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Mientras tanto parece que la Audiencia, para evitar que las monjas extendieran sus dominios sobre las Casas Reales, las vendió a Pedro Ponce de León y Castillejo, el cual a su vez, traspasó su dominio a Pedro de Vera. Mas las monjas, firmes en el derecho que les diera el Rey, demandaron la nulidad de la venta y la entrega del inmueble, a juzgar por un documento que con el n.º 16 y el epígrafe: «Interrogatorios sobre el pleito con Pedro de Vera y las Casas Reales», se halla, en el archivo del convento y que contienen siete principales preguntas:

1.ª Si saben que en el Convento hay al presente más de ciento treinta monjas de velo, treinta novicias y niñas, cien donadas y trece monjas depositadas de un convento de Popayán y de Santa Clara de esta ciudad y que van entrando cada día otras mujeres, las cuales con sus camas, cujas y ajuares, no caben en el convento.

2.ª Si saben que el convento está fundado en una cuadra muy pequeña, por lo cual no se ha podido hacer una iglesia capaz.

3ª. Si saben que de la misma estrechez padecen el convento, el coro y los claustros, por lo cual ni caben en ellos todas las monjas, ni todas pueden asistir a los oficios divinos.

4.ª Si saben que no tienen dormitorios suficientes, ni provisoría, ni enfermería, ni casa de labor, ni panadería, ni noviciado, ni celdas, por lo cual las monjas tienen que bajar al claustro y al patio para poderse vestir y tocarse a vista de todo el mundo.

5.ª Si saben que por ello padecen las religiosas muchos trabajos y enfermedades.

6.ª Si saben que para ampliarse el convento y hacer cesar su estrechez «tienen precisa necesidad de la Casa donde primero estuvo fundada la Real Audiencia con la plazuela que está delante de ella, según la compró del Rey Nuestro Señor el dicho Pedro Ponce de Castillejo para la dicha Ana de Zúñiga, su suegra, y la tiene ahora Pedro de Vera y todo su sitio y edificio según y como al presente lo posee el dicho Pedro de Vera, sin el cual no puede pasarse dicho convento».

7.ª «Si saben que el dicho convento y la dicha casa del dicho   —130→   pº. ponce de castillejo están en una esquina muy atrasmano de la plaza por las espaldas del dicho convento y echando un arco o pasadizo por la dicha esquina sera facil de incorporarla con el dicho convento u cuando asi no se haga sera mas facil echar un arco desde el convento a la plazuela edificandolo y de ella otro a la casa que solía ser Real o hacer los dichos pasadizos por debajo de tierra de bobeda y de la una manera y de la otra, ni haziendolos de arco por cima de las dichas calles no se seguira inconveniente ninguno por lo del paso, ni escuridad de las calles, ni perjuicio de ninguna persona»92.

Como no interesa para nuestro objeto, el término del asunto, no hemos ido a buscar el proceso, que es probable exista en el Archivo de la Real Audiencia, seguido por el Convento de la Concepción contra Pedro de Vera; pero, a juzgar por las realidades posteriores, ganaron las religiosas, y las Casas Reales y la plazuela pasaron a su dominio, mediante el pago de doce mil pesos que pagaría las Cajas Reales. Ya en 1650 éstas se hallaban unidas al Monasterio por pasadizos subterráneos como lo habían propuesto las monjas; pasadizos que fueron destruidos cuando, a principios de este siglo, se hizo la obra de canalización y servicio de agua potable en la ciudad.

Para extensión de este Convento, dice Rodríguez Docampo en su Relación de 1650, fue necesario entrar en él las Casas Reales antiguas, que costaron doce mil pesos, a donde se pasa con troneras y pasadizos debajo de tierra, con lo que el empeño de este convento ha sido grande93.



Más tarde edificaron sobre la plazuela otras dependencias del Convento, entre las cuales una escuela de niñas nobles y para comunicar el convento con esas dependencias, hicieron un arco sobre la calle. Todavía hasta hace poco se veía en el ángulo noroeste del Convento el arranque de ese arco que dio a esa esquina el nombre que aún conservan los viejos quiteños: el Arco de Santa Elena. Este arco lo destruyeron cuando las monjas se recluyeron a su primitivo solar y enajenaron las edificaciones que hicieron en el de las Casas Reales y en el de la plazuela. El primero pasó a poder de los Hermanos Cristianos para el Beaterio, que después fue Instituto Nacional Mejía y hoy, Colegio Normal Manuela Cañizares. El segundo pasó a diferentes propietarios que edificaron sus casas.

En los primeros tiempos, el Convento no tenía unidad en su organización arquitectónica, porque muchas de las religiosas, que eran miembros de familias ricas y nobles de la ciudad, edificaron por su propia cuenta y con sus propios recursos la «celda» para su vivienda; celda que era algo más que un departamento y menos que una casa, en la que vivían con sus criadas. Estas celdas eran naturalmente de dominio particular, reconocido por la autoridad civil y por la eclesiástica, solamente que la monja dueña no podía ceder, vender o regalar su «celda» sin permiso del Ordinario. En un «Libro de Censos» del archivo del Convento, en el que se han reunido escrituras de imposición de censos, testamentos y otros actos jurídicos relacionados con la economía del Monasterio,   —131→   hemos visto incorporadas al final, varias escrituras públicas en que se han hecho constar ventas y donaciones de «celdas» de unas religiosas a otras y hasta la enajenación de una hecha por la propia Abadesa a favor de un sacerdote, para subvenir con una parte de su producto, a las necesidades del convento y con otra, adquirir otra «celda» que donaba a tres religiosas para que la utilicen una después de la otra, facultando sólo a la tercera que sobreviviere a las otras, disponer a su antojo de esa «celda». El convento en ese tiempo debió parecer una casa de vecindad, más que un monasterio.

En 1625 habían adelantado mucho los trabajos de la iglesia y del monasterio, como lo demuestra el contrato que celebró el 30 de octubre de aquel año, la abadesa, sor Mariana de Santo Domingo con Francisco Maldonado y Lucas Topas, oficiales herreros, que se comprometieron a ejecutar las rejas del coro alto y del bajo de la iglesia, así como la del locutorio de las monjas, para lo cual recibieron ese mismo día la cantidad de hierro necesario, por el precio de novecientos patacones. La liquidación de este contrato no se hizo sino el 28 de enero de 1628, ante Notario. No dejaremos de apuntar para nuestra historia del arte, que en la escritura de dicho contrato figura como testigo Marcos Velázquez, con el calificativo de su profesión: dorador94.

Parece que en ese año de 1628 estaban en plena efervescencia las obras de la iglesia, tanto que la misma sor Mariana de Santo Domingo tuvo que ver a Gerónimo Guerrero para que en calidad de mayordomo del Convento, acudiese personalmente a supervigilar las obras de la iglesia y, sobre todo, a «ver la falta en que incurren los peones y oficiales que están y acuden a la obra de la yglesia y a la cantera de donde se saca la piedra».

Con especial cuidado se detalla en el contrato la obligación del mayordomo de «recoger gente e yndios necesarios y que por concierto han de acudir a la dicha cantera, obra y edificio de la yglesia, así de los de las cinco leguas del corregimiento desta ciudad como los que están dentro de ella para que no haya falta y todos acudan durante la dicha obra en este año y asistiendo en ella y a lo mas que fuere necesario y se le ordenare por la madre Abadesa y la persona a cuyo cargo esta y estuviese la superintendencia de la dicha obra».

La Abadesa, en nombre del Convento, se obligó a pagar a Guerrero sesenta y cinco patacones por año, pagaderos en dos semestres, doce fanegas de trigo, un carnero cada semana y seis fanegas de maíz y, además, a proporcionarle dos caballos «en que ande para recoger la gente y a ver la obra de la cantera»95.

