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Libro cuarto



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Capítulo primero

Cómo Motezuma volvió a do Cortés estaba y de una avisada plática que le hizo.

     Fue tan Príncipe y tan señor en todo Motezuma, que aposentó a Cortés y a los suyos, así españoles como indios, en una tan hermosa y grande casa que, aunque paresce increíble, había salas con sus recámaras y que cabían, cada uno en su cama, ciento y cincuenta españoles; y lo que era mucho de ponderar fue que con ser tan grande la casa, estaba toda ella sin quedar rincón muy limpia, lucida, esterada y entapizada, con paramentos, de algodón y pluma de muchas colores, que habían bien que mirar en todo; había fuego y con olores en todas las salas, y tantos hombres, de servicio para lo que menester fuese, que mostraban bien el gran poder de su señor.

     Como Motezuma se fue, repartió Cortés el aposento, señalando dónde cada uno había de estar y con cuántos había de tener cuenta; puso el artillería de cara de la puerta, y desque hubo ordenado todo lo que era menester para adelante, se sentó a comer, sirviéndole los principales de los oficios que suelen tener los tales en casas de grandes señores; los demás, por el autoridad y respecto de Cortés y por lo que estonces convenía, estaban arrimados a las paredes. Finalmente, después que todos hubieron comido una comida tan espléndida cual convenía de tan gran Príncipe para tal Capitán, Motezuma, luego que supo que todos habían comido, y reposado, volvió a do Cortés estaba, el cual lo salió a rescebir a la puerta de la sala; hízole gran reverencia y Motezuma a él buen acogimiento; fuéronse juntos hasta el estrado; sentóse Motezuma en otro que le pusieron junto al de Cortés, también muy rico. Sentados ambos delante de aquellos señores mexicanos y de los Capitanes y caballeros de Cortés, porque para otra gente no se dio lugar, Motezuma, primero que dixese a Cortés a lo que venía le dio muchas y muy presciosas joyas de oro, plata, pluma y seis mill ropas de algodón, muy ricas, labradas y texidas, de maravillosas colores, cosa cierto que magnifestó harto su grandeza y confirmó lo que traían imaginado, por los presentes que antes dél habían rescebido; y después de haber hecho esto, con toda la gravedad y majestad real que convenía, y Cortés con toda la gracia y comedimiento que pudo, alabando tan rico presente, Motezuma, reposando un poquito, con la misma autoridad, por lenguas de Marina y Aguilar, volviéndose hacia Cortés, le dixo:

     «Señor Capitán valeroso, y vosotros, caballeros que con él venistes: Testigos hago a vosotros, mis caballeros y criados de mi casa y Corte, cómo huelgo mucho de tener tales hombres como vosotros en mi casa y reino para poder hacerles alguna cortesía y bien, según vuestro merescimiento y mi estado; e si como habéis visto hasta ahora, os rogaba y aun importunaba con muchos mensajeros que no viniésedes a esta mi gran ciudad y casas, era por el gran miedo que los míos tenían de los vuestros, porque aliende que cada uno de vosotros es tan valiente que muchos de los nuestros puede vencer y rendir, los espantábades con esas vuestras barbas tan largas y tan fierras, y traéis unos animales muy mayores que venados, que tragaban los hombres, y que como veníades del cielo, abaxábades de allá rayos y relámpagos y truenos con que hacíades temblar la tierra y estremecer a los nuestros los corazones, y matábades, sin saber ellos cómo, al que os parescía o enojaba en cualquier manera. Decían también que con esas vuestras espadas de hierro dábades tan grandes heridas que partíades al hombre por medio, y punzábades de tal manera con ellas que en un punto matábades al que así heríades. Contábannos, asimismo, que érades muy amigos de lo ajeno, deseosos de señorearlo y mandarlo todo, que veníades con gran sed, de oro y plata, e que por ello hacíades desafueros y agravios e que cada uno de vosotros comía e vestía par diez de los nuestros, y otras cosas muchas que nos amedrentaban y ponían en cuidado, para no dexaros entrar en estos mis reinos. Mas empero como ahora soy certificado, así de larga relación, como de alguna observación que los nuestros han tenido con los vuestros, que sois hombres mortales como nosotros, aunque más valientes y más diestros, bien acondiscionados, amigos de vuestros amigos, sufridores de trabajos, e que no habéis hecho daño sino con muy gran razón defendiendo vuestras personas, amparondo los que con necesidad vienen a vosotros, comedidos y bien criados, y he visto los caballos, que son como ciervos grandes, y los tiros, que parescen cebratanas, tengo por burla y mentira lo que de vosotros al principio me dixeron, tanto que aun los taxcaltecas, vuestros amigos, estuvieron deste parescer. Ahora, como desengañado, no solamente os tengo por amigos, más por muy cercanos parientes, ca mi padre me dixo, que lo oyó también al suyo, que nuestros pasados y Reyes de quien yo desciendo no fueron naturales desta tierra, sino advenedizos, los cuales, viniendo con un gran señor que desde ha poco se volvió a su naturaleza, como más poderosos, señorearon esta tierra, que era de los otomíes, y al cabo de muchos años este señor tornó por ellos, pero no quisieron volver por haberse casado aquí y tener hijos y mando, el que querían en la tierra, y complacerles el asiento, que cierto es muy fuerte habiendo quien le defienda. Aquel señor se volvió muy descontento dellos y les dixo a la partida que inviaría sus hijos a que los gobernasen y mantuviesen en paz e justicia y en las antiguas leyes y religión de sus padres, e que si esto no acetasen de su voluntad, por fuerza de armas serían compelidos a ello. Por esto hemos creído siempre y asperado que algún día vendrían los de aquellas partes a nos subjectar y mandar, y así creo yo que sois vosotros, según de donde venís y la noticia que ese gran Emperador, señor vuestro, que os invía, tiene de nosotros. Por tanto, Capitán valentísimo, sed cierto que os obedesceremos, si ya no traéis algún engaño o cautela, y partiremos con vos y los vuestros lo que tuviéremos; e ya que lo que he dicho y nosotros esperábamos no fuese tan cierto, por sólo vuestra virtud, fama y obras que de esforzados caballeros tenéis, sois merescedores se os haga todo buen tratamiento en estos mis reinos y Corte, ca bien sé lo que hecistes en Tabasco, Tecoacinco, Taxcala, Cholula y otras partes, venciendo tan pocos a tantos; y si traéis creído que soy dios y que, como algunos falsamente dicen, me vuelvo cuando quiero en león, tigre o sierpe, es falsedad, porque hombre soy mortal como los otros.»

     Diciendo esto, se pelliscó en la mano, y dixo: «Tocad mi cuerpo, que de carne y hueso es, bien que como Rey me tengo en más, por la dignidad y preeminencia en que los dioses me pusieron. También os habrán dicho que los tejados y paredes de mis casas, con todo el demás servicio son de oro, y esto lo han afirmado los de Cempoala, Taxcala y Guaxocingo, que con vuestra venida se me han rebelado, y de subjectos vasallos se han vuelto enemigos mortales, aunque su soberbia yo se la quebrantaré presto. Las casas, ya veis que son de barro, y palo algunas, por mucha estima, de cantería. En lo demás, verdad es que tengo tesoros y riquezas, heredadas de mis padres y agüelos, guardadas y conservadas de tiempo inmemorial a esta parte; hay en estos tesoros mucha plata, oro, perlas, piedras presciosas, joyas riquísimas, plumas y armas, como suelen tener los Reyes y Príncipes que son de antiguo principio, lo cual todo vos y vuestros compañeros tendréis y gozaréis cada y cuando que lo queráis, porque para vosotros lo tengo guardado.»

Cuando acabó de decir esto ya no podía detener las lágrimas que de los ojos se le saltaban; pero, esforzándose cuanto pudo, concluyendo, dixo: «Entre tanto holgad, que vendréis cansados.»

     Cortés, que bien entendió que más por miedo que por amor hacía aquel comedimiento., e que ya sentía lo que después le avino, le hizo una gran mesura y con alegre semblante le respondió en la manera siguiente:



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Capítulo II

De lo que Cortés respondió a lo que Motezuma le dixo.

     «Gran señor y Príncipe muy poderoso: No pienses que mi venida ha sido por otro que por conoscerte y saludarte de parte del Emperador de los cristianos, Rey e señor mío, que de ti y del gran valor de tu persona y de la pujanza de tus estados tiene gran noticia, y cuanto más lexos está apartado de tu persona, tanto más desea conoscerte y tenerte por amigo, ayudándote en lo que se te ofresciere; pero especialmente me invió a comunicar contigo cosas de tu religión, porque a ti y a los tuyos, que son muy muchos, tiene por muy engañados, y así desea que tú y ellos salgáis del engaño en que el demonio [a ti] y a tus pasados ha tenido por muchos años. Comunicarte he también muchas cosas que para la buena administración y gobierno de tus reinos harán mucho al caso, ca como no habéis tenido letras ni sabéis leer, no habéis podido saber ni aprender las esciencias que los antiguos nos dexaron, en las cuales están ascondidas las leyes y preceptos para vivir virtuosamente y tener firme y fixo principio para saber lo que conviene a la salud y remedio de las almas, que son inmortales, y forzosamente con la muerte, dexando sus cuerpos, han de ir a dar estrecha cuenta del mal o bien que hicieron a un solo Dios, juez verdadero, que a los que bien vivieron dará para siempre descanso, y a los que mal, para siempre tormento. Por manera, que si me escuchares y bien entendieres lo que adelante te diré, tendrás por dichosa nuestra venida y estarás en obligación grande al Emperador de los cristianos por haberme inviado a ti, y cierto, si no confiara mucho de tu natural bondad y clemencia, no hubiera porfiado tanto en quererte ver y saludar, contradiciéndolo tú tan eficazmente por la falsa relación que, como has dicho, tenías. Yo me desengaño de lo que de ti me habían dicho, pues veo por mis ojos lo contrario, y que eres hombre como nosotros, manso, apacible, humano, justiciero, clemente, liberal, y en todo, Príncipe, como por la obra has mostrado, tan cumplido y acabado que nuestro gran Dios no ha permitido que mueras en el engaño e ignorancia en que el demonio hasta ahora te ha tenido, y ten por cierto que aquel gran señor que de tanto tiempo atrás esperábades es el Emperador de los cristianos, cabeza del mundo, mayorazgo del linaje y tierra de tus antepasados. Por tanto, como a cosa suya, rescíbenos, ámanos y quiérenos, porque no venimos sino a servirte, enseñarte y darte todo placer y contento. Por tanto, reposa y sosiega tu corazón y no sospeches que hay otra cosa de lo que te decimos; y en lo que toca a ofrescerme tus tesoros, te beso las manos por la liberalidad y voluntad con que lo haces, y así tendrás tú entendido que importa más a tu servicio nuestras personas que la hacienda.»

     Con esto acabó Cortés. Motezuma, que muy atento había estado, especialmente a lo que a su religión tocaba, muy alegre, perdido todo mal recelo, tomó a Cortés las manos, abrazóle y de nuevo le tornó a ofrescer su persona y casa; y como era cuerdo y de buen juicio, para no errar en el tratamiento, que había de hacer a los compañeros de Cortés, le preguntó si aquellos de las barbas eran todos vasallos o esclavos suyos, para tratar a cada uno como convenía. Él le dixo que todos, o los más, eran sus hermanos, amigos y compañeros, aunque entre ellos había algunos más principales que otros, y que los demás, como después sabría, eran mozos de servicio.

     Con esto se despidió Motezuma y se fue a su palacio, donde particularmente se informó de las lenguas cuáles eran o no caballeros, y así, según que le informaron, invió a cada uno un don, y ninguno tan pequeño que no fuese de Rey muy poderoso; y aunque en la cantidad y estima de los dones hacía diferencia, también la guardaba en la forma de inviarlos, porque si era principal, se lo llevaba un mayordomo de su casa, y si marinero o lacayo, lo inviaba con un contino. Y porque primero que prosiga lo que adelante subcedió, es bien que no se pase en silencio la casa. y administración de Motezuma, diré algunas cosas extrañas para otros Príncipes.



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Capítulo III

De la estatura y proporción y Motezuma y de su condisción.

     Razón es que, pues tengo de decir en los capítulos que se siguieren la grandeza de la casa y majestad de servicios que Motezuma tenía, hable primero algo de su persona, pues era tan gran Príncipe y lo sabía tan bien ser, que hay pocos en la gentilidad que con él se puedan igual. Era, pues, Motezuma hombre de mediana disposición, acompañada con cierta gravedad y majestad real, que parescía bien quién era aun a los que no le conoscían. Era delgado de pocas carnes, la color baza, como de loro, de la manera que todos los de su nación; traía el cabello largo, muy negro y reluciente, casi hasta los hombros; tenía la barba muy rara, con pocos pelos negros y casi tan largos como un xeme; los ojos negros, el mirar grave, que mirándole convidaba a amarle y reverenciarle. Era hombre de buenas fuerzas, suelto y ligero; tiraba bien el arco, nadaba y hacía bien todos los exercicios de guerra; era bien acosdiscionado, aunque muy justiciero, y esto hacía por ser amado y temido, ca así de lo que sus pasados le habían dicho, como de la experiencia que él tenía, sabía que eran de tal condisción sus vasallos que no podían ser bien gobernados y mantenidos en justicia sino con rigor y gravedad; y así cuando entendió que Fernando Cortés quedaba con el imperio y señorío sobre los indios, le dixo: «Pues así lo han querido los dioses que vengas a mandarme y a todos mis vasallos, sabe que si no te temen mucho, que no harás cosa buena.»

     Era bien hablado y gracioso cuando se ofrecía tiempo para ello; pero, junto con esto, muy cuerdo; era muy dado a mujeres y tomaba cosas con que se hacer más potente; tratábalas bien; regocijábase con ellas bien en secreto; era dado a fiestas y placeres, aunque por su gravedad lo usaba pocas veces. En la religión y adoración de sus vanos dioses era muy cuidadoso y devoto; en los sacrificios, muy solícito; mandaba que con gran rigor se guardasen las leyes y estatutos tocantes a la religión; ninguna cosa menos perdonaba que la ofensa, por liviana que fuese, que,se hacía contra el culto divino. En el castigar los hurtos y adulterios, a que especialmente veía ser los suyos inclinados, era tan severo que no bastaba privanza ni suplicación para que dexase de executar la ley. Tenía con los suyos, por grandes señores que fuesen, tanta majestad que no los dexaba sentar delante dél, ni traer zapatos, ni mirarle a la cara, sino era con cuál y cuál, y éste había de ser gran señor y de sangre real. Con los españoles era más afable; holgábase con todos, especialmente con los caballeros y hombres de suerte, y porque los tenía en mucho, no los consentía estar en pie, aunque Cortés les habían mandado lo tratasen como a Rey; trocaba con ellos sus vestidos si le parescían bien los de España; mudaba cuatro vestidos al día y ninguno tornaba a vestir segunda vez. Estas ropas se guardaban para dar en albricias, para hacer presentes, para dar a criados, mensajeros y soldados que peleaban y prendían algún enemigo, que era gran merced y favor y aun como previlegio y señal de caballería. Destas eran aquellas tantas y tan ricas mantas, que por tantas veces invió a Fernando Cortés.

     Motezuma quiere decir lo mismo que «señudo y grave». Era costumbre entre ellos que a los nombres propios de señores, de Reyes y mujeres ilustres añadían esta sílaba cin, que es por cortesía a dignidad, que es como entre nosotros al principio del nombre se pone el Don, como Don Carlos. Los turcos le ponen al cabo, como Sultán, Solimán, y los moros Muley; y así los indios decían Motezumacín.

     Andaba éste siempre muy polido, y a su modo ricamente vestido; era limpio a maravilla, porque cada día se bañaba dos veces; salía pocas veces de la cámara, si no era a comer; no se dexaba visitar de muchos; los más negocios se trataban con los de su consejo, y ellos o alguno dellos venía a cierto tiempo a comunicarlos con él, y esto por dos o tres intérpretes, por quien él respondía, aunque toda era una lengua. Iba por su casa a los sacrificios quese hacían en el templo mayor de Uchilobos , donde, apartado de todos los grandes de su reino, mostraba gran devoción; salía, la cabeza baxa, pensativo, sin hablar con nadie, y debía ser porque muchas veces se le aparescía el demonio, el cual, como siempre aparescía en figura fea y espantosa, siempre le dexaba turbado y atemorizado; llamaba luego a los sacerdotes y al papa, que era el principal entre ellos; pedíales parescer y consejo; no hacía cosa que no la comunicase primero con ellos, porque decía que sin el favor de los dioses no se podía acertar en cosa, palabras cierto de gran religión y humildad si no estuviera tan engañado.



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Capítulo IV

De la manera de servicio que Motezuma tenía en su comer.

     El tratamiento y manera de servicio que en su comer tenía Motezuma era bien diferente del uso y costumbre de los otros Príncipes del mundo, ca aunque comía solo, como las más veces lo hacen los Reyes, era tan grande la abundancia de la vianda que se le traía, tan varia y de tantas maneras adereszada, que podían comer della todos los principales de su casa. La mesa era una almohada o un par de cueros de color; la silla un banquillo baxo, de cuatro pies, hecho de una pieza, cavado el asiento, labra-do y pintado cuan ricamente ser podía. Los manteles, pañizuelos y tovallas, eran de muy delgado algodón, más blancos que la nieve, y puestos una vez, nunca se ponían otra. Gozaban dellos los camareros y oficiales de la mesa. Traían la comida cuatrocientos pajes, caballeros, hijos de señores; poníanla todo junta en una sala; salía Motezuma, miraba las viandas, e con una virita o con la mano, señalando las que mejor le parescía, luego el maestresala ponía debaxo dellas braseros con ascuas para que no se enfriasen ni perdiesen el sabor. Guardaba tan bien esta costumbre, que muy pocas veces comía de otras viandas si no fuese algún guisado que oliese mucho y se lo alabasen los mayordomos.

