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En las paredes de los claustros altos se encuentran también algunos cuadros de grande, absoluto e indiscutible mérito. Al lado de la entrada al coro, distinguimos un San buenaventura de Miguel de Santiago, que nos recuerda a los tres Doctores de la Iglesia, que hizo este insigne maestro para el convento de San Agustín; una Santa en actitud llorosa, que a pesar de sus cejas duras y sus manos débilmente ejecutadas, tiene un estilo interesante y una cabeza muy bien pintada, un San Antonio verdaderamente magnífico, dos ángeles y dos cuadros de la Ascensión del Señor y de la Asunción de la Virgen, que, en medio de su deterioro, revelan claramente su inmenso y absoluto valor artístico. En la celda que era de los obispos, hay también un San Antonio, un Ecce Homo y una Dolorosa, verdaderamente clásicos. Hay también otras pinturas, como una Santa María Egipciaca, un San Francisco penitente, un San Pedro de Alcántara; pero de escaso o ningún mérito.

En las escaleras encontramos un cuadro retocado de la Flagelación, una Dolorosa con dos ángeles, un Cristo pintado y recortado sobre madera, un retrato del padre Aguirre, ejecutado por Ramón Salas, un San Jerónimo penitente y uno simbólico de la Virgen, cuyo busto se destaca sobre una fuente de agua y lleva esta inscripción: «La que desde su origen llena de gracia la derrama por todas partes con abundancia».

El segundo claustro es más o menos de igual tamaño que el primero y no debió distinguirse de este sino por su pila de piedra labrada que ocupa el centro del patio, en lugar del humilladero que se halla en el anterior. Sus celdas se llamaban en sus primitivos tiempos, las amarillas, porque se hallaban sin duda pintadas de amarillo. Hoy la diferencia entre los dos claustros es de alguna importancia, desde que el segundo aún conserva intactas sus preciosas bóvedas, que el primero perdió con el terremoto del 68. Conserva también en una de las alas del cuerpo superior, la muestra de la manera cómo fue su arquitectura. En efecto los claustros altos no eran cerrados de la manera sencilla como lo están ahora, sino con arcos los del primer patio y con ventanas los del segundo, siendo los macizos de separación de estas ventanas, decorados geométricamente con figuras, a modo de cartelas, tales como vemos en una de las paredes del segundo patio.

En este segundo claustro se halla el refectorio y la sala de Profundis con sus bancos o poyos de ladrillo y sus mesas de cedro sobre pilares de piedra. En la sala de Profundis hay un Calvario pintado sobre lienzo, hermosísimo, casi de tamaño natural, una cabeza de un monje digna de Zurbarán y el retrato de un cardenal, obra indiscutible de Miguel de Santiago, que es toda una maravilla. Son también interesantes: un San Francisco y un cuadro simbólico de las virtudes teologales, cuyas figuras son elegantes y el grupo de la caridad admirablemente bien compuesto. En el refectorio admíranse: un espléndido cuadro de la Sagrada Familia, que se halla en el testero, un precioso Ángel de la Guarda una Inmaculada con la Trinidad, preciosa obra de Bernardo Rodríguez y obsequios de don Ventura Antonio de Vinuesa de Soto Albarado de la Torre Caseres y Vetancur, cuyas armas lleva.

Por la sala de Profundis se sale al patio de la cocina en donde se ve cómo fueron las primitivas ventanas de las habitaciones interiores, rodeadas de un gran marco sencillo de piedra sillar. Por la izquierda de este patio se penetra al tercer claustro, que también conserva los restos   —[Lámina XLVII]→     —147→   de su antiguo esplendor en sus bóvedas y pilastras que se hallan intactas. El alma se angustia al reconstruir con la imaginación lo que fue, bajo el punto de vista de su arquitectura, el convento de San Diego con sus claustros pequeños, sus corredores y patios reducidos, pero todo él cubierto de bóveda, de la que aún queda bastante en los claustros segundo y tercero, en una parte de la sacristía y su capilla adyacente, que formaban parte del tercer claustro, en la cocina y en uno que otro rincón del convento sandiegano. Este, en su conjunto, ha variado mucho: de lo que fue sólo quedan sombras, que hubieran arrancado la compasión de Felipe II que, al aprobar la construcción del convento de la Recolección de San Diego de Quito, quiso que sea hermosamente sencillo, aunque pobre.

