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Acto segundo

Los espías

Sala de las banquetas en White-Hall

En el fondo se ve la puerta vidriera por la que salió Carlos I para ir al cadalso. A la derecha
un gran sillón gótico, cerca de una mesa con tapete de terciopelo de oro, en el que se distinguen aún las iniciales C. R. (Carolus Rex). -En el momento de levantarse el telón ocupan el teatro dos grupos numerosos de cortesanos, vestidos de gala, que conversan en voz baja. Delante del grupo están los embajadores de España y de Francia con toda su comitiva. El embajador de España está a la izquierda, rodeado de pajes y de escuderos, de alcaldes de corte y de alguaciles, en medio de los que un heraldo del Consejo de Castilla lleva sobre un almohadón de terciopelo negro el collar de la Orden del Toisón de Oro. El embajador de Francia está a la derecha, cercado de pajes y de gentileshombres; tiene cerca de él a MANCINI, y detrás dos gentileshombres que llevan en dos almohadones de terciopelo azul, el uno una magnífica espada con el puño de oro cincelado y el otro una carta de la que pende un gran sello con cera roja; cuatro pajes del cardenal Mazarino sostienen un gran rollo forrado de tafetán engomado. El embajador de España va vestido de caballero del Toisón de Oro; su séquito de satín negro y de terciopelo. El embajador de Francia va vestido de caballero de Saint-Esprit; su séquito lleva uniformes variados. Detrás de los dos grupos principales están los enviados de Suecia, del Piamonte y de Holanda, notables por sus diferentes trajes. En el fondo se ve un grupo de señores ingleses, entre los que llama la atención, por su traje de brocado de oro y el de los dos pajes que le siguen, HANNIBAL SESTHEAD, joven señor dinamarqués. Dos centinelas puritanos, con el mosquete y la alabarda al hombro, se pasean de parte a parte por la gran puerta gótica que hay en el fondo de la sala.

Escena I

El duque de CRÉQUI, embajador de Francia; MANCINI, Sobrino del cardenal Mazarino, y
su séquito; D. LUIS DE CÁRDENAS, embajador de España, y su séquito; FILIPPI, enviado de Cristina, y su acompañamiento; tres diputados de Vaudois, seis enviados de la República holandesa; HANNIBAL SESTHEAD, primo del rey de Dinamarca, y sus dos pajes; señores y gentileshombres ingleses; dos centinelas.

   DON LUIS DE CÁRDENAS.-Paje, ¿qué hora es?

   PAJE.-Las doce.

   D. LUIS.-¡Vive Dios, que hace ya dos horas que Cromwell me está haciendo esperar!

   PAJE.-Excelentísimo señor, es porque está celebrando consejo para...

   D. LUIS.-Nadie os pregunta. (¿Cómo tomará mi mensaje el Protector?)

   CRÉQUI.-(A Mancini.) ¿Qué sala es ésta?

   MANCINI.-Monseñor, es la sala de las banquetas, en la que se recibe a los embajadores.

   (La gran puerta del fondo se abre de par en par.)

   UN UJIER.-(Anunciando en alta voz.) Su alteza el milord Protector de Inglaterra.

   (Todos los asistentes se descubren e inclinan con respeto. Entra Cromwell, con la cabeza cubierta.)



Escena II

Dichos, CROMWELL, con sencillo traje militar, con casaca de búfalo, gran tahalí bordado
con sus armas, del que pende una espada larga; WHITELOCKE, lord comisario del sello, con larga toga de satín negro rodeada de armiño y con gran peluca; el conde de CARLISLE, capitán de la guardia del Protector, con su uniforme particular; STOUPE, secretario de Estado para los negocios extranjeros. Durante toda la escena, el conde de CARLISLE está detrás del sillón del Protector, de pie y con la espada desnuda. WHITELOCKE a su derecha y STOUPE a su izquierda con un libro abierto en la mano. Cuando entra CROMWELL, los asistentes se forman en dos filas y permanecen inclinados hasta que el Protector llega a su sillón.

   CROMWELL.-(Ante el sillón.) ¡Paz y salud a los corazones de buena voluntad! Doy audiencia en nombre del pueblo inglés a cada uno de los diputados que a mí se dirigen. (Se sienta y se quita el sombrero.) Duque de Créqui, hablad.

   (Créquí con Mancini y su acompañamiento se acercan hasta Cromwell, haciéndole las mismas reverencias que a un rey. Los demás asistentes se retiran al fondo de la sala.)

   CRÉQUI.-Monseñor, la alianza que os asegura el apoyo del rey Cristianísimo va a estrecharse hoy con nuevos lazos. El señor Mancini os va a leer la carta que su eminente tío dirige a vuestra alteza. (Mancini se aproxima al Protector, dobla una rodilla y le presenta sobre el almohadón la carta del cardenal. Cromwell rompe el sobre y se la entrega a Mancini, diciéndole): Leed la carta del cardenal Mazarino.

   MANCINI.-(Leyendo.) «A su Alteza el Protector de la República de Inglaterra.

»Monseñor:

»La parte gloriosa que el ejército de vuestra Alteza ha tomado en la guerra actual de Francia contra España, el útil socorro que ha prestado al ejército del rey mi señor en las campañas de Flandes, redoblan la gratitud de su majestad hacia un aliado tan poderoso como vos y que le ayuda tan eficazmente a reprimir la soberbia de la Casa de Austria. Por eso el rey ha querido enviar como embajador extraordinario en vuestra corte al duque de Créqui, encargado por su majestad de participar a vuestra Alteza que la plaza fuerte de Mardike, que recientemente hemos tomado, queda a disposición de los generales de la República de Inglaterra, esperando que Dunkerque, que poseéis aún, se nos entregue, según los tratados estipulados. El duque de Créqui lleva además la comisión de entregar a vuestra Alteza una espada de oro, que el rey de Francia os envía como testimonio de su estimación y de su amistad. M. de Mancini depositará a los pies de vuestra Alteza un pequeño presente, que me atrevo a añadir al del rey; consiste en una tapicería de la nueva manufactura real llamada de los Gobelinos. Deseo que esta muestra de mi adhesión sea agradable a vuestra Alteza. A no haber estado enfermo en Calais, hubiera yo mismo pasado a Inglaterra a rendir mis respetos a uno de los más grandes hombres actuales. No pudiendo tener este honor, envío a la persona de mi más próximo parentesco para que exprese a vuestra Alteza la veneración que le profeso, y que estoy resuelto a mantener, entre el Protector y mi rey, amistad eterna.

»Soy de vuestra Alteza con entusiasmo obediente y respetuoso servidor,

Julio Mazarino

«Cardenal de la Santa Iglesia Romana.»

   (Mancini, haciendo una profunda reverencia, entrega la carta a Cromwell, que se la pasa a Stoupe. A una señal del duque de Créqui, los pajes que llevan librea real depositan sobre la mesa de Cromwell el almohadón que contiene la espada de oro; y a otra orden de Mancini, los pajes que llevan la librea de Mazarino desenrollan a los pies del Protector un rico tapiz de los Gobelinos.)

   CROMWELL.-De los ricos presentes que me envía dad las gracias a su eminencia, y decid al rey que la Inglaterra será siempre hermana de la Francia. (Bajo a Whitelocke.) El cardenal, que me adula y se arrodilla ante mí, llamándome en alta voz grande hombre, dice en voz baja que soy un loco afortunado. (Volviéndose bruscamente hacia los enviados de Vaudois.) ¿Qué es lo que deseáis vosotros?

   ENVIADO 1.º-Con gran tristeza venimos a pedir que nos socorra vuestra alteza.

   CROMWELL.-¿Quién sois?

   ENVIADO 1.º-Diputados de los Vaudois.

   CROMWELL.-¡Ah! (Con benevolencia.)

   ENVIADO 1.º-Tiránicas leyes pesan sobre nosotros; nuestro príncipe es romano y nosotros somos calvinistas, y a sangre y fuego pretende que nuestras ciudades piensen como él. El país, afligido, nos envía para que remediéis semejantes males.

   CROMWELL.-(Con indignación.) ¿Quién se atreve a oprimiros?

   ENVIADO 1.º-El duque de Saboya.

   CROMWELL.-(A1 duque de Créqui.) Señor embajador de Francia, ya lo oís. Decid al cardenal de parte mía, que por el afecto que me profesa que trate de terminar el conflicto de que es víctima ese pueblo. La Francia tiene gran influencia sobre ese duque serenísimo; que le haga ceder. Es contrario al precepto divino oprimir por medio de la fe; por otra parte, yo sigo las doctrinas de Calvino. De todos modos contad conmigo, Vaudois. ¿Cómo os llamáis? (Al enviado sueco.)

   ENVIADO.-Filippi; soy hijo de Terracina y vengo a depositar a los pies de un héroe este presente que le manda la reina Cristina. (Deposita ante Cromwell un cofre pequeño con muelles de acero, y le entrega una carta que el protector pasa a Stoupe. Bajo a Cromwell.) La carta de la reina os dirá por qué orden y por quién Monaldeschi fue asesinado en Fontainebleau.

   CROMWELL.-Por orden de la reina, que quiso vengarse de su antiguo amante.

   ENVIADO.-Mazarino permitió que mi reina ultrajada exterminase a ese hombre en el seno mismo de la Francia.

   CROMWELL.-(Se le dio hospitalidad para que le asesinaran.)

   ENVIADO.-Mi reina, que por su voluntad se separa del trono, solicita un asilo cerca del gran Protector.

   CROMWELL.-(Sorprendido y disgustado.) ¿Cerca de mí? No hay aquí palacio digno de una reina.

   D. LUIS.-(Pronto lo habrá para un rey.)

   CROMWELL.-Que se quede en Francia. Es funesto el aire de Londres para los reyes caídos. (No quiero en mis dominios una reina de tan malas costumbres.) ¿Qué más queréis?

   FILIPPI.-Para terminar mi misión, deseo que vuestra alteza se sirva abrir ese cofrecillo.

