Escena I
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DOÑA MATILDE y DON EDUARDO.
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DOÑA MATILDE.-
¡Lo que tarda en encenderse esta lumbre! |
DON EDUARDO.-
Si no soplas derecho... |
DOÑA MATILDE.-
Será
culpa del fuelle. |
DON EDUARDO.-
Mira cómo se va el
aire por los lados. |
DOÑA MATILDE.-
¡Ay, que no puedo
más! |
DON EDUARDO.-
¡Vaya, se conoce que éste
es el primer brasero que enciendes en tu vida!... Dame, dame
el fuelle. |
DOÑA MATILDE.-
Tómalo, enhorabuena...
y despáchate, por Dios, que me siento muy débil. |
DON EDUARDO.-
Ya lo creo; no cenaste anoche. |
DOÑA MATILDE.-
¡Qué descuido el tuyo!... No tener siquiera
un bocado de pan en casa. |
DON EDUARDO.-
Como nunca tienes
apetito en semejantes días... |
DOÑA MATILDE.-
Ya, pero... ¿y tú? |
DON EDUARDO.-
¡Oh!, lo que es
por mí no te inquietes, y si no te enfadaras te confesaría...
|
DOÑA MATILDE.-
¿Qué? |
DON EDUARDO.-
Que por
lo que podía tronar, me forré el estómago
con un buen par de chuletas antes de ir a buscarte. |
DOÑA MATILDE.-
¡Pues estuvo bueno el chiste! |
DON EDUARDO.-
Ya
pienso que puedes arrimar la chocolatera al fuego. |
DOÑA MATILDE.-
¡Y qué enorme armatoste! |
DON EDUARDO.-
¿Sabrás hacer chocolate? |
DOÑA MATILDE.-
Creo
que se echa primero el chocolate partido a pedazos... |
DON EDUARDO.-
No me parece que es eso... |
DOÑA MATILDE.-
Entonces echaré primero el agua... |
DON EDUARDO.-
Tampoco. |
DOÑA MATILDE.-
Pues no hay más
que echar las dos cosas a un tiempo. |
DON EDUARDO.-
Dices
bien... y una onza entera, otra partida... así podemos
errar de mucho... pon más agua. |
DOÑA MATILDE.-
¡Si le he puesto cerca de un cuartillo! |
DON EDUARDO.-
¡Y qué es un cuartillo para dos jícaras!...
Llena la chocolatera, llénala. |
DOÑA MATILDE.-
¡Hombre! |
DON EDUARDO.-
Llénala, y no empecemos
con economías. |
DOÑA MATILDE.-
Ya lo está.
|
DON EDUARDO.-
Divinamente. Y volviendo a lo de anoche. ¿Creerás,
Matilde, que todavía me río al recordar lo
asustada que estabas durante la ceremonia? |
DOÑA MATILDE.-
Pues mira, mayor fue si cabe mi congoja al subir esta eterna
escalera a tientas, al tardar diez minutos en acertar con
el agujero de la llave, al encontrarme después sola
y sin luz en este aposento desconocido y frío, sin
atreverme a dar un paso por no tropezar con algún
mueble, hasta que volviste con el candelero que te prestó
la vecina... |
DON EDUARDO.-
¡Bendita vecina!... Por ella
nos escapamos anoche sin un chichón cada uno cuando
menos, y a fe que hubiera sido de mal agüero. |
DOÑA MATILDE.-
Ya empieza a hervir el agua. |
DON EDUARDO.-
Y también
deduzco del gesto que hiciste involuntariamente al entrar
yo con la luz y recorrer tú con la vista el cuarto
en que te hallabas, que te sorprendió en gran manera
su pelaje. |
DOÑA MATILDE.-
¡Qué disparate!
|
DON EDUARDO.-
Vaya, la verdad. ¿No esperabas hallar otra
cosa? |
DOÑA MATILDE.-
¡Oh!, lo que es eso... |
DON EDUARDO.-
¿No esperabas el que los muebles, aunque pocos
y sin embutidos, fueran siquiera de caoba y nuevos? ¿El que
hubiera cortinas de muselina blanca, aunque sin guarniciones
ni flecos? |
DOÑA MATILDE.-
No, eso no... Ya sé
yo que la caoba y la muselina no se han hecho para casas
pobres... pero hay muebles bastante bonitos de cerezo o de
nogal... hay cortinas muy baratas de percal o de zaraza...
