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ArribaActo quinto

Los trabajadores


 

La sala grande de westminster

   

A la izquierda, hacia el fondo, la puerta grande de la sala, vista oblicuamente. En el fondo gradas semicirculares que se levantan a inmensa altura. Grandes colgaduras de tapicería tapan los huecos de los pilares góticos alrededor de toda la sala, dejando sólo descubiertos los capiteles y las cornisas.-A la derecha se ve una pendiente revestida de tablas que figuran los escalones del estrado del trono. Muchos obreros se ocupan en trabajar allí cuando se levanta el telón; unos acaban de clavar las planchas de los escalones, otros de cubrirlos con rico tapiz de terciopelo de escarlata con franjas de oro, y otros se ocupan en levantar encima del estrado un dosel de la misma tela y del mismo color, que tiene grabadas las armas de CROMWELL.-Frente a frente del trono un púlpito. Varias tribunas alrededor de la gran sala. Son las tres de la madrugada; empieza a amanecer y la luz del alba proyecta, a través de los vidrios y de la puerta entreabierta, rayos horizontales, que hacen palidecer la claridad de muchas lámparas de cobre de cinco picos, que alumbran a los trabajadores que están terminando la faena.

 

Escena I

 

Los trabajadores.

 

EL JEFE DE LOS TRABAJADORES.-  ¡Vamos! Terminemos pronto. El dosel es demasiado ancho.  (A un trabajador que está de pie y con una Biblia en la mano.)  Hermano, leed y edificadnos.

EL TRABAJADOR.-   (Leyendo.)  «El santo templo tenía el artesón de cedro y el techo de abeto. Salomón lo construyó de espacio en espacio, en terrenos de cinco palmos, con estacas de madera de cuatro caras, cubriendo con láminas de oro su obra inmortal y colocando en el oráculo, al lado del altar, dos querubines de pie y con las alas abiertas.»

TRABAJADOR 1.º-  Pues nosotros hemos hecho más que Salomón; dicho rey, para dejar terminados sus trabajos, empleó mil siete años en edificar el templo y quince en edificar el palacio: a nosotros no nos han dado más que una hora para arreglar con suntuosidad esta gran sala.

EL JEFE.-  Bien dicho, Enoch.  (A otro trabajador.)  Tomad; esta escalera es mejor. Bien... Hay que cuidarse mucho para colocar bien el trono donde se ha de sentar el Protector.

TRABAJADOR 2.º-  ¿Es hoy la ceremonia?

EL JEFE.-  Sí. No os apresuréis demasiado, no nos suceda lo que aquella noche...

ENOCH.-  ¿Qué noche?

EL JEFE.-  ¿No os acordáis? Hace ya ocho años. Era una noche fría y oscura, la del 29 al 30 de enero, en la que también trabajábamos para milord Oliverio.

TRABAJADOR 2.º-  ¿No fue la noche en que levantamos el cadalso para el rey Carlos I?

EL JEFE.-  Sí, Thom.

ENOCH.-  ¡Ah! Ya recuerdo. Apoyamos el cadalso en el palacio; no hicimos una construcción grosera como las que se destinan para colgar rabinos o para quemar brujos, sino un cadalso negro, bien edificado, como correspondía en aquella ocasión.

EL JEFE.-  Y sólido, capaz de sostener a todos los hijos de Herodes; en él podía morir cualquiera sin temor de que se viniera abajo.

THOM.-   (Qué está en el estrado.)  Menos sólido es este trono; el que sube en él tiembla.

ENOCH.-  El cadalso costó más de construir.

EL TRABAJADOR.-   (Que tiene la Biblia en la mano.)  No se acabó de construir aquella noche; y a aquel cadalso hay que unir este teatro.  (Señalando al trono.)  Aquí nos domina Cromwell desde más altura, y concluye la obra empezada hace ocho años; este trono completa aquel cadalso.

THOM.-  Nahum, el Inspirado, lo ve todo con profundidad.

EL NAHUM.-  Catafalco por catafalco, prefiero el otro: ayer le tocó el turno a Carlos, hoy nos toca a nosotros; en el catafalco negro Cromwell inmoló al rey y en el catafalco de púrpura va a matar al pueblo.

EL JEFE.-  ¡Silencio! No habléis de ese modo, que pueden oíros.

EL NAHUM.-  ¡Qué me importa! Quisiera que me oyera Cromwell, y que si trata de proclamarse rey caiga, y que caiga maldito; y yo, que soy pobre y miserable, le predigo la muerte.

EL JEFE.-   (¡Imprudente!)   (A ENOCH.)  Sólo nos falta colocar en el estrado el gran sillón real. Ayúdame, compañero.

 

(Los dos suben los escalones cargados con el gran sillón, lleno de dorados y revestido de terciopelo de color de escarlata, y le colocan en medio del estrado.)

 

THOM.-  ¡Hermoso sillón! Sentado en él estará Cromwell como un rey.

ENOCH.-  La noche que me estabais recordando, yo mismo preparé para Carlos un hermoso tajo de encina provisto de grapones y de doble cadena, casi nuevo; sólo había servido para lord Strafford.

TRABAJADOR 3.º-  Recuerdo que vinieron a rogarnos que no diésemos tan fuertes martillazos.

EL JEFE.-  Fue el coronel de servicio, que nos dijo que tanto ruido no dejaba dormir al reo.

EL NAHUM.-  ¡Lo extraño es que durmiese!

ENOCH.-  Me pagaron muy bien los trabajos de aquellas noches; con el dinero que me dieron tuvimos para vivir dos semanas mis diez hijos y yo.

TRABAJADOR 4.º-  Ahora veremos si Cromwell se porta con nobleza y paga el trono tanto como pagó el cadalso.

THOM.-  Este trabajo sólo es bueno para el tapicero Barebone, que es el encargado de poner los cortinajes, los sillones y los brocados, y que nos escamoteará las tres cuartas partes del salario.

NAHUM.-  Es un vendedor del templo, que pone un pie en el infierno y el otro en el cielo.

THOM.-  ¡Silencio! Nos arrojaría de aquí si supiera que le tratamos como él trata a su señor. Aquí está. Punto en boca.



Escena II

 

Los mismos y BAREBONE.

 

BAREBONE.-  Bien, muy bien; estoy contento de vosotros. Veo que habéis terminado. (Voy a despedirles.) Podéis marcharos, queridos hermanos; oponeos siempre al espíritu tentador y amad a vuestro prójimo, aunque sea perverso.  (Llama al jefe del taller, que se acerca a él, mientras los trabajadores recogen sus herramientas y se llevan las lámparas y las escaleras.)  Oíd; es preciso que terminéis en seguida la coraza de búfalo de Toledo que estáis construyendo para milord Protector.  (Se inclina hacia el jefe del taller y le dice al oído) : Sin que nadie se entere, del cuero que os sobre haced vainas para los puñales de los santos, nuestros amigos.



Escena III

 

BAREBONE solo, contemplando el trono.

 

BAREBONE.-  Por fin ha logrado que se le construyera el trono; por fin se levanta ante mi vista el execrable edificio en el que Cromwell nos ofrece a Nemrod en sacrificio, en el que se transforma en rey el jefe tan popular, en el que va a cambiar de piel la serpiente rejuvenecida. Debe estar muy contento de mí, porque para parodiar bien a la majestad real, nada falta a ese trono abominable, a ese vergonzoso teatro, a ese altar inmundo, en el que he amontonado todas las magnificencias que he podido. Pero ya llegan aquí mis amigos los santos.

 

(Entran los puritanos conjurados, llevando a LAMBERT al frente.)

 


Escena IV

 

BAREBONE, LAMBERT, JOYCE, OVERTON, PLINLIMMON, HARRISON, WILDMAN, LUDLOW, SYNDERCOMB, PIMPLETON, PALMER, GARLAND, PRIDE, JEROBOÁN, O´EMER y otros conjurados puritanos.

 

LAMBERT.-   (Señalando el trono a sus compañeros.)  Ya lo veis, hermanos; Cromwell, insistiendo en sus designios, prosigue en su obra de reprobación. Todo lo tiene dispuesto en Westminster; el estrado y el dosel y las gradas, en las que un Parlamento vil va a faltar a su juramento, postrado a los pies de Oliverio. Aprovechemos para obrar los instantes que nos quedan; juzguemos al que va a proclamarse rey, ya que su crimen es tan patente que estáis mirando el trono que se ha erigido.

OVERTON.-  Lo que estamos viendo es un cadalso; si sube al trono será para caer de más altura. Él mismo marca su última hora. La pompa que evoca debe ser la pompa fúnebre de su tumba, y nuestros puñales deben arrojar su cadáver a la sombra no vengada de Stuardo. Ese déspota hipócrita desentierra en beneficio suyo la monarquía proscripta, y por arrebatar a Carlos el sangriento cetro, escarba en su sepulcro para robar a la tumba su corona. La muerte de Cromwell debe servir de escarmiento, y si más tarde alguno se atreve a imitarle, que tenia el que lo intente que la púrpura real se convierta en mortaja.

LAMBERT.-  (Va demasiado lejos.)

OVERTON.-  ¡Anatema contra él!

TODOS.-  ¡Anatema!

JOYCE.-  Cuando desenvainemos la espada debemos volverla a la vaina humeando y ensangrentada hasta el puño por segunda vez con la sangre de un rey.

PRIDE.-  Vino a buscar su sepulcro en Westminster, siendo el sacerdote supremo de su secta infiel, condenada al infierno; quiso además ser el ídolo; pues bien, para celebrar su fiesta, inmolémosle sobre su mismo altar.

GARLAND.-   (Fijando la vista en los primeros rayos del sol naciente.)  Jamás brilló ante mí sol tan hermoso; jamás sentí tanto orgullo ni alegría en andar por el camino que el Señor me traza; ni cuando Strafford dobló la cabeza por nuestra voluntad entre la espada y el tajo. Ni cuando murió Land, prelado que desde su templo, en el que renacía Bethel, volvió hacia el Oriente el sacrílego altar; ni cuando Stuardo, orgulloso con sus antiguos derechos, tomaba por rayos de Dios los florones de los reyes, y soberbio se arrodilló ante el hacha del pueblo. Cada uno de ellos creyó, según está escrito, bajo su forma humana inmolar al Anticristo, pero veo hoy que Sion, triunfante, hiere en Cromwell al fatal Sicofanta, y desde las gradas del trono mal asegurado le vuelven a hundir en el Tophet, de donde Satanás lo vomitó.

SYNDERCOMB.-  ¡Buena puñalada daremos hoy!

PRIDE.-  Gran honor será para los que pelean en nombre del Señor.

