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Acto tercero

Los bufones

La cámara pintada de White-Hall

A la derecha un gran sillón dorado, que se eleva sobre escalones cubiertos con tapices de los
Gobelinos. Un semicírculo de taburetes frente al sillón; cerca de él una gran mesa con tapete de terciopelo y una silla de tijera.

Escena I

Los cuatro bufones de CROMWELL: TRICK, primer bufón, va vestido de amarillo y de
negro, con gorra del mismo color con sonajas de oro, y lleva las armas del Protector bordadas en oro en el pecho; GIRAFF, segundo bufón, va de amarillo y rojo, con cascabeles de plata y con las armas del Protector bordadas en plata en el pecho; GRAMADOCH, tercer bufón y porta-cola de su alteza, va de rojo y negro y con cascabeles de oro, con las armas del Protector en el pecho bordadas en oro; ELESPURU, cuarto bufón, traje completamente negro, sombrero también negro con tres cuernos, llevando una campanilla de plata en cada uno y con las armas del Protector, en plata. Los cuatro ciñen una espada pequeña, con gran puño y con lámina de madera; TRICK lleva además una muñeca en un palo.

   ELESPURU.-(Cantando.)

                                  «Oíd, oíd, buenas almas,
por qué en el mundo me encuentro:
en otros días estuve
viajando por el infierno:
Lucifer y Satanás,
diablos de grandes cuernos,
a morir me condenaron
asado como un carnero
y a arrojarme entre las llamas
con sus tridentes de hierro.
Ya se quemaba mi ropa,
ya estaba caliente el cuerpo,
cuando Satanás, mirándome,
entre enfadado y risueño,
por un mono me tomó
y me libró del infierno:
por eso ahora en la tierra
entre vosotros me encuentro.»

   GIRAFF.-¿Crees tú que Satanás te ha dejado? ¿No estás en poder de Cromwell?

   GRAMADOCH.-Para ser diablo no se necesita tener cuernos. Si todos los diablos los tuvieran, el infierno sería tan grande que no tendría límites.

   ELESPURU.-Haciendo diablo a Cromwell sospechas de su esposa Elisabeth.

   GRAMADOCH.-Pues oíd; los franceses han inventado esta canción:

                                  «Dícese que en París entran los sueños
por dos puertas distintas: por la puerta
que es de marfil se van a los amantes;
por la de cuerno a los maridos llegan.»

   Cromwell me hace llevar su cola, pero su mujer le hace llevar los cuernos.

   TRICK.-Por tus habladurías infames merecías ser racimo de horca. Me declaro campeón de la Protectora y defiendo su honor y el de Cromwell. Garantizo la buena conducta de ella... porque es muy fea.

   GRAMADOCH.-Es verdad, y confieso que lo que dije sólo fue una broma; cuando no tenemos nada que decir, decimos cualquier cosa.

   TRICK.-¿Sabéis que aquí pasan lances muy chocantes?

   GIRAFF.-¡Vaya! Cromwell se quiere proclamar rey, Satán quiere hacerse Dios.

   GRAMADOCH.-Sí, pero se dice que hay dos sublevaciones que quieren impedirlo.

   ELESPURU.-El ejército está descontento y el pueblo murmura.

   TRICK.-Si cambia su armadura por el traje real, los puñales de sus enemigos llegarán con más facilidad a su corazón.

   GIRAFF.-A mí me gusta que haya jaleo y desorden; y sería incapaz de excitar a los perros y a los lobos a que se mordiesen, y quisiera ver a los caballeros jugando a la pelota con las cabezas de los puritanos.

   TRICK-¿Y qué me decís del nuevo capellán que nos acaba de bendecir mirándonos malignamente?

   ELESPURU.-¡Qué sé yo!

   GRAMADOCH.-Me parece el diablo predicador.

   TRICK.-A mí también.

   GRAMADOCH.-Oíd por qué lo digo. He visto al capellán dar vueltas por el parque y hablar con los soldados de la guardia, bajo el pretexto de predicarles sobre algún texto de la Biblia. Luego les ha hecho beber, les ha dado dinero, y rodeándole todos, les dijo: «Hasta la noche. Será la consigna para entrar: Colonia y White-Hall.»

   GIRAFF.-Será algún agente de Carlos.

   ELESPURU.-Más creo que sea agente de Cromwell, si he de juzgar por las injurias que vomitó contra él el hijo de nuestro señor: Ricardo está encarcelado por delaciones de ese traidor.

   GIRAFF.-(Riendo.) Ya lo sé; van a condenar a Ricardo porque quería matar a su padre. ¡Esto es muy divertido!

   TRICK.-Pues yo sé aún algo más risible que eso.

   GRAMADOCH.-¿De veras?

   GIRAFF.-No es posible.

   TRICK.-(Sacando un rollo de pergamino atado con una cinta de color de rosa.) Pues vais a verlo.

   ELESPURU.-¿Eso qué es?

   TRICK.-Un pergamino que desde el bolsillo del capellán ha saltado a mi mano.

   GRAMADOCH.-Será algún sermón. Se conoce que ese capellán es tan loco como nosotros, cuando ata un sermón con una cinta de color de rosa.

   Lee rápidamente el pergamino desplegado y se echa a reír; GIRAFF y ELESPURU lo leen también y se ríen aún más fuerte; TRICK se ríe más que todos.

   ELESPURU.-¡Hermoso sermón! «A la bella Egeria.»

   GIRAFF.-(Leyendo.)

                                  «Enciéndese mi alma en vuestros ojos,
en los que el dios Cupido
llamea con su fuego abrasador...»

   GRAMADOCH.-«Son como dos espejos que concentran.»

   TRICK.-«La llama que ha encendido y que quema mi ardiente corazón.»

   Los cuatro se ríen a carcajadas.

   ELESPURU.-¿Esos versos han caído del bolsillo del puritano?

   TRICK.-Sí.

   GRAMADOCH.-Pues ya sé a quién van dirigidos: ¿conocéis a la señora Guggligoy, la dueña de lady Francisca?

   TRICK.-Sí... ¿y qué?

   GRAMADOCH.-Yo vi que el capellán le hablaba al oído y que le entregaba una bolsa.

   TRICK.-¿Y que le contestó la vieja?

   GRAMADOCH.-La vieja le dijo: -Hermano joven, esta noche estaréis solo con ella.

   ELESPURU.-¿Qué significa todo esto?

   GIRAFF.-No lo sé, pero es muy gracioso.

   GRAMADOCH.-Cromwell, que cree someterlo todo a su registro, haría muy bien algunas veces de enterarse de nosotros. Si le avisásemos de lo que hace el capellán...

   GIRAFF.-¿Avisarle? Eso no nos corresponde a nosotros; él nos toma y nos paga para divertirle y para nada más; nosotros nada tenemos que ver con que fuercen sus puertas o con que roben a sus hijas.

   GRAMADOCH.-Es verdad.

   ELESPURU.-Dices bien.

   TRICK.-Cada cual a su negocio; él reina y nosotros hacemos reír. Aunque le descuarticen, aunque le quemen o le desuellen, sólo puede exigir de nosotros que le divirtamos.

   GRAMADOCH.-Además, ese falso capellán es de nuestra familia; los locos y los enamorados tienen gran parentesco.

   TRICK.-Pero conspira, y esto sí que debemos impedirlo, porque si reinase Carlos II, nos ahorcaría a los cuatro.

   ELESPURU.-¿Por qué había de ahorcar a unos pobres bufones?

   TRICK.-Aunque no fuera más que por vernos hacer gestos en la horca.

   GIRAFF.-Sois muy inocentes si creéis eso. Estad tranquilos, que si Carlos llega a reinar necesitará bufones, y aquí estamos nosotros ya. No encontrará en el mundo otros que posean nuestro arte tan profundamente, porque los demás son bufones por instinto, pero nosotros lo somos por principios. Los bufones se han salvado siempre de todos los desastres, y para envejecer en el mundo es preciso ser bufón; ser locos es ser sabios.

   TRICK.-Después de todo, Cromwell me fastidia, y se dice que Carlos tiene el genio más alegre.

   ELESPURU.-Es porque está fatigado el ojo de águila del tirano, y nosotros sabemos lo que él ignora, y tenemos ante la vista el hilo que él no ve aún.

   GRAMADOCH.-Mejor dirías que somos sus bufones, pero que él es nuestro loco. Nos cree sus juguetes y nuestro juguete es él. ¿Nos asusta alguna vez cuando lanza su voz de trueno o sus miradas terribles, que hacen temblar a los reyes? Cuando acaba de rezar, de predicar o de proscribir, ¿el hipócrita puede mirarnos sin que excitemos su risa? Su política sorda y sus designios profundos engañan al mundo entero, exceptuando a sus cuatro bufones. Su reinado, tan funesto para los pueblos que sacude, es, mirado desde nuestro punto de vista, un necio drama que representa. Miramos y vemos pasar ante nuestros ojos veinte actores, por turno, serenos, tristes o alegres, y nosotros, escondidos en la oscuridad, filósofos espectadores y mudos, aplaudimos las peripecias o nos reímos de las catástrofes. Dejemos que Carlos y Cromwell luchen ciegamente y se destrocen para divertirnos, ya que sólo nosotros poseemos la clave del extraño enigma. No digamos nada a nuestro señor.

   ELESPURU.-Es verdad; que se las componga como pueda.

   GIRAFF.-Callemos y riamos.

   TRICK.-Satanás crea a los tiranos para que diviertan a los bufones; y mientras el déspota hace temblar al universo, para nosotros el cetro de Cromwell es una muñeca de palo.



Escena II

Dichos y CROMWELL, JUAN MILTON, con traje negro, cabello

blanco y largo, con solideo; lleva colgada al cuello la cadena de secretario del Consejo, y sale apoyándose en un paje que lleva la librea del Protector; WHITELOCKE, PIERPOINT, THURLOE, LORD ROCHESTER y HANNIBAL SESTHEAD.

   CROMWELL.-Me alegro que estén aquí los cuatro bufones, porque ya es hora de que nos distraigamos un rato.

   Entra THURLOE.