Convento de San Diego

Quito. Convento de San Diego. El segundo claustro, llamado antiguamente el amarillo.

[Lámina XLVII]

Entre las dependencias principales del convento estaban la enfermería, la espléndida biblioteca que ahora se halla en el Convento Máximo desde el año pasado, llena de obras raras y muchas de ellas góticas e incunables124, la celda de oficio, que era la primera junto al coro, con su puerta de salida a una azotea sobre la capilla de la Virgen de Chiquinquirá (que hoy no existe) y que tenía un hermoso sitial de madera tallada y dorada con la Virgen de Dolores; la celda del estudio con su magnífica estantería de libros, en la que se encontraban pintados «los jeroglíficos de las Virtudes teologales» que eran sin duda el cuadrito que hoy se halla en la sala de Profundis; y la celda de los obispos, que se hallaba encima de los tres arcos del cuerpo saliente del convento en la fachada principal, celda que ostentaba en la pared el busto pintado del Pontífice Ganganeli125.

La iglesia tiene su puerta principal de entrada hacia la plazoleta, es de piedra y sencilla de arquitectura: su arco semicircular con ligera moldura se apoya sobre dos pilastras, siendo este conjunto flanqueado por cuatro medias columnas que soportan un arquitrabe, un friso y un frontón entrecortados por dos ménsulas para dar cabida a un nicho cuadrangular, que también lleva como remate su frontón partido y en el que se ostenta la imagen de una Virgen con el Niño, en piedra policromada. Decoran las rampas del frontón y las ménsulas bolas de piedra sobre pequeños pedestales. Cierra el acceso a la puerta de la iglesia, un atrio pequeño con pretil, de estilo barroco, al que se sube por dos gradas: todo de piedra.

Cuando se penetra en la iglesia, por ligeramente que se la recorra, se echa de ver que su ejecución arquitectónica no es uniforme. El presbiterio es un cuerpo completamente distinto de la nave, y las bóvedas de crucero sobre las que descansa el coro, nada tienen que ver con la nave y el presbiterio, ni siquiera con el techo del mismo coro. Por supuesto que la iglesia está muy cambiada de lo que fue primitivamente: los terremotos y las calamidades del tiempo, la han destruido, como han destruido todas las dependencias del convento, principalmente los terremotos de 1868,   —148→   que exigieron casi su total reconstrucción, llevada a cabo, mediante cuantiosas limosnas de muchos bienhechores. A pesar de la sencillez de la iglesia, impuesta por los deseos de Felipe II, que cooperó a su primera edificación, debió ser una joya, cuando la concluyó el Venerable padre fray Fernando de Jesús Farrea, en la primera mitad del siglo XVIII; pues fue este religioso quien, según una anónima «Relación de algunas obras públicas de beneficencia hechas por la Religión Seráfica del Ecuador, que se conserva en el Archivo de San Francisco, edificó la iglesia de San Diego en Quito p.a q.e los moradores de aquellos recintos tengan un lugar cercano en donde juntarse a alabar a Dios».Verdad es que esa aseveración contenida en la palabra edificó es falsa tomada en su verdadero y estricto sentido, porque consta que desde los primeros tiempos de la fundación del convento, fray Bartolomé Rubio levantó también la iglesia anexa. Parece, sí, que esta no fue entonces la que es hoy, sino una capilla privada de los frailes. El padre Larrea la habría, pues, ensanchado, arreglado y decorado para el culto público. Puede, pues, decirse que la iglesia, aún con el serio deterioro causado en 1868, es de la primera mitad del siglo XVIII.