Y si juntas a eso unas paredes recién blanqueadas,
unos pisos muy fregados, unas ventanas con sus correspondientes
tiestos de flores, y otras bagatelas semejantes que cuestan
poco o nada, resultará de todo cierta elegancia en
la misma pobreza, que... |
DON EDUARDO.-
Dime, Matilde, ¿has
entrado en muchas casas pobres? |
DOÑA MATILDE.-
En
la de la vieja de la Alameda... |
DON EDUARDO.-
Ya me lo sospechaba
yo... |
DOÑA MATILDE.-
Y además he leído
mil descripciones muy verídicas y por ellas... |
DON EDUARDO.-
¡Que se va el chocolate! |
DOÑA MATILDE.-
¿Qué dices? |
DON EDUARDO.-
Quítalo presto
de la lumbre. |
DOÑA MATILDE.-
¡Ay! |
DON EDUARDO.-
¿Te quemaste? |
DOÑA MATILDE.-
Todo el dedo meñique.
|
DON EDUARDO.-
¡Qué desgracia! |
DOÑA MATILDE.-
No es eso lo peor, sino que como me dolía solté
la chocolatera, y... |
DON EDUARDO.-
¿Y se habrá apagado
el fuego? |
DOÑA MATILDE.-
Completamente. |
DON EDUARDO.-
¡Cómo ha de ser! En encendiéndolo otra vez...
|
DOÑA MATILDE.-
¡Otra vez! |
DON EDUARDO.-
Aquí
tengo las dos onzas restantes... |
DOÑA MATILDE.-
¡Pero
eso de soplar otra hora y media!... |
DON EDUARDO.-
¿Qué
remedio tienes? A menos que no prefieras el que cada cual
se coma cruda la onza que le corresponde... |
DOÑA MATILDE.-
Ello todo es chocolate. |
DON EDUARDO.-
Y en bebiendo
luego un buen vaso de agua... |
DOÑA MATILDE.-
Así
tendremos también más lugar para hablar de
nuestras cosas. |
DON EDUARDO.-
Para establecer desde luego
nuestro método de vida. |
DOÑA MATILDE.-
Y el
empleo de las horas del día. |
DON EDUARDO.-
Y de la
noche... hasta que nos vayamos a acostar. |
DOÑA MATILDE.-
Ea, pues, venga mi onza, y sentémonos. |
DON EDUARDO.-
Tómala y sentémonos... ¿En qué piensas?
|
DOÑA MATILDE.-
En nada... en que papá estará
ahora desayunándose, y... |
DON EDUARDO.-
También
nosotros... más frugalmente... pero... |
DOÑA MATILDE.-
¡Oh!, lo que es por eso... en estando a tu lado...
y la ventaja de no tener criados que nos murmuren ni sibaritas
que nos importunen con sus visitas... |
DON EDUARDO.-
¿Qué
habíamos de tener? |
DOÑA MATILDE.-
Disfrutando
en cambio de independencia y de tranquilidad. |
DON EDUARDO.-
Por supuesto. |
DOÑA MATILDE.-
Y esto de vivir tranquilos,
Eduardo, esto de que nadie venga a desencantarnos con su
odiosa presencia en uno de aquellos momentos deliciosos.
|
DON EDUARDO.-
¡Calla! ¿Llamaron? |
DOÑA MATILDE.-
Creo que sí. |
DON EDUARDO.-
Habla bajo. |
DOÑA MATILDE.-
Pero ¿qué...? |
DON EDUARDO.-
Más
bajo. |
DOÑA MATILDE.-
¿Quieres que abra? |
DON EDUARDO.-
No, no... pero ve de puntillas y mira si por la rendija
puedes atisbar quién es. |
DOÑA MATILDE.-
Voy...
