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Acto primero

Los conjurados

La taberna de las tres grullas

   Mesas, sillas groseras de madera. -Puerta al fondo del teatro que da a una plaza. -Interior de una casa vieja de la Edad Media.

Escena I

     LORD ORMOND, con traje de puritano, esto es, con el cabello rapado, con el sombrero alto y de alas anchas, con ropilla de paño negro, calzones de sarga negra y botas altas. LORD BROGHILL, vestido de caballero elegante, sombrero con plumas, con calzones y ropilla de satín acuchillados y con borceguíes.

     LORD BROGHILL, entra por la puerta del fondo, que deja entreabierta y que permite ver la plaza y las casas alumbradas por el día, que amanece. Viene leyendo atentamente una carta. LORD ORMOND está sentado delante de una mesa en un rincón oscuro.

   BROGHILL.-«Mañana, 25 de junio de 1657, la persona que lord Broghill buscaba en otro tiempo le espera al amanecer en la taberna de las «Tres Grullas». Ésta es la taberna; aquí fue donde se escondió, dentro del mismo Londres, Carlos, cuando se vio solo y abandonado de Dios y defendía la cabeza, después de defender la corona, para huir de Cromwell. ¿Pero quién me enviará este billete que recibí ayer? Esta letra...

   ORMOND.-(Acercándosele.) ¡Dios guarde a lord Broghill!

   BROGHILL.-¿Quién eres tú que a esta hora me haces abandonar el palacio para venir a este tabuco desierto? ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Quién te envía? (Yo he visto a este hombre en alguna parte.)

   ORMOND.-¡Lord Broghill!

   BROGHILL.-Respóndeme, que a los ganapanes como tú se les hace gran honor tratándoseles bien como te trato yo.

   ORMOND.-Esas palabras no son dignas de un senador popular ni de un amigo de Cromwell.

   BROGHILL.-Cromwell es un antiguo puritano, que si le hubieses despertado tan temprano como a mí, te hubiera hecho colgar de una horca para que nunca te se hubiera vuelto a ocurrir semejante idea.

   ORMOND.-(No espero despertarle, espero dormirle.)

   BROGHILL.-Cromwell al fin va a asegurarse en el trono y sabrá castigar a la canalla insolente.

   ORMOND.-Su trono es un tajo y su púrpura es sangrienta. Yo veo esto, y vos, servidor tránsfuga de los Stuardos, vos lo habéis olvidado.

   BROGHILL.-Esa mirada... esa voz... ¿Quién sois?

   ORMOND.-Acordaos, milord, de las guerras de Irlanda; en ellas los dos servíamos al rey.

   BROGHILL-¡Eres mi antiguo amigo el conde de Ormond! ¡Eres tú! ¡Tú en Londres! ¡Y la víspera del mismo día en que Cromwell, triunfante, va a elevarse a la dignidad real! ¡Han puesto a precio tu cabeza! ¡Si te conociesen...! ¿Qué vienes a hacer aquí, desgraciado?

   ORMOND.-A cumplir mi deber.

   BROGHILL.-Te disfraza completamente ese traje... ¡Qué cambiado estás!

   ORMOND.-Menos que tú, que doblas las rodillas ante Cromwell y que te arrastras a los pies de un infame regicida. Yo cambié de traje, pero tú has cambiado de alma. ¡Tú, que tan grande eras en los combates! Has subido muy alto para caer muy bajo.

   BROGHILL.-Te compadecía vencido, te reverenciaba proscripto, pero ese lenguaje...

   ORMOND.-Es severo, pero justo. Óyeme, que todo puede aún repararse. Sírveme...

   BROGHILL.-¿Acerca de Cromwell? Sí; corro a implorar tu perdón...; puedo salvarte la vida.

   ORMOND.-¡Detente! Pídeme primero que proteja tu cabeza; porque tu protector, tu rey, Cromwell, está más cerca de perderla que yo.

BROGHILL.-¿Qué estás diciendo?

ORMOND.-Escúchame. Cromwell, devorado por la tristeza, cansado de los títulos mezquinos de protector y de alteza, quiere subir las gradas del trono y que los reyes le llamen majestad. Pretende apoderarse de la sangrienta herencia de Carlos I; pues bien, heredará su trono y su tumba. El orgulloso rey regicida sentirá muy pronto el peso de la corona, verá muy pronto que aplasta algunas veces las cabezas que ciñe.

   BROGHILL.-¿Qué quieres decir?

   ORMOND.-Que mañana, a la hora en que se abra el palacio de Westminster para ese rey, que el infierno va a consagrar, en las mismas gradas del trono que va a usurpar, nuestras espadas le harán caer ensangrentado.

   BROGHILL.-¡Insensato! El ejército le adora, y es imposible traspasar sus filas espesas de alabarderos, de heraldos, de maceros, de mosqueteros negros y de coraceros rojos.

   ORMOND.-Los tenemos de nuestra parte.

   BROGHILL.-¿Fundas tu loca esperanza en unir en un mismo bando a los caballeros y a los puritanos?

   ORMOND.-Verán tus propios ojos aquí dentro de poco a los partidarios del rey confundidos con los partidarios del Parlamento. A los sombríos puritanos los arrastra el fanatismo, y no quieren a Cromwell, como no quieren a Carlos. Su jefe Lambert, que es rival de Oliverio, se ha unido a nosotros y pretende reemplazar a Cromwell; pero eso ya lo trataremos más tarde. El oro de España y de Flandes nos proporciona muchísimos aliados; en una palabra, la partida es nuestra y vamos a jugar los dados.

   BROGHILL.-Tened presente que Cromwell es muy diestro y que os jugáis la cabeza.

   ORMOND.-Nuestra sublevación es de éxito seguro. Rochester es el emisario que nos traerá aquí ahora mismo la voluntad secreta del rey y que vendrá con Sedley, Jenkins, Clifford y Davenant. A esta cita asistirán también Carr, Harrison, Ricardo Willis...

   BROGHILL.-Ésos están en la cárcel, son enemigos que Cromwell tiene encerrados en la Torre de Londres.

   ORMOND.-Una palabra va a confundirte. Ligados a la misma causa, pero por motivos diferentes, para derribar a Oliverio contamos entre nuestras filas al carcelero de la Torre, a Barksthead el regicida, que la esperanza de alcanzar el perdón le hizo afiliarse a nuestro bando. Ya ves que la rebelión está bien tramada, la red bien tendida, y caerá en ella. Unánimes los partidos, han cruzado sus abismos bajo el trono que él levanta. Por eso yo llego ahora del continente. Quisiera salvarte, milord, y por eso te pregunto en nombre de Carlos II mi señor: ¿quieres vivir siendo leal o morir siendo traidor?

   BROGHILL-¿Qué es lo que pretendes?

   ORMOND.-Que vuelvas a alistarte bajo la bandera real.

