Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoActo cuarto

El centinela


 

La poterna del parque de White-Hall

   

A la derecha del teatro un gran grupo de árboles; en el fondo y por encima de ellos se destaca en la oscuridad la fachada gótica del palacio. A la izquierda la poterna del parque, con pequeña puerta ojiva llena de esculturas. Ha cerrado la noche.

 

Escena I

 

CROMWELL disfrazado de soldado, con mosquete, coraza de búfalo, sombrero con alas anchas y de forma cónica y con grandes botas. Se pasea a lo largo por delante de la poterna, como soldado que está de guardia. Al levantarse el telón se oye este grito de un centinela. «¡Alerta! ¡Alerta!»

 

CROMWELL.-  ¡Alerta! ¡Alerta!  (Un tercer centinela responde lo mismo desde más lejos. Descansando el mosquete en tierra.)  Sí, velad, que también vela por todos Cromwell, que ocupa este sitio, porque desea él mismo abrir la puerta a sus enemigos.  (Se oye ruido de pasos y de voces lejanas.)  Oigo ruido, pero no pueden ser ellos, porque no son aún las doce de la noche; será algún transeúnte.  (Óyese un canto, cada vez más próximo) :


«No andes de noche entre riscos
si vas buscando fortuna,
porque caer es muy fácil
cuando la noche es oscura.»

Ese que canta es uno de mis bufones. Debe ser Elespuru.



Escena II

 

CROMWELL, TRICK, GIRAFF, ELESPURU y GRAMADOCH

 
 

Los bufones, guiados por GRAMADOCH, entran en escena con precaución y a tientas; éste los conduce a un banco de césped que hay entre los árboles.

 

GRAMADOCH.-  Ocultémonos aquí.

CROMWELL.-  (Son mis bufones.)  (Sin verles.) 

 (Los cuatro bufones se sientan en el banco.) 

GRAMADOCH.-  En este sitio debe concentrarse la acción del drama. Desde aquí lo veremos todo.

TRICK.-  ¿Lo veremos? Para verlo en esta oscuridad sería preciso tener ojos de gato.

ELESPURU.-  Pero si los autores nos descubrieran, nos harían pagar muy caras estas localidades.

GRAMADOCH.-  Llegamos a tiempo; aún no ha empezado la función.

GIRAFF.-  ¡Queréis callar!

 Todos se callan y se quedan inmóviles. 

CROMWELL.-  ¡La noche está muy fría! Se acerca ya la hora en que los espectros salen de las tumbas y enseñan con la mano roja de sangre su herida incurable al asesino... ¡Ese maldito judío ha hecho aparecer a mi imaginación horribles visiones, que me han dejado un recuerdo funesto; me ha trastornado y tiemblo!...

 

(La campana del reloj de palacio empieza a dar lentamente las doce.)

 

¡Las doce!... ¡Ya llega el instante esperado! ¡Esa campana parece que toque a muerto! ¡Ella marcó la última hora de un mártir! ¡Estoy solo y sobresaltado! ¡Voy a invocar a los santos!

 

(Se oye ruido de pasos por detrás de los árboles.)

 

(¡Ah! Ya estoy tranquilo! ¡Aquí están mis asesinos!)



Escena III

 

Dichos, ORMOND, DROGHEDA, ROSEBERRY, CLIFFORD, el doctor JENKINS, SEDLEY, PETERS DOWNIE, WILLIAM MURRAY.

 
 

Los caballeros entran sigilosamente llevando al frente a ORMOND y a ROSEBERRY. Se habla en voz baja. CROMWELL se pone el mosquete al hombro y se coloca bajo la ojiva de la poterna.

 

ROSEBERRY.-  Aquí es.

ORMOND.-  Sí, aquí es; reconozco el sitio.

CROMWELL.-  (Ellos son.)

PETERS.-  Wilmont debía esperarnos aquí.

DROGHEDA.-  Tiene que cumplir con los deberes de su cargo.

ORMOND.-  Ya que ha impedido el éxito del complot, y ya que le retienen en otra parte, me felicito de ello.

CROMWELL.-  (Yo también.)

ORMOND.-  Tiemblo siempre delante de Wilmont..., pero vamos a concluir.

CROMWELL.-  (Concluir, esa es la palabra.)

ORMOND.-  Rochester ha llevado su locura hasta el extremo de querer galantear a una de las hijas de Cromwell.

CROMWELL.-  (¡Insolente!)

ORMOND.-  Ha escrito para ella un madrigal, echándola de poeta, y olvidando lo que se me debe por mi edad y por mi rango, me lo quiso leer; recibí como debía esta afrenta, y cuando yo estaba esperando un aviso importante, llega a mis manos una carta, la abro impaciente y encuentro dentro del sobre el madrigal dedicado a la hija del Protector.

ROSEBERRY.-  Milord, veo que os persigue por todas partes Rochester.

ORMOND.-  Después de haber recibido los indicados versos, me envió él mismo otro mensaje y su aviso, que es el que nos reúne aquí en este momento; esta vez no llegó a mis manos por medio de un pergamino atado con una cinta de color de rosa. ¡Ved ese loco a lo que nos expone!

CLIFFORD.-  Semejantes chanzas son indignas.

ORMOND.-  Entregó el mensaje a Willis, pero podía haber caído en manos desleales.

ROSEBERRY.-  Entonces estábamos perdidos.

SEDLEY.-  Tampoco ha acudido Davenant.

ORMOND.-  Davenant es un poeta, un saltimbanqui, y quizá se haya escondido.

PETERS.-  A propósito; nuestro amigo Ricardo, el hijo del intruso, está encarcelado. Un pérfido...

DROGHEDA.-  ¡Pobre Ricardo!