   CROMWELL.-¿Qué encierra?

   FILIPPI.-Abridle, monseñor.

   CROMWELL.-¿Qué misterio es ése?

FILIPPI.-Aquí está la llave. (Presentándole una llave de oro.)

   CROMWELL.-Dadme.

   (Toma la llave; Filippi pone el cofrecillo sobre la mesa; Cromwell se dispone a abrirlo, pero Whitelocke se lo impide.)

   WHITELOCKE.-(Bajo a Cromwell.) Deteneos, milord; puede encerrar el cofre uno de esos venenos sutiles de la alquimia o rayos del infierno; no es la primera vez que un traidor ha asesinado de ese modo a su víctima. Tenéis enemigos, y ese hombre mira traidoramente; temedle. Al abrir ese cofre podéis aspirar la muerte.

   CROMWELL.-(Bajo a Whitelocke.). En lo posible cabe, y ya que lo creéis así abridle vos mismo.

   WHITELOCKE.-(Espantado y balbuceando.) Mi abnegación por vos es grande, pero...

   CROMWELL.-(Sonriendo.) (Le conozco y voy a acabar de juzgarle.)

   WHITELOCKE.-(Se necesita valor para ser cortesano, porque hay que elegir entre la muerte o la desgracia, que es también otra clase de muerte... Muramos, pues.) (Abre el Cofrecillo con las precauciones del hombre que espera una explosión violenta, y después de haberlo abierto, grita): ¡Una corona!

   CROMWELL.-(Asombrado.) ¡Una corona!

   (Whitelocke la saca del cofrecillo.)

   CROMWELL.-(Frunciendo el entrecejo.) ¿Qué quiere decir esto?

   FILIPPI.-Señor...

   CROMWELL.-¿Es de oro de ley?

   FILIPPI.-No debe dudarlo vuestra alteza.

   CROMWELL.-(A Whitelocke.) Pues bien, hacedla fundir y entregadla en metal al hospital de Londres. No puedo hacer mejor uso de esas joyas, de esos adornos de mujer y de esos dijes reales.

   D. LUIS.-(Quizá se obstine en permanecer siendo Protector.)

   MANCINI.-(Bajo al duque de Créqui.) Podría en cambio enviar a Cristina una cabeza de rey.

   CRÉQUI.-(Bajo a Mancini.) En efecto, ese presente uniría más al vasallo regicida y a la reina asesina.

   CROMWELL.-(Despidiendo a Filippi bruscamente.) Adiós, señor sueco, natural de Terracina. Flamencos, ¿qué esperáis? Las treguas han terminado ya.

   EL JEFE DE LOS ENVIADOS HOLANDESES.-Los Estados generales de las provincias unidas, libres como vos y como vos protestantes, os demandan la paz.

   CROMWELL.-(Con rudeza.) Ya no es hora. El Parlamento de esta República cree que vuestra política es demasiado mundana y no quiere firmar tratados de fraternidad con aliados tan vanos y tan carnales. (Con un gesto despide a los flamencos, que se retiran. Entonces Cromwell parece ver a D. LUIS DE CÁRDENAS y le dice): ¡Buenos días, señor embajador de España! ¡No os había visto!...

   D. LUIS.-¡Dios guarde a vuestra alteza! Por asuntos de alto interés de Estado venimos a solicitar de vos una entrevista secreta. Nos separan las guerras de Flandes, pero el Rey Católico puede entenderse con vos, y para manifestaros el afecto que os profesa, ofrece a vuestra alteza el Toisón de Oro.

   (Los pajes que llevan dicha insignia se aproximan a Cromwell.)

   CROMWELL.-(Levantándose indignado.) ¿Por quién me tomáis? ¿Creéis que el jefe austero de los antiguos republicanos de la antigua Inglaterra es capaz, por sostener vanidades, de manchar su corazón con un símbolo pagano? ¿Colgaría del cuello del vencedor de Sodoma un ídolo griego junto al rosario de Roma? ¡Lejos de mí esas tentaciones, esas pompas y ese collar!

   D. LUIS.-(Es un herético.) El Rey Católico es el primero que os reconoció por jefe de la República.

   CROMWELL.-¡Ofrecerme el Toisón de Oro! Dejo a los idólatras sus sacerdotes cristianos y sus templos teatros, y que busquen en el infierno sus dioses y su tesoro, y que encuentren allí el Toisón, que es el becerro de oro. Pero a mí no se me ultraja en vano. De mi cólera no pudo sustraer a su hermano don Luis, el enviado portugués, ¿y vuestro señor se atrevería a insultarme en la cara por medio de su embajador? Esto sería una injuria demasiado solemne. Partid.

   D. LUIS.-Pues bien, guerra, y guerra eterna.

   (Sale con todo su acompañamiento.)

   MANCINI.-(Bajo al duque de Créqui.) Ha insultado al embajador castellano.

   CRÉQUI.-(A Mancini.) Hubiera yo deseado recibir esa afrenta.

   CROMWELL.-(Bajo a Stoupe.) Me era conveniente romper esta conferencia con España ante los enviados de Francia; pero seguid a don Luis de Cárdenas, tratad de apaciguarle y procurad averiguar qué es lo que viene a proponerme. (Stoupe sale.)

   (Se abre la gran puerta del fondo de par en par y un ujier anuncia):

   -¡Milady Protectora!

   CROMWELL.-(¡Ah, Dios mío! ¡Es mi mujer!) Dejadnos solos, señores.

   (Salen todos por la puerta de un lado; el conde de Carlisle y Whitelocke acompañan ceremoniosamente al embajador de Francia. Entran por la puerta del foro Elisabeth Bourchier, mujer de Cromwell. Mistress Fletwood, lady Falconbridge, lady Cleypole, lady Francisca y sus hijas.)



Escena III

CROMWELL, ELISABETH BOURCHIER, MISTRESS FLETWOOD, vestidas de negro, la
última con la sencillez puritana; LADY FALCONBRIDGE, vestida con gran riqueza y elegancia; LADY CLEYPOLE, tapada, como persona enferma, y LADY FRANCISCA, muy joven, vestida de blanco y con velo.

   CROMWELL.-Parece que estuvieras sufriendo; ¿no has dormido esta noche?

   ELISABETH.-Apenas he cerrado los ojos; decididamente me fastidia el fausto. La cámara de la reina donde me acuesto es demasiado grande. El lecho blasonado que perteneció a los Estuardos y a los Tudores, con su dosel de tela de plata y con sus cuatro pilares de oro; la alta balaustrada, que me retiene cautiva en el real estrado; los muebles de terciopelo, las lámparas de plata sobredorada, todo esto me produce el efecto de un ensueño que no me deja dormir. Además, es muy difícil andar por este palacio: me confunde andar por tantas habitaciones y corredores; me pierdo en este inmenso White-Hall y estoy mal sentada en el real sillón.

   CROMWELL.-Veo que no puedes soportar la fortuna; todos los días te quejas.

   ELISABETH.-Siento que te sepa mal, pero te confieso que a vivir en el palacio de los reyes prefiriera vivir en la casa donde ha nacido la familia. Echo de menos los felices tiempos en que íbamos desde el amanecer a pasear por el jardín y por el parque, dejando a los niños que jugasen en la pradera, los tiempos en que tú y yo después nos entrábamos en la cervecería.

   CROMWELL.-¡Milady!

   ELISABETH.-¡Felices tiempos aquellos en los que Cromwell no era nada, en los que yo vivía tranquila y dormía bien!

   CROMWELL.-Acostúmbrate a no tener esos deseos tan ordinarios.

   ELISABETH.-¿Y por qué, si he nacido con ellos? He pasado mi infancia lejos de la grandeza, y no me puedo acostumbrar al aire de la corte; estos vestidos con cola no me dejan andar. Estuve hipocondriaca en el banquete que dio el lord Corregidor, porque tuve que pasar por el fastidio de comer con la ciudad de Londres. Tú también parecías estar fastidiado. ¿Te acuerdas qué alegremente cenábamos en otro tiempo en nuestro hogar?

   CROMWELL.-Pero mi nuevo rango...

   ELISABETH.-Recuerda que tu grandeza incierta y efímera entristeció los últimos días de tu pobre madre, y que la condujeron al sepulcro, más que los años, los disgustos y los sobresaltos. Calculando los peligros que te rodeaban, mientras ascendías, tu pobre madre medía la altura de tu caída; y cada vez que abatías a tus rivales y Londres solemnizaba tus nuevos triunfos, si llegaba a sus oídos el ruido sordo de los cañones y de las aclamaciones del pueblo, se despertaba sobresaltada y temblorosa, exclamando: ¡Gran Dios! ¡Si habrá muerto mi hijo!

   CROMWELL.-Ahora duerme mi madre en el panteón de los reyes.

   ELISABETH.-¡Vaya una satisfacción! ¿Se duerme allí mejor el sueño eterno? ¿Sabe ella acaso si tus despojos mortales reposarán al lado de los suyos? ¡Quiera Dios que esto suceda muy tarde!

   LADY CLEYPOLE.-(Con voz débil.) Padre mío, yo os precederé en el lecho mortuorio.

   CROMWELL.-¡Siempre tienes esos lúgubres pensamientos!

   CLEYPOLE.-Porque mis fuerzas debilitadas se extinguen; me hace falta tomar el sol y respirar el aire del campo; para mí, este palacio sombrío es semejante a un sepulcro. En sus largos corredores y en sus vastas salas reinan los temblores que producen el miedo y las noches glaciales. Aquí moriré muy pronto.

   CROMWELL.-(Besándola en la frente.) Calla, hija mía, calla, que no tardaremos en volver a nuestros hermosos valles: hoy es necesario que permanezca aquí algún tiempo.

   MISTRESS FLETWOOD.-(Alegremente.) Sed sincero, padre mío, ¿no es cierto que queréis subir al trono, que deseáis ser rey? Mi marido lo estorbará.

   CROMWELL.-¿Quién? ¿Mi yerno?