     Antes que se sentase a comer venían veinte mujeres suyas de las más hermosas; otros dicen que eran de las más queridas, y otros, que eran de las semaneras, que subcedían por su orden, porque siempre salían veinte. Servíanle las fuentes con mucha gracia y gran reverencia y humildad. Sentado a la mesa, el maestresala cerraba una baranda de madera, que dividía la sala, para que la caballería que acudía a verle comer no embarazase la mesa, y él solo ponía e quitaba los platos, que los pajes no, llegaban a la mesa ni hablaban palabra. Estaba sin zapatos, hincadas las rodillas, y desta manera, sin levantarse ni alzar los ojos, servía a la mesa. Había tan gran silencio mientras comía que ninguno hablaba, si no era truhán o alguno que le preguntase algo. No entraba hombre, so pena de muerte, en la sala, que no entrase descalzo.

     En el beber no tenía tan cerimonia ni majestad, porque el mismo maestresala que quitaba y ponía los servicios servía la copa, la cual era una xícara de diversas hechuras y diversas materias, porque unas veces era de plata, otras de oro, otras de calabaza y otras de conchas de pescado, de caracoles y otras hechuras extrañas.

     Asistían a la contina a la comida al lado de Motezuma, aunque algo desviados, seis señores ancianos, a los cuales daba algunos platos del manjar que le sabía bien. Ellos lo tomaban y comían luego allí con tanta reverencia y humildad como si fueran inviados del cielo.

     Servíase siempre con mucha música de flautas, zampoña, caracol, hueso, atabales y otros instrumentos a nuestros oídos poco deleitables; no alcanzaban otros mejores. No tenían música de canto, porque ni tienen buenas voces ni sabían el arte, hasta que de los nuestros lo aprendieron, aunque en sus mitotes cantaban como al principio desta historia dixe.

Había siempre a la comida enanos, jibados, contrechos y otros desta suerte, todos por grandeza y para mover a risa; éstos comían de los relieves de la mesa al cabo de la sala con los truhanes y chocarreros; lo demás que sobraba comían tres mill indios de guarda ordinaria, que estahan en los patios y plaza, y por esto se traían siempre tres mill platos de manjar y tres mill vasos con vino que ellos usan. Jamás se cerraba la botillería ni despensa, así por lo que en ella cada día entraba, como por lo que se sacaba, cierto, cosa de gran grandeza. No dexaban de guisar ni de tener cada día en la cocina de cuanto en la plaza se vendía, que era, según después diremos, sin los demás que traían cazadores, renteros y tribuctarios.

     Los platos, escudillas, tazas, jarros, ollas y el demás servicio era todo de barro muy bueno cuanto lo podía haber en España. No servía al Rey más de una comida, como lo demás. Tenía también muy gran vaxilla de oro y plata, de diversasfiguras de animales y fructas; no se servía della en el comer; la causa era por no servirse con ella dos veces, que parescía baxeza; llevábanla, empero, cuando era menester, o toda o parte, a los sacrificios y fiestas de los dioses. Comía Motezuma carne humana pocas veces, y había de ser de la sacrificada y adereszada por extremo, y lo que dicen de los niños es burla.

     Levantados los manteles, llegaban las mujeres, que por toda la comida habían estado en pie como los hombres, a darle otra vez agua a manos, con el acatamiento que primero; y hecho esto, se iban a su aposento a comer con las damas, y así hacían todos los demás, si no eran los caballeros y pajes a quien tocaba la guarda.



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Capítulo V

Cómo negociaban con Motezuma después de comer, y los pasatiempos que tenía.

     Levantada la mesa y después de ida toda la gente, aunque nunca quedaba tan solo que los pajes que llaman de cámara no quedasen con él, aliende de la gente a quien cabía la guardia, o mandaba que se quedase algún señor de los seis que asistían a su comer, para parlar un poco con él o, si el tiempo lo pedía, reposaba un poco, arrimado a la pared, sentado en el banquillo, en que había comido. Luego, poco después desto, hacía audiencia con mucha afabilidad y gravedad, mandando para ella llamar los secretarios, por quien respondía y decretaba lo que se había de hacer. Entraban los que habían de negociar, dexaban los zapatos a la puerta de palacio, o los ponían en el cinto, debaxo de la manta. A este tiempo los muy grandes señores, o los de la sangre real, muy parientes y hacendados, y los otros señores y ricos hombres, no solamente entraban descalzos, pero sobre las mantas ricas llevaban otras groseras y de poco prescio, porque no era razón parescer, según ellos decían, los esclavos delante del señor tan compuestos que pudiesen vestir en su presencia ropas tan buenascomo él, si no eran Príncipes o los de su linaje, cerimonia cierto de gran respecto y veneración y tal que pocas veces se ha oído. Los unos y los otros eran iguales cuando entraban por la sala en la reverencia y acatamiento, porque primero que llegasen,a decir lo que querían, hacían tres reverencias y muchos cuatro; no le miraban al rostro; hablaban inclinada la cabeza y tan baxo que, si no era él y los secretarios, nadie podía entender lo que decían, porque se tenía por tosquería y descomedimiento hablar alto delante de tan gran señor. Él oía con mucha atención, como Príncipe que deseaba hacer a todos justicia, y si de turbado no acertaba a decir lo que quería, como, acontesce a muchos que negocian con los Príncipes, mandaba que se reportase y dixese el negocio a uno de los secretarios. En el entretanto negociaba otro, y acabando aquél, el secretario decía lo que quería el otro y proveía luego sobre ello. Respondía a todos con buen semblante y muy despacio y con muy pocas palabras, porque es de Reyes hablar poco y muy pesado. Esto hacía no todas veces, ni con todos, porque con los más respondía por los secretarios y guardábase lo que mandaba, aunque paresciese o fuese injusto, que ninguno otro lo podía reponer sino él, y esto era cuado el que negociaba volvía otra vez y no osaba decir que había sido injusto lo proveído, sino que se había ofrescido, como parescía, no convenir aquello. Después que cada uno había negociado, se tornaba a salir sin volverle las espaldas, haciéndole con todo el cuerpo un muy grande acatamiento.

     Acabada desta manera el audiencia, entraban señores y otros muchos cortesanos,a hacerle palacio; tomaba solaz e pasatiempo, oyendo algunos romances que contenían las hazañas y grandezas de sus antepasados, cantados a unos instrumentos redondos que suenan mucho. Holgábase mucho de oír hablar a truhanes y chocarreros, porque decía ser la cosa con que más se recreaba el espíritu, cansado de los negocios pasados y graves, cuales son los del gobierno de la República, y aun decía (palabra cierto digna de tal varón) que los chocarreros y truhanes eran graciosos reprehensores, porque debaxo de burlas y de ser tenidos por locos, decían las verdades, que muchas veces los sabios no osan declarar. Hacía a éstos Motezuma muchas mercedes, porque particularmente les era aficionado.

     Otras veces se deleitaba de ver unos jugadores de pies, como los hay en España de manos, los cuales, echados de espaldas en el suelo, con los pies revuelven un palo rollizo, tan largo como tres varas, en tantas maneras arrojándole y recogiéndole tan bien y tan presto que apenas se vee cómo; hacen, finalmente, con los pies cosas que con las manos los muy diestros no las podrían hacer con este mismo palo. Había otros, como también los hay hoy, que como pájaros, enhestándole en el suelo, saltaban con ambos pies encima, y otro, tomando por lo baxo el palo, levantando al que estaba encima andaban haciendo mill monerías. Había también tan ligeros trepadores que sobre el palo, puesto sobre los hombros de dos hombres, hacían tan extrañas y maravillosas cosas, que, aunque se veen, parescen no poderse creer, sin que haya en ello alguna ilusión del demonio, que no había sino el grande exercicio y uso, que es gran maestro. Deleitábale también mucho otra manera de juego, que es a manera de matachines, ca se subían tres hombres unos sobre otros de pies, levantados sobre los hombros, y el postrero hacía maravillas como si estuviera de pies en el suelo, andando y bailando el que estaba, debaxo y haciendo otros movimientos el que estaba en medio. Algunas veces miraba el juego del patoli, que paresce en algo al juego de las tablas reales; juégase con habas o frisoles, hechos puntos en ellos, a manera de dados, de harinillas. Llámase, el juego patoli, porque estos dados se lla man así; échanlos con ambas manos sobre una estera delgada que ellos llaman petate, hechas ciertas rayas a manera de aspa, y atravesando otras, señalando el punto que cayó arriba, quitando o poniendo chinas de diferente color, como en el juego de las tablas. Es este juego entre ellos tan cobdicioso y de tanto gusto, que no solamente pierden muchos dellos a él toda su hacienda, pero su libertad, porque juegan sus personas cuando no tienen otra cosa.



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Capítulo VI

Del juego de la pelota que entre los indios se usaba.

     Deleitábase Motezuma otras veces en ir ver el juego de la pelota, que ahora les es prohibido a los indios, por el mucho riesgo que en él se corre. Llamábase aquel lugar donde el juego se hacía tlachtli, que es como en España trinquete. A la pelota llaman ulamallistli. Esta se hacía de la goma de ulli, que es un árbol que nasce en tierras calientes, que punzado destila unas gotas gordas y muy blancas y que muy presto se cuajan, las cuales juntas, mescladas y amasadas y tratadas después, se paran tan negras como la pez y no tisnan; de aquello, redondeando, hacían pelotas, que, aunque pesadas y duras para la mano, botan y saltan tan livianamente como pelotas de viento y mejor, porque no tienen nescesidad de soplarlas.

     No jugaban a chazar, sino al vencer, como el balón o a la chueca, que es dar con la pelota en la pared que los contrarios tienen por puesto, o pasarla por encima; pueden darle con cualquiera parte,del cuerpo que mejor les viene,pero había postura que perdiese el que la tocaba sino con la nalga o cuadril, que era entre ellos gran gentileza, y a esta causa, para que más la pelota resurtiese, se ponían un cuero bien tieso sobre las nalgas; podíanle dar siempre que hacía bote y hacía mucho uno en pos de otro, tanto que parescía cosa viva. Jugaban en partida, tantos a tantos y a tantas rayas una carga de mantas, o más o menos, conforme a la posibilidad de los jugadores. También jugaban cosas de oro y pluma, y aun veces había que a sí mismos, como dixe en el juego del patoli. Érales permitido como el venderse, cosa bien cruel y bárbara, pues para otras cosas tenían poca libertad.

     Era aquel lugar do se jugaba una sala baxa, larga, estrecha y alta, pero más ancha de arriba que de abaxo y más alta a los lados que a las fronteras; haciánlo así de industria para jugar mejor; teníanla siempre muy encalada y lisa, así por el suelo como por las paredes, para que la pelota anduviese más ligera y hiciese más botes; ponían en las paredes de los lados unas piedras como molino, con un agujero enmedio que pasaba a la otra parte, por do apenas cabía la pelota, que era bien raro y dificultoso, porque aun meterla con la mano había bien que hacer. El que la metía por allí ganaba el juego, y como, por victoria rara y que pocos alcanzaban, eran suyas las capas de cuantos miraban el juego, por costumbre antigua y ley de jugadores, pero era obligado a hacer ciertos sacrificios al ídolo del trinquete y piedra por cuyo agujero metió la pelota.

     Visto este modo de meter la pelota, que a los miradores parescía milagroso, aunque podía ser acaso, decían y afirmaban que aquel tan debía ser ladrón oadúltero, o que moriría presto, pues tanta ventura había tenido, y duraba la memoria desta victoria Por muchos días entre ellos hasta que subcedía otra que hacía olvidar la pasada.

     Cada trinquete era templo, porque ponían dos imágines, del dios del juego y del de la pelota, encima de las dos paredes más baxas, a la media noche de un día de buen signo, con ciertas cerimonias y hechicerías, y enmedio del suelo hacían otras tales, cantando romances y canciones que para ello tenían; luego venían un sacerdote del templo mayor con ciertos religiosos a lo bendecir; decía ciertas palabras, echaba cuatro veces la pelota por el juego y con tanto quedaba consagrado y podían con mucha autoridad y atención, porque decían que iba en ello el descanso y alivio de los corazones. El dueño del trinquete, que era siempre señor, no jugaba pelota sin hacer primero ciertas cerimonias y ofrendas al ídolo del juego, de donde se verá cuán superticiosos eran, pues aun hasta en las cosas de pasatiempo tenían tanta cuenta con sus ídolos, queriendo que en las burlas también fuesen burladores. A este juego llevaba Motezuma los españoles y mostraba holgarse mucho verlos jugar, y también, no sé si por darles contento, se holgaba de ver jugar a los nuestros a los naipes y dados.



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Capítulo VII

De las danzas y bailes que en México se hacían.

     No hay reino y señorío en el mundo, según paresce de lo escripto, donde los hombres no se deleiten con algún genero de música, danza o baile; y así, aunque los indios de la Nueva España son más flemáticos y melancólicos que todos los otros hombres que se sabe del mundo, todavía tenían y tienen su diversidad y variedad de música instrumental, a nuestros oídos, según tengo dicho, no muy apacible, aunque al presente con las demás cosas que de los nuestros han aprendido, saben muy bien tocar flauta, cheremía, sacabuche, trompeta, hornos y otros instrumentos nuestros a punto de canto de órgano. Motezuma, pues, como era tan gran señor y todos los suyos le tenían más veneración que a hombre, y por esto procuraban de darle todo contento, viendo que especialmente se deleitaba con la música, que es más general en los Reyes, venían las más veces a regocijarle a palacio en un gran patio que ante las salas estaba, y muchas veces,según él se holgaba con este servicio y solaz, mandaba que viniesen a ello.

     La danza y manera de bailar de los indios es muy diferente, como en lo demás, de las otras que usan las otras nasciones. Er adesta manera: que después de comer comenzaban un baile que llaman netotiliztle, danza de mucho regocijo y placer. Mucho antes de la comida tendían una gran estera, y encima della ponían dos atabales, uno chico, que llaman teponaztle, que es todo de una pieza de palo muy bien labrado, hueco y sin cuero mi pergamino por fuera, con cierta mosca o hendedura por lo alto, como dixe en el Comentario de la jura del Rey Don Felipe . Tócase con palillos, como nuestros atabales, aunque los extremos no son de palo, sino de lana o de otra cosa fofa; el otro es grande, alto más que hasta la cinta, redondo, hueco, entallado por de fuera y pintado; sobre la boca tiene un ancho parche de cuero de venado, curtido y bien estirado, que apretado sube, y floxo abaxa el tono; táñese con las manos, aunque con trabajo. Concertados estos dos instrumentos con las voces de los que cantan, suenan mucho, aunque a nuestros oídos tristemente. Cantaban al son destos instrumentos romances que contenían las victorias y hazañas de los reyes pasados, y después, escondiéndose más, cantaban cantares alegres, graciosos y regocijados, todo, en copla por sus consonantes aunque no tan artificiosas como las nuestras.

     Ya que era [hora] de comer, como apercibiendo a los que habían de bailar, después de la comida silbaban ocho o diez hombres muy recio, tocando los atabales muy recio; venían luego los bailadores que, para hacer sarao al gran señor, habían de ser todos señores, caballeros y personajes principales, vestidos cuanto cada uno podía riquísimamente, cubiertos con mantas ricas, blancas, coloradas, verdes, amarillas y otras texidas de diversos colores, traían en las manos ramilletes de rosas o ventalles de pluma, o pluma y oro; muchos venían por manera de gala y bravosidad, metidas las cabezas por cabezas de águilas, tigres y caimanes y otros fieros animales; llevaban o sobre el brazo derecho o sobre los hombros alguna devisa de oro, plata o ricas plumas. Juntábanse a este baile no mill hombres, como dice Gómara, pero más de ocho mill que éstos casi se juntaron en la jura del Rey Don Felipe. Iban por sus hileras, según la cantidad de la gente, o de cuatro en cuatro, o de seis en seis, o de ocho en otro, o más. Los señores y que eran más principales andaban junto a los atabales y tanto más cerca cada uno cuanto mayor señor. Bailaban en corro, unas veces trabados de las manos y otras sueltos, unos en pos de otros, moviendo a un tiempo el pie o la mano. Guían dos que son sueltos y grandes danzantes; todos los demás hacen y dicen lo que aquéllos, sin faltar compás, cantan aquéllos, responde todo el corro; los postreros, cuando los danzantes son muchos, hacen un compás más para igualar con los primeros, y todos acuden a un tiempo. Tardan mucho, en esta danza, porque suelen danzar cuatro o cinco horas sin cansarse. Unas veces, si cantan romances, cantan despacio y con gravedad; y si otros cantares, más apriesa y con más regocijo, avivando la danza, la cual, como dura tanto, salen algunos a beber o a descansar sin hacer falta al compás, tornando a volver cuando les paresce.

     Algunas veces andan sobresalientes ciertos truhanes, diciendo gracias y contrahaciendo a otras nasciones en el traje y lengua, haciendo del borracho, loco o vieja, moviendo desta manera a risa a los circunstantes. Es más de ver este baile que la zambra de Granada; y si mujeres le hacen, es más gracioso y vistoso. Hácenle muy pocas veces, y esto en secreto, por su honestidad.

     Dicen que las mujeres que Motezuma tenía, que eran las más hermosas y las más nobles de todos sus reinos, por hacerle fiesta, danzaban desta manera o en los jardines o en la sala, sin que otro lo viese, sino eran algunos muy privados.



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Capítulo VIII

De las mujeres y casa que para su recreación tenía Motezuma.