CROMWELL.-  (¡Pobre parricida!)

SEDLEY.-  Su padre ha averiguado que brindó a la salud del rey.

CROMWELL.-  (¡Traidor!)

ORMOND.-  No perdamos el tiempo hablando inútilmente. Empecemos. Acerquémonos al soldado.

 

(Se aproxima hacia CROMWELL y éste le presenta el mosquete.)

 

CROMWELL.-  ¿Quién vive?

ORMOND.-   (Bajo a CROMWELL.)  Hermano mío, COLONIA.

CROMWELL.-  (¡No sé el final de la consigna! ¿Qué haré?)

ORMOND.-COLONIA. 

CROMWELL.-  (No sé qué responder.)

 

ORMOND, asombrado del silencio del centinela, retrocede con desconfianza.

 

ROSEBERRY.-  ¿Qué es eso?

ORMOND.-  Que el centinela no responde a la consigna.

ROSEBERRY.-  ¿Se habrá enterado Cromwell de nuestra trama y habrá cambiado la guardia?

ORMOND.-  En estas ocasiones hay que aventurarse, por que retroceder es perderlo todo. Avancemos.

CROMWELL.-  ¿Quién vive?

ORMOND.-COLONIA. 

CROMWELL.-  (¿Cómo conseguiría engañarles?)

ORMOND.-  El centinela no quiere responder.

CLIFFORD.-  Pues bien, matemos al centinela.

JENKINS.-  ¡Lanzar un alma a Dios sin rezar por ella!

CLIFORD.-  ¿Eso qué importa?

ORMOND.-  Pero importa no herir a un hombre por la espalda.

CLIFFORD.-  Es preciso pasar, milord.

TODOS.-   (Bajo a ORMOND.)  Sí, matemos al soldado.

JENKINS.-  ¡Enviarle a su juez de ese modo!

TODOS.-   (Bajo a JENKINS.)  Es preciso que muera.

CROMWELL.-  (¿Qué es lo que están diciendo?)

 

(Los caballeros sacan los puñales y avanzan hacia CROMWELL; WILLIAM MURRAY los detiene.)

 

MURRAY.-  Creo que estáis en un error, estoy seguro que este hombre es de los nuestros. Si no lo fuese, al vernos agrupados hace ya tiempo que hubiera dado la voz de alarma. Quizá dándole algunos doblones le desarmemos; se calla porque quiere ser mejor pagado. Vale más que compremos otro salvoconducto que darle de puñaladas.

ROSEBERRY.-  William tiene razón.

CLIFFORD.-  Pues bien, tratad de comprarle.

PETERS.-  Desgraciadamente tenemos pocos fondos.

SEDLEY.-  Porque Cromwell ha sido un ladrón, que ha escamoteado nuestro brick como si fuera un buque contrabandista. ¡Y pretende sentarse en el trono inglés ese jefe de bandoleros!

ORMOND.-  El avaro rabino Manassé me prestó una cantidad, pero ya la hemos gastado. ¡Ah! Ahora recuerdo que Rochester me entregó una bolsa. Aquí la tengo.

 (La saca del bolsillo y la enseña a los caballeros.) 

ROSEBERRY.-  ¡Excelente recurso!

CROMWELL.-  (Parece que están celebrando consejo; se encuentran tan embarazados como yo; ellos quieren entrar y yo quiero que entren, pero ni ellos ni yo sabemos cómo.)

MURRAY.-  Obremos con habilidad.

CROMWELL.-   (A MURRAY, que se le acerca.)  ¿Quién vive?

MURRAY.-  Hermano, un santo.

CROMWELL.-  (¡Hipócrita!)

MURRAY.-  (Hablemos su lenguaje a los evangelistas.) Hermano, Sion tenía arqueros en la torre que vigilaban de día y de noche, como vigiláis vos.

CROMWELL.-  Gracias.

MURRAY.-  La noche está fría, los pájaros duermen en sus nidos, los bueyes en sus establos, todo duerme; sólo vos vigiláis.

CROMWELL.-  Cumplo con mi obligación.

MURRAY.-  Estaríais mejor acostado en una buena cama.

CROMWELL.-  (¡Ojalá pudiera estar!)

MURRAY.-  Os heláis de frío, mientras que vuestro jefe Cromwell, duerme profundamente.

CROMWELL.-  ¿Crees que duerme Cromwell?

MURRAY.-  Estoy seguro; por vos disfruta tranquilo y apacible sueño; os sacrificáis por él, y él ni siquiera sabrá vuestro nombre.

CROMWELL.-  Sin duda.

MURRAY.-  Sois muy cándido.

CROMWELL.-  (Y tú eres muy astuto.)

MURRAY.-  Consagráis vuestra vida a Cromwell, derramaréis por él vuestra sangre gota a gota, y nada le importará ni vuestra vida ni vuestra muerte. No tenéis que esperar ninguna recompensa, continuaréis siendo soldado, mientras él permanecerá siendo gran capitán. Para poseer palacios, carruajes de corte, cortesanos, guardias y criados, ¿qué es Cromwell? Un soldado no más.

CROMWELL.-  Nada más.

MURRAY.-  Entonces, ¿por qué le servís tan humildemente?

CROMWELL.-  No le sirvo.

MURRAY.-  (Ha caído en mis redes.) Podíais muy bien ocupar su sitio y no servirle como soldado; ¿qué paga obtenéis por tan ardua ocupación?

CROMWELL.-  No me paga.

MURRAY.-  ¡No os paga! Es criminal olvidarse de los soldados veteranos. Os compadezco.

CROMWELL.-  (¡Me compadece!)

MURRAY.-  ¡Haceros servir sin salario! ¡Cromwell es un tirano! La cólera me ahoga. Quiero aliviar vuestra suerte y vengaros.