Es un viejecito barrigoncito, con calzones de pana y medias
rayadas. |
DON EDUARDO.-
¡Él es! |
DOÑA MATILDE.-
¿Quién dices? |
DON EDUARDO.-
¡El diablo! |
DOÑA MATILDE.-
¡Jesús mil veces! |
DON EDUARDO.-
O el casero,
que es lo mismo... ¿Dónde me esconderé? |
DOÑA MATILDE.-
¡Esconderte! |
DON EDUARDO.-
Allí... debajo
de la cama... y tú abre luego y dile que he salido
muy temprano y que no volveré hasta la noche. |
DOÑA MATILDE.-
¡Eduardo!... |
DON EDUARDO.-
Abre ya... antes que
nos rompa la puerta. (Al meterse debajo de la cama.) |
DOÑA MATILDE.-
Pero, Eduardo, no entiendo... |
DON EDUARDO.-
Abre,
abre. (Se mete enteramente.) |
DOÑA MATILDE.-
¡Dios
mío! ¿Qué querrá decir esto? |
Escena IV
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La VECINA y DICHOS.
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VECINA.-
Buenos días, vecinita...
¿Qué tal se ha dormido?... ¿Oyeron ustedes los truenos
a eso de las cuatro?... La encajera que vive en la guardilla
dice que ha caído un rayo en Santa Bárbara...
pero yo no lo creo... porque basta que la encajera diga una
cosa para que yo no la crea... |
DOÑA MATILDE.-
Nosotros
no hemos oído... |
VECINA.-
Ya lo supongo... ¡qué
habían ustedes de oír!... si es una grandísima
embustera... muy tonta y muy presumida... sin que yo sepa
en qué se funda... porque al cabo ¿qué ha sido
antes de casarse? ¿Doncella en casa de un consejero? Y bien,
también yo he sido doncella, si vamos a eso... en
casa de un covachuelista... y un consejero y un covachuelo
allá se van... Los dos tienen usía... Conque
diga usted, vecina, ¿acabó usted con mi candelero?
|
DOÑA MATILDE.-
Sí, señora, aquí
está... y muchas gracias... |
VECINA.-
Jesús,
señora, no hay de qué... entre vecinas y amigas,
hoy por ti, mañana por mí... ¡Y nosotras que
vamos a ser tan amigas!... como que vivimos en el mismo piso...
porque aquí en esta casa, como en todas, con el vecino
de al lado es con quien se trata... y nadie quiere bajarse...
ni subir escaleras... Muy bien hecho... cada oveja con su
pareja... la marquesa con el canónigo en el piso principal...
en el tercero, el agente de negocios con la viuda del coronel...
Así en los demás pisos... Por eso también
nadie trata con la encajera... Verdad es que no hay más
guardilla que la suya... y luego ya le dije a usted que es
muy necia y muy vana... Pero voyme corriendo, que dejé
la sartén a la lumbre, no sea que se me queme la salchicha...
(A don EDUARDO.) , porque ha de saber usted que mi marido
almuerza todos los días salchicha. |
DON EDUARDO.-
¡Hola! |
VECINA.-
Como usted lo oye... y a fe que lo acierta...
Para eso es casi un empleado... con siete reales y lo que
cae... guarda de a caballo, para servir a usted y a Dios...
Ea, quédense ustedes con él. |
DON EDUARDO.-
¿Con su marido de usted? |
VECINA.-
No, señor, con
Dios... decía que se quedasen ustedes con Dios...
