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ArribaAbajoSan Roque y Santa Bárbara

A pesar de que esta iglesia fue edificada en tiempos recientes por el padre Pedro Brunning, sin embargo no recordamos el antiguo y primitivo templo. Los recuerdos que quedan de él son tan pocos, que no se puede rehacer con ellos la historia de un templo que fue fundado por el obispo Solís a fines del siglo XVI.

Es sin disputa el mejor de todos los templos ejecutados por el citado Padre. Es de estilo románico. Su fachada lo mismo que su interior es muy sencilla. Tiene un nártex de entrada graciosamente compuesto que soporta un coro. Sus tres naves están divididas por cuatro arcos, encima de ellos hay una ventana y, debajo, una teoría de arcos ciegos ocupados por santos. El crucero es alto y tiene dos ojos de buey cubiertos con dos ventanas de vidrios de colores en los que se han representado a Santa Marianita de Jesús y San Antonio de Padua. Debajo de San Antonio está el retablo de la Virgen llamada «La Borradora»; antiguo cuadro y antigua devoción de los parroquianos. El retablo está compuesto con partes de otro viejo cuyas columnas son salomónicas de seis vueltas, corolíticas, su tercio inferior está decorado con hojas y se coronan con capitel corintio. El otro retablo, que queda al lado correspondiente en el crucero, está consagrado a San Roque y está compuesto por columnas estriadas y el tercio inferior decorado. Llevan capitel jónico. El retablo del altar mayor aloja el calvario cuyo Cristo es la joya del templo. Dicen que es de Olmos; pero lo cierto del caso es que es de una sencillez de ejecución única. Parece obra moderna. El presbiterio tiene cuatro ventanas, tapadas con vitrales representando el Sagrado Corazón de Jesús y el de María de tamaño natural y las otras ventanas tienen vitrales con una decoración cualquiera.

Entre las estatuas se distinguen una Virgen de Dolores, un San José pequeño que está en un altar consagrado a él y que tiene un antipendium en el que se hallan representados un papa y dos obispos. Esta pieza debe ser, sin duda alguna, de los primeros tiempos de la vida de la iglesia. Hay también un San Juan de Dios, unos candelabros de madera curiosamente labrados y un confesonario, que supera en tallado a los confesonarios de la iglesia de la Compañía. Esto es todo lo interesante que tiene la iglesia que ofrece en su conjunto un todo armónico y lleno de encanto.

Santa Bárbara también es iglesia moderna; en la cual no se conserva nada de lo antiguo, a excepción de unas telas y unas estatuas de diversos santos, de muy escaso mérito. De sus recuerdos no hay rastro alguno, ni del obispo Coruña, ni de los jesuitas que la habitaron por espacio de dos años cuatro meses, de agosto de 1586 hasta enero de 1589, cuando recién llegaron, excepto una   —169→   lápida que se halla colocada a la entrada de la grada en la pared de la casa. Dice así:

Societatis Jesu Quatuor Sodales, ab ipso proeposito Ge-
neralis Francisco a Borgia missi in «Regnum Quitense».
Aequatore postea nuncupandum hanc primam a piis qui-
tensibus obtinuere sedem mense angusto, circa festum
B. Marioe Virginis in coelum assumptoe anni.

M. D. LXXX. VI.

Quiti pridie Kal. Aug. a 1942.



Al pie de la lápida está un medio busto de San Francisco de Borja, esculpido en madera.

La iglesia fue construida por don Juan Pablo Sanz. Es muy sencilla. Tiene planta de cruz griega; pero con sus brazos más pequeños cubierta íntegramente de bóveda de cañón formada por seis arcos fajones en el eje y cuatro en el crucero, rellenados los espacios entre los arcos con cubierta de carrizo. En la mitad soporta una cúpula muy esbelta de armazón de fierro forrada de zinc por fuera, y por dentro lleva casetones de madera, adornados. El tambor tiene doce ventanas que dan luz a la nave. El retablo del altar es de tabla, parece ser antiguo, no tiene mérito alguno. Hay otros altares consagrados a la Virgen del Quinche y al Corazón de Jesús, uno al Calvario, otro a San Antonio y otros dos a San José y a San Judas Tadeo. De los cuadros que existen, hay uno, el cuadro de la Virgen de la Espiga que tiene su interés. Los demás son poco interesantes, a excepción de sus molduras.