El entusiasmo con que se trabajaban las obras del Convento y de la iglesia no decayó un punto en los años siguientes, tanto que en 1634, las monjas se vieron en la necesidad de echar mano de bienes y fondos que no podían tocar sin permiso del Ordinario, a fin de llenar sus compromisos más apremiantes. He aquí un ejemplo en esta comunicación de la Abadesa al arzobispo-obispo de Quito, don Pedro de Oviedo:

Doña Mariana de Sto. Domingo abadesa del Conbento de monjas de la limpia Concepon desta ciudad y las diffinidoras dél dizimos   —132→   que para Efectos forçossos y nesessarios tocantes a gastos que estan por pagar de la obra del dicho convento tenemos nesessidad de consumir y despender en pagar hasta en cantidad de un mill patacones de a ocho rreales de la docte de dona ana de Valverde y para poderlo hacer a Su Illma. pedimos y suppmos. se sirva el concedernos liçençia para lo rreferido en que rresceviremos md. con just.ª &.ª (firman la Abadesa y Discretas).



En 10 de abril de 1634 el obispo Pedro de Oviedo autorizó lo que la Abadesa le pedía.

Con todo esto no remediaron las monjas su situación de pobreza; al contrario con tanto gasto, con tanta gente enclaustrada y con la obra del monasterio, acabaron por no tener ni para el sustento de ellas, menos aún para las obras del convento. Por lo cual se dirigieron nuevamente al Rey en demanda de auxilio y Felipe IV les concedió, como en la vez pasada, Felipe II, mil quinientos ducados. Con ese auxilio y algo más que pudieron reunir de limosna en la ciudad, lograron dar cima a lo principal de los trabajos del monasterio, cuya iglesia quedó concluida como la describe Diego Rodríguez Docampo en la mencionada relación.

Transcribimos la carta de Felipe IV a don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, Conde Chinchón, XIV virrey del Perú:

El Rey

Conde de Chinchón, Pariente, de mis Consejos de Estado y guerra, Gentilhombre de cámara, mi Virrey, Governador y capitán general de las provincias del Pirú, o a la persona o personas a cuyo cargo fuere su govierno.

Por parte del monesterio de monjas de la concepción de la ciudad de San francisco de la provincia de quito se me ha hecho relación hay en él mas de trescientas personas entre monjas profesas, novicias, donadas y de servicio que todas viven religiosa y exemplarmente y las mas de ellas son hijas y nietas de los conquistadores de esa provincia y de la gente principal de la sobredicha de quito y que si bien desde su fundación tenían mediano sustento, fundado, lo mas en censos cuyos réditos se pagaban en plata corriente marcada a razón de catorce mill el millar por haberse consumido esta plata en la dicha provincia y subido los dichos censos a veinte mil el millar y con esto haber bajado su renta en mucha cantidad pasan por mucha necesidad y demás de esto por ser su iglesia tan corta y mal fabricada, movido de piedad un pedro Sanchez de Sanmiguel, canónigo que fue de esa iglesia cathedral de la dicha Provincia la hizo derribar para que se alargase y se edificase de nuevo dandoles para ello veinte mill pesos de su hacienda, cuyo edificio se fue haciendo con todo cuidado hasta gastarse los dichos veinte mill pesos y faltaba mucho por hacer de la pared, crusero (sic) capilla mayor cubierta y para acabarla serían necesarios mas de diez mill pesos y no tenía el dicho monesterio hacienda ni sustancia para ello, suplicome que teniendo consideración al sobredicho y a que soy Patrón del dicho monesterio le hiciese merced de mandar que de las vacantes de Obispados o sobras de Cruzada se les señalase lo necesario para acabar la dicha iglesia y se puedan celebrar en ella los divinos oficios con la decencia que conviene y habiendoseme consultado por los de mi consejo de las Indias he tenido por bien de hacer merced como por la presente se la hago al monesterio de las monjas de la concepción de la dicha ciudad de San francisco de Quito de mill y   —133→   quinientos ducados por una vez en las tercias partes de las vacantes de los Obispados de esas Provincias del Pirú y se los mando proveais y deis orden como de las dichas Tercias partes de las dichas vacantes de Obispados se den y paguen al mayordomo o a la persona que tuviere poder de dicho monesterio los dichos mill y quinientos maravedíes, dando para ello las ordenes y despachos necesarios que por la presente mando a los oficiales de mi Real Hacienda en cuyo poder hubiera entrado o entraren cualesquier maravedís de las dichas tercias partes de las dichas vacantes de Obispados, cumplan lo que en virtud de esta mi cedula los ordenáredes sin poner en ello excusa ni dificultad alguna que con esta mi cedula, habiendo tomado la razón de ella mis contadores de cuentas que residen en mi Consejo de las Indias y cartas de pago del mayordomo o persona que tuviere poder del dicho convento y la orden que dieredes se le reciban y pasen en cuenta sin otro recado alguno, lo cual mando se guarde y cumpla sin embargo de que no hayan pagado los derechos de la media anata por cuanto se ha declarado que los deben.

Fecha en Madrid a veinte y ocho de mayo de mill y seiscientos y treinta y cinco años.

Yo el Rey.

Por mandato del Rey Nuestro Señor.

Don Fernando Ruiz de Contreras96.



Sin duda alguna porque las personas que ingresaban a la vida monástica en el Convento de la Concepción, eran gente noble y, en su mayor parte, rica, el edificio del monasterio se formó, como ya lo apuntamos, de manera muy singular.

Al principio no se hizo sino adecuar las casas que se compraron para monasterio; pero como después la comunidad crecía y no había dinero para una edificación tan grande como la que necesitaba una población excesiva, las religiosas que podían hacerlo, edificaban sus propias celdas, que eran, como decíamos, verdaderos departamentos de vivienda, si no casas pequeñas, como las de los cartujos, con la diferencia de que mientras estos viven un monje en cada casa, en el monasterio de la Concepción vivía cada monja con otra u otras más, amén de sus sirvientas, con lo cual el monasterio debió de parecer un verdadero pueblo que, quince años después de su fundación, tenía cerca de cien habitantes, y transcurridos los tres primeros cuartos de siglo de su vida, trescientos bien contados.

El convento de la Concepción era el más antiguo de Quito -dice González Suárez- y el que mejor había observado la disciplina regular; no obstante, creció tan indiscretamente el número de monjas que entre religiosas y criadas llegaron a contarse dentro del recinto de la clausura más de doscientas, lo cual perjudicó no sólo a la observancia, sino hasta a la salud, pues fue difícil conservar higiene en el convento, siendo tantas las personas que habitaban en él97.



Hasta el año 1870 se conservó en el Monasterio la vida monástica sui generis que llevaban las religiosas en sus celdas, en las cuales se sentían «como en su casa propia», como bien decía una de ellas al obispo de la Peña y Montenegro, en una solicitud   —134→   de licencia que le dirigía para ceder en venta su celda a otra religiosa. En aquel año, el obispo señor Riofrío obligó a las monjas a reducirse, a la vida de comunidad perfecta, para lo cual comenzaron a derrocar aquellas «celdas casas» y reorganizar la arquitectura del monasterio, acondicionándole al efecto. Las obras, que se ejecutaron rápidamente, principiaron el 25 de julio y terminaron el 24 de diciembre de 1870. Ya para entonces y desde un siglo antes, el Convento de la Limpia Concepción, la Real, era el más rico de todos los conventos de monjas de la ciudad de Quito.

Las cuentas de las obras que se ejecutaron se hallan en un libro que se conserva en el Archivo del Monasterio con este título: Planillas de lo que se ha gastado en la obra del monasterio de la Concepción, desde el 25 de julio hasta el 24 de diciembre de 1870, cuyos gastos los ha hecho el administrador señor don Ramón Narváez.

