinete del artista que al retrete de la gentil doncella enamorada. Pronto las caracterizadas firmas de Juan de Dios Peza, José Peón Contreras, Manuel Gutiérrez Nájera, Alfredo Chavero, Manuel Domínguez, Joaquín Casasús, José T. de Cuéllar, Guillermo Prieto, Ramón Rodríguez Rivera, Luis G. Rubín, Jesús Cuevas, etc., es decir, la flor y nata de la literatura nacional, aparecieron al calce de artículos y poesías, escritos expresamente para El Álbum o inéditos cuando menos. Así, presentando ilustraciones referentes al país y tratando de asuntos locales, El Álbum de la Mujer fue cobrando vida y vigor con beneplácito del público que lo ha sostenido durante el dilatado período de seis años que cuenta de existencia. Veamos de dónde proviene esa protección verdaderamente rara entre nosotros. El sostenimiento de una ilustración literaria es punto menos que imposible en México, debido al corto número de lectores de ese género y a la falta de elementos litográficos y de grabado. Escasos son aquí los artistas que se dedican a las ilustraciones, porque escaso es también ese trabajo, y si a eso se agrega que la litografía, aparte de ser costosa, no ha llegado en la República a su mayor grado de perfección, resulta que los empresarios de esa clase de publicaciones casi nunca logran alcanzar el éxito deseado. Ahora bien, la señora directora de El Álbum de la Mujer ha podido realizar ese imposible, merced a innumerables esfuerzos, a prolijos afanes y a no pocos sacrificios. ¿Qué extraño es, pues, que el público corone con el éxito los desvelos de la escritora que, con un temple de alma superior, con una asiduidad extraordinaria y con un empeño sin límites acomete y sostiene con estricta regularidad una empresa de muy difícil realización? Todavía hay más: El Álbum de la Mujer, que circula no solo en las naciones de América, sino en algunas de Europa, es el trasunto fiel de nuestras costumbres, el cronista de nuestra vida social y el enaltecedor de nuestras glorias. Véase si no el número de ese semanario correspondiente a la fecha en que se inaugura un monumento nacional, en que se verifica una fiesta aristocrática o en que se celebra el aniversario de un triunfo de la patria, y se encontrarán ilustraciones y artículos alusivos que presentan los hechos con precisión y exactitud. Y llega la predilección de la ilustrada directora de El Álbum por todo lo que se refiere a México hasta tal punto, que no perdona vez de relatar detalladamente cualquier asunto importante de actualidad, ya sea celebrando en cariñosos y elegantes conceptos el lucido examen profesional de la primera doctora mexicana, ya lamentando en sentido artículo necrológico la irreparable pérdida de algún patricio.

Tiene otra cualidad muy relevante la señora Gimeno de Flaquer. Amante del suelo que tan hospitalario es para ella, no se circunscribe a ser partícipe de sus alegrías y de sus penas: estudia con detenimiento y cariño cuanto se refiere a México; lo mismo la historia antigua que la contemporánea, no siendo una rareza el encontrarla en su estudio, ora devorando las páginas de un libro que se refiere a épocas anteriores a la conquista, ora clasificando bustos de las razas tolteca, zapoteca o maya; porque hay que tener en cuenta que Concepción tiene un pequeño museo arqueológico azteca que le sirve para sus estudios de historia antigua. ¡Cuántas veces la hemos visto llena de afán y de interés pendiente de los labios de alguien que relata un episodio nacional! ¡cuántas otras identificarse con la felicidad o el infortunio de uno de nuestros artistas, de nuestros héroes o de nuestros sabios! Y todo para consagrar un artículo en su periódico al asunto de que se trate, enriqueciendo así el caudal de escritos sobre México que contiene su interesante semanario; porque si la inspirada novelista tiene este culto: la mujer, también abriga en su pecho esta pasión intensa, el amor a su periódico.

Consagrado el Álbum de la Mujer, como revista hispanoamericana, a difundir las producciones más notables de España y de América, ha engalanado muchas veces sus columnas con verdaderas joyas literarias debidas a personas notables de los dos continentes. Por eso a menudo alternan con los nombres de Valera, Menéndez Pelayo, Zorrilla, Joaquina Balmaseda, Emilia Pardo de Bazán, Josefa Pujol de Collado, Grilo, Salvany, etc., etc., los de Martín de la Guardia, Obligado, Bertis, Palma, Rafael Núñez, Fernando Cruz, Isaacs, Castañeda, Martí, Triay, Fernández Montalvo y tantos y tantos otros, que son estrellas de primera magnitud en la literatura americana. Así, extendido el Álbum de la Mujer en el vasto suelo de la América española, y ocupándose de todas y cada una de las naciones que la forman, es muy natural que la directora de ese periódico sea admirada por donde quiera, y que su nombre se pronuncie con cariño por todos los que hablan español.