   BROGHILL.-He sido vasallo tan digno y tan leal como tú; defendiendo a Carlos I, en nuestras guerras civiles tomé por asalto castillos y defendí ciudades, y vine a parar por mi destino cruel de soldado de los Stuardos a cortesano de Cromwell. Deja que siga su triste suerte este desgraciado tránsfuga, y a tu vez escúchame: quiero que seas mi juez. Durante la guerra con el Parlamento vine a Londres a armar un regimiento, escondiéndome como tú hoy, porque estaba proscrito. Un día vino a visitarme un desconocido; era Cromwell. Mi vida estaba en su poder, él me salvó, y por él olvidé mi deber. Se apoderó de mí, y muy pronto, como él, me convertí en rebelde y en sacrílego, apoyé a sus republicanos, y a pesar de ser enviado del rey, le combatí. Después Cromwell me nombró par, teniente general de artillería, lord de su corte y de su Consejo privado. De modo que habiendo recibido tantos favores de su mano, si cae debo caer con él, y no puedo, a pesar de ser rebelde a mi rey legítimo y de que el afecto me ligue a su causa, volver a sus banderas sin cometer una traición.

   ORMOND.-Rompiendo con nosotros el yugo que nos oprime, probarás que te arrepientes.

   BROGHILL.-Me arrepentiría cometiendo un nuevo crimen. No puedo ser cómplice de tu fatal secreto, pero sí que puedo ser discreto confidente. Debo, permaneciendo neutral en la lucha, sufrir vuestro triunfo o dulcificar vuestra caída, y sea quien sea el vencedor, o perecer con Cromwell o inclinarle a que os perdone.

   ORMOND.-¡Debes callar y no obrar! De ese modo serás pérfido con Cromwell, sin servir a tu verdadero señor. Sé sincero amigo o sincero enemigo; no seas traidor ni fiel a medias. Antes que eso, denúnciame.

   BROGHILL.-Conde, si no estuvieras proscripto me darías explicación de esa palabra.

   ORMOND.-Perdóname, milord, que soy un soldado veterano, que he servido veinte años fielmente al rey, y casi todos mis servicios, casi todos mis combates los llevo escritos en mi cuerpo con grandes cicatrices. Mi cabeza ha blanqueado bajo el casco y mi cuerpo ha envejecido dentro de la armadura. He luchado con los únicos brazos que podían en el mundo derribar o sostener el trono de Inglaterra, y vi caer ese trono destrozado en los campamentos. Pero al fin, voy a alcanzar el objeto de todas mis fatigas, porque Cromwell va a sucumbir; pero para amargar mi alegría, para emponzoñar mi gloria, ¿ha de matar mi triunfo a un amigo antiguo y querido? Acuérdate que juntos los dos hemos mojado en la misma sangre nuestras espadas y hemos aspirado el polvo de los mismos combates. Por segunda y por última vez te pregunto: ¿quieres vivir siendo leal o morir siendo traidor? Reflexiona: para contestar te concedo una hora. (Escribe algunas palabras en un papel, que presenta a Broghill.) Aquí tienes mi nombre fingido y las señas de mi secreta guarida.

   BROGIIILL.-(Rechazando el papel.) No me lo digas, no quiero saberlo; ya sé demasiado. Largo tiempo la misma tienda nos cobijó en los campamentos; no lo ignoro, pero hoy es preciso que siga cada uno el camino que le traza su suerte. No he de ser delator ni cómplice, y olvidaré todo lo que me has dicho. ¿Pero estás seguro de que triunfará la sublevación? Nada se escapa a las miradas de Cromwell; vigila la Europa; su ojo todo lo espía y su mano todo lo envuelve, y cuando tu brazo busque donde herirle, quizá ya tenga cogido el hilo que impida mover tu brazo. ¡Tiembla, Ormond!

   ORMOND.-Te ruego que me dejes y que vayas a besar las manos al dictador.

   (Lord Broghill sale y cierra tras sí la puerta del fondo.)



Escena II

LORD ORMOND, solo

   ORMOND.-No pensemos más en él.

(Se sienta y se queda pensativo. óyese una voz que gradualmente se aproxima y que canta con música alegre la balada siguiente):

                                  Un soldado de faz dura,
una noche de facción,
paró a un paje de ojos vivos,
paje que andaba veloz.
   -¿Dónde vais, hermoso paje,
a estas horas tan gentil
por las calles tan desiertas,
con casaca de satín?
   -Buen soldado, la zimarra (1)
que yo llevo verte evita,
que escondo espada y guitarra,
porque yo voy a una cita.
   Compañía es silenciosa
que lleva el paje celoso;
guitarra para la esposa
y espada para el esposo.
(Llaman a la puerta del fondo. Después la voz continúa):
   Pero el centinela duda,
y al mirar que el paje corre,
respondiole con voz ruda
desde lo alto de la torre:
   -No andes ni un palmo de tierra,
que no me engañas, traidor;
vas a una cita de guerra
y no a una cita de amor.

(Llaman a la puerta más fuerte.)

   ORMOND.-(Levantándose para abrir.) ¿Quién será el que canta? O será algún bufón o Rochester. (Abre la puerta y mira hacia la calle.) Es el mismo.

   (Entra lord Rochester muy alegre, con un lápiz y con un papel en la mano.)



Escena III

LORD ORMOND y LORD ROCHESTER vestido de caballero muy elegante y cargado de
dijes y de cintajos; viene envuelto en una capa de puritano, de paño gris, y lleva gran sombrero. Su gorro negro oculta mal sus cabellos blondos, de los que un bucle sale por detrás de las orejas, siguiendo la moda de los caballeros jóvenes de aquella época.

   ROCHESTER.-(Saludando.) Dispensadme milord conde; estaba escribiendo una canción. ¿Os gusta?

                                  Un soldado de faz dura, (cantando).
una noche de facción...

Ésta es música francesa, que me han enseñado en París.

   ORMOND.-Me gusta, pero temo que el soldado no arreste al paje.

   ROCHESTER.-Hubierais preferido que hubiera dicho:

                                  Un soldado de faz dura,
una noche de facción,
arrestó a un hermoso paje...
En lugar de decir:
   Un soldado de faz dura,
una noche de facción,
paró... etc., etc.

Pero repetir la palabra paje le da mucha gracia. ¿No es verdad?

   ORMOND.-Perdonadme, milord; carezco de títulos para juzgar de vuestro talento.

   ROCHESTER.-Al contrario; creo que sois un juez excelente, y para probároslo, milord, voy a leeros una composición corta que he escrito: «A la bella Egeria...» Adivinad a quién la dedico.

   ORMOND.-Milord, estos momentos no son a propósito para bromas. (¡Vive Dios que Carlos es tan loco como él cuando nos envía semejante emisario!)

   ROCHESTER.-Al contrario, esto es muy serio; se trata nada menos que de Francisca Cromwell.

   ORMOND.-¡De Francisca Cromwell!