   THURLOE.-Milord, en la sala del Trono el Parlamento espera...

   CROMWELL.-¡Que espere!

   THURLOE.-(Bajo al Protector.) Va a presentaros la humilde exposición del pueblo, que pide que el Protector se digne ser rey.

   CROMWELL.-(Con alegría.) ¡Entonces ya es cosa segura! Le recibiré luego, después que celebre Consejo; antes quiero ver los caballos grises que el Holstein me envía. Entretenles tú entretanto. (Vase Thurloe.) Ya que estamos solos, deseo reírme unos instantes, doctor; os presento a mis cuatro bufones. Cuando estamos contentos tienen delicioso humor y todos escribimos versos. Todos, menos mi viejo amigo Milton.

   MILTON.-(Con despecho.) ¿Viejo me llamáis, milord? Si me lo permitís, os diré que tengo nueve años menos que vos.

   CROMWELL.-Os lo permito.

   MILTON.-Vos habéis nacido en el año noventa y nueve y yo en el seiscientos ocho.

   CROMWELL.-Tenéis buena memoria.

   MILTON.-Soy hijo de un notario, que era aldeman en su ciudad natal.

   CROMWELL.-Lo sé, y sé también, Milton, que sois gran teólogo y buen poeta, aunque inferior a Vithers y a Doune.

   MILTON.-(¡Inferior! Es dura la calificación..., pero el porvenir me juzgará de otro modo.)

   CROMWELL.-Es una obra buena vuestra Iconoclasta, pero es malo vuestro diablo Leviathán.

   MILTON.-(Indignado.) (Cromwell se ríe de él por celos.)

   ROCHESTER.-Señor Milton, no comprendéis bien lo que es poesía; tenéis talento, pero os falta gusto. Los franceses son nuestros maestros en todo. Estudiad a Racan, leed sus poesías pastoriles.

   MILTON.-¿Qué significa esa jerga en los labios de un santo?

   ROCHESTER.-Fue una broma mía, Milton.

   MILTON.-Broma necia.

   CROMWELL.-Vamos, señores, es preciso divertirnos un poco. Bufones, decidnos alguna gracia; y, sino vos, sir Hannibal de Sesthead.

   SESTHEAD.-Señor, excusadme; yo no soy bufón, soy primo de un rey, y de un rey de la antigua raza, que gobierna la Dinamarca por derecho secular.

   CROMWELL.-(Mordiéndose los labios.) (¡Trata de ultrajarme!) ¡Vamos! ¡Reíos! ¡Reíos! (A los bufones.)

   LOS BUFONES.-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! (Riendo.)

   CROMWELL.-(¡Me parece sardónica su risa!) Callaos. Para disipar mi fastidio, Trick, haz que nos traigan cerveza y una pipa.

   TRICK.-¡Ah! Milord quiere fumar.

   Sale y vuelve un momento después, seguido por dos criados que traen una mesa cargada de pipas y de brocs.

   CROMWELL.-Esto disipará mi mal humor y quizá me alegre. (¡Engañado por mi hijo!)

   Una pausa. CROMWELL parece entregado a pensamientos dolorosos. Los asistentes guardan silencio. Sólo ROCHESTER y los bufones observan la fisonomía siniestra del Protector. De repente CROMWELL, apercibiéndose de la actitud embarazosa de sus familiares, sale de su abstracción y se dirige a los bufones.

   ¿Habéis escrito algunos versos después de los que yo escribí respondiendo al soneto del coronel Liburne?

   TRICK.-Nuestra musa es esquiva; sin embargo, algo ha parido.

   Presenta al Protector el pergamino rollado.

   CROMWELL.-Lee.

   TRICK.-(Leyendo.) Madrigal.

   «A la bella Egeria...»

   ROCHESTER.-(¡Diablo! Mi madrigal.)

   Se precipita sobre TRICK y le arranca el pergamino.

   Milord, no puedo dejar que se desborde ese torrente de impudicia. Huye de aquí, edomita, impuro madianita... (No me acuerdo de la otra clasificación que termina en ita... Esos demonios me los han sacado de la faltriquera.)

   CROMWELL.-(A Rochester.) Comprendo que os indignen esos versos; pero aquí no estamos en la iglesia, y deseo leer lo que os escandaliza. Dadme ese madrigal.

   ROCHESTER.-Es un canto perverso.

   CROMWELL.-¡Te repito que me lo entregues!

   ROCHESTER.-Pero Milord...

   CROMWELL.-(Con imperio.) Obedece. (CROMWELL, que lo lee en voz baja y se lo vuelve, diciéndole:) Esos versos son muy malos.

   ROCHESTER.-(¡Mientes, regicida! ¡Qué entiende él de juzgar versos!...)

   CROMWELL.-Ese madrigal es estúpido.

   ROCHESTER.-Mi lord, están condenados los que escriben tales cosas, pero esos versos están bien escritos.

   TRICK.-(Bajo a los otros bufones.) (Sin ninguna duda él es el autor.) A pesar de haberlos yo rimado, comprendo que Apolo tomaría por un crimen cada uno de esos versos. ¡Tan malos me parecen!

   ROCHESTER.-(Indignado.) (¡Burlaos a vuestra vez, monos del leopardo, loros del buitre!)

   CROMWELL.-Doctor, no es de vuestra incumbencia juzgar ese madrigal, galantemente soporífero.

   ROCHESTER se lo mete en el bolsillo.

   ROCHESTER.-(Francisca le encontrará mejor.).

   TRICK.-Es bastante bueno para haberlo escrito yo.

   ROCHESTER-¡Tú!

   Entra el CONDE DE CARLISLE.

   TRICK.-(¡Vaya al diablo lord Carlisle, que viene a estorbarnos!)

   ROCHESTER.-(¡Gracias a Dios!)

   CROMWELL se lleva precipitadamente a LORD CARLISLE a un rincón del teatro y le pregunta:

   CROMWELL.-¿Y lord Ormond?

   CARLISLE.-No vive ya en aquella casa.

   CROMWELL.-¿Y Rochester?

   CARLISLE.-Se esconde y no le hemos podido encontrar.

   CROMWELL.-¿Y Ricardo?

   CARLISLE.-Lo niega todo. El tormento podrá arrancarle la confesión.

   CROMWELL.-Me respondéis con la cabeza de que no se le toque ni un solo cabello; me causan horror los suplicios; no quiero torturar a mi hijo...; el tormento para sus cómplices. ¿Y Lambert?

   CARLISLE.-Se ha fortificado en su casa de campo con mucha gente.

   CROMWELL.-Todos se me escapan; pero... (no se me escapará la corona).

   CARLISLE.-Alrededor de Westminster se apiña la multitud, y el pueblo y los soldados no quieren que os nombre rey el Parlamento.

   CROMWELL.-¡Pesad lo que decís, milord!

   CARLISLE.-Dispénseme vuestra alteza si le digo la verdad.

   CROMWELL.-(Todo va mal.) Os be dicho que me divirtáis. (Bajo a CARLISLE.) Milord, doblad la guardia alrededor de palacio. (Se va Carlisle.) (¡Me ahogo de cólera!)

   THURLOE.-Milord, la secta de los ranters, que el Espíritu Santo ilumina, quiere consultarnos sobre un punto de fe, y están ahí.

   CROMWELL.-Que entren. (Thurloe vase.) (Si yo fuera rey los arrojaría de aquí, pero un jefe popular tiene que mimar a la muchedumbre.)

   THURLOE entra acompañando a los ranters, que vienen vestidos de negro con medias azules, con grandes zapatos grises y grandes sombreros del mismo color, que rematan en una cruz pequeña y blanca, y que ellos conservan en la cabeza.

   EL JEFE DE LA DIPUTACIÓN.-Oliverio, capitán y juez de Sion; los santos, después de reunirse en Londres en congregación, conociendo que tu ciencia es un vaso que se derrama, te preguntan por mediación nuestra si se deben quemar o colgar los que no hablan como San Juan hablaba, y dicen Siboleth en vez de Schiboleth.

   CROMWELL.-(Meditando.) La cuestión es grave y debe madurarse. Pronunciar Siboleth es una idolatría, es un crimen que merece la muerte, pero todo crimen debe tener el doble objeto de castigar el cuerpo y de salvar el alma. Luego hay que decidir qué es más a propósito, si la cuerda o el fuego, para reconciliar al pecador con Dios. El fuego purifica...

   ROCHESTER.-(Y la cuerda ahoga.)

   CROMWELL.-Daniel se purificó en el brillante triángulo, pero el cadalso tiene una ventaja, y es la de que la cruz sirvió de horca. La cuestión es difícil, y me parece este punto uno de los más sutiles y delicados. Decidid por nosotros, doctor. (A Rochester.)

   ROCHESTER.-(Obra como Pilatos.)

   CROMWELL.-Es otro Cromwell. (Señalándoselo a los ranters.)

   ROCHESTER.-Vuestra alteza me honra demasiado.

   EL JEFE.-¿Os decidís por la cuerda o por el fuego?

   ROCHESTER.-(Con autoridad.) Por la horca.

   EL JEFE.-¿Por qué por la horca?

   ROCHESTER.-¿Por qué?...; porque se sube a ella por medio de una escala..., y Dios hizo ver en sueños a su fiel pastor que al cielo se sube también por medio de una escala. (Apenas puedo contener la risa que me causan estos mentecatos.)

   CROMWELL.-¡Es verdaderamente docto!

   EL JEFE.-Pues bien; los ahorcaremos.

   Vanse los ranters.

   CROMWELL.-Estoy satisfecho de vos.

   ROCHESTER.-Milord me honra demasiado.

   GIRAFF.-(A los otros bufones.) Compañeros, ninguno de nosotros lo hubiera hecho mejor.

   Entra THURLOE.

   THURLOE.-(A Cromwell.) El Consejo privado...

   CROMWELL.-Bien.

   THURLOE.-Desea...

   CROMWELL.-Ya lo sé, que entre.

   TRICK.-(A sus compañeros.) Bufones, cedamos el sitio a los magos.