CROMWELL.-  ¡Vengarme!

MURRAY.-  De Cromwell.

CROMWELL.-  ¡De Cromwell!

MURRAY.-   (Bajo al oído de CROMWELL.)  Abridnos la poterna; dejad que Judit corte la cabeza a Holofernes.

CROMWELL.-  Para ser Judit tenéis la barba demasiado negra.

MURRAY.-  Dejadnos llegar hasta el aposento donde Cromwell duerme y no os arrepentiréis.

CROMWELL.-  ¿No me arrepentiré?

MURRAY.-  ¿Qué te importa que cinco o seis vivos pasen por esa puerta? Aprovéchate de la fortuna que en estos momentos te cae llovida del cielo.

CROMWELL.-  ¡Llovida del cielo!

MURRAY.-   (Entregándole una bolsa.)  Toma a cuenta. Tu única ocupación consistirá en contestar WHITE-HALL al que te diga COLONIA.

CROMWELL.-  (¡Ah! La palabra es WHITE-HALL.)

MURRAY.-  Toma y guárdate este dinero. Nosotros pagamos en el acto.

CROMWELL.-  (También yo pago.)  (Tomando la bolsa.)  Muchas gracias.

MURRAY.-  Vigilarás aquí hasta que te avisemos.

CROMWELL.-  Vigilaré.

MURRAY.-  Muy bien. Eres un bravo.

CROMWELL.-  A propósito; ¿qué pensáis hacer de Cromwell cuando os apoderéis de él?

MURRAY.-  Desde luego supongo que le mataremos... y nada más.

CROMWELL.-  Eso es poco.

MURRAY.-  Nos satisfaremos con que muera con rapidez; no somos crueles.

CROMWELL.-  (Ni yo tampoco lo seré.)

MURRAY.-  ¿Convenidos?

CROMWELL.-  Convenidos.

 

(MURRAY se acerca a los caballeros que le esperan en el otro extremo del teatro.)

 

MURRAY.-  Venid pronto; he pagado al levita y podemos entrar en el santuario.

ORMOND.-  ¿Es cosa ya convenida?

MURRAY.-  Sí.

ORMOND.-  Pues vamos.

 

(Los caballeros, formados de dos en dos, avanzan hacia CROMWELL, que les presenta el mosquete.)

 

CROMWELL.-  ¿Quién vive?

ORMOND.-COLONIA.

CROMWELL.-  WHITE-HALL. Pasad.

ORMOND.-  Está bien. Murray, quedaos aquí para vigilar a ese hombre. ¿Dónde encontraremos al Protector?

CROMWELL.-  En la sala que se llama cámara pintada.

ORMOND.-   (A CROMWELL.)  Nos favorece la oscuridad de la noche; pero, sin embargo, vigilad.

CROMWELL.-  Confiad en mí. Pasad.

ORMOND.-   (Con alegría.)  (Al fin voy a alcanzar el objeto que me propuse toda la vida, voy a conseguir el triunfo y a apoderarme de Cromwell.)

CROMWELL.-   (Siguiéndole con la vista.)  (A veces lo que se pide al cielo lo concede el infierno.)

 

(ORMOND entra en la poterna por la que ya todos los caballeros han pasado, excepto WILLIAM MURRAY.)

 


Escena IV

 

CROMWELL, WILLIAM MURRAY y los cuatro bufones ocultos.

 

CROMWELL.-  (¡Ya están dentro!)

MURRAY.-  (Por fin lo conseguimos.) ¿Concebís hermano, que el Protector disponga de los reyes, como César en Roma, por haber ganado algunos combates, porque con palabras de efecto, con sermones y con farsas ha sabido atraerse a la muchedumbre y que se prosterne ante él el mundo entero, que la debía silbar?

CROMWELL.-  Tenéis razón.

MURRAY.-  Es un rústico que apenas sabe saludar, y que se hace servir reinando como un capataz que da su consigna y estableciendo un gobierno absoluto y despreciativo.... pero sé que está próxima su caída.

CROMWELL.-  ¿Y entonces habéis pensado en el derecho legítimo de los Stuardos?

MURRAY.-  Este derecho, la rusticidad de Cromwell y la influencia de los amigos me hicieron entrar en la sublevación. El derecho al trono de Carlos es indudable.

CROMWELL.-  Desde luego.

MURRAY.-  ¡Y Cromwell osa oponérsele, y camina lentamente hacia el trono! Pero es un fantasma vano que se disipará en cuanto le toquemos.

CROMWELL.-   (Con ironía.)  ¡Es un ídolo con la cabeza de oro y los pies de cera, y pretende ser rey! No sabe siquiera desbaratar una rebelión, ni prever una estratagema, y es tan necio que a estas horas se dejará sorprender en su mismo lecho. (¡Imbécil!)

MURRAY.-  ¡Cree que reinar es fácil! ¡Ser rey él! Nadie querría ser su cortesano.

CROMWELL.-  Tenéis razón.

MURRAY.-  Servirá para fabricar cerveza, pero para nada más; su nombre de fabricante no equivale al nombre de poeta de Milton.

CROMWELL.-  (¡Insolente!)

MURRAY.-  ¡Y pretende ser un grande hombre, un tirano, un héroe, y gobernar el mundo! Porque es afortunado se cree un Capeto, un Moisés o un César.

CROMWELL.-  (¡Miserable traidor!)

MURRAY.-  Nos estáis prestando un gran servicio, y cuando saldemos la cuenta general, no os olvidaré y os ascenderé a cabo.  (Vase.) 

CROMWELL.-  (El enano desafía al gigante y la avecilla al águila.)  (Riendo.) 