BAREBONE.-  (Los veo decididos a mancharme el trono de sangre; perdería mucho y no lo puedo consentir.) Cuanto decís tiene para mí la dulzura del ámbar, hermanos míos, y aunque soy el último miembro de la comunidad, escuchadme. Veo que queréis asesinar a Cromwell. ¿Es esto lícito? ¿No prohíbe el Todopoderoso herir y derramar sangre? Si sobre este punto dudáis de lo que os digo, abrid el Génesis y leed el capítulo nueve y el libro de los Números, capítulo treinta y cinco.

 

(Los puritanos se sorprenden y se indignan.)

 

JOYCE.-  ¿Quién se atreve a hablar así?

LUDLOW.-  ¿Os habéis vendido, Barebone?

GARLAND.-  ¿Queréis que perdonemos al Anticristo?

BAREBONE.-   (Balbuciente.)  No he dicho eso...

SYNDERCOMB.-  ¿Seréis un hermano traidor?

HARRISON.-  No somos bandidos ni asesinos a los que se debe condenar.

OVERTON.-  Matar no es asesinar. Ante el altar en que brilla una llama pura, el impuro macho cabrío se transforma en víctima sagrada y el carnicero en sacrificador. Samuel, matando a Agac, y nosotros al Protector, representamos a los ministros del pueblo y del Altísimo.

JOYCE.-   (A BAREBONE.)  Vuestras miradas siniestras me están indicando que tratáis de salvar a Cromwell.

BAREBONE.-  ¡Gran Dios, yo proteger a Atila!

GARLAND.-  ¿Pues de qué nace la compasión que os inspira?

BAREBONE.-  De que derramar su sangre es violar la ley.

SYNDERCOMB.-  Y tendréis que teñir entonces la púrpura.

PRIDE.-  Barebone está loco.

LUDLOW.-  El escrúpulo disfraza la traición.

BAREBONE.-  ¿Eso creéis?...  (Asustado.) 

SYNDERCOMB.-   (Furioso.)  ¡Silencio!

PRIDE.-  No reconozco a Barebone. Quizá un demonio ha adoptado su fisonomía para socorrer a Ammón.

GARLAND.-  Puede ser, porque esta noche he tenido un mal sueño.

SYNDERCOMB.-   (Sacando la daga.)  Sometamos su magia a la prueba de la espada.

BAREBONE.-  Pero al menos oídme.

LAMBERT.-  Habla.

BAREBONE.-  Hermanos míos, no trato de salvarle de la muerte, que es muy justa; pero podemos matarle sin cometer un sacrilegio; por ejemplo, a golpes, estrangulándole o envenenándole.

SYNDERCOMB.-   (Envainando la daga.)  Eso es otra cosa.

GARLAND.-  Yo lo había comprendido mal.

WILDMAN.-  Veo que por fin piensas razonablemente.

OVERTON.-  Aunque sea grave falta derramar la sangre, no tenemos tiempo para matarle de otro modo.

BAREBONE.-  Pues matadle como queráis... (aunque me cueste caro).

HARRISON.-  Hermanos míos, demos gracias al Señor porque nos salva de que nos presten apoyo los caballeros; su ayuda hubiera empañado nuestra gloria; en esto se ve patente que el Señor reserva al triunfo para nosotros solos, pues Él es el que entrega lord Ormond a Cromwell, y Cromwell a los santos.

TODOS.-   (Agitando los puñales.)  ¡Bendito sea el Señor!

LAMBERT.-  Pensad en que el tiempo se pasa, y que ahora mismo la multitud invadirá este sitio y pueden sorprendernos.

OVERTON.-   (Bajo a JOYCE.)  (Lambert siempre tiene miedo.)

LAMBERT.-  No debe hacernos dormir nuestra halagüeña esperanza; debemos apresurarnos a concluir.

SYNDERCOMB.-  Pues librémonos de Cromwell.

LAMBERT.-  ¿Pero cuándo y cómo?

OVERTON.-  Como espectadores curiosos presenciaremos la ceremonia, pero teniendo en la mano siempre el mango del puñal. Oiremos los discursos que se pronuncien, y cuando Cromwell reciba, sentado en el trono, la púrpura que le presente Warwick, el acero que le presente el lord Corregidor, los sellos de manos de Whitelocke, la Biblia de manos de Widdrington, y cuando tome la corona de manos de Lambert, ese debe ser nuestro instante decisivo. Entonces le rodeamos, y cuando en su frente luzca la impura diadema, nos lanzamos sobre él.

TODOS.-  ¡Sí, Sí!

LAMBERT.-  ¿Quién le herirá el primero?

SYNDERCOMB.-  Yo.

PRIDE.-  Yo.

WILDMAN.-  Yo.

OVERTON.-  Ese honor me pertenece.

GARLAND.-  Yo le reclamo también, porque para que el golpe sea más seguro he bendecido la hoja del puñal.

HARRISON.-  Debo yo herirle el primero, porque le debe mi daga un golpe por cada uno de los cien nombres del Señor, y hace quince días que mi brazo se está ejercitando en herir a un Cromwell de cera.

LUDLOW.-  La gloria de ser el primero en esta ocasión es grande, y yo concibo que todos la deseemos; pero es muy oportuno en tan críticos instantes que todos nos sacrifiquemos por el público interés. Imitadme; yo renuncio a este honor y se lo confiero al general Lambert.

LAMBERT.-  (¡Nadie le pedía esa generosidad!)

PRIDE.-  Tiene razón Ludlow.

SYNDERCOMB.-  Creo lo mismo.

LAMBERT.-   (Balbuceando.)  Hermanos míos, tanto honor me sirve de consuelo en mis aflicciones... (No debo renunciar.)

WILDMAN.-  Vais a tener la dicha de hacer caer a Cromwell.

GARLAND.-  Vais a tener a Satanás a los pies como el Arcángel.

LAMBERT.-   (Turbado.)  Me confunde tanto honor...

OVERTON.-   (Bajo a JOYCE.)  Observad qué pálido está.

JOYCE.-   (Bajo a OVERTON.)  Es un cobarde.

LAMBERT.-  Vuestra elección me llena de alegría, pero...

SYNDERCOMB.-  Vuestro papel será tan fácil como brillante. En este sillón se sentará Cromwell.  (Sube al estrado y le indica a LAMBERT el sitio que debe ocupar cerca del trono.)  Vos os colocaréis aquí.

LAMBERT.-  (Ya no lo puedo impedir.)

SYNDERCOMB.-  Y desde aquí, sin esfuerzo, sólo separando su manto, al entregarle la corona, le hundís el puñal en el corazón. Os envidio.

LAMBERT.-   (A SYNDERCOMB.)  Como buen hermano, os cedo el sitio de honor, si queréis admitirlo.

LUDLOW.-  No; sois necesario para desempeñar ese papel. Tenéis que presentarle la corona, y nadie puede colocarse tan bien como vos para herirle; encargar esto a cualquiera de los demás sería arriesgarlo todo.

LAMBERT.-  Pero yo soy el menos digno...

OVERTON.-  ¡Qué es eso! ¿Vaciláis?

LAMBERT.-  No, no, yo lo heriré.

TODOS.-   (Agitando los puñales.)  ¡Muera el amalecita! ¡Muera Oliverio Cromwell!

BAREBONE.-  Os suplico, hermanos míos, que me hagáis un favor. Cuando libertéis a Israel de un rey falso, cuando deis de puñaladas a Cromwell, no me manchéis el trono; el terciopelo ése es muy caro y vale diez piastras cada ana.

 

(Nueva explosión de indignación entre los conjurados.)

 

SYNDERCOMB.-  ¡Es un vil publicano!

PRIDE.-  ¡Es un avaro!

GARLAND.-  ¡Creo oír hablar a Nabucodonosor!

WILDMAND.-  ¿Has aprendido la parábola del mal rico?

LUDLOW.-  Al sacrificar la vida no debe pensarse en el óbolo.

BAREBONE.-  Permitidme que yo me explique: no soy rebelde a Dios ni traidor a la república por tener cuidado de los bienes que del cielo he recibido; desde la base del trono hasta lo alto del dosel tiene diez codos de altura; ¿no he de temer que se me estropee cuando esto es todo lo que yo poseo?

HARRISON.-   (Contemplando el trono.)  Verdaderamente es precioso y yo no me había fijado en él: las bellotas son de oro puro, y sólo ese sillón de brocado vale mil jacobos.

BAREBONE.-  Lo menos.

SYNDERCOMB.-  El Dios que nos protege, hermanos, concede a sus santos los bienes del mundo. El trono nos pertenece si Cromwell muere en él, y repartiremos entre todos sus despojos.

BAREBONE.-  ¡Eso no! ¡Cielos, el brocado de oro y los cortinajes de seda!

OVERTON.-  Matémosle primero; después ya nos ocuparemos de lo demás.

TODOS.-  ¡Amén!

BAREBONE.-  (¡Estos santos son piratas y quieren saquearme!)

OVERTON.-  Hermanos, esperando que Israel ataque cuerpo a cuerpo al rey de Babilonia sentado en el trono, y enarbolen nuestras manos contra Oliverio I el estandarte donde haremos revivir el arpa y la palmera, seis de los nuestros se apostarán en la sala de guardias.

TODOS.-  ¡Bien!

OVERTON.-  Doce de vosotros, ocultando los puñales, se agruparán en las gradas del vestíbulo; cuatro en las Aides; otros cuatro en el patio de las Tuteles. Los demás se diseminarán por todas las capillas de los Plantagenet, de los Stuardo y de los Tudor, defendiendo las escaleras e impidiendo el paso por los corredores. Y pierda o gane Oliverio podremos cerrarle o abrirnos el paso, y atizando la cólera de la multitud que llenará el palacio, apresurar la erupción del volcán popular.

TODOS.-  Sí, que le devore.

LAMBERT.-  Hermanos, la hora ha llegado; salgamos. (¿Cómo le daré el golpe?)

LUDLOW.-  Salgamos.

 

(Todos los conjurados, menos BAREBONE, salen procesionalmente lo mismo que entraron. En el momento de llegar LAMBERT a la puerta de la sala, OVERTON le retiene por el brazo.)

 


Escena V

 

LAMBERT, OVERTON y BAREBONE

 
 

(Oculta a BAREBONE a la vista de sus dos compañeros el estrado del trono.)

 

OVERTON.-  ¿Milord general?

LAMBERT.-  ¿Qué queréis?

OVERTON.-  Deciros una palabra.

LAMBERT.-  Decídmela.

 

(OVERTON se lleva a LAMBERT hasta el proscenio.)