El presbiterio actual es el antiguo oratorio privado de los frailes, que iba hasta donde arranca la grada del púlpito, según lo demuestran las tres gradas de piedra que han quedado de sostén de su escalera, desde cuando se redujo el presbiterio y se aumentó, para los fieles, la nave de la iglesia. Este oratorio se llamaba capilla mayor de San Diego y tenía una reja que impedía su acceso al público126.Todo este sitio era primitivamente un solo retablo o más bien dicho, tres: el del altar mayor al fondo, y los dos que cubrían las paredes laterales del presbiterio. El retablo del altar mayor es ahora recompuesto; pues un terremoto parece que lo destruyó casi completamente. De los restos del antiguo se hizo el que hoy existe, pero sólo hace cuarenta años se arregló el nicho en que se halla la Trinidad, flanqueado por dos cuadritos de San José y un Ángel encima de un gran frisa y se puso la gran corona que remata el retablo. Del anterior ha quedado el nicho central de espejos en que hoy se coloca la imagen de Nuestra Señora de la Caridad de Illescas, que antes tuvo capilla propia. Resto de la riqueza del retablo es la rejilla de plata sobre espejos, que, casi destruida, se ve en aquel nicho. El sagrario, que es una maravilla, es el mismo mandado a hacer por el año de 1734 para sustituir al anterior, que era muy indecente, según rezan los papeles del archivo. El frontal actual del altar es muy hermoso y es de la época primitiva de la iglesia y tal vez vale más que otro que tenía de espejos, hecho en 1813, «recogiendo varios inútiles e inservibles que andaban rodando en la sacristía vieja, haciéndoles enazogar de nuevo»127. En el cuerpo central del altar, a un lado y a otro del sagrario, entre las cuatro columnas que soportan el friso, están las estatuas de Santo Domingo y San   —149→   Francisco, antiguas imágenes que con las de San Diego, San Antonio, el Santo Donado, dos crucifijos de tamaño natural, tres Dolorosas, un Belén, San Joaquín, Santa Ana y la Niña María, San Juan Bautista, San Pablo, Nuestra Señora del Volcán, la de la Candelaria, San Francisco de Paula, San Estanislao obispo, la Virgen de las Nieves, un Espíritu Santo, un Cristo con alas de la impresión de las llagas, el Señor de la Resurrección, San Sebastián, ocho Niños y cuatro ángeles de madera y las estatuas chicas de San Francisco y Santo Domingo, figuran en los inventarios de principios del siglo XIX.

De los retablos laterales del presbiterio, quedan como indicadores de lo que fueron, cuatro nichos formados en la pared, en los cuales se encuentran las efigies pintadas de los Papas Sixto IV, Pío III, Sixto V y Alejandro IV, con sus respectivas tiras doradas, y un nicho en la pared izquierda con una estatua de San Sebastián, de regular tamaño. También adornan hoy ese presbiterio cuatro grandes cuadros de San Jerónimo, San Agustín, San Gregorio y San Ambrosio y dos pequeños en mármol y en preciosas molduras, que representan dos escenas de la vida de la Virgen: su presentación en el templo y su educación. En 1813 se pasó al presbiterio el altar de San José con su nicho, arreglándole un hermoso recamarín con puertas de espejos y al frente se colocó otro altar dedicado al Señor de la Pasión. Probablemente ocuparon los retablos laterales del presbiterio128.

El presbiterio se halla cubierto íntegramente con un artesonado mudéjar de precioso estilo y magníficamente conservado y recibe luz de una ventana lateral y tres lumbreras abiertas en el arranque de la nave central.

