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Conflicto de clases en una sociedad sin clases

Sergio Ramírez





Que una muchacha obrera de una fábrica textil conozca a un estudiante en una fiesta universitaria; que ella le mienta sobre su condición y se haga pasar también por estudiante; que una vez comenzada la relación amorosa entre ellos, descubra él la mentira, pero a pesar de no importarle oculte la verdadera posición social de la muchacha ante sus puntillosos padres, porque sabe que no la aceptarían; y que cuando al final de cuentas éstos sepan la verdad, rotundamente se opongan al noviazgo de su hijo con una prole (para usar el término orwelliano), no pasaría todo de ser un trillado argumento, abundante en el cine y la literatura, enraizado ya además en el subsuelo de la telenovela.

Pero la novedad está en que esta historia se cuenta en un film húngaro y los protagonistas se mueven en una sociedad socialista contemporánea: un conflicto de clases en una sociedad sin clases. Discriminaciones, prejuicios, ¿no es éste el inefable mundo burgués, clasificado ya como pieza de museo en las nuevas sociedades? La joven directora Marta Meszaros -las mujeres hacen hoy excelente cine- encara la supervivencia de ese mundo teóricamente abolido y su choque con las nuevas generaciones que, también teóricamente, están purificadas de los antiguos vicios, en la película Libre aliento, producida en 1973.

La pureza y desnudez del blanco y negro ilustra la compleja lucha de esos dos mundos, compleja por cuanto lejos de cualquier patetismo político -la retórica es siempre veneno- elige una simple historia de amor; pues como siempre el arte ha sabido probarlo, el conflicto individual es el único capaz de contener un auténtico sentido didáctico. Y aquí vale el acerado contrapunto de las imágenes. El mundo tranquilo, ordenado de la universidad y la casa blanca y espaciosa de los padres de Andras, vacío de sonidos a no ser por el canto de los pájaros en las jaulas; y en alternada secuencia, el incesante golpeteo de la maquinaria en la hilandería, que hace imposible la voz y obliga a resolver la conversación en gestos.

Andras lleva a Jutka a conocer a sus padres y la lentitud de la escena manejada a grandes silencios por la cámara basta para fijar la dimensión del abismo; frente a la condescendiente altivez de la madre estirada que ofrece el té con modales exquisitos y la por sabida despreocupada superioridad bostezante del padre, está la burlona indiferencia del muchacho, la tensa tranquilidad de ella que trata de comportarse serena frente a su primera incursión de aquel territorio vedado.

La película busca identificar el conflicto de clases como un conflicto de generaciones; «ellos son así y nada podemos hacer por cambiarlos» le dice Andras a la novia proletaria. Cuando como cualquier señora que estime sus privilegios, la madre hace un comedido escándalo al saber la verdad sobre Jutka, ella vuelve a la fábrica y al final de su turno de trabajo purifica sus lágrimas, su cuerpo, con el agua de la ducha; lavar, borrar: el conflicto cesará cuando la generación de los padres -cogida por sorpresa en la partición del mundo europeo al final de la segunda guerra mundial- haya desaparecido con todo y sus prejuicios ya imposible de serles desterrados en vida. Dejar morir al pasado.

Pero no dejará de pasar desapercibido, que no solo entre el mundo de los padres de Andras y el de los jóvenes hay diferencias. La universidad sigue siendo una dimensión aparte y distinta de la fábrica. Las muchachas obreras se encuentran para bailar con los jóvenes estudiantes los fines de semana. Pero cuando Jutka, queriendo jugar un poco a su mentira, penetra a los recintos también vedados de la universidad y se sienta a escuchar una clase sobre estructuras moleculares, su alelado rostro, extrañado y ansioso, persigue el ronroneo de las palabras del profesor en la serenidad del aula desde la otra orilla, siempre desde la otra orilla. Y brutalmente el contrapunto habrá de devolverla al tráfago ruidoso de la fábrica, quedando huérfana en la violenta alternación de imágenes, dentro de la contradicción.

Pero el futuro es siempre la esperanza. Libre aliento, poder respirar libres.

Berlín, 7 de diciembre de 1974.





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