   ROCHESTER.-¡Vaya! ¡Como que estoy enamorado de ella!

   ORMOND.-¡De la hija menor de Cromwell!

   ROCHESTER.-Sí; es gentil, es encantadora, es un ángel.

   ORMOND.-¡Vive Dios! lord Rochester enamorado de...

   ROCHESTER.-De Francisca Cromwell. Vuestro asombro me hace adivinar que no habéis visto nunca su divina belleza. Tiene diecisiete años, cabello negro, aire majestuoso, la blancura de la flor de lis, hermosas manos y hermosos ojos. ¡Milord, es una sílfide, una ninfa, una hada! Ayer la vi. Estaba mal peinada, pero todo la sienta bien, todo la favorece. Me han dicho que el mes pasado vino a Londres, que la educó su tía lejos de Cromwell y que conserva grabada en el corazón la lealtad al rey.

   ORMOND.-Eso es pura fábula. Pero ¿dónde la habéis visto?

   ROCHESTER.-Ayer, en Westminster; en el banquete real que la ciudad de Londres dio a Cromwell, a quien Dios confunda. Tenía vivos deseos de conocer al Protector; pero cuando dirigí la vista al estrado y vi a Francisca, tan hermosa y tan modesta, me quedé inmóvil y encantado, y ya no vi nada más. Al salir de allí ni siquiera puedo decir si Cromwell para hablar inclina o levanta la cabeza, si tiene la frente corta o la nariz larga, si es moreno o rubio, si está triste o alegre; allí sólo vi a su hija, y desde que la vi, os juro, milord, que estoy loco.

   ORMOND.-Os creo.

   ROCHESTER.-Por eso he escrito este madrigal; es género que está en moda.

   ORMOND.-Permitidme, milord, que os diga que aquí habéis venido a participarme si asistirán a esta cita muchos gentileshombres, si hemos encontrado en Lambert un apoyo real, y no a escribir versos a la hija de Cromwell.

   ROCHESTER.-Creo que puedo, sin hacer traición, estar enamorado de una joven.

   ORMOND.-¿También lo estáis de su padre?

   ROCHESTER.-Hacéis mal en incomodaros, porque estoy seguro que esta aventura divertiría al rey, porque enamorando a la hija de Cromwell continúo haciendo la guerra a éste. Él y yo, sin habernos encontrado nunca tuvimos los dos por querida al mismo tiempo a lady Dysert, la que para hacer cesar este escándalo, según se dice, va a casarse con lord Lauderdale.

   ORMOND.-En esa materia no se debe calumniar a Cromwell, porque es casto, y no se puede negar que tiene las costumbres austeras del verdadero reformador.

   ROCHESTER.-(Riendo.) Su autoridad oculta muchos misterios, y ese viejo hipócrita ha probado que por más de un punto toca con la humanidad. Si os place os voy a leer el madrigal.

   ORMOND.-Escuchadme, conde de Rochester; vos sois joven, pero yo soy viejo y continúo siguiendo las tradiciones de la caballería; por lo que me atrevo a deciros que los versos, que en París divierten a los badulaques, son propios de la clase media y de gentes de segunda línea. Los abogados los escriben, pero vuestros iguales se ruborizarían de ocuparse de semejante cosa. Sois noble, milord, y de la nobleza más antigua. Vuestro escudo ostenta la corona de conde y el manto de par, con esta leyenda: Aut nunquam, aut semper. Sé poco de latín, pero os traduciré en inglés lo que quiere decir vuestra divisa: Servid de apoyo al rey y a los señores feudales, y no compongáis versos; esa ocupación corresponde al pueblo. Así, pues, lord de Inglaterra, no empañéis vuestro rango hereditario haciendo lo que desdeñaría hacer un baronnet.

   ROCHESTER.-¡Vive Dios que eso es una condenación en forma! Puede ser que haya pecado, pero entre los versificadores de baja estofa tengo por cómplice a Richelieu, al cardenal poeta; y aunque soportaran los dos escudos de mi blasón el unicornio del rey y el león de Inglaterra, os juro que seguiría componiendo versos. (Se abre la puerta del foro y aparece Davenant vestido con traje sencillo y negro, con capa grande y sombrero alto.) Venís a tiempo para variar un poco el diálogo.



Escena IV

LORD ORMOND, LORD ROCHESTER y DAVENANT

   ROCHESTER.-Querido poeta, os esperamos para leer un madrigal.

   DAVENANT.-Más grave es el asunto que aquí me trae. Dios os guarde, milord.

   ORMOND.-¿Nos traéis órdenes de Alemania?

   DAVENANT.-Acabo de llegar de Colonia.

   ORMOND-¿Habéis visto al rey?

   DAVENANT.-No, pero su majestad me ha hablado.

   ORMOND.-Pues no os comprendo.

   DAVENANT.-Os explicaré este misterio. Antes de autorizar mi partida de Inglaterra, Cromwell me llamó, exigiéndome palabra de honor de que no vería al rey; yo se lo prometí. Apenas llegué a Colonia, tratando de cumplir mi promesa, escribí al rey pidiéndole que me permitiera ser introducido en su cámara a oscuras.

   ROCHESTER.-¡De veras! (Riendo.)

   DAVENANT.-Su majestad me lo permitió, y en la entrevista me honró dándome una orden para que os la entregara; de este modo pude ser fiel a mi doble deber, hablé al rey y no le vi.

   ROCHESTER.-(Riendo más fuerte.) Esa es una astucia de las mejor urdidas. Es una de las más graciosas de vuestras comedias.

   ORMOND.-¿Dónde está la orden del rey?

   DAVENANT.-La llevo oculta en el fondo del sombrero, metida en una bolsa de terciopelo, para estar seguro de que nadie me la pueda quitar.

(Saca del sombrero un saquito de terciopelo carmesí, extrae de él un pergamino sellado y se lo entrega a lord Ormond que lo recibe de rodillas y lo abre después de haberlo besado con respeto.)

   ROCHESTER.-Mientras que él lee eso podéis oír esta composición...

   ORMOND.-(Leyendo en voz alta.) «Jacobo Butler, nuestro digno y leal conde y marqués de Ormond, es preciso introducir en White-Hall a Rochester, cerca de Cromwell.»

   ROCHESTER.-¡Perfectamente! El rey quiere que seduzca a la hija de Oliverio.

   ORMOND.-(Continúa leyendo.) «Que mezcle un narcótico en el vino que bebe cuando come; y cuando se duerma, apoderaos de él en su lecho y traédnosle vivo. Queremos juzgarle. Es nuestra voluntad que tengáis en Davenant completa confianza. -Carlos, rey.» (Devuelve con el mismo ceremonial la carta a Davenant, el que a su vez la besa y la vuelve a meter en el saquito de terciopelo, que oculta en el sombrero.) Eso es más fácil de decir que de hacer. ¿Cómo diablos hemos de introducir a Rochester en la cámara de Cromwell?