Vaya, que según veo me parece usted pieza... Ah, vecina,
se me olvidaba, ¿necesita usted de una lavandera? |
DOÑA MATILDE.-
Precisamente iba yo... |
DON EDUARDO.-
(Bajo a DOÑA
MATILDE.) Di que no. |
DOÑA MATILDE.-
No, señora,
ya tenemos una... |
VECINA.-
Lo siento, porque mi hermana
lava muy bien... como que lava a todas las colegialas de
Loreto... y si no fuera por cierta desgracia que tuvo...
ya se lo contaré a usted otro día... porque
ahora estoy de prisa... agur... ¿Pues no me huele a salchicha
quemada? |
Escena V
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DOÑA MATILDE y DON EDUARDO.
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DON EDUARDO.-
¡Qué maravilla! |
DOÑA MATILDE.-
¡Y qué mujer tan ordinaria! |
DON EDUARDO.-
¡Así
hablas de tu amiga! (Sonriéndose.) |
DOÑA MATILDE.-
¡Pobre de mí si no tuviera otras amigas! |
DON EDUARDO.-
¿Cuáles? (Ídem.) |
DOÑA MATILDE.-
Toma,
las mismas que tenía anteayer. |
DON EDUARDO.-
¿Viven
todas ellas en quinto piso? (Sonriéndose.) |
DOÑA MATILDE.-
¿Qué sabe esa mujer lo que dice? Amigas
tengo yo, con quienes me he criado en las Salesas, que si
me vieran pidiendo limosna... |
DON EDUARDO.-
Te la darían
quizá. (Ídem.) |
DOÑA MATILDE.-
Se gloriarían
entonces de llamarse tales, más que si me vieran habitando
en palacios de cristal. |
DON EDUARDO.-
O, lo que es lo mismo,
en casa de un vidriero. (Ídem.) |
DOÑA MATILDE.-
Ya, si no crees tampoco en aquellas amistades que se engendran
en la edad preciosa... |
DON EDUARDO.-
En que no se sabe todavía
lo que se quiere. |
DOÑA MATILDE.-
¡Qué terrible
estás, Eduardo! |
DON EDUARDO.-
¿Pero no conoces que
te estoy embromando? ¿De otro modo pudiera yo contradecirte
en materias tan evidentes? |
DOÑA MATILDE.-
Eso era
lo que me confundía... pero ahora que me acuerdo...
¿por qué me hiciste responder a la vecina que no necesitábamos
de su lavandera? |
DON EDUARDO.-
Porque como no nos había
de lavar de balde... |
DOÑA MATILDE.-
Alguien ha de
lavar lo que emporquemos, sin embargo. |
DON EDUARDO.-
Preciso...
pero lo harás tú. |
DOÑA MATILDE.-
¡Yo!
|
DON EDUARDO.-
¿Quién quieres que lo haga en tanto
que no tengamos con qué pagar a otra mujer? |
DOÑA MATILDE.-
Se me pondrán las manos partidas. |
DON EDUARDO.-
Es más que probable. |
DOÑA MATILDE.-
¡Y se
me llenarán de grietas! |
DON EDUARDO.-
Como que no
hay cosa peor que el jabón y el agua caliente... Mas
puedes estar segura, Matilde mía, que con la misma
ilusión con que tu Eduardo te besa ahora esta mano
tan suave y blanca, con la misma te la besará cuando
la tengas áspera como una lija y colorada como un
tomate. |
DOÑA MATILDE.-
No lo dudo, Eduardo; pero...
pero ello de todos modos es muy desagradable... ¡Y mi pobre
papá que tenía tanta vanidad con mis manos!...
¿Qué buscas? |
DON EDUARDO.-
Di, Matilde, ¿has visto
por ahí algún cepillo? |
DOÑA MATILDE.-
¿Para qué? |
DON EDUARDO.-
Quisiera cepillarme un
poco antes de salir, porque el polvillo del carbón...
|
DOÑA MATILDE.-
¿Que vas a salir? |
DON EDUARDO.-
Ya
te dije que el apoderado de mi tío, que es escribano
del consejo, me ha ofrecido emplearme en su despacho como
copiante... Cuando tenga qué copiar, se entiende...