Escena V

 

CROMWELL y MANASSÉ.

 
 

MANASSÉ entra con precaución y llevando en la mano una linterna sorda.

 

MANASSÉ.- 

(Los puritanos, los caballeros, Cromwell y Carlos II, todos son cristianos.)

CROMWELL.-   (Viendo a MANASSÉ.)  (¿Qué vendrá a hacer aquí ese judío? ¿Saldrá de alguna tumba?)

MANASSÉ.-  Me es igual que sucumba cualquiera de los dos partidos rivales; de todos modos correrá a ríos la sangre cristiana. Que Ormond acabe con Oliverio, o que Oliverio acabe con Ormond, aquí se verificará el desenlace del drama y yo deseo presenciarlo. Las apariencias están contra Cromwell...

CROMWELL.-  (¡Traidor!)

MANASSÉ.-   (Elevando los ojos al cielo.)  Todos están contra él, menos las estrellas del firmamento. Parece próxima su muerte, y sin embargo, su planeta brilla aún en el cenit con luz pura y limpia; y combinando con él las líneas de su mano; sólo veo un peligro real para Cromwell..., mañana...

CROMWELL.-  (¿Qué peligro mañana? ¿Qué dice?)

MANASSÉ.-  Pero de todos modos, o ha de perecer Ormond o Cromwell.-¡Hermosa está la noche!

CROMWELL.-  (Tras el cortesano lenguaraz, el judío impío.)

MANASSÉ.-   (Mirando al cielo con el anteojo.)  Mientras llegan nuestros conjurados, estudiemos las curvas que describen los satélites de He en la órbita de Than. Golpeemos el umbral de la puerta con el santo martillo. (La línea se recurva en cuernos de carnero.)

 (Se oye el grito de un centinela lejano.) 

¡Alerta! ¡Alerta!

CROMWELL.-  (Me interrumpen en estos momentos y tengo que repetir el grito.) ¡Alerta! ¡Alerta!

MANASSÉ.-   (Al oír la voz se vuelve sobresaltado.)  (¡Dios de Jacob! ¡No había visto al centinela!) ¡Buenas noches, señor soldado!

CROMWELL.-  (El grito de alerta le intimidó; lo siento, porque me hubiera revelado...) Buenas noches, judío.

MANASSÉ.-  ¿Os ha apostado aquí lord Ormond?

CROMWELL.-  Extraño que un hijo de los profetas me lo pregunte.

MANASSÉ.-  ¿Pero he acertado?

CROMWELL.-  Sí.

MANASSÉ.-  Me alegraré de vuestro triunfo, y si Cromwell sucumbe os felicitaré.

CROMWELL.-  Muchas gracias.

MANASSÉ.-  ¡Qué felicidad sería para nosotros que resultase el poder de los antiguos reyes!

CROMWELL.-  ¡Ah!...

MANASSÉ.-  Si llega ese caso, adelantaréis mucho en la carrera.

CROMWELL.-  Sí, me ascenderán a cabo.

MANASSÉ.-  ¡Buena graduación! Un cabo manda a cuatro hombres, y además lleva galones.

CROMWELL.-  Sí, es una buena graduación.

MANASSÉ.-  Me alegro que la caída de Cromwell labre vuestra fortuna.

CROMWELL.-  (¡Pérfido!)

MANASSÉ.-  Es una vergüenza que el Protector saque cuentas de todo; no puedo sufrir a los fabricantes coronados; su corta inteligencia no sale de un círculo muy limitado; no dan brillantes festines ni fiestas suntuosas, ni hacen nunca empréstitos. De este modo no puede prosperar el comercio. Si, por ejemplo, os apoderáis de un brick sueco, os registran los bolsillos, os miran los dedos, y en cambio de los peligros que arrostráis para acometer esa empresa, os dan todo lo más las tres cuartas partes del botín.

CROMWELL.-  Eso es desollaros vivo.

MANASSÉ.-  Son unos reyes tacaños que no saben distinguir los besantes de los zequíes.

CROMWELL.-  Eso es una iniquidad.

MANASSÉ.-  Eso es matar la industria.

CROMWELL.-  (Muchas máscaras ocultan el rostro odioso del judío; voy a arrancárselas todas.) Judío, ¿quieres decirme la buenaventura?

MANASSÉ.-  ¿Queréis que os descubra vuestra futura grandeza?

CROMWELL.-  Sí, lo deseo.

MANASSÉ.-  Pues os voy a predecir vuestro horóscopo. Haré lo que en latín llamamos una experiencia in anima vili. (Puedo burlarme en latín en las narices de este ignorante.) Dadme la mano.  (Examinando con la linterna la mano que CROMWELL le presenta.)  ¡Qué mano! ¡Dios de Jacob, soy muerto!

 (Cae arrodillado a los pies de CROMWELL.) 

CROMWELL.-   (Sonriendo.)  ¿Qué haces, judío? ¿Te ha mordido el diablo?

MANASSÉ.-  ¡Soy muerto!

CROMWELL.-  ¿Es que me conoces, rabino?

MANASSÉ.-   (Con voz débil.)  Esa es la mano que gobierna al mundo, la reconozco; en sus líneas el cielo no ha escrito otro nombre que el de Cromwell. ¡Vuestro planeta no me engañó!