 

OVERTON.-  ¿Tenéis seguridad en el pulso?

LAMBERT.-  ¡Lo dudáis!

OVERTON.-  Lo dudo.

LAMBERT.-   (Con altivez.)  Os atrevéis...

OVERTON.-  Escuchadme. Para derribar a Cromwell fía Israel la espada a vuestra mano; sois el elegido para cortar el nudo del drama terrible. Recibisteis, sin embargo, sobresaltado un honor que yo hubiera pagado al precio de mi sangre y hubierais deseado no ser el elegido; os conozco a fondo y sé que sois ambicioso y cobarde.  (LAMBERT hace un gesto de indignación y OVERTON le detiene.)  Dejadme concluir; he descubierto vuestros planes, que disfrazabais mal. Sé cuáles son vuestros designios; deseáis en la rebelión común desarrollar vuestra ambición, y contáis con nosotros para aseguraros el triunfo. Vuestro orgullo imagina que un enano ridículo puede reemplazar a un gigante; en una palabra, deseáis ser el heredero de Cromwell. Pero, milord, este peso es excesivo para vuestras fuerzas. Vuestra ceguedad os hace creer que el pueblo está de vuestra parte y os secunda, como si se hubiera visto alguna vez en la historia del mundo que cuando oprime el yugo a hombres libres, pese menos un tirano por ser más pequeño.

LAMBERT.-   (Furioso.)  ¡Coronel Overton, me daréis satisfacción de semejante injuria!

OVERTON.-  Más tarde os la daré como queráis. En este momento, por desagradable que os sea, deseo que oigáis de mis labios la voz ruda de la verdad. No sois rey todavía para tener aduladores; por lo que, sin preocuparme de vuestros sueños imperiales, he aquí lo que el deber me obliga a deciros: Tenéis que herir y os hace temblar el papel que debéis desempeñar en el drama; pero entre los espectadores que os rodeen, yo estaré cerca de vos. Si vuestra mano titubea, si cuando Cromwell se ciñe en su frente la corona no le dais de puñaladas, yo seré más rápido que vos. ¿Veis este acero?  (Enseñándole la daga a LAMBERT.)  Pues antes de penetrar en su corazón penetrará en el vuestro.  (LAMBERT retrocede con estupor y con cólera.)  Ahora podéis elegir entre las dos cobardías.  (Vase.) 



Escena VI

 

LAMBERT y BAREBONE, siempre en un rincón del teatro.

 

LAMBERT.-   (Temblando de rabia y siguiendo con la vista a OVERTON hasta que desaparece.)  ¡Insolente! ¡Oíd! ¡Oíd! ¡Me ha ruborizado y no le castigué! ¡Me ha humillado el traidor! Me persigue la desgracia desde que conspiro; cada vez me lanza más lejos del objeto de mis aspiraciones, y me amenaza con perderlo todo en la hora de la victoria. Retroceder es caer en el abismo; avanzar es caer en el volcán; caer en las manos de Overton o en las de Cromwell, ser víctima o ser verdugo. No tengo más remedio que herirle de muerte... Pero matar aCromwell entre los suyos, a Cromwell que me ha colmado de honores, es una negra ingratitud.

BAREBONE.-   (Pensativo.)  (¡Escamotearme un capital que es suficiente para fundar una banca!...)

LAMBERT.-  Ambición fatal, me has hecho volar a demasiada altura; mis pies iban tanteando el trono y tropiezan con el tajo. Alguien viene... Acude ya la multitud; voy a vestirme para la ceremonia.

BAREBONE.-  (¡Esos falsos hermanos envidian mis bienes!)

 (Se va, absorbido siempre en su mismo pensamiento.) 



Escena VII

 

TRICK, GIRAFF, ELESPURU y después GRAMADOCH.

 
 

Los tres bufones llegan a la puerta principal y aún ven a BAREBONE que se va.

 

TRICK.-  ¡Mira, mira a Barebone con la cabeza baja!

GIRAFF.-  No, no está contento.

ELESPURU.-  Es un tonto fanático.

TRICK.-  Un Jeremías mercader.

ELESPURU.-  Él ha arreglado todo esto para Cromwell.

TRICK.-  Le roba.

GIRAFF.-  Hace más, le asesina.

TRICK.-  Calma en él su sed de oro y de sangre, y le quiere robar al mismo tiempo la bolsa y la vida.

ELESPURU.-  Eso no nos importa.

GIRAFF.-  ¿Dónde nos colocamos?

TRICK.-  En esta tribuna.

ELESPURU.-  Bien pensado; aquí hay sitio para todos.

 

(Los tres bufones pasan por detrás dé la tapicería y suben a la tribuna.)

 

TRICK.-  Se está bien aquí.

GIRAFF.-  Veremos bien la función.

ELESPURU.-   (Extendiéndose en un almohadón y bostezando.)  Buen sitio para dormir. Hemos sido muy necios, Trick, en estar velando esta noche y recibiendo la humedad de los árboles por ver desarrollarse al aire libre el drama escena tras escena, y corriendo el peligro de pillar un reumatismo.

TRICK.-  Cromwell nos va a indemnizar con su coronación, pues Gramadoch nos ha prometido que tendrá raro desenlace.

GIRAFF.-  Ahora mismo le veremos radiante de gloria, llevando la cola de Cromwell y empuñando la vara de marfil.

ELESPURU.-  ¡Vaya una gloria! Yo no soy más que un bufón y desdeñaría llevar la cola al rey Cromwell.

GIRAFF.-  Por más que Gramadoch quiera tener aspecto noble, será siempre un bufón.

TRICK.-  ¿Sabréis decirme por qué Cromwell quiere que le lleven la cola?

ELESPURU.-  Para impedir que el manto real arrastre por el barro y barra la sala.

TRICK.-  Comprendo el motivo y me parece natural; pero ¿quién impedirá que le arrastre a Cromwell?

GIRAFF.-  Ya lo hubiera impedido lord Ormond.

ELESPURU.-  Si Cromwell no le hubiera enviado al infierno, con los pies desnudos, con la cuerda al cuello, a hacer penitencia.

GIRAFF.-  ¡Pobre hombre! ¿Le han ahorcado ya?

TRICK.-  No.

GIRAFF.-  Me alegro, porque así, cuando hayamos visto terminar este drama fastidioso, quizá lleguemos a tiempo de verle ahorcar. ¡Es preciso divertirse!

TRICK.-  Pues si eso es lo que te acomoda, quizá veamos algo de eso dentro de este palacio, porque me parece que la muerte también tiene papel en el drama. Me dice mi instinto que Cromwell camina directamente a su perdición, porque su suerte fabulosa le ha abandonado. Vengo de recorrer todo Londres y sé que se han coligado contra él todos los partidos; todos le amenazan.

ELESPURU.-  ¿Y el pueblo?

TRICK.-  Está a la expectativa. Se parece al leopardo que espera cuando ve dos lobos que luchan, y deja que se maten ambos, convencido de que él devorará al que quede vivo. En una palabra, creo que la mina está cargada y que estallará bajo los pies de Oliverio.

GIRAFF.-   (Alegre.)  Gran algazara vamos a mover los locos y los santos; ellos blandirán las espadas y nosotros aplaudiremos.

TRICK.-  A propósito, señores, me ocurre una idea. Cuando Gramadoch, que sólo tiene un codo de altura, sostenga gravemente la cola del manto de Cromwell ante todo el Parlamento, y en el momento más solemne, vamos a provocar su risa haciéndole muecas.

ELESPURU.-  Bien pensado.

GIRAFF.-  Sí, Sí.

TRICK.-  ¡Pero... qué veo!, aquí viene.

GIRAFF.-   (A GRAMADOCH.)  ¿Cómo es que vienes aquí sin vestirte para la ceremonia?

GRAMADOCH.-  Para dar más brillo a la corte del nuevo rey, el hijo de lord Roberts se ha apoderado de mi empleo, y viendo que un gran señor quiere ser mi compañero, me resigno a ser hoy portacola honorario.

ELESPURU.-  ¡El hijo de un lord llevar la capa de Oliverio! Nuestra vergüenza constituye su gloria y se digna envidiarte. Sube aquí, que quiero abrazarte, porque eres la honra de los bufones.

 

(GRAMADOCH sube a la tribuna y sus camaradas le abrazan.)

 

GIRAFF.-  Nuestra alegría no era completa porque faltabas tú.

TRICK.-  Sí, cuanto más bufones hay más nos reímos, como dijo el otro; es preferible que estemos los cuatro juntos.

GRAMADOCH.-  Yo también lo prefiero. Pero aquí viene Milton. La suma ya está completa.



Escena VIII

 

MILTON, acompañado por su guía, avanza lentamente y contempla el trono; está abatido por sombría desesperación.

 

MILTON.-  Esto es hecho. Apuremos el cáliz, aceptemos el suplicio con todos sus tormentos; veamos cómo se proclama rey. El teatro está ya dispuesto, y antes de que el día termine descenderá a la tumba o se elevará al trono.

TRICK.-   (Bajo a GRAMADOCH.)  El chantre de Satanás canta bastante bien en el púlpito.

GRAMADOCH.-   (Bajo a TRICK.)  No predica mal para no haberse ceñido la mitra.

MILTON.-  Es desconsolador tener que odiar al arcángel mortal, que en un altar hubiera yo colocado. ¡Me ha mecido en un falaz error el hombre en quien yo adoraba la verdad!... Vengo a decirte adiós para siempre, rey fatal, que te rebelas contra el pueblo y contra Dios. Apodérate, pues, del realismo de César y del duque de Guisa, que los que te doran la corona están afilando los puñales.

 

(Se retira a un rincón del teatro, al lado opuesto de donde están los bufones, y se queda allí inmóvil.)

 


Escena IX

 

Dichos, hombres y mujeres del pueblo; luego WILLIS, después OVERTON, SYNDERCOMB y los conjurados puritanos.

 
 

(Llega la gente del pueblo tumultuosamente, y una voz dice desde dentro):

 

  ¡Por aquí!

MILTON.-   (A su paje.)  ¿Quién viene?

EL PAJE.-  Gente del pueblo.

MILTON.-   (Amargamente.)  ¡Ah, sí! ¡El pueblo!...

HOMBRE 1.º-  Todavía no están aquí los guardias.

HOMBRE 2.º-  Hemos llegado los primeros.

HOMBRE 3.º-  Ocupemos los mejores sitios.

 (Se colocan cerca del trono. Entra RICARDO WILLIS envuelto en la capa.) 

TRICK.-  Mirad entre la multitud aquel hombre que mira bizco; es el espía Willis.