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ArribaAbajoEl Hospital

En la época del gobierno del presidente don Hernando de Santillán se fundó el Hospital de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, monumento imperecedero, que subsiste hasta hoy, en los mismos solares comprados a Pedro de Ruanes, «al canto de la ciudad en la calle real, por donde se sube al cerro de Yavirá», nombre con el que conocían el Panecillo o Cerro Redondo, como solía llamarse hasta fines del siglo XVII, al montecillo florentino que domina Quito por el sur.

El 29 de agosto de 1563 se fundaba en Quito el Tribunal de la Real Audiencia, y el 9 de marzo de 1565, el Hospital, a los 30 años de fundada la ciudad, por su primer presidente, que llegó a Quito un lunes, 17 de septiembre de 1564, y la fundación se hizo bajo el patronato del Rey.

El Hospital se fundó tanto para españoles, como para indios, dividiéndose la casa en dos departamentos, cada uno de los cuales tenía lugar separado para los hombres y las mujeres.

El servicio del Hospital estaba a cargo de una cofradía o hermandad, a la que tenía acceso toda persona, blanca o india, que pudiese pagar lo que cómodamente ofreciere contribuir.

El cuidado del Hospital estaba a cargo de un sacerdote que hacía de cabeza o jefe, con el título de mayordomo, y tres miembros más, elegidos entre el personal de la cofradía, uno con el nombre de priostes y los otros con el de diputados.

Pero los cofrades, no sólo ejercitaban la caridad en el Hospital, sino fuera de él y esto, asiduamente, como disponían sus Estatutos, ya que de la práctica de las obras de misericordia «ha de demandarnos cuenta, en el día del juicio, Nuestro Redentor». Y así la cofradía llevaba una lista de las familias pobres a quienes socorrer y averiguaba por las doncellas huérfanas que había en la ciudad, necesitadas de dote para casarse, que se las proporcionaba con fondos del mismo Hospital o con las limosnas recogidas entre las familias ricas. Durante la Semana Santa se casaban algunas doncellas pobres y huérfanas, porque el Viernes Santo no debía haber dinero guardado, pues todo debía ser empleado en provecho de los pobres.

No eran extraños los pobres de la cárcel; pues también ellos recibían alguna limosna los sábados por medio de dos cofrades encargados de hacerles la visita semanal.

La cofradía se fundó el mismo día que el Hospital y fueron los primeros en inscribirse el presidente Santillán y sus empleados, entre los cuales merece recordarse a Jerónimo de Cepeda, el hermano de Santa Teresa, de la Real Hacienda de Quito.

Cuando las cosas estuvieron listas se procedió a tomar posesión. Celebró la misa el canónigo Valderrama y predicó fray   —171→   Francisco de Morales, religioso franciscano. Esto aconteció el primer viernes de Cuaresma, 9 de marzo de 1565, cinco meses después de instalada la Real Audiencia129.

Hasta 1704, el Hospital siguió su marcha, más mal que bien, pues el entusiasmo fue decayendo a ojos vistas, el desaseo era tal y la hediondez tan atroz que monseñor Diego Ladrón de Guevara, cayó desmayado la primera vez que visitó las salas de enfermos. La Real Audiencia y su presidente López Dicastillo buscaban a quien encargar el cuidado de los enfermos y la administración del Hospital, y al fin encontraron en una comunidad religiosa llamada de los Hermanos de Belén, la persona que buscaban. En efecto, esta institución netamente americana, había sido fundada como una rama del franciscanismo, con el venerable Pedro de Betancour, natural de Chasna, Tenerife, y las Constituciones, habían sido aprobadas por Clemente X en 1674, dedicándose a la enseñanza de los niños pobres y al cuidado de los enfermos en los hospitales. Se había ya establecido en Méjico y Lima y se acababa de fundar en Quito, con lo que la fama de caritativos de los betlemitas era ya muy conocida.

El Rey accedió a la solicitud del Ayuntamiento de Quito, apoyado por el Cabildo eclesiástico y las comunidades religiosas, y autorizó la venida de los betlemitas, permitiéndoles se les entregara el cuidado de los enfermos y la administración de los bienes del Hospital.