   FLETWOOD.-Sí, no quiere andar por caminos oblicuos, y dice que una República no debe tener rey; en esto yo me uniré con él contra vos.

   CROMWELL.-¡Tú! ¡Mi hija!

   LADY FALCONBRIDGE.-Verdaderamente no comprendo cómo piensa mi hermana; mi padre es libre y si alcanza el trono será para nosotras. ¿Por qué no ha de ser rey? ¿Por qué no hemos de gozar del placer embriagador de ser altezas reales y princesas de la sangre?

   FLETWOOD.-A mí no me halaga la vanidad, y sólo me preocupo de la salvación del alma.

   FALCONBRIDGE.-Pues a mí me gusta mucho la corte, y no veo por qué, siendo mi esposo lord, no ha de ser rey mi padre.

   FLETWOOD.-Hermana mía, el orgullo de Eva perdió al primer hombre.

   FALCONBRIDGE.-(Bien se ve en su modo de pensar que no es gentilhombre su esposo.)

   CROMWELL.-(Impaciente.) ¡Callaos las dos! De vuestra hermana más joven mitad la modestia, la calina y la dulzura. ¿En qué estás pensando, Francisca?

   LADY FRANCISCA.-Me desespera, padre mío, el aspecto de estos sitios venerables. Me educó vuestra hermana, a cuyo lado he pasado toda la vida, enseñándome a reverenciar a los que se destierra para siempre, y desde que vivo entre estas paredes sombrías creo ver constantemente vagar por ellas tristes sombras.

   CROMWELL.-¿De quién son esas sombras?

   FRANCISCA.-De los Stuardos.

   CROMWELL.-(¡Siempre ese nombre resonando en mis oídos!)

   FRANCISCA.-¡Aquí murió el rey mártir!

   CROMWELL.-¡Hija mía!

   FRANCISCA.-(Señalando a la ventana del fondo.) Padre mío, ¿no es aquella la puerta-vidriera por donde Carlos I salió la última vez de White-Hall? ¡Ah! ¡Thurloe!



Escena IV

Dichos, THURLOE con una cartera en la mano; traje de puritano.

   THURLOE.-(Inclinándose.) Esto corre prisa, milord.

   CROMWELL.-Dispénseme vuestra alteza; quisiera quedarme solo.

   ELISABETH.-¿Con quién hablas?

   CROMWELL.-Con vuestra alteza.

   ELISABETH.-Perdóname, Cromwell; me olvido siempre de que estoy tan alta y no puedo acostumbrarme a títulos prestados, ni a ser milady Protectora.

   (Se va con sus hijas.)



Escena V

CROMWELL, y THURLOE; mientras éste extiende sobre la mesa los papeles de la cartera,
aquél queda absorbido unos momentos, hasta que al fin rompe el silencio con esfuerzo.

   CROMWELL.-¡No soy dichoso, Thurloe!

   THURLOE.-Pues esas señoras adoran a vuestra alteza.

   CROMWELL.-¡Cinco mujeres! Prefiriera gobernar por medio de decretos absolutos cinco ciudades, cinco condados o cinco reinos.

   THURLOE.-¡Pero si vos gobernáis la Inglaterra y la Europa!...

   CROMWELL.-¡Estar casado con una plebeya el dueño del mundo! Soy un esclavo.

   THURLOE.-Milord, porque queréis.

   CROMWELL.-No. De mi destino está roto el equilibrio; la Europa está a una parte, pero mi mujer está a la otra.

   THURLOE.-Si pudiera, como vos, cambiar de posición, una mujer no...

   CROMWELL.-(Con severidad.) Sois muy atrevido haciendo esa suposición.

   THURLOE.-(Intimidado.) Lo que he dicho es que...

   CROMWELL.-Basta. Dejemos ese asunto. ¿Qué tenéis que comunicarme?

   (Se sienta en el sillón.)

   THURLOE.-(Tomando uno de los papeles.) Escocia. El gran Preboste quiere rendirse, y todo el Norte se somete al Protector.

   CROMWELL.-Adelante.

   THURLOE.-Flandes. Los españoles se disponen a capitular, y entregarán Dunkerque muy pronto al Protector.

   CROMWELL.-Seguid.

   THURLOE.-Londres. Acaban de entrar en el Támesis doce bajeles grandes, cargados de millones que Blake cogió a tres galeotes portugueses.

   CROMWELL.-Seguid.

   THURLOE.-El duque de Holstein envía al Protector ocho caballos grises.

   CROMWELL.-Continuad.

   THURLOE.-Los catedráticos de Oxford, que fueron vuestros émulos, os nombran canciller de la Universidad, y aquí tenéis el diploma.

   CROMWELL.-¿Qué más?

   THURLOE.-(Con una carta en la mano e inquieto.) Milord, me advierten por bajo mano que mañana piensan asesinar a vuestra alteza.

   CROMWELL.-¿Qué más?

   THURLOE.-Hay una conspiración tramada por los jefes puritanos unidos a los caballeros.

   CROMWELL.-Seguid.

   THURLOE.-¿No deseáis saber ningún detalle sobre esto?

   CROMWELL.-Será alguna fábula. Terminemos el despacho.

   THURLOE.-El mariscal de la Dieta de Polonia...

   CROMWELL.-(Interrumpiéndole.) ¿De Colonia no hemos recibido cartas?

   THURLOE.-(Buscando entre los despachos.) Una nada más.

   CROMWELL.-¿De quién?

   THURLOE.-De Manning, vuestro agente cerca de Carlos.

   CROMWELL.-Dádmela. (Toma la carta y rompe precipitadamente el sobre.) Está fechada del 5. ¡Tiene veinte días de fecha! ¡Qué poco activos son mis mensajeros! (Lee la carta y dice leyéndola): ¡Ah, señor Davenant! ¡La astucia es delicada! La entrevista de noche y a oscuras... Capituláis con vuestro juramento... ¡Para eso es preciso ser papista! «Irá el real mensaje oculto en el sombrero...» ¡Prudente precaución! Thurloe, participa al señor Davenant que deseo verle. Habita en la Sirena, cerca del puente de Londres. (Thurloe sale para ejecutar esta orden.) Vamos a ver cuál de los dos será más astuto. No os valdrán vuestras arterías; porque en la oscuridad donde os ocultáis sé yo encender una luz para conocer a los traidores. (Entra Thurloe.) Continuemos. ¿Has visto al embajador de España?

   THURLOE.-Milord, os ofrece entregaros Calais, si en a guerra empeñada socorréis a Dunkerque sin retardo.

   CROMWELL.-(Reflexionando.) La Francia me ofrece a Dunkerque y la España a Calais; pero lo que quita algo de valor a su común oferta es que Dunkerque pertenece a España y Calais a Francia. Cada uno de sus dos reyes me da a elegir una ciudad del reino vecino, y para que yo la prefiera en este debate, me da en hipoteca una conquista por hacer. Con el rey de Francia debo quedar acorde; no tengo por qué hacerle traición. El otro ofrece menos todavía.

   THURLOE.-Como los Vaudois, los oprimidos protestantes de Nimes reclaman vuestro apoyo magnánimo.

   CROMWELL.-Escribid al cardenal-ministro en su favor, no hay que esperar que sea tolerante.

   THURLOE.-Devereux acaba de tomar por asalto a Armagh la católica, en Irlanda, y he aquí la carta evangélica del capellán Paters sobre este acontecimiento: «Dios se ha mostrado clemente con el ejército de Israel. Por fin nos hemos apoderado de Armagh. El hierro y las llamas han exterminado hasta a los viejos, las mujeres y los niños; han perecido lo menos dos mil; la sangre corre por todas partes, y yo vengo de la iglesia de dar gracias a Dios.»

   CROMWELL.-(Con entusiasmo.) ¡Peters es un gran santo!

   THURLOE.-¿Debemos perdonar a los que queden de aquella raza?

   CROMWELL.-No; no haya perdón para los papistas. En Armagh hay un sitial vacante en el coro; démoselo a Peters.

   THURLOE.-El emperador desea saber por qué aprestáis nuevos y grandes armamentos.

   CROMWELL.-Que nos deje hacer la guerra y que guarde para sí las fiestas. ¿Qué pretende de mí el emperador con su cámara áulica y su águila de dos cabezas? ¿Pretende asustarme? ¿Cree que tengo miedo al buen emperador germano, porque los días solemnes empuña un globo de madera pintada que llama mundo? ¡Bah! Es rayo que nunca hiere, aunque siempre gruñe.

   THURLOE.-El coronel Titus, encarcelado por haber escrito un libelo...

   CROMWELL.-¿Qué quiere?

   THURLOE.-Milord, conseguir su libertad. Hace ya nueve meses que está encerrado en un calabozo horrible.

   CROMWELL.-¡Nueve meses! No puede ser.

   THURLOE.-Se le encerró en octubre, y estamos en junio; contad, milord.

   CROMWELL.-Sí..., eso es.

   THURLOE.-El pobre hombre ha permanecido allí durante todo este tiempo solo, desnudo y helado.

   CROMWELL.-¡Nueve meses! ¡Cómo se pasa el tiempo! (Pausa.) Decidme, ¿qué hace el comité secreto del Parlamento respecto al proyecto presentado?

   THURLOE.-Están contra vos Pirretoy, Goffe, Pride, Nicholas, y sobre todo Garland.

   CROMWELL.-(Con cólera.) ¡El regicida!

   THURLOE.-Pero lucharán en vano contra la corriente; la mayoría vota con nosotros, y siguiendo a lord Pembroke, que sabe sobrenadar en todas las épocas, la corona os pertenece de derecho. Únicamente el coronel Birck, aunque se inclina a la mayoría, fundado en un vano escrúpulo en la Biblia, mantiene indecisa a la Cámara.

   CROMWELL.-Le deben algo en la oficina del impuesto sobre bebidas, y pagándole se le quitará el escrúpulo, si el cajero no se equivoca a su favor.

   THURLOE.-Jage está excitado contra vos, porque dice que sois ambicioso.