Luego viene el cuerpo de la iglesia de estilo renacimiento, con cubierta de bóveda de medio cañón, que reposa sobre una cornisa sencilla pero elegante, y un friso dórico. Sus paredes son almohadilladas lo mismo que sus medias pilastras en ellas figuradas. La nave recibe luz de dos linternas ovaladas abiertas en la bóveda, cuyos bordes se hallan decorados con una ligera moldura tallada, y pintada de verde y oro, de la que se desprenden rayos también dorados. En las paredes se han abierto cuatro nichos de arco semicircular: dos a cada lado, para dar en ellos cabida a otros tantos altares dedicados hoy a San Diego, a San Antonio, a la Pasión de Cristo y a San Joaquín y Santa Ana. El retablo de San Diego tiene dos cuerpos. En el centro del primero hay un gran nicho en que se encuentra una muy buena estatua del Santo, genuina obra de escultura quiteña, pintada y dorada. Flanquean al nicho dos columnas por lado, entre las cuales se ven dos pequeñas telas de escaso mérito. El segundo cuerpo, que descansa sobre las cuatro columnas bajas, lo constituye un pequeño nicho, que llenan dos corazones y una paloma, flanqueado por dos espejos chicos. En 1841 se quitó el altar de tierra que tenía y se le puso uno de madera. El retablo del segundo altar es un tejido de pequeñas tablas pintadas y espejos con cornisas y molduras doradas, que se sostienen sobre la madera de que se ha forrado el nicho, sin otro fin ni objeto que el de cubrirlo para poner un fondo rico   —[Lámina XLVIII]→     —150→   y deslumbrador a un típico Calvario, cuyo precioso Cristo, representado en la apacible tranquilidad de la muerte, contrasta con la loca desesperación de la cara de la Magdalena, la rigidez inquietante de la estatua de San Juan y la hermosura de la faz angustiosa de la Virgen de los Dolores. El grupo es hecho dentro del molde primitivo de la escultura quiteña y vestido a su manera: el Cristo con su paño de honestidad: un pedazo de seda rosada con franja de oro, la Magdalena que es sólo cara y manos, sujetas a rústico esqueleto de madera oculto entre lujosos vestidos de terciopelo rojo oscuro y la Virgen vestida de seda de color violáceo claro. La Magdalena lleva, además peluca natural, tal vez de la cabellera de alguna devota suya, mientras la preciosa cara de la Virgen se halla hábil y hermosamente sujeta a una toca de encajes que completamente la rodea y cubierta con el manto, que, desde su cabeza, cae en pliegues, dibujando la clásica silueta de la Virgen española de las Angustias con su corazón traspasado de siete crueles espadas. Esta Virgen Fue el ídolo de las devotas de San Diego, entre las que se contaron, en la antigüedad, los Marqueses de Maenza y de Lises y los Marqueses de Solanda, y si ahora le faltan el rico vestido completo de renguillo blanco con sus cruces de hilo de plata y el manto negro de cinta raso que le diera Doña Mercedes Flores, allá por 1850, aún lleva la característica diadema, aunque sea de lata, dada por cualquiera devota pobre, a solicitud del hermano sacristán. En la estatua de San Juan hizo el artista gala de ciencia y buen gusto, lo mismo en la factura de la cabeza y las manos, que en la magnífica manera de travar los pliegues de la túnica y hacerlos de tela endurecida los del manto del Apóstol. Volvemos a repetir: el grupo del Calvario de San Diego es hermoso e interesante, destacándose entre sus figuras la de Cristo Crucificado, en cuya cabeza coronada de espinas, echamos muy de menos las potencias de plata o siquiera las curiosísimas de cristal enazogado que le pusieron en 1841129.

Iglesia de San Diego

Quito. Iglesia de San Diego. El artesonado mudéjar del antiguo oratorio de los frailes, hoy presbiterio de la iglesia.

[Lámina XLVIII]