   A un gesto de CROMWELL se van los bufones, LORD ROCHESTER, y HANNIBAL SESTHEAD, y los dos criados se llevan la mesa. THURLOE introduce al Consejo privado, que avanza en dos filas, y cada uno de sus miembros se coloca de pie delante de un taburete, mientras que CROMWELL sube a su gran sillón, y MILTON, conducido por el paje, se aproxima a la silla de tijera. WHITELOCKE, STOUPE y LORD CARLISLE ocupan sus sitios respectivos cerca del Protector y sobre las escalones del estrado.



Escena III

CROMWELL, el CONDE DE WARWICK, el teniente general FLETWOOD, yerno de
Cromwell; el CONDE DE CARLISLE, LORD BROGHILL, el mayor general DESBOROUGH, cuñado de CROMWELL; WHITELOCKE, SIR CHARLES WOLSELEY, M. WILLIAM LENTHALL, PIERPOINT, THURLOE, STOUPE y MILTON.

Cada uno de estos personajes lleva el traje particular de su comisión. CROMWELL se sienta y se cubre; los demás se sientan, pero permanecen descubiertos.

   CROMWELL.-Señores consejeros de mi gobierno, antes de abrir la sesión recemos un instante. (Se arrodilla; los consejeros le imitan. Después de algunos instantes de meditación, el Protector se levanta y se sienta; todos siguen su ejemplo.) Señores, carezco de méritos para gobernar, pero el Señor, al que irrita mi resistencia, inspira al Parlamento la idea de aumentar mis deberes, oprimiéndome más con un poder mayor. Por eso he querido reunirnos para conferenciar. ¿Urge desde luego elegir rey? Si urge, ¿debo ser yo el elegido? Decidme vuestra opinión sobre estos dos puntos. Yo hablo francamente, y vosotros debéis con igual franqueza exponer vuestro criterio, por turno, según el rango que ocupáis. El conde de Warwick es el que ocupa el rango más eminente entre vosotros, y debe empezar. Señor Milton, escuchad.

   EL CONDE DE WARWICK.-(Levantándose.) Milord, no hay nadie que iguale a vuestra fe, a vuestro talento, a vuestro firme carácter, y para aumentar aún vuestro estado personal, descendéis por la línea materna de los Warwicks. Vuestro noble escudo soporta el mismo yelmo, y como es preciso elegir un rey que nos gobierne, nadie puede contar con vuestros méritos y condiciones. Un Rich puede reinar tan bien como un Stuardo.

   Se sienta.

   CROMWELL.-Hablad, Fletwood.

   FLETWOOD.-Milord, voto por la República, ya que nos impulsáis a que hablemos con franqueza. La República levantó el cadalso de Stuardo, y por ella nos hemos batido; ella debe ser nuestra bandera. Dejemos a Dios que lleve únicamente corona. No quiero que haya Oliverio I ni Carlos II; no quiero ningún rey.

   CROMWELL.-¡Sois un niño! Hablad, Carlisle.

   CARLISLE.-Mi lord, vuestra frente triunfante está pidiendo la corona.

   Se sienta.

   CROMWELL.-A vos os toca, Broghill.

   BROGHILL.-Milord, me atrevo a pediros que sea secreto lo que yo propongo. (O he de ser consejero de Cromwell o confidente de Carlos; he de ser traidor si callo y traidor si hablo.)

   CROMWELL.-¿Por qué motivo?

   BROGHILL.-Por razón de Estado

   CROMWELL le hace señal de que se aproxime. STOUPE, THURLOE, WHITELOCKE y CARLISLE se alejan del Protector.

   BROGHILL.-(Bajo a Cromwell.) ¿No sería posible estipular un tratado con Carlos proponiéndole concederle la mano de vuestra hija?

   CROMWELL.-(Asombrado.) ¿Qué hija?

   BROGHILL.-Lady Francisca.

   CROMWELL.-¿Y su familia real?

   BROGHILL.-Os vais a consagrar rey y de esta manera los dos seréis reyes.

   CROMWELL.-¿Y el 30 de enero?

   BROGHILL.-En cambio le dais un padre.

   CROMWELL.-Se lo puedo dar, pero no devolvérselo.

   BROGHILL.-Él olvidará...

   CROMWELL.-¿Mi crimen? No puede comprenderlo. No sabe el fin que me propuse, y es demasiado disoluto para perdonarme. Esa es una idea loca, Broghill. (Se vuelve a su sitio.) Hablad, Desborough.

   DESBOROUGH.-Milord, estáis acariciando un designio temerario, porque no queremos sufrir la afrenta de tener otra monarquía. ¡Abajo todos los reyes!

   CROMWELL.-Estáis luchando contra una mera palabra, contra un nombre. Si el pueblo desea tener rey, ¿por qué no concedérselo? Es nombre que proscribe vuestro orgullo fantástico, ¿qué es para un soldado? Un penacho añadido a su casco. Hablad, Whitelocke.

   WHITELOCKE.-Milord, suceda lo que suceda, no deben existir pueblos sin leyes, ni sin monarca. Al rey se le llamó en todos tiempos Legislator. Lator, significa portador; legis, de la ley; de lo que yo deduzco que un príncipe es para la ley lo que Adán es para Eva; luego, si el rey es de los reyes padre y jefe, no debe haber pueblos sin rey, Milord, resignaos a reinar. -Dixi.

   CROMWELL.-Hablad, Wolseley.

   WOLSELEY.-Milord, francamente me atrevo a desengañar a vuestra alteza. El jefe de un pueblo libre es, según dice el profeta, Tanquam in medio positus. Ese jefe, en cualquier silla que se siente, es major singulis, minor universis; luego el título de rey rompe nuestro privilegio; rex violat legem. (Se sienta.)

   CROMWELL.-Hablad, Pierpoint.

   PIERPOINT.-El pueblo de Inglaterra, cuyo Parlamento superior se llama imperial, posee el derecho inmemorial, glorioso y santo, de tener por jefe a un rey; su dignidad así lo exige. Vuestra alteza debe aceptar este título que le apesadumbra.

   CROMWELL.-Hablad, Lenthall.

   LENTHALL.-Milord, el Parlamento preside a la nación y en él radica la suprema autoridad. Manda, pues, a los grandes y a los pequeños. Si el Parlamento os proclama rey, debéis, según el Derecho romano y según el Decálogo, obedecer y reinar.

   THURLOE.-(Bajo a Cromwell.) El Parlamento sigue esperando a vuestra alteza...

   CROMWELL.-¡Silencio!

   THURLOE.-Pero...

   CROMWELL.-Antes de aceptar quiero meditarlo bien.

   FLET.-(Levantándose.) Milord, me atrevo a suplicaros que por vuestro honor renunciéis...

   CROMWELL.-(Despidiéndoles a todos con la mano.) Id todos a rogar al señor que me inspire una resolución acertada.

   Los miembros del Parlamento salen con lentitud y procesionalmente. MILTON, que va el último, se detiene en el umbral de la puerta, los deja salir, y encamina a su guía hacia CROMWELL, que ha descendido del sillón y está en el proscenio.



Escena IV

CROMWELL Y MILTON

   MILTON.-Mírame, Cromwell. Veo que tus ojos se inflaman y que vas a decirme por qué me atrevo a hablarte sin obtener tu venia. Pero mi sitio es extraño en tu Consejo de sabios: si alguno me buscara entre ellos, diría: «Ese mudo es Milton.» Ese es el papel que aquí desempeño. De este modo, yo, que haré aprender al mundo mis versos, en el Consejo de Cromwell soy el único que no tengo voz. Pero ser ciego y mudo es para mi demasiado. Te va a perder el sueño de la fatal diadema, hermano, y me quedo a pleitear por ti contra ti mismo. Quieres ser rey, Cromwell, y te dices: «Sólo por mí ha vencido el pueblo; yo he sido el que le ha llevado a los combates, por mí dirige sus súplicas, por mí vierte su sangre, por mí encuentra alivios: debo reinar, así será dichoso, porque después de tanto sufrir, ha cambiado de rey y ha renovado sus cadenas.» Este pensamiento me hace ruborizar. Desde hace quince años, revuelto el pueblo, goza en provecho tuyo de la libertad; sus grandes intereses sólo han sido para ti un negocio y la muerte del rey una herencia. Aunque te digo esto, no creas que trato de rebajarte, no; nadie puede eclipsarte: poderoso por el pensamiento y poderoso por la espada, fuiste tan grande, que en ti yo creí encontrar el ideal del héroe que soñé; y en todo Israel nadie te ha querido tanto y nadie te ha colocado a tanta altura. ¡Y por un vano título, por una palabra tan vacía como sonora, el apóstol, el héroe, el santo quiere deshonrarse! En tus designios profundos, ¿qué es lo que pretendes? ¡La púrpura, andrajo vil; el cetro, pueril juguete! Te ha arrojado la tempestad a la cumbre del Estado, y como tu suerte te embriaga, quieres adornar la cabeza con el resplandor de la aureola de los reyes, que para tu pueblo se ha desvanecido. ¡Oh, viejo!, ¿qué has hecho de tus virtudes juveniles? Te dices a ti mismo: «Es muy agradable, después de haber combatido, dormirse en el trono, rodeado de homenajes, ser rey, mandar en Westminster, rezar en Temple-Bar, atravesar, seguido de un cortejo, por entre la multitud servil y llevar florones alrededor de la cimera. ¿Pero todo son glorias, Cromwell? Acuérdate de Carlos I y no te atrevas a recoger en su sangre la corona ni a edificarte con su cadalso un trono. ¿Te atreves a ser rey? ¿No piensas, no temes que llegue un día en que, enlutado con el crespón, este mismo White-Hall, donde brilla tu grandeza, abra otra vez su ventana fatal? ¿Te sonríes? Mucha fe tienes en tu estrella. Acuérdate de Carlos Stuardo. Cuando iba a morir, cuando el hacha estaba preparada, un verdugo encubierto hizo caer su cabeza; y a pesar de ser rey, delante de su pueblo murió sin que nadie le socorriera, sin saber siquiera quién puso fin a sus días. Por su camino tú marchas a tu perdición, y un velo igual oscurece tu fortuna: teme que ella no se parezca al espectro enmascarado que sobre el cadalso aparece cuando suena su hora. Este es el desenlace terrible de los sueños del orgullo, Cromwell. Sólo por un lado el trono es abordable y se sube por él; por el otro se desciende a la tumba. Permanece siendo Cromwell.

