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El Noviciado tiene también un pequeño museo, o más bien, un depósito de objetos varios, entre los cuales, mezclados con colecciones de mariposas y pieles de culebra, traídos de las misiones del Oriente ecuatoriano, se hallan algunos cuadros y estatuas y otros objetos de arte, esperando un arreglo para poder ser mejor estimados. Por hoy sólo se los conserva; lo que ya es algo.

Entre los cuadros, hay que anotar uno de los Reyes de Judá, perteneciente a la colección que decora la techumbre de la capilla del Comulgatorio. Con este son, pues, 15 los reyes pintados por Gorivar. Dos conocimos en la Universidad, que ahora se hallan extraviados. Hay también un San Juan Evangelista con su manto rojo, la vista baja, una pluma en la derecha y un libro abierto en la izquierda: buena pintura en su bastidor elipsoidal pero sin moldura. Mas la mejor de las telas es la más grande: un enorme escudo nobiliario, sostenido por cuatro niños: dos que sostienen el morrión y sus lambrequines, sobre una cabeza pintada encima del escudo y dos que se hallan sentados abajo; los niños descansan sobre unas volutas del pergamino simulado en el que se halla el escudo, y se les presenta semicubiertos con el tocuyo indio, la tela de lana hecha a mano y decorada por nuestros indios. En el vértice bajo del escudo, se ha pintado una cabeza diabólica.

Entre las esculturas, debemos consignar dos grandes estatuas de Santo Domingo y Santo Tomás con hermosos vestidos de brocatel, seguramente raras en la iconografía de aquellos santos; otras   —46→   dos ya muy conocidas por nuestro libro La Escultura en el Ecuador y que representan a Santo Domingo y San Francisco, dentro de sus hábitos de tela endurecida; una preciosa estatua de la Virgen con un niño (que no es el propio) dentro de una urna de vidrio; otra Virgen Dolorosa, chica, con falta de las manos y con su hábito interior lleno de flores; algunas cabezas de estatuas que se han destruido o mascarillas de plomo de otras que perecieron; un asiento de alguna estatua o de algún baldaquino o sagrario, con un friso decorado con cabecitas de querubines: todo dorado y de fina talla; tres cuadros en los que se han representado La entrada a Jerusalén, La Magdalena lavando los pies a Jesús y Jesucristo ante Herodes, pintados sobre alabastro: el mejor de ellos, que es el último, desgraciadamente mutilado en su mitad superior y partido en dos en su inferior; un cantoral con el Oficio de Santa Rosa, mandado a trabajar en pergamino, por el padre Quezada en Roma, en 1681, según lo dicen los grandes titulares de su primera página: «Elaboratum Romæ per Reverendissimus Pater Frater Nicolaum Brosset gallum, ejusdem Ordinis de ordine et solicitudine Reverendissimus Pater Frater Ignatü de Quesada, Provinciæ S. Catharinæ V. et M. Quitensis. Anno 1681» y que tiene unas orlas de flores en algunas de sus páginas y dos o tres viñetas: una de la Virgen con el Niño ante San Francisco y Santo Domingo, otra de la Aparición de María a Santo Domingo, ejecutadas a la gouache, muy hermosas.

Entre aquellas cosas, se encuentran la parte del fuste y pie del púlpito de San Fernando que está en la Capilla del Noviciado y el fuste completo del compañero que se encuentra en la sala contigua. Ambas piezas están intactas. La primera, fina y delicada, con cuatro cabezas de querubines entre hojas colgantes y, en el asiento ancho del pie, cuatro más pequeñas con palmetas de hojas de acanto en la base; la segunda está como dijimos, completa y es un fuste perfecto de una copa fina de cristal con sus secciones anchas y delgadas, sus anillos y cuerpos superpuestos, alternados, y su ancha base, decoradas con cabezas de querubines, volutas, hojas de acanto, dispuestas de variadas maneras y todo compuesto y tallado, hábil y discretamente, Creemos que los religiosos deberían procurar restituir estas piezas a las otras y restaurar ese par de púlpitos, que son únicos en su clase.

