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"Ana y los lobos ", cuento cruel, alegoría, crítica mitigada

Crítica a "Ana y los lobos"

Lorenzo López Sancho





No han transcurrido dos meses desde la presentación de Ana y los lobos en el Festival Internacional de Cannes y ya está aquí. Lo primero que se advierte es que este filme, decoroso en la galería de selectos del Festival, es en el cine nacional una producción sobresaliente. Vive nuestro cine de esta hora en dos extremos: o la adaptación de novelas, dramas, anteriores al momento en que vivimos -Marianela, Flor de santidad, La guerrilla, La duda- o la creación de guiones ad hoc que o son de un mimetismo frecuentemente paródico y vergonzante o caen en una comerciliadad apuntada a los más bajos estratos infraculturales del país.

Fuera de esas dos actitudes, respetable y aún encomiable la primera: nunca lo bastante recusada la segunda, Ana y los lobos señala una actitud digna. La del examen crítico de nuestra sociedad actual, condicionado inevitablemente, por los rigores de una censura de cortísimo vuelo que en tanto persista mantedrá en su actual postración a la creación cinematográfica española.

Ana y los lobos es un cuento cruel, una alegoría que se apoya en la realidad española como la bailarina se apoya en el tablado; sobre la punta del pie. Ana, institutriz extranjera, llega a una casa española, aislada para cuidar a los niños de la familia que la habita... Ana, por su libertad de espíritu, por su curiosidad, por su complaciencia, trastorna el orden establecido. Los tres hombres de la casa están perturbados por su presencia.

Todo va a cambiar en esa casa que la alegoría nos hace entender que es España, de la misma manera que José, Fernando y Juan simbolizan actitudes prototípicas españolas, si no es que representan de manera velada estratos que participan en el poder, que rivalizan entre sí, que recelan de su contorno y se encuentran unidos sólo por un inmovilismo conservador que les hace sentir verdadero terror ante cualquiera modificación de la estructura en la que viven apresados.

Finalmente, cuando la conturbadora presencia de Ana amenace con la destrucción de ese sistema equívoco, antinatural, enfermizo, pero útil en que la familia vive, José, Fernando y Juan, tras satisfacer en ella de sus obsesiones, la matarán. Sólo esa destrucción, el aniquilamiento de todo lo que venga de fuera, de todo lo que innove, de todo lo que introduzca en la mansión un aire al que está cerrada, puede tranquilizarles, garantizarles la continuidad de una vida a cuyo horror están habituados.

Es muy personal el tiento, la cautela, con la que Saura realiza esta alegoría crítica. Resulta innegable cuán atemperada, atenuada, evaporada, resulta esta amonestación que de sarcasmo se reduce a sonrisa advertida, triste, desalentada. Ana y los lobos se asienta en el carácter fundamentalmente elusivo del arte español de estos años. Podía haber sido un alegato vigoroso, una denuncia enérgica. Se queda en insinuación, cuyas limitaciones saltan a la vista, pero aún así el filme tiene una intensidad, una profundidad de concepción no habituales en nuestro cine, que cuando se pretende crítico cae en naderías o en subproblemas sexuales y sociológicos que por su inanidad resultan ridículos.

Se ha dicho que Saura está sujeto aquí a la influencia de Buñuel. Yo diría que, aún aceptando la sombra magistral del genial realizador de Calanda, Saura tiene autonomía tanto en el tratamiento, como en la confinada temática del guión en el que se ve el talento de Azcona, cien veces superior aquí a su participación en alguna película escatológica en la que los que quieren ser progresistas a toda costa confunden la m... con el talento.

La sombra de la censura deseca la naturalidad de la acción y eso pesa evidentemente sobre el trabajo del realizador y de sus intérpretes. Ya he dicho en Cannes y no veo motivos para rectificarme ahora, que Prada está seco en el José Autoritario; absorto, más que místico. Fernán-Gómez, un gran creador de tipo como el del obseso sexual que aquí le ha sido confiado. En cuanto a Rafaela Aparicio, brilla en un cometido fácil que le va como anillo al dedo; Charo Soriano es superior a su breve cometido y Geraldine Chaplin es todavía poco actriz para el cometido que aquí tiene.

Técnicamente la planificación, el montaje, los encuadres son de estricta calidad, de sentido cinematográfico moderno, funcional y válido. Ana y los lobos es como la fotografía amarilleada por el tiempo de un original que no conocemos: de la película que Saura hubiera podido hacer con su tema si se le hubieran dejado. Con todo, una película sobresaliente en nuestro cine de estos años.

ABC, 21 junio 1973





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