   DAVENANT.-Conozco a un viejo doctor en derecho que está siempre a su lado, a Juan Milton, su secretario intérprete, que está ciego, que es bastante buen clérigo, pero bastante mal poeta.

   ROCHESTER.-¿Habláis de Milton, de ese amigo de los asesinos del rey que escribió el Iconoclasta y no sé qué más? ¿Del antagonista desconocido del célebre Saumaise?

   DAVENANT.-Pues hoy me alegro mucho de ser amigo suyo, porque creo que al Protector le falta un capellán. Milton puede conseguir que lord Rochester consiga ese empleo.

   ORMOND.-¡Rochester capellán! ¡La mascarada sería completa!

   ROCHESTER.-¿Por qué milord? Yo sé representar toda clase de papeles. Hice de ladrón en la comedia El rey leñador. Ahora me tocará representar el papel de un doctor puritano; basta para esto con predicar a todas horas y hablar siempre del dragón, del becerro de oro, de las flautas de Jezer y de los antros de Endor. Este es el camino seguro para entrar en la cámara de Cromwell.

   DAVENANT.-(Se sienta junto a una mesa y escribe una carta.) Con que presentéis estas líneas mías a Milton, os aseguro, milord, que os recomendará y el diablo os tomará por capellán.

   ROCHESTER-¡Veré a Francisca! (Adelanta la mano apresuradamente para tomar la carta de Davenant.)

   DAVENANT.-Permitidme que la doble y que la cierre.

   ORMOND.-(A Rochester.) No cometáis ninguna locura por esa joven.

   ROCHESTER.-No tengáis cuidado. (¡Si pudiera entregarle el madrigal! Esto me haría adelantar mucho camino.) (En voz alta.) Cuando logre el empleo, ¿qué es lo que tengo que hacer?

   DAVENANT.-(Entregándole una redoma.) Esta redoma contiene un narcótico muy eficaz. Todas las noches Cromwell bebe hipocrás empapado con ramas de romero. Mezclad con él estos polvos y seducid a la guardia de la puerta del parque. (Dirigiéndose a Ormond.) Lo demás lo haremos nosotros.

   ORMOND.-¿Por qué desea el rey que un golpe de mano arrebate esta noche a Cromwell, que ha de morir mañana? Hasta los suyos han jurado su muerte.

   DAVENANT.-Porque el rey quiere sustraerle de los puritanos y derribar a Cromwell sin su ayuda. Además, es conveniente muchas veces tener en rehenes a un enemigo vivo.

   ROCHESTER.-¿Y el dinero?

   DAVENANT.-Un brick, que vendrá por el Támesis, trae una cantidad de oro, que nos trasmitirá; pero en caso de urgencia, el maldito judío Manassé nos abrirá generosamente un crédito.

   ORMOND.-Está bien.

   DAVENANT.-Conservemos siempre el apoyo de los puritanos; necesitamos su concurso, porque vamos a derribar una encina que tiene raíces profundas, y el viejo zorro, si burla nuestras redes, caerá entonces a los golpes de nuestros puñales.

   ROCHESTER.-¡Muy bien dicho, Davenant! ¡Es propio de poetas usar metáforas sonoras! ¡Es ingenioso decir que Cromwell es a la vez encina y zorro! ¡Sois la lumbrera del Pindo inglés! Por lo tanto, maestro, reclamo vuestro permiso para...

   ORMOND.-(Ya va a aparecer el madrigal.)

   ROCHESTER.-Son unos versos que ayer tarde...

   ORMOND.-Milord, este no es sitio para eso.

   ROCHESTER.-(Estos grandes señores todos son unos estúpidos, y les molesta que un lord tenga talento.)

   DAVENANT.-(A Rochester.) Milord, cuando Carlos II entre en Windsor Loge nos recitaréis esos versos y convidaremos a que los oigan a Vithres, a Waller y a Saint-Albans. Me permitiréis, milord, que ahora me abstenga de oírlos.

   ORMOND.-Sí; conspiremos tranquilamente. (A Davenant.) Habéis hablado como un príncipe.

   ROCHESTER.-¿No queréis, pues, oírlos?

   DAVENANT.-Nos falta tiempo. Tenemos muchos puntos que discutir respecto a la sublevación.

   ROCHESTER.-¿Creéis que es malo mi madrigal, porque no he escrito tragicomedias ni mascaradas?

   DAVENANT.-¿Os habéis incomodado, milord?

   ROCHESTER.-¡Id al diablo y dejadme en paz!

   DAVENANT.-No creí que esto os ofendiera.

   ORMOND.-Milord...

   DAVENANT.-Pero milord...

   ROCHESTER.-(Rechazándole.) ¡Eso es envidia!

   ORMOND.-Milord, el peor de los fatuos que se pasea por París, el último pisaverde de la plaza Real, tiene menos lleno el espíritu que vos de versos ridículos.

   ROCHESTER.-(Furioso.) Milord, no sois mi padre y vuestros cabellos grises no os librarán de mí. Ya que sois joven para hablar, somos de la misma edad y me daréis satisfacción de este ultraje.

   ORMOND.-Milord, con mucho gusto. Sacad la espada, jovenzuelo, que para mí vale tanto como una caña. (Sacan los dos los aceros.)

   DAVENANT.-(Arrojándose entre los dos.) Milores, ¿qué es lo que hacéis? Este no es momento ni sitio de batirse.

   ROCHESTER.-(Blandiendo la espada.) La paz es buena, pero la guerra es mejor.

   DAVENANT.-(Esforzándose en separarlos.) ¡Vais a mover un escándalo! (Llaman a la puerta del foro. Sigue hablando el mismo.) ¡Creo que llaman! (Llaman más fuerte.) ¡En nombre de Dios, milores! (Los combatientes continúan.) ¡En nombre del rey! (Los dos adversarios se paran y bajan las espadas. Vuelven a llamar.) ¡Todo se ha perdido! ¡Quizá acuda la guardia! (Los dos lores envainan las espadas, se ponen los sombreros y se envuelven en las capas. Davenant va a abrir.)



Escena V

Los mismos y CARR, con traje de puritano

   CARR.-¿Es aquí, hermanos, donde se reúne la Asamblea de los Santos?

   DAVENANT.-(Devolviéndole el saludo.) Sí. (Bajo a lord Ormond.) Así se llaman a sí mismos los condenados puritanos. (Alto, a Carr.) Sed bien venido, hermano, al conventículo.

   ORMOND.-(Bajo a Rochester.) Vuestro acceso belicoso ha sido muy ridículo, milord. Olvidémosle. Yo lo provoqué, pero seamos amigos.

   ROCHESTER.-(Inclinándose.) Estoy a vuestras órdenes, milord.

   ORMOND.-Conde, ocupémonos sólo del rey, cuyo servicio exige que se unan nuestras manos.