 (Entran OVERTON y SYNDERCOMB, y se confunden con el grupo de los espectadores.) 

HOMBRE 1.º-  La ceremonia será magnífica.

HOMBRE 2.º-  Soberbia.

HOMBRE 3.º-  Oliverio sabe hacer bien las cosas.

MUJER 1.ª-  El trono es de oro macizo.

MUJER 2.ª-  Las franjas son preciosas.

MUJER 3.ª-  Tendremos mucha alegría y muchas fiestas.

MUJER 1.ª-  En vez de predicadores monótonos tendremos bailes.

MUJER 2.ª-  Y carreras de caballos.

MUJER 3.ª-  Y representaciones teatrales.

 

(Un soldado viejo, inmóvil hasta entonces, da un paso hacia las mujeres y grita con voz tonante):

 

SOLDADO.-  ¡Mujeres, callad!

HOMBRE 1.º-  ¿Qué dice ese soldado?

HOMBRE 2.º-  ¿Qué tiene que reprochar a nuestras esposas?

SOLDADO.-   (A los hombres.)  ¡Mujeres, callad!

LOS HOMBRES.-  ¿Nosotros mujeres?

SOLDADO.-  Sí, sois peores que ellas.

OVERTON.-   (Tocando en el hombro al soldado.)  Sin duda os han colmado de injusticias, veterano; sin duda, después de muchos años de servicio, os han quitado el empleo.

SOLDADO.-  Tenéis razón.

OVERTON.-   (A la multitud.)  Amigos, el soldado dice bien; no es oportuno reír cuando el pueblo de Israel llora; cuando un hombre, oprimiendo a los que le han protegido, viene a imponer un trono al pueblo; cuando todo empeora las desgracias que la Inglaterra sufre.

HOMBRE 1.º-  Eso es verdad; pero ese soldado habla con demasiada dureza.

 (La multitud aumenta poco a poco.-Entra el trabajador NAHUM

OVERTON.-  Hermanos míos, perdonad a ese noble mártir, que habla con el corazón lacerado, y dejad que mezcle su amarga queja a los gritos de nuestra pobre madre la patria, que está sufriendo ahora el alumbramiento de un rey.

HOMBRE 3.º-  No sé por qué la palabra rey me hace daño.

HOMBRE 2.º-  Lo que yo no comprendía, ese señor acaba de explicármelo.

EL NAHUM.-  Un rey es un tirano.

HOMBRE 2.º-  ¡Viva la República!

OVERTON.-  Y un rey como Cromwell, falaz y opresor. ¿Qué era ayer?

SOLDADO.-  Un soldado.

UN COMERCIANTE.-  Un cervecero.

HOMBRE 3.º-  No podremos impedir que se verifique esta fiesta horrible.

HOMBRE 1.º-  ¡Atreverse Cromwell a usurpar la corona!

NAHUM.-  En él es una impiedad querer ser rey.

HOMBRE 2.º-  Un crimen.

HOMBRE 1.º-  Además, está proscripta la monarquía.

OVERTON.-  Todo el pueblo tiene derecho a ese trono.

HOMBRE 1.º-  ¿Por qué le había de tener él solo?

OVERTON.-  Porque el infierno le marca el camino que debe seguir, y resucita a los reyes y los abusos antiguos y nos quiere aplastar con el peso de un trono abominable.

MUJER 1.ª-  Se dice que ha hecho pacto con el diablo.

MUJER 2.ª-  Se cuenta que de noche le relucen los ojos.

MUJER 3.ª-  Se refiere que tiene tres filas de dientes en la boca.

 

(Van entrando poco a poco los conjurados puritanos, menos LAMBERT. Se estrechan la mano cuando se encuentran y se confunden silenciosamente con la multitud.)

 

EL NAHUM.-  Él es el monstruo que anunció San Juan.

HOMBRE 2.º-  Es la bestia del Apocalipsis.

OVERTON.-  Al fin tendremos que ir a la puerta de su palacio a pedir limosna.

EL NAHUM.-  No es el trono lo que necesita Cromwell; le hace falta la horca de Amán y la cruz de Barrabás.

SYNDERCOMB.-  ¡Muera Cromwell!

WILLIS.-   (Entre la multitud.)  ¡Muera! ¡Muera el usurpador!

MILTON.-  Hablad más bajo.  (A la multitud.) 

SOLDADO.-  No queremos.

EL NAHUM.-  Las sentencias de Dios se proclaman en voz alta.

OVERTON.-   (Al soldado.)  ¡Silencio!  (Dice esto al ver que entra un destacamento de soldados del regimiento de CROMWELL, con uniforme rojo, con coraza y mosquetes.)  Vienen a poner la guardia; ahora ya es preciso hablar con tiento.

 

(Los soldados empujan hacia atrás al pueblo por las dos partes de la sala.)

 

EL JEFE DEL DESTACAMENTO.-  ¡Plaza a los coraceros del león de Inglaterra! Haceos hacia atrás.

HOMBRE 1.º-  (Se conoce en su aire altivo que pertenece al regimiento del Protector.)

EL JEFE.-  ¡Soldados! Ya que el Espíritu Santo nos reúne, roguemos todos a Dios por nuestro general.

OVERTON.-  ¿Por vuestro general? Decid por vuestro rey.

EL JEFE.-  ¿Quién se atreve a insultarle?

OVERTON.-  Yo.

EL JEFE.-  Pues vos mentís.

OVERTON.-  Digo la verdad.

EL JEFE.-  ¡Ya se guardará Cromwell de ser rey!

OVERTON.-  Lo va a ser ahora mismo.

EL JEFE.-  ¿Quién lo ha dicho?

OVERTON.-  Mirad.

 

(Entra el CAMPEÓN DE INGLATERRA, a caballo, armado de todas armas y flanqueado por cuatro alabarderos, que llevan delante de él una bandera que tiene bordadas las armas del Protector.)

 


Escena X

 

Dichos y el CAMPEÓN DE INGLATERRA.

 

SOLDADO.-   (Bajo a OVERTON.)  Oigamos lo que va a decir.

EL CAMPEÓN.-   (Parando el caballo delante del trono.)  ¡Hosanna! Os hablo en nombre del Dios vivo. El ilustre Parlamento, después de implorar durante mucho tiempo por medio de plegarias la inspiración del Espíritu Santo para poner fin a los males que afligen al pueblo y a la fe, se apoya en Oliverio Cromwell y le proclama rey.

 (Murmullos entre la multitud.) 

TRICK.-  Ya se indignan los cantores de salmos.

CAMPEÓN.-  Si se encuentra en Londres o en sus tres reinos cualquier hombre joven o viejo, plebeyo o caballero, que se atreva a disputar su derecho a Oliverio Cromwell, yo, que soy el campeón de Inglaterra, le desafío a daga, a hacha, a sable o a cimitarra, y le inmolaré sin cuartel y sin piedad, colgando su escudo de las crines de mi caballo. Si ese hombre se encuentra aquí, que venga y que hable y que sostenga su derecho con la punta de la espada. Vosotros todos sois testigos de que yo, limpio de todo pecado, le arrojo el guante, que quito de mi mano derecha.

 

(El CAMPEÓN arroja su guantelete ante el pueblo, saca la espada y la blande por encima de la cabeza.)

 

EL PORTA-ESTANDARTE Y LOS ALABARDEROS DEL CAMPEÓN.-  Hosanna

 

(Silencio de estupor en el pueblo. Todas las miradas se dirigen al guantelete.)

 

CAMPEÓN.-  ¿Nadie contesta?

OVERTON.-  (Si no fuera conveniente callar...)

MILTON.-  ¿Por qué arrojar un solo guante, campeón de Inglaterra? Vuestro señor debió arrojar tantos guantes cuantos vasallos cree tener.

 (Movimiento de aprobación en la multitud.) 

CAMPEÓN.-  ¿Quién contesta? ¡Ah, es aquel ciego! Alejaos de aquí, buen hombre.

 (Los soldados hacen retroceder a MILTON.) 

MILTON.-   (Retrocediendo.)  Es una desgracia ser ciego.

CAMPEÓN.-  Estoy esperando. ¿Nadie me contesta?

SOLDADO.-  (Es arrogante y necio.)

SYNDERCOMB.-   (Bajo a OVERTON.)  No sé qué mano me detiene que no le castigo.

OVERTON.-   (Bajo a SYNDERCOMB.)  Es indispensable tener prudencia.

GRAMADOCH.-  (Esos locos van a embrollar la partida si recogen el guante. El drama no tiene desenlace, es preciso impedirlo.)

TRICK.-  ¿Y Cómo?

CAMPEÓN.-  ¿Ninguno me responde?

GRAMADOCH.-   (Saltando de la tribuna a la sala.)  Sí, yo.

 (Sorpresa en la multitud.) 

CAMPEÓN.-   (Asombrado.)  ¿Tú recoges el guante?

GRAMADOCH.-   (Levantándolo del suelo.)  Sí.

CAMPEÓN.-  ¿Quién eres tú?

GRAMADOCH.-  Un hombre que vive de hacer muecas, como tú. Nuestras dos máscaras son engañadoras; mis gestos hacen reír y los tuyos causan miedo.

CAMPEÓN.-  Tienes aire de pillastre.

GRAMADOCH.-  Como tú.

CAMPEÓN.-  ¡Ah! Es un bufón.  (Con desprecio.) 

GRAMADOCH.-  Precisamente. Por gusto y por sistema pertenezco a la corte, por mi cualidad de bufón, como tú has dicho.

MILTON.-  ¿Qué significa esta parodia?

 (Los otros tres bufones se ríen a carcajadas en la tribuna.) 

GRAMADOCH.-  Vamos a batirnos.

CAMPEÓN.-  ¡Infeliz payaso, márchate o mando que te azoten!

GRAMADOCH.-  No me trates con tanto desdén, que tú eres un maniquí como yo, pero menos alegre. Cromwell nos paga a los dos para que hagamos ruido, para que tu voz sea una campana y la mía un cascabel; yo soy un porta-cola, pero tú eres su porta-voz.

CAMPEÓN.-  ¿Qué arma eliges?

GRAMADOCH.-  ¿Yo? Este sable de madera.  (Lo desenvaina y lo agita en el aire.)  No necesito más arma que ésta para batirme con un guerrero de paja. ¡En guardia, capitán!

CAMPEÓN.-   (Señalando a GRAMADOCH.)  ¡Prended a ese bufón!

 

(Los guardias se apoderan de GRAMADOCH.)

