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ArribaAbajoConvento de San Agustín

Los agustinos fueron los últimos religiosos de las Órdenes mendicantes que vinieron al Ecuador, en la época de la colonización de la América del Sur.

A empeños de Carlos V, que les ofreció muchos favores y privilegios, fray Jerónimo Siripando, General de la Orden Agustiniana, mandó en 1546, que doce religiosos agustinos, desde España, y cuatro, desde México, viniesen al Perú a ayudar a la evangelización de los pueblos en esa región americana. De México, sólo el padre Agustín de la Santísima Trinidad, pasó en 1547, los tres restantes pasaron al año siguiente, y el 25 de marzo de 1550, salieron de Salamanca para embarcarse en Cádiz con rumbo al Perú, a donde llegaron el 24 de junio de 1551, los padres fray Andrés de Salazar, fray Antonio Lozano, fray Juan de San Pedro, fray Jerónimo Meléndez, fray Diego Palomino, fray Pedro de Cepeda, fray Andrés de Ortega, fray Baltasar Melgarejo, fray Juan del Canto, fray Juan Chamorro, fray Francisco de Frías y fray Juan Ramírez50.

A Quito no llegaron sino en 1573. El padre fray Luis López de Solís, que entonces era Provincial de la Provincia agustiniana del Perú y que, años después, había de ser insigne obispo de Quito, mandó a los padres fray Luis Álvarez de Toledo y fray Gabriel de Saona, a que fundaran un convento de la Orden en la capital del antiguo reino de los quitus.

Fray Luis López de Solís era natural de Salamanca, y muy joven, (pues acababa de ordenarse de diácono), pasó a Lima en 1558, donde se ordenó de sacerdote. Su carrera como profesor en su Convento y en la Universidad de Lima, fue brillante. Fue él como decimos, quien envió a los padres Álvarez de Toledo y Gabriel Saona a fundar la Provincia de San Miguel de Quito. Prelado verdaderamente insigne, y respetado por todos, fue consejero del virrey don Francisco de Toledo, quien decía que «los consejos de fray Luis son oráculos de la prudencia» y Santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima, aseguraba ser «la persona más grave» que había en todo el Reino. En 1591, el rey Felipe II, le presentó para el obispado del Río de la Plata, y en 1592 para el de Quito, a donde llegó en junio de 1594, después de su consagración en Trujillo, que la recibió de manos de Santo Toribio de Mongrovejo.

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Once años hacía que el Reino se encontraba sin pastor, de modo que la tarea del padre Solís fue ardua. Pero la realizó a maravilla. Hizo primero la visita pastoral a la ciudad; luego fundó el Seminario que lo puso bajo la advocación de San Luis, su santo patrono, firmó enseguida el Acta de erección de la iglesia Catedral, el 17 de febrero de 1595, y procedió después al reconocimiento de su diócesis.

El obispo Solís, fue el primer gobernante que impulsó la instrucción pública en el Reino. Comprendiendo que el mal estado de la sociedad derivaba de la ignorancia y la incultura, se dio prisa a fundar escuelas y colegios para el pueblo y el Seminario de San Luis para la formación del clero. Fueron los jesuitas sus directores y maestros. Para apreciar la calidad de este Seminario, basta saber que de él salieron casi todos los hombres eminentes en letras que figuran en la historia de la cultura ecuatoriana. Y en cuanto al clero se refiere, recordemos que de sus aulas salieron y en ellas se formaron el gran Gaspar de Villaroel, obispo de Chile; José Javier Aráuz, arzobispo de Santa Fe; Juan Machado de Chávez y Mendoza, obispo de Popayán; Mateo Joaquín Rubio y Arévalo, obispo de Zebú; Francisco de Figueroa, obispo de Popayán y arzobispo de Guatemala; Andrés García Zurita, obispo de Trujillo; Andrés Paredes de Armendáriz, obispo de Quito; José Alejandro Egüez y Villamar, obispo de Santa Marta; Juan Nieto Polo del Águila, obispo de Quito; Manuel Mesías Rojas y Argandoña, obispo de Santa Cruz de la Sierra; José Cuero y Caicedo, obispo de Cuenca y de Quito; Francisco Javier de la Fita y Carrión, obispo de Cuenca y otros más.