Desparramados por las dependencias del Noviciado se hallan también algunos objetos artísticos interesantes. A la salida para el claustro principal, encima de la puerta, se halla un relieve representando un paso de la vida de Santo Tomás, en que aparece este santo tentado, en su virtud de la castidad, por una hermosa mujer. Es un panel ovalado, sin duda perteneciente al retablo antiguo del Santo en la capilla que tenía en la iglesia. El relieve es una hermosa pieza pintada a todo color. Junto a ella, o más bien dicho, muy cerca (pues ocupa el muro contiguo) hay un hermoso Cristo crucificado, de mediano tamaño; y en los corredores oscuros de los claustros, se ven, colgando de sus muros, más de media docena de cuadros en tela, dentro de sus respectivos marcos de buena talla, en los que se han representado a varios santos de la Orden, como Santa Catalina de Sena, Santa Inés de Montepulciano, San Jacinto, San Luis Beltrán, Santo Tomás, Alberto Magno, un Papa, etc., en un tamaño algo mayor que el natural. Algunos de estos cuadros son regularmente pintados, y otros desgraciadamente, retocados.

En el salón que queda junto a la capilla de la Virgen de Pompeya, destinado a la clase de música y canto de los novicios, se encuentran, además de dos preciosos sillones de cuero con paisajes   —47→   repujados y pintados, un púlpito y una tribuna, o mejor dicho, los restos de esos muebles eclesiásticos, que felizmente aún se conservan.

El púlpito está rehecho. Se lo ve claramente. Sólo son auténticos los cuatro paneles en los que se han representado, de medio relieve, a Santo Tomás, San Francisco de Asís, Santo Domingo y San Antonio de Padua, y la base de la copa del púlpito con su cercha, desvencijada, pero que aún conserva sus cinco ménsulas de embutidos y los querubines de los entrepaños y otro embutido en estípite, que sin duda, correspondía al arranque de la escalera del púlpito. Este es semejante, en talla y composición, al anterior de San Fernando, que dejamos descrito en la Capilla donde se encuentra, de modo que bien podrían corresponder ambos a la misma época y al mismo autor: los paneles y las ménsulas de la base o asiento de la copa, apenas varían en sus detalles de ornamentación.

La tribuna es también muy interesante, lo mismo por sus formas como por su ornamentación. Es un cubo perfecto, algo alargado, con sus tres caras: la del frente y la de los costados, con gran decoración tallada. Lo que es la otra cara está descubierta para la entrada. Tal vez fue esta, la tribuna del lector en el refectorio y estuvo pegada al muro. Está en blanco, es decir, sin dorar ni pintar; aún más: no hay ni señal de que se hubiese pretendido pintarla y dorarla. Se compone de tres paños unidos entre sí en ángulo recto. En el paño frontal se ha representado, en medio relieve, a Santo Domingo y, en los laterales, a San Pedro Mártir y a San Jacinto: dentro de óvalos elípticos, adornados con flores, frutos y embutidos, y encuadrados por unos baquetones, formando una gran moldura para cada uno de los santos. Debajo, hay otros pequeños para alojar a un querubín. En los ángulos hay dos columnas o estípites que se destacan sobre el fondo de escamas que se ve en cada uno de los paños, junto con las basas sobre las que se asientan esos estípites o columnas y los dados con que se coronan a manera de cimacios y que forman parte del friso y la cornisa que rematan la copa del púlpito. El friso se ha decorado con bulas y la cornisa, con muy ricas molduras.

Volviendo a la Sala De Profundis y saliendo por ella hacia el interior del Convento, nos encontramos con el departamento destinado hoy al Colegio y a la cocina, que antes formaba un gran claustro ahora destruido y venido muy a menos, como lo demuestran sus grandes arquerías sobre columnas que aún se conservan en parte. El resto es construcción nueva, de muy escaso interés, hecha sobre las ruinas ocasionadas por los terremotos.

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El que llamaremos tercer claustro, que se encuentra junto al primero y al frente de la plaza, y hoy ocupado con un cuartel militar, es un hermoso patio porticado en sólo tres de sus lados de su galería inferior; pues la arcada del cuarto ha desaparecido absorbida por una construcción posterior.