   CROMWELL.-Me habla de un modo singular mi intérprete secretario; sois demasiado poeta para pertenecer al Consejo de Estado. En el ardor de ese transporte lírico olvidasteis que soy alteza y milord; aunque mi humildad sufre en adornarse con ese título frívolo, el Pueblo por quien reino y por quien me inmolo se empeña en que lo use, y ya que me resigno a usarlo resignaos vos también.

   MILTON se levanta y se va.

   Tiene razón en el fondo, pero me ha importunado recordándome a Carlos ..., comparándome con él... Pero se equivoca...; los reyes como Oliverio no mueren de ese modo; se les da de puñaladas, pero no se les juzga. Sin embargo, Milton me ha dejado inquieto.



Escena V

CROMWELL y LADY FRANCISCA

   CROMWELL.-(A1 ver entrar a su hija.) ¡Ven, hija mía! Ángel con figura humana, siempre acudes a mi lado cuando el instinto te dice que yo sufro, y me quedo tranquilo cada vez que te veo. Tus ojos vivos y brillantes, tu voz pura y tierna tienen para mí tal encanto, que me hacen rejuvenecer. Abrázame. Te quiero más que a tus hermanas.

   FRANCISCA.-(Abrazando a su padre.) ¿Conque es verdad, padre mío, que pensáis en la restauración del trono?

   CROMWELL.-En eso pienso.

   FRANCISCA.-Ese día feliz, Inglaterra os deberá la felicidad.

   CROMWELL.-Su felicidad es lo único que me desvela.

   FRANCISCA.-¡Qué contenta estará vuestra querida hermana cuando vea sentarse en el trono, después de un paréntesis de ocho años, a Carlos Stuardo!

   CROMWELL.-(Asombrado.) ¡A Carlos!

   FRANCISCA.-¡Qué bueno sois!

   CROMWELL.-Ningún Stuardo se sentará en él.

   FRANCISCA.-(Sorprendida.) ¿Pues quién? ¡Un Borbón! Pero no, los Borbones no tienen derecho al trono de Inglaterra.

   CROMWELL.-No lo tienen.

   FRANCISCA.-¿Pues quién ha de empuñar el cetro hereditario?

   CROMWELL.-Los tiempos nuevos necesitan razas nuevas. ¿No se te ha ocurrido que puede ocupar ese sitio...?

   FRANCISCA. ¿Quién?

   CROMWELL.-Por ejemplo..., tu padre.

   FRANCISCA.-¡Castígueme el cielo si tal cosa me ha ocurrido! Nunca pensé en injuriaros creyéndoos usurpador y perjuro.

   CROMWELL.-Hija mía.... me juzgas con demasiada severidad.

   FRANCISCA.-Estáis revestido de un poder pasajero por la desgracia de los tiempos; pero apoderaros de la corona, hacer causa común con sus verdugos y reinar porque él es cadáver, eso es indigno.

   CROMWELL.-¿Sabes tú quién causó su muerte?

   FRANCISCA.-No lo sé; educada en la soledad desde mis años más tiernos, sufrí los males de la patria, pero no los he estudiado.

   CROMWELL.-¿No te han leído jamás el proceso del rey, la lista de los representantes, la de los jueces?...

   FRANCISCA.-¿La de los regicidas?

   CROMWELL.-Sí, Francisca, la de los regicidas.

   FRANCISCA.-Nadie me dijo quiénes eran aquellos pérfidos, y yo maldecía su crimen, pero ignoraba sus nombres. No se habla de ellos en el sitio donde yo me he educado.

   CROMWELL.-¿Mi hermana no te ha hablado nunca de mí?

   FRANCISCA.-Padre mío, al contrario, me enseñó a que os quisiera.

   CROMWELL.-Lo creo..., pero ¿odias a los que condenaron al rey Carlos?

   FRANCISCA.-Con todo mi corazón.

   CROMWELL.-¿A todos?

   FRANCISCA.-A todos.

   CROMWELL.-(¡Ah! ¡Mi hijo me hace traición y mi hija me maldice!)

   FRANCISCA.-Todos son de la raza de Caín.

   CROMWELL.-(¿Debo permanecer en mi idea? ¿Debo apoderarme de la corona? El mundo enmudecería a los pies del trono en el que yo me sentase; pero ¿qué dirá Francisca? Su angelical corazón sabría con sobresalto que fui regicida y que me atrevo a ser rey. La enviaré al rincón oscuro donde se ha educado; sacrificaré mi alegría para llegar a la meta de mi destino, privándome en mis últimos años de verla y de acariciarla. Pero no quiero entristecer, no quiero desengañar al único ser que quizá me ama, renunciando al poder, al único ser que en el mundo cree en mi inocencia. Que sea dichosa y que no participe de mi suerte; seré rey sin que ella lo sepa.) Conserva puro siempre el corazón, hija mía. (Vase.)

   FRANCISCA.-(Siguiéndole con la vista.) ¿Qué tiene? ¡En sus ojos brilla una lágrima! ¡Gran cariño me profesa mi padre!



Escena VI

LADY FRANCISCA, LORD ROCHESTER y la señora GUGGLIGOY

   GUGGLIGOY.-(A Rochester.) Entrad, que está sola.

   ROCHESTER.-(Los doblones tienen mucho poder, gracias a ellos he comprado a la dueña, y gracias a ellos he comprado también a los soldados, que están cansados de servir a Cromwell, y con uno de ellos mandé a decir a lord Ormond que esta noche encontrará abierta la puerta del parque. Ahora vamos a hablar a Francisca; para conseguir lo que propongo tengo secretos soberanos, puedo sembrar doblones de oro y madrigales. Probemos.)

   Avanza hacia LADY FRANCISCA, que no le ve y que parece concentrada en profunda abstracción. La señora GUGGLIGOY, contemplando una bolsa que tiene en la mano.

   GUGGLIGOY.-¡Pesa mucho! Es bravo y hermoso gentilhombre, y por el amor se atreve a disfrazarse así; a su edad todos son locos. Es un Amadís de Gaula. Pero no me ha dicho ni una palabra. Me ha dado dinero y nada más.) Caballero... (A Rochester.)

   ROCHESTER.-¿Qué?

   GUGGLIGOY.-Oídme un instante.

   ROCHESTER.-¿Qué queréis?

   GUGGLIGOY.-(Sonriéndole.) ¿No tenéis nada más que decirme?

   ROCHESTER.-(¡Diablo! Le di bastante dinero.... pero las viejas quieren oír palabras dulces...) Os diría muchas cosas si no fuera tan apremiante el objeto que aquí me trae.

   GUGGLIGOY.-Ya lo creo; sólo tenéis ojos para una mujer.

   ROCHESTER.-No; pero debo elegir y...

   GUGGLIGOY.-(Suspirando.) ¡Ay!

   ROCHESTER.-¿Estáis sufriendo?

   GUGGLIGOY.-Es que tengo remordimientos: estoy encargada de custodiar a la hija de su alteza y...

   ROCHESTER.-En vuestros tiernos años habréis sido capaz, señora, de hacer infiel a Galaor y a Esplandián inconstante.

   GUGGLIGOY.-Pero soy culpable... Además, pueden sorprenderos... Os aseguro que me acometen escrúpulos; siento escalofríos que me hielan. (Coge las manos de Rochester.)

   ROCHESTER.-Tenéis manos de terciopelo.

   GUGGLIGOY.-Dejadme.

   ROCHESTER.-Marte hubiera abandonado a Venus si os hubiera visto.

   GUGGLIGOY.-Sólo consiento que un marido me hable así.

   ROCHESTER.-(Vejestorio del diablo.) Dejadme un instante hablar con Francisca, y después de esta entrevista querida mía. Por mi fe de caballero os prometo daros una cosa. (Un pase para entrar en la casa de locos.)

   GUGGLIGOY.-Bueno; os espero.

   ROCHESTER.-¡Gracias a Dios!

   GUGGLIGOY.-Sed discreto y, suceda lo que suceda, no me nombréis jarnás, porque me quemarían viva.

   ROCHESTER.-Estad tranquila... y marchaos a pasear un poco.



Escena VII

LADY FRANCISCA y ROCHESTER

   ROCHESTER.-(Ya estoy libre de la vieja. Avancemos.) ¡Mis... milady...!

   FRANCISCA.-(Volviéndose asustada.) ¡Caballero!

   ROCHESTER.-(Sus ojos me turban.)

   FRANCISCA.-(Sonriendo.) ¡Ah! ¡Es el capellán!

   ROCHESTER.-(¡Disfraz maldito! Aunque adquiera el aire más galante del mundo, sólo verá en mí un pedante puritano.)

   FRANCISCA.-Dadme vuestra bendición. ¿Sobre qué texto vais a predicar?

   ROCHESTER.-Sobre la pasión.

   FRANCISCA.-Aprecio como es debido el celo que desplegáis, y me presento ante vos como humilde pecadora. Mi padre...

   ROCHESTER.-(¡Su padre! No sospecha de mí.) Escuchadme, hija mía.

   FRANCISCA.-Os escucho con respeto.

   ROCHESTER.-Debo manifestaros que denota poca caridad causar los estragos que causáis.

   FRANCISCA.-(Admirada.) ¡Yo!

   ROCHESTER.-Cada una de vuestras miradas hace cien desgraciados.

   FRANCISCA.-¡Os equivocáis, os equivocáis!

   ROCHESTER.-Os digo la verdad.

   FRANCISCA.-No os comprendo.

   ROCHESTER.-Ante vos tenéis una de vuestras víctimas.

   FRANCISCA.-¡Vos! ¿Qué os he hecho? Corro a decirle a mi padre...

   ROCHESTER.-(Deteniéndola.) No debe remorderos la conciencia, porque estáis inocente del daño que causáis.

   FRANCISCA.-Si os he hecho daño sin saberlo, quiero repararlo.