CROMWELL.-  Judío, eres un miserable, y yo podía a mi vez hacer en ti con mi puñal una experiencia in anima vili, pero no quiero aplastar a un gusano. Levántate.  (Manassé se levanta y CROMWELL le indica un banco de piedra cerca de la puerta.)  Siéntate ahí.  (El judío se sienta aterrado.)  ¡Siéntate y calla! Si pronuncias una sola palabra, ya no te levantarás del banco.  (El judío deja caer la cabeza sobre el pecho.)  ¡Ponerse a las órdenes de Ormond! La muerte que le hace caer entre mis redes mezcla esta ave nocturna con aquellas aves de presa.  (Se pasea, dejando escapar de vez en cuando algunas palabras.)  Para ellos mis únicos crímenes son saludar mal y no contar bastante bien, pero no me echan en cara ni a Carlos I ni la Carta inglesa. ¿Pero qué me pesa en el bolsillo?  (Saca la bolsa que le entregó Murray.)  ¡Ah! ¡Es el precio de mi sangre! No recordaba ya que me han pagado los sublevados para asesinarme.  (Toma la linterna de Manassé, mira la bolsa a su luz y retrocede con horror.)  ¡Gran Dios! ¡El nombre de mi hijo está bordado en la bolsa! No me equivoco; he aquí su escudo: ésta es la prueba más patente de su traición. ¡Ha entregado su oro para comprar mi cabeza  (Arroja disgustado la bolsa al suelo.)  Sus prodigalidades han llegado hasta el parricidio... Oigo pasos.... alguien viene.



Escena VI

 

Dichos y RICARDO CROMWELL.

 

RICARDO.-   (Avanzando lentamente hacia el proscenio.)  Está muy oscura la noche.

CROMWELL.-  (¡Parece la voz de mi hijo!)

RICARDO.-  ¡Gracias a Dios y al centinela que he comprado estoy libre!

CROMWELL.-  (¡Qué oigo!)

RICARDO.-  Me cuesta caro, pero no quiero ser ingrato.

CROMWELL.-  (¡No quieres ser ingrato con el villano que te deja libre para que asesines a tu padre!)

RICARDO.-  Mi padre debe estar durmiendo...

CROMWELL.-  (Está muy despierto.)

RICARDO.-  Y no sabrá nada. ¿Qué dirá mañana cuando no encuentre el pájaro en la jaula? Le ahogará la rabia.

 (Riendo.) 

CROMWELL.-  (Voy a castigarle por mi misma mano.)  (Tira del puñal y da un paso hacia RICARDO, pero después se para arrepentido.)  (¡Es mi hijo!...)

RICARDO.-  Cómo se reirán mañana los caballeros del chasco que yo le doy. Creo que mi padre me hubiera perdonado, pero huyendo me libro de su cólera.

CROMWELL.-  (¡No te escaparás, traidor!)  (Avanza otra vez hacia él y se vuelve a arrepentir.)  (¡Es mi primogénito y Dios me le concedió en un día de felicidad; es la sangre de mi sangre!.... ¡Ay de mí!)

RICARDO.-  ¡Esta vez no burlará nuestras redes; mi padre es un tirano!

CROMWELL.-  (Esa palabra me decide: el parricida deja de ser hijo.)  (Avanza por detrás de él con el puñal levantado, pero el ruido de pasos que oye bajo la poterna le detiene y le hace volver a ocupar el sitio del centinela.)  (¡Oigo ruido por las escaleras! Será Ormond que vuelve con los caballeros; veamos, al encontrarse mi hijo entre ellos, hasta dónde llega su perfidia; después... ya desenlazaremos la tragedia.)

 

(Entran los caballeros, con las espadas en la mano, trayendo a LORD ROCHESTER adormecido y envuelto con un pañuelo que le tapa la cara.)

 


Escena VII

 

Dichos, ORMOND, CLIFFORD, DROGHEDA, ROSEBERRY, PETERS DOWNIE, WILLIAM MURRAY, SEDLEY, el doctor JENKINS y ROCHESTER.

 
 

Cuando entran los caballeros, CROMWELL ha ocupado ya su sitio y RICARDO se vuelve hacia ellos con asombro.

 

RICARDO.-  (Estos hombres parecen sospechosos; ocultémonos.)

 (Se esconde entre los árboles.) 

MURRAY.-  El Protector no gasta siquiera lecho de brocado; en una pobre mesa espiraba una bujía solitaria y su aposento estaba muy oscuro. Merced a su letargo, ni siquiera se movió cuando nos apoderamos de él; le hemos tapado la cabeza silenciosamente, y aquí os lo traemos.

CROMWELL.-  (¡A mí!...)

RICARDO.-  (¿Qué será esto?)

CLIFFORD.-  ¡Victoria! ¡Ya está en nuestro poder!

RICARDO.-  (¿Qué es lo que dice?)

PETERS.-  Hemos conseguido lo más difícil. La noche es muy oscura; no perdamos tiempo... Marchémonos de aquí.

 

A DROGHEDA, ROSEBERRY, SEDLEY y CLIFFORD, que han traído al prisionero dormido y que se han parado.

 

ROSEBERRY.-  Eso es cómodo para los que no van cargados.

SEDLEY.-  Necesitamos descansar un momento.

RICARDO.-  (¡Me parece conocer esas voces!)

ORMOND.-  Nos hemos apoderado de Cromwell para darle el castigo solemne que merece su crimen; ha caído en nuestras manos ese coloso de la gloria que se creía un dios. Antes todo huía delante de él; ahora aquí está sin defensa y sin refugio. Todos tus crímenes, que cubría la diadema, pesarán en la balanza de la justicia de un modo terrible en tu última hora. Poderoso te aborrecía y abatido te compadezco. Hubiera querido vencerte combatiendo; pero apoderarme de ti sin vencerte es obtener el triunfo sin luchar. Es preciso resignarse a que los puñales sustituyan a las espadas.

RICARDO.-  (Me interesa oír y callar.)

CROMWELL.-  (Aprecio a lord Ormond; veo en él nobleza; el corazón del verdadero soldado siempre es leal.)