En 1704 llegaron a Quito fray Miguel de la Concepción y fray Alonso de la Encarnación, pero no se hicieron cargo del Hospital sino dos años después, el 6 de enero de 1706, cuando vino la licencia del Rey. Mientras tanto habían permanecido como huéspedes de San Francisco.

Con gran ceremonia fueron conducidos, en solemne procesión, los betlemitas, precedidos por las comunidades religiosas y el Cabildo eclesiástico y civil, el Presidente y los oidores, al Hospital, que con ellos cambió de aspecto. Se separaron las mujeres de los hombres, poniendo a aquéllas bajo el cuidado de enfermeras, renováronse el pavimento de las enfermerías lo mismo que las paredes, para impedir la existencia de los parásitos que bullían por toda la casa y en toda ella pusieron limpieza y aseo. Se puso una farmacia con cuanta droga era conocida, y con tal honradez y economía administraron los bienes, que en poco tiempo compraron dos haciendas para el servicio del Hospital130.

La capilla del Hospital fue construida en tiempo de los padres betlemitas; así lo demuestran sus retablos que son barrocos, con columnas salomónicas, unos y otros, con estípites, con columnas como las que se ven en el Sagrario, decoradas con niños caprichosamente puestos, interrumpiendo continuidad, condiciones de la arquitectura del siglo XVIII; sin embargo hay detalles en la   —172→   construcción del edificio, que son anteriores a la época de las construcciones betlemíticas, tales como la capilla del Arco de la Reina que tiene una hermosa puerta mudéjar y conserva los restos de su coro o sacristía, así como de la puerta de entrada por la calle García Moreno. Dicha capilla, hoy desnuda de su retablo consagrado a la Reina de los Ángeles y casi abandonada, conserva la siguiente inscripción escrita sobre una lápida:

ACABOSE EST (A) Sta. CAPILLA
DE NRA Sra D(E) LOS ANGELES
A 14 D(E) SEPTIEMBRE AÑO
D (E) 1632 SIEND (O) M(A)YORD(O)
MOS JOSEP(H) D(E) LVNA Y DIE
GO RVIZ SUS ESCLAVOS.



Años después, Miguel de Santiago compró «dos pilares de piedra que servían en el retablo de Nuestra Señora de los Angeles, a Josepf de Luna, mayordomo, en treinta pesos, por cuya cuenta hice las pinturas que se hallan en su capilla, y no debo cosa alguna. Mando se traigan dichos pilares».

Esto debió ser por el año de 1705, ya que su cobranza es disposición testamentaria, y Miguel de Santiago murió en diciembre de aquel año.

Santa Mariana de Jesús acostumbraba ir a esa capilla, pues para ella era un oratorio, que le quedaba cerca de su casa; y no pudiendo entrar a la misma capilla, se contentaba con sentarse en un rincón en la sacristía y permanecer largos ratos en oración. Aun se muestra el sitio que ella ocupaba. Para entrar al coro o sacristía de pocos metros de extensión (no tiene la pieza más de seis a ocho metros cuadrados de superficie), se servía de la puerta que daba a la calle García Moreno y que hoy está condenada. Sin embargo, la pieza con sus puertas y ventanas son de la época, indudablemente.

La devoción a la Reina de los Ángeles se extendió en la ciudad, al extremo de que para evitar la interrupción del tráfico cuando los devotos practicaban sus actos piadosos, con orquesta, hubo que hacer el arco llamado de la Reina, arco que une la capilla con la plazoleta o atrio que queda en la iglesia del Carmen. Este arco fue construido en el año de 1727. El año anterior el capitán don Rafael Sánchez Pabón, mayordomo de la Capilla se dirigió al Cabildo, en demanda de licencia para construir dos arcos desde los extremos de dicha Capilla hasta la pared de las casas del maestro don Juan de Acuña, presbítero, y una tienda perteneciente a la misma Capilla. El Cabildo le concedió la licencia solicitada, tanto por ceder lo referido en provecho de la Majestad Divina, cuanto por redundar la fábrica en adorno de la ciudad. El arco era muy bien hecho, pues en vez del adorno circular que le han añadido, llevaba, como remate, una balaustrada graciosa, y al lado izquierdo, una torre que tenía una campana. La Municipalidad de Quito debe restituir el Arco de la Reina, que así se llamó desde entonces por la   —Lámina XXVI]→     —173→   Reina de los Ángeles, a su primitivo estado, a fin de que, corresponda a la idea de ornamento de la ciudad, como lo quiso el Cabildo de 1726. Y ya que estamos empeñados en el turismo, reparar la Capilla a su primitivo estado, antes de que acabe de arruinarse, conservando el recuerdo de Mariana de Jesús, que nos trae el rinconcito aquel que servía de sacristía a la Capilla131.