   ROCHESTER.-Marqués, este deber es para mí una dicha.

   CARR.-(Juntando las manos sobre el pecho y elevando los ojos al cielo.) Hermanos, continuad. Cuando llego al sermón, ya sé que soy el convidado menos digno al santo banquete y que nadie debe molestarse cuando yo llego. Comprendo perfectamente que el ruido que oí desde fuera lo produjo un combate espiritual.

   ROCHESTER.-(Diablo.)

   CARR.-Estoy acostumbrado a esas luchas, podéis continuarlas, porque esos combates nutren el espíritu.

   ROCHESTER.-(A Devenant.) Con el...

   DAVENANT.-(A Rochester.) ¡Silencio, milord!

   CARR.-Dios ha dicho: Recorred el mundo y predicad mi palabra.

   ROCHESTER.-(Con él aprenderé mi papel de capellán.)

   CARR.-Merecí la cólera del Parlamento largo, y hace siete años que me tienen cerrado en la Torre, llorando por nuestras libertades, que Cromwell hizo desaparecer. Esta madrugada entró el carcelero en mi calabozo y me dijo: «Os esperan en la taberna de las Tres Grullas. Israel convoca allí sus tribus para destruir a Cromwell; acude allí.» Salí de la prisión y vine aquí, como en los tiempos antiguos Jacob llegó a Mesopotamia. Mi alma espera vuestras palabras de miel, como la tierra seca espera el rocío del cielo; la maldición me mancha y me envuelve; purificadme, pues, hermanos, con el hisopo.

   ROCHESTER.-(Bajo a Davenant.) ¡Qué jerigonza tan sombría!

   DAVENANT.-(Bajo a Rochester.) Eso es el Apocalipsis.

   CARR.-Mi alma desea luz.

   ROCHESTER.-(Pues haced pasar el eclipse.)

   DAVENANT.-(A lord Ormond.) ¿Este tipo es independiente de la especie ordinaria?

   ORMOND.-(A Davenant.) No; es milenario. Cree que durante mil años van a encargarse los santos de gobernar solos, y los santos son sus amigos.

   CARR.-He sufrido mucho, hermanos míos. Me han olvidado mucho tiempo en la cárcel, y cautivo lloraba por Inglaterra como el pelícano cerca del lago solitario; el fuego del pecado marchitó mi frente y secó mi brazo, pero al fin el Señor se compadeció de mí, sacándome de la prisión, y afilando mi espada en la piedra del Templo, va a herir a Cromwell y echar de Sion la desolación y la perdición. Entre vosotros pongo mi ropa virginal; guiad mis pasos por el estrecho sendero y que glorifique vuestro recto corazón la llegada de los mil años. Los santos que Dios protege van a gobernar el mundo; vosotros seréis los santos.

   ROCHESTER.-Eso es hacernos demasiado honor.

   CARR.-Y como Dios no me inspire seré mudo, porque deseo oír el maná celeste que mane de vuestros labios. ¿Sobre qué texto teníais la controversia?

   ROCHESTER.-¿Cuándo entrasteis? La controversia era sobre unos versos, sobre un madrigal..., pero primero bebamos. ¿Tenéis sed?

   CARR.-Jamás tengo sed ni hambre.

   ROCHESTER.-No importa. ¡Eh! ¡Camarero! ¡Camarero! Tráenos vino.

   (El camarero arregla una mesa con brocs y vasijas de estaño. Carr y Rochester se sientan a dicha mesa. Carr se pone vino el primero y ofrece el vaso a Rochester, que continúa hablando.) Gracias. Preguntabais qué texto estábamos discutiendo y yo os contesté que era un madrigal.

   CARR.-¿Un madrigal?

   ROCHESTER.-Sí.

   CARR.-¿Qué es un madrigal?

   ROCHESTER.-Es... un salmo.

   CARR.-Pues entonces leédmelo.

   ROCHESTER.-Me diréis después lo que os parezca. «A la bella Egeria...» Debo advertiros que se llama Francisca la persona a quien lo dedico, pero como este nombre es muy vulgar, creo que no debe usarse en la poesía. Hecha es a salvedad, voy a leeros mi amoroso epigrama (Rochester lee lo siguiente):

                                  Enciéndese mi alma en vuestros ojos,
en los que el Dios Cupido
llamea con su fuego abrasador;
son como dos espejos que concentran
la llama que ha encendido,
y que quema mi ardiente corazón.

¿Qué os parece?

   (Carr, que oye primero con atención y después con sombrío disgusto, se levanta furioso y derriba la mesa.)

   CARR-¡Demonios! ¡Infierno! ¡Condenación! Perdónenme el cielo y los santos si juro, pero no puedo ver a sangre fría que se desborda ante mis ojos el torrente de la impudicia. ¡Huye de mí, edomita! ¡Huye, amalecita! ¡Huye, madianita!

   ROCHESTER.-(Riendo.) (¡Este tipo es más divertido que Ormond!)

   CARR.-(Indignado.) Tú, como Satanás, me has llevado a lo alto de la montaña, y me has dicho: -Tú, que sales de un ayuno austero y que tienes sed, toma; ahí tienes a tu disposición toda la tierra.

   ROCHESTER.-Perdonad; sólo os he ofrecido un vaso de vino.

   CARR.-¡Yo que le oía como a un espíritu celeste! Y él, en vez de los tesoros puros de un corazón casto y sereno, me ha hecho ver una llaga.

   ROCHESTER.-¿Un madrigal es una llaga?

   CARR.-Una llaga espantosa, en la que se ve el papismo, el amor, el episcopado, la voluptuosidad y el cisma. Una úlcera incurable, en la que Moloc-Cupido vierte a Astarté y sus vicios.

   ROCHESTER.-Perdonadme otra vez; no es Astarté, es la ninfa Egeria.

   ORMOND.-Sois un par de locos.

   CARR.-No, estos hombres no son santos.

   ROCHESTER.-¿Por fin lo conoces?

   CARR.¡Esto es un club de demonios, un sábado de papistas! ¡Éstos son caballeros! Salgamos.

   ROCHESTER.-Adiós, querido.

   CARR.-(Dirigiéndose hacia la puerta.) ¡Mis pies caminan sobre carbones encendidos!



Escena VI

Los mismos, el coronel JOYCE, el mayor general HARRISON, el adornista BAREBONE, el
teniente general LUDLOW, el coronel OVERTON, el coronel PRIDE, el soldado SINDERCOMB, el mayor WILDMAN, los diputados GARLAND y PLINLIMMON y otros puritanos.

   (Entran procesionalmente, envueltos en las capas.)

   JOYCE.-(Deteniendo a Carr.) ¿Qué haces? ¿Te vas cuando yo llego?

   CARR-¡Nos han engañado! ¡No entres en Nínive! ¡Sal de este lugar maldito! ¡Estos son caballeros, no son santos!

