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Confidencia al viento

Ricardo Gullón





Después de Tierra sin nosotros y de Alegría (premio Adonais en 1947) publica José Hierro un nuevo libro, Con las piedras, con el viento1, que si sustancialmente prolonga los días anteriores, hace patentes, en temática y numera, algunas variaciones interesantes. Como sugiere su título, el volumen ahora editado quiere ser, ante todo, un monólogo que el poeta dice a las piedras y al viento, derramándolo pródigamente, con esperanza de ser oído por alguien que sepa entenderle y descifrar su secreto. Pues este poeta que aspira a ser escuchado y comprendido por todos los hombres se sabe poseedor de un secreto que para la mayoría carecerá de significación. Esa es la causa (o una de las causas) de la angustia que muerde sordamente el corazón de Hierro: su concepto de la poesía y su voluntad de crearla según la sueña le llevarían a un tipo de poesía militante y civil que por ahora no ha conseguido.

¿Fracaso, entonces? Desde el punto de visa de Hierro, sin duda, sí; pero no desde el punto de vista del lector.

Porque si Hierro no logra el tipo de poesía que imagina posible, sí logra, en cambio, transmitir intuiciones correspondientes a un nivel de sensaciones más profundas que las referidas a la voluntad: las ligadas al mundo patético de la vida interior. El adjetivo «patético» no se invoca a fin de redondear la frase, sino por ser palabra clave para descifrar la poesía de Hierro, atravesada por un sentimiento angustiado, que no sólo alude a pasiones colectivas, sino también -¡y cuán violentamente!- a conflictos privatísimos; conflictos, apresurémonos a decirlo, unas veces circunstanciales y otras del todo intemporales. Si en ocasiones Hierro canta como quien golpea, en este libro sentimos su ternura y le hallamos atento a un orden de realidades íntimas, reveladas con sensibilidad y delicadeza en nada incompatible con el vigor de la expresión. Pero esas realidades íntimas muestran el alma del poeta en constante pugna con la estructura actual del mundo, y de ahí su patetismo, pues no es posible cambiar el mundo por el canto ni hacer las cosas a medida de los sueños. Ya es tarde... Ya no hay caminos, reitera Hierro en un importante poema que lamento no poder analizar despacio (sólo apuntaré que me ha parecido advertir en él una resonancia de T. S. Eliot) y Demasiado tarde se titula la parte del volumen en que se incluyen ese y otros poemas de igual signo.

Hierro se plantea el problema de la poesía con viva conciencia, aunque no estoy seguro de que sean enteramente válidos los supuestos de que parte. En cualquier caso, no es ésta la oportunidad para discutirlos; basta señalar que su pretensión es obtener una poesía directa, sencilla y accesible a todos. Estamos a un paso de la poesía «fácil», si por fácil no se entiende vulgar, como por accesible no conviene entender prosaica. Algunos poetas jóvenes desean convertir la poesía en algo distinto de lo que fue hasta ahora. Partiendo de un sentimiento natural, si no de oposición, sí de diferencia, respecto a los grandes poetas de la generación de 1925, Hierro se afirma mayoritario, partidario de una comunión con la mayoría (¿con qué mayoría puede contar un poeta si no es con «la inmensa minoría» de J. R. J.? Y con ésa han contado fervorosamente los poeta, de la gran promoción «vanguardista») y quisiera ser el revelador de los oscuros movimientos espirituales de ella. Encuentro en la obra de Hierro -en su obra total- manifestaciones dispersas de su deseo de coincidir con los afanes del posible lector, pero por fortuna, siempre, y más en este libro, el poeta subjetivo, egoísta, avanza a primer término, y se instala en él con naturalidad. Y ¡estupenda sorpresa! El poeta que pensaba que para hacer sentir, para hacer vibrar a los hombres, era necesario hablarle, de dramas colectivos y pasionales comunes, se encuentra con ellos en otra dimensión, en esa capa última en que la persona deja de serlo y pierde la máscara, confundiéndose con los impulsos elementales de todos. La duda, el recuerdo, el otoño, la nostalgia, son reactivos más poderosos y de efectos más duraderos que las impresiones surgidas de conjuros encaminados a un orden de preocupaciones que si aparecen primero acaso es por hallarse en la corteza, por su carácter superficial.

La realidad no deja de serlo por estar soterrada, y cuando Hierro comunica secretos del corazón, el lector nota el suyo latiendo al unísono con el del poeta y reconoce los sentimientos propios en los símbolos propuestos. La poesía de Hierro encarna en símbolos sencillos y por sencillos penetrantes: el Cazador es el otoño y también la Nostalgia; el Enanito es el Recuerdo; el Viento es la Vida y la Ilusión. A estos símbolos liga un sistema de metáforas sin complicación, a menudo explícitamente reveladas -la jauría de los vientos; la rama, serpiente de luz; dos almas son hojas del mismo arbusto; el corazón es claro como una gota de agua-, y cuando no igual de transparentes y hasta elementales.

El encanto de sus poemas no estriba en la más bien escasa imaginería, sino en el movimiento, que además de ser ritmo y armonía es la vibración de las palabras en coincidencia con las intuiciones expresadas. Sin desdeñar la metáfora, Hierro considera que la poesía depende de una emoción, más legítima si obtenida utilizando el lenguaje ordinario, que si lograda por acumulación de imágenes.

Hierro penetra incidentalmente en un universo aparte (en un universo, por decirlo todo, «romántico») y roza el misterio de los sueños cuando pregunta sobre la marcha de las almas, sobre la intensa convivencia en regiones de luminosa maravilla. No sé si estamos vivos o muertos, escribe en un poema, que con el que le precede en el tono y con algunos de los siguientes abre la puerta a ese mundo en que se mezclan el ser y el tiempo, la vigilia y el sueño. (No se olvide el adverbio: Hierro penetra incidentalmente, no con propósito de explorar ese universo, pero interesa destacar su intrusión en la irrealidad, no tan inesperada como pudiera creer el lector desatento.)

La sencillez -y también la ternura- están impregnando la poesía de Hierro, de una comunicabilidad impresionante. Por la movida transparencia de sus poemas y por la sinceridad del acento, este libro resulta encantador. A través de sus poemas, del agua limpia de su lenguaje, alcanzamos a ver, contradictorio y apasionado, el corazón del poeta.





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