PETERS.-  Vámonos; estamos perdiendo el tiempo.

DROGHEDA.-  Esperad un instante; pesa como si fuera un cadáver.

SEDLEY.-  Es incómoda de llevar a cualquier parte esta carga. ¿Qué hacemos?

CLIFFORD.-  Matémosle aquí y todo ha terminado.

DROGHEDA.-  Eso es.

SEDLEY.-  Sí; es lo más breve.

RICARDO.-  (Esto es un consejo de demonios.)

MANASSÉ.-  (Este espectáculo amengua mi desgracia.)

CLIFFORD.-   (Blandiendo la espada.)  ¿Terminamos con él?

JENKINS.-   (Deteniendo el brazo de CLIFFORD.)  Matarle sin que se le juzgue, sin testigos, sin que pronuncie su veredicto el jurado, es cometer un asesinato. Defiendo a la ley y no defiendo a Cromwell, que aunque no se le ha juzgado, a mis ojos es criminal, porque ha desobedecido a las leyes de Inglaterra. Creo que para hacer brillar más la majestad sagrada, se debe separar la cabeza del tronco del felón; pero para eso hay que seguir los trámites legales. No podéis condenarle así; porque no podéis ser a la vez acusadores y testigos, jueces y verdugos.

CROMWELL.-  (Reconozco en Jenkins al magistrado íntegro.)

CLIFFORD.-  ¿A qué vienen todas esas triquiñuelas?

DROGHEDA.-  Doctor, dejaos de fórmulas.

MURRAY.-  Esos son discursos tontos.

CLIFFORD.-  Mi daga es juez y juzga sin apelación. ¡Matémosle!

CROMWELL.-  (¡Que le maten!)

TODOS.-  Matémosle.

JENKINS.-  Protesto.

CLIFFORD.-   (Rechazándole.)  Protestad todo lo que queráis.

ORMOND.-  Deteneos un instante, lord Clifford; el doctor tiene razón, y yo soy de su dictamen. La orden expresa del rey nos manda que le remitamos vivo el Protector, y debemos obedecer esa orden.

CLIFFORD.-  Milord, cuando se ha desenvainado la espada, se debe herir; quizá no podamos disponer más que de este minuto, y debemos aprovecharle. ¡Ya que Cromwell está en nuestro poder, que muera!

TODOS.-  (Menos Ormond y Jenkins.) ¡Que muera!

RICARDO.-  (¡Cielos, quieren matar a mi padre!)  (Se lanza en medio de los caballeros.)  ¡Deteneos, asesinos!

TODOS.-  ¡Gran Dios, Ricardo Cromwell!

CROMWELL.-  (¿Qué intenta hacer?)

RICARDO.-  Deteneos; si verdaderamente sois amigos míos, escuchadme.

MURRAY.-  ¡Diablo!

RICARDO.-  Perdonad a mi padre.

SEDLEY.-  ¿Perdonó él a Carlos I?

RICARDO.-  Aunque cometiera ese crimen, yo no tengo la culpa y no debo ser la víctima; hiriéndole a él me herís a mí.

CROMWELL.-  (¡No es el Ricardo que yo creía!)

ROSEBERRY.-  Os queremos como a un hermano, pero este afecto no debe impedir que cumplamos con nuestro deber.

RICARDO.-  Os juro que no mataréis a mi padre.

CROMWELL.-  (¡Me defiende! ¡Qué felicidad! ¡Juzgué mal a mi hijo!)

RICARDO.-  ¿Para llegar a este crimen hicisteis sentar a Ricardo a vuestra mesa? Hemos sido compañeros de diversiones y de placeres, he tenido la bolsa abierta siempre para satisfacer vuestros deseos; pues bien, comparad ahora lo que hice por vosotros con la manera como queréis pagarme.

JENKINS.-   (A RICARDO.)  ¡Bravo, valiente joven! Pero haced valer además el vicio radical del acto que quieren poner en práctica; este vicio es que carecen de derecho, por lo que me opongo con vos...

RICARDO.-   (Juntando las manos de los caballeros.)  ¡Amigos míos!...

CROMWELL.-  (Juzgué injustamente a mi hijo, porque él sólo conocía de la negra trama la parte que consistía en beber.)

ORMOND.-  Vuestro padre, caballero, sostenía una partida arriesgada, en la que todos nos jugábamos la cabeza; él la ha perdido.

RICARDO.-  ¡Sois capaces de asesinarle ante mi vista!  (Gritando con fuerza.)  ¡A mí, soldados!

MURRAY.-  Los soldados están de nuestra parte.

RICARDO.-  Pues bien; yo le defenderé contra todos vosotros.  (Se lleva la mano al cinto y se encuentra sin espada.)  ¿Por qué, padre mío, me desarmaste?...

CROMWELL.-  (¡Pobre Ricardo!)

ORMOND.-  Os compadezco, caballero, pero creedme, retiraos. Dejad obrar a los agentes del rey.

RICARDO.-  ¡Retirarme jamás! Me mataréis abrazado a su cuerpo.

 

(Se lanza sobre ROCHESTER adormecido y le aprieta estrechamente con sus brazos.)

 

CROMWELL.-  (Pobre hijo mío! Sería muy cruel que le matasen por defenderme.)

ROSEBERRY.-  Pero, Ricardo...

RICARDO.-   (Que continúa abrazado a ROCHESTER.)  No me separo de aquí. O le salvo, o nos matáis a los dos.

 

(Los caballeros tratan de desasir a RICARDO de ROCHESTER; durante el debate CROMWELL espía todos los movimientos de los caballeros como disponiéndose a socorrerle. Manassé levanta la cabeza y observa sus movimientos sin decir una palabra. LORD ROCHESTER se despierta sobresaltado y lucha a su vez para desasirse de RICARDO.)