Y junto al Seminario, instaló un departamento para la instrucción de los hijos de los caciques, a fin de que, una vez instruidos, puedan enseñar a sus familiares y congéneres.

Luego atendió a la fundación de Conventos y Monasterios de religiosas. Él fundó los de Santa Catalina y Santa Clara en Quito, los de la Concepción en Pasto, Loja, Riobamba y Cuenca. Pero, además, fundó en Quito la casa de mujeres arrepentidas, que llamó Santa Marta y que ha perdurado hasta ahora; intervino en la fundación de Ambato y la dividió en dos parroquias; erigió en Quito las parroquias de San Marcos, Santa Prisca y San Roque, auxiliando con sus rentas para la edificación de sus templos; regaló a la Catedral un órgano, una lámpara de plata que le costó 9800 pesos y una Cruz de ébano con el Santo Lignum Crucis. Hizo trabajar la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, para el primitivo Santuario de Guápulo, que él lo levantó; obsequió al pueblo del Quinche la imagen que durante trece años se veneraba en Oyacachi, desde 1591 hasta 1604. «Causa sorpresa y admiración, dice González Suárez, el gran número de obras que llevó a cabo este Obispo, y que prueban con evidencia su generosidad, su celo, su talento y su caridad. Fue, además, un santo en toda la extensión de la palabra».

Renunció el obispado de Quito; pero el Rey lo promovió para el arzobispado de Charcas. A ocultas abandonó Quito y cuando hubo llegado a los términos de su Obispado, aceptó el arzobispado de Charcas. Mas cuando llegó a Lima, el 28 de junio de 1606, enfermó gravemente. Una nueva Cédula Real le promovió al arzobispado de Lima; pero antes de que se consagrara, murió santamente en su Convento, el 6 de julio de 1606. Los funerales del Obispo Santo, se celebraron durante nueve días.

Dice González Suárez: «En el Claustro fue modelo de religiosos, en el Solio, ejemplo de Obispos. En el celo, vigilancia y mortificación,   —[Lámina XIX]→     —65→   ningún Obispo ha aventajado hasta hoy, al señor Solís. Todavía en nuestros días, a pesar del transcurso de casi tres siglos, la memoria de este venerable Prelado, se conserva entre nosotros y se conservará, sin duda, mientras haya en el Ecuador, quien ame la virtud y reverencie la santidad».

Iglesia y convento de San Agustín de Quito.- Planta baja

[Iglesia y convento de San Agustín de Quito.- Planta baja]

[Lámina XIX]

Fray Luis Álvarez de Toledo, era natural de León, nacido en Valderas por el año de 1531, pertenecía a la noble familia de los condes de Oropesa y era pariente cercano del virrey del Perú, don Francisco de Toledo. Por sus especiales dotes para gobernar, ocupó destacados puestos en su Orden y llegó a ser provincial de Castilla y visitador general del Reino del Perú.

El padre Saona, había pasado algunos años en el Perú, en cuyo convento agustiniano fue Lector de Artes y Teología, Visitador y Vicario General, Penitenciario Apostólico del Papa y Catedrático de Sagrada Escritura en la Real Universidad de Lima. Fue un notable hombre de letras y consumado teólogo.

Como traían cédula con especial recomendación de Felipe II, fueron inmediatamente atendidos, tan pronto como llegaron, a principios de julio de 1573. Reuniose el Cabildo de la ciudad, el viernes 17 de julio de aquel año y acordó la fundación de un Monasterio de la Orden de San Agustín en las casas de un vecino de la ciudad, llamado Egüez de Moscoso, las mismas que, expropiadas, previa consulta y aprobación de la Real Audiencia, fueron entregadas a los Padres, que tomaron posesión formal y solemne de ellas, el 22 de esos mismos mes y año, en la fiesta de Santa María Magdalena51.