 

GRAMADOCH.-   (Debatiéndose para no dejarse coger y riendo.)  ¡Estoy en mi derecho! ¡El cobarde me hace prender porque me tiene miedo

 

(Los tres bufones aplauden y se ríen a carcajadas.)

 

CAMPEÓN.-  No habiéndome disputado nadie el derecho que quiero hacer constar, más que un ciego y un bufón, delante de todo el mundo proclamo a Oliverio Cromwell rey de Inglaterra.

ALABARDEROS.-  ¡Dios salve a Oliverio rey!

 

(Profundo silencio en la multitud y en la tropa.)

 

CAMPEÓN.-  Pasemos adelante.

 

(Vase lentamente con su cortejo.)

 


Escena XI

 

Los mismos menos el CAMPEÓN DE INGLATERRA y sus alabarderos.

 

VARIAS VOCES DE LA MUCHEDUMBRE.-  ¿Eso es que ya va a salir de White-Hall? -Me parece que sí.  (Se oyen voltear las campanas y cañonazos con intervalos iguales.)  -¡Silencio! ¿Oís las campanas y el cañón? -Sí; ya sale. -¡Gran Dios, cuánta gente hay en la plaza! -La multitud parece un hormiguero de cabezas. -En la plaza se han alquilado los balcones muy caros. -¡Para ver a Cromwell! ¡Para ver a un hombre de carne y hueso! Estos babilónicos están locos. -¡Ay! ¡Me ahogo! -Mirad, ya desemboca en la plaza el cortejo. -¡Ah!...  (Movimiento en la muchedumbre. Todos las miradas se dirigen con avidez hacia la puerta grande de la sala.)  -¿Quién es ese que marcha delante? -Es el mayor Skippon, es un soldado que tiene mucha fama. -Los santos piensan manejar mucho los puñales. -No los manejarán tan bien como en White-Hall el 30 de enero. -Si no me estuviera ahogando, iría a estrangularte. -¡Silencio! -Aquí está el lord Corregidor.  (Sale lord Corregidor con los aldermens y todos los guardias y dependientes de la ciudad. Se detienen a la izquierda de la puerta grande. Entran los tribunales en procesión y se sientan en las gradas del fondo de la sala.)  -Ahí están los barones de los tribunales con trajes de color escarlata.

UN UJIER.-   (Que aparece en el umbral de la puerta y grita.)  ¡Plaza al Parlamento! ¡Plaza!  (Entra el Parlamenta en dos filas, precedido del Orador, ante el que marchan los maceros, los ujieres y los demás dependientes de la Cámara.)  -¿Cómo se llama el orador? -Se llama Tomás Widdrington. -Parece un buen hombre. -Pues es un Judas.

OVERTON.-   (Bajo a WILLIAM.)  El pueblo es rencoroso; ya veis, ni una sola voz ha gritado: ¡Dios guarde a los Comunes!

WILLIAM.-   (Bajo a OVERTON.)  ¡Dios confunda a todos los miembros del Parlamento! Todos están vendidos al intruso y le adoran.

TRICK.-  ¿Qué va a pasar aquí?

GIRAFF.-  ¿Qué nos importa?

ELESPURU.-  Por de pronto Gramadoch ya nos ha hecho reír.

UN UJIER.-   (Desde el balcón de la gran tribuna que está enfrente del trono.)  Milady Protectora.  (Aparece la Protectora acompañada de sus cuatro hijas; se sientan en la parte delantera de la tribuna, cuyo fondo ocupan las damas de su servidumbre. En el momento que entra en escena la familia de CROMWELL se opera gran movimiento y gran murmullo en la Asamblea, y todas las miradas se fijan en la tribuna.)  -La Protectora tiene aspecto de ser poco inteligente. -Es hija de un tal Boucher. -Pero en cambio ha producido una graciosa Eva. -¿Dónde está? -A su derecha. -Es lady Francisca. -¿Su hija? -Sí. -Entonces tiene seis o siete el Protector. -No, cuatro, las que están delante. -¡Qué calor hace!

 

(Se oye un cañonazo en la plaza, muy cerca de Westminster.)

 

SYNDERCOMB.-   (Bajo al grupo de los conjurados.)  ¡Ya llega!

 

(Segundo cañonazo. Gran murmullo en la plaza.)

 

OVERTON.-  Cada uno a su sitio.  (A los conjurados.) (Siguen oyéndose cañonazos a intervalos iguales. El Ayuntamiento sale a recibir al Protector.)  -¡Ah! ¡Ya está ahí! -Viene solo en la carroza. -Está mirando el reloj. -El corregidor y los sherifs le salen al encuentro. -¿Sabéis cómo va vestido? -De terciopelo negro. -El corregidor le aborda. -La carroza se para. -Le dirigen una arenga y él contesta moviendo la cabeza. -La entregan un memorial, que él da a lord Broghill. -El Protector contesta a la arenga. -Es lástima que no se pueda oír lo que dice. -Se apea del carruaje. -Va a rezar a Dios en la sala de la Cancillería. -Que se vaya a rezar al infierno. -¡Silencio! -Mirad al portaespada y después al portacola. -Y al reverendo ministro con su capa azul. -El lord corregidor, a caballo, precede a su carroza con la espada desnuda. -Ese usurpador feroz tiene el aspecto de los reyes antiguos. -¡Muera Oliverio el último! -Dejádmele ver. -Aquí está.

 

(CROMWELL, rodeado de su séquito, aparece en el umbral de la puerta grande-Murmullo en la muchedumbre, que se descubre con respeto. -El Protector va vestido de terciopelo negro, sin espada y sin capa. -Cerca de él y delante se coloca el lord Corregidor, con la espada desnuda y levantada; detrás, también con la espada en alto, LORD CARLISLE. Con el séquito llegan los generales DESBOROUGH, FLETWOOD, THURLOE, STOUPE, los secretarios de Estado y los secretarios particulares del gabinete, RICARDO CROMWELL., HANNIBAL SESTHEAD, con sus pajes dinamarqueses; multitud de generales y de coroneles, y el predicador Lockyer. -Se coloca junto a la puerta de la derecha el grupo de grandes dignatarios que deben figurar en la ceremonia; LORD WARWICK lleva la púrpura real en almohadones de terciopelo rojo; LORD BROGHILL el cetro; el general LAMBERT la corona; WHITELOCKE los sellos del Estado; un regidor, que representa al Corregidor, la espada; un abogado de los Comunes, que representa al orador del parlamento, la Biblia.)

 


Escena XII

 

CROMWELL, su familia, su séquito y la muchedumbre.

 
 

En cuanto CROMWELL aparece en la puerta grande, cesan de oírse el vuelo de campanas, el toque de clarines y los cañonazos, pero en cambio se oyen las aclamaciones desde fuera de palacio.

 

VOZ AFUERA.-  ¡Viva el lord Protector de Inglaterra!

OVERTON.-   (Bajo a GARLAND.)  Esas aclamaciones son pagadas.

GARLAND.-   (Bajo a OVERTON.)  No tardaremos en hacerlas callar.

 (CROMWELL da algunos pasos en la escena. Silencio profundo.) 

CROMWELL.-  ¡La paz sea con vosotros, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!

VARIAS VOCES.-  ¡Viva Cromwell!

THURLOE.-   (Bajo a CROMWELL.)  El pueblo os apoya y os idolatra.

CROMWELL.-   (Bajo a THURLOE.)  Como hoy aplaude mi elevación, mañana aplaudiría mi suplicio.

EL ORADOR DEL PARLAMENTO.-  Milord, cuando Samuel ofrecía Sacrificios, por Medio de una parábola viva manifestaba al rey Saúl que era un peso excesivo para un hombre solo el gobernar un pueblo entero, por lo que Maximiliano dice con frecuencia que es muy difícil gobernar un imperio. En efecto, hay pocos mortales capaces de dirigir el paso de las naciones. El inmenso carro que arrastran los acontecimientos, cargado de hombres, rueda pesadamente, y para guiarle por escabrosos caminos se necesitan brazo fuerte y manos poderosas, por lo que es dificilísimo escoger un hábil conductor: deben elegirle dos poderes, y necesita reunir la elección del pueblo y la elección de Dios: escogido así, llegará a ser uno de los pocos e ilustres mortales que como faros alumbran a los pueblos, cuya luz siguen desde lejos. De lo que acabo de decir se deduce que sólo un brazo poderoso y hábil es capaz de dirigir la marcha de un pueblo, y que el pueblo necesita un jefe, y el mundo un hombre; este hombre, milord, sois vos.

CROMWELL.-   (Al orador.)  Agradecido, manifiesto a todas horas mi reconocimiento al Todopoderoso, porque me ha impulsado a conseguir la grandeza y la prosperidad de Inglaterra. En Irlanda, a pesar de las discordias civiles, la fe rápidamente invade las ciudades; y la carnosidad de la úlcera papista, que quema Harry, mi teniente, la extirpa con una mano y la cauteriza con la otra. Dentro de sus murallas Roma ya no tiene ningún apóstol. En Escocia a los clans se les ha obligado a cumplir con su deber. En el exterior todo va bien. Dunkerque no tiene esperanza de salvarse, e Inglaterra, aliándose con Francia, influye sobre España. Nuestro comercio en la India ha progresado mucho. He enviado dos escuadras a la Jamaica. El toscano está ya arrepentido, le perdonaremos; y cuando todo a nuestro alrededor esté pacificado, iremos a salvar al moscovita de las hordas del Sultán, ya que éste nos invita y ya que Dios secunda nuestros proyectos. Ya que conseguimos el favor celestial, inclinemos la frente y doblemos las rodillas; recemos para que el Espíritu Santo descienda hasta nosotros.

 

(CROMWELL se arrodilla; todos le imitan. Momentos de silencio y de recogimiento.)

 

SYNDERCOMB.-   (Bajo a OVERTON y a GARLAND.)  Ahora que todos están arrodillados, con las espadas en el suelo y distraídos, ¿por qué no nos arrojamos sobre él?

GARLAND.-  Ahora no. ¡Matarle cuando está rezando!

SYNDERCOMB.-  ¿Pues qué hacemos?

GARLAND.-  Rezar también, por que Dios le pierda. Que elija Dios entre las dos oraciones.

CROMWELL.-   (Levantándose.)  ¡Vamos!

 

(Todos le imitan. El conde de WARWICK avanza con pasos lentos y mesurados hacia el Protector, pone una rodilla en tierra y le presenta el manto real guarnecido de armiño.)

 

WARWICK.-  Dignaos vestir esta púrpura, milord.

 (Con la ayuda de WARWICK, CROMWELL se pone el manto real.) 

OVERTON.-  Se cubre ya con la mortaja.

