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¿Quién era Becerra?

Francisco Becerra era un distinguido arquitecto extremeño, nacido en Trujillo a mediados del siglo XVI y discípulo de su padre Alonso Becerra, que dejó varias y celebradas edificaciones en Extremadura, y nieto del famoso Hernán González, Maestro Mayor de la Catedral de Toledo, gran amigo del célebre escultor Alonso Berruguete, cuyo albacea testamentario fue Francisco, a su vez, haciendo honor a tan ilustre ascendencia, habíase manifestado como buen arquitecto, construyendo algunas iglesias en Trujillo, una capilla en el Monasterio de Guadalupe, entre los dos claustros y otras «obras principales»: todo lo que le ha dado fama de haber sido «uno de los mejores arquitectos que hubo en aquella tierra».

Cuando contaba 27 años de edad, pasó a México en 1573, con el licenciado Granero de Avalos, que lo llevó entre sus criados, y, por la información, que entonces hizo ante las autoridades de Trujillo, para justificar su limpieza de sangre y no tener, ni haber tenido que ver nada con la Santa Inquisición, sabemos que era de mediana estatura, delgado de carnes y de poca barba, entre rubia y negra.

En Nueva España se dio a conocer como excelente arquitecto, reedificando el precioso coro del Convento de San Francisco en la ciudad de México, construyendo los conventos de Santo Domingo, San Agustín y el Colegio de San Luis en la ciudad de Puebla de los Ángeles y otros tantos templos y capillas en los pueblos de Totomeguacán, Guatiuchán, Hanepantla, Teputzlan y Cuitlabaca y reedificando la iglesia antigua de Santo Domingo de México, de 1573 a 1575, año en que pasó a la Puebla de los Ángeles, con el título de Maestro Mayor de la Catedral, dado por el virrey, Martín Enríquez de Almanza, el 24 de enero de 1575.

De Nueva España se trasladó a Quito -dice Ceán Bermúdez- y allí trazó y comenzó las iglesias de los conventos de Santo Domingo y San Agustín y tres puentes de los ríos comarcanos que fueron de gran utilidad y provecho a la provincia. Estaba ocupado en estas obras el año 1581, cuando pasó del virreinato de Nueva España al del Perú el dicho don Martínez Henríquez, quien conociendo por experiencia la pericia y buenas partes de Becerra, le escribió desde Lima, luego que llegó para que pasase a aquella Capital a trazar y construir la Catedral de Lima y del Cuzco. Empezó por esta, que dirigía con aplauso del Cabildo y del Gobierno, cuando falleció el Virrey su protector, cuya muerte le fue de gran sentimiento.



Convento de San Agustín.- Detalle de la escalera principal

Convento de San Agustín.- Detalle de la escalera principal

[Lámina XXII]

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Pero la Audiencia de Lima, que quedó mandando aquel reino y que no quería perder la coyuntura de tan buen arquitecto para la construcción de aquella santa Iglesia, despachó real provisión en 17 de junio de 1584, confiriendo a Becerra el título de maestro mayor, como consta de la misma provisión.

Para este nombramiento y para el de Puebla de los Ángeles, precedieron concursos de varios maestros, y en ambos fue preferido el mérito y habilidad de Becerra, por ser hombre eminente de su facultad.

También tuvo a su cargo la obra de la casa Real de Lima y un puente que construyó en el Callao57.



Poco tiempo estuvo en Quito, Becerra; pues, según Llaguno, permaneció en México hasta 1580, año en que pasó a Quito. Creemos que no estuvo más allá de 1582; pues según Llaguno, apenas había comenzado la construcción de la Catedral del Cuzco, falleció el Virrey. Conocida es la fecha de la muerte del VI virrey del Perú, Martín Enríquez de Almanza, el 15 de marzo de 1583. Pero no conocemos cuándo y en dónde murió Becerra. Con la provisión real de 1584, en que se le declaraba Maestro Mayor de la Catedral de Lima, termina todo cuanto sabemos de este arquitecto. Se decía que, con la muerte de su protector, puso término a su carrera58.

Ahora bien, tratemos de rastrear y examinar el concurso de Becerra, en la edificación agustiniana de Quito.

Fácil es rehacer la obra de Becerra. Ella comprende la actual iglesia con variantes que vamos a anotar, algunas de ellas sustanciales.

La planta que trazó Becerra es gótica con tres naves: alta y ancha la central; bajas y angostas las laterales: cubiertas, la primera con bóveda de arista y, con cincería simple, las laterales. Los arcos que separan las naves, de medio punto, y los que dividen las capillas de las naves laterales, de herradura. La bóveda del narthex, muy rebajada, de arista; y la del coro, de medio punto o de cañón pero con braguetones a lo gótico. La capilla mayor con cúpula octogenal. En cuanto a la fachada, nada podemos decir, porque la actual se principio a hacer en 1659 y se terminó en 1696.