Ya viendo y dejando algo arregladas las cosas, regresó a Lima el padre Álvarez de Toledo, para enviar a los religiosos que habían de formar la primera Comunidad del flamante convento agustiniano. Mas, nombrado después Provincial de la Provincia del Perú, murió trágicamente el año de 1576, a los cuarenta y cinco años de edad.

En la Biblioteca del Convento de Quito, se guardan algunos escritos del padre Álvarez de Toledo: un sermonario para todas las dominicas del año, Adviento y Cuaresma; un Santoral de las fiestas de la Virgen y de los Santos, varios sermones fúnebres y curiosos fragmentos sobre textos especiales de la Sagrada Escritura.

Poco tiempo después llegaron a Quito muchos religiosos, con los cuales comenzó la vida conventual del Monasterio. Eran estos: fray Juan de Vivero, Prior; fray Francisco Velázquez, Subprior; fray Antonio de Villegas, Predicador y que después llegó también al Priorato; fray Agustín López, Lector de Gramática y Artes; y los conventuales fray Jerónimo Navarrete, fray Alonso Maldonado, fray Juan de Carvajal, fray Diego de Arenas y fray Juan García52.

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El padre Juan de Vivero, era un sacerdote eminente por sus virtudes y ejemplar por la austeridad y santidad de su vida. Antes de su venida a Quito, había sido Superior en alguno de los otros Conventos agustinos, probablemente en el Perú, (según se deduce del Libro I de Profesiones del Convento de Quito, en el cual se dice que «fue Provincial el año de 1561»), teniendo en cuenta que la Provincia peruana se estableció en 1551 y allí residió algunos años. En ese mismo libro aparece el padre Vivero como Prior, desde noviembre de 1575, sucediendo al padre Antonio de Villegas, que actúa como tal, desde 1574, en que comienzan las partidas de las profesiones de los religiosos del convento quiteño. Lo cual desvanece la afirmación de los historiadores de que fue el padre Vivero el primer Prior de ese convento.

Cuando llegó a Quito, ya había escrito hermosas páginas en la historia de su Religión en el Perú, en donde convirtió al catolicismo al inca Sayri Tupac, acompañó al virrey don Francisco de Toledo, en su visita a las tierras de su gobierno y le ayudó con sus consejos a la elaboración de sus célebres Ordenanzas. Felipe II lo presentó para obispo de Cartagena, primero, y de Charcas, después; pero su muerte en Toledo, cuando fue a España a traer más religiosos para sus conventos de Quito y Cuenca, le privó de tan honrosa carga.

El Capítulo Provincial de 1575, admitió en la Orden al Convento de Quito. Así lo asevera el padre Bernardo de Torres, contra lo afirmado por el padre Calancha, que da el año 157453.

Los religiosos comenzaron bien pronto a levantar su Convento sobre los solares que el Cabildo les diera en el sitio en que están hoy la iglesia y la casa parroquial de Santa Bárbara, según lo apuntamos más arriba; y un año después, cuando ya tenían edificada su casa, solicitaron del mismo Ayuntamiento una parte de la calle contigua al Monasterio para edificar la iglesia.

El viernes 23 de julio de 1574, entraron a juzgar de la petición de los religiosos, los señores del Cabildo, justicia y Regimiento de la ciudad. Hizo presente el alcalde Ruy Díaz de Fuenmayor, la necesidad que tenía el Monasterio de San Agustín, del sitio que solicitaba y razonó en el sentido de que se le diese con la condición de que sólo había de servir para la obra de la edificación de la iglesia y no para otra construcción. De la misma opinión fueron el contador Pedro de Valverde, el factor Juan Rodríguez, los regidores Diego de Sandoval y Francisco Ruiz y el alguacil mayor Antonio Morán. Mas, como a ello se opusieron el tesorero Jerónimo de Cepeda (hermano de Santa Teresa de Jesús), los regidores Antonio de Ribera y Francisco Arcos y el procurador de la ciudad, Juan de la Puente, el Alcalde decidió dar cuenta de todo a la Audiencia para que sea ella quien proveyese lo que a bien tuviere54.