Es un patio perfectamente árabe: sobre columnas de reducido módulo y cuyo gálibo no tiene éntasis alguno, se levantan arcos de medio punto muy peraltados y trasdosados, encuadrados por   —48→   un alfiz. Como en la época almohade, este alfiz no se halla pegado al arco, sino algo separado, aunque no tanto como en la Giralda, por ejemplo. La galería superior se halla cerrada y las esquinas de ambas, formadas por gruesos machones angulares que descargan, a su vez, el empuje de los arcos en los muros colaterales por medio de otros arcos que se apoyan sobre ménsulas del tipo tan conocido en los claustros de los conventos quiteños. Las ventanas de la galería superior van encuadradas también con mucha originalidad por ancha moldura saliente en sólo sus tres lados: el superior y los laterales.

El área del Convento se halla cerrada de diversas maneras: en el frente que da a la Plaza Sucre, por un muro que corresponde a varias construcciones: la iglesia, la portería, la Capilla de los Naturales y hoy de Santa Rosa, la escuela antigua, hoy cuartel de Carabineros, las celdas de los religiosos y las habitaciones de los Carabineros. Luego siguiendo hacia la derecha y pasando el Arco tenemos un muro bajo que corresponde a una amplia habitación de una sola planta, que ha sido ocupada, por talleres de fundición y herrería, escuela y almacenes de negocio. En la calle «Luis Felipe Borja», el muro crece en altura y corresponde a tiendas y aún a grandes casas que son otras tantas dependencias del Convento, que ayer formaban parte de sus servicios y hoy, algunas, se arriendan a particulares. En este muro, estaba antiguamente la puerta de entrada al Convento, reservada después al servicio de la cocina y por la que solían entrar y salir las bestias y los indios que venían con los productos de los inmensos fundos rústicos que poseían los religiosos. Luego se la condenó, tapándola a piedra y cal sin que quede más rastro de ella que su organización y adorno.

Se compone la puerta de dos columnas cilíndricas con capitel dórico sobre las que se asienta un dintel de cinco piezas colocadas como las dovelas de un arco, con sobresaliente cornisa. El dintel tiene una cornisa y decoración simbólica: en su centro, el escudo de la Orden y dos estrellas de siete puntas; a un lado un globo terrestre con cruz y una rama de azucenas, y al otro, un perro con una vela en la boca, una paloma y otra estrella de siete puntas y, a los extremos, encima de las columnas dos conchas marinas. Encima de la cornisa dos semipilastras de muy escaso módulo y, sobre sus impostas, un arco rebajado y formado con una gran moldura. Delante de las semipilastras, dos remates compuestos de un asiento bulboso y con una terminación piramidal de hojas estilizadas. Dos grandes aletas en forma de S adornadas con hojas y uvas unidas a una soga retorcida, flanquean un nicho con amplia concha en su absidiola sobre dos raras columnas panzudas, chicas, y dos cabezas de querubines en sus enjutas. Dentro del nicho, una graciosa imagen en piedra de la Virgen sentada con el Niño sobre las rodillas y encarnada como si fuese de madera, con su ropa interior blanca, su túnica roja, su manto azul y su corona dorada. El Niño lleva toda su vestidura blanca y su corona de oro. Todo este conjunto de gran ingenuidad y sencillez, se halla labrada en pequeñas piedras sillares y el muro mismo, en su derredor, es de aparejo miserable, de lajas menudas, mezcladas con cantos gruesos. Además, pintado todo íntegramente al óleo: en azul el gran arco, la concha del nicho y sus columnas, las impostas, la cornisa, las conchas, el mundo y los capiteles. En rojo cienoso, las columnas grandes, los capiteles y las bases de las columnas del nicho y las aletas. En amarillo, ciertos otros detalles.

Capilla del Rosario.- Puerta de entrada al camarín de la Virgen

Capilla del Rosario.- Puerta de entrada al camarín de la Virgen

[Lámina XIII]



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ArribaAbajoEl antiguo colegio de San Fernando

(Hoy de los Sagrados Corazones)


La rivalidad tradicional entre dominicanos y jesuitas, fue parte para que los primeros decidieran en 1676, la fundación del Convictorio de San Fernando, Colegio de Segunda Enseñanza; porque el Colegio de San Luis, regentado por los jesuitas, desde hacía ochenta años, no bastaba a atender a la juventud estudiosa.