   JOYCE.-(Bajo a Carr.) Pero necesitamos a estos caballeros; sus brazos nos defienden, son nuestros aliados.

   CARR.-No debemos aliarnos con los hijos de Belial.

   JOYCE.-No seas necio y permanece aquí.

   CARR.-(Resignándose.) Pues bien; me quedaré para preservaros de su contacto funesto.

   (Los tres caballeros se han sentado a una mesa de la derecha del teatro. Los puritanos, agrupados a la izquierda, hablan entre ellos en voz baja y lanzan de vez en cuando miradas de odio a los caballeros.)

   ORMOND.-(En voz baja a Davenant.) Tarda en venir el perezoso Lambert.

   ROCHESTER.-(Bajo a los otros dos.) Los santos parece que están sombríos y recelosos; están inquietos, y eso que no somos más que tres. (Mirando hacia la puerta del fondo, que se abre.) Pero ya nos llegan de refuerzo Sedley, Roseberry, lord Drogheda y Clifford.

   ORMOND.-Y el ilustre Jenkins, consejero del tirano y cuya virtud persigue porque la teme.



Escena VII

Los mismos, SEDLEY, LORD DROGHEDA, LORD ROSEBERRY, SIR PETERS
DOWNIE y CLIFFORD; el doctor JENKINS va vestido de negro y entra con otros realistas. Todos se saludan.

     ROSEBERRY.-¡Rochester! ¡Ormond! ¡Davenant!

   ORMOND.-Decid nuestros nombres en voz más baja.

   ROSEBERRY.-No había visto a esos cuervos.

   ORMOND.-Cuidad, milord, de no servirles un día de pasto.

   CLIFFORD.-Aquí ya están las mesas en tierra; veo que hay dos vasos en vez de tres. ¿Quién ayuna de vosotros? Reparemos este desorden. (Levanta la mesa y llama al mozo dé la taberna, que saca brocs de cerveza y de vino. Los caballeros jóvenes se sientan a beber. Sigue hablando el mismo.) Tengo hambre y sed.

   CARR.-(Estos malditos paganos siempre tienen hambre y sed.)



Escena VIII

Los mismos y SIR RICARDO WILLIS, con barba blanca y aspecto de enfermo.

   ORMOND.-¡Sir Ricardo Willis!

   (Los caballeros se levantan y van a su encuentro; anda con dificultad. Roseberry y Rochester le ofrecen el brazo y le ayudan.)

   WILLIS.-Vengo arrastrándome hasta vosotros libre de mis cadenas. Aquí me tenéis débil y moribundo por las persecuciones con que me ha atormentado Cromwell. Pero no soy digno de compasión, si ya cerca de la tumba, a la que él me conduce, mi débil brazo puede desasirse de sus hierros y contribuir a restablecer el trono legítimo, y si el cielo me permite que las últimas gotas de sangre que me quedan las derrame por el rey.

   ORMOND.-¡Sublime lealtad!

   ROCHESTER.-¡Abnegación venerable!

   WILLIS.-Soy el más insignificante entre vosotros, pero tengo el honor de ser el servidor del rey más perseguido. ¿Qué esperamos ya?

   ORMOND.-A Lambert, que no ha venido aún.

   WILLIS.-(A Ormond.) ¿Quiénes son esos sectarios?

   ORMOND.-Aquellos son los parlamentarios Plinlimmon y Ludlow, aquel otro Carr, y el de más allá Barebone, adornista.

   WILLIS.-No le conozco.

   DAVENANT.-Barebone es gran enemigo del poder tiránico. Él proscribe la cabeza de Cromwell coronado y sus manos trabajan para la obra de la coronación; trabajan en loor de Dios por las pompas del diablo.

   WILLIS.-¿Quiénes son esos otros?

   ORMOND.-Los tres regicidas Harrison, Overton y Garland.

   CLIFFORD.-¿Cuál de los tres es Satanás?

   ORMOND.-Silencio, milord, que allí está declamando el raptor del rey, Joyce.

   ROSEBERRY.-¡Raza infame!



Escena IX

Los mismos y el teniente general LAMBERT

   ORMOND.-¡Ya está aquí Lambert!

   CARR.-(Incomprensible misterio.)

   LAMBERT.-¡Salud a los antiguos amigos de la antigua Inglaterra!

   ORMOND.-(A los que están a su lado.) Se acerca el momento de dar el gran golpe; concluyamos de sellar nuestra alianza. (Avanza hacia Lambert, que viene a su encuentro.) Jesús crucificado...

   LAMBERT.-(Interrumpiéndole.) Por la salvación de los hombres. Estamos dispuestos.

   ORMOND.-Dispongo de trescientos gentileshombres, y a mi lado están sus jefes. ¿Cuándo le derribamos?

   LAMBERT.-¿Cuándo será rey?

   ORMOND.-Mañana.

   LAMBERT.-Pues mañana.

   ORMOND.-Está dicho.

   LAMBERT.-Está dicho.

   ORMOND.-¿A qué hora?

   LAMBERT.-Al mediodía.

   ORMOND.-¿En qué sitio?

   LAMBERT.-En Westminster.

   ORMOND.-Queda pactada nuestra alianza.

   LAMBERT.-Nuestra alianza leal. (Se estrechan ambos la mano. Después de una pausa, Lambert dice aparte.) (Mía será la corona. Después que me sirváis como yo quiera, el cadalso de Capell no está tan carcomido que no pueda soportar aún un tajo para colocar tu cabeza.)

   ORMOND.-(Se cree subir al trono y sube a la horca.)

   (Lambert cruza los brazos sobre el pecho y dirige las miradas al cielo. Los puritanos toman actitud de éxtasis y de plegaria. Los caballeros están sentados a la mesa; los jóvenes beben alegremente. Ormond, Willis, Davenant y Jenkins parece que sean los únicos que oigan la arenga de Lambert.)

   LAMBERT.-¡Piadosos amigos! Ha llegado el caso de que, desconociendo el derecho y la voluntad del pueblo, un hombre que se llama a sí mismo protector de Inglaterra quiere arrogarse el título hereditario de los reyes. Por eso acudimos a preguntaros si conviene castigar su orgullo impudente, y si creéis que debemos vengar con nuestras espadas la usurpación y dictar contra él sentencia de muerte.

   TODOS.-(Menos Carr y Harrison.) ¡Muera Oliverio Cromwell!

   LOS PURITANOS.-¡Exterminemos al traidor!

   LOS CABALLEROS.-¡Muera el usurpador!

   OVERTON.-¡Que no sea rey!

   LAMBERT.-¡Que no sea tirano!

   HARRISON.-Permitidme que humildemente os exponga un escrúpulo. Puede que nuestro opresor sea instrumento del cielo, porque aunque es tirano, es de alma independiente; y quizá sea el que Daniel proclama, cuando dice en su profecía: Los santos tomarán el reino del mundo y le poseerán.