   CROMWELL.-Pues le nombraré jefe de policía.

   THURLOE.-Lo demás corre de mi cuenta, si se digna milord dejar este asunto a mi cargo. En nombre del Parlamento os suplicarán hoy encarecidamente que aceptéis la corona.

   CROMWELL.-¡Ah! ¡Por fin empuñaré el cetro!

   THURLOE.-Hace ya tiempo, milord, que reináis.

   CROMWELL.-No, no; poseo la autoridad, pero me falta el nombre. ¡Te sonríes, Thurloe! No sabes qué vacío abre en el corazón la avidez de la ambición; no sabes cómo ella desafía al dolor, al trabajo, al peligro, a todo, por conseguir un objeto que parece pueril. Es triste poseer la fortuna incompleta; además, no sé qué brillo, en el que el cielo se refleja, rodea a los reyes desde los tiempos antiguos. Son palabras mágicas las palabras rey y majestad. Ser árbitro del mundo sin ser rey, poseer el poder sin el título, es faltar algo; el imperio y el rango deben ser una misma cosa. No sabes qué sentimiento da cuando se ha salido de la muchedumbre y se palpa el acontecimiento, no sentir algo encima de la cabeza; no será más que una palabra, pero entonces esa palabra lo es todo.

   CROMWELL, que se ha abandonado hasta posar familiarmente el codo en el hombro de THURLOE, se vuelve como despertándose con sobresalto y que se abre lentamente una pequeña puerta secreta en uno de los tapices de la sala. MANASSÉ-BEN-ISRAEL se para en el umbral.



Escena VI

Dichos y MANASSÉ-BEN-ISRAEL; éste es un viejo rabino judío, que sale vestido como los
de su raza; lleva barba blanca.

   MANASSÉ.-¡Que el Señor Dios os guíe hasta el fin de vuestro camino!

   CROMWELL.-Es el judío Manassé. (A Thurloe.) Despachad todo eso. (Thurloe se sienta en la mesa y Cromwell se aproxima al rabino, diciéndole en voz baja): ¿Qué quieres?

   MANASSÉ.-Os traigo noticias importantes. Una embarcación sueca, cargada de dinero, que trae para los partidarios de los reyes excluidos del trono, señor, acaba de entrar en el Támesis.

   CROMWELL.-¡El pabellón es neutral! Si puedo confiscar todo lo que trae, recibirás por tu mediación la mitad del botín.

   MANASSÉ.-El navío os pertenece, señor, sólo deseo que en caso de necesidad me preste ayuda la fuerza.

   CROMWELL.-(Escribiendo algunas palabras en un papel que entrega al rabino.) Aquí tienes un verdadero talismán; corre y vuelve pronto a darme cuenta de sus efectos.

   MANASSÉ.-Tengo que daros otra noticia, señor.

   CROMWELL-¿Qué noticia?

   MANASSÉ.-Sé que vuestro hijo Ricardo conspira con los caballeros.

   CROMWELL.-¿Cómo lo sabes?

   MANASSÉ.-Me ha pagado las deudas de Clifford; esto me lo prueba.

   CROMWELL.-(Riendo.) Tú lo ves todo al través del dinero; mi hijo es ligero y tiene relaciones locas. Pero nada más.

   MANASSÉ.-Pagan sin contar las monedas, eso es mucho.

   CROMWELL.-Vamos, vete.

   MANASSÉ.-Perdón, señor, pero ya que tengo el honor de serviros algunas veces, quisiera como recompensa que hicierais abrir nuestras sinagogas y revocar la ley que rige contra los astrólogos.

   CROMWELL.-(Despidiéndole con un ademán.) Ya veremos.

   MANASSÉ.-(Inclinándose hasta el suelo.) Os beso los pies. (¡Viles cristianos!)

   CROMWELL.-Vive tranquilo. (¡Judío inmundo, digno de la horca!)

   MANASSÉ sale por la puerta secreta, que cierra tras él.



Escena VII

CROMWELL y THURLOE

   THURLOE.-¿Haréis ahora caso de lo que os digo, milord? Ese navío extranjero, ese dinero que viene a repartir entre los descontentos, la delación del judío, todo está acorde con lo que antes os dije. Abrid los ojos.

CROMWELL.-¿Sobre qué?

   THURLOE.-Sobre los infames complots cuya trama me denuncia un fiel aviso. Me estremece lo poco que sabemos de ellos.

   CROMWELL.-Si cada vez que llegan a mis oídos avisos semejantes ocupara el pensamiento en descubrir la trama denunciada, no tendría tiempo para otra cosa ni de día ni de noche.

   THURLOE.-Es alarmante el caso actual, milord.

   CROMWELL.-Cállate, Thurloe, y avergüénzate de tu miedo. Sé que para muchos mi yugo es tiránico, y que ciertos generales no querrán que sea mañana rey el que hasta hoy es su igual, pero tengo al ejército de mi parte. En cuanto al dinero que me denunció el judío, le tomaré como un regalo que me envía el buen Carlos, y que viene a propósito en estos instantes para pagar los gastos de mi coronación. Estáte tranquilo. Piensa que esas falsas noticias, que tantas veces han llegado a nuestros oídos, son ardides de los descontentos, que, viéndose reducidos a la impotencia, las inventan para asustarnos. (Óyese ruido de pasos.) Aquí vienen los cortesanos con aspecto alegre. Voy a tomar un poco el aire. Thurloe, entreténlos un momento. (Vase por la puerta secreta.)



Escena VIII

THURLOE, WHITELOCKE, WALLER, poeta de la época; el alguacil MAYNARD,
JEPHSON, el coronel GRACE, WILLIAM MURRAY, WILLIAM LENTHALL, LORD BROGHILL y CARR.

CARR llega el último y se para en el fondo, arrojando a su alrededor miradas
escandalizadas, mientras los otros hablan sin verle.

   WHITELOCKE.-(A Thurloe.) ¿Su alteza está ausente?

   THURLOE.-Sí, milord.

   LENTHALL.-Vengo a recordarle mis derechos

   MAYNARD.-Vengo al palacio por un asunto urgente.

   JEPHSON.-Importante negocio me trae aquí.

   MURRAY.-En el memorial que a milord entrego solicito un empleo en su futura corte.

   WALLER.-Tengo por costumbre no importunar a su alteza, pero...

   CARR.-(Con voz fuerte y con los ojos fijos en la bóveda.) ¡Esto es una nueva Sodoma!

   Todos se vuelven sorprendidos y contemplan a CARR, que se ha quedado inmóvil y con los brazos cruzados sobre el pecho.

   MURRAY.-¿Quién será este extraño animal?

   CARR.-(Con gravedad.) Comprendo que el hombre venga disfrazado a este antro, en el que Baal enseña la cara desnuda, en el que se encuentran lobos, histriones, falsos profetas, buitres, dragones de mil cabezas, serpientes aladas y basiliscos que llevan por cola un dardo de fuego.

   WALLER.-(Riendo.) Si ésos son nuestros retratos, os damos las gracias.

   CARR.-(Animándose.) ¡Convidados de Satanás! La manzana encierra ceniza; comed. El pueblo ha muerto: ¡vampiros de Israel, comeos su carne, la carne de los santos elegidos! ¡Reíd, bocas del infierno!

   WALLER.-(Riendo.) Me gusta su urbanidad.

   TODOS.-¡Echémosle fuera!

   LENTHALL.-Buen hombre, idos, porque si entra su alteza...

   CARR.-No saldré yo, que saldréis vosotros.

   WHITELOCKE.-Es un santo.

   WALLER.-Es un loco.

   CARR.-¡Llamáis locura a mi sabiduría!

   BROGHILL.-Pensad en que va a venir su alteza.

   CARR.-Le estoy esperando.

   BROGHILL.-¿Queréis decirnos para qué?

   CARR.-Porque tengo que hablarle.

   BROGHILL.-Enteradme de vuestros deseos y yo se los comunicaré; tengo mucho crédito con su alteza... soy lord Broghill.

   CARR.-(Amargamente.) ¡Qué cambiando está Oliverio! El republicano viejo tiene que ir a la cola de su cortejo y un caballero como Broghill tiene que protegerle!

   THURLOE.-(Que ha estado contemplando a CARR mucho rato.) (No me es desconocido este hombre; no es claro lo que dice, pero, por loco que sea, parece que más que en Bedlam debe estar en la Torre de Londres. Vamos a buscar a milord.) (Se va.)



Escena IX

Los mismos menos THURLOE

   BROGHILL.-Podremos responder por vos, pero...

   CARR.-(Sonriendo con tristeza.) Podréis responder, como en Sion el diablo salió fiador por el Hijo del hombre.

   WHITELOCKE.-¡Es intratable!

   WALLER.-¡Es incurable!

   TODOS.-Echémosle de aquí.

   CARR.-¡Atrás!, es indispensable que yo hable con el hombre que se transformó ante nuestros soldados de Judas. Macabeo en Judas Iscariote. Antes que el fuego del cielo abrase a Sodoma, soy el ángel enviado para advertir a Loth.

   WALLER.-(Riendo.) Di, ¿los ángeles del Señor van rapados como tú?

   JEPHSON.-(Riendo.) Veo que vas subiendo en grado, porque de hombre te has transformado en ángel.

   MURRAY.-(Empujando a Carr.) Vamos, márchate fuera.

   JEPHSON.-¡Fuera!

   MAYNARD.-¡Fuera!

   TODOS.-¡Sal de aquí! ¡Sal de aquí!

   CARR.-(Gravemente.) Es en vano que os empeñéis en que salga.

   MAYNARD.-Si milord os ve os volverá a encerrar en la Torre.

   MURRAY.-Ése no es traje para presentarse en la corte.

   LENTHALL.-Poco se respetaría milord si se dignase hablarte.

   TODOS.-¡Fuera!

   CARR.-¡Oh Sabaot, por tu causa lucho con Leviathán!