Su principal iniciador fue el padre maestro fray Jerónimo de Ceballos, uno de los religiosos más respetados y estimados por la sociedad de aquel entonces, y su admirable ejecutor, el padre fray Ignacio de Quezada, activo como pocos y constante y porfiado en el trabajo. Fácil le fue conquistar el apoyo de nuestros prestigiosos vecinos de la ciudad y con los informes favorables del Obispo, de la Audiencia, de los Cabildos secular y eclesiástico, del Capítulo Provincial de la Orden y del obispo de Popayán, marchó a España el padre Quezada, a gestionar la fundación del colegio por cuenta de la provincia dominicana del Reino de Quito.

Mientras tanto, el padre Ceballos se apresuró a buscar los recursos para realizar la fundación y compró las casas y los terrenos situados en la manzana que hoy ocupa el Colegio de los Sagrados Corazones.

Los recursos no debieron dar para mucho, cuando apenas si alcanzó el Provincial a construir un pobre edificio de adobes, que fue destruido, sin haber sido utilizado, por el padre maestro fray Bartolomé García, elegido Provincial después del padre Ceballos, y que después fue obispo de Puerto Rico, para reemplazarlo con otro mejor, de material más noble y sólido.

Es de presumir que fray Antonio Rodríguez, que se entendía entonces en todas las obras del monasterio dominicano hiciere el plano del nuevo edificio y dirigiese la obra; pero si no intervino como arquitecto, fue el perito nombrado por la Real Audiencia para informar sobre las condiciones de la casa para el Colegio. El 15 de julio de 1688, día jueves, el escribano público de la Audiencia, Juan de la Cruz Fernández, lo reconoció y en el informe que pasó de su comisión, describió así al edificio:

Un corredor muy espacioso en la puerta principal, cuya longitud coge la acera de una cuadra de la plaza (Sucre), y la latitud seis varas con poca diferencia, diez y ocho arcos grandes formados de ladrillos, cal y canto y con mucha curiosidad y aseo y de mucha fortaleza y seguridad sobre otros tantos pilares de piedras, labrados y puestos alrededor de dicho corredor: y sobre dichos pilares y arcos otro corredor alto de la misma longitud y latitud con los mismos diez y ocho arcos, cuyas vistas son y caen a la dicha plaza... Entrando... reconocí su patio principal que está en cuadro y de suficiente espacio y capacidad para el estudio y paseo de los Colegiales y con ocho corredores alrededor, los cuatro altos y los otros bajos y el anchor de ellos de dos varas poco más o menos y todos de bóveda, cuyas fábricas y edificios son de los cimientos hasta la cima y cumbres de dichas casas, de ladrillos y cal como también los pilares de dichos corredores. A los lados de dichos corredores vi cuatro salas grandes a dos en cada lado con sus poyos y asientos, las cuales... estaban aplicadas, las dos para lección de jurisprudencia y las otras dos para la filosofía y sagrada teología... En una de las dichas salas   —50→   está la imagen del angélico doctor Santo Tomás de Aquino en lienzo de a tres varas de largo poco más o menos... Subiendo por las gradas principales que guían a los cuartos y corredores altos, debajo de la cubierta y cielo del descanso principal están pintadas en la cabecera las reales armas de su Majestad... y las del Santísimo Padre Inocencio XII y las del señor licenciado don Lope Antonio de Munibe... y las del ilustrísimo señor doctor don Sancho de Andrade y Figueroa, obispo de la ciudad de Guamanga y electo de ésta y enmedio de dichas armas el escudo del glorioso Patriarca Santo Domingo y debajo de ellas está puesta y colocada una imagen de Nuestra Señora del Rosario en lienzo grande y con su moldura dorada.

Habiendo subido a los corredores altos están nueve celdas de bóveda con sus claraboyas y capaces para la vivienda de tres colegiales en cada una y con los títulos y nombres de los santos siguientes, San Jacinto, San Alberto Magno, Santo Domingo, Santísimo Padre Pío V, Santo Tomás de Aquino, San Vicente Ferrer, San Antonio de Florencia, San Pedro Mártir, San Raimundo: todos santos de dicha Orden de Predicadores, cuyas imágenes y pinturas están puestas en estampas en cada puerta de dichas celdas...



