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Curadas las heridas que sufrieron el convento, la iglesia de San Francisco, el colegio de San Buenaventura y la recolección de San Diego, vino el día en que debió reponerse el artesonado perdido. Estaba en ese tiempo de ministro provincial del convento de Quito el Reverendo padre fray Eugenio Díaz Carralero, que muchos recuerdos dejó de su atinada administración y, preocupado del estado en que se hallaba la preciosa iglesia franciscana, ordenó al padre fray Esteban Guzmán la construcción del nuevo artesonado, para lo cual le dio una orden, cuyo tenor demuestra el interés que tenía en llevar a cabo la obra, que se concluyó rápidamente; pues comenzada en octubre de 1769 se concluyó en abril de 1770. El artesonado es el que hoy existe, rico, de estilo renacimiento, y que, aún cuando disuena del artesonado del crucero y del coro, no está mal con los revestimientos de la nave central48.

La construcción de la nave central ya no es íntegra de piedra, como los arcos debajo del coro, sino sólo en el basamento de las columnas. Toda es de ladrillo, hecha con sencillez, y aun sin enlucido alguno, para recibir el precioso revestimiento de madera de cedro tallado, dorado y pintado que debió cubrir íntegramente las paredes del templo.

Hoy queda muy poca cosa de aquella maravilla: apenas en la nave central se ven en pie los cinco retablos de sus pilares y los revestimientos de los arcos en la nave central. Los de las naves laterales han desaparecido49. Las bóvedas, lo mismo que sus paredes se hallan blanqueadas y apenas si una u otra moldura que sostenían   —[Lamina XXI]→     —74→   un cuadro, o alguna que otra labor decorando una pechina, se encuentran todavía como recuerdo de tanta magnificencia. Los altares laterales son pobres: uno de ellos, el de Santa Rosa de Viterbo perteneció a la antigua iglesia que los franciscanos tenían en Pomasqui y vino a reemplazar al primitivo que se destruyó y parte del cual se halla en la capilla de la enfermería. Los cuadros que decoraban las columnas han desaparecido y cuando se los encuentra; se hallan en sitio diferente de aquel para el cual fueron ejecutados.

Templo de San Francisco

Templo de San Francisco. La Cátedra.

[Lámina XXI]

El único altar lateral pequeño que llama la atención, es el de San José, el primero al bajar del presbiterio por la nave izquierda. Su retablo es dorado sobre fondo rojo; pero no es muy rico y la inmensa estatua del santo es muy vulgar. No puede compararse, por ejemplo, con el grupo de San Francisco de Paula que se encuentra; en el retablo del altar siguiente, obra del escultor Carrillo, discípulo, de Manuel Benalcázar y Camilo Unda, inteligente escultor que murió el año 1880 en Quito, ni menos con la preciosa estatua, de San Francisco que se halla en el retablo de la columna del arco, frente al púlpito, obra del insigne Caspicara.

El grupo de San Francisco de Paula es verdaderamente hermoso, trabajado con mucha originalidad por el artista que no vaciló en retratar a sus nietecitos en las figuras de los chicos que se hallan con el santo. Conserva un poco del realismo español, aunque no tanta como el Ecce Homo que precisamente se encuentra en el retablo del altar que se halla al frente del de San Francisco de Paula. Esa estatua sí es genuinamente española, con su cabellera de pelo natural y su vestido púrpura de seda. En estos dos retablos admíranse los lienzos que representan a Santa Bárbara, Santa Catalina, San Bernabé y San Felipe. Los dos primeros se hallan en el altar de San Francisco de Paula y los dos últimos en el del Ecce Homo. A nuestro parecer son pinturas españolas, lo mismo que los dos reyes que se hallan representados en el cuerpo alto de este segundo retablo, a un lado y otro de una simpática estatua policromada del Ángel de la Guarda, compañera del arcángel San Miguel que se halla en el altar del Ecce Homo.

Al frente del altar de San José, en la nave de la derecha está dedicado a Santa Rosa de Viterbo allí representada por una estatua no muy interesante, pero que, como las de la época; lleva una capa negra de tela natural. Los cuadros que llenan el retablo y que representan diversos pasajes de la vida de la santa, son bastante malos como ejecución artística, pero interesantes como documentación de la pintura colonial, original e ingenua.