Convento de San Agustín.- El claustro principal y la torre de la iglesia

Convento de San Agustín.- El claustro principal y la torre de la iglesia

[Lámina XX]

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No parece que la Real Audiencia favoreció con su voto el deseo de los religiosos, a juzgar por el área que ocupa la actual iglesia parroquial de Santa Bárbara, área y situación que concuerdan con los antecedentes que nos suministra el acta de la sesión del Cabildo quiteño, que transcribimos en la nota número 5. Siguieron, pues, con la edificación de la iglesia dentro del sitio adjudicado primeramente por el Cabildo, pero no la terminaron. Mas, como el Convento resultaba bastante incómodo, cuando aumentaron los religiosos conventuales, tomaron la decisión de adquirir solares más capaces para su Monasterio, como en efecto lo hicieron, vendiendo al obispo fray Pedro de la Peña la casa e iglesia ya edificadas y comprando un inmenso sitio, en parte del cual se halla hoy el Convento agustiniano. Y decimos, en parte, porque lo adquirido iba desde la calle Chile hasta la plaza del Teatro Sucre, que fue construido en el solar que ocupó el Colegio de Santa Catalina Mártir, fundado por los agustinos y derrocado en 1655. También compraron después, el solar que queda frente al costado de la iglesia, del cual fue parte la actual plazoleta de San Agustín, y varios otros solares hacia el oriente del Monasterio, que se extendían hasta los actuales molinos del Censo, incluyéndose en ellos, todo el barrio de la Tola.

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El obispo Peña, concluyó la iglesia comenzada en Santa Bárbara y la destinó a templo parroquial y el Convento, a hospital de indios, que lo fundó cinco años después, con la renta de los diezmos asignados para ese objeto, en el Auto de erección de la iglesia Catedral. «A la fundación -dice González Suárez- de este hospital, contribuyeron también un Canónigo, el cual cedió los solares que, en compañía del Obispo, había comprado a los padres agustinos, y un vecino de la ciudad, llamado Pedro Valverde, adjudicando para este objeto otros solares de su propiedad, contiguos a los que habían servido de convento a los agustinos»55.

El hospital de Santa Bárbara, sin embargo, no subsistió; porque se refundió luego en el que en 1565, ya había fundado el presidente Hernando de Santillán.

Cuando en 1581, el obispo de Popayán, el ilustrísimo señor Agustín de la Coruña, vino preso a Quito, víctima de inicua persecución, se hospedó en el nuevo Convento Agustiniano, que ya estaba fundado, y allí vivió por más de un año con los frailes, sus hermanos en religión, pues había sido religioso agustino antes de ser Obispo y, luego después, los Canónigos le ofrecieron al Prelado, la parroquia de Santa Bárbara, para que se sustentara con sus emolumentos, señalándole un sacerdote secular que le ayudase en la administración de Sacramentos. Así, pues, fue un Obispo agustino uno de los primeros párrocos de Santa Bárbara.

No podríamos fijar la fecha precisa en que pasaron los agustinos a sus nuevos solares, abandonando los de Santa Bárbara; pero, a juzgar, prudencialmente por la fecha en que se dirigieron al Cabildo, en demanda de la tercera parte de una calle para ayudar   —[Lámina XXI]→     —69→   a la construcción de la iglesia, el año en que llegó el arquitecto Becerra, a Quito, llamado por ellos para la edificación de la actual iglesia del Monasterio, o sean los años 1574 y 1580 y el año de la fundación del hospital de Santa Bárbara, que lo ponemos entre 1581 y 1582, ya que el obispo Peña murió en Lima en 1583, y González Suárez afirma que aquel hospital fue fundado por dicho Obispo cinco años después de comprados los solares del primitivo convento agustiniano, es probable que ese traslado de los religiosos al sitio actual de su Convento, se hubiese verificado por los años de 1576 y 1577.