De los documentos que hemos transcrito y que son los únicos que hemos encontrado en el Archivo del Convento, se puede deducir que la planta del monasterio fue trazada desde los primeros días de su fundación; pero nada se pudo edificar del convento hasta 1614 en que la Real Audiencia proporcionó mitayos para el tejar de las monjas; siendo el período de mayor efervescencia en la construcción el del gobierno de sor Mariana de Santo Domingo, varias veces Abadesa en la época que corre del año 1618 a 1634, que fue cuando se edificaron la iglesia y el convento.

Los planos debieron ser proporcionados por los religiosos franciscanos, a cuyo cargo corrió el convento desde 1575 hasta 1584, precisamente los años de la mayor edificación del monasterio de San Francisco, que terminó en 1605. Aún las mismas formas del claustro principal organizado con dos arquerías superpuestas sobre columnas de piedra, delata la influencia de la fábrica franciscana; pues hasta tiene, como el claustro principal de ésta, los arcos de la galería inferior de medio punto, acusado su extradós, aunque sin peralte, y escazanos los de la superior. El segundo claustro tiene una novedad, insólita en las construcciones religiosas: tres galerías superpuestas, de las cuales, la inferior lleva un pretil sobre el que se levantan las columnas sin base de ninguna especie.

Además, el claustro principal tenía hasta hace poco tiempo sobre su galería superior, una especie de azotea cubierta, en el ala junto a la iglesia, que llamaban mirador, sin duda alguna porque desde él se dominaba la ciudad y aún se exhibía a la mirada de los transeúntes, tanto que para las procesiones religiosas que desfilaban por la calle que se llamaba de la Corte y hoy es un tramo de la Chile, se la arreglaba y adornaba como los vecinos de la ciudad lo hacían con los balcones de sus casas98.

Este mirador desapareció cuando el obispo Riofrío eliminó las «celdas» antiguas y redujo a las religiosas a una vida más severa de comunidad y de clausura, obligándolas aún a tener un dormitorio común, como hasta ahora lo tienen, con canceles individuales que llevan cortinas en vez de puertas.

Ocupaba el mirador el tercer piso de la casa junto a la iglesia; pues toda esa ala del convento tenía tres pisos y se subía a él por   —135→   una escalera hecha en un tronco grueso de árbol que llamaban escalera de pespunte.

El convento tiene dos fuentes de agua en sus dos claustros principales.

Junto a la iglesia y en sitio del convento, cuando éste se fundó, y durante el gobierno de la Audiencia, el oidor don Pedro Venegas del Cañaveral, que hacía de Presidente desde la muerte del presidente Narváez, mandó levantar una torre dentro de la clausura del Convento para colgar en ella unas campanas. El Oidor no terminó su obra sino el presidente don Manuel Barros de San Millán, quien, no sólo puso las campanas, sino también el reloj de la Audiencia, que antes estaba en la torre de la iglesia mayor de la ciudad, adjudicándose a la Audiencia, de hecho, el dominio y propiedad de aquella torre. Mas, como con ello sufría el Convento una grave servidumbre de vista por la gente que subía a cada momento a lo alto de la torre, desde donde señoreaba todo el convento, las monjas se dirigieron de esta manera a la Real Audiencia, reclamando la devolución de la torre:

Gaspar Gómez en nombre de la Abadesa de las monjas y comunidad de Nuestra Señora de la Concepción desta ciudad digo que la thorre donde al presente esta el relox de la Real Audiencia se edifico en el sitio y suelo del dicho Convento y teniendo muchos años las monjas dél la posesion y servicio de la dicha torre y aviendo estado el dicho relox en la de la iglesia mayor de esta ciudad se paso a la del dicho convento quitandosela a las dichas monjas de lo cual resulta muchos inconvenientes, porque muchas personas se suben a lo alto de la dicha torre y desde ella miran todo el dicho convento y las monjas que andan por la casa y pues es justo que se remedie suplico a Vuestra Alteza declare pertenecer al dicho convento la dicha torre y se la mande volver y restituir para que las dichas monjas se sirvan de ella en sus usos y ministerios. Pues es suya y just.ª que pido y en lo necesario & &.



El documento lleva la firma del procurador del Convento, Gómez y la del abogado doctor Pineda de Zurita99.

No parece que la Audiencia atendió la petición de las religiosas, lo que las obligó a dirigirse directamente al Rey con igual solicitud y Felipe II llamó la atención de aquel gobierno en estos términos:

El Rey.

Presidente e Oidores de mi Audiencia Real que reside en la ciudad de San Francisco de la provincia de Quito; por parte del Monasterio de Nuestra Señora de la Concepción Real desa ciudad se me ha hecho relación que al tiempo que se fundó e hizo la casa dél el mi Presidente que a la sazón era de esa Audiencia, hizo hacer una torre dentro de la clausura del convento en que se pusiesen las campanas y por no la haber podido él acabar, los que le han subcedido lo hicieron y que se pusiese en ella el relox desa Audiencia teniendo por suya la torre y como está dentro de la dicha casa, la señorea y descubre toda, ques de gran inconveniente, suplicándome mandase se quitase el dicho relox de la dicha torre   —136→   y que se mandase a mis Casas Reales y que la torre quedase libre para tener sus campanas el dicho convento y servirse della; y porque quiero saber en qué parte está hecha y a cuyo costo y si es de inconveniente que está en ella el dicho relox y siéndolo, en que otra parte se podrá poner y si es justo dexar libre la dicha torre al dicho Monasterio; os mando me enviéis relación de lo sobredicho con vuestro parecer para que visto se provea lo que convenga, y si hubiere algún inconveniente lo remediareis en el entretanto. Fecha en Araujuez, a trece de mayo de mil y seiscientos y tres años.

Yo el Rey.

Por mandato del Rey nuestro Señor

Juan de Ibarra100.



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La iglesia, en sus primeros tiempos, era muy pobre y miserable y se reducía a una «sala pequeña e indecente» como lo decía al Rey la Abadesa del Convento en su Memorial de 1603. Parece que en 1614 se construyó una segunda que era más propiamente una capilla «tan corta y tan mal fabricada», según decía el rey Felipe IV al conde de Chinchón, que el canónigo don Pedro Sánchez de San Miguel la hizo derribar para que se hiciese otra más capaz y mejor, para lo cual contribuyó con veinte mil pesos y otros dos vecinos, con ocho mil. Comenzó la obra por 1625 a 1628 bajo el gobierno de sor Mariana de Santo Domingo; pero luego hubo de suspenderse por falta de dinero, hasta 1635 o 1636 en que se reanudaron los trabajos con los que se terminó la fábrica.

La iglesia, como todas las conventuales de religiosas, tiene una sola nave con crucero y fue edificada para ser revestida con madera tallada y dorada, como en efecto se la revistió, siguiendo el ejemplo trazado por la iglesia franciscana. Da una idea de lo que fue en su primer estado, lo que Rodríguez Docampo, consignó acerca de ella en 1650.

La iglesia de este religioso Convento -dice- es excelente, de cal y canto, coro muy curioso, rejería de hierro, con dos tribunas doradas a los lados, retablo grande en el altar mayor, con sagrario rico y otros particulares altares. La sacristía es ornamentada.

El techo de esta iglesia es de madera de cedro, curiosamente labrado y dorado, las capillas de los colaterales y lados son: el uno de Santa Teresa de Jesús y el otro de Santa Inés, capilla de jubileo y otra de Nuestra Señora de la Antigua, imagen de pincel, romana, en retablo dorado; otra de San Lázaro, altar de ánimas, con otro retablo; y el más adornado es el del Santo Crucifijo, devotísimo, con pasos de la pasión, de bulto, en otro retablo dorado donde hay cofradía y todos los Viernes misa solemne de la pasión breve.



Y más abajo, añade al tratar del culto divino que «está con ricos y costosos ornamentos bordados de tela rica y sedas con colgadura de dosel».

Convento de la Concepción.- Desposorio de la Virgen

Convento de la Concepción.- Desposorio de la Virgen

[Lámina XLVIII]

  —137→  

Más tarde se la fue enriqueciendo y adornando hasta que ya en el siglo XVIII estaba considerada como de las mejores de todas las similares en el Virreinato por sus retablos, el revestimiento de sus muros y la riqueza de su culto.