El retablo del altar de San Antonio es un solo nicho rectangular en el que se encuentra una preciosa estatua del Santo. Parece que este retablo es reconstruido, pues faltan a los lados, en el contorno interior del nicho en el que se halla el retablo, los tallados que primitivamente le cubrían. Además el nicho mismo en que se halla la estatua de San Antonio (y que es todo un pedazo arreglado a cierta construcción arquitectónica: dos columnas que soportan un frontón interrumpido por un medallón verde) es solamente sobrepuesto, y por ligera que se pase la vista por el retablo, se echa fácilmente de ver que ese trozo es extraño al conjunto. Así, pues, este retablo, no tiene la importancia de los anteriores menos aún del que se encuentra a su frente, que es sin duda alguna, el mejor de la iglesia sandiegana. Se descompone en dos cuerpos. El primero se divide en tres nichos flanqueados por columnas retorcidas, adornadas de racimos de uva y cabezas de angelitos; las mismas que forman friso al nicho central cuadrado en que se halla el grupo de San Joaquín, Santa Ana y la Niña María: preciosas estatuas todas, especialmente Santa Ana. El nicho de la derecha lo ocupa una buena estatua de San Juan Bautista y el de la izquierda, otra no inferior de San Pablo. Las estatuas   —[Lámina XLIX]→     —151→   todas son pequeñas y hechas para el retablo, sin duda por el mismo escultor que trabajó en el altar, menos la estatua del Santo Donado que se halla en el nicho central del cuerpo superior del retablo, con su vestido pintado y dorado, que pertenece a otra época. Las conchas de los nichos semicirculares son verdaderamente magníficas y profusamente decoradas y talladas.

Iglesia de San Diego

Quito. Iglesia de San Diego. Precioso Calvario, obra genuina de la escultura quiteña. Siglo XVIII.

[Lámina XLIX]

Entre los altares, se hallan dos nichos abiertos en la pared, ocupados, el de la derecha, por una estatua de San José, con vestido de seda verde y el de la izquierda, por la de un Ecce Homo, vestido de terciopelo púrpura.

Fuera de estos altares había en la iglesia, bajo el coro otro, dedicado a las almas y que estaba junto a la puerta principal de entrada. En 1841 se lo quitó de allí y se lo puso en otra parte del templo, hasta que desapareció del todo.

La iglesia tenía antes cuatro capillas adyacentes: las de la Virgen de Dolores y la de la Virgen del Volcán, junto al presbiterio; la de la Virgen de Chinquiquirá y la de Nuestra Señora de la Caridad de Illescas, bajo el coro. La de la Virgen de Dolores era muy hermosamente arreglada hasta el año de 1813 en que «se sacó el altar al frente del púlpito, donde esta bien colocado, porque en su sitio con la humedad se volvía ya harina todo el retablo»130. Luego el año 1841 se hizo en esa capilla un altar para la Sagrada Familia, hasta que se lo convirtió después en Capilla de la Beata Mariana de Jesús. Al frente se halla la Capilla de la Virgen del Volcán, imagen histórica y copia de la Virgen de Mercedes que regaló Carlos V a los padres Mercedarios de la ciudad de Quito y que éstos la conservan en su basílica. Fue hecha en 1375 por encargo del Cabildo de Quito, que, asustado por las erupciones que aquel año hizo el volcán Pichincha, la mandó a trabajar para colocarla a cinco leguas de esta ciudad, en un sitio adecuado, y el menos distante del cráter. Un diestro artífice quiteño la hizo, reproduciendo en una pequeña piedra de sesenta centímetros a la Virgen de Mercedes de Carlos V. La devota imagen fue colocada en un desierto campo de las alturas de Pichincha, que muy pronto se convirtió en un lugar de piadosas peregrinaciones de los quiteños; pero al andar de los tiempos, decayó esta devoción hasta desaparecer por completo. Entonces los padres franciscanos de San Diego, bajaron de la montaña a la imagen y la colocaron en su templo; en donde se la conserva con todo culto y veneración. La pequeña estatua es de piedra, como dejamos dicho, magníficamente labrada, y en su principio fue pintada y estofada. Naturalmente, las inclemencias que padeció al aire libre debieron destruir esa pintura, pero hoy la han renovado, según lo demuestra el rostro, que es lo único visible de la imagen, ya que el cuerpo se halla oculto entre vestidos de seda que cubren los que el escultor talló en la piedra.

La Capilla de Nuestra Señora de la Caridad de Illescas estaba al lado izquierdo de la iglesia y debajo del coro. No era muy rica. No sabemos cuándo se la dedicó; pero debió ser al menos en el siglo XVII, porque la Bula de Clemente XII de 2 de marzo de 1739, por la cual estableció   —152→   en San Diego de Quito la Cofradía de la Virgen bajo aquella advocación, alude a que desde hacía mucho tiempo se la veneraba en dicha iglesia.

