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Por la puerta del lado izquierdo del retablo principal se puede penetrar a la sacristía, como se lo puede también por la Capilla de Villacís en donde se halla, como ya lo dijimos, la entrada principal, y por el presbiterio de la iglesia. Penetrando por la Capilla de Santa Marta y abriendo una mampara73 de cuero de curiosa factura nos encontramos en una gran sala de figura rectangular y dividida en dos secciones: una, cubierta de una preciosa cúpula, de módulo denticular con cuatro luces y una linterna central, cuya bóveda se halla decorada sencillamente con molduras, ménsulas, y artesonados de forma cuadrangular; y otra, cubierta con una larga bóveda de medio cañón y cinco luces que hasta hace poco tiempo fueron linternas: se las destruyó para dar mayor luz a la sala, es decir sin objeto, puesto que bien se pudo llegar a este resultado sin destruirlas completamente.

Al fondo de la sala se halla un gran cuadro El Descendimiento, que como pintura tiene escaso valor, ocupando el centro de un retablo pobre de factura, con dos nichos bajos con estatuas poco interesantes y un nicho alto con su respectiva estatua de un Niño Dios vestido a la española y a un lado y otro del nicho, dos ángeles, restos del antiguo convento de Pomasqui. Al pie de este retablo se muestra una gran cómoda de cedro de varios cajones en los cuales se guardan los ornamentos sagrados y encima de ella un departamento para guardar otros objetos del culto, dividido en dos partes y cubiertos con puertas de una sola hoja que se abren para arriba. En el centro hállase un nicho a manera de urna, ocupado hoy por una figurilla de cera de Toribio Avila, hábil miniaturista quiteño del cual hornos de tener oportunidad de hacer conocer algunas obras. Representa a San Jerónimo, cuyo cuerpo apenas se halla cubierto con un trapo rojo de tela natural endurecida. La obra es muy hermosa, desgraciadamente hace poco se la ha retocado al óleo, quitándole ese color natural de la cera que comunicaba a la figura un enorme encanto.

Encima de este nicho se halla una preciosa urna de madera tallada y dorada y bajo un vidrio se alcanza a divisar una estatua pequeña de la Inmaculada Concepción, muy interesante. Se halla colocada sobre un pedestal plateresco. Es la figura clásica de esta clase de imágenes y remonta a la época de la fundación de la iglesia. Muy bien ejecutada, lo mismo la cara y las manos que los paños, se distingue por la decoración española de la túnica llena de arabescos de legítimo estilo Renacimiento, de una riqueza y elegancia prodigiosas. La imagen tiene alas y nimbo de plata. En la misma urna se han encerrado dos estatuitas de madera que representan a Santa Margarita de Cortona y a San Pedro de Alcántara, muy inferiores a la primera.

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La Virgen con el Niño

Quito. Convento de San Francisco. La Virgen con el Niño (autor desconocido).

[Lámina XXX]

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A un lado y otro del nicho pequeño en donde se halla el San Jerónimo de cera de Toribio Avila hay una serie de cajoncitos divididos en grupos de seis, enchapados de carey y separados por ocho curiosísimos atlantes embutidos, de un significado artístico admirable como elemento decorativo. El tablero de la mesa sobre la que se asienta este retablo, como el de los demás retablos laterales estuvo un tiempo cubierto de cuero. Solo uno de ellos la conserva.

Clavados a la madera de las puertas del armario superior hay seis cuadritos pintados en bronce: cuatro bastante regulares que representan a Santa Catalina, Santa Lucía, Santa María Magdalena y la Virgen con el Niño; y dos poco interesantes que figuran el Nacimiento y la Anunciación, pero cuyas molduras de madera con taraceas de hueso decorado con arabescos del Renacimiento son muy hermosas.

En las paredes laterales se ostentan cuatro nichos forrados con retablos de madera, a modo de pórticos romanos, muy semejantes en su disposición al nicho del altar mayor y pintados en rojo y dorados. Dos de esos nichos tienen cuatro columnas panzudas, estiradas en su fuste y con un capitel singular. Sus arcos de medio punto reposan sobre una cornisa de módulo denticular. Tienen en su parte baja y al fondo, sobrepuesto a un marco de madera, un pergamino en el que se han escrito en letras góticas, oraciones para que las rece el celebrante que allá se acerque a vestirse para la misa: el pergamino está adornado con grecas y flores. Encima del nicho de la derecha está una estatua de un santo y en el de la izquierda otra de San Francisco penitente. Las paredes laterales de los nichos están decoradas con dos lienzos en los que se han representado ángeles y en su parte inferior con jarrones con flores.