Tenía quince altares con sus respectivos retablos: el mayor, los colaterales del crucero, dos chicos colaterales en el presbiterio junto a las pilastras del arco toral y diez distribuidos a lo largo del cuerpo de la iglesia, bajo cada uno de los cinco arcos murales que refuerzan sus paredes. Estos altares, excepto el mayor, estaban consagrados a Santa Teresa de Jesús, a Santa Inés, a San José, a Nuestra Señora de la Paz, al Calvario, a la Virgen del Buen Suceso, a la Virgen del Tránsito, a San Francisco, a San Joaquín y Santa Ana, a San Antonio de Padua, a la Sagrada Familia, a Nuestra Señora de la Antigua, a San Lázaro y a las Almas del Purgatorio.

El retablo del altar mayor estaba decorado con dieciséis grandes espejos: seis de una vara cuadrada dentro de «preciosas molduras con copete y carteles, todo muy bien dorado», «seis espejos largos con molduras doradas y dos grandes con molduras de pilarcitos, todo dorado» y «dos columnas compuestas de otras lunas en molduras plateadas». Este retablo con una decoración tan grande de espejería es única en lo quiteño. Sólo en el Cuzco vemos algo semejante en un retablo de la iglesia de Santa Clara.

Para subrayar más esta decoración de espejos, la mesa del altar tenía nada menos que cinco frontales: tres «de cristal, todos enteros en molduras doradas» y dos «compuestos de diversos espejos», es decir, los primeros tenían sus lunas grandes, quizás tres por cada uno; mientras los segundos estaban hechos con la combinación de pequeñas. Además, el sagrario tenía «columnas, arcos y molduras de plata y sus fondos cristales finos bien azogados».

No era éste el único retablo de espejos; pues el de San José tenía también «dos espejos de media vara en molduras de pilarcitos todo dorado» y «el nicho del Santo, así como el Sagrario que se halla debajo del Patriarca» eran «de cristal»; el de Nuestra Señora de la Paz tenía cuatro espejos de regular tamaño en las puertas de su nicho, y el Sagrario, todo su fondo de «más de vara de cristal».

Mas no era éste el único lujo de los retablos. En el retablo del altar mayor lucían dos rejillas de plata, primorosamente cincelada: la una «con sus candilejas de plata y su Cristito engastado en plata» y la otra que llevaba seis «tiborcitos azules forrados en plata», y en el sagrario, «una custodia grande de tres quartos de alto, más o menos, toda llena de joyas y perlas preciosas, todo el Sol relicario y piscis de oro y el pedestal de plata dorada», lo mismo que «los rayos de la custodia».

Además, todas las imágenes de los quince retablos llevaban coronas, potencias, azucenas y otros símbolos de plata y de oro. Cada santo tenía sus alhajas y sus joyas al cuidado de una religiosa y así, en los inventarios constan las alhajas del Calvario, las de Nuestra Señora de la Paz, las de la Virgen del Buen Suceso, las de la Virgen del Tránsito, las de San Francisco y San Antonio de Padua, las de la Sagrada Familia, San Joaquín, Sarta Ana y la Niña María. Y, junto a las alhajas, los vestidos de brocado de oro, plata y seda en cantidades fabulosas, como que sólo la imagen de Nuestra Señora de la Paz tenía nueve. Y no era que las imágenes eran esculturas de caballete, para ser vestidas, sino que las cofradías hacían derroche de lujo en el culto de cada uno de sus patronos. Esto lo afirmamos, porque todas, sin faltar una de aquellas estatuas que se veneraban en los retablos de la iglesia de la Concepción   —138→   hasta el año de 1878 en que un incendio destruyó todo el interior del templo, se conservan en el monasterio y todas ellas son esculturas completas y perfectas101.

La sacristía era muy bien arreglada y «ornamentada» como dice Rodríguez Docampo en su Relación de 1650. En 1760, tenía magnífico mobiliario; grandes cómodas para guardar la inmensa cantidad de ricos y lujosos ornamentos que poseía la iglesia, cuatro vargueños para guardar corporales y palas, diez cajas, tres cajuelas de carey y dos huchas grandes en las que se guardaban cíngulos, almaizales, jubones, mantos, tocas, paños y vestidos de los santos y las vírgenes que se veneraban en la iglesia.

Un vargueño especial era el destinado a guardar las joyas de la Virgen del Buen Consejo, la milagrosa imagen tradicionalmente consagrada y venerada hasta hoy en el Monasterio y que, representada en un lienzo, se exhibe en la urna de vidrio que decora la parte superior de la esquina de la iglesia que da hacia la plaza mayor de Quito.

En el Archivo del Convento se halla el documento en el que se enumeran minuciosamente las joyas de la Virgen. Dice así el documento:

Memoria de las alaxas de la sacristía que se yso en el día primero de febrero de 1760 con asistencia de la Me. Abbsa. Ignacia de Sn. Gabriel, es lo siguiente: dos rosas con serco de perlas y la una con 4 mariposas de esmeraldas, una corona y un cetro de oro con piedras y perlas; un resplandor del Niño también de oro con perlas; un rosario de corales gruesos engastado en oro con cerco y relicario de oro con 5 cuentas de oro; una coya con 15 perlas doncellas y un diamante; una venera con su copete y dos cruces, todo esto de esmeraldas; una gargantilla de 21 eslabones de esmeraldas; otra con 3 eslabones y 12 colgajos de esmeraldas; un par de zarcillos de esmeraldas con 6 almendras de esmeraldas; un par de zarcillos de esmeraldas con un aguacate de lo mismo; mas otro par de zarcillos de esmeraldas de 3 colgajos; un par de zarcillos de diamantes; otro par de perlas de tres chorros; otro par de amatistas con 4 goteras; dos joyas grandes de esmeraldas y perlas; dos corazoncitos de cristal con cerco de oro y rayos de perlas; 4 joyas de perlas con las imágenes de la Concepción; mas otras 4 joyas también de perlas; 3 imágenes de oro, la una con ojuelos y perlas y las otras dos con rayos de perlas; 5 amatistas y un aguacate del viril y almendra de amatista engastada en oro; una espiga de oro con dos perlas, la una de estas mas grande que un grano de maíz; un suche con 5 rubíes y 3 perlas; 4 tembleques de perlas; una azucenita de oro; 2 cristales engastados en oro, el uno con 8 esmeraldas y el otro con 4 ojuelos; 5 joyas, las 4 con imágenes y la una con un ojuelo de esmeraldas; un rosario de 7 misterios de granates y 70 cuentas de oro y su cruz de cristal engastada en oro con 3 moritas de perlas; una gargantilla de 6 sogas de perlas con 4 tejos de oro con jacintos; una gargantilla de 6 casitas de perlas con 26 cuentas de oro; una gargantilla del Niño de 3 sogas de perlas con 7 mermelletes; 2   —139→   cabrestillos de oro que pesan 10 onzas; tres pares de manillas de perlas que pesan 14 onzas; dos pares de frenillos de perlas gruesas que pesan 10 onzas y media; un hilo que tiene 2053 perlas; una fachada con 413 perlas; un botón con 26 perlas y una gotera de perla engastada en oro.



Además, en cálices, salvillas, vinajeras, campanillas, ciriales, cruces altas, acetres, candeleros, aguamaniles, rejillas, jarras, atriles, varas de palio, blandones, etcétera, todo de plata, había maravillas.