     Era tan gran Príncipe y señor en todo Motezuma, que ninguna cosa tenía, o para su servicio o para su contentamiento, que no fuese real y digna de tan gran señor, y así por recreación y grandeza, como para entrar en ellas, tenía muchas casas; discurrir por las cuales sería muy largo; por tanto, no diré más de la morada donde a la contina residía, la cual en su lengua se llama tepac, que quiere decir lo que «palacio y casa real», la cual tenía veinte puertas, que todas por su orden salían a la plaza y calles públicas; tres patios muy grandes e que en el uno había una muy hermosa fuente de mucha agua, la cual por sus caños debaxo de tierra iba a otras partes de la casa. Había muchas salas, cient aposentos de a veinte y cinco y treinta pies de largo y hueco; cient baños. El edificio todo de la casa que tocaba el enmaderamiento era sin clavazón, muy fixo y fuerte, que no poco espantó a los nuestros; las paredes, de canto, mármol, jaspe, pórfido, piedra negra con unas vetas coloradas como sangre, piedra blanca y otra que se trasluce; los techos, de madera bien labrada y entallada de cedros, palmas, cipreses, pinos y otros árboles, hechas en ellos algunas figuras de animales, como si tuvieran los instrumentos que nuestros entalladores; las cámaras, pintadas y esteradas, muchas dellas paramentadas de ricas telas de algodón, de pelo de conejo y de pluma. Las camas no respondían a la soberbia de la casa y adereszo della, porque eran pobres y malas; eran de mantas sobre esteras o sobre heno, o esteras solas, las más delgadas puestas sobre las más gruesas, porque en aquel tiempo poco regalo y policía tenían los indios. Ahora algunos dellos que son ricos, con el andar a caballo, aún han usado algunas camillas de madera con un colchón y una manta, que tienen por mucho regalo.

     Dormían pocos hombres en esta casa real. Había mill mujeres, aunque otros dicen que tres mill, y esto se tiene por más cierto, entre señoras, criadas y esclavas. Las señoras, hijas de señores, que eran muchas y muy bien tratadas, tomaba para sí Motezuma, en especial las que bien le parescían, y las otras daba por mujeres a sus criados y a otros caballeros y señores, y así dicen que hubo vez que tuvo ciento e cincuenta preñadas a un tiempo, las cuales, a persuasión del diablo, movían tomando cosas para lanzar las criapturas, y esto, para estar desembarazadas, para dar solaz a Motezuma, o porque sabían que sus hijos no habían de heredar.

     Tenían estas mujeres muchas viejas por guarda, que jamás se apartaban dellas, no dexando que aun las mirasen los hombres, porque así Motezuma como los Reyes sus antepasados, procuraron en su casa toda honestidad y castigaban rigurosamente cualquier desacato y desvergüenza que en ella subcediese, y así muy raras veces acontescía esto. Tenían estas señoras muy gran servicio de mujeres; andaban a su modo ricamente adereszadas; bañábanse muchas veces, porque era Motezuma muy amigo de limpieza.

     El escudo de armas que estaba a la puerta de palacio y que traían las banderas de Motezuma y de sus antepasados, era un águila abatida a un tigre, las manos y uñas, puestas como para hacer presa. Algunos dicen que es grifo yno águila, afirmando que en las sierras de Teguacán hay grifos y que desploblaron el valle de Avacatlán, porque comían a los moradores dél. En confirmación desto dicen que aquellas sierras se llaman Cuitlachtepetl, de cuitlachtli, que es grifo como león. No hay desto mucha certinidad, más de lo que ellos decían, porque hasta ahora nunca los españoles los han visto, que han andado toda la tierra, aunque los indios los mostraban pintados en sus antiguas figuras; tienen vello y no pluma, y dicen que eran tan recios y fuertes que con las uñas y dientes quebraban los huesos de los hombres y de los venados, por grandes que fuesen; tiran mucho a león y parescen águila; pintábanlos con cuatro pies, con dientes y con vello, que más aína es lana que pluma, con pico, con uñas y alas con que vuela. En todas estas cosas responde la pintura a nuestra escriptura y pinturas, de manera que ni bien es ave ni bien bestia. Plinio y otros naturales tienen por burla lo que se dice de los grifos, aunque hay muchos cuentos y fábulas dellos. De no haberlos visto los nuestros infieren y tienen por cierto que, desde el principio de la idolatría de los indios desta Nueva España el demonio se volvía en aquella figura como en otras tan bravas y tan espantosas como aquélla. También había otros señores que traían por armas este grifo, volando con un ciervo en las uñas; otros le traían sobre otros fieros animales: tanto le temían por fuerte y espantoso.



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Capítulo IX

De la casa que para las aves y pluma tenía Motezuma.

     Tenía Motezuma cerca de palacio una muy hermosa casa de muchos y buenos aposentos, con grandes corredores, en cuadra, levantados sobre ricos pilares de jaspe, todos de una pieza. Había otros corredores más vistosos y ricos que éstos, que caían a una muy grande huerta en la cual había diez estanques o más; unos de agua salada para las aves de mar, otros de dulce para las de río y laguna, los cuales vaciaban y henchían muchas veces para la limpieza de la pluma.

     Andaban en aquestos estanques tantas aves que no cabían dentro ni fuera; eran de tan diversas maneras, plumas y hechura, que pusieron en admiración a los nuestros la primera vez que las vieron, los cuales, con ser de diferentes tierras de España, donde hay, como de otras cosas, gran diversidad de aves, extrañaron tanto éstas, que muy pocas dixeron que parescían a las nuestras. Las demás, que eran de muchos géneros y especies, no conoscieron, porque jamás hasta entonces ni las habían visto ni oído decir.

     Era tanta la solicitud con que Motezuma mandaba curar estas aves por la pluma, que a cada suerte dellas se le daba el pasto y cebo con que se mantenían en el campo; si con hierba, dábanles hierba; si con pesca do, pescado; si con otras aves, dábanles aves; con grano, frisoles, maíz y otras semillas; de pescado, para las aves de pescado, era lo ordinario diez arrobas que pescaban y tomaban en las lagunas de México. A algunas aves daban moscas y otras sabandijas, que era su comida. Había para el servicio destas aves trecientas personas y más; unos limpiaban los estanques, otros pescaban, otros les daban de comer, otros las espulgaban, otros guardaban los huevos, otros las echaban cuando estaban cluecas; otros las curaban, enfermando; otros, en tiempos de calor, les quitaban la pluma más delgada, para que se hacía tanta costa y diligencia; hacían dellas ricas mantas, tapices y rodelas, plumajes, moscadores y otras muchas cosas con oro y plata entretexida, obra cieto bien vistosa y muy extraña para los nuestros.



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Capítulo X

De las aves que para caza tenía Motezuma y de otras cosas maravillosas que para ella tenía.

     Había otra casa cerca désta, también muy cumplida y de muy hermosos cuartos. Llamábase también la casa de las aves, no porque en ella hubiese más que en la otra, sino porque eran mayores, más nobles y de otro género, porque eran de rapiña, para cazar con ellas. Curábanlas hombres sabios en aquel menester con tanto cuidado que más no podía ser.

     Iba algunas veces más a esta casa Motezuma que a las otras, por ser cosa más real haber estas aves. Deteníase, preguntando a los cazadores y a los que tenían cargo dellas muchas cosas, muchos secretos, que holgaba de saber del arte de la cetrería, y cierto tenía razón, porque hay hoy las más y mejores aves que en todas las otras partes del mundo. Tenía esta casa muchas salas altas, en que estaban hombres, mujeres y niños albinos, todos blancos ojos y cabellos desde su nascimiento, como en España; y lo que más es de maravillar, es que en la Nueva Galicia, en un pueblo que se dice Apozol, nasció un niño, hijo de negro y negra, blanco en todo más que la nieve, con sus pasas en la cabeza y las demás faiciones muy de negro; no vía de puro blanco. Fueron sus padres esclavos de Francisco Delgadillo, señor del mismo pueblo, ydecían que en Guinea había así otros niños blancos y que los hijos nascían negros como sus abuelos. Era milagro nascer así, por acaecer raramente, ca toda la demás gente tiene color de membrillo cocido.

     Había en otra sala enanos, corcovados, quebrados, contrechos y monstruos, que los tenía en mucha cantidad para su pasatiempo, y aún dicen que para este fin los quebraban y enjibaban desde niños cuando estaban más tiernos, diciendo que en la casa de tan gran Rey, para grandeza suya, había de haber cosas que no se hallasen en las casas de otros Príncipes. Cada manera destos enanos y monstruos estaba por sí en su sala y cuarto, con personas que curaban dellos. Había en las salas baxas muchas jaulas de vigas muy recias; en unas estaban leones, en otras tigres, en otras osos, en otras onzas, en otras lobos y, finalmente, no había fiera, ni animal de cuatro pies que allí no estuviese, a solo efecto de decir que era tan poderoso el gran señor Motezuma, que, aun hasta las fieras y fieros animales tenía rendidos y encarcelados en su casa. Dábanles de comer por sus raciones gallipavos, venados, perros y cosas de caza. Había asimismo, cosa cierto bien nueva, en otras piezas grandes tinajas, barreños y semejantes vasijas con agua o con tierra. Sustentaban y mantenían en ellas culebras más gruesas que el muslo, víboras que son por extremo grandes, cocodrillos que llaman caimanes o lagartos de agua, lagartos destotros, lagartijas, serpientes de tierra y agua, tan bravas y ponzoñosas que con sola la vista espantaban a los que no tenían mucha costumbre de verlas y tratarlas. Dábanles de comer por manera extraña, porque algunas había de su natural condisción tan fieras y crueles, que no bastaba criarlas desde muy pequeñas para amansarlas.

     Las aves de rapiña que dixe, estaban en otro cuarto, ypor el patio en jaulas de palos rollizos, en alcándaras de toda suerte y ralea dellas, como alcotanes, gavilanes, milanos, buitres, azores, halcones, nueve o diez maneras dellos; muchos géneros de águila, entre las cuales había cincuenta mayores harto que las más caudales, y que de un pasto comía cada una dellas un gallo de papada, ave muy grande. Estaban estas águilas por sí apartadas unas de otras: tenían de ración para cada día todas estas aves quinientos gallos de papada; curaban dellas trecientos hombres de servicio, sin los cazadores, que eran infinitos. Había águila entre éstas tan crescida y de tan disformes garras y pico que ponía miedo mirarla, y hasta estos días ha habido una en el Tatelulco de México, dicen que desde estonces, de tan disforme grandeza, que no solamente los nuestros, pero los indios la iban a ver por cosa maravillosa. Comíase un carnero de una comida.

     Muchas otras aves estaban en aquel cuarto, que los nuestros no conoscieron, pero los indios decían ser todas muy buenas para caza, y así lo mostraban ellas en el talle, uñas y presa que tenían. Daban a las culebras la sangre de las personas muertas en sacrificio, la cual chupaban y lamían, y aún, como algunos dicen, les echaban de la carne, la cual también comían los lagartos de tierra y agua, y así se criaban de espantosa grandeza. Los españoles no vieron esto, pero vieron el suelo cuajado de tanta sangre, que metiendo por él un palo, temblaba; hedía tan terriblemente aquel lugar que no había quien lo sufriese. Era mucho de ver el bullicio de los hombres que entraban y salían en esta casa y que andaban curando de las aves, animales y sierpes.

     Los nuestros se holgaban mucho de ver tanta diversidad de aves, tanta braveza de bestias fieras y el enconamiento de las espantosas serpientes, aunque no podían oír de buena gana los espantosos silbos dellas, los temerosos bramidos de los leones, los aullidos tristes de los lobos ni los fieros gañidos de las onzas y tigres, ni los gemidos de los otros animales, que daban tiniendo hambre o acordándose que estaban encerrados y no libres para executar su saña. Todos los nuestros que de noche oían este tan vario y diverso ruido, al principio se atemorizaron mucho, hasta que la costumbre les quitó el miedo. Afirmaban que era tan espantoso el ruido, que así gritando [se] hacía que parescía ser treslado del infierno y morada del diablo aquella casa; y así lo era, porque en una sala de ciento e cincuenta pies larga e ancha cincuenta había una capilla chapada de oro y plata, de gruesas planchas, con gran cantidad de perlas, piedras, ágatas, cornerinas, esmeraldas, rubíes, topacios y otras así ,adonde Motezuma entraba en oración muchas noches y el diablo venía a le hablar y se le aparescía y aconsejaba, según la petición y ruegos que oía.

     Los conquistadores primeros, de quien yo largamente me informé, dicen que no vieron esta capilla, porque Motezuma iba siempre al templo a hacer oración; podía ser, como dicen los indios, que la encubriese Motezuma de los nuestros y no quisiese mostrar aquella riqueza, porque no, se acudiciasen a ella; y así dicen que cuando México se tomó, ellos mismos la destruyeron y echaron otras muchas riquezas en la laguna.

     Tenía también Motezuma casa para solamente graneros y donde poner la pluma y mantas de la renta y tribuctos, que era cosa muy de ver: sobre las puertas había por armas un conejo. En esta casa vivían los mayordomos, tesoreros, contadores, receptores y todos los que tenían cargos y oficios en la real hacienda, y no había casa destas del Rey donde no hubiese capillas y oratorios del demonio que adorahan, por amor de lo que allí estaba, y por tanto, todas eran grandes y de mucha gente, de adonde paresce cuán superticioso y por cuántas maneras el demonio quería ser adorado y venerado.



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Capítulo XI

De la casa que para guardar las armas tenía Motezuma.

     Presciábase tanto Motezuma de ser en toda manera de grandeza señalada entre todos los otros Príncipes deste Nuevo Mundo, que ninguna cosa dexó que de Rey fuese que no la tuviese más aventajada que todos los otros, y así como con las armas y multitud de los suyos había subjectado y vencido muchos reinos y provincias, tenía, no una, sino muchas casas diputadas para la guarda y limpieza de las armas. El blasón que sobre las puertas estaba puesto era un arco y dos aljabas, porque este era el género de armas que ellos más usaban.

     Las armas que en estas casa había eran muchas, porque eran muy muchos los que las usaban. Las armas, pues, eran arcos, flechas, hondas, lanzas, lanzones, dardos, porras, espadas, que ellos llaman macanas, broqueles y rodelas, más galanas que fuertes, cascos, grebas y brazaletes, no de hierro, sino de palo dorado o cubierto de cuero y no en tanta abundancia como las otras armas. El palo de que hacían estas armas era muy recio; tostábanlo, y a las puntas hincaban pedernal o hueso del pece líbica, que es enconado, y a esta causa es peor su herida, o de otros huesos que como se quedan en la herida la hacen casi incurable y enconan. Las espadas son de palo con agudos pedernales enxeridos por los filos, bien encorados y engrudados con cierto engrudo de una raíz que llaman zacotle y de teuxale, que es una arena recia, como de vena de diamante, que mezclan,y amasan con sangre de murciélagos y otras aves, el cual pega, traba y dura por extremo, tanto que dando grandes golpes no se deshace. Cortaban en lo blando cuanto topaban, pero en lo duro resurtían, como eran los filos muy delgados y de pedernal, del cual también con aquel betumen hacían punzones con que barrenaban cualquier madera y piedra, aunque fuese un diamante, ayudándose de cierta agua que echaban en el agujero como quien horada perlas. Las espadas cortaban lanzas y aun pescuezos de caballos a cercén. Dicen algunos que mellaban el hierro: verdad es que en él hacían señal con la furia del golpe, pero quebrábase el filo, porque en fin era de piedra.

     Ninguno era osado traer armas por la ciudad; solamente las llevaban a la guerra o a la caza o en la guarda que hacían al Rey, el cual en fiestas y días señalados hacía exercitar a los caballeros mozos en ellas para cuando fuese menester; y para animarlos, ponía premios para los que mejor lo hiciesen. Hallábase él presente y aun algunas veces tiraba el arco y esgremía del espada, que lo hacía muy bien y con mucha gracia, aunque muy procas veces, por el autoridad.



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Capítulo XII

De los jardines en que Motezuma se iba a recrear.

     Tenía este gran Rey, aliende de las casas que he dicho, otras muchas de placer con espaciosos y grandes jardines con sus calles hechas para el paseo e regadío. Eran los jardines de solas hierbas, medicinales y olorosas, de flores, de rosas, de árboles de olor, que eran muchos. Mandaba a sus médicos hiciesen experiencias de aquellas hierbas y curasen a los caballeros de su Corte con las que tuviesen más conoscidas y experimentadas. Daban estos jardines gran contento a los que entraban en ellos, por la variedad de flores y rosas que tenían y por la fragancia y buen olor que de sí echaban, especialmente por la mañana y a la tarde. Era de ver el artificio y delicadeza con que estaban hechos mill personajes de hojas y flores, asientos, capillas y otras cosas que adornaban por extremo aquel lugar. No consentía Motezuma que en estos vergeles hubiese hortaliza ni fructa, diciendo que no era de Reyes tener granjerías ni provechos en lugares de sus deleites; que las huertas eran para esclavos o mercaderes, aunque con todo esto tenía huertos con frutales, pero lexos y donde pocas veces iba.

     Tenía asimismo fuera de México casas en bosques de gran circuito y cercados de agua, para que las salvajinas no saliesen fuera y la caza estuviese segura. Dentro destos bosques había fuentes, ríos y albercas con peces, conejeras, vivares, riscos y peñoles en que andaban ciervos, corzos, liebres, zorras, lobos y otros semejantes animales, en cuya caza mucho y muy a menudo se exercitaban los señores mexicanos. Hacían rodeo cuando querían hacer una caza real, para que toda o la más viniese adonde Motezuma estaba; y si no era estando allí su persona, no se osaba hacer rodeo. Otras veces, cuando al Rey le parescía ir con todos sus grandes a caza de monte, era cosa de ver, como ahora se hace con los Visorreyes, que ocho o diez mill indios y muchas veces más, asidos por la mano, cercaban cuatro o cinco leguas de tierra, dando voces y silbos, levantando y oxeando la caza, sacándola de sus madrigueras y cuevas, la echaban en campo raso, donde estaban los flecheros y los que tenían armas, en medio de los cuales, sobre unas andas muy ricas, puestas en hombros, estaha Motezuma mirando a los valientes que acometían a las fieras; y como casi a mano tomaban los venados, estaban alderredor del Rey muchos flecheros que no se meneaban de un lugar, puestos como muralla para que ninguna fiera rompiese por donde él estaba, y así seguro miraba la caza, porque no había caballos en que huir.