Por lo visto, Becerra, contemporáneo de Herrera y que, sin duda, había recibido muy de cerca la influencia de lo herreriano, no dejó nada de ello en la iglesia de San Agustín. Prefirió recordar lo gótico, el gótico decadente, el de última hora y trazó la planta de su iglesia, perfectamente gótica y si la cubrió con bóveda de cañón, la armó con braguetones. Sabido es que el arco y la bóveda ojivales no son de la esencia de lo gótico, sino la división de los componentes en miembros activos y pasivos. Y en las naves laterales se acordó de lo mudéjar y trazó sus arcadas con la clásica herradura hispano-árabe, dejando así uno de los pocos edificios   —72→   religiosos de arquitectura mudéjar que existen en América, aunque las hubiera cubierto con bóveda baída de arista.

En esta iglesia, al menos, no fue Becerra el portador de la expansión de la escuela herreriana, en América, como cree Otto Shubert, cuando dice: «Al otro lado del Océano, a las colonias españolas, transplantaron el nuevo arte, desde 17 de mayo de 1575, Francisco Becerra de Trujillo, que construyó varias iglesias y conventos en Nueva España, Quito y Perú, proyectó las catedrales de Los Ángeles, de Lima y Cuzco, el edificio del Gobierno en Lima, la iglesia de los Dominicos en Méjico, etc., etc.»59

Da una idea de lo que en la iglesia, una vez concluida, tal como la planeó Becerra, la relación de Rodríguez Docampo, hecha en 1650:

La iglesia es toda de bóveda -dice-, de tres naves, la Capilla mayor contiene retablo grande de imaginería, traída de Roma por el padre maestro fray Gabriel de Saona; el sagrario y relicario, preciosos.

Las colaterales son Capillas de personas principales, que en ella se han enterrado y la gozan sus herederos; son las de Nuestra Señora de Gracia60, la Visitación de Nuestra Señora, Santa Isabel, San Nicolás y San Juan de Sahagún.

Hay un altar de reliquias de Santos, que trajo de Roma el dicho padre Saonia, y el último de una nave la imagen de Nuestra Señora del Carmen, de bulto, hermosísima, en su retablo grande dorado, donde se fundó Cofradías de españoles e indios, que le sirven con toda veneración.

A la otra nave, después de la Capilla de Nuestra Señora de Gracia, está la del Santo Cristo Difunto, en su sepulcro, que trajo de Roma el maestro fray Leonardo de Araujo, criollo de esta ciudad, que murió volviendo a España, habiendo sido Provincial; gran Predicador; teólogo virtuoso. La imagen es devotísima y milagrosa.

Síguese a esta otra de la Concepción de Nuestra Señora, y después la del Santo Crucifijo, de gran cuerpo, devotísimo, que vino de España al principio de la fundación de este convento. Está en retablo grande con sus velos, lámpara y demás decencia debida a tan milagrosa imagen, a donde de muchos años a esta parte se celebra misa cantada de la Pasión de Nuestro Señor; se costea con toda solemnidad por el fundador de su memoria61.



De todo ello, nada existe sino el Cristo Difunto traído, sin duda, de España por el padre Saona. Todo lo demás ha desaparecido, inclusive las reliquias. Nada diremos de los retablos; porque los   —[Lámina XXIII]→     —73→   que existen son del siglo XVIII, a excepción de uno, el de la Virgen del Buen Consejo que es moderno. Además, destruidos los diez retablos de las diez capillas, sólo se han repuesto ocho. Las dos han quedado vacías, ocupadas por sepulturas particulares.

Convento de San Agustín.- Claustro principal

Convento de San Agustín.- Claustro principal

[Lámina XXIII]

Antes de pasar al examen y descripción del Monasterio agustiniano, creemos del caso consignar algunos datos sobre los religiosos que contribuyeron con entusiasmo y talento a la edificación de su iglesia y su convento.