Los dos últimos retablos tan insignificantes en sus líneas y formas como los tres anteriores, se hallan consagrados a San Pedro Regalado el de la nave derecha y a Santa Teresa de Jesús, el de la izquierda. En el primero, sin embargo, se admiran dos hermosas molduras talladas y doradas que encuadran lienzos con las imágenes de la Dolorosa y del Ecce Homo; y en una urna, encontramos también una estatuita de la misma Virgen de Dolores, la consagrada por los escultores españoles la Virgen de las Angustias; que vemos tanto en las reproducciones del arte español que ilustraron   —75→   Montañés, Juan de Juni y Hernández. Allí está la Dolorosa, con su manto de terciopelo negro, el sudario en las manos y su angustioso rostro vuelto hacia el Cielo pidiendo a su Hijo valor para soportar tanta pena. Rodea su cabeza la consabida diadema de oro. En el segundo retablo, admiramos dos encantadoras estatuas policromadas, de estatura pequeña, que representan a San José y la Virgen, un hermoso lienzo de Jesús crucificado, que desgraciadamente tiene algo pequeña su cabeza, dos bustos pintados de San Francisco y Santo Domingo de tamaño natural y, sobre todo, un sagrario que es toda una joya por las decoraciones esculpidas de sus paredes interiores. Es una pieza de museo, como tantas otras que hemos de ir encontrando a medida que vayamos conociendo las diversas dependencias de este maravilloso recinto. En este retablo son dignos de notarse igualmente los paños que cubren los cuerpos de los angelitos que en él se han introducido a manera de cariátides. Llama la atención la perfección de sus pliegues que pugna con la torpeza con que están ejecutados los cuerpos. Y es que en los paños se ha recurrido al expediente, que después hemos de ver muy repetido en la estatuaria quiteña, de utilizar paños naturales y pegarlos a la estatua para luego, con ayuda de cola y colores, darles consistencia y la apariencia de ser trabajados en madera las arrugas que se forman, llenas de gusto y pasmosa realidad.

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Como fácilmente alcanza a verse en cuanto uno entra al templo franciscano, lo más importante en él es la cruz formada por la nave central hasta el altar mayor y por los dos grandes altares laterales que se hallan a los lados del crucero. Todo este conjunto es maravilloso. Y eso que hacen falta los revestimientos de la pared superior de los arcos, hoy sustituidos, desde el año próximo pasado, con doce hermosísimas estatuas policromadas de los Apóstoles y doce cuadros al óleo sobre alabastro de Cuenca: obras ambas de la escuela quiteña y por consiguiente de inmenso interés para nosotros, aparte de su mérito artístico. Las estatuas son del siglo XVIII por el carácter de sus ropajes amplios y llenos de arrugas50.

  —[Lámina XXII]→  

Templo de San Francisco

Templo de San Francisco. Artesonado mudéjar del crucero.

[Lámina XXII]

Templo de San Francisco

Templo de San Francisco. Artesonado mudéjar del coro.

[Lámina XXIII]

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La decoración de los revestimientos, hecha en oro y apenas manchada de rojo y verde en el cuerpo de la nave central, es íntegra de oro en el altar mayor y en los dos grandes laterales. Los trenzados del intradós de los arcos son tan simpáticos como la rica decoración de las paredes que aquellas sustentan. Llaman poderosamente la atención los retablos de las columnas, consagrados a San Francisco, San Diego y San Jácome de la Marca, los de la izquierda; y a San Buenaventura y San Juan Capistrano, los de la derecha; pues en ellos se delata el estilo plateresco del siglo XVI, con sus frontones abiertos, sus columnas adornadas muy sobriamente y sus líneas quebradas, pero no en demasía ni con las contracciones usadas por los arquitectos de los siglos XVII y XVIII en tiempo de la introducción del rococó en España51.

Es de admirarse también el crucero de la iglesia sostenido por cuatro soberbios arcos torales de la forma ojival rebajada, tan empleada en la arquitectura del siglo XV. El techo del crucero es de estilo mudéjar como el que encontramos en el coro; pero, si sus labores son menos complicadas, su conjunto es más armonioso y encantador. Recuerda mucho a los más hermosos artesonados mudéjares, como el de San Juan de la penitencia en Toledo y el de uno de los magníficos del palacio de Peñaranda. Como línea y factura es perfecto y se halla realzado por un preciosísimo friso de santos de media talla, igual al del jube del coro y al de las capillas laterales del crucero. El artesonado es octogonal, de modo que las 56 imágenes de santos están distribuidas a razón de siete por cada lado del friso. Los cuatro arcos torales tienen preciosísimos revestimientos de madera tallada y dorada. Su intradós como su archivolta son decorados con singular gusto y magnificencia52. En cada una de las cuatro impostas, sobre las cuales reposan los cuatro arcos torales hay un ángel que domina la columna que, a su vez, se halla adornada con lienzos de diverso valor artístico.