     Éstas eran las casas y deleites del gran señor Motezuma, en que pocos o ningún Príncipe se le ha igualado.



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Capítulo XIII

De la Corte y goarda de Motezuma.

     Si en todas las cosas pasadas el gran Rey Motezuma tenía tanta majestad e grandeza como de lo dicho paresce, mayor mucho, como, convenía para conformar con las otras cosas, la tenía en la guarda y acompañamiento de su persona, porque cada día le hacían goarda seiscientos señores y caballeros muy principales, cada uno, el que menos, con tres o cuatro criados, y muchos con veinte y treinta, según la posibilidad y renta de cada uno. Todos traían sus armas y venían a ser entre amos y criados más de tres mill personas, y aun hay muchos que dicen más de cinco mill. Todos comían en Palacio de lo que sobraba del plato real, como tengo dicho. Los criados, ni subían arriba ni se iban hasta la noche, después de haber cenado. Los señores, también con sus armas, se paseaban arriba por las salas sin entrar adonde estaba el gran señor Motezuma; unos se paseaban, aunque lo usaban muy poco; otros, que eran los más, estaban sentados en sus banquillos, de cuatro en cuatro , de seis en seis, parlando entre ellos y bien baxo, porque era desacato hablar alto en la casa real. Eran, finalmente, tantos los de la goarda, que aunque eran grandes los patios, plazas y salas, lo henchían todo. No falta quien diga de los que se hallaron presentes, que por amor de los nuestros y por mayor majestad y seguridad de Motezurna, se había doblado la goarda, aunque los más dicen que aquella era la ordinaria, porque los señores estaban debaxo del imperio de Motezuma, que eran treinta de a cient mill vasallos y tres mill señores de lugares y otros muchos vasallos, personas preeminentes y de cargos. Residían en México por obligación y reconoscimiento del gran señor Motezuma cierto tiempo del año y estaban tan subjectos con ser tantos y tan señores y con tantos vasallos, que ninguno osaba ir a su tierra y casa sin licencia y voluntad del gran señor, y si iban, dexaban algún hijo o hermano por seguridad que no se alzarían, y a esta causa tenían todos casas en la ciudad de México. De donde paresce claro que era violéntico y tiránico el imperio de Motezurna, pues es cierto que el Rey natural es amado y querido de tal manera de los suyos que, si no fuese por el autoridad real, podría andar y dormir sin guarda, las puertas abiertas, si no fuese o tiranizando o estando en guerra en frontera de enemigos.

     Ésta era la guarda de tantos y tan principales señores que Motezuma tenía, obedescido más por temor que amado por Rey natural.



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Capítulo XIV

Cómo ningún indio había en el imperio mexicano que en alguna manera no fuese tribuctario a Motezuma.

     Tenía el gran señor Motezuma tan subjectos a sus vasallos, y tan avasallados a los que de nuevo subjectaba, que ninguno había, por gran señor que fuese, que no le tribuctase, ca los señores y nobles le pechaban tribucto personal, asistiendo en la Corte lo más del tiempo del año, gastando allí sus haciendas, con que no poco adornaban la Corte; y si se ofrescían guerras, los señores eran los que primero iban a ellas, por la obligación personal que tenían, en las cuales gastaban mucho más que en la Corte, porque se presciaban de llevar más gente consigo y de hacer más servicio al gran señor, del que eran obligados. Los labradores, que llaman mascegoales, eran casi infinitos, porque la principal granjería que tenían era la labor de los campos: éstos tribuctaban con sus personas y bienes. Ésta era la diferencia que había entre nobles y pecheros; que los pecheros eran en dos maneras, unos renteros, que arrendaban de otros las heredades, a los cuales pagaban las rentas dellas, y demás desto tribuctaban de lo que les que daba la mayor parte a Motezuma. Había otros pecheros que labraban sus heredades y pagaban cada año de todo lo que cogían de tres anegas una, y de todo lo que criaban, de tres uno; las sementeras eran maíz, frisoles, chía y otras semillas; lo que criaban eran perros, gallinas, aves de pluma, conejos. Otros eran oficiales que labraban oro y plata y piedras, entre los cuales había algunos muy primos. Los instrumentos con que labraban eran de piedra, cosa bien nueva para los nuestros. Otros trataban en sal, cera, miel, mantas, plumajes, algodón, cacao, camatli, habas y en todas fructas y hortalizas, de que principalmente se sustentaban y mantenían.

     Los renteros que arriba dixe, pagaban por meses o por años lo que se obligaban; y porque era mucho, los llamaban esclavos, ca tribuctaban dos veces; y cuando comían huevos les parescía que el Rey les hacía gran merced, y estaban tan oprimidos que dicen algunos que se les tasaba lo que habían de comer, y lo demás era para el Rey; vestían a esta causa muy pobres paños, y finalmente no alcanzaban ni tenían sino una olla para cocer hierbas y una piedra o dos para moler su maíz y una estera para dormir, y no solamente daban este pecho los renteros y los pecheros, pero aún servían con las personas todas las veces que el gran señor quería, aunque no quería sino en tiempos de guerra y caza. Era, finalmente, tanto el señorío que los Reyes de México tenían sobre ellos, que callaban aunque les tomasen las hijas para lo que quisiesen y los hijos, y por esto decían algunos que de tres hijos que cada labrador tenía, daba uno para sacrificar, lo cual aliende de que fuera demasiada crueldad, no permitiera que tanto se poblara la tierra, y así es falso, por lo que después se supo, porque los nobles y señores no comían carne humana si no era sacrificada y ésta era de hombres esclavos, presos en guerra, porque por maravilla sacrificaban al que sabían que era noble. Eran crueles, carniceros y mataban entre año muchos hombres y mujeres y algunos niños, aunque no tantos como se dicen, y éstos eran hijos de esclavos y personas condenadas o a destierro perpectuo o a servidumbre.

     Todas las rentas y tribuctos traían a México a cuestas los que no podían en canoas, a lo menos traían todo lo que era menester para mantener la casa de Motezuma; lo demás gastaban con soldados, o trocábanlo a oro, plata, piedras, joyas y otras cosas que los reyes estiman y guardan en sus recámaras y tesoros.

     Ésta era la manera de tribuctar de los vasallos de Motezuma, que con las opresiones que he dicho padescían otras, y decía Motezuma que eran nescesarias para tenerlos subjectos en paz y justicia, según eran de su condisción mal inclinados. Ahora, que están debaxo de la Corona de Castilla, son tan libres y trátanse tan bien los muy pobres y de baxa suerte como estonces los muy nobles, porque es tan poco lo que tribuctan y tantas las granjerías en que con los nuestros son aprovechados, que visten mantas de algodón y comen muy bien; y si de su natural condisción no fuesen tan apocados, tan holgazanes y amigos de borracheras, serían muy ricos y la tierra estaría muy ennoblascida, porque son muchos, y en la tierra, quiriendo trabajar, hay para ello gran aparejo. El tiempo dará adelante a entender lo que conviene hacer en esto, aunque ya fuera bien haberlo remediado; pero han querido los Reyes de Castilla sobrellevallos mucho, para que entiendan la diferencia que hay del tiempo de su idolatría al de gracia en que viven.



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Capítulo XV

Cómo se recogían las rentas de Motezuma.

     El modo y manera de recoger las rentas reales era en esta manera: que en México había troxes, graneros y casas en que se encerraba el pan, y un mayordomo mayor con otros menores que lo rescibían y gastaban por concierto y cuenta de libros de pintura, donde había tanta cuenta y razón que era maravilla. En cada pueblo había un cogedor, a manera de alguacil; traía vara en la una mano y un ventalle en la otra, en señal que era oficial del gran señor. Era éste un género de hombres muy aborrescible a los tribuctarios, porque eran presumptuosos y molestos en el pedir los tribuctos, y aun trataban mal de palabra yaun algunas veces de obra a los pecheros; vengábanse de aquellos a quien tenían odio, en son de recoger las rentas; acudían y daban cuenta con pago de lo cogido y gente que empadronaban en su provincia y partido que tenían a cargo; acudían todos a los mayordomos y contadores mayores de México; si traían mala cuenta, o por engaño, morían por ello y aun eran punidos los de su linaje, como parientes de traidores al Rey, y a esta causa eran tan solícitos y diligentes, que prendían a los pecheros hasta que pagaban; y si estaban pobres por enfermedades, los esperaban a que sanos ganasen el tribucto; si por holgazanes, apremiábanlos duramente, y en fin, si no cumplían y pagaban a ciertos plazos que les daban, podían tomar a los unos y a los otros por esclavos y venderlos para la deuda y tribucto, o sacrificarlos.

     Tenía también el gran señor Motezuma muchas provincias que le tribuctaban cierta cantidad de cosas a manera de parias, reconosciéndole por supremo señor; pero esto era más honra que provecho.

     Desta manera tenía Motezuma grandes rentas con que sustentaba su casa y mantenía la gente de guerra con excesivo gasto y le sobraba gran parte para aumentar cada día más sus tesoros, y fuera desto no gastaba nada en labrar cuantas casas quería, por suntuosas que fuesen, porque ya de mucho tiempo atrás estaban diputados muchos pueblos allí cerca, que no pechaban ni contribuían en otra cosa más de hacer las casas, repararlas y tenerlas siempre en pie a costa suya propria, poniendo su trabajo, pagando a los oficiales, y trayendo arrastrando o a cuestas el canto, la cal, la madera y todos los otros materiales. Tenían éstos también, que no era pequeña molestia, cargo de proveer abundantemente de cuanta leña se quemaba en las cocinas, cámaras y braseros de palacio, que eran muchos y habían menester, a lo que dicen, quinientas cargas de tamemes, que son mill arrobas, y los días de invierno, aunque no es muy recio, muchas más. Para los braseros y chimeneas del Rey traían cortezas de encina y otros árboles, porque era mejor fuego y por diferencia la lumbre que no fuese como la de los otros, que en esto eran grandes lisonjeros, o porque, como otros dicen, trabajasen más los que hacían leña.

     Tenía Motezuma cient ciudades grandes, cabezas de otras tantas provincias, imperio cierto muy grande. Destas llevaba las rentas, tribuctos, parias y vasallaje que dixe, donde tenía fuerzas, guarnición y tesoreros del servicio y pecho, a que eran obligados. Extendíase su señorío y mando de la mar del Norte hasta la del Sur y más de docientas leguas por la tierra adentro, aunque en medio había algunas provincias y grandes pueblos como Taxcala, Mechuacán, Pánuco, Teguantepec, que eran sus enemigos y no le pagaban pecho ni servicio, aunque le valía mucho la contratación, rescate y trueque que con los unos y los otros tenía cuando quería, porque abundaba de lo más y mejor que para sus contrataciones era menester.

     Había en su señorío, muy cerca de México, otros señores y Reyes como los de Tezcuco y Tacuba, que no le debían nada, sino la obediencia y homenaje; eran de su sangre y linaje, y por esto los reyes de México no casaban sus hijas con otros que con ellos, lo cual era causa que Motezuma fuese mayor señor, más temido y más reverenciado.



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Capítulo XVI

De la majestad y grandeza de México en tiempo de su idolatría.

     Estaba la muy grande e muy insigne ciudad de México Tenuchtitlán, cuando Cortés entró en ella, en el mismo sitio que ahora está; pero estaba sobre agua, y si no era por algunas calzadas que tenía, no se podía entrar a ella sino con barcas. Tenía sesenta mill casas, las cuales no tiene ahora, aunque son muy grandes las poblaciones que sirven como de arrabales, que abrazan lo principal de la ciudad, morado y habitado de españoles , como en los capítulos siguientes diré . Llámanse estas dos poblaciones, la una Sanctiago Tlatelulco, y la otra México.

     Las casas del gran señor eran muchas, como tengo dicho, y muy grandes, que representaban el poder grande y majestad de su morador; las de los señores y caballeros cortesanos también eran grandes y muy buenas, cada una con vergel y baños y otros deleites que para su contento tenían; las de los otros vecinos eran chicas, baxas y ruines, sin puertas ni sin ventanas, porque no quería el gran Rey que fuesen mayores, para que en todo se diferenciasen de los nobles. Ahora el que más puede más presume y más lo muestra, aunque venga del linaje de aquéllos.

     En aquellas casas, por pequeñas que eran, pocas veces dexaban de morar dos, tres, cuatro y seis vecinos, y así era infinita la gente, porque como no tenían axuar ni otro aparato de casa, donde quiera cabían muchos, y así cuando salían al campo o [a] algún sacrificio y fiesta parescía infinita gente, que no había quien pudiese decir dónde se acogía tanta.

     Parescía esta ciudad mucho a Venecia en cuanto a su asiento y fundación, aunque en la fortaleza de los edificios, altura y parescer le hacía mucha ventaja Venecia. Todo el cuerpo, de esta ciudad estaba sobre agua; tenía tres maneras de calles, anchas y espaciosas; las unas eran de agua sola, con muchos puentes; las otras de sola tierra; las otras de tierra y agua, porque la gente de a pie andaba por la parte do había tierra, y la otra por el agua en canoas, de manera que las más de las calles por la una parte y por la otra tenían terrapleno y el agua iba por medio. Las calles de agua, de suyo, eran limpias, porque no echaban inmundicias en ellas; las de tierra barrían muy a menudo.

     Casi todas las casas tenían dos puertas y ahora muy pocas, una sobre la calzada y otra sobre el agua, por donde se mandaban con los barcos; y aunque toda esta gran ciudad estaba fundada sobre agua, los moradores no bebían della, por ser algo gruesa, y a esta causa traían el agua sobre una calzada desde una legua de una fuente que se llama Chapultepec, que nasce de una serrezuela, al pie de la cual están dos estatuas de bulto labradas en la peña, con sus rodelas y lanzas, de Motezuma y Axaiaca su padre, según muchos decían. Traían los mexicanos esta agua por dos muy gruesos caños hechos de tierra muy pisada, tan fuerte como piedra, desta manera que el agua nunca venía sino por el uno de los dos caños, porque cuando el uno estaba sucio y legamoso, echaban el agua por el otro, y así corría el agua más clara que el cristal. Desta fuente se bastece hoy toda la ciudad y se proveían todos los estanques y fuentes, que había muchas por las casas principales; y de ciertos caños de madera por donde corría sobre las acequias, muchos indios recogían agua en sus canoas, que vendían a otros, y éste era su trato, por el cual pagaban ciertos derechos al gran señar Motezuma.

     Estaba la ciudad repartida en solos los dos barrios que dixe, que al uno llamaban Tatelulco y al otro México, donde moraba Motezuma, que quiere decir «manadero» y era el más principal; por ser mayor y por morar en él los Reyes, se quedó la ciudad con este nombre, aunque el propio y antiguo que tenía es Tenuchtitlán, que significa «tuna de piedra», ca está compuesto de tetl, que quiere decir «piedra», y de nuchtli, que quiere decir «tuna». El árbol, si así se puede llamar o cardo, porque es espinoso, aunque de diferente color, lleva esta fruta, que en la lengua de Cuba se llama tuna y entre los indios de México nuchtli, y el árbol nopali, el cual es casi todo hojas algo redondas, un palmo y más anchas, un pie largas, y un dedo gordas y enconosas; la fruta nasce por lo alto de las hojas; el color dellas es verde y el de las espinas pardo; nasce una hoja de otra, y así, plantándolas, crescen y engordan tanto, que vienen a ser árboles, y no solarnente produce una hoja otra por la punta, mas echa otras por los lados. En la tierra de los chichimecas, que es estéril y falta de agua, les sirve de mantenimiento y bebida, porque comen las tunas y beben el zumo de las hojas. La fruta es a manera de higos, aunque no de la color, porque el hollejo es delgado y de dentro estan llenos de granitos; las tunas son más largas, coronadas como nísperos, unas verdes y otras coloradas y otras moradas y otras amarillas. Las blancas son mejores que las ot:ras, huelen muy bien y son muy sabrosas; fruta muy fresca para de verano. Y porque desta fruta dixe en el primer libro desta historia, pasaré adelante, por no hacer tanto a nuestro propósito.



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Capítulo XVII

De adónde tomó nombre la ciudad de México y cuándo primero fue fundada.

     Hay algunos que dicen que esta tan nombrada ciudad en este Nuevo Mundo tuvo su primer nombre de su primero fundador, que fue Tenuch, hijo segundo de Yztacmixcoatl, cuyos hijos y descendientes después poblaron esta tierra de Anauac, que al presente se llama y llamará siempre Nueva España. También dicen otros que se llamó Tenuchtitlán, por las tunas de grana o cochinilla que nasce en otros géneros de tunales. Nuchtli es el color de la grana, tan subido que los españoles, le llaman carmesí; tiénese en mucho y así va cresciendo de prescio en prescio hasta las últimas partes del mundo. Como quiera que ello sea, es cosa cierta, que el lugar y sitio donde primero se fundó esta ciudad se llama Tenuchtitlán y el natural y vecino della tenuchca. México propiamente no era toda la ciudad, según ya dixe , sino la media, porque no tenía más de dos barrios y éste era el uno, aunque los indios decían y dicen hoy México Tenuchtlitlán, y así se pone en las Provisiones reales. México quiere decir lo mismo, que «manadero o fuente», por las muchas y buenas fuentes y ojos de agua que alderredor tiene en la que es tierra firme, y es tan buena el agua de todas que ninguna hay que no sea mejor que la de Chapultepeque, de adonde hasta ahora se provee la ciudad. No faltan muchos que dicen que esta ciudad se llamó México por los primeros fundadores que se dixeron mexiti, que aun ahora se nombran mexica los naturales de aquel barrio o población. Los fundadores mexiti, tomaron nombre de su principal dios e ídolo dicho, Mexiti, que es mismo que Huicilopuchtli. Primero que el barrio que se llamó México se poblase, estaba ya poblado el del Tatelulco, que por haberle comenzado en una parte alta y enxuta de la alaguna le llamaron así, que quiere decir «isleta»; derívase de tlatelli, que quiere decir «isla».