y voy a ver si me adelanta cien reales, a cuenta de mis futuros
garabatos, para pagar al casero y para ir viviendo. |
DOÑA MATILDE.-
Y ¿qué me he de hacer yo entretanto, sin
libros, sin piano...? |
DON EDUARDO.-
En efecto, no tienes
hoy mucho que trabajar... |
DOÑA MATILDE.-
¡En que
trabajar! |
DON EDUARDO.-
Sólo levantar la cama, barrer
el cuarto y... pero lo que es desde mañana, ya me
dirás si te queda tiempo para fastidiarte. |
DOÑA MATILDE.-
¿También tendré que barrer mañana?
|
DON EDUARDO.-
Todos los días ¡a ti que te gusta tanto
la limpieza! Y tendrás asimismo que guisar, fregar,
jabonar, planchar, coser, remendar y hacer, en fin, todo
aquello que hace una mujer casada sin criada. |
DOÑA MATILDE.-
¡Ay, Eduardo! ¿Sabes que es dinero muy bien gastado
el de los salarios? |
DON EDUARDO.-
¿Quién dice que
el dinero no sirve alguna vez de algo? Pero no muy a menudo...
y si uno va a considerar todos sus inconvenientes, crees
tú que... ¿No son éstas que dan las nueve?
¡Cáspita y qué tarde!... Con esto y con que
haya salido ya mi escribano y nos quedemos también
sin comer... ¡Adiós, vida mía, abrázame!
|
DOÑA MATILDE.-
Anda con Dios. |
DON EDUARDO.-
¡Otro
abrazo... otro... es tanto lo que te quiero! Adiós.
|
Escena VII
|
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La MARQUESA y DICHA.
|
MARQUESA.-
¿Vive en este cuarto
una mujer que lava encajes?... Pero ¿qué ven mis ojos?
¡Matilde! |
DOÑA MATILDE.-
¡Clementina! |
MARQUESA.-
¡Tú aquí! |
DOÑA MATILDE.-
¡Oh, qué
gusto tengo en verte! |
MARQUESA.-
¡Y yo!... Pero ¿qué
haces en este desván? |
DOÑA MATILDE.-
Ya te
diré... es que... Y tú ¿estás todavía
en las Salesas? |
MARQUESA.-
¡Qué, si me casé
hace cinco meses y vivo precisamente en el cuarto principal
de esta misma casa! |
DOÑA MATILDE.-
Cuánto
me alegro... así estaremos todo el día juntas
y... pues me habían dicho que era una marquesa la
que... |
MARQUESA.-
Esa soy yo. |
DOÑA MATILDE.-
Entonces no te has casado con aquel cadete de Algarbe...
|
MARQUESA.-
¡Qué disparate! Una cosa es hacer telégrafos
por entre las ventanas y otra cosa es casarse. |
DOÑA MATILDE.-
Pero supongo que siempre te habrás casado
enamorada de tu marido. |
MARQUESA.-
No lo creas... ni le
vi hasta que todo estaba tratado y firmado. |
DOÑA MATILDE.-
¿Y eres dichosa? |
MARQUESA.-
Así, así...
Tengo coche... dos mil reales al mes de alfileres... y en
cuanto a mi marido... es como todos los maridos, ni feo,
ni bonito, ni... Tu suerte, Matilde, es la que no me parece
muy envidiable. |
DOÑA MATILDE.-
Al contrario... Ayer
me casé con el hombre que adoraba. |
MARQUESA.-
¡Calla!
¿Serías tú acaso la novia que estuvo a pique
de acostarse anoche a oscuras? |
DOÑA MATILDE.-
Verdad
es que... |
MARQUESA.-
¡Ja, ja!... y que no tuvo qué
cenar... (Riéndose.) ¡Ja, ja!... Vaya, quién
me hubiera dicho cuando las criadas me contaban al desnudarme
tu fracaso, ¡ja, ja!... |
DOÑA MATILDE.-
¡Clementina!
|
MARQUESA.-
Perdona, Matilde, pero es un lance tan gracioso...