El Sagrario. Detalle de uno de los retablos

El Sagrario. Detalle de uno de los retablos

[Lámina XXVI]

La capilla del Hospital construyeron, como dijimos, los betlemitas; pero dejaron inconclusa la torre y el abovedamiento del cuerpo de la iglesia. La madre Margarita, tan inteligente religiosa, como entusiasta obrera, logró salvar el retablo del presbiterio y lo restauró a maravilla. Ella colocó el antipendium o frontal desenterrando uno antiguo que sin duda perteneció a la capilla primitiva y le hizo dos figuras más para darle la extensión de la mesa del altar. Ella decoró el nicho del sagrario, despojado de su decoración que había sido trasladado al nicho superior, repitiendo la misma decoración quitada. El escultor que ejecutó estas obras fue el hábil Miguel Ángel Tejada. Ella hizo componer muchas piezas del retablo con talento para ser repuestas y para enriquecer el retablo, sin perder su carácter. Ella, en fin, hizo hacer la segunda puerta, la del lado del Evangelio, y dorar todo el retablo. La Municipalidad le costeó, en su mayor parte, las obras. Justo es hacer justicia a una mujer que honra a su sexo. Con gusto estampamos aquí su nombre para que la recuerden las generaciones futuras. Ahora está tratando de concluir lo que los betlemitas no alcanzaron, es decir, hacer la bóveda y completar la torre.

Describamos el templo. La iglesia tiene su planta completamente rectangular. Es de una sola nave con cúpula y coro alto sobre bóveda de cañón en la entrada. Hecha para ser cubierta con bóveda de cañón, ésta no se halla concluida; principiada la ejecución de la bóveda se la suspendió en su arranque, desarmando la   —174→   cercha y completando el abovedamiento comenzado con tiras de madera.

Se levanta la iglesia sobre un podio, en el que se ha formado un atrio pequeño con pretil, al que se accede por cuatro escalones de piedra. La parte oriental del podio es de factura reciente.

La fachada es muy sencilla, pero muy interesante. La componen dos conjuntos sin nexo alguno de unión, aunque se halla superpuestos: el uno corresponde a la puerta y el otro a la ventana del coro. El de la puerta se compone de dos semipilastras decoradas y de dos columnas romanas corintias, algo cortas y panzudas, que, apoyándose en grandes bases de frentes decorados, soportan una cornisa sobre la cual se halla un frontón triangular flanqueado de dos remates en espiral, muy originales, y dentro del cual se ha colocado, entre frondas una gran tarjeta con la representación del nacimiento de Cristo. Dentro de esta composición está inscrita la puerta de arco semicircular trasdosado y ornamentado en su extradós, y que descansa sobre dos pilastras adornadas de corchas y decoración floral, con la que también se han enriquecido, llenándolas, las albanegas de aquel arco.

El conjunto superior de la ventana se halla compuesto de un basamento sobre el cual se levantan dos pilastras de fuste decorado que flanquean a un gran óculo ochavado de piedra, y todo ello terminado en un arco de medio punto bajo el cual se ha puesto, en medio de campo decorado, un escudo redondo con tres coronas y una estrella. Dos remates piramidales dan término a esta composición.