Los otros dos nichos que se encuentran cercanos al retablo principal y bajo la cúpula tienen un arreglo diferente. Dos columnas corintias al fondo del nicho, que es de bóveda de medio cañón, y en el resto del retablo, telas pintadas. En el de la izquierda estas telas representan: las dos laterales, a los arcángeles San Rafael con una inscripción que dice Medesina Dei y San Gabriel con otra que reza Fortitudo Dei. En el fondo un cuadro del arcángel San Rafael y en la bóveda, otro que representa la Virgen rodeada de ángeles pero no ejecutado con las reglas de perspectiva. Encima del cuadro de San Rafael y en el arco que forma en la pared del fondo el término de la bóveda, está otro lienzo que representa el Nacimiento de Jesucristo. El retablo se alza sobre un zócalo pintado y adornado en su contorno, a modo de moldura, con el cordón franciscano. Ocupa el nicho un hermoso crucifijo de madera. En el de la derecha, todo está distribuido del mismo modo, sólo varían los lienzos que representan pasajes de la historia franciscana: allí se ve en el fondo a San Francisco martirizándose con una disciplina, a Santa Rosa de Viterbo, a San Francisco recibiendo de Cristo la aprobación de la Regla, a Jesucristo acogiendo en el cielo a representantes de las tres órdenes franciscanas y a un santo de la misma orden con una cruz a cuestas. Los cuadros son muy inferiores a los del retablo de la izquierda.

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Se conservan todavía los cuatro cuadros grandes con episodios de la vida de San Antonio a que hace referencia fray Diego de Córdova y Salinas en su crónica tantas veces citada, al describir la sacristía. Están junto con otros dos que representan, el uno a Santo Domingo con Jesucristo y el otro a San Francisco con la Virgen. Obras de escasa importancia y duras en su pintura, lo único que tienen son sus molduras primorosas que se hallan muy bien conservadas, pintadas de rojo y doradas. En la sacristía encuéntrase también una preciosa repisa de cedro que descansa sobro un pájaro que tiene abiertas sus alas y se apoya contra el pilar derecho del arco que soporta la túpala. A un lado y otro de este pilar, sobre la repisa, y formando esquina hay dos nichos pequeños que forman un solo cuerpo con la repisa. El todo se halla ricamente decorado con taraceas de carey y hueso: las de hueso llevan pintadas con tinta negra indeleble diversas decoraciones de ramas rampantes, entre las chales se destacan figurillas de animales: lobos, zorros, conejos, escorpiones y aves de diferentes clases. En el reverso de las puertas de los armarios se ha pintado un santo franciscano y todas las paredes y tablas de su interior se ha decorado con hojas y flores estilizadas, formando conjuntos muy bien compuestos, pero también muy recargados. Desgraciadamente el mueble está bastante deteriorado; pero aún es tiempo de detener su completa destrucción.

En las paredes se encuentran algunos cuadros: un San Onofre, un Santo Tomás en un marco de espejos, una imagen de Cristo, otra de la Virgen: todos estos sobre cobre y muy malos como también una Anunciación sobre alabastro, pésimo; no así su compañero, la Adoración de los pastores, también sobre alabastro que es toda una maravilla, lo mismo que una Virgen con el Niño, aunque muy inferior al anterior, por la notable desproporción entre el tamaño dado al niño y el de la Madre: es el único defecto, verdaderamente inconcebible en un cuadro lleno de cualidades bajo el punto de vista de la ejecución. Hay también otros siete cuadros pintados sobre alabastro o jaspe que forman una sola colección con los seis que se encuentran en la nave principal de la iglesia, encima de los arcos. Representan estos cuadros la Circuncisión, el Martirio de los Inocentes, la Educación de la Virgen, el Nacimiento de la Virgen, el sueño de San José, la Presentación de la Virgen y dos de la Huida a Egipto. Todos estos cuadros son hechos en Quito por una mano poco hábil. No consta en el archivo del convento el nombre del artista que los hizo; pero sí la época en que se hicieron, que fue la correspondiente a la administración del padre fray Francisco Guerrero, entonces vicario provincial, por los años de 1722 a 1725; pues allí consta el pago que se hizo al dorador y al escultor de las molduras y al pintor de aquellos cuadros74.