¡Ja, ja! ¡Tan inesperado! |
DOÑA MATILDE.-
Inesperado
no, y acuérdate que siempre te juré que no
me casaría sino a gusto mío, y con quien no
tuviera nada. |
MARQUESA.-
Sí, es cierto... También
yo lo juré, si mal no me acuerdo, y ya ves cómo
lo he cumplido... ¡Pobre Matilde! |
DOÑA MATILDE.-
¡Me compadeces! |
MARQUESA.-
Criada con tanto regalo y obligada
ahora a tener que ganar tu vida cosiendo o bordando, o...
Porque algo tendrás que hacer para ayudar a tu marido...
que por su parte también trabajará sin duda...
|
DOÑA MATILDE.-
Un escribano le ha dicho que le dará
qué copiar... cuando tenga. |
MARQUESA.-
Pues... a
dos reales el pliego... y tres o cuatro pliegos al día
escribiendo corrido... ¡Buena ocupación, por vida
mía!... Pero dime, y tu padre, ¿está furioso,
eh? |
DOÑA MATILDE.-
Ya ves habiéndome casado
sin su consentimiento... |
MARQUESA.-
Y tiene mucha razón...
Ningún padre puede aprobar el que su hija se case
con un perdulario. |
DOÑA MATILDE.-
¡Perdulario mi
Eduardo! ¡y se ha dejado desheredar de diez mil ducados de
renta a trueque de casarse conmigo! |
MARQUESA.-
Entonces
tu Eduardo es un loco de atar, porque... |
DOÑA MATILDE.-
Basta, Clementina... tu marquesado no te autoriza para
que me insultes porque me ves ahora pobre... y mucho más
cuando nada pienso pedirte. |
MARQUESA.-
Harás muy
mal... que si no se pide a las amigas cuando no se tiene
qué llevar a la boca, no sé yo cuándo
se ha de pedir... y yo lo he sido tuya, Matilde... no de
las íntimas... pero... pero siempre te he querido
bien... ya lo sabes... y te lo voy a probar ahora mismo...
Allí tengo en casa cuatro docenas de camisas de batista
sin hacer del agua, y te las enviaré... |
DOÑA MATILDE.-
No, Clementina, mil gracias, pero... |
MARQUESA.-
Sí, te las enviaré... para que las bordes...
y para que... lo que había de ganar otra... Tú
bordabas muy bien. |
DOÑA MATILDE.-
(¡Qué humillación!)
|
Escena VIII
|
|
La VECINA y DICHAS.
|
VECINA.-
Vecinita,
perdone usted que me entre así de rondón...
como la puerta estaba abierta y como somos uña y carne
quería enseñar a usted cierta cosa... ¡Mas
oiga! Si tendré telarañas... ¡Su señoría
la marquesa aquí! ¡Subir una marquesa ocho tramos
de escaleras! |
MARQUESA.-
¿Quién es esta buena mujer?
(A DOÑA MATILDE.) |
DOÑA MATILDE.-
Es una vecina
que... |
VECINA.-
Soy la Nicolasa, señora... la mujer
del guarda de a caballo... que vive en ese otro cuarto...
Ya se ve... su señoría no se acordará
de mí... porque nunca me ha visto... o por mejor decir
nunca me ha mirado a la cara, cuando me ha encontrado al
subir o bajar del coche... aunque yo saludo siempre... Pero
doña Manuela, la doncella, me conoce muy bien... y
le habrá hablado de mí a su señoría...
Toma si le habrá hablado muchas veces... como que
por ella me tomó su señoría el otro
día aquella pieza de batista. |
MARQUESA.-
¡Ah! Ya
caigo... usted es la que suele proporcionar ropa y géneros
de lance. |
VECINA.-
Cabalito... como mi marido es guarda...
|
MARQUESA.-
¿Y tiene usted ahora algo de nuevo? |
VECINA.-
Sí, señora, y de bueno... A eso venía,
a enseñar a la vecinita un corte de vestido de punto
de Flandes... como es recién casada... y como nada
cuesta el ver... pero, con permiso de su señoría,
cerraré la puerta... no sea que la encajera lo olfatee
y vaya con el chisme... porque la tal encajera es capaz de
todo... y si yo fuera a contar... |
MARQUESA.-
No, no; mejor
será que veamos ese corte. |
VECINA.-
Aquí está...