   Entra CROMWELL con THURLOE. Todos se descubren y se inclinan. CARR se pone el sombrero en la cabeza y vuelve a adoptar su actitud austera y estática.

   CROMWELL.-(Viendo a CARR con sorpresa.) ¡Es Carr el independiente! ¡Salid! (A todos los demás.) (Extraño misterio.)

   Todos, asombrados, salen haciendo una reverencia profunda. CARR permanece impasible.

   WALLER.-(A los demás.) Ya nos lo había predicho. Dejemos a Loth con el ángel.



Escena X

CARR y CROMWELL

   CROMWELL.-El Parlamento largo os hizo encarcelar; ¿quién os hizo salir de la prisión?

   CARR.-(Tranquilo.) ¡La traición!

   CROMWELL.-¿Qué decís?

   CARR.-Sí; yo ofendí a los santos de la suprema Asamblea y tu ley nos proscribió a todos; yo por ellos fui culpable, y ellos por ti son inocentes.

   CROMWELL.-Pues aprobáis la sentencia que pesa sobre vos, ¿quién quebró vuestros hierros?

   CARR.-La traición, que hacia un nuevo crimen, ciego me arrastraba, pero vi la red a tiempo.

   CROMWELL.-¿Qué decís?

   CARR.-Que Baal renace.

   CROMWELL.-Explicaos.

   CARR.-(Sentándose en el gran sillón.) Escucha. Se trama una gran sublevación... Siéntate, Cromwell, cúbrete y sobre todo no me interrumpas.

   CROMWELL.-(En otra ocasión me pagarías cara tu insolencia.)

   CARR.-Aunque Oliverio Cromwell no cuente sus crímenes, aunque no le causen remordimiento las víctimas que sin cesar encadena, aunque...

   CROMWELL.-(Levantándose indignado.) ¡Carr!...

   CARR. No me interrumpas. (Oliverio se sienta con aire de resignación forzada.) Aunque Oliverio habite en la tierra de Egipto con el morabita, con el babilonio, con el pagano o el arriano; aunque él lo haga todo para sí y nada para Israel; aunque rechace a los santos y aunque adore a Dagón, Astarot y Elini y la antigua serpiente sea su mejor amiga; a pesar de tantos delitos, no creo que Dios tenga el corazón tan duro y el alma tan negra que dé al pueblo inglés, tan lleno ya de miserias, la mayor de sus dichas, Cromwell, tu muerte.

   CROMWELL.-(Retrocediendo.) ¡Mi muerte dices!

   CARR.-No cesas de interrumpirme: ten buena fe; deja que por un momento no te embriague el incienso de la bajeza y hablemos sin incomodarnos. Convén conmigo en que tu muerte sería una gran felicidad.

   CROMWELL.-(Colérico.) ¡Temerario!

   CARR.-(Imperturbable.) Tan convencido estoy de ello, hermano, que con ese objeto llevo siempre un puñal, esperando que llegue ese día.

   Saca un puñal y se lo enseña al Protector.

   CROMWELL.-¡Asesino! ¡Hola! (Por fortuna llevo la coraza.)

   CARR.-No tiembles, Cromwell, y no llames a nadie, que cuando se va a matar a un tirano no se le enseña antes el puñal. Vive tranquilo; tu hora no ha sonado aún. Por el contrario, vengo a arrebatar una cabeza condenada a muerte de un acero vengador menos puro que el mío.

   CROMWELL.-(¿Qué es lo que me irá a descubrir?)

   CARR.-Vuelve a sentarte.

   CROMWELL.-(Vuelve a sentarse y dice aparte.) (Tendré paciencia para oírle hasta el fin.)

   CARR.-Escucha. Te amenaza una sublevación, y debes comprender que si sólo te amenazase a ti no perdería el tiempo en enterarte; pero aquí se trata de salvar a Israel, y si te salvo de paso, tanto peor.

   CROMWELL.-¿Pero existe esa conspiración? ¿Sabes dónde se reúnen los conjurados?

   CARR.-Salgo ahora de la reunión.

   CROMWELL.-¿Quién te ha abierto la puerta de la Torre de Londres?

   CARR.-¡Tiembla! Barksthead.

   CROMWELL.-¡Me fue traidor! Firmó, sin embargo, el decreto de muerte del rey.

   CARR.-Lo ha comprado la esperanza de conseguir el perdón.

   CROMWELL.-¿Restableciendo en el trono a Carlos II?

   CARR.- Escucha. Cuando al amanecer llegué a la reunión de los conjurados, creí que se trataba en primer lugar de emancipar al pueblo, dándote la muerte...

   CROMWELL.-¿Eso creías?

   CARR.-Después que se trataría de devolver todo su poder al Parlamento único, que le quitó tu inicuo despotismo. Pero apenas entré vi a un filisteo, con casaca de terciopelo acuchillada de satín, que conversaba con otros dos. El jefe de los confabulados vino a leerme breves madrigales y bulas.

   CROMWELL.-¿Madrigales?

   CARR.-Así se llaman los salmos paganos. Pronto entraron los santos, los ciudadanos religiosos; pero fascinados por extraños encantos, estaban en connivencia con los demonios que allí se confundían con los ángeles. Los demonios exclamaban: ¡Muera Cromwell! Pero en voz baja se decían: Aprovechándonos de sus sangrientos debates, haremos que Babilonia suceda a Gomorra, los techos de madera de cedro a los techos de sicomoro, la piedra al ladrillo, el yugo al freno y el cetro de hierro a la vara de bronce.

   CROMWELL.-¿Quiere decir que Carlos II suceda a Cromwell?

   CARR.-Éste es su deseo; pero Jacob no quiere que con su propia espada inmolen el buey sin darle su parte, ni que se derribe a Cromwell en provecho de Stuardo, porque entre dos desgracias, debe temerse la peor. Por malvado que seas, prefiero tu imperio al de un Stuardo, que es un Herodes, un príncipe corrompido, un muérdago parásito de la antigua encina arrancada. Desenmascaremos, pues, estos dos complots.

   CROMWELL.-(Thurloe no se equivocaba.) ¿Luego los dos partidos del rey y del Parlamento se han coligado contra mí? ¿Quiénes son los jefes del partido realista?

   CARR.-¿Crees que me han dado la nota? Me tiene eso sin cuidado; pero sin embargo, si me acuerdo te los iré diciendo; Rochester..., lord Ormond...

   CROMWELL.-¿Estás seguro?¡Han entrado en Londres! (Escribe esos nombres en un papel y dice a CARR:) A ver si recuerdas los demás; haz un esfuerzo.

   CARR.-Sedley...

   CROMWELL.-Bien. (Escribiendo.)

   CARR.-Drogheda, Roseberry, Clifford...

   CROMWELL.-¡Liberticidas! ¿Y los jefes populares?

   CARR-Eso no; no te delataría nuestros santos si me ofrecieras mil siclos de oro por cada uno; aunque dieras la orden a un eunuco de que ensayara el filo de su sable en mi garganta; no, eso no; aunque tú me enviaras como a Daniel a la cueva de los leones.

   CROMWELL.-Cálmate.

   CARR.-Eso no; aunque tú me dieras los campos de Tebas y los que están detrás y el Tiger y el Líbano y la ciudad de Tyro; eso no, aunque me hicieras coronel de tu ejército.

   CROMWELL.-Carr, querido Carr, somos dos antiguos amigos, somos como dos señales que Dios ha puesto en el mismo campo, y te has portado conmigo tan fraternalmente, que me libras de inminentes peligros; eso nunca lo olvidaré. El salvador de Cromwell...

   CARR.-(Bruscamente.) ¡No me injuries! Carr sólo salva a Israel.

   CROMWELL.-(¡Tener que acariciar a quien me hiere, estando a mi altura y a mi edad!) Sólo soy un gusano.

   CARR.-Es verdad; para el Eterno sólo eres un gusano como Atila, pero para nosotros eres una serpiente. ¿No deseas ser rey?

   CROMWELL.-(Casi llorando.) ¡Qué mal me conoces! Me cubre la púrpura, pero tengo ulcerado el corazón. ¡Compadéceme!

   CARR.-(Con risa amarga.) Eres un Nemrod que tomas el aspecto de Job.

   CROMWELL.-Siento en el alma merecer de los santos esos reproches.

   CARR.-El Señor Dios te castiga por medio de tus parientes cercanos.

   CROMWELL.-(Sorprendido.) ¿Qué quieres decir?

   CARR.-Que puedes añadir otro nombre a la lista que acabo de darte. Pero no; ¿por qué revelártelo? El vicio castiga al crimen.

   CROMWELL.-Dime, por Dios, quién es; por semejante servicio pídeme todo lo que quieras.

   CARR.-(Como herido por una idea súbita.) ¡De veras! ¿Me cumplirás tu promesa?

   CROMWELL.-Mi palabra vale tanto como un juramento.

   CARR.-Pues voy a revelártelo.

   CROMWELL.-(Que se les adule o que se les pague, todos los republicanos son lo mismo en el fondo, y su virtud es cera que al sol se funde.) ¿Qué desea mi hermano? ¿Un título heráldico? ¿Un grado? ¿Un dominio? ¿Qué quieres? Pide.

   CARR.-Que abdiques.

   CROMWELL.-(¡Es incorregible!) No siendo rey, no puedo abdicar.

   CARR.-Eso es un subterfugio para faltar a tu promesa.

   CROMWELL.-No...

   CARR.-Estás titubeando.

   CROMWELL.-(Suspirando.) ¡Ay de mi! No sabes qué violencia tengo que hacerme para conservar el poder; el poder es una cruz.

   CARR.-Tú no te enmiendas, Cromwell. Creo que es mas difícil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico y que un poderoso entren por la puerta de los cielos.

   CROMWELL.-(¡Fanático!)

   CARR.-(¡Hipócrita!) Con palabras capciosas no me convencerás.