Hacia la derecha y apoyado en una de estas columnas se encuentra el púlpito, pieza en verdad hermosa y digna de este magnífico templo. Reposa el púlpito sobre las espaldas de tres curiosísimos   —77→   altares de madera, vestidos a la moda del siglo XIII que por las iniciales que llevan sobre la frente en negro, se sabe que son Calvino, Lutero y Arrio53. A la tribuna que tiene la forma hexagonal, se sube por una escalera cuyo pasamano se apoya en una figura decorativa, una especie de hermes, caracterizada en su vestido de la misma manera que las figuras que sostienen el púlpito. Luego sigue un pequeño pasadizo. Éste y los cuatro frentes de la tribuna, se hallan espléndidamente decorados con seis hornacinas en las cuales se encuentra igual número de estatuas de santos de la orden franciscana, y separadas, unas de otras, por columnas retorcidas semejantes a las cosmatescas del período medioeval italiano de la arquitectura gótica. Esta misma clase de columnas se ha empleado también como decoración en las misivas hornacinas y como balaustres del pasamano o barandilla de la grada o escalera. Es curiosa la figura de un hermes en que se apoya esta barandilla en la parte superior de la escalera. El medio cuerpo humano vestido de un tunicón blanco y cruzadas las manos como para sostener algo en ellas, está continuado por una columna espiral que a su vez se apoya en unos pies unidos según la ley egipcia de la frontalidad. Es también notable la columna del orden compuesto y de fuste decorado, desde la base en un tercio de su altura, con lacería y en los dos tercios restantes hasta el capitel, con un puntillado distribuido en líneas rotas como usaban los romanos termina el púlpito con un tornavoz espléndido, también hexagonal, del que cuelgan a manera de flecaduras, cinco mascarones que con su boca sostienen una decoración de hojas admirablemente trabajadas. El todo se halla coronado por un ángel sentado sobre un globo terrestre. Este tornavoz se une a la tribuna del púlpito por medio de una hornacina muy hermosa, de tímpano triangular, que se apoya en dos columnas de fuste retorcido, absolutamente iguales a las que hemos visto en la tribuna. Allí se encuentra una preciosa estatua de la Virgen. El conjunto de toda esta cátedra se une al de la columna que sostiene los arcos torales y en la cual se apoya aquella, contribuyendo a la riqueza general del crucero, y formando con el altar de San Antonio un aparato escénico verdaderamente sugestivo que, presentado en medio de la semioscuridad de la iglesia, adquiere mayor misterio y encanto, subyugando al espíritu y convenciéndole de la belleza singular que el templo encierra.

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Subamos ahora al presbiterio por los seis escalones de la grada de alabastro. Todo él es una pura maravilla y un solo retablo dividido en nueve partes; una central correspondiente al altar mayor,   —[Lámina XXIII]→     —78→   y cuatro a cada lado, divididas por ocho columnas, de fuste acanalado en sus dos tercios superiores y con grotescas en el tercio inferior, terminadas en un capitel historiado caprichosamente con mascarones y figuras colocadas sobre hojas de acanto. Estos capiteles se levantan sobre su base respectiva ornamentada con una cartela de estilo renacimiento. Entre la segunda y la tercera base de cada lado hay un bajo relieve que representa, el de la derecha, a los evangelistas San Marcos y San Lucas y el de la izquierda, a San Juan y San Mateo con sus respectivos atributos, y envueltos y encuadrados en mil follajes y grotescos. Estas tres columnas con sus correspondientes pedestales y zócalo descansan sobre un estilobato muy finamente construido y que, con el zócalo, se halla interrumpido por las puertas de entrada a la sacristía y las que, situadas entre la primera columna y la que sostiene al arco toral, conducen a la capilla lateral de Santa Marta la de la izquierda y hacia la entrada de la Capilla de Villacís la de la derecha. Los espacios que se hallan entre los fustes de las columnas están divididos en dos partes: en la inferior, para dar cabida a ocho telas con las imágenes de ocho apóstoles de tamaño algo mayor que el natural, y en la superior, para colocar otras con la representación de un santo Papa, encuadradas las telas en preciosas molduras que, formando por sí mismas un motivo decorativo distinto, concurren a la ornamentación variada y una del conjunto.