¡cosa superior! Y por un pedazo de pan... ochocientos reales...
ni un ochavo menos. |
DOÑA MATILDE.-
¡Qué bonito!
|
MARQUESA.-
¡Precioso! |
DOÑA MATILDE.-
¡Y qué
punto tan igual! |
MARQUESA.-
¿Y la cenefa?... También
es de mucho gusto. |
DOÑA MATILDE.-
Y de las más
anchas...Sobresaldrá mucho sobre un viso caña...
¿No te parece? |
MARQUESA.-
En efecto, y me irá muy
bien, como tengo bastante color... y luego como tú...
en tus circunstancias, no puedes soñar en comprarlo...
|
VECINA.-
¡Oh, es caro bocado para un estudiante! |
MARQUESA.-
No te debe importar el que yo lo tome... y que al fin lo
tomaré... ¿Qué he de hacer? Son tentaciones
que... |
VECINA.-
¿Y para qué es el dinero, señora,
sino para gastar?... Como dijo el otro... y Dios le dé
a su señoría mucho... porque lo sabe emplear
y porque no regatea... como otras usías de medio pelo
que conozco yo, y que... |
MARQUESA.-
Así, Nicolasa,
baje usted y le haré dar los cuarenta duros... Adiós,
Matilde, ya nos veremos... Ya te avisaré alguna vez
cuando esté sola... y diré que te suban entretanto
las camisas. |
DOÑA MATILDE.-
No, Clementina, no...
te lo agradezco... pero no tengo tiempo ahora. |
MARQUESA.-
Como quieras... por ti lo hacía... mas si lo tienes
a menos... ¡Pobrecilla, me da mucha lástima! (A la
VECINA.) Ella siempre fue un poco tiesa... pero ya amansará,
ya amansará.... |
Escena IX
|
|
DOÑA
MATILDE, y luego BRUNO.
|
DOÑA MATILDE.-
¡Sueño
por ventura! ¡Es ésta aquella Clementina tan sentimental,
de cuya amistad estaba yo tan segura! ¡Cómo me ha
tratado con su aire de protección!... ¡Peor que el
casero con su grosería! Y compró el vestido
sólo por darme en ojos... porque vio que me gustaba
y que... ¡Ah, si yo hubiera tenido ochocientos reales! Sí,
¿cuándo volveré yo a tener ochocientos reales?
Lo que tendré serán trabajos... y humillaciones...
y enjabonaduras... ¡Ah, Eduardo, mucho te quiero, muchísimo,
pero si hubiera sabido!... |
BRUNO.-
¡Señorita! |
DOÑA MATILDE.-
¡Bruno! (Corre a abrazarle.) |
BRUNO.-
¡Pobrecita
mía! ¡Metida en esta pocilga! |
DOÑA MATILDE.-
¿Y papá? ¿Cómo está papá? Pobre
papá, ¡cómo le he ofendido! |
BRUNO.-
Está
bueno... No tenga usted cuidado... Y él es quien me
ha dicho dónde vivían ustedes. |
DOÑA MATILDE.-
¡Papá! Pues ¿cómo sabía...?
|
BRUNO.-
¿Qué sé yo?... algún duende...
Lo cierto es que ahora me llamó y me dijo que le siguiera
hasta aquí... que subiera solo... y que le avisara
si don Eduardo estaba fuera de casa, para que su merced entonces...
|
DOÑA MATILDE.-
¡De veras! ¿Será posible que
me quiera ver? |
BRUNO.-
Si estaba desde anoche como si tuviera
hormiguillo... Y aunque no descosía sus labios, se
le conocía a la legua que... pero voy a abrirle.
|
DOÑA MATILDE.-
Sí, corre, despáchate.