Esta descripción deficiente del edificio apenas puede dar idea de lo que fue, menos todavía cuando lo que de él se conserva hasta hoy, es muy poco en cantidad y calidad.

Mucho mejor es la descripción del Colegio consignada por el padre Quezada en su «Memorial Sumario en la causó del Real Colegio de San Fernando y Universidad de Santo Thomás del Orden de Predicadores de la ciudad de Quito»:

Tiene -dice- el Convento de San Pedro Mártir de Quito una plazuela, la más hermosa que se reconoce en aquella ciudad, está en quadro perfecto, y todo el ángulo que haze azia la parte siniestra del Convento, le ocupa el Colegio Real, que también está en quadro perfecto... La fachada principal que sale y hace frontispicio a la plazuela, se compone de unos hermosísimos portales de alto y baxo, que corren desde la esquina de la una calle hasta la esquina de la otra, con 49 arcos bien espaciosos, sobre basas y columnas de piedra macisa labrada, por los baxos y los altos, con otros tantos ventanajes de fábrica muy pulida de cal y ladrillo, que hermosean y dan majestad a la dicha plazuela. En el portal baxo está la portería, principal del Real Colegio, que guía su entrada para el claustro y patio principal de Estudios Mayores, que este claustro está también en quadro perfecto y se componen sus ángulos de 40 arcos por lo baxo y otros tantos por lo alto, que vienen a ser 10 arcos por cada ángulo de los quatro baxos y otros 10 de los quatro altos; y toda esta fábrica es de cal, ladrillo y piedra sobre cimientos muy profundos, como en parte donde se padecen continuos terremotos... En el ángulo de este mismo patio, que hace frente a la portería, está la capilla real del Colegio, que corre ocupando todo el paño del claustro, de obra muy primorosa y de bóveda, que el año pasado de 91 quedaba en estado de perfeccionarse en muy breve tiempo la fábrica de dicha capilla25.



Secularizado el Colegio en 1836 por el presidente don Vicente Rocafuerte, decayó a mediados de aquella centuria hasta que en   —51→   1865, el Congreso, aprobó el contrato celebrado por el Gobierno en 1862 con las religiosas de los Sagrados Corazones y se les adjudicó a éstas la casa con todas sus pertenencias y rentas. Entonces se reformó el edificio para adecuarlo a los deseos de las monjas. Se eliminó la fachada que daba hacia la plaza y en su lugar se construyó un tramo de celdas sobre nuevos soportales y se destruyó también -naturalmente- el pasadizo de comunicación del Convento dominicano con el piso alto del Colegio; pasadizo formado por un arco apoyado en los muros de los edificios, en la esquina oriental de la plaza. Hoy lo único que conserva es la Capilla y aún en ella, sólo su fachada; pues ni siquiera el retablo es del tiempo de su fundación, sino obra posterior del siglo XVIII.

La portada de esta capilla se compone de un arco semicircular, moldurado, con su clave acusada por un modillón, apeado sobre dos pilastras de fuste hundido como formando panel y con sus albanegas decoradas con un motivo decorativo floral de vástagos y roleos. Dicho arco se halla encuadrado por dos pares de hermosas columnas toscanas que, desprendidas desde grandes basas de magnífico trazo, soportan un entablamento con grandes ménsulas bajo la cornisa. Sobre este primer cuerpo se halla un segundo, en el que se ha sustituido el vano de la puerta con dos ventanas gemelas de grave moldura, semejante a la que encuadra el solemne portal de la iglesia de San Francisco; pero con imbricaciones y separadas por una semipilastra de capitel jónico y fuste decorado con florones entre follaje serpeante. A los cantos y en el eje de las columnas interiores del cuerpo bajo, dos columnas panzudas con capitel corintio sobre dados y en el eje de las exteriores, dos escudetes sobre otros dados iguales a los anteriores: el uno con las armas de la Orden de Santo Domingo, y el otro con las del Colegio. Corre en esta portada un frontón entrecortado en cuyo tímpano se halla el escudo real de España entre otros dos episcopales. El conjunto cubierto por una cornisa a dos vertientes.

Entre las columnas del primer cuerpo y al canto de los exteriores, dos pilastras duplicadas, pero con la misma decoración del fuste: un panel hundido que se encuentra en las pilastras del arco de la puerta.