Para ayudar al culto, tenían dos órganos de regular tamaño: uno en la iglesia y otro en el coro alto de las religiosas, que era verdaderamente magnífico y del cual hoy no queda sino la sillería, el pequeño retablo consagrado a la Virgen Inmaculada, una urna inmensa con la Virgen del Rosario, decorada con pequeños angelitos que llevan, cada uno, una invocación de las letanías lauretanas, y una Virgen del Tránsito sobre una hermosa tarima que en los inventarios del Convento se halla así descrita: «Una tarima en que se hace echar a la Virgen del Tránsito, de madera, a la cabecera se halla una concha de una vara, mas o menos, de plata, los imperiales de esta tarima también de plata enteros y dentro de este imperial un Espíritu Santo de plata pequeño».

El coro bajo conserva todavía un magnífico Calvario, que se distingue del que estaba en el retablo de la iglesia en que tiene, no a Cristo crucificado, que es lo lógico, sino de pie, atado de manos, como se le representa en la flagelación; Calvario raro en la iconografía religiosa católica.

Y anotemos también de una vez otro curioso simbolismo de nuestra escultura que conservan las monjas en su convento: una urna formada por una gran águila o paloma, cuyo pecho se abre como se abre un sagrario y dentro se aloja una estatua de la Virgen Inmaculada. Las religiosas nos han dicho que esa urna alojaba antes la imagen de Nuestra Señora de la Paz. El interior de esta curiosa urna, cuyo simbolismo es fácil comprender, si se tiene en cuenta que el águila y la paloma son símbolos divinos, está decorado con infinidad de espejitos cuadrados, que le dan una apariencia de riqueza extraordinaria.

Hoy, la iglesia con su coro alto, despojada de casi todos sus retablos, de sus artesonados de cedro, de su estatuaria que, felizmente, la conservan íntegra las religiosas dentro de su convento, salvada del incendio, sin sus órganos, desnuda su sacristía de los ricos adornos que recomendaba Rodríguez Docampo en 1650, no es ni la sombra de lo que fue.

Nos cuentan las religiosas, entre las cuales vive todavía hoy una que fue testigo presencial del incendio de aquel fatídico día de jueves santo de 1878, que cuando aquel se produjo por efecto de haberse caído una de las tantas lamparitas de kerosene que el sacristán había puesto para iluminar el «monumento» y, sobre las telas enceradas que simulaban rocas, la turbación de todos los que acudieron en auxilio para tratar de conjurar la catástrofe, fue tanta, que empezaron a despojar al templo de cuanto era madera, para impedir la propagación del fuego. Y fue así como hasta las monjas se encargaron de arruinar el coro y los fieles, la iglesia. La turbación humana hizo contra el arte más que el fuego.

Describamos ahora la iglesia en su actual estado:

La iglesia tiene la planta de cruz latina, pero con brazos demasiados cortos. El paramento de sus muros es de ladrillo y cascote   —140→   con zócalo de sillería y están reforzados con arquerías murales: seis angostas muy fuertes y pequeñas que soportan el coro y seis anchas y elevadas que forman nichos para los retablos de las capillas laterales, a excepción de una que se halla con sólo la imagen de una santa crucificada y de otra que forma el vano de la puerta lateral. Entre esos arcos se han colocado pilastras pareadas con capitel corintio sobre las cuales corre una cornisa, se elevan unos arcos fajones y se levanta una bóveda falsa de cañón simulada con cañas y madera. En el crucero, cuatro arcos perpiaños sostienen otra bóveda falsa de crucería, y, en su centro, lleva una claraboya cúbica a manera de linterna. Seis ventanas altas en el cuerpo de la iglesia; tres, bajo el coro, dos en la bóveda del crucero, una muy grande en forma de abanico y dos chicas laterales en la capilla del crucero al lado de la Epístola y otras dos en el presbiterio, dan luz a la iglesia. Todas las ventanas son abocinadas.

La iglesia estuvo primitivamente forrada con tabla de madera, tallada y dorada como la franciscana de Quito; pero el incendio de 1878, la destruyó, de modo que apenas conserva algo de su antiguo y rico adorno. Casi todo es repuesto, restaurado o remendado. Los cuatro arcos torales están forrados de madera tallada con labores geométricas de una gran delicadeza y finura. Las pilastras que las sostienen, a juzgar por lo que existe, estaban íntegramente recubiertas en la forma análoga a las del crucero franciscano: con nichos superpuestos, ocupados por telas pintadas, y terminado su conjunto en un frontón triangular en cuyo vértice se colocó la figura de un ángel. Esta hermosa decoración de talla sólo conservan ahora las pilastras del arco perpiaño del crucero, bajo el cual se encuentra el púlpito, pues las del arco triunfal del presbiterio, sólo tienen en uno de sus frentes, en el que da hacia el centro de la iglesia. Pero aún a esa decoración le faltan las telas; pues las que tienen ahora, no son las que primitivamente allí se colocaron. En la pilastra junto al púlpito, están: un cuadro representando a un Obispo dando limosna a los pobres y otro de una santa con báculo en la mano; en la pilastra del frente, al lado del Evangelio, hay también dos telas extrañas: una, de un hermoso San Antonio y otra de la Virgen María y dos pinturas sobre la propia madera representando a San Juan y a un Santo Obispo, en lugar de las telas desaparecidas. En las pilastras del presbiterio, donde se conserva la decoración tallada, se han pintado, al lado del Evangelio, un Buen Pastor y un San Ignacio de Loyola; y al de la Epístola, la Divina Pastora y San Francisco Javier. En los frentes de estas pilastras que dan hacia el presbiterio, se ha imitado sobre el muro la decoración tallada que falta y en los nichos simulados, las imágenes de San Agustín, San Francisco de Sales, San Bernardo y San Buenaventura.

El retablo de la capilla mayor, en el presbiterio, es reconstruido. Tiene tres cuerpos y tres calles. El cuerpo inferior que se levanta sobre un pequeño estilobato, lleva en su centro un gran sagrario de planta convexa con una angosta puerta de arco de medio punto sobre columnas estriadas oblicuamente en los dos tercios de su fuste y, en algo más del tercio inferior, con uvas. A los cantos del sagrario, dos largas y angostas fajas decoradas con tres embutidos superpuestos y, en los rincones formados por la convexidad del sagrario en contraposición a la línea saliente de la planta del retablo, dos columnas exactamente iguales a las que forman dos nichos laterales a un extremo y a otro del cuerpo inferior, junto al sagrario. Con esas columnas se han compuesto dos templetes de frontón circular. Las columnas son estriadas verticalmente   —141→   y decoradas en su tercio inferior con unos cuantos collarines. Llevan capitel jónico. Los nichos correspondientes a estos, en el cuerpo intermedio del retablo, son semejantes a los ya descritos con muy ligeras variantes: su frontón es triangular, los capiteles corintios y los fustes decorados con una cabecita de querubín entre dos collarines junto al capitel, con estrías verticales en sus dos tercios superiores y con cuadrícula en el tercio inferior. En el centro de este segundo cuerpo, un gran nicho, solemne y sencillo, de medio punto, entre dos columnas iguales a las anteriores y dentro de él una Inmaculada Concepción alada, de la escuela de Legarda. En el dintel del nicho, una rejilla de plata con 7 candilejas. El cuerpo superior tiene dos nichos laterales redondos entre estípites, y en ellos, dos bustos de santos, como se ve en el retablo mayor de la Compañía. Del cornisón que corre sobre estos nichos, se desprende un gran frontón que se rompe en el medio punto para dar cabida al Padre Eterno con el Espíritu Santo, entre rayos, colocado sobre el nicho central de la Virgen. En los cuatro nichos bajos de los cuerpos inferiores, se hallan las estatuas de San Pedro y San Pablo y otros dos santos, dorados íntegramente, con excepción de las caras que son encarnadas como lo es también íntegramente la Virgen de Legarda.