     Está México Tenuchtitlán todo cercado de agua dulce, aunque gruesa. Como está puesto en la laguna, no tiene más de tres entradas por tres calzadas: la una viene de poniente, trecho de media legua; la otra del norte, por espacio de una legua hacia levante, no hay calzada, sino canoas para entrar; al mediodía está la otra calzada, dos leguas larga, por la cual entraron Cortés y sus compañeros, según está dicho. Y es de saber que aunque la alaguna en que México está asentada paresce toda una, es dos y muy diferentes la una de la otra, porque la una es de agua salitral, amarga y mala y que no cría ni consiente ninguna suerte de peces, y la otra de agua dulce, que los produce, aunque pequeños. La salada cresce y mengua más o menos, según el aire que corre en ella; la dulce está más alta, y así cae el agua dulce en la salada y no al revés, como algunos pensaron, por seis o siete ojos bien grandes que tiene la calzada, que las ataja por medio, sobre los cuales hay puentes de madera bien fuertes y anchas. Tiene por algunas partes cinco leguas de ancho la laguna salada y ocho o diez de largo y en circuito más de quince; otro tanto tiene la laguna dulce, y así entrambas bojan más de treinta leguas. Tienen dentro y a la orilla más de cincuenta pueblos, muchos dellos de a cinco mill casas y algunos de a diez mill, y pueblo, que es Tezcuco, tan grande como México.

     El agua que se recoge al lugar baxo, donde se hace el alaguna, viene de las vertientes de las sierras, que están a vista de la ciudad y a la redonda della, la cual agua, por parar en tierra salitral, se hace salada, y no otra cosa, como algunos creyeron. Hácese a la orilla desta alaguna mucha sal, de que hay gran trato. Andan en esta alaguna más de cient mill canoas o barquillos de una pieza, de figura de lanzaderas de texedores; los indios las llaman acales, que quiere decir «casas de agua»; por [que] atl es, «agua», y calli «casa». Los españoles, como los más vinieron de Cuba y Sancto Domingo, las llamaban canoas, acostumbrado, a la lengua de Cuba. Hay en México, sólo para proveer la ciudad y traer y llevar gente, casi cincuenta mill; y así las acequias que corren por la ciudad como el agua que está cerca della, están siempre llenas destas canoas, cosa bien de ver, por ser negocio de tanta contratación.



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Capítulo XVIII

De los mercados de México y de la variedad de cosas que en ellos se vendía.

     Tenía y tiene hoy México, a su costumbre y uso, mercados, así en el sitio como en la contratación, tan grandes y tan poblados de gente que ningún pueblo en el mundo hay que mayores ni mejores los tenga; conforme a lo que en la tierra se usa, tiene en cada plazuela y lugar medianamente desocupado; todos los días hay mercado de cosas de comer, de manera que para proveer los españoles y los indios sus casas no han menester salir lexos. Fuera destas mercados hay tres muy principales, donde a ciertos días de la semana concurre gran multitud de indios a vender y comprar todo lo que es menester. Llaman los indios al mercado tianguistli, y los españoles le llaman tiánguez, sin mudarle como en otras muchas cosas, su antiguo nombre. El un tiánguez es en la población del Tatelulco, que es una cuadrada, rodeada por las tres partes de portales y tiendas, y en la una acera está la casa del Gobernador y la cárcel; la cuarta acera ocupa el monesterio de Sanctiago, que es de Franciscos, del cual hablaré adelante.

     En la mitad desta plaza, que es una de las mayores del mundo, está la horca y una fuente muy hermosa que se ha hecho de poco acá. El otro es en la población de México; llámase hoy el tiánguez de Sant Joan, que es una plaza también muy grande, de suerte que en cada una déstas caben cient mill personas con sus mercadurías.

     Había todos los días de la semana en estos tiánguez gente y mercadurías, y después, en tiempo del muy prudente Don Antonio de Mendoza y del Visitador Tello de Sandoval se ordenó que la gente que acudía a estos dos tiánguez cada semana se juntase, miércoles y jueves, en otra pla za muy grande, más cerca de la población de los españoles, que se llama el tiánguez de Sant Hipólito, por estar cerca de la iglesia desde Sancto, abogado de la ciudad, por haberse ganado en aquel día México. Acuden a este tiánguez de todos los pueblos de la laguna, de manera que se viene a juntar tanta gente que apenas se puede andar a caballo ni a pie en él. Finalmente, son tantos los contratantes, que no oso decir el número, porque parescerá fabuloso al que lo oyere y no lo hubiere visto, porque cierto no hay hormiguero de tanto bullicio como acude de gente a este tiánguez. Vienen también a comprar a él, y otros a ver, muchos españoles y españolas. Los que venden, las más son mujeres; debaxo de tendejones tienen las mercadurías puestas en el suelo, y cada una conosce y tiene su asiento sin que otra se lo tome.

     A causa deste mercado, como por la alaguna vienen los más a comprar y vender, hay tantas canoas en las acequias, que cubren el agua. Cada oficio y cada mercaduría tiene su lugar señalado, que nadie se lo puede quitar ni ocupar, que no es poca policía. Las cosas que son de más pesadumbre y embarazo, como piedra, madera, cal, ladrillos y otras cosas desta suerte, dexan en las canoas o las ponen a la lengua del agua, para que allí los vayan a comprar los que quisieren. Tráense al mercado esteras finas y groseras. que llaman petates, y las que son hechas de eneas, tolcuextles; las finas son de muchas maneras, porque son pintadas a manera de alhombras, de manera que se pueden poner en la cámara de cualquier señor. Tráese a este mercado carbón, leña, ceniza, loza y toda suerte de barro pintado, vidriado y muy lindo, de que hacen todo género de vasijas, desde tinajas hasta saleros. T'ráense cueros de venados, crudos y curtidos, con su pelo y sin él, y de muchos colores teñidos, para zapatos, broqueles, rodelas, cueras, aforros de armas de palo, y asimismo cueros de otros animales y aves, adobados con su pluma y llenos de hierba, unas grandes y otras chicas, cosa cierto para ver, por las colores y extrañeza. La más rica mercaduría es mantas y destas muchas diferencias. Son de algodón, unas más delgadas que otras, blancas, negras y de todas colores, unas grandes, otras pequeñas, unas para camas damascadas, riquísimas, muy de ver; otras para capas, otras para colgar, otras para zarahueles, camisas, sábanas, tocas, manteles, pañizuelos y otras muchas cosas. Téxense las mantas ricas con colores, y aun algunas, después de la venida de los nuestros, con hilos de oro y de seda de varias colores. Las que se venden labradas tienen la labor hecha de pelos de conejos y de plumas de aves muy menudas, cosa cierto de ver. Véndense también mantas para invierno, hechas de pluma, o por mejor decir, del flueco de la pluma, unas blancas y otras negras y otras de diversas colores; son muy blandas y dan mucho calor; parescen bien aunque sea en cama de cualquier señor. Venden hilado de pelos de conejo, telas de algodón, hilaza, madexas blancas y teñidas.

     La cosa más de ver era la volatería que se traía al mercado, aunque ahora no se trae tanta, porque no se ocupan tanto como solían, y esto ha causado la demasiada libertad que tienen, ca aliende que destas, aves comían la carne y vestían la pluma y cazaban a otras con ellas, son tantas que no tienen número, y de tantas raleas y colores que no se puede decir, mansas, bravas, de rapiña, de aire, de agua, de tierra.

     Lo más rico que al mercado se traía eran las obras de oro y plata, unas fundidas y otras labradas de piedras, con tan gran primor y subtileza que muchas dellas han puesto en admiración a los muy doctos plateros de España , tanto que nunca pudieron entender cómo se habían labrado, porque ni vieron golpe de martillo ni rastro de cincel ni de otro instrumhento de que ellos usan, de los cuales carescen los indios.

     Traíanse obras de pluma, figuras e imágenes de Príncipes y de sus ídolos, tan vistosas y tan acertadas que hacían ventaja a las pinturas nuestras. Ahora en Mechuacán se hacen imágenes de sanctos, azanefas de frontales, casullas, mitras, palabras de consagración, tan ricas y de tanto valor que valen más que de oro. Hanse llevado al Sumo Pontífice cosas tan bien hechas, que ni el dibuxo ni la pintura las excede. Hacen desta pluma un animal, un árbol, una rosa, una peña, un monte, un ave, y así otra cualquiera cosa de bulto, tan al propio que al que no la mirare le parescerá natural. Acontéceles a los oficiales desto embeberse tanto en lo que hacen, quitando y poniendo con gran flema una plumita y otra, que no se les acuerda de comer en todo el día, mirando a una y a otra parte, al sol, a la sombra, a la vislumbre, por ver si dice mejor a pelo o contrapelo, o al través de la haz, o del envés. Finalmente, no dexan la obra de entre las manos hasta que la ponen toda perfición. Háceles acertar el sufrimiento grande que tienen, del cual caresce nuestra nasción , por ser más colérica que ninguna.

     El oficio, después déste, más primo y más honrado es el platero. Sacaban al mercado los oficiales desta arte platos ochavados, el un cuarto de oro y otro de plata, no soldados sino fundidos y en la fundición pegados, cosa dificultosa de entender. Sacaban una caldereta de plata con excelentes labores y su asa de una fundición, y lo que era de maravillar, que la asa estaba suelta, y desta manera fundían un pece con una escama de plata y otra de oro, aunque tuviese muchas. Vaciaban asimismo un papagayo que se le andaba la lengua, que se le meneaba la cabeza y las alas. Fundían una mona que jugaba pies y manos y tenía en la mano un huso, que parescía que hilaba, o una manzana, que parescía que comía. Esmaltan asimismo, engastan y labran esmeraldas, turquesas y otras piedras, y agujeran perlas, pero no tan bien como en Europa. Labran el cristal muy primamente y hacen veriles grandes y pequeños, dentro de los cuales meten imágines entalladas de madera, tan pequeñas que en el espacio de una uña figuran un Cristo en cruz con Sant Joan y Nuestra Señora a los lados y la Magdalena al pie, y en la misma madera en la otra parte otras figuras, de manera que en el veril hace dos haces, que si no se viese cada día paresce cosa imposible.

     Desta suerte se hacen y venden tantas cosas que sería largo tratar dellas; por tanto, volviendo a las cosas que demás se venden, las diré en el capítulo que se sigue.



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Capítulo XIX

De las demás cosas que en los mercados se venden.

     Prosiguiendo, pues, lo que en el mercado se vendía y compraba, era tanto y tan vario que aunque diga mucho, quedará más; porque se vendía oro, plata, plomo, latón y estaño, aunque de los dos metales postreros hay poco, perlas y piedras presciosas, muchas otras piedras que sirven de claros espejos y son muy buenas para hacer aras de altares. Hácense de piedra navajas y lancetas y sácanse de donde nascen con muy gran primor, como quien descorteza alguna cosa; salen con dos filos muy parejos, tan agudas como las nuestras. Véndense mill maneras de conchas y caracoles, pequeños y grandes, hueso, chinas, esponjas y otras menudencias muy diferentes; y para reír, muchos dijes para los niños; hierbas, raíces, hojas, semillas, así para comida como para medicina, tantas y de tanta variedad que no se pueden contar y que para conoscerlas es menester gran curso y ser muy diestro herbolario, aunque por la mayor parte, los hombres, mujeres y niños en su gentilidad conoscían mucho en hierbas, porque con la pobreza y nescesidad (que ahora no tienen), las buscaban para comer y curarse en sus dolencias, que poco gastan en médicos aunque los tienen, los cuales curan con cosas simples y dellas saben maravillosos secretos. Hacen y han hecho en algunos de los nuestros curas muy señaladas. Había boticarios que sacaban al tiánguez ungüentos, xarabes, aguas y otras cosas de enfermos. Casi todos los males curan con hierbas, tantoque, aun para matar los piojos, tienen hierba propia y conoscida.

     Las cosas que para comer venden no tienen cuento, porque muy pocas cosas vivas dexan de comer: culebras sin cola y cabeza, perrillos que no gañen, castrados; topos, lirones, ratones, lombrices, hormigas grandes tostadas, y éstas por mucha fiesta. Con redes de malla muy menuda barren, a cierto tiempo del año, una cosa muy molida que se cría sobre el agua de las lagunas de México, y se cuaja, que no es hierba ni tierra, sino como cieno; hay dello mucho y cogen mucho, y en eras, como quien hace sal, lo vacían y allí se cuaja y seca; hácenlo tortas como ladrillos, y no sólo las venden en el mercado, mas véndenlas fuera de allí, llevándolas más de cient leguas la tierra adentro. Comen esto como nosotros el queso, y así tiene un saborcico de sal que con chilmoli es sabroso. Dicen que a este cebo vienen, tantas aves a la alaguna que muchas veces por invierno la cubren por algunas partes.

     Traían muchos animales a vender, unos vivos y otros muertos, que o corriendo alcanzaban, o en lazos tomaban vivos, o con los arcos mataban, como venados enteros, que los hay muy grandes, o hechos cuartos, gamas, liebres, conejos, tuzas, que son menores que ellos, perros y otros animalejos que ganen como ellos, cuzatli y otros que ellos cazan y crían.

     Hay muchas tiendas de ollas grandes y pequeñas, llenas de atole, mazamorra, que son como poleadas, hechas de atole, de maíz y de otras cosas; véndese tanto desto, no solamente en los mercados, pero en muchas esquinas de casas, que es cosa maravillosa y pone espanto, donde se consume tanto mantenimiento, carne y pescada, asado y cocido, en pan, pasteles, tortillas, huevos de diferentísimas aves; no hay número en el pan cocido y en grano y en mazamorra que se vende juntamente con habas, frisoles y otras muchas legumbres; fructas, así de las de la tierra como de las de Castilla, verdes y secas en gran cantidad. La más principal, que sirve, como en el primero libro dixe, de mantenimiento, comida y bebida y moneda, son unas como almendras que unos llaman cacahuatl y los nuestros cacao, como en las islas de Cuba y Haití. No menos pone en admiración la mucha cantidad y diferencias que venden de colores que nosotros tenemos y de otras muchas de que carescemos , que ellos hacen de hojas de rosas, frutas, flores, raíces, cortezas, piedras, madera y otras cosas que sería largo contarlas.

     Hay miel de abejas, de magüey y otros árboles; pero del magüey [hacen] vino, vinagre, azúcar, miel, arrope, según tengo dicho. Hay aceite de chían, que es simiente muy parescida a mostaza o a zargatona , con el cual untan los pies y piernas, porque no las dañe el agua; también lo hacen de otras cosas. Este aceite es de tan gran virtud, que, untada con él una imagen de pintura, se conserva en la viveza de sus colores contra el agua y el aire. Guisan de comer con este aceite, aunque más usan la manteca, sain y sebo. Las muchas maneras de vino que venden es largo decirlas.

     Hay en el mercado estuferos, barberos, cuchillos y otros, que muchos piensan que no los había en esta gente. Todas estas cosas y otras innumerables que callo, que decirlas sería dar fastidio, se venden, que vale más verlas que contarlas.

     Los que vendían en estos mercados pagaban cierto tribucto a manera de alcabala al gran señor, Porque los guardase de ladrones, y así andan siempre por la plaza y entre la gente unos como alguaciles, y al presente un español, con vara; y en una casa que había cerca del mercado estaban doce hombres ancianos, como en audiencia, librando pleitos que había entre los contratantes.

     La venta y compra es trocando una cosa por otra. Esta contratación es ya general por toda la tierra. Después de la venida de los nuestros tienen medida para todas las cosas, hasta la hierba para los caballos, que ha de ser tanta cuanta se pueda atar con una cuerda de una braza, por un tomín. Castigaban bravamente al que falsaba medidas, diciendo que era enemigo de todos y ladrón público. Quebrábanlas, como hacen nuestros jueces. Trataba bien el gran señor a los que de lexos venían con mercadurías. Ponía fieles executores, y finalmente, en todo había tanta razón y cuenta, que no bastaba la multitud de gente a perturbarla.



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Capítulo XX

De la grandeza del templo de México y cómo se servía.

     Pocas o ninguna nasción hay en el mundo que no tenga religión falsa o verdadera, que no honre uno, la que sigue la verdad, o muchos dioses, la que va errada; y así vemos por las escripturas Y annales que los pasados dexaron, que cuando alguna nasción era más valerosa y más puesta en policía y ornato, como fueron la griega y la romana, aunque en lo mejor estuvieron engañadas, tanto con más cuidado, veneración y honra, pompa y majestad celebraron el culto divino, no emprendiendo cosa grande ni pequeña en que primero no la consultasen con sus oráculos, cosa de harta confusión para los que tratamos la verdadera adoración de un Dios. De adonde, después de los griegos y romanos, que tanto valieron y supieron, pone gran lástima las innumerables gentes deste Nuevo Mundo que con tanto engaño por tantos años tan bárbaremente derramaron sangre de innocentes, siendo dello maestro el demonio, con tanta solicitud y gastos veneraron y siguieron falsos dioses. Y porque esto ya que del todo no pueda ser, porque sería muy largo, en parte será razón decir algo de los templos y vana religión que en México había.

Llamaban, cuanto a lo primero, al templo teucalli, que quiere decir «casa de dios»; está compuesto de teutl, que es «dios», y de calli, que es «casa», vocablo harto propio si fuera dios verdadero. Los españoles, como poco sabios en la lengua, llamaban a los templos cúes y a Ucilopuchtli , Uchilobos, que era el más sumptuoso y principal templo, como después diremos. Había muchos templos en México, según las parroquias y barrios, que eran muchos; estaban todos torreados; subíase a ellos por gradas; en lo alto había capillas y altares, donde estaban los ídolos e imágenes de sus dioses. Las capillas servían de enterramientos para los señores cúyas eran, porque los demás se enterraban en el suelo, alderredor de los templos y en los patios dellos; todos eran casi hechos por una traza; la mayor diferencia era ser los unos más altos que los otros y mayores y más bien adornados o de más sacrificios, y así hablando del templo mayor, bastará, para entender los demás, cuya traza es tan diferente de la de los templos de las otras nasciones, que creo que si no desta, jamás de otra se haya visto ni oído.