   ROCHESTER.-(Poniéndose la mano en el corazón.) ¡Aquí!

   FRANCISCA.-Es hasta un deber.

   ROCHESTER.-¡Qué oigo! ¿Correspondéis a mis deseos? Me hacéis feliz, adorable princesa.

   (Trata de coger la mano de Francisca, que ésta retira.)

   FRANCISCA.-No soy princesa...; sólo sé adorar a Dios... ¡Me asustáis!

   (Quiere retirarse.)

   ROCHESTER.-(Reteniéndola.) Francisca, no te vayas.

   FRANCISCA.-¡Me tutea! ¿Estáis enfermo de la cabeza?

   ROCHESTER.-No, estoy enfermo del corazón.

   FRANCISCA.-¡Pobre hombre!

   ROCHESTER.-(Intentemos el asalto. Me compadece... puede amarme.) ¡Ah, devolvedme la vida!

   FRANCISCA.-Sí, veo que necesitáis un médico, porque indudablemente tenéis calentura.

   ROCHESTER.-Hace cuatro años que os sigo... (Mintamos, que esto siempre es conveniente.)

   FRANCISCA.-¿Pero qué es lo que deseáis?

   ROCHESTER.-Morir: sólo vuestros ojos que me han herido me pueden curar.

   FRANCISCA.-(Retrocediendo.) Sus miradas me asustan.

   ROCHESTER.-(Juntando las manos con aire de súplica.) ¡Mi reina, mi deidad, mi ninfa, mi sirena!

   FRANCISCA.-(Asustada.) ¿A qué vienen todos esos nombres? Me llamo Francisca.

   ROCHESTER.-Siento por vos pasión indecible, y cubierto con este disfraz, el amor me atrae a vuestros pies; soy un caballero y no un druida. ¡Ojalá pudiera ofreceros el cetro del Indostán! Teniendo esos ojos tan dulces no debéis ser ingrata con quien os profesa tierno amor desde hace doce años. ¡Cruel! Huís y no me respondéis. Decid una sola palabra, princesa, a vuestro feliz vasallo, y del amor más constante seréis el celestial objeto.

   FRANCISCA.-(Abriendo los ojos asombrada.) ¿Qué es lo que está diciendo?

   ROCHESTER.-¡Ingrata! (Reteniendo a Francisca, que quiere marcharse.) ¡Permaneced aquí o voy a ahogarme en el Eúfrates!

   FRANCISCA.-(Riéndose.) ¡En el Eúfrates!

   ROCHESTER.-O para completar vuestros designios, tomad mi espada y atravesadme el corazón. (Lleva la mano al cinto y no encuentra la espada.) (No la llevo. Pero a falta de acero tengo el madrigal. Dios me condene si con él no la enternezco.) En estos versos veréis lo que sufre mi corazón y las lágrimas que he derramado; tomad, leedlos y así podréis juzgar del amor que me abrasa.

   (Se arrodilla ante lady Francisca. Ésta arroja al suelo el pergamino y retrocede con dignidad.)

   FRANCISCA.-Os comprendo, caballero. Sois un imprudente, que habéis tenido la audacia de introduciros por medio de ese disfraz en el palacio de mi padre.

   ROCHESTER.-(Es durilla de pelar.)

   FRANCISCA.-¡Levantaos!

   ROCHESTER.-Quiero permanecer a vuestros pies.

   FRANCISCA.-Yo haré que terminen vuestros insolentes propósitos.



Escena VIII

Los mismos y CROMWELL

   CROMWELL.-(Viendo a Rochester a los pies de Francisca.) (¿El santo arrodillado a los pies de mi hija?)

   ROCHESTER.-(A terrado y sin cambiar de postura.) (¡Diablo! ¡Cromwell! ¡Me pescó! ¡Ya me veo muerto y ahorcado!)

   CROMWELL.-¡Muy bien, señor capellán!

   FRANCISCA.-(Aparte a Cromwell.) Sed indulgente con el que está loco.

   CROMWELL.-(Con embarazo.) ¡No habéis contado con mi venganza!

   FRANCISCA.-(Mi padre va a hacer matar a este desgraciado.)

   CROMWELL.-¡Es ridículo atreverse a enamorarse de mi hija! Francisca, veo que sufres...

   FRANCISCA.-(Con embarazo.) Padre mío, perdonadle porque no me hablaba a mí este caballero.

   CROMWELL.-Pues dime, ¿de quién te hablaba arrodillado a tus pies?

   FRANCISCA.-Imploraba mi intercesión para coronar sus amores pidiéndome la mano de una de las damas de mi servidumbre.

   ROCHESTER.-(Asombrado y poniéndose en pie.) ¡Qué dice!

   CROMWELL.-¿De quién os pedía la mano?

   FRANCISCA.-De la señora Guggligoy.

   ROCHESTER.-(¡Ah, traidora!)

   CROMWELL.-(Dulcificándose.) Eso es diferente.

   ROCHESTER.-(¡O la dueña o la horca! ¡A lo menos me dejarán elegir!)

   CROMWELL.-(A Rochester.) ¿Por qué no me lo confesasteis! De todos modos, ya que aún tenéis inclinaciones a la carne...

   ROCHESTER.-(¡A la carnel ¡Si no tiene más que piel y huesos!... )

   CROMWELL.-Os complaceré. Siento que no os atrevierais a hablarme; estoy satisfecho de vos y os entregaré la mano que solicitáis.

   ROCHESTER.-(¡Me lucí!)

   CROMWELL.-(Creía que tenía mejor gusto.) Os casaré con ella.

   ROCHESTER.-(Inclinándose.) Milord es demasiado bueno.



Escena IX

Los mismos y la señora GUGGLIGOY

   GUGGLIGOY.-(¡El padre y los amantes juntos. Todo se ha perdido!)

   CROMWELL.-(Viéndola llegar.) ¿Sois vos, señora?

   GUGGLIGOY.-(¡Tiemblo!)

   CROMWELL.-Íbamos a reclamar vuestra presencia.

   GUGGLIGOY.-¡Mi presencia!

   CROMWELL.-¿Sabéis que os ama el capellán?

   GUGGLIGOY.-(¡Dios!)

   CROMWELL.-¿Correspondéis a su pasión?

   GUGGLIGOY.-Milord, os aseguro que yo no sé nada... (¡No me ha guardado el secreto!)

   CROMWELL.-Lo sé todo.

   ROCHESTER.-(La transición es imprevista y ruda.)

   GUGGLIGOY.-(Arrojándose a los pies de Cromwell.) ¡Milord, perdón!...

   CROMWELL.-(Levantándola.) (Se hace la gazmoña.) El doctor es uno de mis más íntimos amigos, y sólo siente afectos lícitos.

   GUGGLIGOY.-¿Puedo aspirar a que me ame?

   CROMWELL.-Os ama ya.

   GUGGLIGOY.-¡A mí!

   CROMWELL.-Preguntádselo.

   ROCHESTER.-(Embarazado.) Convengo en que...

   GUGGLIGOY.-¿Estáis enamorado de mí?

   ROCHESTER.-(Quisiera estar en el infierno.) Señora...

   CROMWELL.-No tengáis inconveniente en declarar vuestro amor, os lo permito. Referidla que acabáis de pedir su mano a mi hija y que os he encontrado arrodillado a sus pies.

   GUGGLIGOY.-¡Luego me amáis!

   ROCHESTER.-No puedo decir lo contrario. (Tengo que estar enamorado de ella bajo pena de muerte.) Os amo.

   GUGGLIGOY.-(Haciendo monadas.) ¡Eso es increíble!

   ROCHESTER.-Convengo en ello.

   GUGGLIGOY.-¿Y queréis ser mi esposo?

   ROCHESTER.-No digo tanto...

   GUGGLIGOY.-(Llorando.) ¡Qué afrenta! ¡Qué concupiscencia!...

   CROMWELL.-(A Rochester.) Apaciguadla, decidle que la queréis por mujer.

   ROCHESTER.-Consiento, consiento... (en ahorcarme).

   CROMWELL.-Este asunto es de los que no se deben diferir, y os complaceré a los dos muy pronto.

   ROCHESTER.-Pero...

   CROMWELL.-El amor siempre tiene prisa. ¡Hola! (Llamando.)

   (Entran tres mosqueteros.)

   ROCHESTER.-(¡Será capaz de casarme!)

   CROMWELL.-(A uno de los mosqueteros.) Dile a Cham Biblecham que case en seguida, ante el Libro de la Fe, al doctor Obededom y a la señora Guggligoy. Seguidles. (A Rochester.) Cham es anabaptista, como vos.

   ROCHESTER.-(Gracias por la atención que me tiene.)

   FRANCISCA.-(¡Lo han atrapado!)

   ROCHESTER.-(Buena partida me ha jugado Francisca. A pesar de eso aún la amo.)

   GUGGLIGOY.-(A Rochester.) Vamos, amor mío, vamos.

   ROCHESTER.-(No hay más remedio que seguir a esta Sibila al infierno del himeneo.)

   (Se van Rochester, Guggligoy y los mosqueteros.)

   CROMWELL.-(A lady Francisca.) Os dejo, que voy a oír el sermón de Lockyer, que va a tratar de Roma y de los sacerdotes de Ammón.



Escena X

LADY FRANCISCA sola

   FRANCISCA.-Mi pobre caballero hacía triste figura; pero le he castigado con dureza. Estoy arrepentida...; sin embargo, ¿qué tenía yo que hacer? Mi padre le hubiera castigado aún con más severidad. (Viendo el pergamino que está rollado en el suelo.) Ahí está su carta amorosa, sus versos... ¿Qué me dirá en ellos? Me sabe mal leerlos, pero tampoco veo inconveniente, después de haberle castigado. (Coge el pergamino, lo desenrolla y lee.) Leamos: «Milord... ¡Qué hombre tan extraño! Antes me llamaba princesa, ninfa, reina, ángel, y aquí me llama milord. ¡Está loco1 (Continúa leyendo.) «Todo va bien...» ¿Qué es lo que va bien?, veamos. «A medianoche, presentaos a la puerta del parque.» Me ama; ¿si querrá robarme? «Toda la guardia tengo seducida: tienen la consigna. El éxito es seguro. Vos diréis COLONIA, y ellos responderán lo demás. Gracias a la ayuda que os prestarán, podréis apoderaros al fin de Cromwell, que yo habré adormecido ya. El capellán del diablo.» ¡Qué es lo que acabo de leer! ¡No es de mí, es de mi padre de quien trata de apoderarse el malvado! (Examinando con atención el pergamino.) Va dirigido «A Bloum, en el Strand, hotel del Ratón.» El traidor, por equivocación me ha entregado esta carta en vez del madrigal. Advirtamos a mi padre del complot infernal que le amenaza. Alguien viene... Salgo de aquí... No quiero volverme a encontrar con el asesino.