En el expediente apostólico de la fundación en Quito de dicha cofradía cuyas constituciones fueron aprobadas el 23 de setiembre de 1740 por el obispo Andrés de Paredes y junto con la Bula Pontificia, hay una verdadera curiosidad artística: una estampa de la Virgen de Illescas grabada en acero por un grabador quiteño, Manuel Pérez, según consta del letrero puesto a pluma por su propio autor, que era entonces Síndico de la Confraternidad. Parece hecha en 1827, a juzgar por la inscripción que dice: «La Estampa no vino de Roma, sino q.e se cosió aquí p.r gracejo, el Sab.º 12 de Mayo de 1827, echa p.r el Sind.º M. Pérez»131.

La capilla no era muy rica; pero sí tenía muchas pinturas y esculturas. En un altar no había sino una Virgen Dolorosa y un San Juan vestidos, un Niño Dios en su cuna y las imágenes de la Purísima Concepción, San Pedro de Alcántara, San Vicente Ferrer, dos niños a los costados del altar y otros dos más pequeños arriba, un Belén, trece espejos grandes y tres pequeños con sus molduras doradas. Tenía también dos láminas de jaspe con la Virgen del Carmen y la de Mercedes, diez cuadros grandes y dos pequeños en la sacristía, diez y ocho láminas grandes y dos molduras, tres láminas con los marcos embutidos de carey y de marfil y nueve pequeños con molduras de ojilla de plata132.

En 1841 se mandó hacer una capilla de madera para el nicho de la Virgen.

Al frente de la capilla que fue de la Virgen de la Caridad de Illescas, están los restos de la que fue Capilla de la Virgen de Chiquinquirá. Primitivamente esta capilla era espaciosa y sobresalía de la fachada actual del convento, unos tantos metros, adelantándose hacia la plazoleta por lo menos a una línea igual a la del pretil de la iglesia. Esta parte de la capilla   —[Lámina L]→     —153→   estaba cubierta con una azotea, a la cual tenía acceso la celda que llamaban de oficio133.

Iglesia de San Diego

Quito. Iglesia de San Diego. La Virgen de Chiquinquirá y una parte de su retablo (1862).

[Lámina L]

Se hizo esa capilla en 1797. Hasta esa época la portería de San Diego estaba en el lugar en donde hoy es la Capilla de Chiquinquirá. El padre Landero, que por entonces era guardián del convento, hizo presente al Definitorio la necesidad de cambiar el sitio de la portería y agrandar la Capilla de la Virgen. Al efecto se construyó un pequeño edificio adherido a la fachada y junto al pretil de la iglesia y se lo comunicó con la actual capilla por medio de los dos arcos de piedra de la antigua portería, quedando el locutorio actual como sacristía de dicha capilla134.

Con todo, parece que la construcción de la capilla, de acuerdo con las reformas solicitadas por el guardián y aprobadas por el Definitorio, no se llevó a cabo hasta algo entrado el siglo XIX; pues en los papeles del archivo franciscano encontrarnos que en 1803 «se mandó a hacer un cuarto debajo de la librería para recibir y evitar de este modo la profanación de la Capilla de N.ª S.ª de Chiquinquirá»135.