Desgraciadamente los archivos conventuales fueron casi en su totalidad destruidos, lo que nos ha colocado en la imposibilidad de hacer la historia de la construcción de esos edificios. Se dice que en la guerra de la independencia, los frailes patriotas no vacilaron en entregar los papeles de ese archivo para ser utilizados como estopa en los fusiles. Sea o no verdadero este decir, es lo cierto que no hay rastro alguno de los Libros de Gastos, en los que se debieron consignar, como es costumbre, los que se efectuaron en aquella construcción, ni hay constancia alguna en ninguno de los pocos papeles que han quedado, de dato alguno cierto que nos comunique las personas que intervinieron en ella, o nos revele algún detalle interesante de los trabajos. Sólo conocemos tres nombres de religiosos que colaboraron en las obras; dos de los cuales, el padre fray Francisco de la Fuente y Chávez y el padre fray Basilio Ribera, se destacan con pujanza admirable por la cantidad y la calidad de las obras que hicieron; y el tercero, el padre fray Martín de Híjar y Mendoza, con más discreta posición.

El padre maestro fray Francisco de la Fuente y Chávez, nació en Quito, del matrimonio de don Juan Rodríguez de la Fuente y doña Francisca de Chávez; profesó en la Orden, el 11 de junio de 1592. Aunque los historiadores y cronistas no han escrito cosa apreciable acerca de este ilustre religioso, en el Libro de Profesiones, que comienza en 1573, al margen de la partida correspondiente a la del padre de la Fuente y Chávez, se ha puesto esta pequeña nota: «Fue electo en Provincial tres veces y acabó sus cuatrienios. Edificó la iglesia de este Convento, de bóvedas. Fue electo Provincial, año de 1613 y año de 1621, y año de 1629». Y más abajo, se añade: «Fue electo cuarta vez en Provincial, el año de 1641. Fue electo quinta vez en Provincial, año de 1645».

Cultivaba el dibujo y amaba el arte. Lo demuestra un cantoral en pergamino, adornado con varios dibujos y emblemas, que se conserva en el Monasterio y que lleva esta leyenda: «Hizo este libro nuestro padre maestro fray Francisco de la Fuente, siendo Vicario Provincial de la Provincia. Acabolo de escribir y apuntar para la Fiesta de Nuestro padre San Agustín, del año 1628».

Gran organizador de su Convento y decidido por su prosperidad, lo mismo espiritual que material, dictó sabias medidas para la buena marcha de los religiosos, fundó las haciendas y obrajes de Callo y Tanicuchí, y en Cajas, en la parte norte del valle de Cayambe, el Convento de Santa Bárbara, nombre con el cual se conoce hasta hoy día aquel sitio. Murió en 1650, en Quito, y pocos días después de su muerte, le llegó la Cédula de obispo de la Concepción de Chile, según dice el escribano Ascaray, en su Tercer Cuadro Histórico. Al padre de la Fuente y Chávez, se debe el admirable claustro principal.

Tuvo como Secretario al gran padre fray Basilio de Ribera, sin duda alguna, la figura más descollante del Convento agustiniano de Quito, durante la época virreinal, por su noble espíritu, su energía de voluntad, su vasta inteligencia, su don de gobierno y su amor al arte.

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Espíritu viril -dice uno de sus biógrafos- insigne, generoso y amplio con nobleza de ideales, inteligencia vasta, virtudes sólidas, apasionamiento por el arte y progreso, catedrático sin tacha, filósofo, escriturario, Maestro en Sagrada Teología, Visitador, Prior, Provincial y Obispo electo, esto a más constituye la personalidad de este ilustre agustiniano, que honró a su Orden y después a la Patria62.



Nació en Quito en 1612, según lo afirma Ascaray. Ingresado en temprana edad a la Orden de San Agustín, se captó el afecto de sus Superiores por su talento, prudencia, humildad, don de gentes y actividad en el obrar, por lo cual el padre provincial fray Francisco de la Fuente y Chávez, lo escogió como su Secretario y le extendió el título de Notario Apostólico, cuando apenas tenía 20 años y aún no se ordenaba de sacerdote. Subdiácono en 1654, pasa a Lima, pero en 1637 se le nombra prior del Convento de Latacunga. En 1645 es Examinador de Ordenandos y Aspirantes a Confesores; en 1641, Lector Primario de Teología en la Universidad de San Fulgencio y Secretario de Provincia; en 1642, Visitador y Vicario Provincial; en 1645, Bachiller y Maestro de Artes por la Universidad de San Fulgencio; Doctor y Maestro en Sagrada Teología y Consultor de la Universidad y Prior; en 1647, Definidor de Provincia, y en 1648, Definidor de Capítulo General en Roma y Procurador General de la Provincia. Y como en todos estos cargos desplegó un celo extraordinario, en 1653 le eligieron Provincial para el cuatrienio de 1653-1657 y le reeligieron para el de 1661-1665.