Escena XI

DAVENANT; en seguida ROCHESTER

   DAVENANT.-El Protector me ha llamado; ¿qué querrá? (Entra Rochester.) Ahí viene un santo... Algún puritano favorito.

   ROCHESTER.-(¡Esto es hecho! ¡Estoy ya casado!) ¡Hola, Davenant!

   DAVENANT.-(Sabe mi nombre.) Caballero... ¡Ah! ¡Si es milord Rochester!

   ROCHESTER.-¡Chist! ¡Chist!

   DAVENANT.-Vais tan bien disfrazado de capellán, que aunque fuerais casado, vuestra mujer no os conocería.

   ROCHESTER.-(Suspirando.) (¡Pluguiera al cielo!) Davenant, no me gastéis bromas.

   DAVENANT.-Es la primera vez que veo que no os gusta que se gasten bromas sobre los maridos.

   ROCRESTER.-(Porque no se puede a un tiempo reírse de ellos y casarse.) Querido poeta, ¿qué casualidad os trae a nuestra casa?

   DANVENANT.-(Riendo.) ¿A vuestra casa? Pronto os habéis aclimatado en este palacio. ¿Os encontráis bien aquí?

   ROCHESTER.-Muy bien. Protegido por Milton, me aprecia Cromwell, y a su modo me colma de favores. Además, ya sabréis que he llegado muy a tiempo. Un traidor, un espía, escondido entre nuestros partidarios, se lo reveló todo, pero gracias a mi habilidad, he podido conseguir que lord Ormond se oculte en Strand y yo en las mismas habitaciones de Cromwell.

   DAVENANT.-Willis quiere desollar a ese falso espía, y le hemos encargado que lo busque.

   ROCHESTER.-Por fortuna tenemos dispuesta la contramina. Llevo encima vuestra redoma y esta noche todo terminará.

   DAVENANT.-¿Cromwell ignora el último complot que hemos tramado?

   ROCHESTER.-Sí, le hemos urdido entre tres.

   DAVENANT.-¿Contamos con la guardia?

   ROCHESTER.-Sí.

   DAVENANT.-Pues eso era difícil de lograr.

   ROCHESTER.-La virtud de los puritanos muere, y ya el oro conquista a los santos.

   DAVENANT.-¿No sospecha de mí Cromwell?

   ROCHESTER.-No.



Escena XII

Dichos y la señora GUGGLIGOY

   GUGGLIGOY.-¿Huís ya de vuestra esposa?

   DAVENANT.-(Retrocediendo.) ¿A quién le dice?

   GUGGLIGOY.-¡Me quejo, me lamento, lloro y no venís! ¡Y me abandonáis!

   ROCHESTER.-(Volviendo la cara.) ¡Qué horribles muecas hace!

   DAVENANT.-(Bajo a Rochester.) ¿Quién es ese espectro?

   ROCHESTER.-(Bajo.) Es mi mujer.

   DAVENANT.-(Riéndose.) ¿Vuestra mujer?

   ROCHESTER.-Palabra de honor. Escribidme un epitalamio.

   DAVENANT.-¿Tenéis ganas de chancearos?

   ROCHESTER.-Nada de eso; lo que digo tiene muy poca gracia.

   GUGGLIGOY.-¡Traidor! ¡Así guardáis vuestros juramentos!...

   DAVENANT.-Os felicito por vuestra buena suerte.

   ROCHESTER.-Callad y no me afrentéis.

   GUGGLIGOY.-Mis lloros son superfluos, porque no hace caso de mí.

   DAVENANT.-Mientras solloza, explicadme...

   ROCHESTER.-Cromwell me la entrega y la dota, por pura bondad.

   GUGGLIGOY.-(Tirándole de la manga a su marido) ¡Querido esposo!...

   DAVENANT.-Explicadme...

   ROCHESTER.-Después lo sabréis todo.

   GUGGLIGOY.-¿Con quién habláis en voz baja?

   ROCHESTER.-Dejadme hablar con quien quiera. (La rechaza.)

   GUGGLIGOY.-(¡Los infames todos son lo mismo! Tiernos para sus amadas y duros para sus mujeres; gatos antes de la boda y tigres después. ¡Abandonar así a su esposa!...)

   ROCHESTER.-Os participo, señora, que he hecho voto de castidad.

   GUGGLIGOY.-¿Qué decís?

   ROCHESTER.-Que he renunciado a las malditas voluptuosidades.

   GUGGLIGOY.-¡Me arroja sin compasión del lecho conyugal!

   ROCHESTER.-Quedaos en él, que yo soy el que me arrojo.

   GUGGLIGOY.-(Furiosa.) ¡Qué ultraje! ¡Serpiente, monstruo, pérfido! ¡Teme mi rabia!...

   ROCHESTER.-(Huyendo.) No me atraparás. (Se va.)



Escena XIII

CROMWELL lleva el pergamino de ROCHESTER en la mano; entra sin ver a DAVENANT y sin que éste le vea.

   CROMWELL.-¡Otra nueva red en la que iba a caer! Pretendían extenderla en mi propio palacio; si la casualidad no se la descubre a mi hija, hubiera caído en sus manos. ¿Quién había de prever semejante golpe de audacia y de delirio, no siendo insensato como ellos? Cuanto más repaso esta carta, más sorprendido estoy. ¡Venid a cortejar la hija para destronar al padre! ¡Tender la red al león hasta su misma madriguera y jugar cerca de sus garras con sus leoncillos! Si no fueran locos creería que eran necios. El capellán del diablo... Es un traidor disfrazado y un jefe de los caballeros. Galantea a Francisca y a mí me predica como apóstol; ha seducido a mis soldados. Veo que nadie me quiere. He trazado ya un plan. Sólo he sorprendido la mitad de la consigna, pero esperaré a lord Ormond y a los episcopales.

   (Davenant llega hasta el proscenio y ve a Cromwell.)

   DAVENANT.-(¡Es Cromwell!) Milord...

   CROMWELL.-(Sorprendido agradablemente.) Llegáis a tiempo.

   DAVENANT.-Siempre dispuesto a servir a vuestra alteza.

   CROMWELL.-(Sonriendo.) ¿Seguís viviendo en la Sirena?

   DAVENANT.-Sí milord.

   CROMWELL.-Es un buen sitio. ¿Estáis bien de salud?

   DAVENANT.-Muy bien.

   CROMWELL.-¿Habéis hecho un buen viaje?

   DAVENANT.-Sí, milord.

   CROMWELL.-Os habéis ausentado por placer o por algún negocio...

   DAVENANT.-Por recobrar la salud.

   CROMWELL.-¿Dónde habéis estado?

   DAVENANT.-En el norte de Francia...

   CROMWELL.-Dicen que son mucho más hermosas las orillas del Rin. Toda mi vida he tenido grandes deseos de visitarlas. ¿Las habéis visitado alguna vez?

   DAVENANT.-(Turbado) Sí.

   CROMWELL.-¿Habéis estado en Mayenza, en Francfort y en Colonia?

   DAVENANT.-Sí, milord.

   CROMWELL.-Colonia es una gran ciudad;. es el país de San Bruno y de Cornelio Agripa.

   DAVENANT.-También he estado en Brema y en Spa.

   CROMWELL.-No paséis adelante; permanezcamos en Colonia. ¿De qué siglo es su Universidad?

   DAVENANT.-Del siglo catorce.

   CROMWELL.-Debe ser interesante para un hombre instruido Habréis visto al pasar... la catedral. Su puerta lateral es admirable. ¿Os habéis fijado en ella?

   DAVENANT.-Sí milord, pero su conjunto es de mal gusto. (Sabe de todo y de nada.)

   CROMWELL.-Es fácil de decir que tiene mal gusto, pero es un edificio admirable, y aunque antiguo, no habría templo que le sobrepujara si no le manchara el culto egipciaco. (Pausa.) ¿No habéis visto nada más en esa ciudad?

   DAVENANT.-No, milord.

   CROMWELL.-¿No habéis visitado por casualidad a cierto sujeto que se llama Stuardo?

   DAVENANT.-Os juro, milord, que no le he visitado.

   CROMWELL.-Os creo; sé de positivo que no habéis tenido el honor de ver al rey. Gastáis sombrero de forma singular: dispensadme esta familiaridad que voy a permitirme; ¿queréis cambiarlo por el mío?

   DAVENANT.-(Lo sabe todo.) Milord...

   CROMWELL.-¡Dádmele! (Le arranca el sombrero.) Muchas gracias. (Registra precipitadamente el sombrero, saca de él el despacho real lo despliega y lo lee con avidez. Entrecorta la lectura con exclamaciones de triunfo.) ¡Muy bien! ¡El capellán del diablo es Rochester!... El complot no estaba mal tramado. Suponen que es fácil hacerme cerrar los ojos, engañarme, narcotizarme, prenderme; más vale así. (Entra Thurloe.) Thurloe, que encierren en seguida al señor en la Torre de Londres. (Thurloe sale y vuelve acompañado de seis mosqueteros puritanos, entre los que se coloca sin resistencia. Davenant consternado.) Carlos os ha peinado y yo os doy habitación. ¡Que os proteja el cielo!

   DAVENANT.-(¡Siniestro desenlace!)

   (Se va con los mosqueteros.)

   THURLOE.-Milord, el Parlamento, al que un santo ministro hizo una exhortación por orden vuestra, os trae diferentes bills para que los sancionéis, y entre ellos el decreto que os confiere la corona.