     Tenía este templo su sitio cuadrado; de esquina a esquina había un tiro de escopeta; la cerca era de piedra, más alta que un hombre bien dispuesto, con cuatro puertas muy anchas, que respondían a las calles principales, que venían hechas de terrapleno. Por las tres calzadas que antes dixe, y por otra parte de la ciudad que no tiene calzada, sino una ancha calle en medio deste espacio, que era grandísimo, muy llano y muy pisado, con arte que se levantaba del suelo tres o cuatro gradas, estaba una como cepa de tierra y piedra mesclada con cal muy maciza, esquinada como el patio, ancha de un cantón a otro más de setenta brazas. Como salía de tierra y comenzaba a crescer el montón, tenía unos grandes relexes y a manera de pirámide como las de Egipto; cuanto más la obra crescía tanto más se iba estrechando la cepa y disminuyendo los relexes; rematábase no en punta, sino en llano y en un cuadro de hasta doce o quince brazas. Por la parte de hacia poniente no llevaba relexes, sino gradas para subir a lo alto, cada una no más alta que un buen palmo. Eran todas ellas ciento y trece o ciento y catorce (otros dicen que más de ciento y treinta); como eran muchas y altas y de gentil piedra, artificiosamente labradas, desde lexos y cerca parescían por extremo bien.

Era cosa muy de mirar ver subir y baxar par allí los sacerdotes, vestidos de fiesta a su modo, con alguna cerimonia o con algún hombre para sacrificar. En lo alto del templo había dos muy grandes altares, desviado uno de otro y tan juntos a la orilla y bordo de la pared, que no quedaba más espacio de cuanto un hombre pudiese holgadamente andar por detrás. El uno destos altares estaba a la mano derecha y el otro a la izquierda; no eran más altos que cinco palmos; cada uno dellos tenía sus paredes de piedra por sí, pintadas de cosas feas y monstruosas, con su capilla labrada de madera, como mazonería; tenía cada capilla tres sobrados, uno encima de otro, cada cual bien alto, hecho de artesones, a cuya causa se levantaba mucho el edificio sobre la pirámide, quedando una muy grande torre, en manera vistosa, que de lexos parescía extrañamente bien. Desde ella se veía muy a placer toda la ciudad y laguna con sus pueblos, sin encubrirse ninguno, que era la mejor y más hermosa vista del mundo, y así, para dar este contento Motezuma a Cortés y a los suyos, los subió a él, acompañado de la principal caballería, hasta los altares, do estaba una placeta de buena anchura, donde los sacerdotes estaban bien a placer para vestirse y celebrar los oficios.

Cortés, puesto en lo alto, mirando a una parte y a otra la más hermosa vista que jamás había visto, no se hartaba de verla, dando gracias a Dios y diciendo a los suyos: «¿Qué os paresce, caballeros, cuánta merced nos ha hecho Dios? Después de habernos dado en tantos peligros tantas victorias, nos ha puesto en este lugar de donde vemos tan grandes poblaciones. Verdaderamente, me da el corazón que desde aquí se han de conquistar grandes reinos y señoríos, porque aquí está la cabeza donde el demonio principalmente tiene su silla; y rendida y subjectada esta ciudad, será fácil conquistar todo lo de adelante.»

     Acabado de decir esto, se volvió a Motezuma, diciéndole por la lengua que a señor de tan hermoso señorío razón era que los señores comarcanas reconosciesen, y que no hallaba otra falta sino que tan gran Príncipe y tanta gente estuviesen tan engañados, adorando y siguiendo al demonio, que no pretendía otra cosa que la destruición de sus vidas y almas. Con esto se abaxaron, no paresciendo mal a Motezuma estas palabras.



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Capítulo XXI

De lo demás que el templo tenía y cómo se hacían los sacrificios.

     Cuando se hacían los sacrificios, que ellos llamaban divinos, había todo género de música. Los sacerdotes se vestían y echaban sahumerios de diversas cosas; el pueblo todo, los hombres a una parte y las mujeres a otra, miraba y oraba hacia do el sol salía. En cada altar de los dos que está dicho había un ídolo muy grande, que cada uno representaba una diferencia de dioses. Sin la torre que se hacía en las capillas sobre la pirámide había otras cuarenta o más torres pequeñas y grandes en otros templos pequeños que estaban en el circuito del templo mayor, los cuales, aunque eran de la misma hechura, no miraban al oriente, sino a otras partes del cielo, por diferenciar el templo mayor de los otros, los cuales, siendo unos mayores que otros y cada uno dedicado a diferente dios, entre ellos había uno redondo, consagrado al dios del aire, que se llamaba Quezalcoatl, porque así como el aire anda alderredor del cielo, así le hacían el templo redondo. La entrada para este templo era una puerta hecha como boca de sierpe, pintada diabólicamente; tenía los colmillos y dientes de bulto, relevados; era tan fea y tan al natural, que no había hombre, por animoso que fuese, a quien no pusiese pavor y espanto, especialmente a los cristianos, que les parescía verdadera boca del infierno; al entrar, por la escuridad y hedor de la sangre de los sacrificados que dentro había, era más espantable e insufrible. Otros templos había en la ciudad, que tenían las gradas y subidas por tres partes, y algunos que tenían otros pequeños en cada esquina.

     Todos estos templos tenían casas por sí, con todo servicio y sacerdotes aparte y particulares dioses. A cada puerta, de las cuatro del templo mayor, había una sala grande con buenos aposentos alderredor, altos y baxos; estaban llenos de armas, ca eran casas públicas y comunes, porque los templos, aliende de que servían de casas de oración, eran las fortalezas con que en tiempo de guerra más se defendían, y por eso tenían en ellos la munición y almacén.

     Había otras tres salas a la par, con sus azoteas encima, altas, grandes, las paredes de piedra, pintadas, el techo de madera, e imaginería, con muchas capillas o cámaras de muy chicas puertas y escuras allá dentro, donde estaban infinitos ídolos, grandes ypequeños, hechos de muchos metales y materias. Estaban todos bañados en sangre y negros de como los untaban y rociaban con ella cuando sacrificaban algún hombre, y aun las paredes tenían una costra de sangre de dos dedos en alto y el suelo un palmo; hedían pestilencialmente, y con todo esto, como la costumbre aliviana las cosas, entraban los sacerdotes cada día dentro con tanta facilidad como si entraran a un aposento muy rico y muy oloroso. No dexaban entrar dentro sino a personas muy señaladas, y aunque habían de ofrescer algún hombre para el sacrificio, aquellos ministros del demonio esperaban gentes que ofresciesen la innocente ofrenda, para lavarse las manos en la sangre de los que por no poder más los ofrescían al sacrificio. Hacían esto con tanta alegría y solicitud como si no mataran hombres como ellos, ni de su nasción ni ciudad, ni de aquellos de quien poco antes habían rescebido buenas obras; tanto podía el engaño del demonio. Regaban con la sangre aquellos aposentos y aun echaban en las cocinas y daban a comer a las gallinas. Tenían un estanque donde venía agua de Chapultepeque; allí se tornaban a lavar. Todo lo demás que las paredes del templo cerraban, que estaba vacío y descubierto, eran corrales para criar aves y jardines de hierbas, árboles olorosos, rosales y flores para los altares. Residían para el servicio del templo mayor cinco mill personas; todas dormían dentro y comían a costa dél, porque era riquísimo, ca tenía muchos pueblos para su gasto, fábrica, y reparos, los cuales de concejo sembraban y cogían gran cantidad de semillas para el sustento de los que asistían en el templo, a los cuales eran obligados a dar pan, fructas, carne, pescado, leña cuanta era menester, y era menester mucha más harto de la que se daba en el Palacio real, porque siempre la religión, aunque falsa, fue en todo preferida, y con todo esto aquellos pueblos, por servir a los dioses, tenían más libertades y vivían más o descansados.

     Este era el gran templo y esta su grandeza y majestad, que en otra parte se particularizara más de propósito. Ahora digamos de sus ídolos.



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Capítulo XXII

De los ídolos del templo mayor y de los otros menores.

     Era tanta la ceguedad de los mexicanos y aun andaban en la luz natural tan ciegos que, no discurriendo como hombres de buen juicio, a que todo lo criado era obra y efecto de alguna inmensa e infinita causa, la cual sola es principio y Dios verdadero, vinieron, así por engaños del demonio, que siempre procuró para sí la summa veneración, como por sus enormes pecados , en tan torpe y ciega ignorancia, y en sólo México, según la común opinión, tenían y adoraban dos mil dioses, de los cuales los principalísimos eran Uicilopuchtli y Tezcatlipucatl, los cuales como supremos estaban puestos en lo alto del templo mayor, sobre los dos altares. Eran de piedra, bien proporcionados, aunque de feos y espantables rostros, tan grandes como gigantes bien crescidos; estaban cubiertos de nácar, insertas por la cobertura muchas perlas y piezas de oro engastadas y pegadas con engrudo que llaman tzacotli, aves, sierpes, animales, peces, flores, rosas hechas a lo mosaico de turquesas, esmeraldas, calcidonias, ametistes y otras pedrecillas finas, que hacían hermosa labor, descubriendo el nácar, que mucho resplandecía. Tenía cada ídolo déstos ceñida una gruesa cadena de oro al cuerpo, hecha a manera de culebra, y al cuello un collar grueso de oro hasta los hombros, de que pendían diez corazones de hombre, también de oro. Tenían asimismo una máxcara de oro muy fea, y espantosa, con ojos de espejo, que de noche y de día relucían mucho y en la obscuridad ponían mayor pavor; al colodrillo tenían un rostro de muerto, muy muerto, no menos espantoso.

     Todo esto entre los sacerdotes y sabios en su religión tenía sus sentidos y entendimientos literales, morales y aun, conforme a su error, anagógicos. Estos ídolos, según el pueblo decía, eran hermanos, aunque en los oficios y advocaciones, diferentes, ca Tezcatlipucatl era dios de la providencia, y Uicilopuchtli de la guerra. Era éste, porque cada día se ofrescía, más venerado y tenido en mayor estima que los demás.

     Había otro ídolo de muy mayor estatura que estos dos, puesto sobre la capilla donde ellos estaban. Era esta capilla la mayor, mejor y más rica de todas cuantas había en el imperio de Motezuma, y era la causa porque a México acudían todas las riquezas de la tierra y la devoción de todos a estos ídolos. Era este ídolo muy grande, hecho de cuantas semillas se hallaban en la tierra, que se comen y aprovechan de algo, molidas y amasadas con sangre de niños innocentes y de niñas vírgines sacrificadas, abiertas por los pechos, para ofrescer los corazones, por primicias al ídolo, el cual, aunque era tan grande, era muy liviano y de poco peso, como si fuera hecho de corazones de cañaheja. Consagrábanle, acabado de enxugar, los sacerdotes, con grandísima pompa y cirimonias, donde se hacían grandes y excesivos gestos, porque se hallaba toda la ciudad y tierra presente a la consagración con grande regocijo e increíble devoción. Las personas devotas, con grande reverencia, después de bendecido, llegaban a tocarle con la mano, metían por la masa las más ricas y presciosas piedras que tenían, tejuelos de oro y otras joyas y arreos de sus cuerpos. Hecho esto, y puesto con grandísima pompa y ruido grande de música en su capilla, de ahí adelante ningún seglar podía entrar a do él estaba, cuanto más tocarle, ni aun los religiosos, si no era sacerdote, que en su lengua se llamaba Tlamacaztli. Era este ídolo muy negro; renovábanlo de tiempo a tiempo, desmenuzando el viejo, que por reliquias se repartía a personas principales, esecialmente a hombres de guerra, que para defensa de sus personas lo traían consigo. Bendecían con este ídolo una vasija de agua con grandes cerimonias y palabras; guardábanla al pie del altar, con gran religión, para cuando el Rey se coronaba, que con esta agua le consagraban, y para bendecir al Capitán general cuando le elegían para alguna señalada guerra, dándole a beber della.

     Hacían de cierto a cierto tiempo otro ídolo de la manera déste, el cual, después de desmenuzado por los sacerdotes en pequeñas partes, le daban a comer en manera de comunión a los hombres y mujeres, los cuales para este día tan festival y de tanta devoción, la noche antes se bañaban, lavaban la cara y las manos, adereszaban el cabello y casi no dormían en toda la noche; hacían su oración y en siendo de día estaban todos en el templo para la comunión, con tanto silencio y devoción que con haber innumerable gente parescía no haber nadie. Si algo quedaba del ídolo, comíanlo los sacerdotes. Iba a esta cerimonia Motezuma con gran caballería, riquísimamente adereszado. Después de la fiesta, en honra della, mandaba hacer grandes banquetes, muchas fiestas y regocijos. Los demás dioses, aunque eran tantos, cada uno era abogado para cosa particular; y como las enfermedades son tantas, cada uno era de la suya, y así para las demás nescesidades humanas, especialmente para las sementeras de sus maizales, porque cuando las cañas estaban pequeñitas sacrificaban niños, casi recién nascidos, y cuando mayores, mayores, y así iban subiendo hasta que el maíz estaba en mazorca y maduro, que estonces sacrificaban hombres viejos. Estos sacrificios ofrescían a los dioses de las sementeras por que se las guardasen. Y porque sería cosa muy larga de decir las demás cosas tocantes a su vana religión, sólo diré, que es lo que en el capítulo siguiente se sigue, el osario que tenían en memoria de la muerte.



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Capítulo XXIII

Del osario que los mexicanos tenían en memoria de la muerte.

     Como en todas las cosas que tocaban a la religión fuesen tan solícitos y cuidadosos los mexicanos entre todos los otros deste Nuevo Mundo, o por mostrar los muchos sacrificios que a sus dioses hacían, o por traer a la memoria la muerte a que todos los hombres están subjectos, freno grande de próspera y adversa fortuna, tenían un osario de cabezas de hombres presos en guerra y sacrificados a cuchillo. Fuera del templo y enfrente de la puerta principal, lexos della más que un tiro de piedra, estaba hecho a manera de teatro, más largo que ancho, fuerte, de cal y canto, con gradas en que estaban enxeridas entre piedra y piedra calavernas con los dientes hacia fuera. A la cabeza y pie del teatro había dos torres hechas solamente de cal y cabezas, que como no llevaban piedra ni otra materia, a lo menos que paresciese, estaban las paredes bien extrañas, que por una parte ponían pavor y por otra hablaban al espíritu, porque donde quiera que el hombre volvía los ojos topaba con la muerte, para que era nascido.

     En lo alto del teatro, que adornaba mucho el osario, había sesenta o más vigas altas, apartadas unas de otras cuatro palmos o cinco, llenas de palos cuando cabían de alto abaxo, enxeridos de una viga a otra, dexando cierto espacio entre palo y palo, haciendo muchas aspas, en cada tercio de los cuales estaban ensartadas cinco cabezas por las sienes. Eran tantas que, según cuenta Gómara, de relación de Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría, que las contaron muy de su espacio, pasaban de ciento y treinta mill calavernas, sin las que estaban en las torres, que no pudieron contar. Condena Gómara esta costumbre, por ser de cabezas de hombres degollados en sacrificio, como efecto que emanaba de causa tan cruel como era matar los innocentes; y tiene razón, porque si fueran las calavernas de hombres que hubieran muerto muerte natural, piadosa cosa fuera ponerlas adonde, muchas veces vistas, levantaran el espíritu a consideración de la muerte. Tenían tan gran cuidado de que como trofeos estuviesen siempre estas cabezas puestas por su orden, que había personas diputadas para poner otra cuando alguna se caía, porque ni el número ni el orden faltase, que según su supertición lo tenían por cosa divina y celestial.



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Capítulo XXIV

De la descrepción y grandeza que hoy tiene la ciudad de México después que españoles poblaron en ella.

     Es cosa cierta, pues dello hay tantos testigos de vista, que como en su gentilidad la ciudad de México era cabeza deste Nuevo Mundo, así lo es ahora después que en él se ha promulgado el sancto Evangelio, y cierto lo meresce ser, por las partes y calidades que tiene, las cuales en pocos pueblos del mundo concurren como en éste. Descrebíle interior y exteriormente en latín en unos Diálogos que añedí a los de Luis Vives, por parescerme que era razón que, pues yo era morador desta insigne ciudad y Catedrático en su Universidad, y la lengua latina tan común a todas las nasciones, supiesen primero de mí que de otro la grandeza y majestad suya, la cual hubiera ido en muy aumento como en las demás cosas, si el Virrey hobiera dado más calor.

     Está puesta la población de los españoles entre los indios de México y del Tlatelulco, que la vienen a cercar casi por todas partes. La traza es la que dio al principio Hernando Cortés, tan acertada como todo lo demás que hizo; el suelo es todo llano en la mayor parte dél; antiguamente había agua; las calles todas son tan anchas que holgadamente pueden ir por ellas dos carros que el uno vaya y el otro venga, y tres a la par; son muy largas y derechas, pobladas de la una parte y de la otra por cuerda de casas de piedra, altas, grandes y espaciosas, de manera que, a una mano, no hay pueblo en España de tan buenas y fuertes casas.