Convento de San Agustín.- Detalle del coro

Convento de San Agustín.- Detalle del coro

[Lámina XXI]

El padre Saona fue quien principió la construcción del primer convento que tuvo la Orden, que luego fue reedificado en 1650 por el padre maestro fray Francisco de la Fuente y Chávez. El primitivo debió ser muy humilde, dados los escasos recursos de que entonces dispusieron los religiosos. Habían de pasar algunos años para que viniesen varones insignes como el padre de la Fuente y Chávez y el padre Ribera, a crear y organizar la hacienda conventual y, con ella, levantar el magnífico monumento que legaron a Quito, a imitación de lo que sus hermanos de religión realizaron en México.

Con todo, vasta y estupenda fue la obra del padre Saona. A él se debió la fundación de la Universidad de San Fulgencio y la intensificación de las misiones, cuyo colegio lo tuvo en la iglesia y casa de Santa Bárbara, hasta el día de la inauguración del nuevo Convento. Para fundar la Universidad marchó a Europa, obtuvo del Rey autorización para erigirla y apoyo para traer, como en efecto trajo, un buen número de religiosos competentes a regentar las Cátedras; el Papa Sixto V le expidió el 29 de agosto de 1586 la Bula de erección correspondiente y el General de la Orden, la Patente del caso. Cuando se erigió la Provincia, el padre Saona fue el primer Provincial.

Sabemos, además, por la Relación de la ciudad y obispado de San Francisco de Quito, hecha en 1583 por el licenciado Lope de Atienza, que ya en ese año, la iglesia de los Agustinos de Santa Bárbara era iglesia parroquial.

«Hay otra iglesia de Santa Bárbola, escribe, donde ansimesmo está otro clérigo, dice Atienza. Este es el monasterio viejo de Sant Agustín. Susténtase este sacerdote con el estipendio que se le da de unos indios que tiene su doctrina presentada por patronazgo real. Valdrá trecientos pesos». Y más adelante dice que el cura párroco es Hernando Suárez de Vinueza, que más adelante le apellida Hernán Álvarez de Vinueza.

Por la misma relación, vemos que los agustinos ya tenían en ese año conventos en Cuenca y Loja; y doctrinas en los Malacatos, en Loja y en Los Pastos.

En cuanto al estado en que se encontraba su convento, nada dice sino lo siguiente:

Hay ansimesmo cuatro monasterios de frailes: Santo Domingo, Sant Francisco, Sant Agustín y Nuestra Señora de las Mercedes. Estos cuatro monasterios tienen mucho número de capellanías fundadas en sus casas con bastante doctación, de cuya causa por la exención de los dichos religiosos, nunca se visita por el ordinario ni se puede saber lo que son, y menos si se cumple con la obligación de las misas y sufragios56.



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Y sin embargo, ya en 1583, se hallaban bastante avanzados los trabajos de la iglesia, iniciados por Francisco Becerra.

El padre Saona, a pesar de las lógicas dificultades con que tuvo necesariamente que tropezar en la edificación del Monasterio, no vaciló en pedir para ella, el concurso de sus compañeros de religión que ya en México habían levantado maravillosos conventos y edificado templos que son hoy la admiración de las gentes y sin duda, a ellos se debió la venida de este gran arquitecto, a trazar la iglesia agustiniana y tal vez su convento.

No es posible tratar la historia de la iglesia de San Agustín de Quito, sin analizar uno de los documentos más interesantes que suministra don Juan Agustín Ceán Bermúdez en sus «Adiciones» a las curiosas «Noticias» de Eugenio Llaguno y Amírola, sobre la participación que Francisco Becerra tuvo en la planificación y construcción de las iglesias de Santo Domingo y San Agustín de Quito.