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Confesiones de Santiván [Fragmento]

Fernando Santiván






Las levas de Don Patricio

He conocido la miseria. Y también el hombre. Es posible que esta confesión me prive del saludo de algunos amigos de impecable pulcritud, satisfechos de actuar en un mundo brillante y sonoro, recién ilustrado con pasta «Brasso», pero he sentido siempre indefinible voluptuosidad en provocar el desdén de cierta sociedad vacía, grave y parsimoniosa. Veinte años. Una compañera joven y un hijo recién nacido. Perdí mi empleo de escribiente en el estudio de don Patricio Alderete, un caballero alto de amplia gesticulación, cuyo aspecto hacía pensar en los faquires de la India. Cuando cerró su bufete de abogado par beneficiar de la vida rentista, quedé en la puerta, moviendo entre las manos, meditativamente, una carta de recomendación escrita con su letra microscópica, adornada con amplios trazos curvos, de elegancia afectada y rumbosa: «es un hombre honrado, trabajador y con buena letra...». ¡Excelente recomendación! Sólo pude lamentar que nada añadiese sobre la buena vista y el apetito formidable. Mi ex patrón era un personaje extraordinario. Poseía numerosas perfecciones. Quizás en exceso. Cuando murió, hace pocos años, los diarios y revistas llenaron sus páginas de artículos necrológicos henchidos de admiración, cariño y respeto. Todo lo merecía. Yo hubiera podido agregar algunas palabras junto a su catafalco recargado de coronas, pero temí que mis flores, un poco agrestes, desentonaran entre aquellas de artificio que se erguían con tanta magnificencia. Y, ahora, también desperdiciaré la ocasión para hablar de don Patricio, pues, al comenzar estas líneas, mi propósito sólo ha sido referirme a mis recuerdos de la vida periodística de antaño y no a los bufetes de abogado. Sin embargo, añadiré algunas palabras que tienen relación con esta historia.





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