GARLAND.-  Es del color de escarlata de la prostituida Tyro.

WILDMAN.-  ¡Tarda mucho en caer el rayo!

 

(CROMWELL, con la púrpura, de la que LORD ROBERT sostiene la cola, avanza hacia el trono. El conde WARWICK le precede con la espada en alto; lord CARLISLE le sigue con la espada inclinada hacia el suelo.)

 

MILTON.-   (Con voz de trueno.)  ¡Cromwell, ay de ti!

CROMWELL.-   (Volviéndose.)  ¿Quién habla?

MILTON.-  Acuérdate de los idus de marzo.

OVERTON.-   (A MILTON.)  No divulgues nuestros secretos.

CROMWELL.-  Milton, explicaos.

MILTON.-  Mane, Thecel, Phares.

 (CROMWELL le mira con desprecio y sube al trono.) 

OVERTON.-  ¡Sube al trono! Respiro.

GARLAND.-  Estemos alerta.

 

(CROMWELL se sienta en el trono. Se coloca a su lado WARWICK y CARLISLE detrás del sillón; THURLOE y STOUPE a los lados. El LORD CORREGIDOR, seguido del Ayuntamiento, avanza hasta el pie del trono con el almohadón que sostiene la espada; sube algunos escalones, pone una rodilla en tierra y presenta la espada a CROMWELL.)

 

CORREGIDOR.-  Lord Oliverio, recibid de nuestras manos esta espada. No en la fragua, sino en la frente de los tiranos, un pueblo entero ha forjado este acero. La hoja tiene dos filos, para que pueda servir como espada de la justicia y como espada de la guerra. Para que a la vez, terrible en el combate y en el templo, brille en las manos del soldado y flamee en las manos de Dios. La honorable ciudad de Londres os la entrega.

 

(CROMWELL se ciñe la espada, la desenvaina, la blande, después se la devuelve a LORD CORREGIDOR, que la envaina y se retira.)

 

WHITELOCKE.-   (Se aproxima a CROMWELL con el mismo ceremonial.)  Milord, aquí tenéis los sellos.

 

(CROMWELL toma los sellos; después se los devuelve a WHITELOCKE, que se retira. El orador del Parlamento, con los oficiales de la Cámara de los Comunes, avanza llevando la Biblia.)

 

ORADOR.-  Milord, aquí tenéis el libro.

 

(CROMWELL toma la Biblia, el orador se retira. El general LAMBERT, pálido e inquieto, se aproxima llevando la corona en un rico almohadón de terciopelo carmesí. OVERTON se coloca cerca de él.)

 

LAMBERT.-   (Arrodillado en las gradas del estrado de CROMWELL.)  Milord...

OVERTON.-  (Aquí estoy yo, ¡valor!)

LAMBERT.-  (¡A mi lado!) Recibid la corona...

OVERTON.-   (Sacando el puñal y en voz baja a LAMBERT.)  (Y la muerte.)

 

(Todos los conjurados que están entre la multitud llevan la mano a los puñales.)

 

CROMWELL.-   (Como despertándose sobresaltado.)  ¡Deteneos! ¿Qué significa esto? ¿Por qué darme la corona? ¿Quién me la da? ¿Con qué derecho vienen a confundirme con los reyes? ¿Por qué escandalizar así nuestras fiestas religiosas? ¡Coronarme a mí, que hice caer la cabeza de los reyes! Milores, amigos, hermanos, que me estáis escuchando; no he venido aquí para ceñirme la diadema, sino para que el pueblo corrobore mi título, para que rejuvenezca mi poder, para que renueve mis derechos. La escarlata sagrada está teñida dos veces; su púrpura pertenece al pueblo, y yo la recibí de él con lealtad, pero ni le he pedido ni quiero la corona real; que yo no daría uno solo de mis cabellos, que han blanqueado sirviendo a Inglaterra, por todos los florones de los príncipes del mundo. Quitad de mi vista y llevaos ese juguete ridículo que halaga la vanidad. Me conocen muy mal los que quieren afrentarme coronándome. He recibido de Dios lo que ellos no me pueden dar, un don imperdible, el de ser dueño de mí mismo. El que es hijo del cielo no puede dejarlo de ser: por eso el universo está envidioso de nuestras prosperidades, y el pueblo inglés es un pueblo escogido. La Europa es el humilde satélite de nuestra isla; todo cede a nuestra buena estrella: parece que el Señor nos haya dicho: «Inglaterra, sé grande y serás mí hija predilecta» El señor nos colma con abundantes bondades, y cada día que acaba, cada día que amanece, añade un eslabón de oro a nuestra cadena inmensa. ¡Y me atrevería yo a ir contra Dios, que nos concede una suerte privilegiada entre todas las suertes del mundo! ¡Me atrevería a hollar el derecho del pueblo escogido posponiendo su interés al mío! ¿Creéis cogerme con el anzuelo de una vana diadema? Ingleses, yo he destrozado una corona en otro tiempo, sin haber llevado nunca ninguna, y sé bien lo que pesa. No quiero cambiar por una corte el campamento que me rodea, ni la espada por él cetro, ni el casco por la corona; ¡no soy tan niño! Construirme un trono es cavarme una tumba. Cromwell sabe que el que sube ha de caer. ¡Ah! ¡Llevaos ese símbolo execrable y odioso! Tened piedad de mí, hermanos, en vez de envidiar al Protector, porque siento ya al peso de los años debilitarse mis fuerzas y que está próximo mi fin. Hace ya mucho tiempo que estoy atado al poder; estoy viejo y cansado y necesito reposar. Cada día suplico a la bondad divina, dándome golpes de pecho, que aparte de mi pensamiento el vano orgullo de querer ser rey, y voy a llamar, para que lea en mi alma, a un teólogo que sea lumbrera de la Iglesia para consultarle sobre este punto. Debo rendir cuentas al Altísimo de vuestra libertad, y quiero, siguiendo su ley como mi ley suprema, cumplir lo que dice el salmo doce.  (Grandes aclamaciones y aplausos. Las palabras de CROMWELL han disipado poco a poco la hostilidad que el pueblo y los soldados sentían hacia él, hasta el punto de hacerles entusiasmar. Estupor en el Parlamento y en el séquito del Protector. CROMWELL se levanta, y con un gesto imperioso hace callar a la multitud.)  Sobre esto roguemos al Señor con corazón humilde que nos persevere en su santa gracia. Os he hablado con el corazón en la mano, y como última súplica os pido perdón por haberos entretenido con mis palabras tanto tiempo.

 

(Vuélvese a sentar.-Nuevos transportes y aclamaciones del pueblo. Los conjurados puritanos, desconcertados, guardan silencio sombrío.)

 

OVERTON.-  (¡Morirá en la cama!)

GARLAND.-  (Ya que le aplauden, que le sufran.)

VARIAS VOCES.-  ¡Viva el Protector de Inglaterra! ¡Gloria al vencedor de Tyro!

OVERTON.-  (¡Nos ha chasqueado! Alguno nos ha denunciado... )

BAREBONE.-  (Este es el único medio de salvar mis intereses.)

CROMWELL.-  Lambert, comeréis hoy conmigo.  (Bajo.)  ¿Por qué tembláis ya si no está a vuestro lado?

LAMBERT.-  ¿Quién?  (Asustado.) 

CROMWELL.-  Overton. Ya sé que erais del complot.

LAMBERT.-  Milord, os juro...

CROMWELL.-  No juréis...

LAMBERT.-  Pero si...

CROMWELL.-  Tengo testigos. Erais el jefe.

LAMBERT.-  ¡Yo el jefe!

CROMWELL.-  De nombre.... porque estabais asustado de vuestra propia audacia, y no os hubierais atrevido a clavarme el puñal frente a frente.

LAMBERT.-  ¡Milord!

CROMWELL.-  Me han asegurado que habéis sentido de pronto grandes deseos de vivir en la soledad, por lo que me presentaréis en seguida vuestra dimisión.

 

(CROMWELL le despide con un signo. LAMBERT desciende del estrado y vuelve a formar parte del séquito. CROMWELL ve en aquel momento el cetro que LORD BROGHILL ha depositado en las gradas del trono.)

 

CROMWELL.-  ¿Qué hace ahí ese cetro? Quitad de ahí esa muñeca. Para ti, bufón  (Indicando a TRICK.) 

 

(Redoblan las aclamaciones. Entra un ujier de la ciudad, se inclina ante el trono y se dirige a CROMWELL.)

 

UJIER.-  Milord, el supremo Shérif.

CROMWELL.-  Que entre.

 (Entra el supremo Shérif.) 

CROMWELL.-  ¿Qué tenéis que decir?

SHÉRIF.-  Milord, los prisioneros, los condenados a muerte...

CROMWELL.-  ¿Están ya ejecutados?

SHÉRIF.-  Todavía no.

CROMWELL.-  Me alegro.

SHÉRIF.-  Hewlet levantó al amanecer la horca en Tyburn. Antes de ser conducidos al sitio fatal desean ser introducidos ante vuestra alteza. ¿Ordeno la ejecución o la retardo?

CROMWELL.-  ¿Qué es lo que alegan?

SHÉRIF.-  Dicen que quieren hablaros.

CROMWELL.-  Traedlos.

SHÉRIF.-  ¿Aquí, milord?

CROMWELL.-  Aquí.  (A una señal de CROMWELL el Shérif se inclina y se va.)  Doctor Lockyer, habéis sido elegido para edificarnos con la palabra santa; os espero. El tiempo pasa.

 

(El doctor LOCKYER sube con embarazo al púlpito que está enfrente del trono.)

 

LOCKYER.-  Milord, he aquí el texto que he elegido.

CROMWELL.-  Hablad, hablad.

LOCKYER.-   (Leyendo en una Biblia que tiene en la mano.)  «Un día que se reunieron los árboles para nombrar rey, dijeron al olivo: Sed nuestro monarca...»

CROMWELL.-  Hermano, ¿de dónde tomáis ese texto temerario?

LOCKYER.-  De la Biblia, milord.

CROMWELL.-  ¿De dónde?

LOCKYER.-   (Presentándole el libro.)  Del libro de los Jueces; capítulo IX, versículo VIII.

CROMWELL.-  ¡Callaos! Ese texto en nada se relaciona con las circunstancias. Podíais haber encontrado otro mejor en las Sagradas Escrituras; como por ejemplo: «Maldito sea el que en su camino engaña al ciego errante o este otro: «El verdadero sabio se atreve y duda podíais tratar esas y otras cuestiones ante un pueblo instruido, piadoso y grande; estoy cansado de oír esas predicaciones de colegio; bajad de ahí.