     En la plaza, que es la mayor que hay en toda Europa, en el medio della, está la iglesia mayor, que paresce, conforme a la grandeza de la ciudad, más ermita que templo sumptuoso. La causa fue haberla hecho al principio, de prestado, los oficiales del Rey, en ausencia de Fernando Cortés, que eran Alonso de Estrada, Gonzalo de Salazar y Rodrigo de Albornoz. Era bastante iglesia para los pocos españoles que estonces había. Después, venido Cortés, esperando grandes oficiales para hacerla, como él decía, tan sumptuosa, como la de Sevilla, se fue a España y así ha quedado hasta ahora que el Rey la manda hacer; tráense los materiales para ella; no la verán acabada los vivos, según la traza con que se pretende hacer.

     Toda esta plaza, con ser tan grande, está cercada por la una parte de portales y tiendas, donde hay grandísima cantidad de todas mercadurías, y concurren a ella de fuera de la ciudad, así de españoles como de indios, mucha gente. La mayor parte de la acera que mira al oriente ocupa una casa que Hernando Cortés hizo, en la cual reside el Virrey e Oidores, con tiendas por debaxo, que dan mucha renta. Es tan grande esta casa y de tanta majestad, que aliende de vivir el Virrey con todos sus criados en ella y los Oidores con los suyos, hay dentro la cárcel real, la casa de la moneda, una plaza donde está una tela donde los caballeros se exercitan, aliende de muchos patios y jardines que tiene el aposento del Virrey e Oidores. La parte por do sale a la plaza tiene unos corredores de arcos de cantería sumptuosísimos, a par de los cuales están las salas y estrados donde se hace audiencia y los aposentos donde asisten los secretarios della. En la misma acera, estando la calle de Sant Francisco en medio, se continúan los portales y tiendas hasta llegar a otra calle, por la cual pasa la principal acequia de la ciudad, sobre la cual está la otra acera que mira al norte. En ésta está la Audiencia de los Alcaldes ordinarios, la cárcel de la ciudad, las casas de cabildo, la fundición y caxa real, y adentro la platería; casas todas muy grandes y espaciosas de cantería, con portales baxos y corredores altos de piedra, que por extremo hermosean la plaza. Un callejón en medio, se siguen los Portales que llaman de Doña Marina, con tiendas debaxo y casas del Marqués del Valle, que son muy mayores y de mayor majestad que las del Conde de Benavente en Valladolid, en las cuales vive su Gobernador Pedro de Ahumada Samano y su Mayordomo mayor y otros oficiales de su casa. En la misma acera se sigue[n], estando la calle en medio, que va a las casas arzobispales y hospital de las bubas, otras muchas casas y algunas muy principales, como son las del Adelantado Montejo, las de Alonso de Ávila, Alvarado. Luego se sigue la otra acera que cae sobre la calle que va a las Atarazanas, que se llama de Tacuba, toda muy poblada de tiendas y contrataciones. Adornan mucho la plaza cuatro torres; las dos que están a las esquinas de la casa donde el Virrey e Oidores viven, que hizo el Marqués; de la casa de Montejo y la de Joan Guerrero.

     Saliendo desta tan señalada plaza, por seis calles se va a seis notables edificios. Por el Audiencia de los Alcaldes se va a Sant Agustín, monesterio sumptuosísimo de Augustinos, el más rico de rentas, ornamentos y plata que hay en estas partes. Llámase la calle del nombre del monesterio; hay en ella gran contratación de tiendas y oficiales y están en ella las carnicerías. Por la calle que está par de la esquina de las casas del Marqués, se va al hospital de Nuestra Señora, que el Marqués edificó y doctó, donde se curan los pobres enfermos que vienen de España; tiene grandes indulgencias y perdones; no está acabado; lleva principios de muy sumptuoso edificio. En esta calle hay muchas casas principales. Por la otra calle, a la acera del Marqués, se va a las casas arzobispales, que aunque no son muy grandes, son muy fuertes, con dos torres de cal y canto muy altas; edificada toda la casa sobre un terrapleno, que antiguamente era en tan levantado de la calle que hasta el primer suelo donde el Arzobispo tiene su aposento, hay una pica en alto. Derecho, por esta calle, está frontero el hospital de las budas, casa de gran devoción y para en estas partes de gentil edificio. Cúranse aquí a la contina muchos enfermos; hácense grandes limosnas; hay muchas indulgencias y perdones. Las casas arzobispales y este hospital hizo don fray Joan de Zumárraga, primer Arzobispo de México, de buena memoria. Luego por la misma acera se va por otra calle muy larga a dar a la iglesia de la Sanctísima Trinidad, y mucho más adelante a la fortaleza que llaman Atarazanas. Su Alcaide se llama Bernardino de Albornoz, Regidor de México. Debaxo destas Atarazanas están ad perpetuam Rex memoriam, puestos por su orden, los trece bergantines que el Marqués mandó hacer a Martín López, con los cuales se ganó esta ciudad. Da contento verlos, y a cabo de tanto tiempo están tan enteros como cuando se hicieron. Cae esta fortaleza sobre el alaguna, hermosa vista, por la grandeza della y peñoles que en ella parescen y canoas de pesquería. Es ruin el edificio, y sería acertado para adelante fuese tan fuerte como la grandeza de la ciudad lo meresce. Por la otra calle que cruza por ésta que va a las Atarazanas, se va al monesterio de Sancto Domingo, de la Orden de los Dominicos . Hay en esta calle hasta más de la mitad della muchas tiendas de diversos oficios, y luego, antes de llegar al monesterio, se hace una buena plaza cuadrada, que por la una parte tiene unos portales de cantería y casas de morada encima, con tiendas debaxo. Frontero en la otra acera hay tres casas muy sumptuosas de caballeros principales. El monesterio, que está entre la una acera y la otra, es muy grande; tiene un templo de sola una nave, de las mayores que yo [he] visto ahora se comienza y prosigue otro que será muy de ver; tiene por las espaldas una muy hermosa huerta y acequia. Hay en esta casa mucho exercicio de letras. Por la otra calle, que llaman de Tacuba, que comienza desde la esquina y Torre del Relox, se va a la Veracruz, templo de donde salen el Jueves Sancto los cofrades de la Veracruz, y desde ahí, por la calzada adelante, un buen trecho, está la iglesia de Sant Hipólito, en cuyo día se ganó esta ciudad. Esta calle se llama así porque va derecha al pueblo de Tacuba hasta la mitad della o poco menos.

     Por la una acera y por la otra hay gran bullicio y ruido de todo género de oficiales, herreros, caldereros, carpinteros, zurradores, espaderos, sastres, jubeteros, barberos, candeleros y otros muchos. De ahí adelante hasta la Veracruz, por la una parte y por la otra, hay muchas y muy sumptuosas casas de personas principales. Es esta la más hermosa y vistosa calle de la ciudad; sálese por ella derecho a las huertas. Es esta la más hermosa salida que hay en muchas partes del mundo, por la grandeza y muchedumbre de las huertas, por el agua de pie y fuertes y hermosas casas de placer. Por la otra calle, la cual también hasta la mitad tiene muchas tiendas, de ahí adelante las casas principales, se va a Sant Francisco, monesterio de Franciscos. Su templo y casa es mediano; la huerta y patio primero son muy grandes. En este patio, que está rodeado de árboles con una cruz altísima de palo en medio, está hacia el occidente la capilla de Sant Joseph que, como dixe en el Túmulo Imperial que escrebí de las obsequias del invictísimo Scésar Don Carlos quinto, tiene siete naves; caben en ella toda la ciudad de españoles cuando hay alguna fiesta; es muy de ver, porque está artificiosamente cubierta de madera sobre muchas columnas; tiene delante una lanza de arcos de cantería; está muy clara, porque la capilla es alta y descubierta toda por delante, que los arcos de cantería son baxos y sirven más de ornato que de abrigo y cobertura.



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Capítulo XXV

Do se prosigue la descripción y grandeza de México.

     Aliende destos templos que por las calles que dixe se va a ellos, hay el templo de Sant Pablo, que está en el destricto de los mexicanos, donde todas las fiestas gran cantidad de indios y algunos españoles vecinos oyen misa. Adelante está la ermita de Sant Antón, sobre la calzada de Yztapalapa. Hay de la otra parte en la población de los españoles un monesterio de monjas de la Madre de Dios, que aunque en el edificio no es señalado, en el número de monjas y en la bondad y observancia de la religión y calidad de sus personas es tan célebre como algunos de los nombrados de Castilla, porque en él hay muchas monjas, las más dellas hijas de hombres principales. Comiénzase ahora otra casa cerca désta, donde se mudarán para tener el templo y morada que conviene. Hacia esta parte, que también se llama México, hay muchas iglesias de los indios, como son Sancta María la Redonda y Sant Joan y otras de los españoles sobre el acequia que corre. Al un lado del monesterio de Sant Francisco está el Colegio de los Niños Huérfanos, que llaman de la Doctrina, los cuales son muchos y muy bien enseñados, porque dentro hay siempre un capellán, un mayordomo e un maestro que enseña a leer y escrebir, con todo el servicio nescesario; es casa muy devota, aunque no de bravo edificio. Hanle concedido los Summos Pontífices las indulgencias de que goza Sant Joan de Letrán de Roma, y así tiene esta advocación el colegio. Dícense en él cada día muchas misas, porque mueren pocos que no manden decir misas. Gobierna esta casa un Rector y ha de ser uno de los Oidores y cuatro diputados. Adelante está un hospital con muy buenas tiendas que los indios han hecho para renta dél, donde se curan los indios pobres y enfermos. Un poco más adentro y en la ciudad, frontero de la otra parte de Sant Francisco, está el Colegio de las Huérfanas, que es buena casa y espaciosa, de gran recogimiento, donde hay una madre que gobierna la casa. Hay muchas doncellas: unas que se resciben por amor de Dios, hasta que se cumple cierto número; otras que tienen padres ricos o haciendas de que se sustenten. Se resciben para ser enseñadas en la doctrina cristiana y estar recogidas, aprendiendo a labrar y coser, hasta que es tiempo de tomar estado. Cásanse de las huérfanas pobres cada año cuantas puede casar la Cofradía de la Caridad, cuyo Rector y diputados tienen cargo de la administración desta casa, que cierto era bien nescesaria en esta ciudad. Hace la Cofradía de la Caridad, porque es la más principal y donde son hermanos todas las personas de suerte, muchas limosnas, no sólo en esto, mas en salir a rescebir los pobres y enfermos que vienen de España. Va un canónigo de la iglesia mayor a ello, que hasta ahora ha sido siempre el canónigo Sanctos. Hay en el camino un hospital que se dice de Perote, porque en todo lo demás del camino hay poco refrigerio.

     Hay asimismo en el districto de México las iglesias de Sancta Catalina y Sant Sebastián y Sancta Ana. Desde este templo comienza la población de los indios de Sanctiago, donde está la gran plaza que dixe. Hay aquí muchas iglesias de indios, pero en la plaza está un monesterio que se llama de Sanctiago, que es de flaires franciscos, de gentil edificio, e gran sitio, donde acude las fiestas a oír misa y sermón toda aquella población. Junto a este monesterio está un colegio también de buen edificio y muy grande, donde hay muchos indios con sus opas, que aprenden a leer, escrebir y gramática, porque hay ya entre ellos algunos que la saben bien, aunque no hay para que, porque por su incapacidad no pueden ni deben ser ordenados, y fuera de aquel recogimiento no usan bien de lo que saben. Tiene cargo deste colegio el guardián del monesterio; hase tractado de comutarlo en españoles, y sería bien acertado. Y porque las insignes ciudades para el proveimiento de los vecinos han de tener agua de pie y esta ciudad la tenía por algunas calles della, al presente se trae por todas, y en cada esquina se hace un arca de piedra, donde los vecinos pueden tomar agua, sin la que entrará en muchas casas. El edificio donde se rescibe para hacer el repartimiento della es muy hermoso y de gran artificio. Hácele Claudio de Arceniega, maestro mayor de las obras de México. Es el obrero mayor que asiste a las obras, por elección del regimiento de la ciudad, Don Fernando de Portugal, Tesorero de Su Majestad.

     Está puesta toda esta ciudad con la población de indios muy en llano; rodéanla a tres y a cuatro leguas muchos montes y sierras; los campos que están a las vertientes son muy llanos, muy fértiles, alegres, y sanos, por los cuales corren diversas aguas y fuentes. Hay en ellos muchos pueblos de indios con muy buenos templos y monesterios. Cógese mucho trigo y maíz, e hay muchas molienda:s y ganado menor. Es tierra de caza y la laguna de mucha pesca, porque hay poca en los ríos. Tiene exidos, donde pasce todo género de ganados. A media legua, entre las huertas tiene un bosque, cercado con una muy hermosa fuente de donde viene el agua a la ciudad; llámase Chapultepeque. Don Luis de Velasco, Visorrey desta Nueva España, hizo una casa; sobre la casa, aunque pequeña, muy buena y sobre lo alto del bosque edificó él mismo una capilla redonda, la cosa más graciosa y de ver, que de su tamaño hay en toda la ciudad; tiene sus petriles alderredor, de donde se paresce toda la ciudad, laguna, campos y pueblos, que verdaderamente es una de las mejores vistas del mundo. Hay en este bosque muchos conejos, liebres, venados y algunos puercos monteses. Ciérrase todo el bosque con una puerta fuerte, sobre la cual puse yo esta letra: Nemus edifitio et amenitate pulchrum delitias populi Ludovicus Velascus, hujus, provinciae prorex, Scaesari suo consecrat, que quiere decir: «Don Luis de Velasco, Visorrey desta provincia, dirige al Emperador, su señor, este bosque, en edificio y frescura, hermoso pasatiempo de la ciudad.»

     Estas y otras muchas cosas señaladas tiene la muy insigne, muy leal e muy nombrada ciudad de México, cabeza de todo este Nuevo Mundo, de donde han salido y salen los Capitanes y banderas que en nombre de Su Majestad han conquistado y conquistan, como en su lugar diré, todas las demás provincias que hasta ahora están subjectas a la Corona real de Castilla. E porque ya es razón, por la gran digresión que he hecho, que ha parescido ser nescesaria, volver al contexto de la obra y historia, proseguiremos lo que más avino a Cortés estando en México.



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Capítulo XXVI

Del hazañoso hecho de Cortés en la prisión del gran señor Motezuma.

     En todas las cosas que hasta entrar en la imperial ciudad de México a Cortés habían subcedido, como paresce por lo que dicho tenemos, en los peligros mostró grande esfuerzo y la confianza que en Dios tenía; en las consultas, gran prudencia, y en todo, la gran ventura que tuvo; pero hasta determinarse a prender al gran señor Motezuma y determinado salir con ello fue cosa que ningún Capitán ni Príncipe ha hecho, de todos los que por las escripturas se saben; considerando ser él y trecientos hombres, apartados del puerto sesenta leguas y metidos donde había indios casi sin número, en ciudad cercada toda la agua, la más grande y poderosa de todo este Nuevo Mundo, en su propria casa y entre tantos y tan poderosos señores, de quien Motezuma más que Rey era servido, amado, temido y acatado. Y porque, aunque este hecho que excedía a todo ánimo humano, por su gran dificultad, no parezca temerario y subcedido más acaso que gobernado y regido por prudencia, será bien que el lector entienda que, según los más dicen, pasados seis días que Cortés con mucho cuidado anduvo mirando el asiento, fortaleza y edificios de la soberbia ciudad, revolviendo en su pecho por la una parte lo mucho a que se había puesto, y por la otra la gran dificultad que había para poder salir con ello, porque muchos de los suyos le venían con nuevas temerosas, que aunque él las disimulaba, eran las más verdaderas, diciendo que los señores y los demás Capitanes, de secreto, trataban con Motezuma cómo todos los cristianos muriesen, ayudaba a esto a banderas desplegadas el demonio, con quien en tan breve tiempo habló muchas veces Motezuma, pidiéndole consejo, el cual le respondía que ya era tiempo que a tan pocos hombres los sacrificase y hiciese fiesta con su sangre a los dioses. No estaba fuera deste parescer Motezuma, si por otra parte ser de su natural condisción clemente y piadoso, y el miedo que tenía a los españoles, no lo estorbara.

     Estando, pues, Cortés en tan gran dubda, rescibió cartas de Francisco Álvarez Chico, aunque otros dicen que de Pedro Dircio, Teniente suyo en la Veracruz, las cuales decían así: «Muy magnífico señor : Después que vuestra Merced desta villa partió, lo que hay de nuevo que hacerle saber es que el Qualpopoca, señor de la ciudad [en blanco] que después nosotros llamamos Almería, me invió a decir por sus mensajeros que tenía gran deseo de ser vasallo del Emperador, nuestro Rey e señor , y que si hasta estonces no había venido a dar la obediencia que era obligado y a ofrescerse a su real servicio con todas sus tierras y señorío, había sido la causa no haberse atrevido a pasar por tierra de sus enemigos, que estaban en el medio del camino; pero que si yo le inviase cuatro de los teules que comigo tenía, que con la demás gente que él tenía, pasaría sin miedo por entre sus enemigos, sabiendo cierto que no le enojarían, e que vendría a dar la obediencia al Emperador de los cristianos, cuyo vasallo y esclavo él deseaba ser. Yo, creyendo ser así lo que decía, porque en lo de los enemigos decía verdad, le invié cuatro españoles, pensando que, como él decía querer venir, al servicio de Su Majestad, lo hicieran otros, pero ha salido al revés, porque en llegando los cuatro españoles, haciéndoles al principio buen rescibimiento y muchos regalos, de secreto, sin que él paresciese que entendía en ello, los mandó matar; murieron los dos y los otros dos se escaparon malamente heridos; vinieron a mí, que no fue poca ventura, y dándome cuenta de lo pasado, con cincuenta españoles y dos de caballo y dos de tiros de pólvora, con hasta ocho o diez mill indios amigos, di sobre la ciudad, peleé con los vecinos della, sobre razón que habían muerto seis o siete españoles; toméles la ciudad, maté muchos, y los demás eché fuera; quemé y destruí la ciudad, porque así convino. Los indios amigos eran tan grandes enemigos dellos que al que podían coger no le daban vida. Qualpopoca y otros señores, sus aliados, que en su favor habían venido, se escaparon huyendo, y de algunos prisioneros que tomé, me informé cúyos vasallos eran los que en defensa de la ciudad estaban, los cuales dixeron que de Motezuma, el cual había inviado a mandar a Qualpopoca y a los otros señores que allí habían venido, como a sus vasallos y mascegoales, que sobre seguro matase a los españoles, y que salido vuestra Merced de la Veracruz, viniesen sobre los indios que se habían aliado y ofrescido al servicio del Emperador, y que tuviesen todas las formas que ser pudiesen para matar los españoles que vuestra Merced aquí dexó, porque no se pudiesen ayudar ni favorescer a los rebeldes. Vuestra Merced verá sobre esto lo que conviene hacer, y mire que, pues esto ha prescedido, que no puede estar en esa ciudad, donde es Rey e señor Motezuma, seguro.»