Entrando al interior nos encontramos bajo un coro sostenido por una bóveda de cañón, cuyos dos arcos fajones se apoyan sobre los muros laterales, que, en el cuerpo central del edificio se hallan organizados mediante la división en tres espacios separados por dobles pilastras de capitel corintio sobre las cuales corre un entablamento de módulo denticular, para soportar la bóveda, cuyos arcos fajones se hallan comenzados y entre los cuales se abren a un lado y a otro tres lunetos. Seis preciosos retablos ocupan los seis huecos arqueados abiertos en los muros centrales de la iglesia, consagrados, ayer a San Joaquín, San José, Jesús, María, la Virgen del Carmen y Santa Rosa, y hoy a la Oración en el Huerto, a la Inmaculada, San Vicente de Paúl, Santa Luisa de Marillac, la Virgen del Carmen y Santa Rosa de Lima.

Siguen a estos retablos, otros dos mucho más grandes que se hallan situados bajo la cúpula, dedicado el uno a San Juan de Dios y el otro al Calvario y luego, en el Presbiterio, el retablo mayor que ocupa todo el testero de la iglesia. Todos estos retablos son ejecutados en rojo y oro. A la derecha, casi en el centro, se halla el púlpito.

Los dos retablos grandes laterales que se encuentran bajo la cúpula, si bien son semejantes, no son iguales. El del lado de la Epístola se halla hoy consagrado a San Juan de Dios, cuya imagen, de factura comercial moderna, lleva. En la línea de su conjunto es una imitación de los retablos del crucero de la iglesia de San Ignacio   —175→   en Roma, que son los prototipos. Tiene, pues, un nicho central flanqueado por cuatro columnas, dos a cada lado, colocadas en planos diferentes; pero con la diferencia que no son salomónicas como las del original, sino de fuste llano y con una curiosa decoración francesa del siglo XVIII, el tercio inferior con un embutido, capitel corintio y en el encuentro del capitel con el fuste, borlas colgantes en medio de una decoración lineal. La mesa del altar con el estilóbato del retablo forma un solo conjunto y lleva también en su contorno, borlas y decoración floral estilizada. Examinando con alguna detención el retablo, se ve que domina alguna pobreza en su decoración, sobre todo cuando se le compara con las similares de la Compañía, la Merced y aun los chicos que se hallan en la misma iglesia del Hospital, que luego pasaremos a estudiarlos. El retablo se destaca sobre la pared sin fondo alguno, excepto dos panales que simulan nichos, sobre los cuales se destacan las figuras de dos ángeles sobre sus repisas respectivas.

Al frente de este retablo se encuentra el dedicado al Calvario, con una organización más o menos similar al anterior; pero con una diferencia profunda en su forma, a excepción de la mesa del altar y estilóbato, de los cuales se levanta, y que son idénticos en uno y otro. Hay que tener en cuenta que los seis retablos chicos de esta iglesia van pareados, como ya lo veremos; para que no deje de impresionar la diferencia de forma en los dos grandes laterales.

El retablo está trazado sobre una planta rectangular de puro fondo, de modo que las cuatro columnas que flanquean el nicho central en el que se aloja un gran Calvario, están en un solo plano, soportando, pareados, un arco escarzano. Remata el retablo en su parte superior con un frontón de línea mixtilínea. Las columnas del retablo son salomónicas sólo en su tercio inferior, y estriadas por añadidura, el resto del fuste es llano con una decoración parecida a la de las columnas del retablo de San Juan de Dios. Y como éste, lleva en la pared del fondo, sobre la que se destaca el retablo, unos paneles con dos angelitos sobre repisas. El Calvario es hermoso, con la Dolorosa vestida con paños naturales.

Sobre este cuerpo de la iglesia se levanta, sobre pechinas, una cúpula con nervios acusados, tres claraboyas o ventanas, sin tambor y con su respectiva linterna de cinco luces. Alargada en su altura para comunicar la esbeltez, aparece en su exterior como una media naranja, revestida de azulejos verdes y coronada de su linterna de hermosa forma.