   LUDLOW.-El texto es formal, pero el mismo profeta debe tranquilizaros, general; porque Daniel dice en otra parte: Por mis designios el reino será entregado al pueblo de los santos. Nadie debe, pues, cogerlo antes de que se le dé.

   JOYCE.-Y el pueblo de los santos somos nosotros.

   HARRISON.-Me confío a vuestra sabiduría; pero aunque me creo vencido, no me convenzo completamente de que los textos citados encierren el sentido que decís, y sobre estas cuestiones, prohibidas a los profanos, conferenciaré con vosotros algún día. Nos asesoraremos, para decidirlas, de amigos piadosos, que han profundizado estas materias y que con su inteligencia puedan iluminaros.

   LUDLOW.-Con mucho gusto; nos reuniremos si queréis el viernes.

   JOYCE.-(Indicando a Lambert un grupo de puritanos que se ha quedado aislado en un rincón del foro.) Allá hay tres conjurados más, que están indignados de llegar un poco tarde a trabajar en la viña; pero que son santos trabajadores que quieren presentarse a vos, sabiendo que está escrito: El mismo salario corresponde a todos.

   LAMBERT.-Decidles que se acerquen. (Un grupo de tres hombres avanza hacia Lambert.) ¿Cómo os llamáis, hermanos?

   CONJURADO 1.º-Aunque tramen contra vosotros todo lo que pueda tramarse, load a Dios. Pimpleton.

   CONJURADO 2.º-Muerte al pecado, Palmer.

   CONJURADO 3.º-Vives para resucitar. Jeroboan d´Emer.

   ROCHESTER.-(Bajo a lord Roseberry.) ¿Qué dicen?

   ROSEBERRY.-(Bajo a Rochester.) Tienen la risible costumbre de envolver, sus nombres en un versículo de la Biblia.

   LAMBERT.-(Con una Biblia abierta en la mano.) ¿Juráis?

   CONJURADO 1.º-¡Jurar nosotros!

   CONJURADO 2.º-¡Nosotros no juramos!

   CONJURADO 3.º-No.

   LAMBERT.-Pues bien; prometed, poniendo la mano sobre el Santo Libro, inmolar a Cromwell.

   LOS TRES.-(Con la mano sobre la Biblia.) Eso sí.

   LAMBERT.-¿Prometéis prestarnos vuestro apoyo, callar y obrar?

   LOS TRES.-Lo prometemos.

   LAMBERT.-Entonces sed bien venidos.

   (Los tres conjurados se colocan entre los puritanos.)

   LAMBERT.-(Mañana, o pierdo la cabeza o alcanzo la corona.)

   SYNDECOMB.-(Al grupo de los conjurados.) ¡Muera Oliverio Cromwell!

   CARR.-Hermanos, cuando perezca Cromwell, cuando derribéis ese Baal que adoran de rodillas, ¿qué haréis después?

   LUDLOW.-Hay que pensarlo.

   ORMOND.-(Yo ya lo sé.)

   LAMBERT.-Crearemos un Consejo, compuesto todo lo más de diez miembros... (Y que tenga un jefe.)

   HARRISON.-Son pocos diez miembros, general Lambert. Debe constar de setenta, como el sanedrín hebreo. Ese número es sagrado.

   JOYCE.-Un Consejo compuesto de oficiales.

   HARRISON.-Compuesto de setenta miembros, creedme.

   CARR.-Antes de pasar adelante, oídme: ¿estáis seguros de que Cromwell piensa en ser rey?

   OVERTON.-Tan seguros, que mañana un Parlamento servil adornará su cabeza con la insignia real.

   TODOS.-(Menos Carr.) Muera el ambicioso.

   HARRISON.-No comprendo qué ideas lleva Cromwell arriesgándose a dar ese salto. Preciso es que esté loco para desear el trono, cuando no quedan ya fincas de la corona. Vendieron a Hamton-Court en beneficio del Tesoro; han destruido a Woodstock y han desamueblado a Windsor.

   SYNDERCOMB.-¡Que muera el usurpador!

   LAMBERT.-Ha colmado la medida de sus crímenes y debe morir.

   DROGHEDA.-Drogheda humea aún con la sangre de sus víctimas.

   CONJURADO 1.º-Abre su corazón a los hijos de Gomorra y de Tyro.

   ORMOND.-Se ha empapado las manos con sangre del rey mártir.

   HARRISON.-Sin respetar los derechos que hemos adquirido por medio de tantas guerras, hace que los caballeros le entreguemos nuestros dominios.

   CONJURADO 2.º-Ayer, en el impuro banquete que le dio la ciudad, al cumplimentarle, recibió la espada y después la devolvió.

   LAMBERT.-Tiene ínfulas de rey.

   JOYCE.-Ha perdido la Inglaterra.

   JENKINS.-Juzga, tasa, absuelve y condena sin apelación.

   WILLIS.-Hizo asesinar a Hamilton, a lord Capell y a lord Holland.

   BAREBONE.-Lleva descaradamente la casaca de seda.

   CONJURADO 3.º-Tolera, en menoscabo de la Santa Escritura, que se celebren los ritos del papismo.

   DAVENANT.-Ha profanado las tumbas en Westminster.

   LUDLOW.-¡Es sacrílego!

   LOS PURITANOS.-¡Es idólatra!

   JOYCE.-No haya perdón para él.

   SYNDERCOMB.-(Sacando un puñal.) ¡Que muera!

   TODOS.-(Agitando los puñales.) Exterminemos al tirano y a su raza.

   (En este momento llaman violentamente a la puerta de la taberna. Los conjurados callan. Momentos de terror y de sorpresa. Llaman otra vez.)

   ORMOND.-¿Quién es?

   LAMBERT.-¡El diablo!

   UNA VOZ.-(Desde fuera.) Soy un amigo.

   ORMOND.-¿Qué es lo que quieres?

   LA VOZ.-Os digo que soy un amigo; abridme.

   ORMOND.-¿Quién eres?

   LA VOZ.-Ricardo Cromwell.

   TODOS LOS CONJURADOS.-¡Ricardo Cromwell!

   ORMOND.-¡El hijo del Protector!

   LAMBERT.-Se ha descubierto nuestra sublevación.

   ROSEBERRY.-Es preciso abrir.

   (Abre y entra Ricardo Cromwell.)



Escena X

Los mismos y RICARDO CROMWELL vestido de caballero. Cuando entra, todos los
puritanos se desembozan y se quitan los sombreros.

   RICARDO.-No he visto nunca tabuco tan bien guardado; ni que fuera una fortaleza. Buenos días, caballeros. ¿Por quién brindáis? Unid a vuestro brindis el mío.

   CLIFFORD.-Querido Ricardo estábamos aquí diciendo...

   ROCHESTER.-(Riendo.) Que el cielo os bendiga.

   RICARDO.-¿Os ocupabais de mí? Os doy las gracias.