   CROMWELL.-(Con aire contrito.) Convengo contigo, hermano, que mi poder es injusto y arbitrario; pero no hay nadie en Judá, en Gad ni en Issachar a quien apure tanto como a mi. Odio las vanidades; pero no debo rechazar bruscamente la autoridad suprema, que mi pueblo adora, antes de la hora que vengan a reinar en nuestras aldeas los veinticuatro Viejos y los cuatro animales. Ve y consulta con Saint-John y Selden, que son jurisconsultos, jueces en materia de leyes y en materia de cultos doctores, y proponles que tracen un plan de gobierno que me permita salir de él pronto. ¿Te satisface esta idea?

   CARR.-No mucho. Los doctores que invocas pronuncian a veces un oráculo equívoco; pero de todos modos, yo sí que quiero dejarte completamente satisfecho.

   CROMWELL.-Dime, pues, el nombre de ese pariente enemigo. ¿Cómo se llama?

   CARR.-Ricardo Cromwell.

   CROMWELL.-(Dolorosamente sorprendido.)-¡Mi hijo!

   CARR.-Tu hijo. ¿Estás contento, Cromwell?

   CROMWELL.-(Absorbido en un estupor profundo.) (El vicio y la blasfemia le han llevado lentamente hasta el parricidio. ¡Castigo del cielo! Asesiné a mi rey; mi hijo matará a su padre.)

   CARR.-La víbora engendra víboras. Es muy cruel ver que nuestro hijo es un felón y encontrar un Absalón no siendo un David. En cuanto a haber muerto a Carlos, que tú crees que es un crimen, es el único acto santo, virtuoso y legítimo que puede absolverte de todos tus pecados.

   CROMWELL.-(Abstraído.) (Sólo creía que Ricardo era frívolo y ligero, pero nunca pude pensar que llegara a desear mi muerte.) ¿Es cierto, hermano, lo que me has dicho? ¿Mi hijo...?

   CARR.-Asistió a la reunión de los conjurados esta mañana.

   CROMWELL.-¿Dónde se ha celebrado esa reunión?

   CARR.-En la taberna de las Tres Grullas.

   CROMWELL.-¿Y qué dijo allí?

   CARR.-Muchas cosas que yo no recuerdo; rió mucho, loqueó, juró haber pagado las deudas de Clifford...

   CROMWELL.-(No me engañó el judío.)

   CARR.-También brindó a la salud de Herodes.

   CROMWELL.-¿De qué Herodes?

   CARR.-Y a la salud de Baltasar.

   CROMWELL.-¿Cómo?

   CARR.-Y a la salud de Faraón.

   CROMWELL.-¿Quieres explicarte?

   CARR.-Y a la salud del Anticristo, al que llamó rey de Escocia, o sea Carlos II.

   CROMWELL.-(Pensativo.) (¡Brindar a su salud es brindar a mi muerte!) Mi hijo es un parricida loco, y no sé si un día, sobre su frente pálida, se escribirá Caín o Sardanápalo.

   CARR.-Las dos cosas.

   (Entra Thurloe, que se aproxima con aire misterioso a Cromwell.)

   THURLOE.-(En voz baja a Cromwell.) Milord Ricardo Willis os está esperando.

   CROMWELL.-(En voz baja a Thurloe.) Él me aclarará todo esto.

   THURLOE.-¿Los gentileshombres que están agrupados a la puerta, pueden entrar?

   CROMWELL.-Sí, ya que es necesario que yo salga. (Repongámonos; sienta siempre bien estar serenos. Si mi corazón es de carne, que sea mi rostro de cobre.) (Entran los cortesanos conducidos por Thurloe. Saludan a Cromwell, que les hace un signo con la mano y se dirige a Carr.) Gracias, hermano; sed de los nuestros, y yo os pondré delante de los demás.

   (Sale con Thurloe.)

   CARR.-(Que permanece en el proscenio.) ¡Así es como él abdica! ¡Condenado usurpador!



Escena XI

CARR, WHITELOCKE, WALLER, MAYNARD, JEPHSON, GRACE, SIR WILLIAM
MURRAY, M. WILLIAM LENTHALL, y LORD BROGHILL.

   MURRAY.-Ya habéis visto como su alteza ha hablado con ese hombre: es muy bondadoso con él.

   LENTHALL.-¡Y hasta se ha dignado sonreírle!

   CARR.-(¡Se atreve a ultrajarme!)

   JEPHSON.-¡Qué distinción!

   WALLER.-Debe ser algún favorito suyo.

   MURRAY.-Todo ha sido para él.

   LENTHALL.-Se conoce que ese hombre tiene crédito. (Aproximándose a Carr y haciéndole muchas reverencias.) ¿Milord, os dignaréis como gran favor decir por mí, que soy buen ciudadano, a quien vos sabéis, esas palabras tan oportunas que pronunciáis? Tengo derecho a ser lord y...

   CARR.-Yo he colgado mi arpa de la rama del sauce y ya no canto los cantares de mi país a los babilónicos que nos han invadido.

   (Todos se le acercan.)

   MURRAY.-Protegedme, milord. Pues que van a proclamarle rey, creo que puedo serle muy útil. Soy noble escocés. He disfrutado de gran favor siendo niño cerca del príncipe de Gales, y cada vez que éste se hacía acreedor a un castigo, yo gozaba del privilegio de recibir los golpes que merecía el príncipe.

   WALLER.-Milord, yo soy Waller, y he escrito ditirambos sobre los galeotos que cogieron al marqués español.

   JEPHSON.-Caballero, decidle a su alteza que yo soy el coronel Jephson. Mi madre era condesa, y quisiera ser admitido en la Cámara de los Pares.

   CARR.-¡Id al hospital de locos!

   GRACE.-(Riendo.) Es buen sitio para un poeta; haced que me lleven allí.

   JEPHSON.-Yo soy el primero que en el Parlamento ofrecí hacer rey a Oliverio...

   MURRAY.-Y yo...

   CARR.-¡Israel os confunda!



Escena XII

Los mismos menos CARR; en seguida THURLOE

   WALLER.-Decididamente está loco.

   MURRAY.-Loco de remate

LENTHALL.-¿Cómo conseguirá su alteza que sea afable?

   (Entra Thurloe.)

   THURLOE.-Por orden expresa de milord Protector os digo que no puede recibiros hoy. (Salen todos. Al marcharse dice el coronel Jephson): ¡Cromwell recibe a ese estúpido y no nos recibe a nosotros!

   (En el momento que queda sola la sala, se abre la puerta secreta y aparece Cromwell, que mira con precaución a todas partes.)



Escena XIII

CROMWELL y RICARDO WILLIS

   CROMWELL.-Ya se han marchado, salid. (Ricardo Willis aparece envuelto en una capa y cubierto con un sombrero que le tapa la cara; no conserva el aspecto de sufrimiento, anda con ligereza y tiene la voz clara.) ¡Ya no lo puedo dudar! Mi hijo Ricardo...

   WILLIS.-Ha brindado por la salud de Carlos II, y este brindis les ha parecido temerario a los demás sublevados.

   CROMWELL.-¡Es un ingrato! Cuando pudiera sucederme en el trono... Repetidme los nombres de los puritanos.

   WILLIS.-El primero de todos es Lambert.

   CROMWELL.-La conspiración, pues, tiene por jefe a un cobarde; el imperio lo conquistan menos los genios que la casualidad. Han reinado muchos Vitelios por cada César. Seguid.

   WILLIS.-Ludlow.

   CROMWELL.-Buen hombre, que no hará carrera.

   WILLIS.-Syndercomb, Barebone.

   (A medida que Willis los nombra, Cromwell los lee en una lista que tiene desplegada.)

   CROMWELL.-Ése es mi tapicero, si la memoria no me es infiel. Un necio.

   WILLIS.-Joyce.

   CROMWELL.-Un adulador.

   WILLIS.-Overton.

   CROMWELL.-¡Vaya un talento!

   WILLIS.-Harrison.

   CROMWELL.-Un ladrón.

   WILLIS.-Widman.

   CROMWELL.-Un loco.

   WILLIS.-Un individuo llamado Carr.

   CROMWELL.-Ya le conozco.

   WILLIS.-Garland, Plinlimmon y Barksthead, uno de los verdugos del rey.

   CROMWELL.-(Como despertando sobresaltado.) ¿Sabéis con quién estáis hablando?

   WILLIS.-Perdonadme, milord, esta antigua costumbre, que adquirí sirviendo a la otra raza. Esto no debe ofender a vuestra majestad.

   CROMWELL.-Basta. ¿Están en esta lista los nombres de todos los jefes puritanos?

   WILLIS.-Sí, milord.

   CROMWELL-¿Y los jefes de los caballeros?

   WILLIS.-Vuestra alteza me permitió que me callara sus nombres. Son antiguos amigos a los que sentiría mucho perder; además, yo los vigilo, y en caso de necesidad no se escaparían.

   CROMWELL.-Bien. (Todos los cobardes tienen escrúpulos.) Os permito que respetéis el secreto acerca de vuestros compañeros. (Porque sé quiénes son.)

   WILLIS.-Espero, milord, que no reciban la muerte por castigo, porque esto sería un remordimiento para mí. Les presto inmenso servicio excitando sobre ellos vuestra clemencia.

   CROMWELL.-Vuestros gajes ascienden a doscientas libras. (Éste es el precio de la sangre de los tuyos que me entregas.) Tomad, esto es lo estipulado.

   (Abriendo su portamonedas y entregándole un papel.)

   WILLIS.-¿Pagadero en la caja secreta?

   CROMWELL.-Sí. ¿Habéis visto a Davenant después que vino del continente?

   WILLIS.-No, alteza.

   CROMWELL.-Trae una letra misteriosa para Ormond.

   WILLIS.-No vi que nadie entregara ninguna carta al marqués, y yo estaba cerca de él. No creo que Davenant estuviese entre los conjurados.

   CROMWELL.-(Ya le veré yo mismo.)

   (Rochester, en traje de sacerdote puritano, aparece en el fondo.)