 

ROCHESTER.-  ¡Diablo! ¡Me estáis estrangulando!

 

(Todos se quedan petrificados.)

 

ORMOND.-  ¡Gran Dios!

 

(ROCHESTER se arranca el pañuelo que le cubre el rostro y CROMWELL le dirige al mismo tiempo a la cara la luz de una linterna sorda.)

 

RICARDO.-  ¡El espía!

TODOS.-  ¡Lord Rochester!

ROCHESTER.-   (A RICARDO.)  ¿Vos erais mi verdugo? Me queríais estrangular con tanta fuerza, que parecía que creíais que mi cuerpo tenía dos almas.

ORMOND.-   (Consternado.)  ¡Rochester!

ROCHESTER.-   (Medio dormido aún y tocándose el pañuelo que lleva al cuello.)  Por aquí se conoce que ha pasado la cuerda, pero no veo la horca por ninguna parte; sin duda me colgaron de algún clavo oxidado.

ORMOND.-  ¿Dónde está, pues, Cromwell?

CROMWELL.-   (Acercándose y con voz de trueno.)  Aquí. ¡Fuera de las tiendas, Jacob! ¡Fuera de las tiendas, Israel!

 

(Al lanzar estos gritos, los caballeros, asombrados, se vuelven, y ven que ocupa el fondo del teatro multitud de soldados con antorchas, que han salido de todos los puntos del jardín y de todas las puertas del palacio. Entre ellos están THURLOE y lord CARLISLE. Todas las ventanas de White-Hall se iluminan súbitamente, y en todas ellas aparecen soldados armados. La figura de CROMWELL con la espada en la mano se destaca en el centro de la escena.)

 


Escena VIII

 

Dichos, CARLISLE, THURLOE, mosqueteros, partesaneros, gentileshombres y guardias de corps de CROMWELL.

 

MURRAY.-    (Espantado.)  ¡Cromwell! ¡Soldados! ¡Luces! ¡Somos perdidos!

LOS CABALLEROS.-  ¡Traición!

ORMOND.-   (Mirando alternativamente a LORD ROCHESTER y al Protector.)  ¡Cromwell y Rochester!

ROCHESTER.-   (Frotándose los ojos.)  ¿Me habrán ahorcado ya y estaré en el infierno? Ese palacio que echa llamas, esos espectros, esos ejércitos de demonios, que sacuden antorchas inflamadas.... sí, sí, estoy en el infierno, y aquí está Satanás, que se parece a Cromwell.

CROMWELL.-   (Señalando los caballeros al conde CARLISLE y a THURLOE.)  ¡Prendedles!

 

Varios soldados se precipitan sobre los caballeros y se apoderan de sus espadas, sin dejarles tiempo para que se resistan. ORMOND rompe la espada en la rodilla, diciendo:

 

ORMOND.-  Mi acero no se rinde.

RICARDO.-  (Por haberme escapado de la prisión quizá mi padre me vuelva a castigar.)

ORMOND.-  Hemos caído en una red fatal.

ROCHESTER.-   (A los caballeros.)  Nuestros buenos proyectos nos han salido muy mal, y Cromwell ha puesto en nuestro vino agua del Cocyto.

CROMWELL.-  (No conocía a lord Ormond. A mi pesar le miro con respeto.)

ORMOND.-  Nos ha engañado con astucia y con audacia.

CROMWELL.-  (únicamente él se atreve a mirarme cara a cara. Es un noble adversario, que recibió un mandato y quería obedecerle. Hablémosle.)  (Se aproxima a ORMOND, le contempla y dice:)  ¿Cómo te llamas?

ORMOND.-  Bloum. (No quiero que me conozca.)

CROMWELL.-  (Por orgullo oculta su verdadero nombre.) ¿Qué eres?

ORMOND.-  Un vasallo rebelado contra ti en favor de la antigua Inglaterra y de Carlos II.

CROMWELL.-  ¿Qué idea tienes de mí?

ORMOND.-  ¿De ti?

CROMWELL.-  De mí.

ORMOND.-  Lo que yo pienso de ti sólo se dice con la punta de la espada.

CROMWELL.-  Lo que tiene el defecto de que al puñal algunas veces replica el cadalso.

ORMOND.-  ¡Qué me importa!

CROMWELL.-   (Cruzando los brazos.)  ¿Luego te guió hasta mí la sed de sangre?

ORMOND.-  Venía a castigar al regicida.

CROMWELL.-  ¡A castigar! ¿Con qué derecho?

ORMOND.-  Con el derecho del Talión; cabeza por cabeza.

CROMWELL.-  ¿Y te atreviste a penetrar en el antro del león?

ORMOND.-  En el antro del tigre.

CROMWELL.-  En el mismo aposento del Protector.

ORMOND.-  En el aposento del regicida.

CROMWELL.-  Yo solo he cargado siempre con la culpa; nunca recordáis que el pueblo rechazó el subsidio ilegal que le impuso el rey; si yo fui severo, Carlos fue imprudente; su caída fue un bien para la patria y su muerte fue sólo un desgraciado detalle.

ORMOND.-  No me engañará tu hipocresía.

CROMWELL.-  Vemos este punto de distinto modo.

ORMOND.-  La historia te guardará el sitio detrás de Ravaillac.

CROMWELL.-  El odio no te deja ver claro. Cromwell no es un Ravaillac; ni se puede comparar la mano que dirige al mundo con la mano vulgar del asesino, ni el hacha del pueblo con el puñal del sicario. Se llega al mismo punto desde el infierno y desde el cielo, y la sangre que mancha a Caín engrandece a Samuel.