El retablo del crucero, al lado del Evangelio, está elevado sobre planta de un sólo plano. Tiene también tres cuerpos y tres calles. El primero, que se levanta sobre un pequeño estilobato, consta de un nicho central de fondo plano, con sus paredes laterales decoradas con estrías verticales y el intradós del arco, con baquetones, y encuadrado exteriormente por una decoración lineal escalonada. A los costados extremos de este cuerpo del retablo, se han formado dos paneles ribeteados de la misma decoración que el nicho. Cuatro columnas salomónicas separan estos tres espacios. Estas columnas, tienen una decoración muy curiosa: llevan capitel jónico y su fuste, una faja estriada verticalmente en la curva convexa con pámpanos y uvas, y en la cóncava, perlas. El entablamento de todo este primer cuerpo, tiene su cornisa interrumpida para dar lugar a un motivo decorativo encima del nicho central. El segundo cuerpo se desarrolla también sobre el motivo de cuatro columnas salomónicas como el primero, con la diferencia que llevan capitel corintio y en el tercio inferior de su fuste, baquetones verticales. Sobre los cimacios corre una cornisa volada que se quiebra según los resaltos de los planos del retablo, cierra en su línea superior los espacios en que se desarrollan tres paneles, moldurados caprichosamente y adornados, los laterales, con tarjetas y volutas en su parte superior, y con cabecitas de querubines, el central que, además es más ancho que los laterales, equilibrando de este modo la composición del cuerpo inferior, en el cual el nicho central es más angosto que los laterales. Para que ese equilibrio sea más perfecto y la organización del retablo mejor organizada, se ha dado igual importancia al nicho central del segundo cuerpo que a los dos lados laterales del primero, dotándole, además, de una gran repisa en su parte baja y de un frontón curvilíneo interrumpido en la alta, a manera de remate. Este frontón se repite en menores proporciones encima de dos acróteras superpuestas al frontón, para servir de enlace con el remate del tercer cuerpo, que es también un panel, moldurado como todos los otros que hemos descrito, acantonado con pilastras decoradas curiosamente por una figura de medio relieve que parece un atlante y lleva sobre su cabeza un cojinete con volutas sobre el que sostiene una moldura sencilla que hace veces de capitel. Sobre este   —142→   conjunto corre una cornisa que, al tocar en la parte superior de la moldura del panel, sube envolviéndola, y siguiéndola en su movimiento curvilíneo, pasa, formando una especie de frontón, a interrumpirse en el medio punto, dando espacio para la paloma simbólica del Espíritu Santo y una gran repisa. A los lados de esta ornamentación y sobre la cornisa, dos remates en forma de piña. A los costados de este último cuerpo y sobre la cornisa del segundo, corre un friso con dos remates superpuestos y estriados en el eje de las columnas extremas del retablo y, sobre unas grandes volutas decorativas, otros dos semejantes, aunque más pequeños, llenando el único espacio que queda sin decorarse en los extremos triangulares del cuerpo superior del retablo, dos figuras de santos de medio relieve.

El arco mural en donde está encerrado el retablo dedicado a Santa Teresa desde sus primeros tiempos, se halla revestido por dentro y fuera con talla dorada y un querubín en la clave. En el sitio en donde comienza la curva del arco, hay un gran friso tallado, que corre por el ancho de la pared, demostrando que toda ella fue primitivamente forrada en madera tallada y dorada. El nicho central ocupa una estatua de la beata Mariana de Jesús y los paneles del primer cuerpo, los cuadros de San Agustín y San Ambrosio, y en el segundo cuerpo, los de San Gregorio y Santo Tomás. En el panel del centro, un cuadro de la Virgen del Carmen en una moldura; pero ni ésta pertenece al cuadro, ni éste al panel. En el panel del tercer cuerpo, un hermoso cuadro de Santa Teresa de Jesús. El antipendium del altar tiene una tabla decorada con ornamentación lineal y unos dos niños entre ella. Tablas semejantes decoran el antipendium de otros altares de la iglesia: el del crucero y los dos primeros del cuerpo de la iglesia. Junto al altar cuyo retablo dejamos descrito, se halla el comulgatorio de las monjas. Su entrada está revestida de un hermoso arco de madera tallada y dorada con una flecadura en su arquivolta que le da sabor arábigo y descansa en unas pilastras con capitel compuesto, un poco barbarizado, y cuyo fuste se halla ricamente adornado con una composición decorativa de acentuado indianismo, lo mismo por las dos cariátides de la base, que por las cabezas que se encuentran formando parte del motivo decorativo del resto de ese fuste, en medio de una profusa ornamentación floral. Esas cariátides, que las encontramos también en la parte superior del retablo anteriormente descrito, son curiosísimas e interesantes figuras por el cojinete con volutas que llevan en su cabeza, por el tejido profundamente indígena de los trapos que cuelgan a sus lados y por la enorme importancia que se ha dado a la hoja que defiende la honestidad de la figura, dejando al descubierto únicamente parte de las piernas y los pies, cuando lo más usual era el convertirlas en embutido. Estas figuras son raras en la decoración americana. Las albanegas del arco decoran dos cabezas de querubín.

Si el exterior de este vano es delicado en su ejecución ornamental, el interior es una obra de orfebrería. La parte baja de la mesa del comulgatorio está decorada a todo color y dorada, con la imagen en bajo relieve de San Juan Evangelista, entre las de San Miguel y San Gabriel, separadas todas ellas por dos querubines sobre grandes hojas de helecho arbóreo, estilizadas. Encima de la mesa se abren las puertas apaneladas del nicho interior forrado de plata repujada y decorado con los corazones de Jesús y de María y un sol con el monograma JHS en el medio. Sobre la puerta, un gran panel, antes decorado con espejos y cuadritos en cobre, sobre un friso.

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El retablo, frontero al que describimos que fue dedicado a Santa Inés, y situado al lado de la Epístola, tiene dos cuerpos con dos nichos centrales y cuatro paneles superpuestos entre columnas. El nicho principal es de punto redondo, decorado en su interior y lleva, sobrepuesta, una especie de flecadura o guardamalletas que cuelga en semicírculo sobre la parte superior del nicho. Las cuatro columnas salomónicas tienen siete vueltas; pero como se han reducido en su módulo, no son largas; antes bien son proporcionadas, y llevan perlas en las partes cóncavas y uvas en las convexas. Su capitel es jónico. El nicho principal está ocupado con la imagen del Salvador, vestido de sacerdote de la época moderna, y los paneles adyacentes, con dos hermosos cuadros de la Anunciación de la Virgen y de la Muerte de San José. Paneles y nicho están moldurados.

Sobre el capitel de las columnas, las impostas cuyas molduras se extienden, forman en cada panel un frontón ornamental interrumpido con volutas y, entre estas, una cabeza de querubín. El nicho, ricamente adornado con guardamalletas lleva un frontón semejante al de los paneles, pero mucho más acusado. Sobre la imposta viene el cimacio decorado con cabecitas de querubines y una gran cornisa volada y, encima dos frontones circulares interrumpidos para dar cabida a una tarjeta decorativa sobre los paneles del cuerpo inferior. En el segundo cuerpo, otras cuatro columnas forman tres espacios: el del nicho central cuadrangular, ocupado por la imagen de una Santa, encuadrada ricamente en su exterior como el nicho similar del retablo de Santa Inés; y los de los dos paneles adyacentes, que tienen telas pintadas: una de Santa Rosa de Lima y otra de San Pascual Bailón. Llevan estos paneles frontones iguales a los correspondientes del primer cuerpo y termina el retablo con un solemne remate central coronado por una cruz.

Como en el retablo de Santa Inés, en éste, el arco se ha decorado en su exterior con rica y fina talla de madera, lo mismo que sus ventanas laterales, abocinadas, que llevan una decoración con el mismo motivo de la de los cuatro arcos torales del crucero.

Las columnas salomónicas de este retablo tienen el tercio inferior de su fuste ornamentado con óvalos y rombos.

Uno y otro retablo del crucero tienen un sagrario chico en la mesa del altar con columnas semejantes a las de los retablos, de los cuales forman parte.