Escena XIV

Dichos y ROCHESTER

   ROCHESTER.-(Ya estoy aquí. Veremos si represento bien mi papel. Voy a volver a ver a Francisca.) (Ve a Cromwell y a Willis, que están absorbidos en su secreta conversación.) (Cromwell y Willis hablando en secreto.)

   CROMWELL.-(A Willis.) Volved a encerraros en la Torre de Londres para evitar sospechas.

   ROCHESTER.-(¡Qué Oigo!)

   WILLIS.-Vuestra majestad ya sabe que puede contar conmigo para todo.

   ROCHESTER.-(Sin haber sido visto.) (¡Que puede contar con él para todo! ¡Estoy asombrado!)

   CROMWELL.-(A Willis.) Cuidemos de que no os vean los centinelas, porque si os vieran nos descubrirían.

   (Se van por la puerta secreta.)

   ROCHESTER.-(Solo.) ¡Buenos amigos tiene el rey Carlos! Vienen aquí a delatarnos y a conspirar contra nosotros en el palacio de Cromwell; su audacia es increíble. Vuelve uno de los dos; sea el que sea voy a ocultarme.

(Se oculta detrás de uno de los pilares de la sala. Entra Cromwell.)



Escena XV

CROMWELL y ROCHESTER

   CROMWELL.-El hombre propone y Dios dispone: creí haber llegado tranquilamente al puerto y estar al abrigo de las olas, y de repente me veo envuelto en el mar alborotado de las sublevaciones. Afrontemos, pues, la última tempestad, dándoles el último golpe que los aterre. Rompamos todo lo que se me resista. El pueblo necesita rey.

   ROCHESTER.-(Detrás del pilar.) (No encontraré otro realista tan ardiente como él.)

   CROMWELL.-¡Que mueran todos!

   ROCHESTER.-(¡Todos! Al menos perdona a tu hija Francisca.)

   CROMWELL.-(Se acerca a la ventana de Carlos I) El aire libre y la luz del sol quizá me tranquilicen.

   ROCHESTER.-(Parece que esté en su casa.)

(Cromwell trata de abrir la ventana, que se resiste.)

   CROMWELL.-¡No quiere abrirse; la cerradura está oxidada, quizá por la sangre de Stuardo!... ¡Desde aquí voló al cielo! Quizá si fuera rey la abriría más fácilmente. Si deben expiarse todos los crímenes, debo temblar. Fue un atentado impío: jamás frente tan noble se apoyó en el dosel real; Carlos I fue justo y bueno... ¿pero podía yo impedir el furor del pueblo? Mortificaciones, vigilias y rezos, todo lo empleé para salvar a la víctima; todo en vano... el cielo había decretado su muerte... Siento remordimientos. ¿Qué pensarán de nosotros los que han muerto ya?

   ROCHESTER.-(El remordimiento le perturba la razón.)

   CROMWELL.-¡Desconocidos males nos revela el crimen! ¡Por volverte a la vida, Carlos, vertería cien veces mi sangre!

   ROCHESTER.-(Voy a salir de mi escondite y a asustarlo.) (Avanzando bruscamente hacia Cromwell.) ¿Qué hacéis aquí?

   CROMWELL.-(Asombrado.) ¿A quién habláis?

   ROCHESTER.-A vos. (Representemos el papel.) ¿Sabéis, buen hombre, dónde estáis?

   CROMWELL.-¿Tú sabes a quién hablas?

   ROCHESTER.-Yo sé a quién hablo.

   CROMWELL.-¿Será algún asesino pagado por el rey Carlos?) (Saca del pecho una pistola y apunta a Rochester.) No te acerques.

   ROCHESTER.-(¡Diablo! Seamos prudentes, que vive muy prevenido.) No vengo a perderos, al contrario, vengo a daros un buen consejo. Estáis diciendo palabras muy sediciosas.

   CROMWELL.-¿Yo?

   ROCHESTER.-Vos. Salid, señor, o pido socorro.

   CROMWELL.-(Debe ser un loco.) ¿Quién eres tú para hablarme de esa manera?

   ROCHESTER.-Pensad que estáis en casa de milord Protector.

   CROMWELL.-¿Quién eres tú?

   ROCHESTER.-Soy el último servidor de su alteza; soy su capellán.

   CROMWELL.-¡Mientes! ¡Tú no eres mi capellán! ¡Debía arrastrarte a mis pies de rodillas, miserable impostor!

   ROCHESTER.-Milord, altera... perdonadme. Mi equivocación nace de tener gran odio a vuestros enemigos, de palabras mal entendidas.

   CROMWELL.-¿Mas por qué mentir?

   ROCHESTER-Sacrificarme por vos era mi sueño de oro, y por eso me atreví a solicitar en vuestra casa el empleo de capellán.

   CROMWELL.-¿Cómo te llamas?

   ROCHESTER.-(¡Maldita memoria! ¡No me acuerdo ya cuál es mi nombre de santo!) Es un nombre desconocido...

   CROMWELL.-No importa; el manantial puede saltar del fondo de un pozo.

   (Rochester mete la mano en el bolsillo, saca una carta y se la presenta a Cromwell, haciendo una profunda reverencia.)

   ROCHESTER.-Esta carta, milord, os enterará de quién soy.

   CROMWELL.-¿De quién es la carta?

   ROCHESTER.-Del señor Juan Milton.

   CROMWELL.-Hombre ilustre y digno, que es lástima que esté ciego. (Lee algunas líneas.) Te llamas Obededom.

   ROCHESTER.-Eso es. (¡Vive Dios, qué nombre! Davenant me ha bautizado de tal modo que no se puede pronunciar mi nombre sin hacer muecas.)

   CROMWELL.-Un santo de gran importancia, como es Milton, os recomienda. (Aunque parece que tenga por mí gran adhesión, es prudente desconfiar.) Debo, sin embargo, someteros a una prueba y haceros sufrir un examen sobre la fe, antes de nombraros mi capellán.

   ROCHESTER.-(Inclinándose.) Amén. (Llegó el momento crítico.)

   CROMWELL.-Contestadme a estas preguntas. ¿En qué mes empezó Salomón la construcción del templo?

   ROCHESTER.-En el mes de Zio, segundo del año sagrado.

   CROMWELL.-¿Cuándo lo acabó?

   ROCHESTER.-En el mes de Bul.

   CROMWELL.-¿Dónde tuvo Tharé los tres hijos?

   ROCHESTER.-En Ur, en Caldea.

   CROMWELL.-¿Quién vendrá a reformar el mundo degradado?

   ROCHESTER.-Los santos, que reinarán mil años completos.

   CROMWELL-¿Quién cumple mejor con los santos deberes?

   ROCHESTER.-Todo creyente nace con la gracia suficiente, y puede predicar presentándose en el púlpito, con tal que sepa, en lugar de decir, A, B, C, decir: Aleph, Beth y Ghimel.

   CROMWELL.-Muy bien. Continuad.

   ROCHESTER.-(Con entusiasmo.) El Señor se aparece a todos en espíritu, y cada uno puede, sin ser sacerdote, ministro ni doctor, haber recibido de las alturas un rayo creador. Sin la fe el hombre se arrastra, pero con su lámpara se alumbra el alma. El alma es un santuario y todo hombre es un sacerdote. Al hogar común aportad vuestros rayos; los profetas predicaban en las plazas públicas y el templo santo tenía las ventanas oblicuas. (Consiento que me ahorquen si entiendo una palabra de lo que acabo de decir.)

   CROMWELL.-(Es un anabaptista.) Basta. Fundáis en base falsa vuestro edificio; pero de esto ya volveremos a hablar. Ahora contestadme a la última pregunta. Según los santos discursos, ¿debe llevarse el cabello largo o corto?

   ROCHESTER.-Corto, muy corto.

   CROMWELL.-¿De dónde deducís eso?

   ROCHESTER.-De que llevar cabellera es una vanidad, y Absalón fue ahorcado por llevar el cabello largo.

   CROMWELL.-Sí, pero mataron a Sansón en cuanto le cortaron el pelo.

   ROCHESTER.-(Mordiéndose los labios.) (¡Diablo!)

   CROMWELL.-Para aclarar todo lo que sea posible este punto grave, voy a buscar la Biblia. (Vase.)



Escena XVI

ROCHESTER Solo

   ROCHESTER.-No he sostenido mal el asalto; aunque es puritano no es tonto, y temo... Ese predicador soldado, ese bandolero patriarca, para que no le sorprendan, va siempre armado hasta los dientes, dentro de su propio palacio, va armado siempre con buenas pistolas y con dilemas religiosos para haceros frente de dos maneras.



Escena XVII

LORD ROCHESTER y RICARDO CROMWELL

   ROCHESTER.-(Viendo entrar a Ricardo.) (¡Ricardo Cromwell! Si me reconoce soy perdido.)

   RICARDO.-(Examinándolo.) (Me parece que he visto esa cara en alguna parte... Estoy seguro.)

   ROCHESTER.-(¡Mal presagio!)

   RICARDO.-(Este hombre no es un doctor puritano; entre los caballeros estaba con nosotros bebiendo esta mañana; ya adivino quién es.)

   ROCHESTER.-(¡Cómo me mira!)

   RICARDO.-(Indudablemente es algún espía de mi padre que viene a palacio a darle cuenta de mis actos. Procuraré atraérmelo para evitar que estalle la tempestad. Llevo algunas monedas de oro en la bolsa... )

   (Metiéndose la mano en la bolsa.)

   ROCHESTER.-(Se prepara para atacarme. ¿Me sacará también alguna pistola?)

   (Ricardo se aproxima a Rochester, risueño.)

   RICARDO.-Buenos días, caballero.

   ROCHESTER.-Milord, que el cielo os guarde. Soy un miembro desconocido del clero militante, que rezaré a Dios por vos.

   RICARDO.-Sin embargo, yo os he visto en otra parte no rezar, sino jurar como un carretero.

   ROCHESTER.-¡Os engañáis, milord! ¡Jurar yo!...

   RICARDO.-Sí, por San Jorge y por San Pablo.