ORMOND.-  Ravaillac hizo lo mismo que tú; como tú causó la muerte de un rey justo.

CROMWELL.-  Le hirió demasiado bajo; a los reyes se les debe herir en la cabeza.

ORMOND.-  Alejaos de mí, ya que habéis atentado a la majestad de un rey.

CROMWELL.-  La sangre todo lo mancha y todo lo purifica. (Dejemos a este incurable.) Aquí está también el doctor Jenkins, y entre estos insensatos.

JENKINS.-  Tenéis razón para decírmelo.

CROMWELL.-  Preferisteis a mis favores participar con los sublevados de un castigo ejemplar.

JENKINS.-  Milord, debo advertiros que si podéis vengaros de nosotros, no nos podéis castigar. Es preciso definir bien las palabras Tiranus non judex. El tirano no es juez. Si por delaciones de un traidor o de un tránsfuga habéis sido el más hábil en la lucha, si contáis con la fuerza, nosotros contamos con el derecho. Podéis sustraernos violentamente a las leyes, pero si morimos, nuestra muerte será arbitraria y sólo de hecho.

CROMWELL.-  Pues bien; preparaos a subir a la horca.  (Pausa. CROMWELL, después de un momento de meditación, cruza los brazos y se dirige sonriendo a los caballeros.)  Meditabais proyectos temerarios, y si no acierto a descubrir vuestra trama os apoderáis de mí en mi propio lecho y me arrebatáis la vida. Confieso que vuestros planes eran excelentes: me gusta el valor y me place la audacia; y aunque vuestros planes fracasaron, no dejan de parecerme excelentes. Poseídos de entusiasmo y de una idea tenaz, caminabais con osadía, con paso firme y recto, sin titubear, sin palidecer y sin temblar; fuisteis enemigos temibles y adversarios dignos de mí; no debo, pues, abatiros con el desprecio, y aprecio tanto vuestro valor, que no puedo perdonaros. La estimación que os profeso quiero que sea pública, y os la voy a atestiguar haciéndoos ir a todos al cadalso. Dentro de pocas horas, cuando el naciente día derrame su primera luz, subiréis a la horca. ¡Fuera de aquí!  (Los guardias y lord CARLISLE a la cabeza se llevan a los primeros. CROMWELL se queda unos instantes pensativo; después se vuelve con viveza hacia THURLOE y dice:)  Que lo preparen todo en Westminster. (Ya soy rey.)

 

(Entra en White-Hall por la poterna, y THURLOE, después de saludarle, vase por el parque.)

 


Escena IX

 

Los cuatro bufones. En cuanto salen los demás, GRAMADOCH asoma la cabeza fuera del escondite, mira con precaución, y al ver que el teatro está desierto, hace señas de que le sigan a los demás bufones, que aparecen riendo.

 

GRAMADOCH.-  ¿Qué decís de esto?

GIRAFF.-  Que estoy muerto de risa.

ELESPURU.-  Es una escena del otro mundo lo que hemos presenciado.

TRICK.-  Inaudita, loca y bufona.

GIRAFF.-  Es espectáculo asombroso y alegre ver desnudo a Cromwell; ver el fuego sin humo y a Belcebú sin máscara.

GRAMADOCH.-  Entre todos los actores del drama fantástico, veamos cuál es el más loco y vamos a premiarle.

TRICK.-  Es Murray el más loco, porque despreciando a Cromwell, de un brinco salta desde éste a Carlos, y torna una veleta por bandera.

GIRAFF.-  No lo creas; es Ricardo, es ese hijo de Belial, que por amor a su padre quiere morir con Rochester.

TRICK.-  Hubiera sido gracioso que cuando Cromwell se encendió en ira hubiera matado a Ricardo.

GIRAFF.-  Sí; pero entonces el drama hubiera terminado.

TRICK.-  ¡Hubiera sido una lástima!

GRAMADOCH.-  ¿De modo que concedéis a Ricardo la muñeca de honor, que es la palma de nuestro arte?

ELESPURU.-  No; yo prefiero el candor doctoral de Jenkins.

TRICK.-  ¿No os pareció también muy divertido que Ormond diera a Cromwell lecciones de moral?

GIRAFF.-  Pues el judío es un papel muy interesante. Es muy notable ese rabino espía, usurero y nigromante, que meditando siempre en la belleza del dinero, estudia los astros con su linterna.

ELESPURU.-  Es un animal anfibio y extraño en los dos campos; al verle me pareció un murciélago que da vueltas al anochecer sobre una tumba.

GIRAFF.-  Es tan exacta esa comparación, que indudablemente Cromwell le clavará como un espantajo sobre cualquier cruz.

TRICK.-  El Protector castigará la jactancia de todos los caballeros, porque su horca tiene muchas cuerdas.

GRAMADOCH.-  Sin embargo, Cromwell es el más loco de todos. Todavía quiere ser rey y la muerte está llamando a su puerta.

GIRAFF.-  ¿Qué es lo que dices?

TRICK.-  ¿Qué es lo que sabes?

GRAMADOCH.-  Os lo diré más tarde.

ELESPURU.-  Dilo ahora.

GRAMADOCH.-  El misterio consiste en que a pesar de ser todo favorable para Cromwell, si da el paso que intenta, caerá en el precipicio donde le espera la muerte. Asistid a su coronación y os reiréis mucho. Cromwell es indudablemente más loco que todos los enanos que aplasta su paso de gigante.

TRICK.-  Para dar fin al certamen hay que convenir en que los más locos, contando en este número a Cromwell, somos nosotros. Somos insensatos perdiendo un tiempo precioso que pudiéramos emplear en no hacer nada, en dormir, en distraer nuestro fastidio cantando o en mirar cómo la luna se refleja en el fondo del pozo.