Además de los cuatro nichos con retablos que dejamos descritos, existieron dos más: el uno se destruyó para dar entrada al nicho del sagrario del altar mayor, en el cual se expone   —94→   el Santísimo Sacramento, y el otro, no sabemos por qué causa. Se nos ha asegurado que se encontraba en muy mal estado. La destrucción del segundo nicho es más reciente que la del primero, que se hizo mucho antes del año 1816, según se deduce de la inscripción que se halla encima de la puerta de entrada al interior del sagrario:

SE ACABÓ ESTA PINTURA SIENDO PROV. EL R. P. F. ANTONIO TORRES. EL AÑO DE 1826.



Los nichos aquellos fueron hechos por los años de 1697 a 1699 por el escultor Francisco Tipán y Andrés, el dorador, en el tiempo del provincialato del reverendo padre fray José Janed, siendo síndico el capitán don Joseph de la Massa, según se colige del libro de gastos de la provincia75.

Entre los objetos artísticos y curiosos que encierra la sacristía y sus dependencias hemos podido ver los siguientes:

Una urna de la Virgen de Dolores, típicamente española, en que se halla ésta vestida con medias y zapatillas, un lujoso manto de terciopelo negro, faldón negro de seda y chaqueta azul, también de seda, en el cual luce un corazón herido, de plata. Al pie tiene a dos ángeles con las alas de plata, vestidos con ropajes curiosísimos de brocado. Lleva también la Virgen una gran estola de seda que termina en sus extremos con un enmarañado de flecos de brocado en medio del cual se alcanza apenas a ver unas dos cabecitas de ángeles ejecutados en tagua. Suspendidos en el cielo de la urna se ven igualmente una multitud de angelitos de tagua admirablemente vestidos con paciencia benedictina, pues su tamaño no excede de cuatro y cinco centímetros.

Una preciosa cruz procesional que hasta hace poco la tenía en el altar del Corazón de Jesús, fijada allí por medio de un espigón inferior, como se acostumbraba antes de los mediados del siglo XII en que se comenzó a usar pedestales o basas. Es de madera cubierta de metal plateado y lleva en todo relieve un Cristo crucificado que, irás que obra artística, es preciosa por los caracteres que tiene de profunda religiosidad. Obra indiscutiblemente española, lleva en si el sello de origen como puede verse por la reproducción que acompañamos. En el centro de la capa toráxica tiene una abertura cubierta de un vidrio convexo, sin otro objeto que dejar ver el interior del cuerpo en el que aparecen unas imitaciones de columna vertebral y de otras partes del organismo; pues el busto del Cristo es completamente vaciado.

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Como perfección artística son mejores los otros dos Cristos que se hallan ahora en el nicho de la izquierda y al pie del retablo central de la misma sacristía. Esos si que son verdaderamente preciosos, por lo perfecto de la forma como por su acabada ejecución.

Hay también varios arcones de cedro en los que se admiran los aldabones de fierro cincelado, decorados con arte sin igual, en el que se exhibe con primor el arte plateresco español heredado por nuestros orfebres que trabajaron en los siglos XVI, XVII, y XVIII. Entre estos arcones hay uno que llama la atención por la decoración geométrica que llevan todas sus caras. Esta decoración y la torpe ejecución con que se halla hecho, demuestran que la obra remonta a los primeros años de la Colonia. Tal vez fue una arca de novia de las que tanto se usaron en España, durante los siglos XIV y XV76.

Consérvase también en las bóvedas de la sacristía cuatro bargueños: dos de ellos, perfectamente iguales, son traídos desde Cuenca. Tienen dos cajones largos, cuatro medianos y cuatro chicos al rededor de un cajón central ornamentado con dos columnas que sostienen un arco, en cuyo tímpano se hallan dos cabezas grotescas de querubines y otra cabeza humana grotesca al centro, formadas de taraceas. Las tapas de los cajones como los tableros todos de los bargueños, se hallan también decoradas con taraceas, simulando flores, aves y dibujos puramente geométricos. Las tiraderas de los cajones son de plata primorosamente trabajadas. Los hizo traer el padre fray Pedro Guerrero, provincial desde 1704 hasta 1707, lector jubilado y calificador del Santo Oficio, siendo síndico el general don Simón Ontañón y Lastra. Estos bargueños se conservan en muy buen estado, inclusive su gran chapa de fierro que asegura la tapa77.