Escultura de Montañez

Quito. Iglesia de San Francisco. Jesús con la cruz a cuestas. Escultura de Montañez.

[Lámina XXIII]

Encima de esta columnata y de un arquitrabe sencillo y elegante, corre un friso cortado por salientes colocadas encima de cada capitel y decorado con cabezas y follajes serpeantes. Luego viene encima una cornisa cortada y, sobre ella, seis tímpanos en cuya rampa se hallan recostadas figuras que representan las virtudes teologales y cardinales.

Al medio de este primero y principal cuerpo del gran retablo que estamos describiendo se encuentra el altar mayor, lo más rico y maravilloso de todo el presbiterio. Lo forma una gran mesa sobre la cual se levanta una escalinata de espejos forrada de plata, que conduce al sagrario, formado de un portal de cuatro arcos escarzanos cuyas archivoltas están cubiertas de un marco de plata que encuadra espejos, sobre los cuales se extienden follajes de uva serpeantes de plata. Los arcos descansan sobre ocho columnas salomónicas de plata. La puerta del sagrario que corre sobre una ranura es también de espejo, sobre el cual se ha figurado en plata el símbolo del Padre Eterno con rayos de luz en contorno y al pie unos ramos de uvas. Primitivamente, cuando se hizo el gran retablo del altar mayor, el sagrario fue de madera tallada y formaba una sola decoración con el conjunto. A mediados del siglo XVIII se lo enriqueció. Se destruyeron las molduras de plata de los espejos grandes y chicos que tenía, lo que produjo el peso de treinta marcos cuyo valor se utilizó en hacer varias alhajas que se depositaron en la sacristía, y compráronse nuevos y mejores espejos que fueron colocados en el nuevo sagrario de la manera como hoy se los encuentra. Aún se conservan los rastros de haber sido cortada la madera del retablo para   —79→   cambiar al antiguo sagrario con el que hoy existe54. Encima del sagrario se halla un gran tabernáculo en cuya entrada se ha puesto un arco de espejos sobre los que se destacan ramos de hojas y flores de plata. En ellos se encuentra una estatua de la Inmaculada Concepción55.

Luego viene el segundo cuerpo del retablo, destacándose en su centro otro tabernáculo ejecutado a líneas rectas, como para que la vista del espectador descanse de tanta línea curva y en él se encuentra el grupo escultórico de Diego de Robles, el primer escultor de la Colonia, que representa el Bautismo de Jesucristo. A un lado y otro de este tabernáculo y sustituyendo a las seis columnas centrales del cuerpo inferior, se encuentran seis embutidos: dos de los cuales, los del centro, hacen veces de cariátides que sostienen un capitel compuesto sobre el cual se apoya un frontón entrecortado para dar cabida a una gran paloma, símbolo del Espíritu Santo. Los otros cuatro embutidos tienen la figura de ángeles orantes y entre ellos se hallan cuatro grandes telas que representan cuatro apóstoles colocados en decoraciones talladas iguales a las que encuadran las ocho telas que representan a los demás apóstoles en el cuerpo inferior del retablo. Junto a los arcos torales termina esta decoración con un cuadro que, sostenido por dos ángeles, contiene las imágenes de dos santos de la iglesia. Encima de esta parte que dejamos descrito corre un friso decorado, parte con decoración lineal y parte con aplicaciones de elementos decorativos, como floreros y ramas destacadas, y luego una gran cornisa sobre la cual descansan dieciséis retratos de cardenales de la iglesia romana en sus respectivos cuadros que forman el remate de este primoroso retablo. En la mitad se encuentra una colosal estatua del Padre Eterno. Para completar y uniformar la decoración toda del presbiterio, se ha pintado la bóveda simulando un cielo estrellado en el cual el hueco del tragaluz central representa el sol, que esparce a su alrededor rayos, que van a terminar de dos en dos, abrazando los cuadros en los que están los retratos de los cardenales, en el remate del retablo. Dan luz al retablo dos ventanas laterales que como todo el presbiterio se halla revestida con tallados dorados y pintados en rojo y verde56.

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La Adoración de los Magos

Quito. Iglesia de San Francisco -Sacristía-. La Adoración de los Magos. (Pintura sobre una placa de mármol). Escuela flamenca.

[Lámina XXIV]