La capilla es una pequeña sala cuadrangular, cuyos muros laterales se han reforzado con otros arcos murales de medio punto, apeados sobre impostas y jambas empotradas en los muros, sobre los cuales se apoya una gran cornisa que ciñe todo el contorno de la sala, a excepción del presbiterio. Sobre el cornisón, otros arcos que descansan directamente en ella y con cuyos derrames se forman cuatro bóvedas de crucería con sus nervios y su clave bien acusados, separadas entre sí por arcos fajones. El abovedamiento parece sólo de armazón de caña y barro. El ábside está formado por un gran arco perpiaño, de medio punto, algo peraltado sobre pilastras, dos arcos de menor tensión que éste, a los lados y un muro al fondo: sobre éste y los arcos, va una cubierta cupuliforme muy original con gran abertura en su centro para que por ella penetre la luz. Cuatro ventanas laterales ayudan a la iluminación de la iglesia a las dos gemelas abiertas en el hastial y que dan luz al coro.

Como se ve, la iglesia no ofrece interés arquitectónico en su interior. Quizás su retablo único sea lo más atrayente. Se compone de dos cuerpos. En el inferior encontramos un nicho central, con columnas salomónicas de seis vueltas de menor intensidad, adornadas con pámpanos y aves. A sus flancos hay dos nichos aconchados en su absidiola entre otras dos columnas salomónicas iguales   —52→   a las ya descritas. Encima corren un friso y una cornisa apoyados sobre las columnas y sobre ellos, el segundo cuerpo compuesto de un nicho central flanqueado por dos columnas salomónicas semejantes a las del primer cuerpo, pero de cinco vueltas, apoyadas en basas decoradas. Junto al nicho dos motivos di raccordo y al término de este segundo cuerpo otras dos basas iguales a las que sostienen las columnas. Sobre estas, una cornisa circular.

Pero no vemos en el nicho central la hermosa imagen de la Virgen del Rosario con el rico rosario de cristal o el de venturina, que, desde Roma, le envió el padre Quezada en 1689, ni en los nichos laterales, las estatuas de Santo Tomás y de San Fernando, esculpidas por el mejor escultor sevillano de aquellos tiempos. Tampoco en sus muros encontramos el «cuadro grande de Santo Tomás, cuando los ángeles le ciñeron con el cíngulo de pureza, pintura de Carlos Marazo», ni algunos de los cuarenta y dos cuadros grandes de los episodios de la vida del angélico doctor, que mandó pintar el padre Quezada con los mejores artistas de Roma, ni los relicarios con sus reliquias, ni las sacras con preciosa guarnición de bronce dorado, que también envió con cálices, platillos, vinajeras, crucifijos de bronce y marfil con cruces de ébano, telas primorosas para ornamentos, colchas de Mesina y de tafetán doble para adornar la fachada del Colegio en los días de gran solemnidad, paisajes y cristalería riquísima, amén de «cuatro niños de Nápoles, dos de Luca y dos niñitos dormidos de marfil», para servicio y adorno de la Capilla del Colegio.

En su amor al Colegio, el fervoroso padre Quezada quiso que fuese el más rico y galano de los de estas tierras, y no sólo le proveyó del mejor conjunto de libros que pudo conseguir en aquel tiempo, sino que adquirió nada menos «que trescientos treinta cuadros de pincel romano y algunos pocos napolitanos», entre los cuales despachó varios de la vida de Santo Tomás y de los Doctores de la Iglesia, destinados para ser colocados en los claustros interiores y los salones de clase del Colegio. Los había de Guido Reni, Guerrini, Maraso y otros.

Cuando el padre Quezada solicitó la aprobación superior para enviar el tesoro artístico que mandó a Quito, destinado a la ornamentación de su querido Colegio, presentó un inventario de todo él ante el padre fray Antonio Cloche, General de la Orden dominicana, el 29 de mayo de 1689 y allí constan, entre otras partidas, las siguientes:

Tiene muy cerca de trescientos cuadros entre grandes y pequeños, para adorno del Collegio y su iglesia y sacristía, en que se incluyen quarenta y dos cuadros grandes pintados al través, de la vida de Santo Thomas para el claustro principal de la Universidad y Real Collegio: se aprecian en cuatro mil pesos más o menos, todas pinturas de estimación dentro de Roma. Un cuadro grande de altar de Santo Thomas, cuando los ángeles le ciñeron con el cíngulo de pureza, pintura de Carlos Maraso y de lo mejor que ha pintado, tiene de costo trescientos pesos.