 

(Nuevas aclamaciones. LOCKYER, confundido, baja del púlpito y se pierde entre la multitud.-Entra un ujier de la ciudad, que se para en el umbral de la puerta grande y dice en alta voz):

 

UJIER.-  Milord, los prisioneros.

CROMWELL.-  Que entren.

 

(Entran los caballeros presos; LORD ORMOND va al frente. Les precede el supremo Shérif y vienen custodiados por arqueros y guardias del Municipio.)

 


Escena XIII

 

Los mismos, ORMOND, ROCHESTER, ROSEBERRY, CLIFFORD, DROGHEDA, PETERS DOWNIE, SEDLEY, WILLIAM MURRAY, JENKINS y MANASSÉ, con las manos atadas detrás de la espalda, con los pies desnudos y con una cuerda al cuello. El supremo SHÉRIF, arqueros de la ciudad y guardias del Municipio.

 

LOS GUARDIAS.-  ¡Plaza!, plaza!

 

(Entran los caballeros y se detienen ante el trono de CROMWELL; ORMOND y ROCHESTER van en primera fila; conservan actitud serena, mientras que MURRAY y MANASSÉ parecen aterrados.)

 

CROMWELL.-  ¿Qué es lo que queréis? (¡Si me pidieran perdón!)

ORMOND.-  Somos de hierro, y no venimos a implorar merced, favores ni perdón. Vamos a morir y hasta nos envanece el suplicio; nada es capaz de acobardarnos ni de envilecernos. Además, no debemos esperar piedad del Protector.

CROMWELL.-  ¿Pues qué es lo que queréis?

ORMOND.-  Saber qué camino habéis elegido para conducirnos al cielo. Nos han dicho que estamos condenados a la horca; pero. ¿sabéis lo que somos?

CROMWELL.-  Bandidos condenados a muerte.

ORMOND.-  Somos gentileshombres, y como vemos que lo ignoráis, venimos a enseñároslo. Los que disfrutan de nuestro rango no pueden ser condenados a la horca; de ella está libre la nobleza; por eso venimos a reclamar.

CROMWELL.-  ¿Es esto todo? (Me piden que les perdone la vida.)

ORMOND.-  Sí, os pedimos que reflexionéis: reclamamos que en nosotros se cumpla la ley.

CROMWELL.-  Entonces, ¿qué es lo que deseáis?

ORMOND.-  Que se nos libre de la vergüenza de la horca y de sus indignidades y que nos corten la cabeza, ya que tenemos derecho a ser decapitados.

CROMWELL.-   (Bajo a THURLOE.)  (Estos hombres singulares no conocen el miedo, y hasta al cadalso sube con ellos el orgullo; su preocupación les sigue hasta la eternidad.) ¿Queréis que al entrar en el cielo la puerta se os abra de par en par, y pensáis que sería demasiado honor para el verdugo ahorcar a muy altos y poderosos señores? Sin embargo, en vuestras filas se encuentran algunos que pueden ser colgados, sin que sus antepasados se ruboricen, porque no los tuvieron nunca. Por ejemplo, ese judío y ese magistrado plebeyo.

JENKINS.-  A mí no se me puede juzgar. Carecéis de derecho para imponerme la muerte y para castigarme con cárcel o con multa. Soy libre, y leo en la Carta normanda: Nulus homo liber imprisionetur.

ROCHESTER.-   (Riendo a SEDLEY.)  Ahora se nos descuelga citando leyes del tiempo del rey Arturo.

CROMWELL.-  He conseguido apoderarme de vosotros, jefes y cómplices, haciéndoos caer en vuestras propias redes; ha llegado la hora de castigaros, y habéis elegido mal la ocasión para pretender mis favores.

ORMOND.-  No pedimos favores, milord; reclamamos un derecho de que goza la nobleza inglesa.

CROMWELL.-  Habéis penetrado esta noche en mi casa, con la espada desenvainada, después de seducir a mi guardia, creyendo, sin testigos, apoderaros de mí y en mi propio lecho; si hubierais conseguido vuestro objeto, ¿qué hubierais hecho de mí?

ORMOND.-  No os hubiéramos condenado a la horca.

CROMWELL.-  No, porque teníais mucha prisa, y el puñal mata más pronto. Pero habéis caído en mis manos y os pregunto: ¿qué deseáis de mí?

ORMOND.-  Morir como caballeros, y morir por nuestro rey.

CROMWELL.-  Anciano, os vais a sentenciar vos mismo. ¿Si hubiera caído yo en vuestro poder, me hubierais perdonado?

ORMOND.-  No os hubiera concedido el perdón.

CROMWELL.  -Pues yo os lo concedo.

 

(Movimiento de sorpresa entre la multitud.)

 

LOS CABALLEROS.-  ¡Qué dice!

CROMWELL.-  ¡Estáis libres!

ORMOND.-  Si supierais quién soy...

CROMWELL.-  Eso no me importa.  (Bajo a THURLOE.)  Si dice quién es, no respondo de que el pueblo le respete.  (Se vuelve de repente hacia LORD BROGHILL, que ha estado callando hasta entonces.)  Lord Broghill, uno de vuestros antiguos amigos está en Londres.

 (ORMOND y BROGHILL se quedan asombrados.) 

BROGHILL.-  ¿Quién es ese amigo, milord?

CROMWELL.-  Lord Ormond.

BROGHILL.-  (¡Dios mío! Si sabrá...)

CROMWELL.-  Hace cinco días que está en la ciudad, y aquí tenéis un paquete que debe interesarle.  (Saca el paquete sellado que le cogió a DAVENANT.)  ¿Sabéis su dirección?

BROGHILL.-  No, milord.

CROMWELL.-  Bloum, en el Strand, Hotel del Ratón.

ORMOND.-   (Examinando el pergamino que CROMWELL tiene en la mano.)  (Davenant ha sido traidor y ha entregado a Oliverio la carta del rey.)

CROMWELL.-  Devolved a Ormond esto de mi parte; si esa carta hubiera caído en otras manos, le hubiera comprometido. Decidle además que se ausente de Londres, o por mejor decir, que no vuelva, y si necesita dinero, entregádselo de mi parte.

ROSEBERRY.-   (Bajo a ORMOND.)  ¡Sois muy feliz! ¡Si quisiera pagarme mis deudas!...

ROCHESTER.-   (Bajo a ORMOND.)  Me encanta su proceder delicado; os libra de la afrenta de que pronunciéis aquí vuestro nombre.

CROMWELL.-  ¡Milord Rochester!

ROCHESTER.-  ¿Qué dice vuestra alteza?

CROMWELL.-  Que os concedo la gracia de que os vayáis al infierno. Mi docto capellán, permitidme que os aleje de nosotros. Gracias a una fuerte multa impuesta, es caro jurar en Inglaterra; y como vos no podéis dejar de jurar, si os quedarais aquí os arruinaríais muy pronto.

ROCHESTER.-  Gracias por el buen consejo.  (El pueblo se ríe y se mofa de él.)  (¡Aplaude, raza infame!)

CROMWELL.-  Doctor, os ordeno que os llevéis a vuestra esposa.

ROCHESTER.-   (Temblando.)  ¡A mi esposa!

CROMWELL.-  Sí, a milady Rochester.

 (La señora GUGGLIGOY desciende precipitadamente de la tribuna de la Protectora y se arroja al cuello de ROCHESTER.-La multitud silba.) 

GUGGLIGOY.-  ¡Querido esposo!  (Abrazándole.) 

ROCHESTER.-  (¡Esto me faltaba!)

CROMWELL.-  Partiréis juntos; no debe separarse una mitad de la otra. Seguid a vuestro marido.

ROCHESTER.-  (Sin duda quiere ver el efecto que producen nuestras dos mitades juntas.)

CROMWELL.-  William Murray, recibiréis la pena de azotes que merecéis por el pueril complot que tramasteis contra mí, en nombre de Carlos Stuardo.

 

(El pueblo aplaude.-Dos arqueros y dos servidores de la justicia se opoderan de MURRAY, que oculta el rostro con las manos, con vergüenza y desesperación.-CROMWELL se dirige al rabino.)

 

CROMWELL.-  Ese judío, que hubiera sido un buen racimo de horca, queda libre.  (Manassé levanta la cabeza alegremente.-CROMWELL, volviéndose hacia BAREBONE.)  En castigo le condeno a pagar tu cuenta, Barebone.

 

(BAREBONE saca del bolsillo un pergamino largo, que remite a MANASSÉ.)

 

MANASSÉ.-   (Examinando la cuenta.)  ¡Dios de Sabaot! ¡Es carísima!

CROMWELL.-  Los demás presos quedan libres.

 (Los arqueros desatan a los caballeros.) 

THURLOE.-   (Bajo a CROMWELL.)  (¿Todos, milord? Las circunstancias son tan graves que... )

CROMWELL.-  (Tengo al pueblo de mi parte; ¿para qué me he de ensangrentar?)

 

(MURRAY se arroja de rodillas a los pies de CROMWELL.)

 

MURRAY.-  ¡Perdonadme, milord!

CROMWELL.-  ¿Del castigo del látigo? Debe honrarte que te azoten por servir a tu rey; de ese modo lograrás ser mártir.  (Hace un signo y los arqueros se llevan a MURRAY. El Protector se dirige a la multitud con aire imperioso e inspirado.)  Pueblo inglés, perdonemos a nuestros enemigos vencidos; el elefante no debe aplastar a las serpientes.  (El pueblo responde al Protector con largas aclamaciones.)  Quiero que este día sea notable por mi clemencia; id a buscar a Carr, que está preso en la Torre de Londres.

 

(El supremo Shérif sale.-WILLIS se acerca a ORMOND, que está entre el grupo de los caballeros.)

 

WILLIS.-  Os felicito, milord.

ORMOND.-   (Asombrado.)  ¡Me felicitáis cuando estáis libre también! (¡Este hombre es un problema!)  (Bajo a WILLIS.)  Davenant es un traidor, y si le encuentro...

WILLIS.-  No lo creáis; ya que habéis escapado del peligro, sed prudente.

CROMWELL.-  Stoupe, mañana que embarquen en el Támesis a esos locos y que salgan de Londres.-Sir Hanníbal Sesthead, aunque sois primo de un rey, quiero que sepáis que yo sólo mando en mi casa. Vuestras costumbres son muy ligeras, y habéis recogido en el extranjero hábitos que no convienen a mi pueblo: llevadlos a otra parte.

SESTHEAD.-  (Mejor perdona un complot que un sarcasmo, y por eso me castiga.)