En su primer período, adornó la galería baja del claustro principal, con la hermosa colección de cuadros que representan los principales pasajes de la vida de San Agustín; que, al par de ser una ofrenda digna de la memoria del gran Doctor de la Iglesia y riquísimo ornato de los claustros agustinianos, es un monumento perenne al arte quiteño del siglo XVII, en el que colaboraron los mejores artistas de aquella época. A juzgar por las fechas que se encuentran en algunos de los cuadros y la del que sirve como de portada a la colección, ésta se comenzó en 1653, es decir, el año en que principiaba su Provincialato el padre Ribera, y se terminó en 1656, esto es un año antes de que concluyese su cargo. Durante este, también mandó a ejecutar con Miguel de Santiago, el cuadro de La Regla, inmenso lienzo digno de los tiempos del Renacimiento italiano y de cualquiera de aquellos maestros que, como el Frontoreto y el Veronés, cubrieron los muros de los palacios de Florencia y de Venecia con gigantescas telas. «Acabose de pintar este lienzo, siendo Provincial el padre maestro fray Basilio de Ribera, año de 1658», dice una inscripción escrita por su autor al pie del lienzo. Según ella, el padre Ribera, siguió siendo Provincial, el año 58 y aún el 59, si hemos de atenernos a lo que nos dice la epigrafía puesta en la fachada de la iglesia: «Esta portada mandó hacer el padre maestro fray Basilio de Ribera, siendo Provincial. Comenzóse año de 1659 y se acabó año de 1665», a pesar de cuanto digan en contrario los cronistas del Monasterio. Pero sea de ello lo que fuese, lo cierto es que el padre Ribera fue un espíritu nobilísimo, amante del arte, al cual se apoyó para hacer de su Monasterio una maravillosa joya, a la manera como sus hermanos de religión   —[Lámina XXIV]→     —75→   hicieron de sus templos y conventos en México, y un museo de arte y de belleza incomparable.

Convento de San Agustín.- Sala Capitular

Convento de San Agustín.- Sala Capitular

[Lámina XXIV]

Con razón el Capítulo Provincial de 1666, aplaudió y agradeció al padre Ribera, por su lucida actuación y, como premio, le señaló una renta. Tal vez con ella costeó el Cuadro de la Muerte de San Nicolás, que tiene esta leyenda: «Este lienzo de la muerte de nuestro padre San Nicolás, mandó hacer por su devoción el Maestro fray Basilio de Ribera, para el entierro de los Religiosos en el General, año de 1672». El General era la Sala Capitular, en donde debió estar, tal vez en el testero, hasta el siglo XVIII, en que se construyó el retablo y se labró la sillería. Hoy le han vuelto a colocar en esa sala, en uno de los muros laterales, y no se puede ver sin emoción el retrato que, al pie, pintó el artista, para inmortalizar la figura de uno de los más egregios religiosos del Convento agustiniano de Quito, pródigo en varones insignes, como fray Gaspar de Villarroel y fray Luis López de Solís.

Los méritos del padre Ribera, trascendieron fuera de su Patria y el Rey los justipreció tanto que le presentó para Obispo. Mas, Dios dispuso las cosas de otro modo. El mismo día que llegaron las Bulas de Consagración a Quito, sepultaban al insigne religioso. Era el año de 1678.

Las obras del padre Ribera, son las de un gran espíritu. Hizo aquí, en Quito, en su convento, lo que sus compañeros de religión hicieron en México. Sabido es que los agustinos ocupan el primer puesto en la historia del arte en México. El padre Ribera se propuso y lo logró, convertir su convento en un emporio del arte. Él, con el padre fray Francisco de la Fuente y Chávez, hicieron del convento agustiniano de Quito, un verdadero museo de arte. Si al padre de la Fuente y Chávez debe su precioso y original claustro; al padre Ribera tiene que agradecer su ornamentación que, aún vemos y que aun venida a menos, aparece todavía espléndida y maravillosa.

Otro religioso que hizo mucho por las obras del Convento de San Agustín, especialmente por las artísticas, fue el padre Martín de Híjar y Mendoza, limeño de origen, hijo de don García de Híjar del Orden de Santiago y marqués de San Miguel, que vino a Quito por orden del General de los Agustinos, Domingo Valvasori y a insinuación del Papa Inocencio XI, y llegó a regir la Provincia de San Miguel de Quito, como Prior y Provincial. Desempeñaba este cargo cuando recibió las Bulas de Su Santidad Inocencio XI, expedidas el 20 de abril de 1693, por las cuales le constituía obispo de Concepción en Chile y, consagrado por el ilustrísimo doctor don Sancho de Andrade y Figueroa, regresó a su Patria, Lima, y tomó posesión de su silla en 1695.