En seguida viene el púlpito situado en el muro del lado de la Epístola. Se desprende de un fuste salomónico de tres vueltas decorado con uvas que termina en una media figura, realzada de plata, verde y bronce, en ademán de sostener la taza del púlpito con sus brazos extendidos. Cuatro embutidos con cara plateada en decoración de hojarasca soportan el púlpito, cuya jube se divide en cuatro paneles por pequeñas columnas salomónicas, en medio de las cuales se han organizado nichos de fondo plano, formado por dos columnas cosmatescas que sostienen un arco mixtilíneo adornado   —176→   de una concha, a manera de absidiola del nicho. Ocupan esos nichos las estatuillas de Santo Tomás y otros tres santos cardenales, doctores de la Iglesia. El pasadizo hacia la grada y ésta misma se hallan cubiertos con madera tallada, formando un pretil con decoración semejante a la del púlpito, aunque menos rica, terminando ese pretil en el último peldaño de la grada con una pilastra caprichosa compuesta de varios temas superpuestos con una piña entre hojas como remate. El tornavoz es un gran trozo macizo y ochavado, con recargada ornamentación y acusada la unión de sus ocho partes por un querubín embutido en cada ángulo, con cara plateada y lleva, como remate, una estatua de un santo. El tornavoz se une al púlpito por intermedio de una tabla tallada, en la cual se ha figurado un nicho semejante a los del púlpito, pero con proporciones adecuadas, en ella se halla la imagen de la Inmaculada Concepción, ideada por Legarda.

Las seis capillitas laterales a que hemos antes hecho referencia tienen seis retablos, pareados, de los más hermosos de la tradición escultórica quiteña. El primer modelo está calcado en el de los retablos del crucero de la iglesia de la Compañía y tiene, como éstos, sus cuatro columnas salomónicas flanqueando al nicho central, una cornisa volada sobre la cual se levanta un frontón de medio punto, con saliente en la clave, y termina en un segundo cuerpo que, apoyado a dos pequeñas pilastras, forma un esbelto remate curvilíneo con la misma cornisa que se le ha sobrepuesto a las pilastras. Encima de este remate hay un escudo redondo con el monograma de Joseph en el retablo junto al púlpito y el de Joachim, en el del lado contrario. La decoración de los dos retablos difiere muy poco, pero su línea constructiva es idéntica en ambos.

El segundo modelo tiene en su estilóbato un sagrario; pero conserva en su cuerpo inferior las cuatro columnas salomónicas con el nicho central iguales al anterior y hasta en su línea general se parecen. Solamente al cuerpo superior se ha dado mayor importancia y se le ha revestido de mayor riqueza de líneas y ornamentación, mediante un cuerpo intermedio ondulante colocado sobre dos repisas situadas en el eje de las columnas interiores del cuerpo principal. Para terminar y coronar el retablo, se ha repetido como remate el del retablo jesuítico, pero dando mayor ensanche y movimiento al remate central y volando su cornisa. En la clave del nicho grande hay dos niños que llevan colgando de sus manos un manojo de uvas. En el cuerpo intermedio un corazón y en el remate el monograma simbólico de Jesús, en el retablo del muro oriental, y el de María, en el del occidental. Además en el primero, dentro del remate central, una imagen de Cristo y la paloma simbólica del Espíritu Santo. Hoy este retablo está consagrado a San Vicente de Paúl y ostenta una bellísima estatua hecha por Domingo Carrillo.

El tercer modelo es completamente distinto de los anteriores y muy original. Se compone de dos cuerpos, cada uno con un nicho: el inferior grande, de medio punto y con su absidiola de concha, flanqueado por cuatro pilastras, pareadas, con decoración   —177→   de mobiliario y una especie de capitel corintio, encima del cual corre una moldura, que luego cae a manera de cenefa hasta el nivel del tercio superior de las pilastras, para continuar decorando el interior del nicho, limitando la concha de su absidiola y sirviendo como de dado para el arranque del arco. Sobre las pilastras se han colocado unas grandes repisas con cornisas muy voladas, desde las cuales sale un arco carpanel que se quiebra y se interrumpe para caer con toda su moldura hasta más abajo de la línea de separación de los dos cuerpos del retablo, y alzarse después para formar el apoyo de una gran peaña sobre la cual está la estatua de Santa Rosa, sentada y alojada en el nicho superior formado en el segundo cuerpo, coronado por un gran baldaquino que viene a servir al mismo tiempo de remate al retablo, y flanqueado por dos curiosísimas pilastras que llevan embutidas en su fuste dos semicolumnas de extraña decoración y enriquecido este conjunto con una moldura ondulante nacida de la cornisa con que terminan dos dados laterales sobrepuestos al arco carpanel interrumpido del cuerpo principal. En las enjutas del arco del nicho inferior, la decoración está realzada con plata, bronce, verde y morado, produciendo en reflejos metálicos de las lacas orientales. Uno de los retablos está consagrado a Santa Rosa, cuya estatua, de pie, ocupa el nicho principal y el otro, a la Virgen del Carmen. Este último tiene también la estatua de San Antonio de Padua en el nicho del segundo cuerpo.