   CROMWELL.-Que pase adelante. (Thurloe vase.) (En su plan tenebroso los va a perder, su propio artificio, y voy a cogerles en las redes que ellos me han tendido. Ahora que todo está dentro de mi mano, puedo aplastarlo todo. ¡Dios me protege! Ya llega el Parlamento.),

(El Parlamento, conducido por Thurloe, entra con traje de ceremonia. A la cabeza de los miembros va el Orador. Cromwell sube a su sillón protectoral, y el Parlamento se para con gravedad cerca de él y delante de los taburetes.)



Escena XIV

CROMWELL, el Parlamento, el CONDE DE CARLISLE, WHITELOCKE, STOUPE y
THURLOE.

A una señal de CROMWELL, CARLISLE y THURLOE se acercan al Protector.

   CROMWELL.-(Bajo a Carlisle.) Arrestad al instante a los soldados que están de guardia esta noche en la puerta del parque. (Lord Carlisle se inclina y se va.) Lleva esto en seguida a Bloum, en Strand: ahí verás dónde vive lord Ormond. (A Thurloe, entregándole el pergamino de Rochester.) Para que se realicen mejor mis deseos, que te acompañe sir Ricardo Willis.

   THURLOE.-Está bien, milord. (Toma el pergamino y se va) Ahora, señores, podéis hablar. (Al Parlamento.)

   EL ORADOR DEL PARLAMENTO.-Milord, os traernos los bills de la Cámara; dignaos sancionar estas leyes.

   CROMWELL.-Veámoslas.

   ORADOR.-Abogado del Parlamento, cumplid vuestro deber.

   EL ABOGADO.-El día 25 de junio del año noveno de la libertad que disfrutamos, por la gracia de Dios, ha votado el Parlamento los siguientes bills: -Primo. Considerando que imprudentemente se puede pecar como pecó Noé, comiendo el fruto de la viña, y jurar sin voluntad maligna por los santos, el Parlamento cree, deseando dulcificar en este punto la legislación, que debemos concretarnos a castigar con misericordia a los borrachos con la pena de azotes, y a los que juren, con la cuerda.

   CROMWELL.-Eso es poco. El que blasfema de nuestro Dios puede equipararse con los asesinos y hasta con los histriones; ¿por qué castigarle menos? Esas leyes son transitorias, por lo que las consentimos.

   ABOGADO.-(Leyendo.) Secundo. Para celebrar las victorias que acaba de conseguir nuestro almirante Roberto Blake, decretamos un día de ayuno general. La Cámara, después de consultar los Libros Santos, le regala un diamante de valor de quinientas libras, y prescribe además que sus hazañas se inmortalicen en sus procesos verbales.

   CROMWELL.-Consentimos esa ley.

(Entra Thurloe y se coloca cerca del Protector, diciéndole):

   THURLOE.-Cumplí la orden de vuestra alteza.

   ABOGADO.-Tertio. Como los tumultos que excitan en York ocultos malévolos causan sobresalto en los corazones ingleses, el Parlamento acuerda, para poner sin dilación a los rebeldes de York fuera de la ley civil, lanzar un quo warranto.

   CROMWELL.-(Bajo a Thurloe.) Veinte soldados los compondrían mejor que un quo warranto; ya arreglaré yo eso. (En voz alta.) Consentimos.

   ABOGADO.-Cuarto. La humilde petición que el Parlamento dirige al héroe de Sion. Considerando que es antigua costumbre que cierre un rey todo debate doméstico; que hasta el mismo Dios, después de dictar leyes a su pueblo, cambió el púlpito en trono y a los jueces en reyes, y después de haber oído a los oradores que hablaron en pro y en contra, el Parlamento ha acordado que el pueblo necesita por jefe a un solo individuo, y que milord Protector, a quien antiguos títulos hacen acreedor a esta honra, acepte la corona de Inglaterra a título hereditario.

   CROMWELL.-Bien; lo pensaré.

   ORADOR-¡Qué Oigo!

   WHITELOCKE.-(Bajo a Thurloe.) ¿Qué dice? ¿Rehúsa?

   THURLOE.-Vacila; teme algún peligro.

   CROMWELL.-Ahora idos en paz a implorar del Señor lo más conveniente para Inglaterra.



Escena XV

CROMWELL y THURLOE

   THURLOE.-(Se ha operado en él un cambio radical.)

   CROMWELL.-(Hasta mañana que no conozcan el engaño de mi artificio.)

   THURLOE.-Milord, ya es tarde y necesitáis descansar.

   CROMWELL.-Sí, pero no tengo sueño.

   THURLOE.-Milord, ¿Dónde os acostáis esta noche?

   CROMWELL.-Que me pongan aquí una cama.

   THURLOE.-¿En la cámara pintada, donde los jueces de Carlos?...

   CROMWELL.-Obedeced. Además, si en estos sombríos sitios sale algún espectro, no me verá. (Thurloe sale y vuelve acompañado de criados que traen una cama y dos bujías. Dejan la cama preparada en un rincón del teatro y se van.) Esa cama no es para mí.

   THURLOE.-¿Qué secreto?...

   CROMWELL.-Haced lo que os digo, que después todo lo sabréis.

   THURLOE.-Perdonadme, milord, que me atreva a deciros, por si os amenaza algún peligro, ¿quién ha de ocupar vuestro sitio en el lecho?

   CROMWELL.-¡Silencio! (Tarda en venir el capellán.) (Paseándose a grandes pasos por el proscenio.) Están muy contentos porque creen apoderarse de mí, y Ormond se ríe por una parte y Rochester por la otra. ¡Infelices! ¡Creen que están cavando mi tumba! (Se para ante la mesa en la que arden las dos bujías.) ¿Para qué tanta luz? Basta con una sola, (Apaga una de las bujías.) Con la misma facilidad se extingue la vida de un enemigo: de un solo soplo.



Escena XVI

Los mismos, ROCHESTER y un PAJE

   (El paje lleva en la mano un plato y un vaso.)

   ROCHESTER.-(El vaso está lleno y es preciso que para que duerma bien; he dejado vacía la redoma.) (Toma el plato y el vaso de manos del paje y se adelanta hacia Cromwell.) Milord... bebed este licor que acabo de bendecir.

   CROMWELL.-(Irónicamente.) ¡Vos lo habéis bendecido!

   ROCHESTER.-Sí.

   CROMWELL.-Muy bien; me fortalecerá, pues, este brebaje.

   ROCHESTER.-Sí, milord; es un hipocrás que tiene la virtud de hacer dormir tranquilamente.

   CROMWELL.-Entonces... bebedlo vos mismo.

   (Cromwell toma el vaso y se lo presenta bruscamente.)

   ROCHESTER.-(Retrocediendo con espanto.) ¡Milord!... (¡Diablo!)

   CROMWELL.-(Sonriendo irónicamente.) ¿Vaciláis? Tendréis que acostumbraros a disfrutar de mis bondades. Tomad, doctor. Dominad ese respeto que os turba y bebed. Deseo que recaigan en vos vuestras mismas bendiciones.

   ROCHESTER.-(¡Me aplastó!) Pero, milord...

   CROMWELL.-Os digo que bebáis.

   ROCHESTER.-(Aquí ha sucedido algo extraño.) os juro...

   CROMWELL.-Bebed y después ya juraréis; no os hagáis de rogar.

   ROCHESTER.-(Apuremos el cáliz.) (Bebe.)

   CROMWELL.-(Riendo.) ¿Le encontráis buen sabor?...

   ROCHESTER.-(Dejando el vaso sobre la mesa.) (Que Dios salve al rey, que yo ya me he salvado de la señora Guggligoy libre ya de ella, que haga que haga Cromwell lo que quiera de mí; ¡pero estoy bostezando!... Pronto empiezo.)

Se sienta.

   THURLOE.-(A Cromwell.) ¿Es un veneno lo que ha bebido?

   CROMWELL.-Lo ignoro; ya lo sabremos.

   ROCHESTER.-(Bostezando.) (Estoy aturdido y mareado; después de representar todo el día una comedia, de ayunar, de rezar, de predicar y de jurar, es muy triste tener que dormirse justamente en el momento de la catástrofe.(Vuelve a bostezar.) Y quiera Dios que no me despierte en la horca, en compañía de lord Ormond. ¡Redoma infernal! Se me va la cabeza... Buenas noches, señor Cromwell. ¡Dios salve al rey!)

   (Le cae la cabeza sobre el pecho y se queda dormido.)

   CROMWELL.-Está ya dormido o muerto; Thurloe, llevémosle a la cama.

(Se llevan a Rochester y le depositan en el lecho sin que se despierte. Se oye llamar a una puerta que da a uno de los corredores laterales de la cámara pintada.)

   TRURLOE.-(Con inquietud.) Llaman a aquella puerta.

   CROMWELL.-Abre, que sé quién es.

   THURLOE.-(Abriendo la puerta.) ¡El rabino!



Escena XVII

Los mismos y MANASSÉ-BEN-ISRAEL

   CROMWELL.-¿Qué nuevas me trae el judío?

   (Manassé se acerca a Cromwell con aire misterioso y le dice en voz baja):

   MANASSÉ.-Dinero.

   CROMWELL.-(A Thurloe.) Sal, pero no te alejes de aquí.

(Vase Thurloe.)

   MANASSÉ.-Me he apoderado del bric, y vengo a traer su parte a monseñor.

   (Le presenta un pesado saco que lleva escondido.)

   CROMWELL.-¿Esa es mi parte?

   MANASSÉ.-Es decir, vuestra parte... a cuenta.

   CROMWELL.-Bien. (Toma el saco y le deja sobre la mesa que hay cerca de él.) ¿Qué sabes de noticias?

   MANASSÉ.-Sólo sé que se dice en Londres que van a ahorcar un astrólogo en Douvre.

   CROMWELL.-Bien hecho. ¿Pero tú también eres astrólogo?

   MANASSÉ.-No hay que levantar falsos testimonios, dijo el Decálogo; pero entiendo el libro que oscureció el demonio, el libro que deletreaba Zoroastro y que leía Salomón. Sí, sé leer en el libro del cielo vuestras fortunas y vuestros desastres.