De igual tamaño que estos dos, hay otro bargueño, cuyos tableros se hallan pintados a todo color con una decoración de flores; pero cuyos cajones llevan en sus tapas una interesante y preciosa decoración, en taracea, grabada y pintada, figurando animales fantásticos, quimeras aladas en medio de un fondo caprichoso grabado y pintado. Los cajones tienen unas preciosas tiraderas de plata en la que se hallan esculpidas unas cabezas de ángeles muy bien trabajadas.

El último de los cuatro bargueños es pequeño con seis cajoncitos chicos, cuatro medianos, uno largo y otro central; todos con tiraderas de fierro en forma de concha y aldabón también de fierro. Los tablones se hallan decorados como los dos primeros, íntegramente;   —[Lámina XXXI]→     —96→   pero su dibujo es superior y la ejecución de la taracea demuestra más habilidad.

Convento de San Francisco

Convento de San Francisco. Frontal de plata. Siglo XVIII.

[Lámina XXXI]

Pero la joya de la sacristía son los dos magníficos frontales de plata, de estilo rocalla tan en boga en el siglo XVIII. Los dos frontales constan cada uno, de catorce láminas de plata repujada que, unidas forman un conjunto simétrico dentro de la asimetría que es ley de aquel estilo. La composición se reduce a un motivo decorativo central que lleva el escudo franciscano una cruz -con los brazos de Cristo y de San Francisco- a los lados, dos láminas de cobre pintadas con su marco encerrado en un nicho con dos columnas salomónicas, flanqueados estos tres motivos con dos escudos del mismo desarrollo decorativo que los demás que rodean este conjunto central. Los nichos en las columnas salomónicas fueron antes ocupados por espejos.

El conjunto, sin embargo de ser un laberinto de líneas curvas, no deja de tener equilibrio y demuestra la habilidad que como ornamentistas tenían nuestros orfebres quiteños del siglo XVIII para variar al infinito el capricho de líneas y de curvas. Por excéntrico que aparezca este recargo decorativo hay siempre una línea sobre la cual las diferentes partes de su composición se equilibran y ponderan, y a despecho de una cierta afectación, no deja de tener gracia la estilización perfecta dentro del estilo escogido, que presenta la composición de los dos frontales. Pero además del conjunto artístico, los dos frontales son un exponente de la riqueza colonial.

Estos frontales los mandó a hacer fray Francisco de la Graña, durante el tiempo de su provincialato que duró desde el 27 de octubre de 1792 hasta 10 de setiembre de 1796, siendo síndico del convento el conde de Selva Florida, don Manuel Guerrero y Ponce de León. Fueron hechos en reemplazo de otros dos frontales de plata que por viejos se mandaron a destruir. Mucho tememos que las causas alegadas para esa destrucción en aquel tiempo, hubieren sido destituidas de fundamento; cuando vemos ahora, cuando la cultura general y artística es superior, que se cometen ¡desacatos y crímenes iguales sino peores! La vejez sola no es causa ni razón para anular una obra de arte, que por insignificante que fuere su mérito, siempre merece respeto, por ser el exponente de la cultura de un pueblo en una época determinada78.

Compañeras de estas frontales son otras joyas de nuestra orfebrería del siglo XVIII: las mariolas que existen también en la misma sacristía. Son de plata y del mismo estilo, aunque trabajadas anteriormente, en 1750.

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Cristo procesional

Sacristía del convento de San Francisco. Un Cristo procesional. Escultura española.

[Lámina XXXII]



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V

La Iglesia era rica en obras de orfebrería; pero muchas de las alhajas pertenecían determinadamente a dependencias de ella o al culto de ciertas imágenes. Cada capilla o altar, cada cofradía y hasta la enfermería del convento tenían sus alhajas propias, que eran celosamente administradas por los síndicos respectivos o por quienes las servían79. Además de los inventarios, existían listas particulares de las alhajas pertenecientes a la sacristía, que se hacían periódicamente constar en los libros de sindicatura, especialmente cuando se las mandaba reformar o se las destruía para hacer otras nuevas, lo que era muy frecuente; pues parece que los provinciales se disputaban por dejar alhajas más ricas, más nuevas y más relucientes que las que recibieron de su antecesor80.