   ROCHESTER.-No, no.

   RICARDO.-Juradme que no habéis jurado.

   ROCHESTER-¡Yo!...

   RICARDO.-No sois lo que aparentáis ser; tras la mascarilla del santo se ven los ojos del traidor.

   ROCHESTER.-(Soy perdido.) Milord...

   RICARDO.-Lo sé todo... Pero tomad y no me denunciéis.

   (Presentándole unas monedas.)

   ROCHESTER.-(¿Qué es lo que dice? ¿Qué es lo que hace?)

   RICARDO.-A mí me complace la vida aventurera, tengo amigos en todas partes y esta mañana he estado bebiendo con los caballeros, lo mismo que vos, señor puritano; ¿qué sacaréis de ir a relatar a mi padre que su hijo estuvo bebiendo en una taberna y que por un trago de mal vino me haga una mala chanza?

   ROCHESTER.-(Me he salvado.)

   RICARDO.-En seguida he conocido que erais uno de sus espías.

   ROCHESTER.-(Debo representar muy mal mi papel de santo, porque éste me toma por espía y el otro me tomó por ladrón.) Milord, me hacéis demasiado honor.

   RICARDO.-Prometedme no decirle al Protector dónde me habéis visto esta mañana.

   ROCHESTER.-Os lo prometo.

   RICARDO.-(Presentándole una gran bolsa bordada con sus armas.) Tomad, pues, esta bolsa, que soy rico y no soy ingrato.

   ROCHESTER.-(La toma después de vacilar un momento y dice aparte): (¡Bah! ¡Éste siempre es un recurso! Cuando se conspira es menester dinero; además, la avaricia sienta bien a mi disfraz.) Milord es muy generoso...

   RICARDO.-Bébetela a mi salud.

   ROCHESTER.-(Esto termina mejor de lo que yo creía.)

   RICARDO.-¿Cuánto vienes a ganar en tu oficio, sin contar con la horca?...

   ROCHESTER.-Un pobre doctor puritano...

   RICARDO.-No como sacerdote, sino como espía.

   ROCHESTER.-No merezco esa calificación...

   RICARDO.-La filosofía adopta todos los estados y no debe haber ninguno que la ruborice.

   ROCHESTER.-Milord...



Escena XVIII

Los mismos y CROMWELL

   CROMWELL.-(Con una Biblia abierta en la mano.) Escuchad, doctor Obededom, este versículo de la Biblia sobre Dabir, rey de Edom... (Interrumpiéndose al ver a su hijo.) ¡Ah! (A Rochester.) Salid.

   ROCHESTER.-(Ya se incomodó. El pedagogo se ha convertido en tirano.) (Vase.)



Escena XIX

RICARDO y OLIVERIO CROMWELL

   OLIVERIO se aproxima a su hijo, se cruza de brazos y le mira fijamente.

   RICARDO.-Padre mío... ¿qué tenéis? ¿Qué os han hecho? ¿Qué teméis? ¿Qué puede entristeceros cuando todos son felices? Mañana, regocijando los espectros de los antiguos reyes, muere la República, legándoos tres reinos; mañana vuestra grandeza se aumentará en el trono, y las salvas de los cañones y el volteo de las campanas dirán al mundo que Oliverio es rey. ¿Qué os falta? Secundan vuestros deseos Londres, Inglaterra, la Europa, vuestra familia entera, y si oso yo nombrarme, padre y señor mío, debo deciros que me inspira menos cuidado vuestra felicidad que vuestra salud y...

   CROMWELL.-(Que no ha dejado de mirar a su hijo fijamente.) ¿Cómo está el rey Carlos Stuardo?

   RICARDO.-(Aterrado.) ¡Milord!

   CROMWELL.-Procurad otra vez elegir mejor vuestros emisarios.

   RICARDO.-Quiero morir antes mil veces y ser el hombre más vil si...

   CROMWELL.-(Interrumpiéndole.) ¿Sirven buen vino en la taberna de las Tres Grullas?

   RICARDO.-(¡Todo se lo ha referido el condenado espía!) Yo os juro, milord...

   CROMWELL.-Os habéis turbado; y no creo que sea ningún delito juntarse con algunos amigos para beber cerveza. Sin duda brindaríais a mi salud...

   RICARDO.-Milord, creedme, hemos tenido una inocente reunión...

   CROMWELL.-(Con voz de trueno.) ¡Sois un infame! Con otros caballeros, mi hijo esta mañana bebió parte de mi sangre en un vergonzoso festín.

   RICARDO.-¡Padre mío!

   CROMWELL.-¡Beber con los paganos que yo aborrezco a la salud de Carlos, y en un día de ayuno!

   RICARDO.-Os juro que yo no lo sabía.

   CROMWELL.-Guarda tus juramentos para tu rey futuro, y no vengas, traidor, a presentar ante mis ojos tu parricidio, agravado con blasfemias. El vino fatal turbó tu cerebro y bebiste veneno a la salud de Carlos; pero mi venganza muda vigilaba tu crimen, y aunque eres mi hijo, serás mi víctima. Abrasaré el árbol para quemar su fruto. (Vase.)



Escena XX

RICARDO solo

   RICARDO.-¡Por beber un vaso de vino tanto ruido! ¡Ah! Pero beberlo en un día de ayuno es ser sacrílego, traidor, blasfemo y parricida. Vale mucho más, aunque el banquete sea excelente, ayunar con los santos que beber con los locos. Esta verdad no la he comprendido yo hasta ahora. Mi padre no tiene el juicio completo.



Escena XXI

RICARDO Y ROCHESTER

   ROCHESTER.-(Ricardo parece que esté trastornado.)

   RICARDO.-(¡Ah, es el espía! Voy a atraparle.) (Avanza amenazando a Rochester.) ¡Gracias a Dios que te encuentro, traidor!

   ROCHESTER.-¿Por qué lo decís, milord?

   RICARDO.-¿Aún tratas de ocultarme tu perfidia? He visto a mi padre y lo sabe todo. ¿Qué me contestas a eso?

   ROCHESTER.-(¡Diablo! Entonces es verdad que hay entre los nuestros un espía que sirve a Cromwell.)

   RICARDO.-(Parece que se burla de mí.) Esta vez no te escaparás, porque ya he descubierto tu traición. Mi padre está furioso.

   ROCHESTER.-(Dejemos el fingimiento y sepamos qué es esto.) Ya sabéis quién soy, podemos batirnos; los dos tenemos razones para ello. Fijad hora, sitio y arma: a vuestra elección lo dejo. Soy un campeón digno de vos.

   RICARDO.-¡Ricardo Cromwell batirse con un espía! ¡Con traje eclesiástico me hablas de batirme! ¡Después de pagarte me vendes traidoramente!

   ROCHESTER.-(¿Qué está diciendo?)

   RICARDO.-Pues bien, antes vuélveme el dinero.

   ROCHESTER.-(¡Diablo! Ya envié la bolsa a lord Ormond.)

   RICARDO.-¡Vuélveme el dinero, miserable!

   ROCHESTER.-(¿Y cómo?) La suma no vale la pena...

   RICARDO.-¿No? Pues tus huesos y tu carne me la van a pagar cara. (Tira mano de la espada.) Venga la bolsa.

   (Se arroja sobre Rochester con la espada desenvainada.)

   ROCHESTER.-(¡Diablo! ¡Me va a matar! (Retrocediendo.)



Escena XXII

Los mismos y el conde de CARLISLE, con cuatro alabarderos. RICARDO se para. El conde
le hace una profunda reverencia.

   CARLISLE.-Milord Ricardo Cromwell, en nombre del Protector entregadme la espada.

   RICARDO.-(Entregándola.) Se ocupaba en castigar a un traidor; habéis venido un instante demasiado pronto.

   ROCHESTER.-(¡Dichosa casualidad! ¡Dios ha salvado a Antíoco de las manos de Eleazar!)

   CARLISLE.-Dignaos entrar en vuestro aposento, en cuya puerta tengo la orden de colocar dos arqueros de centinela.

   RICARDO.-(A Rochester.) Me sucede esto porque me hiciste traición.

   ROCHESTER.-(Pues no lo entiendo; no sé qué culpa puedo tener en la prisión de Ricardo.)

   RICARDO.-(Al conde.) Desconfiad de este hombre, que tiene dos caras; no me quejaría de él si le hubiera podido pagar como yo deseaba.

   ROCHESTER.-(Estas son las consecuencias de haberse disfrazado de puritano.)

   (Ricardo vase rodeado de los alabarderos.)



Escena XXIII

El conde de CARLISLE, LORD ROCHESTER y THURLOE

   THURLOE.-(A lord Rochester.) Su alteza, apreciando vuestra docta facundia, os nombra capellán de su casa. Le diréis la oración de la mañana y la de la tarde, predicaréis sobre cualquier texto a los centinelas de su habitación, bendeciréis los platos que se saquen a su mesa y el hipocrás que bebe su alteza por la noche.

   (Rochester se inclina y dice aparte):

   ROCHESTER.-(Muy bien; a eso vengo aquí.)

   THURLOE.-Estos son los deberes de vuestro cargo.

   ROCHESTER.-Los cumpliré fielmente.

   THURLOE.-(Entregándole un pergamino al conde Carlisle.) Conde, mañana estallará una sublevación en Westminster.

   ROCHESTER.-(No lo saben todo.)

   THURLOE.-Arrestad a lord Rochester.

   ROCHESTER.-(Cuando le encontréis.)

   THURLOE.-Y a lord Ormond.

   ROCHESTER.-(Acabo de avisarle, y ya habrá cambiado de nombre y de escondrijo.)

   THURLOE.-A los demás les vigilaremos de cerca, y ellos mismos vendrán a caer en nuestras redes.



Escena XXIV

ROCHESTER Solo

   ROCHESTER.-Nuestra estratagema descompondrá ese plan, y esta misma noche sorprenderemos a Cromwell. Todo va bien. Aunque nos han hecho traición a medias, conduzcamos la acción a su desenlace.

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