   BAREBONE.-(Que el infierno apague su fuego en tu garganta.)

   RICARDO.-¿No os molesto?

   ROSEBERRY.-¡Vos. Al contrario.... tenemos a gran dicha veros entre nosotros. ¿Os trae aquí algún asunto?

   RICARDO.-Me trae aquí el mismo motivo que a vosotros.

   CARR.-(¿Estará metido en el complot?)

   WILLIS.-(¡Ricardo Cromwell también!)

   RICARDO.-(Levantando la voz.) Sedley, Roseberry, Downie, Clifford, os acuso de ser unos felones.

   ROSEBERRY.-(Asustado.) ¡Qué decís!

   CLIFFORD.-(Turbado.) Querido Ricardo...

   RICARDO.-Oídme hasta el fin; después os justificaréis si os es posible.

   ROSEBERRY.-(Nos ha descubierto.)

   RICARDO.-Hace cerca de diez años que somos amigos, siendo comunes entre nosotros la caza, los bailes, los placeres y hasta los pesares, todo, la bolsa y las queridas. Aunque mi apellido simboliza un partido contrario, como un hermano siempre he vivido entre vosotros, y a pesar de vivir siempre de acuerdo, ocultáis un secreto a Ricardo.

   ROSEBERRY.-(Todo se ha perdido.)

   RICARDO.-Interrogad a vuestra conciencia y ella os contestará que habéis procedido infamemente conmigo.

   ROSEBERRY.-ES verdad: de vuestra amistad hemos recibido grandes pruebas; pero...

   RICARDO.-Correspondéis a esa amistad haciendo traición.

   LAMBERT.-(¿Traición?)

   CLIFFORD.-(¡Traición!)

   CARR.-(¿Qué significa esto?)

   RICARDO.-Me hacéis la traición de venir aquí a beber sin decírmelo.

   ROSEBERRY.-(Respiro.) Creed, querido Ricardo...

   RICARDO.-Es delito de alta traición venir aquí a beber sin avisármelo. ¿Qué os he hecho para que me tratéis así? Ya sabéis que duelos, festines alegres y dar cintarazos, son cosas que me placen; ¿en qué os he faltado?

   SEDLEY.-En nada.

   RICARDO.-Es preciso que me lo digáis.

   ROSEBERRY.-¡Ricardo!

   RICARDO.-Sin duda me hacéis la justicia de creer que odio a estos puritanos malditos tanto como vosotros.

   BAREBONE.-¡Como nosotros!

   RICARDO.-Como os lo digo. No es posible soportar a esos estúpidos sectarios, que con comentarios sangrientos ensucian los libros santos y predican las alabanzas de Dios, y después del sermón se dedican al juego.

   CARR.-(Entre dientes.) Los santos no juegan, eso es mentira.

   RICARDO.-Iba a copiarles dirigiéndoles una jeremiada, pero estad tranquilos; no diré ya nada más. Para probaros, amigos míos, que no temo comprometerme con vosotros, y hasta qué punto uno mi causa a vuestra causa. (Llena un vaso de vino y lo lleva a sus labios.) ¡Brindo a la salud del rey Carlos!

   LOS CONJURADOS.-(Sorprendidos.) ¡A la salud del rey!

   RICARDO.-Estando aquí sólo nosotros, ¿por qué os sobresaltáis?

   WILLIS.-(Es muy imprudente el hijo de Cromwell sí está comprometido en la sublevación.)

   (Oyese el sonido de una trompeta a la parte de fuera. Reina en la escena otro silencio de asombro y de inquietud.)

   UNA VOZ.-(Desde fuera.) ¡En nombre del Parlamento, abrid la taberna!

   (Movimiento de terror entre los conjurados.)

   ROCHESTER.-(A Davenant.) Nos cogieron en la cueva como a Caco.

   LAMBERT.-(Bajo a Joyce.) Cromwell viene a arrestarnos.

   JOYCE.-Sin duda lo sabe todo.

   OVERTON.-Pues bien, nos abriremos paso con las espadas.

   LAMBERT.-Habrán tomado la plaza las tropas.

   (Óyese otra vez el sonido de la trompeta.)

   RICARDO.-¡Diablo! ¡Venir a incomodarnos ahora!

   LA VOZ.-(Desde fuera.) ¡En nombre del Parlamento, abrid la taberna!

   BAREBONE.-Obedezcamos. (Va a abrir.)

   LAMBERT.-(No tengo ya segura la cabeza sobre los hombros.)

   (Barebone abre la puerta de la taberna, que debe ser muy grande, para que a través de ella se vea el mercado de vinos lleno de gente. En medio de él se ve al Pregonero rodeado de cuatro guardias de la ciudad, de uniforme y con picas, y detrás de éstos una escolta de arqueros y de alabarderos. El Pregonero lleva una trompeta en una mano y un pergamino desplegado en la otra.)



Escena XI

Dichos, el PREGONERO, guardias de la ciudad, arqueros, alabarderos y pueblo.

   PREGONERO.-(Después de tocar la trompeta.) ¡Silencio y oíd!: «De parte de su alteza Oliverio Cromwell, lord Protector de Inglaterra, a todos los habitantes, vasallos civiles y militares, hacemos saber: Que con la idea de que se manifieste el deseo del Señor, respecto a la moción que ha hecho a la Cámara el honorable miembro el caballero Pack, para saber si se debe nombrar rey al susodicho lord Protector, y sobre todo para salvar al pueblo instruido y prudente de los males que le presagia el último eclipse e implorar la clemencia de Dios, los comunes, en sesión del Parlamento de Londres, siguiendo los consejos de doctores que el pueblo venera, han decidido que se celebre hoy un ayuno extraordinario, y aconsejan a los vecinos que hagan examen de conciencia de sus crímenes, errores y pecados.»

   UN GUARDIA DE LA CIUDAD.-Amén.

   PREGÓN.-¡Dios bendiga al pueblo de Inglaterra!

EL JEFE DE LOS ARQUEROS.-Para el cumplimiento del bill parlamentario, mandamos a vivanderos y taberneros que cierren en este mismo instante las tiendas y las tabernas, porque son sitios impuros en los que no se observa el ayuno.

   LAMBERT.-(A los demás conjurados.) Pues hasta mañana. Es preciso separarnos ahora.

   GARLAND.-¿Dónde nos reuniremos?

   BAREBONE.-Mañana, en la gran sala de Westminster, donde os introduciré yo antes de la hora fatal, cerca del trono, que yo he tapizado.

   OVERTON.-Bien; separémonos sin ruido, pero sin misterio.

   PREGÓN.-¡Dios bendiga al pueblo de Inglaterra!

   RICARDO.-Tiene poca gracia que nos echen así de un festín alegre. Se conoce que milord mi padre no es ya joven; yo no querría ocupar un trono si me impusieran un ayuno.

   (Salen de la escena todos los conjurados.)

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