   CROMWELL.-(¡Destino singular es el de vigilar a los hombres y a los astros y ser astrólogo en las alturas y espía en la tierra!)

   (Manassé se acerca a una ventana abierta que hay en el fondo de la sala, al través de la que se entrevó el cielo estrellado.)

   MANASSÉ.-¡Callad! Precisamente en este momento veo cerca de Escorpión...

   CROMWELL.-¿Qué ves?

   MANASSÉ.-Vuestra estrella. Ante mí vuestro porvenir puede desgarrar el velo.

   CROMWELL.-(Estremeciéndose.) ¡Mientes, anciano!

   MANASSÉ.-(Con gravedad.) Si miento, que cierre la muerte estos ojos, a los que las estrellas responden.

   CROMWELL.-(Pensativo.) (¿Será verdad? ¡Quién sabe! Estamos rodeados de misterios, pero ya que estamos aquí solos y sin testigos, quiero hacer la prueba.) Judío.

   MANASSÉ.-¡Señor!

   CROMWELL.-Si es cierto que los rayos divinos de los astros iluminan tu alma con su claridad mística y dotan a tus ojos de visión profética...

   MANASSÉ.-(Arrodillándose.) ¿Qué mandáis a vuestro servidor? Dispuesto estoy a complaceros.

   CROMWELL.-(Bajando la voz.) Revélame el porvenir.

   MANASSÉ.-(Levantándose e irguiéndose.) ¿Hasta esas alturas te atreves a levantar tus miradas? ¿Deseas penetrar en el cielo, que es palacio de gloria, tenebroso santuario y ardiente laboratorio, en el que vela Jehová, que no mueve nunca el inmutable quicio y el eterno compás? ¡Penetrar en los tres elementos, en la llama, en el éter y en la onda, triple velo de los cielos, y conocer qué soles son letras de fuego en los que brilla en el fondo de la noche la tierra de Dios! ¡Tú, tú leer en el porvenir! preocupado siempre de un cuidado terrenal, ¿qué has hecho para conseguirlo? Mira mi frente arrugada y seca; tengo la edad de Tobías. He pasado todos mis años sin apartar los ojos un instante de ese otro mundo, día por día, hora por hora. Pero para ti, para tus miradas, las constelaciones sólo son un fuego sin luz; porque tú no has visto, absorto en el trabajo ardiente de la gran obra, blanquear tu barba y caérsete los cabellos. Porque tú...

   CROMWELL.-(Interrumpiéndole con impaciencia.) Basta; te pago para que me sirvas.

   MANASSÉ.-Estás en un error: el hombre puede esclavizarse a un hombre mientras vive de una vida incompleta, y así, mientras la carne cubra mi esqueleto, pueden mis ojos secundar tus planes ambiciosos; pero ¿cuándo te he prometido espiar a los cielos?

   CROMWELL.-(No es hipócrita el que así habla; tiene fe en su ciencia.) Dime si mi planeta es próspero o adverso. Obedece.

   MANASSÉ.-No puedo.

   CROMWELL.-Te lo mando.

   MANASSÉ.-¿Me lo mandas?

   CROMWELL.-(Llevándose la mano al puñal.) Si no hablas, esto te hará callar.

   MANASSÉ.-(Después de vacilar.) ¿No te estremecerás si durante el misterio mezclo el cielo con el infierno y el Talmud con el Corán?

   CROMWELL.-No.

   MANASSÉ.-Pues el espíritu cede al acero y el mago al tirano.

   CROMWELL.-Revela a mi alma asombrada el secreto de mi vida y de mi destino. Pero antes escucha: siendo niño tuve una visión. Fui lanzado de mi medianía a la última clase social, y, siendo ambicioso, me vi privado de ocupar en Oxford ningún rango. Entré en mi humilde aposento con el corazón indignado, llorando de rabia y maldiciendo mi suerte. Anocheció, y estaba velando cerca de la cama cuando de repente me helé el soplo de una boca, y con turbación mortal, oí cerca de mí una voz que me decía: Honor al rey Cromwell. Esta voz lejana participaba al mismo tiempo del acento de la amenaza y del acento de la queja. En la oscuridad, pálido y aterrado, me levanté mirando y buscando a quien me hablaba. Era una cabeza cortada, envuelta en la oscuridad y lívida, entre deslucidos resplandores, pero en cuya frente pálida relucía una aureola... de color de sangre. Me contemplaba con risa cruel, y seguía murmurando en voz baja: Honor al rey Cromwell. Di un paso y la visión se disipó, sin dejar en mí otro vestigio que mi corazón helado para siempre. ¿No es verdad que esto es horrible, Manassé? Muchos años después, un día nebuloso y frío, un día de invierno, en medio de una inquieta multitud, volví a ver la fatal cabeza, pero entonces estaba muda y colgaba de la mano del verdugo.

   MANASSÉ.-(Pensativo.) Verdaderamente... Ezequiel y el yerno de Jethró tuvieron visiones menos espantosas; ni siquiera la iguala la de Baltasar.

   CROMWELL.-No, no existe visión tan espantosa.

   MANASSÉ.-Quizá... los espectros que yo recuerdo se vengaban del pasado; pero el tuyo del porvenir. No podrás dormir.

   CROMWELL.-No.

   MANASSÉ.-No podrás, porque si esa visión te hubiera acometido en la vigilia, sólo sería un sueño. Tu espectro es el único que yo no he visto salir de las tumbas. ¿Qué olor dejó al desvanecerse?

   CROMWELL.-Eso nada me importa; lo que quiero es que me expliques la visión. ¿Fue una ilusión mía? ¿Fue una realidad? ¡Honor al rey Cromwell! ¿Debo ser rey? Desgarra el velo de mi destino.

   MANASSÉ.-(Mirando al cielo por la ventana.) Sí, aquella es su estrella; la reconocería desde el cenit hasta el nadir, está fija: al contemplarla parece que crezca y que se abrillante, pero, sin embargo, tiene una mancha en su centro.

   CROMWELL.-(Impaciente.) Ya has estudiado bastante los astros; dime si seré rey.

   MANASSÉ.-Hijo mío, quisiera halagarte, pero no se puede mentir al firmamento. No debo ocultarte que tu astro, en su marcha elíptica, no forma el triángulo místico con la estrella Jod y con la estrella Ziain.

   CROMWELL.-¿Qué me importa ese triángulo? Explícame el oráculo de la cabeza cortada y dime si ha de llegar el día en que sea rey.

   MANASSÉ.-No, como no suceda un milagro.

   CROMWELL.-(Descontento y bruscamente.) ¿Qué entiendes tú por milagro?

   MANASSÉ.-Lo que es milagro.

   CROMWELL.-¿Acaso yo no soy un milagro vivo?

   MANASSÉ.-Quizá...

   CROMWELL.-Entonces me anunciáis que ocuparé el trono.

   MANASSÉ.-No; no puedo cambiar las respuestas del cielo.

   CROMWELL.-¿Entonces mi visión ha sido una burla? Los astrólogos sois unos impostores, que en beneficio vuestro explotáis a los planetas.

   MANASSÉ.-(Gravemente.) Hijo mío, dame la mano y no blasfemes.

   (Cromwell, subyugado por la autoridad del astrólogo le presenta la mano, que se la examina sin dejar de contemplarle. Después de una pausa dice Manassé.)

   MANASSÉ.-Te amenaza un peligro.

   CROMWELL.-¿Qué peligro?

   MANASSÉ.-El de morir; si quieres ser rey tu muerte es segura.

   CROMWELL.-¡Segura!

   MANASSÉ.-Recibirás la herida en el corazón.

   CROMWELL.-¿Cuándo?

   MANASSÉ.-Mañana.

   CROMWELL.-¡Mientes!

   MANASSÉ.-Te digo la verdad..., pero alguien nos escucha. (En este momento Rochester se vuelve durmiendo y lanza un suspiro. Manassé se acerca a la cama.) ¡Oh! Se ha disipado el encanto del oráculo, porque hay quien lo ha oído.

   CROMWELL.-¿Crees que Rochester pudo oírnos?

   MANASSÉ.-Sin duda.

   CROMWELL.-Pues es preciso que muera.

   (Cromwell saca el puñal y se acerca a Rochester, que continúa dormido.)

   MANASSÉ.-¡Mátale! No pudieras hacer mejor acción. (Que inmole un cristiano a otro.)

   CROMWELL.-Si ha oído lo que hemos hablado debe morir.... pero no lo ha oído... Duerme. (Baja el puñal que había levantado para herir a Rochester.) Además, es día de ayuno. En día de vigilia ni debo cometer un crimen, ni escuchar a un adivino. (Arroja al suelo el puñal.) Vete, judío. (Llamando.) ¡Thurloe!

   (Sale Thurloe.)

   THURLOE.-Milord...

   MANASSÉ.-Señor...

   CROMWELL.-Te he dicho que te vayas.

   MANASSÉ.-Algún vértigo debe turbar su espíritu.

   CROMWELL.-(Al judío, en voz baja.) Morirás si dices una palabra de lo que aquí ha pasado. Vete. (El judío se prosterna y vase.) ¡Thurloe, sálvame de ese judío, sálvame de mí mismo!

   TRURLOE.-(Inquieto.) ¿Qué es lo que tenéis, milord?

   CROMWELL.-¿Yo? Nada. Thurloe, te quiero mucho.

   THURLOE-¡Estáis perturbado!

   CROMWELL.-¿Qué?, ¿te he dicho algo?

   THURLOE.-Sí, habéis hablado de...

   CROMWELL-¡De nada! Calla y sígueme.

   THURLOE-¡Dios mío, qué pálido estáis!

   CROMWELL.-(Sonriendo amargamente.) Es porque refleja en mí el resplandor sepulcral de esa luz. Ven, te necesito.

   (Thurloe sigue a Cromwell, y se para al pasar por delante de la cama de Rochester.)

   THURLOE.-¡Mirad cómo duerme!

   CROMWELL.-Sí.... con un sueño profundo... parecido al sueño de la muerte.

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