Por los restos de la decoración tallada que aún existen en esta capilla, se alcanza a comprender que todo el crucero, por lo menos, estaba cubierto de talla, como San Francisco. Pues precisamente en el muro de esa capilla, junto al púlpito, se encuentra todavía, aunque medio destruido, un nicho cuadrangular, decorado en su interior con una ornamentación igual a la de los arcos del crucero, guardando, de ese modo, una correspondencia y uniformidad en todo el arreglo de la iglesia. En su exterior se halla encuadrado en gruesa moldura formando recuadros en sus esquinas y con estípites a sus cantos extremos. Tiene una repisa baja agallonada, con esta inscripción: «Esta capilla mandó hacer el capitán Isidoro Sáenz y Díaz por su devoción».

En el nicho se aloja la estatua de Santa Inés, primorosamente estofada. Encima de una cornisa, resto de lo que desapareció de la talla que cubría los muros, se ha colocado ocasionalmente una pequeña estatuilla de un santo dominicano.

El púlpito es una hermosa pieza escultórica con detalles interesantes. Muy sencillo de líneas, nada recargado en su decoración;   —144→   antes, al contrario, lleno de simplicidad y sin complicaciones, oculta sus bellezas a quien no se le acerca. Tiene la forma de una copa; y hasta el fuste y su asiento semejan los de una copa de cristal. El exterior está dividido en cinco secciones por medio de otras tantas figuras de embutidos que, amoldando su espalda a la convexidad de ese fondo, terminan con su extremidad de serpeantes coincidiendo en el punto en que la copa se une con el fuste. Entre esos embutidos hay cinco mascarones que decoran la taza. Esta está dividida en cuatro paneles por figuras embutidas con cabezas cubiertas de un cojinete con volutas para soportar un entablamento, cuya cornisa viene a servir de pasamano del púlpito. La copa se estrecha en su tercio inferior, formando una garganta ornamentada con cinco tarjetas con figurillas humanas de medio relieve, que más parecen obra de orfebrería que de escultura. Los paneles de la copa están ocupados por los cuatro doctores de la iglesia en bajo relieve, dentro de un marco ovalado ligeramente ornamentado. El antepecho del pasamano de la escalerilla que conduce a la tribuna del púlpito, tiene una organización acorde con este: tres paneles separados por cuatro embutidos: dos ocupados por ángeles, y el del medio, por un Santo franciscano. El entablamento con que termina la taza del púlpito, continúa bordeando el antepecho hasta el final de la escalera. El tornavoz tiene la figura de una pirámide de seis lados, sobre cuyo vértice, se halla la estatua de la Inmaculada Concepción. Seis embutidos rampantes adornan los ángulos de los seis lados de la pirámide. El tornavoz se une al púlpito por medio de una preciosísima figura de San Juan Evangelista, en bajo relieve y magníficamente estofada, sobre oro laminado. Esta figura ocupa un panel del muro esquinero del crucero y su decoración guarda armonía y unidad con la que ornamenta todo el muro, y que la describimos más arriba; tan es así que en la parte superior de ese lienzo de pared está el otro panel con la figura de un apóstol pintado en tela.

Ocupémonos de los retablos de las capillas que se hallan en el cuerpo de la iglesia.

Son los primeros, dos muy insignificantes, hechos sin duda con pedazos de los antiguos que se salvaron del incendio. El uno está dedicado a San Francisco y el otro a Santa Beatriz de Silva, y nada tienen más digno de atención que las columnas aprovechadas para formar los únicos nichos en que se hallan esas dos figuras, de las cuales, la de San Francisco es muy hermosa. Las columnas aquellas son interesantísimas. Llevan capitel corintio y su fuste, adornado con apretadas bandas espirales, angostas y apaneladas, en su medio superior; con óvalos y florones en su tercio inferior y en la superficie intermedia, una faja ancha con decoración lineal e imbricaciones entre dos filetes. La mesa del altar lleva un antipendium igual al de los retablos del crucero.

Luego vienen los retablos del Calvario y de la Sagrada Familia. El del Calvario está lleno de detalles interesantes. Su antipendium es preciosamente tallado como una filigrana. Está compuesto en tres fajas horizontales. La central lleva recuadros con las figuras en bajo relieve de la Verónica, San Juan y la Magdalena enmedio de una decoración lineal y de vástagos: la misma que ornamenta la faja inferior; y la superior, las de San Pedro, San Pablo y otros dos santos. Este antipendium parece un modelo acabado de una obra de orfebrería. El retablo está formado por un gran panel sin decoración alguna, que hace de nicho al Calvario, compuesto   —145→   de Cristo, con peluca natural, la Virgen, la Magdalena y San Juan, entre dos curiosas columnas de capitel jónico y cuyo fuste se compone de 21 anillos sobrepuestos y separados entre sí por boceles. Los anillos están adornados con óvulos tallados y puntas de diamante. A los cantos, dos pilastras con los signos de la pasión en todo su fuste. Entre las columnas y las pilastras un largo panel o faja con imbricaciones y, a los extremos de las pilastras, una tabla recortada con curvas diversas. Encima, un entablamento con gran cornisa y, sobre ella, otro panel central con una tela representando al Ecce Homo, encuadrado en un marco de línea quebrada con pilastras, sobre las cuales corre un frontón semicircular interrumpido en su base, para alojar un escudete. A los lados, curvas di raccordo y dos remates. Y, como fondo de todo este cuadro decorativo, un abanico radiado, que llena todo el espacio del arco mural.

Completamente distinto de todos los anteriores es el retablo de la Sagrada Familia, y, además, muy hermoso y de gran movimiento, no recargado en su decoración, pero todo él ejecutado con gran finura.

Sobre una mesa de altar, espléndida y ricamente decorada, se levanta el retablo compuesto de dos nichos superpuestos y un sagrario en lo que podríamos llamar estilobato. Sobre este basamento compuesto de seis basas de grandes curvas cubiertas en su parte superior con hojas de acanto, se levantan cuatro columnas: dos en primer plano, y las dos de los extremos, en segundo. Son de fuste liso, pero anilladas en un poco más de su tercio inferior, con una rica decoración colgante, como la tienen también en su arranque del capitel. En los paneles de los intercolumnios, dos ángeles arrodillados sobre unos modiliones curvilíneos. Sobre las columnas se han colocado altísimos cimacios cuyas labores y decoración continúan sobre la superficie del retablo formando un entablamento. Encima de cada columna, una ménsula de acanto; sobre ellas, acróteras de puro adorno, sin ningún remate y atrás, un solemne arco mixtilíneo formado por grandes molduras con guardamalletas, bajo el cual está el nicho superior donde se halla un Ecce Homo inédito en la iconografía cristiana. En el nicho principal del retablo, la Sagrada Familia con ricos y vistosos vestidos de brocados y sedas. A los extremos bajos del estilobato, dos arcos correspondientes a las aberturas del muro donde se hallan los confesonarios para las religiosas.

La iglesia tiene dos hastiales y en cada uno de ellos una portada. La primera lleva una curiosa organización. Dentro de un gran arco sencillo, trasdosado y cuyo arranque no tiene impostas de apoyo, se encuentra la portada principal de esta iglesia compuesta de un arco semicircular de rosca moldurada y adornada con rosas y florones, sobre impostas, flanqueado de dos columnas jónicas, lisas de fuste, que se levantan de basas muy altas, decoradas con recuadros y molduras en tres de sus cuatro caras. Sobre las columnas, un entablamento de friso sencillo y, encima, a sus extremos, dos remates, como adorno. En las enjutas del arco, dos florones. El espacio vacío que queda hasta el intradós del arco que abriga esta composición, ocupa una gran tarjeta llana, pintada a todo color. Encima de este conjunto corre un segundo cuerpo compuesto de cinco óvulos fronteros y dos laterales entre dos grandes molduras, que hacen de cornisa; sobre la superior, una balaustrada y, encima de ella una espadaña de tres huecos: dos inferiores y uno superior, con dos pirámides como remates. Esta original composición, lleva en la parte superior de la esquina, formada por sus muros exteriores un nicho que aloja la imagen de la Virgen,   —146→   bajo vidrios colocados entre cuatro hermosas pilastras ochavadas de piedra.

