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Alude al sueño, y a lo demás de que se habló en el lib. V, cap. IX.

 

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Santa Mónica, como en la primitiva Iglesia acostumbraban hacer todos los fieles (a excepción de los que eran muy pobres), seguía en Milán la costumbre que tenía en África de llevar a la iglesia pan, vino y otros manjares, de lo cual se formaba el ágape o convite de los pobres; costumbre que observaron todas las iglesias de Oriente y Occidente, practicada en los primeros siglos por todos los cristianos y dimanada de los mismos apóstoles. Y, según San Gregorio Nacianceno, por tres motivos se hacían estos convites: en los días del nacimiento, en los de las bodas y en los de los entierros. De estos convites se comenzó a abusar, y en diversas iglesias se fueron quitando poco a poco. San Ambrosio los había prohibido en su tiempo, según prueban de este pasaje de San Agustín los autores que tratan de esta materia, y detenidamente Julio Selvagio, en el lib. III de sus Antigüedades cristianas, cap. IX, núm. 35.

 

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La institución de estos juegos es casi tan antigua como la fundación de Roma, pues en el día que Rómulo robó a las Sabinas, instituyó estos juegos, que se llaman circenses por el lugar en que se tenían, que era un sitio no perfectamente redondo, sino ovalado, de suerte que fuese más largo que ancho. Estaba rodeado de gradas, que se levantaban las unas más que las otras, para que todos pudiesen estar sentados y ver los juegos y espectáculos sin estorbarse los unos a los otros. Aquí luchaban unas veces hombres a caballo, otras los púgiles a pie, otras los gladiadores reciarios, etc. Véase lo que se dijo en el lib. IV, cap. XIV, nota 36*.

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* [«nota 1» en el original (N. del E.)]

 

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En Tagaste, donde San Agustín y Alipio habían nacido, fue creado obispo Alipio en el año 394, según el cómputo de Baronio, y se puede colegir de la epístola que en este mismo año escribió San Agustín a San Jerónimo. Fue Alipio el compañero más amado y amante de San Agustín en toda su vida, y como por seguir a Agustín se hizo maniqueo, por seguirle también se hizo cristiano, y a un tiempo recibieron el bautismo; le siguió y acompañó cuando se retiró a las cercanías de Milán; después le acompañó a Tagaste y a Hipona, y finalmente vivió y murió no haciendo los dos más que un alma y un corazón. De él habla siempre San Agustín con singulares elogios y está puesto en el catálogo de los Santos, y reza de él toda la Orden de San Agustín en el día 16 de agosto.

 

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Hacia fines del año 381 fue San Alipio a Roma y salió de allí acompañando a San Agustín el año 384, conque dos años más que nuestro Padre San Agustín estuvo en Roma San Alipio, y en ese tiempo fue cuando le sucedió lo que de él refiere nuestro santo Padre acerca de sus adelantamientos en los estudios, afición en los espectáculos, etc.

 

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Este espectáculo, originario de Etruria, les era muy delicioso a los romanos. Siempre en él había derramamiento de sangre humana y muertes de los que caían heridos, si los espectadores no les daban la vida, clamando y gritando para que no los acabasen de matar. Llegó a dividirse Roma en dos partidos o facciones, apasionándose unos y declarándose por los luchadores que llamaban reciarios, o tracios, y otros por los mirmilones, que eran dos suertes de luchadores que había. Y aunque los unos y los otros fuesen la gente más vil y baja y las heces de la república, llegó a estar la maldad tan aplaudida y la inhumanidad y barbarie tan patrocinada, que no solamente el vulgo y populacho, sino también la gente distinguida, la nobleza y los mismos emperadores se declaraban partidarios de alguna de aquellas dos facciones, como se refiere de Calígula y Tito, que se declararon a favor de los tracios o reciarios, y de Domiciano, que era apasionado de los mirmilones.

Como era tan grande la crueldad que se ejecutaba en estos espectáculos (pues se mataban los hombres unos a otros y se criaban, alimentaban y adiestraban para esto), siempre se tuvo por malo el asistir a tan cruel diversión, de que debían no sólo abstenerse, sino huir con horror todos los cristianos. Teodorico, rey de los godos, la prohibió y quitó enteramente.

 

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Éstos son los efectos que natural y necesariamente causan las diversiones crueles y sanguinarias, que son tan extremadamente opuestas a la blandura, piedad y compasión que debe hallarse en los corazones cristianos.

 

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Por aquel tiempo se usaba todavía escribir con un punzón de hierro, bronce u otro metal en unas tablillas que estaban enceradas, y en ellas con facilidad escribían. Éstas eran las que Alipio tenía en la mano cuando le sucedió este lance que refiere nuestro Santo.

 

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Esto es, el grado de catecúmeno.

 

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Romaniano, paisano, amigo y bienhechor suyo, como se dijo en el capítulo XI del lib. III, es a quien dedicó los tres libros que escribió contra los académicos, y el De vera Religione. Hace mención Agustín de las excelentes prendas que tenía Romaniano al principio de los lib. I y II contra los académicos. No obstante, sabemos que había un hombre poderoso y rico, cuyo nombre no se sabe, que perseguía a Romaniano y no le dejaba gozar de toda la tranquilidad que pudiera prometerse por sus circunstancias.