Todos los retablos de esta iglesia, inclusive el del presbiterio, están hechos en rojo y oro.

El ábside de la iglesia es cuadrangular y tiene una absidiola alta que sirve de sacristía. Dos hermosos vanos laterales comunican con otras dependencias del Hospital, uno de ellos tiene una hermosa puerta tallada y dorada con una tarjeta semicircular de delicados y bien torneados balaustres. El retablo en rojo y oro tiene dos cuerpos divididos en tres secciones por columnas salomónicas. La sección central del cuerpo inferior se subdivide, a su vez, en dos partes superpuestas: la una ocupada por un gran sagrario de planta circular con puertas convexas y la otra, por un nicho ricamente compuesto, con dos arcos interiores colocados en dos distintos planos comunicándole de este modo un sentido de mayor profundidad. Esos arcos semicirculares son finamente moldurados en su arquivolta y descansan sobre columnas pequeñas de capitel corintio y fuste curiosamente formado con haces de vástagos florales, apeadas sobre altas bases cúbicas decoradas a paneles. El arco exterior del nicho se eleva de otras dos columnas más raras todavía que las anteriores; pues su fuste simula una columna estriada ahogada en su tercio superior por una faja de anchísimas hojas y, en sus dos tercios inferiores, con largas fajas trenzadas y exentas, oprimidas en la mitad con una banda de hojas. Se diría un fuste abullonado como las mangas de los vestidos de la época de Enrique IV. Más curiosas son aún las dos medias columnas que se encuentran a los lados del sagrario. Su fuste está formado por una gran hoja acanalada que, desprendiéndose de la base de la columna, se retuerce sobre sí misma como para dibujar la espiral de una columna salomónica;   —178→   se interrumpe este motivo en el centro por otro floral curvilíneo y un ángel que lleva en sus manos un racimo de uvas y una espiga de trigo, y se termina con capitel corintio. No se puede concebir columna más caprichosamente formada como ésta. Las secciones laterales de este cuerpo inferior del retablo están compuestas de dos nichos semicirculares en los entrepaños de cuatro columnas salomónicas, sobre cuyos cimacios corre un gran moldurón que separa el primer cuerpo del segundo, y que en la sección central forma un gran arco rebajado con su tercio central invertido. El cuerpo superior es un trasunto del inferior, pero más simplificado, pues sólo lleva en su parte central una gran hornacina que hoy ocupa el cuadro de la Reina de los Ángeles, que estaba antes en la capilla del Arco de la Reina, y a sus lados otros dos nichos entre columnas salomónicas iguales a las del cuerpo bajo, pero más pequeñas. En la entrada del nicho central se han colocado unas dos preciosas figuras de embutidos cuyas manos levantadas en alto hacen ademán de sostener el peso de un entablamento, a manera de cariátides. Las figuras son ricamente pintadas a todo color. Sobre los cimacios de las columnas salomónicas de los extremos, están los ángulos agudos de un frontón interrumpido y sobre los de los centrales, un gran remate triangular de líneas curvilíneas que se recogen en volutas o espirales sobre sus bases y en el centro, un sol centelleante en medio del cual está el monograma de María.

El ábside tiene bóveda de cañón en el sentido del eje de la iglesia y una ventana lateral que le ilumina.

La cúpula en su exterior, o sea el domo que la recubre, refleja sus nervaturas y se corona con una esbelta linterna. Está íntegramente cubierta con azulejos verdes de medio mogote.

Son interesantes los dos patios del Hospital: ambos con dos galerías superpuestas; pero en el uno, al inferior, de arquería de medio punto sobre pilastras ochavadas de piedra y la superior, adintelada sobre pilares de madera con zapatas; y en el otro, ambas galerías se organizan sobre pilastras de piedra. En la mitad del primero hay una hermosa fuente de agua.