 

(Sale con sus pajes.-La multitud le silba, y aplaude a CROMWELL.)

 

OVERTON.-   (Bajo a GARLAND.)  Ha conseguido entusiasmar al pueblo; con sus golpes de efecto se lo ha atraído.

ROCHESTER.-   (A ROSEBERRY.)  Contra el Protector, Dios nos ha protegido.

CROMWELL.-  ¿Qué hace mi bufón Gramadoch entre cuatro guardias?

UN ARQUERO.-  Este enano extravagante se atrevió a recoger el guante que arrojaron en defensa de los derechos de vuestra alteza.

CROMWELL.-  ¡Tunante!

GRAMADOCH.-  Eso sólo podía hacerlo un bufón.

CROMWELL.-  Vete.  (Sonriendo hace señas a los arqueros de que le suelten. El Protector se dirige a MILTON.)  ¿Estáis contento, hermano? Yo estoy satisfecho de vos. ¿Tenéis que pedirme algo?

MILTON.-  Sí; una gracia.

CROMWELL.-  Hablad y os la concedo.

MILTON.-  Vuestra alteza ha perdonado a todos sus enemigos, excepto a uno.

CROMWELL.-  ¿A quién?

MILTON.-  A Davenant.

CROMWELL.-  ¿Pretendéis que perdone a Davenant, que es papista y espía del rey?

MILTON.-  Permitidme que insista en ello. Era sublevado, es papista, y tramaba vuestra muerte; pero habéis perdonado a todos los que la intentaban.

CROMWELL.-  No puedo; no hablemos más de esto. -Deseo, mi querido Milton, proclamaros poeta laureado.

MILTON.-  No puedo aceptar esa honra, milord, porque el empleo no está vacante.

CROMWELL.-  ¿Pues quién lo desempeña?

MILTON.-  Davenant; y ya que está encerrado en la cárcel, dejémosle su corona de laurel.

CROMWELL.-  Eso son razones de poeta; ¿discurriendo de ese modo pensáis regir a los gobernadores de los Estados, cuando pasáis la vida atormentando las palabras para encajonarlas en metros frívolos?

MILTON.-  Salomón compuso cinco mil parábolas.

CROMWELL.-   (A su hijo.)  Ricardo, ya que has de ser mi heredero, te debo abrir las puertas de la milicia y del Parlamento. Te nombro coronel, par de Inglaterra y miembro del Consejo privado.

RICARDO.-   (Con embarazo.)  Pero... las ocupaciones de la Cámara..., mis aficiones.... me confunde tanta honra. Si me permitís que os diga lo que pienso, os contestaré que no valgo tanto como creéis y que me otorgáis más de lo que deseo.

 

(CROMWELL, descontento y desconcertado, le despide haciendo un gesto.)

 

CROMWELL.-  (¡Si mi hijo segundo fuese el primogénito!... ¿De qué servirá todo lo que hago?)

 

(Entra CARR acompañado del supremo Shérif. Atraviesa por entre la multitud, contempla con indignación el aparato real que le cerca, y avanza gravemente hacia el trono de CROMWELL.)

 


Escena XIV

 

Dichos y CARR.

 

CARR.-  ¿Para qué me llamas? Ni los calabozos sirven de refugio contra el tirano. ¿Qué me quiere el apóstata y el tránsfuga?

VARIAS VOCES.-  ¡Qué calle ese furioso!

CROMWELL.-  Dejadle hablar, amigos: cuando el cielo quiso experimentar a David, permitió que le anatematizara el hijo de Semey. -Continúa.

CARR.-  Éste ha sido siempre tu sistema de hipocresía; ocultar sonriendo planes engañosos y cubrir tu frente infernal con un velo celeste; burlarte atormentando y hablar con ironía al corazón que gotea sangre; pero para romper tu cetro y tu máscara al mismo tiempo, el Señor me ocultó y me dijo-: Coge el laúd, recorre la ciudad, arroja del templo de Cromwell al pueblo servil, pulveriza el altar y arroja su ídolo al fuego. Dile: El egipcio es hombre y no es Dios. -Has ascendido, Cromwell, hasta tu trono de gloria, pero tiembla, porque al día radiante sucede la oscura noche. Recuerda al cazador Nemrod: el Señor, triunfante, rompió su arco de hierro como un juguete de niño. -Señor de los potentados, señor de los poderosos, tu brazo ha borrado a su capricho los límites de los Estados; la muchedumbre ante ti retrocede y tiembla, y el mundo es para ti una presa, de la que te has apoderado en tu marcha triunfal con tus grandes combates, y Dios te ha sostenido desde arriba y el pueblo desde abajo. Tú no eras nada por ti mismo. Eres el instrumento de la cólera celeste. ¿Dónde están los dioses de Emath? ¿Dónde están los dioses de Ava? Esos ídolos reinaron, y tú pasarás como ellos. Muy pronto los santos Gab, Zabulón, Azer, Benjamín, Neftalí, subirán al monte Hébal para maldecirte; las mujeres y los niños te seguirán riendo; para tus ojos, que cegará el infierno, el cielo será de bronce y la tierra de hierro. Te dormirás en lecho de púrpura, pero Dios te aplastará la cabeza entre dos piedras, y llegará un día en que veremos que los pueblos ilustrados con tus huesos apedreen a los tiranos. Porque ya hemos visto sobre tronos impíos Faraones en Menfis, sultanes en Etiopía, papas, duques, emperadores y déspotas divertirse en torturar a los pueblos. Pero entre todos los azotes que el Señor nos envía, no ha nacido mago, monarca ni sátrapa tan atrevido, cruel y astuto como tú. ¡Maldito seas Cromwell.-¿Habéis concluido ya?

CARR.-  Todavía no. ¡Maldito seas al salir la aurora y al ponerse el sol! ¡Maldito en tu corcel de batalla!

CROMWELL.-  ¿Y qué más?

CARR.-  En el aire que respiras, en el lecho que duermes, en la mesa que comes.

CROMWELL.-  ¡Basta!, que vais a echar los pulmones. Escuchadme. Porque lo merecisteis estabais encerrado en la cárcel. Os abro las puertas y os perdono. Marchaos.

CARR.-  ¿Y con qué derecho? ¿Con qué derecho me quieres arrancar del calabozo y romper las cadenas que tú mismo me has forjado? El Parlamento largo me encarceló; lo merecí por haberle hecho traición y me castigó. Encerrado estuve en el fondo de una torre, sin ver la luz del día, sumido en perpetua noche, y tuve hambre y sed, pero el castigo era justo y lo sufrí. ¿Pero tú con qué derecho vienes a tocar el templo santo? Lo que los santos han ligado tú no lo puedes desatar. Los santos me condenaron, y nadie más que ellos tienen derecho a absolverme, y ante ese pueblo vil yo marcho con altivez, porque soy el último vestigio vivo de su autoridad. Prefiero mi muerte a tu destino, Cromwell; mi torre a tu palacio, y no cambiaría mi condena por tu crimen, ni tu cetro usurpado por mi cadena legítima. Si quieres abrirme las puertas de la prisión y que goce de completa libertad, pon el Estado en equilibrio, restablece el Parlamento... Después ya veremos. Vendrás conmigo, a mi lado, marchando los dos con la frente baja y atados con una soga, y nos presentaremos a la barra a implorar nuestro perdón. Mientras llega ese día, déjame en libertad de volver a la cárcel.  (Grandes risas en todo el auditorio.)  Haz callar a tu jauría. Soy el único inglés quizá que, aunque encerrado en mi calabozo, no te reconozco por señor; soy el único inglés que es libre. Desde allí te maldeciré, Cromwell. Me vuelvo a la cárcel.

CROMWELL.-  Como queráis.

TRICK.-  Se equivoca. No vuelve a su prisión, vuelve a su palco.

 

(Vase CARR con aire altivo y sale de la escena entre los silbidos del pueblo.)

 

SYNDERCOMB.-   (Bajo a GARLAND.)  Carr ha sido el único hombre que ha habido entre nosotros.

VARIAS VOCES.-  ¡Gloria a los santos! ¡Gloria a Cristo! ¡Gloria al Dios del Sinaí! ¡Dios conserve la vida al Protector!

 

(Syndercomb, exasperado por las imprecaciones de CARR y por las aclamaciones del pueblo, saca el puñal y sube al estrado.)

 

SYNDERCOMB.-   (Agitando el puñal.)  ¡Muerte al rey de Sodoma!

CARLISLE.-   (A los alabarderos.)  ¡Detened al asesino!

CROMWELL.-  ¡Dejad subir a ese hombre! ¿Qué quieres?

SYNDERCOMB.-  Tu muerte.

CROMWELL.-  Te dejo en libertad. Vete.

SYNDERCOMB.-  Yo soy el vengador, y si tu impuro séquito no me cerrase la boca...

CROMWELL.-  Habla.

SYNDERCOMB.-  No es ésta ocasión de hablar; si no me detuvieran el brazo...

CROMWELL.-  Hiere.  (Presentándole el pecho.) 

SYNDERCOMB.-  ¡Muere, pues, tirano!

 

(Va a herirle, pero el pueblo se precipita sobre él y le desarma.)

 

UNA VOZ.-  ¡Ya que con el asesinato responde a la clemencia, que perezca el asesino, que muera el parricida!

 

(El pueblo, indignado, se apodera de SYNDERCOMB y le arrastra fuera de la sala.)

 

CROMWELL.-   (A THURLOE.)  Id a ver lo que sucede.

 (THURLOE sale.) 

OTRA VOZ.-  ¡Que muera el pérfido!

CROMWELL.-  Hermanos míos, le perdono, porque no sabe lo que hace.

UNA VOZ.-  ¡Que le arrojen al Támesis! ¡Que le echen al agua!

THURLOE.-   (Que entra.)  El pueblo ya está satisfecho, porque lanzó al río al furioso apóstol.

CROMWELL.-  (La clemencia es un medio excelente de gobierno.)

 

(Pausa. -Óyense los gritos de alegría y de triunfo de la multitud. CROMWELL, sentado en el trono, saborea con fruición las aclamaciones delirantes de la muchedumbre y del ejército.)

 

OVERTON.-   (Bajo a MILTON.)  Ése ha sido una víctima humana inmolada al ídolo; ya dispone de todo, del ejército y del pueblo. Tiene todo lo que necesita para afirmarse en el poder; nuestros esfuerzos sólo han servido para engrandecerle: inútil es ya desafiarle y combatirle; ahora puede ya anonadarnos uno tras otro; consiguió inspirar amor y miedo. Debe estar satisfecho.

CROMWELL.-   (Pensativo.)  (¿Cuándo seré rey?)