En el muro oriental de la iglesia se halla la portada lateral, un poco pesada por la importancia que se ha dado a las basas sobre las cuales reposan columnas pareadas que flanquean un gran arco de medio punto apeado sobre pilastras y que reciben un entablamento de friso decorado con serpeantes, sobre cuya cornisa interrumpida, se halla un frontón circular también interrumpido para dar cabida a una ventana que, encuadrada entre dos sencillas pilastras con paneles hundidos, remata en un frontón, dentro del cual se ha colocado la figura simbólica de un pelícano. El capitel de las columnas lisas, es corintio; las basas, apaneladas; el arco, doblemente moldurado con baquetones y su clave decorada con un escudo ornamental de serpeantes y un querubín; la imposta del arco, con moldura decorada y las pilastras, ornamentadas con un panel hasta el medio de su altura. Las albanegas, llenas de un precioso motivo floral. En la rosca del arco, la jaculatoria: «Alabado sea el santísimo sacramento y María concebida sin pecado original». Sobre el frontón circular, dos acróteras con sus remates que terminan en pirámides y llevan escudetes dentro del cual se hallan dos figuras simbólicas: la de una oveja, en el lado izquierdo y la de un león, en el derecho.

Hay que anotar que la ventana actual de esta portada parece prolongada o alargada a última hora, en alguna refacción: pues antes debió ser más corta de altura para guardar armonía con la composición.

Esta portada es moderna; fue hecha después del incendio de 1878.



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ArribaAbajoEl monasterio de Santa Clara

Era el capitán Juan López de Galarza, hijo legítimo de Martín de Mondragón, compañero de Sebastián de Benalcázar y de los primeros conquistadores fundadores y vecinos de Quito, y de doña Isabel de Andagoya, hermana del adelantado don Pascual de Andagoya. Como alguacil mayor de la ciudad, fue comisionado, en 1581, por la Audiencia, para tomar preso y conducir a Quito, al obispo de Popayán, fray Agustín de la Coruña, por no haber aceptado como Chantre de su iglesia Catedral a un mal clérigo presentado por el Rey. Galarza cumplió su comisión ultrajando al Obispo y sacándole a viva fuerza de su propia Catedral, en donde se encontraba revestido de sus hábitos pontificales y confiscándole su dinero. El Rey, cuando supo lo sucedido, reprobó fuertemente su conducta y el Concilio Provincial de Lima le excomulgó. Viéndose Galarza en disfavor del Rey, excomulgado y aislado de la sociedad quiteña que oía todos los domingos, en la misa mayor de la iglesia Catedral, la lectura del anatema contra el desventurado Capitán, pidió la absolución al Cabildo Eclesiástico y restituyó públicamente al Obispo el dinero confiscado, que montaba a crecida suma. Poco tiempo después, murió en edad temprana, dejando viuda a su mujer, doña Francisca de la Cueva, y huérfanas a sus dos hijas.

La impresión que todos estos sucesos causó en el espíritu de la noble y cristiana esposa del capitán Galarza, fue tanta y tan grande que se encendió en deseos de reparar el escándalo de su marido y decidió trasladar su hogar deshecho a un claustro conventual, y llevando consigo a sus dos hijas, fundó el Monasterio de Santa Clara.

Era doña Francisca hija legítima de don Juan Rodríguez Docampo, Factor y Tesorero de Su Majestad y pariente muy cercano de don Diego Rodríguez Docampo, Secretario del Cabildo de la Catedral de Quito, a mediados del siglo XVII. En su Descripción y relación del Estado eclesiástico del Obispado de San Francisco de Quito, este cronista dedica esta página a su ilustre pariente y santa fundadora:

La dicha fundadora Francisca de Santa Clara fue Abadesa, gobernó siete años con ejemplo de sus virtudes y observancia de su regla. Vino a ser tan penitente en ayunos, mortificaciones, disciplinas y cilicios padecidos en muchos años, que les ha dejado imitación para otras. Tenía el hábito inmediato a las carnes, sin camisa, mientras gozó de salud, hasta que enfermó y la obligaron a usar de túnica de lienzo de tucuyo; andaba descalza sobre unos zuecos; la cama era un pellejo con una frazada, sin consentir se le pusiese tarima; ayunaba las cuatro cuaresmas del bienaventurado padre San Francisco, el Adviento Mayor, el de los Benditos y la cuaresma que ayunó el Santo para recibir las llagas, y en todos estos no comía sino un poco de maíz tostado y a veces cocido, a veinticuatro horas; en la cuaresma mayor del año sus ayunos   —148→   eran a pan y agua y desde el Jueves Santo hasta el Sábado, al traspaso; y las noches se quedaba en el coro en profundas contemplaciones. Todos los días del año tomaba disciplinas de sangre en las espaldas, exceptuando los días festivos; y desde el Miércoles de ceniza hasta el Viernes Santo, se hacía dar por mano ajena los cinco mil azotes de la pasión de Nuestro Redentor, teniéndolos distribuidos en estos días; y llegó a tanto la maceración de sus carnes, que en cinco años que estuvo tullida, no le estorbó este impedimento su frecuencia. Su paciencia fue rara en padecer grandes testimonios y trabajos; y un día de los de su oración vio una visión celestial y desde entonces quedó ciega hasta que murió teniendo los ojos claros. Acabó la vida santa y religiosamente en gran resignación y amor a Dios y Señor. Fue sepultada con dolor y lágrimas de toda su comunidad102.



Nuestro historiador González Suárez dice que «parece que antes de la venida del señor obispo Solís a Quito, se había hecho la fundación del Convento de Santa Clara, pero sin guardar ninguna de las condiciones exigidas por el Concilio de Trento para la fundación de nuevos monasterios»; por lo cual el Obispo la anuló y no permitió a doña Francisca de La Cueva verificarla de nuevo, mientras no probara con público testimonio ante el tribunal eclesiástico que había satisfecho completamente todas las deudas propias y de su marido. Cumplido este requisito, el Obispo le concedió la licencia para la fundación, con la prevención de que el monasterio estuviere en condiciones de guardar clausura, como la Iglesia lo requería103.

En efecto, Diego Rodríguez Docampo señala el mes de mayo de 1595 como el de la fundación del Monasterio y González Suárez, la del 19 de noviembre de 1596, lo que hiciera presumir que aquella pudiera referirse a la primera fundación y esta a la segunda, aunque la fijada por Rodríguez Docampo no concuerda con el parecer de González Suárez; pues el Obispo Solís, en 1595, ya se encontraba en Quito, donde entró a tomar posesión de su obispado el 15 de junio de 1594.

Mas la verdad es otra y no está ni con el cronista, ni con el historiador de estos sucesos.

La primera fundación se hizo el 18 de mayo de 1596 y la segunda, el 19 de noviembre de ese mismo año. Aquella se realizó, pura y exclusivamente, con la sola intervención del Provincial de San Francisco, fray Juan de Cáceres y la asistencia de los religiosos de su convento, haciéndose constar en el Acta que al efecto levantó el Escribano de la Real Audiencia de Quito, Pedro de Robles, que dicho Provincial tenía «facultades y Breves Apostólicas de Su Santidad contenidas y especificadas en el mare magnum de su Orden» para hacer la fundación. La segunda se realizó el 19 de noviembre del mismo año, por haberse anulado la primera por dos causas: no haberse obtenido la licencia previa del Rey y del Obispo diocesano, ni haberse puesto la fundadora en paz y salvo con sus acreedores.

Narraremos, por su orden, las dos fundaciones, apoyándonos en los documentos que conserva en su Archivo el Monasterio.

Iglesia de Santa Clara de Quito.- Planta baja

Iglesia de Santa Clara de Quito.- Planta baja

[Lámina XLIX]