De todo este tesoro de arte, apenas se conserva una que otra cosa en el Convento Máximo; unos pocos cuadros y dos Cristos de Marfil. Y, desparramados en colecciones particulares, algunos otros. En el museo nacional se ven unos dos o tres. Y, nada más.

Tribuna de la Capilla del Rosario.- Convento dominicano.- Quito

Tribuna de la Capilla del Rosario.- Convento dominicano.- Quito

[Lámina XIV]



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ArribaAbajoLa Recoleta

De la misma manera, con el mismo propósito y casi al mismo tiempo que los franciscanos fundaban la Recolección de San Diego, los dominicanos hacían también la fundación del nuevo convento llamado de la Recoleta, para los frailes que quisiesen retirarse a vivir con más recogimiento y observar con mayor perfección y cuidado las reglas de su disciplina monástica.

Fue el padre Bedón el fundador de ese convento el año de 1600. Eligió para ello un sitio muy apartado entonces del centro de la población, junto al río Machángara, lo compró con las limosnas que recibiera de los fieles, trazó con su propia mano26 el plano del edificio, colocando en el centro a la iglesia y, a los lados, los claustros, y, de seguida, comenzó con la construcción de la fábrica, que la dedicó a la Santísima Virgen, en su advocación de Nuestra Señora de la Peña de Francia, tan venerada en España y de la especial devoción de su religioso fundador.

Con la adecuación de la casa para las religiosas del Buen Pastor, poco de la fábrica del padre Bedón se conserva. Aún la misma iglesia ha sufrido mucho con la sustitución de sus antiguos retablos, que fueron muy hermosos, con los horrendos góticos de tabla recortada que tanto han encantado a las pobres monjitas. Nada de lo antiguo, ni siquiera las imágenes, se ha conservado. Nada decimos de la decoración pintada de sus muros, más de un café cantante que de un templo.

Lo único que existe, porque no pudieron destruir, son la planta y el alzado de la iglesia, sumamente interesantes.

La iglesia es de una sola nave con crucero y cúpula sobre pechinas y tiene bóveda de cañón con lunetos cegados por las nuevas construcciones hechas por las religiosas. Como se ve mucho en lo quiteño, los derrames de los lunetos penetran en la bóveda, casi hasta encontrarse sus vértices en la clave. Tiene cuatro capillas por lado, abiertas en los muros y separadas por semipilastras pareadas, sobre las cuales descansan los arcos fajones. Estas capillas tienen arcos semicirculares y comunican encanto a la iglesia. El narthex cubierto con bóveda de cañón rebajada, tiene también, a cada lado de sus muros, dos pequeños nichos iguales en su forma a los de las capillas del cuerpo de la iglesia, pero sin retablos. Las capillas del crucero, han sido cegadas y convertidas en coros, desde los que asisten a las ceremonias las diversas clases de gentes que allí viven, con las religiosas: alumnas del colegio y asiladas.

La fachada de la iglesia, modernizada, carece de interés y no guarda relación con su organización interior, menos todavía con su hermoso y elegante duomo.

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El Convento dominicano de Quito, fundado bajo la advocación de San Pedro Mártir, casi al mismo tiempo que el del Cuzco y dos años antes que el de Lima27 abrigó en su seno una inmensa cantidad de religiosos de austera piedad y cristiana abnegación que formaron una falange distinguida de apóstoles dignos de su gran padre Santo Domingo. La Orden que dio al mundo cuatro Papas, ochocientos y tantos Obispos, ciento cincuenta Arzobispos, sesenta Cardenales e infinito número de filósofos, teólogos, escriturarios, canonistas, predicadores, literatos y artistas, fructificó también en su Convento de Quito de manera prodigiosa.