¿Adónde vas? Por allí está la escalera.
|
BRUNO.-
No hay necesidad de que yo baje... que su merced
se quedó de centinela en la puerta principal de los
Basilios, y así con una seña que yo le haga
desde aquella ventana con el pañuelo... |
DOÑA MATILDE.-
Con el pañuelo no, que quizá no lo
advierta... toma esta sábana... |
BRUNO.-
Venga. (Vanse
los dos a la ventana.) |
Escena XI
|
|
DON PEDRO y DICHOS.
|
DON PEDRO.-
¡Hija de
mis entrañas! |
DOÑA MATILDE.-
¡Papá,
papá de mi vida...! (Se quiere arrodillar.) |
DON PEDRO.-
¿Qué haces? Levántate. |
DON EDUARDO.-
(¡Qué
pronto ha venido este demonio de hombre!) |
DOÑA MATILDE.-
No, señor, déjeme usted que le pida de rodillas
que me perdone. |
DON PEDRO.-
Todo está ya perdonado
y olvidado con tal que me jures que no nos volveremos a separar
en la vida. |
DOÑA MATILDE.-
Oh, nunca, nunca. |
DON PEDRO.-
¿Y qué, no me abraza usted, señor don
Eduardo? Ea, déme usted uno bien apretado y salgamos
pronto de este camaranchón... que se me va la cabeza
sólo de acordarme... |
DON EDUARDO.-
Pero, señor
don Pedro, me parece que usted no ha comprendido bien a Matilde...
Ella se alegra, como buena hija, de que la vuelva a su gracia...
pero... por lo demás, está muy satisfecha con
su suerte, ahí donde usted la ve... y lejos de querer
dejar su casa... |
DON PEDRO.-
No, no; vivirán ustedes
conmigo. |
DOÑA MATILDE.-
Sí, sí, con
usted, papá, con usted. (A su padre en voz baja.)
|
DON EDUARDO.-
Y si no... con permiso de usted, señor
don Pedro. Oye, Matilde. (Se la lleva a un lado de la escena.)
¿No es cierto que lo que a ti te acomoda es vivir tranquila
en un rincón como éste, y comer conmigo un
pedazo de pan y cebolla? |
DOÑA MATILDE.-
Si la cebolla
no me recordara siempre que la como... luego, Eduardo, hazte
cargo... ¿Podemos acaso desairar a papá cuando se
muestra tan bondadoso? |
DON EDUARDO.-
Según eso te
resignarías y... |
DOÑA MATILDE.-
¿Qué
hemos de hacer? |
DON EDUARDO.-
El caso es que cada cual tiene
su amor propio... y para mí... la verdad... no puede
ser plato de gusto el entrar en tu familia como un pobretón.
|
DOÑA MATILDE.-
¿Qué importa eso? |
DON EDUARDO.-
A mí mucho... y se me caería la cara de vergüenza.
|
DOÑA MATILDE.-
Pero, hombre, ¿no ves que tu tío
te tiene, por fuerza, que perdonar también pronto?
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DON EDUARDO.-
Y ¿crees tú que me volverá a
nombrar su heredero? |
DOÑA MATILDE.-
Como tres y dos
son cinco. |
DON EDUARDO.-
Es que entonces tendríamos
la dificultad del alguacilazo y... |
DOÑA MATILDE.-
Tanto mejor, es un título muy distinguido... casi
tanto como maestrante. |
DON PEDRO.-
Vaya, hijos, ¿qué
sale de esta consulta? |
DOÑA MATILDE.-
Que nos vamos
con usted. |
DON PEDRO.-
¡Alabado sea Dios! |
DON EDUARDO.-
Y que mi Matilde, sólo por vivir con su padre y por
disfrutar a su lado de las ruines comodidades de la vida,
sacrifica magnánima todos los placeres de la indigencia,
que por más que digan aquéllos que los han
conocido sin buscarlos... ni merecerlos... tienen con todo
mucho mérito a los ojos de... las jóvenes de
diecisiete años que leen novelas.
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