Hasta aquí sus trabajos como directora del Álbum, trabajos que, como se ve, son bastantes por sí solos para cimentar un periódico de la índole del que nos ocupamos. Ahora, si a este empeño, si a esta asiduidad, si a este tacto exquisito para la elección y la variedad, se agrega el inmenso causal que de cosecha propia pone en su semanario la señora Gimeno de Flaquer; si además de los escritos de los más notables literatos y poetas de Europa y América, contiene el Álbum de la Mujer, casi en todos sus números, juiciosos artículos e interesantes novelas debidos a la pluma maestra de su directora, se comprenderá sin esfuerzo por qué ha alcanzado tan larga vida una publicación que es, sin disputa, la más acreditada de cuantas en su género existen en América.

Hemos considerado a la ilustre escritora desde el punto de vista en que más se ha distinguido en América, como sostenedora de un periódico de literatura, empresa que, ya lo dijimos, es casi imposible realizarla en México. Además, durante su permanencia entre nosotros ha escrito y publicado sus celebradas novelas Suplicio de una coqueta, Maura, Sofía, y otras que, aunque breves, no dejan de tener igual importancia, puesto que todas reúnen a la pureza del idioma y a la elevación de pensamientos, el fin moral que entrañan todas las obras de tan culta novelista: colocar a la mujer en el elevado puesto que le corresponde por sus relevantes méritos.

Ni la naturaleza de este artículo, ni el espacio de que podemos disponer, nos permite analizar esas notables producciones: bástenos decir que con ellas ha aumentado la autora espléndidas hojas de laurel a su corona de insigne novelista.

Nuestra sociedad, que siempre tiene en alta estima la virtud y el talento, ha dado a Concepción repetidas muestras de su sincero cariño. Brillante cuanto merecida fue la ovación que en febrero de 1884, es decir, algunos meses después de su arribo, le hicieron los más renombrados literatos y poetas en una elegante corona que por iniciativa de los periodistas José Barbier y Filomeno Mata, salió de las prensas de este último. Coleccionados también en esa corona los pensamientos dedicados a la distinguida dama por notabilidades europeas, se ven allí alternando los nombres de Vicente Riva Palacio y Manuel J. Othón, con los de Victor Hugo y Emilio Castelar. Y ¡qué sublimidad en el lenguaje! ¡cuánta delicadeza en los pensamientos! ¡Ah! ese álbum lleno de sentimiento y ternura es una de las más expresivas demostraciones del afecto que en México se tiene a Concepción.

No solo aquí, sino en todo el territorio de la América latina se rinde culto a la fecunda escritora. Véanse los numerosos artículos y poesías que desde Guatemala hasta la República Argentina le son dedicados incesantemente; véase cómo circula El Álbum de la Mujer en todas las ciudades en donde se habla el rico idioma de Cervantes.

En La Habana también, en ese sitio encantador en que todo es sentimiento y poesía; en donde la naturaleza predispone a amar lo bello y lo grande, fue, no digamos enaltecida, sino deificada la gentil dama en su visita a aquel puerto al comenzar el año de 1887. Los breves días que permaneció en la capital de la isla fueron una cadena no interrumpida de demostraciones de admiración y simpatía. Los centros del saber y de las artes trabajaron de consuno en tributar todo género de homenajes a huésped tan distinguida. Las columnas de los periódicos la saludaron a porfía con frases tan galantes como justas. Reuniéronse varias sociedades para festejar la permanencia de la ilustre viajera, descollando entre todas la fiesta que en honor suyo dio el «Centro Catalán», inaugurando con una velada literaria y un concierto su nuevo y elegante local de la calzada del Monte. Superfluo sería decir cómo se llevó a cabo tan fastuosa solemnidad, porque oportunamente lo refirieron los periódicos de la Habana y los de México. Consignaremos solamente que en ese acto fueron premiados los relevantes méritos de la cantora de la mujer con una corona de oro que le fue presentada en conmovedor discurso por el doctor Jover, a nombre del «Centro Catalán» y de la «Colla de Sant Mus».

Tales son compendiadamente los triunfos que ha sabido alcanzar con su talento, su virtud y su decidido empeño por las letras la eminente escritora de quien tenemos la honra de ocuparnos. Nosotros, que con satisfacción nos contamos en el número de sus admiradores, anhelamos que fije permanentemente su residencia en México para bien de las letras y las artes.

México, julio de 1889.





Indice