Erigida la Provincia dominicana de Quito, con el título de Santa Catalina Virgen y Mártir, en 1587, por ejecución del decreto dado en Ferrara, el 26 de febrero de 1584, se constituyó el Convento con el siguiente personal: fray Jorge de Sosa, Prior y Vicario del Provincial; fray Hilario Pacheco, Subprior; fray Diego Xavierre, fray Diego de Licuana, fray Rodrigo de Lara, fray Bartolomé Collado y fray Juan de Cárdenas; inclusive los coristas estudiantes de Filosofía y Teología, fray Pedro Ruiz de los Reyes, fray Tomás de la Vega y Sotomayor, fray Cristóbal de Soria, fray Pedro de Torres, fray Juan de Guevara y fray Alonso Pérez28.

El Convento Dominicano de Quito ha producido muchos varones eminentes en virtud y ciencia, insignes predicadores, apóstoles celosos y patriotas ejemplares. De un claustro salieron cuatro obispos: fray Domingo de Valderrama, primer obispo de la Paz (1676) y arzobispo de Santo Domingo; fray Antonio de Ervias, obispo de Arequipa (1577); fray Bartolomé García, obispo de Puerto Rico, y fray Juan María Riera, obispo de Guayaquil; cinco artistas: fray Pedro Bedón, fray Juan de Rivera, hijo de don Luis de Rivera, insigne pintor29, que vivió en los años de 1638; fray Tomás del Castillo (1640); fray José de Aguilar (1728); fray Juan de Albán (1768)30; patriotas insignes que, deseando patria libre y soberana, trabajaron por la emancipación del reino de Quito: fray Pedro Bedón y fray Rodrigo de Lara, en 1591; cuando la revolución de las Alcabalas31; fray Gaspar de Lara y fray Martín de Aizaga en 162432; fray Mariano Paredes y fray Antonio Ortiz de Cevallos en 180933.

Para qué decir, ni enumerar el cúmulo de hombres doctos que abrigó el Convento dominicano de Quito, del cual salieron los ilustres maestros del gran Colegio de San Fernando y de la insigne Universidad de Santo Tomás de Aquino. Llenos están los archivos de las obras manuscritas de muchos de ellos. El padre fray Agustín Hidalgo Vásconez, en la obra ya citada, nombra a algunos   —[Lámina XV]→     —55→   de ellos: de fray Pedro Bedón: De modo promulgandi evangelium horum regnorun indis et de instructione administrando sacramenta novi orbis naturalibus, Flor de Virtudes, Commentaria in libris Aristotelis, Commentaria in libris Porphyrii y un compendio de la Secunda Secundæ de Santo Tomás de Aquino; de fray Baltazar de Egas: Philosophia; de fray Ignacio de Castro Liber Phisicorum; de fray Fernando Questiones Subtiles; de fray Antonio de López Pereira De Figuris et symbolis Poalterii B. Mariæ Virginis; de fray Bernabé Cortez: De concursu simultaneo; de fray Mariano Caizedo: Dialéctica y Ontología; de fray Bartolomé García: Sermones; de fray Antonio Castañeda: Retórica y Varias poesías en latín y castellano; de fray Antonio Romero de Maldonado: Sermones; de fray Juan Albán, Cursus triennalis Phylosophiæ; de fray Lorenzo Ramires, Dialéctica y Ontología; de fray Miguel Jaramillo, De causalitate et Physica præmotione; del padre Fajardo, Tratado de Física; etc.34

Convento de la Recolección de Santo Domingo

Convento de la Recolección de Santo Domingo

[Lámina XV]

Además fundaron estos religiosos muchas misiones para la conversión de los infieles. Primero fue la misión de Quijos o de la Canela, fundada por fray Gaspar de Carvajal en 1542, donde después tenían los dominicanos un convento prioral, el de Baeza; luego, dos años después, en 1544, fundaron la de Sibundoy35; enseguida la de Canelos, establecida en 160036; la de Macas y Gualaquiza, en 154037; la de Santo Domingo de los Colorados; la de Riobamba, a las que se penetraba por Guarandá, tomando la vía de Guanzacoto; las de Guayaquil, por Daule38. En el Sur se hallaban las misiones de Jaén de Bracamoros y Yaguarzongo39.

De toda esta pléyade de ilustres religiosos dominicanos de la Provincia de Quito, sólo vamos a dedicar nuestra atención al que más nos interesa por la índole de nuestro trabajo: al venerable padre maestro fray Pedro Bedón.