Casi podemos asegurar que la gran época de la devoción de la Virgen de Chiquinquirá, fue la primera mitad del siglo XIX; pues en 1804 se dotó a su capilla de un órgano de cinco órdenes, que se mandó hacer y se concluyó en aquel año, siendo su costo 420 pesos; en 1806 «se compuso toda la Capilla de Chiquinquirá, haciendo de nuevo un pedazo que sirve de azotea para la celda de oficio en la que se ha puesto una puerta nueva para salir a dha. azotea, cuya obra se ha hecho con las limosnas que han dado los fieles para ella y el P. guardián Antonio Sanz»; en 1808 se forró el cielo de dicha capilla de lienzo, se lo dio de yeso y se lo pintó hermosamente, lo mismo que toda la capilla, a la Virgen se le puso un hilo de perlas finas con una grande al medio que valía entonces 20 pesos; se le hizo la gran moldura de madera dorada que abraza todo el tabernáculo, se doraron los marcos de cuatro espejos y «se blanqueó toda la sacristía y cielo de la misma, tapando unas pinturas muy viejas que la oscurecían»; en 1824 se puso en la capilla nueva espejos; en 1829, «dos arañas de cristal muy preciosas y un cristo muy hermoso cerca de vara»; en 1841 «a la custodia se le adornó con preciosas flores de mano; a la Virgen se le puso un penacho de plumas blancas, muchas flores de mano, dos estrellas de cristal, un par de ninfas bien vestidas y coronadas de flores, se colocaron seis ramos de flores, un espejo grabado de a tercia, dos tibores azules y a los   —154→   dos apóstoles San Pedro y San Pablo se los puso las cabezas que les faltaban y se les retocó. Al cuadro de la Santísima Trinidad que tenía esta Capilla se le hizo un célebre altar, se retocaron los cuadros que estaban en la sacristía y celdas y colocados en esta Capilla. Se retocó el cuadro del Milagro, aparición y entrada de la Virgen de Chiquinquirá a esta Capilla de la cumbre del Pichincha y estaba a la entrada de esta Capilla. Se pusieron dos faroles o bombitas de cristal. En el altar de la Trinidad, una cruz de Jerusalén embutida en concha»136.

Eran también de la capilla: el hermoso lienzo de la Inmaculada Concepción con las armas de don Ventura Antonio de Vinuesa de Soto Alvarado Cáseres y Vetancur que la dio en su moldura pintada y dorada, y que se halla hoy en el Refectorio, un retablo con dos maceteros de frutas y dos cuadros de San Francisco y San Antonio en molduras doradas, catorce espejos y un frontal de espejos. Dentro de la sacristía estaban el órgano y un nicho de madera con la Purísima Concepción y dos lienzos con sus molduras doradas a los costados. Había también un cuño en que se hacían las medallas de la Virgen de Chiquinquirá137.

Puédese deducir de todo esto el auge en que estuvo a principios del siglo pasado la devoción de la Virgen de Chiquinquirá y la riqueza artística de su Capilla de San Diego encerraba hasta la pasada media centuria. Al principio, la imagen de la Virgen estuvo pintada en la pared, desde tiempo inmemorial, hasta que el Ilustrísimo Señor Rafael Lazo de la Vega, obispo de Quito, se interesó por aumentar su devoción, desde que fue él quien consagró el templo de la Virgen en el Arzobispado de Santa Fe, con ayuda del padre ministro fray Domingo Barragán, de la Orden de predicadores. Puédese, pues, decir que este Obispo introdujo la devoción de aquella Virgen en San Diego, a la que concedió privilegios el 23 de marzo de 1831, después de que el Papa Pío VIII confirmó su culto en Quito el 18 de julio de 1829. Pero la cofradía no se erigió sino el 19 de abril de 1842 por decreto del Ilustrísimo Señor Nicolás Joaquín de Arteta, obispo de Quito.

Como decimos, la capilla antigua, que era independiente de la iglesia, debió ser muy preciosa y un verdadero depósito de joyas del arte nacional, hasta el año 1868, en el que un terremoto la arruinó lo mismo que a todo el convento. En diciembre de 1862, fray Antonio María Galarza, guardián de San Diego, se dirigía al obispo de Quito, Ilustrísimo don José María Riofrío y Valdivieso para poner en su conocimiento: que habiendo aquel terremoto arruinado la efigie de la Virgen de Chiquinquirá, que estaba pintada en la pared, se había mandado «a hacer otra en madera y de alto relieve» y a la de Illescas «se ha sostituido del mismo modo porque la antigua era muy imperfecta», por lo cual le pedía se confirmen en esas nuevas imágenes las gracias concedidas a las efigies destruidas.