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Se nota también que cierta delicadeza de sentimiento, pasa por un mérito. Que un hombre después de una comida copiosa pueda dormir un profundo sueño; se dirá de él que tiene un buen estómago, mas no se hará de ello un mérito. Que otro, por el contrario, sacrifique una parte de su comida al placer de oír la música, que halle en un cuadro una agradable distracción y que estime leer cosas ingeniosas, a no ser que fuesen pequeñas poesías, pasará a los ojos de casi todo el mundo por un hombre distinguido, y se tendrá de él una opinión ventajosa.

 

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Este género de virtud la hemos llamado más arriba, por un juicio severo, virtud adoptiva; mas aquí en esta relación con el carácter del bello sexo, como merece juzgarse favorablemente, la nombramos en general virtud bella.

 

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Como todas las cosas del mundo tienen también su lado malo, es fastidioso que esta especie de gusto, degenere más fácilmente que otro en libertinaje; porque como el fuego que una persona ha mostrado, puede ser aumentado por otra, no hay bastantes trabas para retener en los justos límites tan indomable inclinación.

 

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Esta ventaja pierde por sí misma mucho de su importancia, si es cierto, como se pretende haberlo notado, que los hombres introducidos demasiado pronto y con mucha frecuencia en sociedades que las mujeres consideran de tono, vienen a ser ordinariamente raros, enojosos y aun despreciables en las sociedades de hombres, porque han perdido el gusto para un entretenimiento animado, pero sólido; divertido, pero serio y útil.

 

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Mi objeto no es en manera alguna pintar perfectamente los caracteres de las naciones, sino solamente bosquejar algunos rasgos que expresen sus sentimientos con relación a lo sublime y a lo bello. Es fácil ver que no se debe exigir de un bosquejo de este género una perfecta exactitud, cuando no buscamos nuestros modelos más que en la muchedumbre de los individuos que reúnan las más excelentes cualidades de esta especie. Es por lo que una crítica que caiga por casualidad en un pueblo, no deba herir a nadie, porque cada uno puede volver la pelota a su vecino. En cuanto a la cuestión de saber si estas diferencias que separan las naciones, son accidentales y dependen de las circunstancias y de las diferentes especies de gobierno, o si ellas son referentes al clima necesariamente, yo no me he podido ocupar aquí.

 

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Apenas es necesario renovar mi precedente justificación. La parte distinguida de cada pueblo presenta caracteres dignos de elogio en todos los géneros, y aquel sobre el que cae tal o cual reproche, si es bastante fino para entender su interés, sabrá exceptuarse por sí mismo y abandonar los demás a su suerte.

 

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No se puede estar muy seguro, leyendo las obras de metafísica, de moral y de religión de este pueblo. Se halla allí ordinariamente ordinariamente una bella apariencia, pero que no resiste el experimento de un examen reflexivo. El francés es atrevido en sus expresiones, pero para llegar a la verdad, es necesario menos atrevimiento que circunspección. En la histeria refiere voluntariamente anécdotas, a las cuales no los quita más que ser verdaderas.

 

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Son las mujeres en Francia las que dan tono a todas las sociedades. Por lo que es necesario defender que sin el bello sexo, las sociedades son bastante insípidas y enojosas, pero que si las damas dan en ellas el tono de lo bello, los hombres, por su parte deberían dar el de lo noble. Además, las sociedades vendrían a ser completamente enojosas por la razón contraria, porque no hay nada más raro que una dulzura continuada. Según las costumbres francesas, no se pregunta si el señor está en casa, sino si madame está en ella, madame está en sus vapores (ciertos caprichos); en una palabra, es con madama y sobre madama sobre la que se hacen y giran todas las conversaciones; a ella a quien se refieren todas las partes de placer. Sin embargo, las mujeres no son estimadas bastante. Un hombre que se entrega a las bagatelas, no tiene el sentimiento de la verdadera estima ni el del verdadero amor. Yo no querría por todo el oro del mundo haber dicho lo que Rousseau ha osado sostener: «Que una mujer no es nunca otra cosa que un gran niño.» Mas un ingenioso filósofo de Génova escribía así en Francia, y probablemente este gran apologista del bello sexo se indignaba de ver que no se tuvo en este país una verdadera estima por las mujeres.

 

179

Eitelkeit.

 

180

Hochmuth.