     Rescebida Cortés esta carta y entendido, por ella el subceso, del cual ya había tenido noticia en Cholula, comenzó a pasearse muy cuidadoso por una sala, pensando el pro y contra de tan arduo negocio, ca por una parte veía que si se salía de la ciudad, perdía mucho y ponía su vida y la de los suyos en claro peligro de muerte, afrentando su nombre y nasción, desdorando todo lo que hasta estonces le había prósperamente subcedido. Por la otra vía, que convenía prender a Motezuma, y que era este negocio de grandísima dificultad; pero poniendo toda su esperanza solamente en Dios, y que tomando el uno, o el otro camino veía la muerte a los ojos, determinóse como valeroso a prender a Motezuma, entendiendo que si le era forzoso morir, que era mejor acabar desta manera, que no huyendo, saliendo de la ciudad.

     Otro día de mañana, después de haberse así determinado, vinieron a él muchos taxcaltecas con algunos españoles a decirle cómo los mexicanos trataban ya, casi al descubierto, de romper las puentes de la ciudad e que ya tenían muchos pertrechos de munición puesto de secreto en las casas fuertes; que viese lo que convenía antes que el negocio pasase adelante. Cortés les respondió que ya él sabía la verdad del negocio e que no había en él tanto peligro como ellos pensaban, e que pues los cristianos tenían a Dios de su parte, no tenían que temer; que Él, que había sido poderoso para sacarlos victoriosos de tantos peligros, lo sería para sacarlos del que tenían presente. Con esto los despidió, y aquella noche se anduvo por una gran sala paseando, bien pensativo, tratando consigo por qué medios acabaría la prisión de Motezuma, en la cual estaba el no rebelarse la tierra toda. Paseándose así , vio una puerta que no había mucho que estaba encalada; mandó a dos criados suyos que la abriesen para ver lo que dentro había. Entró y halló muchas piezas, unas tras otras, que servían de recámaras, llenas de muy ricos plumajes, de joyas, muchos paños de algodón, muchos ídolos y otras cosas desta suerte. Mandólo cerrar como de antes, lo mejor que ser pudo; tornóse a pasear otro buen rato ; invió luego a llamar a los Capitanes y personas de consejo, y juntos, que ninguno otro los pudiese oír, les dixo:

«Señores: Ya habréis entendido el peligro en que estamos, así por la carta que me escribió Pedro Dircio, como por lo que los taxcaltecas y ciertos españoles hoy me han dicho. He de terminado, si a vosotros os paresce, de prender a Motezuma y traerle a este aposento y ponerle la guarda nescesaria, porque los mexicanos, preso su señor, no osarán poner por obra lo que intentan, porque ha de caer todo sobre su señor; y si todavía porfiaren, hecho esto, a levantarse contra nosotros , muerto su señor ha de haber diferencias entre ellos sobre la elección de Emperador, y así podría ser que de nuestra parte tuviésemos los más del pueblo y fuésemos poderosos contra los otros. Salirnos de la ciudad no puede ser, sino a manera de fugitivos, y en ella y doquiera hemos de ser menospreciados y tenidos en poco y aun muertos antes que lleguemos a Taxcala, cuanto más, adelante. Y pues por la una vía y por la otra no se excusa peligro, pongamos el pecho al agua y hagamos como españoles el deber, poniendo toda nuestra esperanza en Dios, que Él nos ayudará para que seamos parte cómo el demonio sea alanzado destas tierras.»

     Dichas estas palabras, les rogó que con toda libertad dixesen su parescer. Respondieron dos o tres de los principales diferentemente, porque el uno contradixo, diciendo no ser razón tentar tantas veces a Dios, y que pues los indios mexicanos y Motezuma habían pretendido siempre que los españoles no entrasen en México, ofresciéndoles grandes intereses por que se volviesen, con facilidad los dexarían volver y aun darían de lo que tuviesen, e que con esto, sin riesgo de sus personas podrían volver ricos a su tierra. Otros contradixeron, diciendo que el hacer el deber y tomar lo más seguro no era tentar a Dios, pues no estaban ciertos de que queriendo ellos salir de la ciudad, Motezuma los aseguraría, cuanto más dar de sus tesoros, pues como había parescido por la carta de Pedro Dircio, había mandado matar aquellos españoles, y en fin, como quiera que saliesen de la ciudad, era afrentoso y peligroso, e que pues habían ya entrado no era razón con incierta esperanza de seguridad de las vidas y llevar dineros, dexar de hacer tan gran servicio a Dios y al Rey, como era apoderarse de la ciudad, que subjectada., era fácil el señorear toda la demás tierra.

     Paresció a todos los demás muy bien esta repuesta, y así se determinó que Cortés hiciese lo que había pensado, el cual, después de haberles dicho el cómo, les dixo se fuesen a dormir; que por la mañana se haría lo que convenía.



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Capítulo XXVII

Cómo Cortés prendió al gran señor Motezuma.

     El día siguiente, a la hora que Cortés solía ir a ver al gran señor Motezuma, se acompañó de treinta de los suyos, Capitanes y personas principales, dexando a los demás puestos en armas, de secreto, para si hobiese algún bullicio, divididos de cuatro en cuatro por las encrucijadas; y a los que con él iban, mandó que de dos en dos o de tres en tres, disimuladamente, como que se iban a pasear, se fuesen a palacio. Entró do el gran señor Motezuma estaba, el cual lo salió a rescebir; metióle en una sala a do tenía su estrado; entraron con él los treinta españoles que allí se habían juntado, quedando otros muchos a la puerta y en el patio, como Cortés había ordenado. Saludó a Motezuma con la gracia que solía; comenzó a tener palacio con él; holgóse el señor, bien descuidado de lo que fortuna de ahí a poco había de hacer con él, y estaba contento y muy alegre con la conversación. Dio a Cortés muchas joyas de oro y una hija suya con otras hijas de señores; la hija para que con ella se casase, y las demás para que le sirviesen o las repartiese entre sus caballeros. Él las rescibió por no enojarle, diciendo que siempre, como gran señor, le hacía mercedes de todas maneras, y que supiese que con aquella señora, su hija, no se podía casar porque su ley cristiana lo prohibía, así por no ser bauptizada, como por ser él casado y no poder tener más de una mujer. Con todo esto Motezuma se la dio, diciendo que quería tener nietos de hombre tan valeroso.

     Entre estas y otras pláticas, Cortés sacó del pecho la carta que Pedro Dircio le había escripto; mandó a las lenguas que la leyesen y declarasen a Motezuma, el cual se entristeció, aguándosele bien el placer que había rescibido. Quexóse mucho Cortés, diciendo que aquellos no eran tratos de Rey, sino de traidor y hombre baxo y que se parescía bien serle enemigo, aunque le hacía caricias de amigo; pues los suyos decían que querían romper las puentes y levantarse contra los cristianos, no habiendo de ellos rescebido pesadumbre alguna. Motezuma se desculpó cuanto pudo, diciendo ser maldad lo que Qualpopoca y los suyos le levantaban, y por que viese ser así, mandó llamar a ciertos principales; dioles una piedra que él traía al brazo con una figura de Ucilopuchtli, que era el ídolo mayor, como en señal real, para que luego le traxesen delante de sí y se hiciese justicia dél. Esto decía Motezuma por asegurar más a Cortés, y porque era tan grande el respeto que hasta los señores le tenían, que delante dél no habían de osar decir otra cosa de lo que él dixese. Entendiendo esto Cortés, con buenas palabras le dixo: «Señor mío: Conviene que vuestra Alteza se vaya comigo a mi aposento y esté en él hasta que los mensajeros traigan a Qualpopoca, que comigo será vuestra Alteza muy bien tratado, servido, acatado, y reverenciado, y mandará como hasta aquí, no sólo a sus vasallos, pero a mí y a mis compañeros; e yo con más cuidado miraré por la persona de vuestra Alteza como por la de mi Rey, y perdonadme que lo haga así, porque no me conviene hacer otra cosa, ca de otra manera vuestros reinos se rebelarán y revolverán, y vuestra persona y las nuestras correrán mucho riesgo, y estos mis compañeros que comigo vienen y los demás se enojarían comigo si no los amparase y defendiese, sabiendo, como saben, que los vuestros se quieren levantar contra ellos. Por tanto, mandad a los vuestros que no se alteren ni revuelvan, porque cualquiera alteración que subcediere la pagará vuestra persona con pérdida de la vida; y pues está en vuestra mano ir callando sin que los vuestros se alboroten, haceldo, que así os conviene para lo presente y para lo de adelante, y en esto no pongáis excusa, porque se ha de hacer lo que digo.»

     Motezuma, aunque era muy señor, muy grave y muy reportado, alteróse con esto demasiadamente aunque no respondió hasta que se sosegó un poco, y estonces, con buen semblante dixo: «Señor Capitán: Maravíllome de vuestro atrevimiento, que en mi casa, en mi ciudad y reino, y con tanto peligro vuestro os pongáis en prenderme, ca no es persona la mía que debe ni puede ser presa, e ya que yo lo consintiese, no lo consentirán los míos, que son tantos y tan poderosos, como sabéis.»

     Desta manera, en demandas y respuestas estuvieron los dos más de tres horas, hasta que viendo ya Motezuma que el negocio estaba en lo último del riesgo que podía tener, temiendo perder allí el imperio con la vida, le dixo: «¡Ea, pues, vamos; que se ha de hacer lo que tú mandas; que en fin, yo veo que lo has de venir a señorear y mandar todo!» Volvióse a los que con él estaban, que eran, señores, porque nunca estaba solo, y con rostro grave les dixo: «No os alteréis, que yo voy de mi voluntad con el capitán Hernando Cortés a su aposento, para asegurarle de la maldad que Qualpopoca me ha levantado.» Cortés mandó adereszar el aposento donde había de estar. Hecho esto, los señores, quitándose las mantas y poniéndolas debaxo los brazos, descalzos y llorando, le llevaron en los hombros en unas andas al aposento, que a su modo, estaba ricamente adereszado. No se pudo esto hacer tan secreto que luego no se dixese por toda la ciudad cómo el gran señor iba preso en poder de los españoles. Acudieron luego muchos señores mal espantados y muy alterados; comenzó, como era forzoso en negocio tan arduo y tan nuevo, a haber gran bullicio por toda la ciudad, y como los más de los señores estaban con Motezuma, para saber la causa de su prisión y ver lo que mandaba, no hubo quien osase tomar armas.

     Motezuma, temeroso de que no lloviese sobre él el daño que los suyos podrían hacer, desimulando sabiamente la pena que su corazón sentía, con rostro alegre dixo a aquellos señores: «Amigos y criados míos: No hay por qué hagáis tan gran sentimiento: que yo estoy vivo y estoy en este aposento a mi contento; no se me ha hecho fuerza ni afrenta, porque he querido estar en este lugar, para asegurar al capitán Hernando Cortés y a los suyos de la maldad que Qualpopoca me ha levantado, diciendo que yo le mandé que matase a aquellos españoles, y así, venido que sea, pienso hacer dél justicia, porque otro no se atreva a levantar testimonio a su Rey. También quiero estar aquí para que Hernando Cortés entienda ser falsedad la que de vosotros se dice, que estábades determinados de romper las puentes y tomar a manos a los españoles y sacrificarlos a todos, cosa harto cruel y que ellos no han merescido, por haber estado en mi ciudad y tierra tan sin perjuicio. Yo saldré de aquí cuando quisiere y como quisiere, como lo veréis de aquí adelante; por tanto, si me amáis, es razón, como leales vasallos que yo tanto he amado, deseéis mi contento; sosegad vuestros corazones y no tratéis en público ni secreto deste negocio, porque no conviene, que en ello me haréis gran placer.»

     Acabadas de decir estas palabras, se le arrasaron los ojos de lágrimas, las cuales detuvo cuanto pudo, aunque muchos de los que le oían no pudieron tener tanto esfuerzo, sintiendo bien la desimulada pena de su señor y la suya, que mostraban claramente, por servirle, darle contento; y aun porque creyeron ser así lo que su señor decía, se reportaron, procurando hacer en todo su voluntad.

     Cortés le puso goarda de españoles, de la cual era Capitán Pedro de Alvarado. La goarda era de treinta españoles bien adereszados, que a la contina, de noche y de día le guardaban por sus cuartos mirándole de noche a la cara, así por las hechicerías de que algunos de los indios usaban, como porque otros horadaban las paredes. Fue tan nescesario este cuidado, que un día se quiso echar Motezuma de una azotea alta diez estados, para que los suyos le rescibiesen, si un español de los de la goarda, que iba más cerca dél, no le detuviera. Visitábale cada día Cortés; alegrábale y regocijábale cuanto podía, entreteniéndole con la conversación de aquellos caballeros españoles ; mandándoles que delante dél jugasen e hiciesen exercicios de armas, con que él mucho se holgaba, a los cuales hacía cada día muchas mercedes. Era servido, como en su palacio, de sus mismos criados y también de los españoles a quien Cortés también mandó que le sirviesen y hablasen como a Rey, y así lo hicieron. Allí libraba pleitos, despachaba negocios y entendía en la gobernación de sus reinos, hablando público y secreto con todos cuantos quería, cosa ciertamente bien acertada para asegurarle a él y a los suyos, aunque con todo esto estaban tan inquietos que de noche ni de día dexaban de procurar cómo sacar a su señor de la prisión, echando algunas veces fuego por las azoteas, porque el horadar las paredes era contino, por lo cual Cortés mandó a Rodrigo Álvarez Chico que con sesenta hombres le velase por las espaldas de la casa, haciendo los cuartos de veinte en veinte, y por la delantera de la casa con otros sesenta mandó que hiciese lo mismo Andrés de Monjaraz.

     El servicio de la comida y la cama que allí tenía Motezuma eran de muy gran señor, porque ocupaban trecho de una piedra bien tirada los servicios de la comida, que de cuatro en cuatro por hilera, los platos levantados, venían al aposento; todo este gran servicio se repartía entre [los] señores y los españoles que le guardaban. La cama en que dormía era de mantas de algodón, muy ricas y muy delgadas, muchas, unas sobre otras, gastadas como colchones y encima ricas mantas de pluma y de pelos de conejo; son muy calientes y de muy buen tacto, las cuales, por ser de diversas colores, parescían muy bien. El aposento donde la cama estaba, que estaba hecha sobre madera, conforme al tiempo, el suelo y todo, estaba ricamente adereszado para el frío y calor.



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Capítulo XXVIII

De algunas otras particularidades que estando preso Motezuma acontescieron.

     Fue tal y tan bueno el tratamiento que Cortés hacía a Motezuma, que mandó que ninguno de sus caballeros le hablase sino quitaba la gorra y haciéndole una reverencia tal cual convenía a tan gran Príncipe, y así él todas las veces que entraba a verle le respectaba mucho, entendiendo que, con solamente en ello hacía el deber, pero que ayudaba a su negocio. Rogóle muchas veces con la libertad, diciendo que si era servido, que se podía volver a su palacio, porque él no le tema en prisión. Respondióle Motezuma que se lo agradescía mucho y que él estaba bien allí pues no echaba menos cosa que al real servicio de su persona pertenesciese y que holgaba de estar allí por tener ocasión de tratar más particularmente a los españoles, a quien cada día se iba más aficionando, por lo bien que le parescían, ca era gente muy sabia y valiente, y también podría ser que, volviéndose a su aposento, los suyos, tiniendo más libertad para hablarle, le importunasen e induciesen a que hiciese alguna cosa contra su voluntad, que fuese en daño de los españoles, e que estando allí en son de preso, podía excusarse con ellos, diciendo no estar en su libertad.

     Muy bien paresció a Cortés esta respuesta, aunque se recataba no fuese dada para asegurarle más. Salía Motezuma con licencia de Cortés y acompañado de las guardas [de] españoles a visitar los templos y hacer oración a los dioses, a quien lo más nobles y más señores veneraban y acataban más. Asimismo pedía licencia para irse a holgar y a pasar tiempo a ciertas casas de placer que tenía alderredor de la ciudad una o dos leguas, volviéndose siempre a dormir al aposento. Iba en piraguas y en canoas grandes, que en cada una cabían sesenta hombres. Delante de la suya iba una pequeña, en la cual con uno o dos remeros iba un indio ricamente vestido, en pie, con tres barras de oro atadas, levantadas en la mano, a manera de guión real, y así le llamaban Alteza y Emperador y al señor de Tezcuco Infante. Iban en su goarda cuatro bergantines, que fueron los primeros que Martín López hizo, los cuales quemaron después los indios cuando Cortés fue contra Narváez. Iban en éstos los españoles, muy bien adereszados, porque estonces era el tiempo cuando más podían ser ofendidos. La caza, a que Motezuma iba por agua, era a tirar a páxaros y a conejos con cebratana, de la cual era gran tirador. Otras veces salía a los montes a caza de fieras con redes, arcos y flechas y a caza de altanería, aunque no la usaba mucho, aunque por grandeza, como dixe, tenía muchas águilas reales y otras muchas aves muy hermosas, de rapiña. Cuando iba a la caza de montería le llevaban en hombros con las guardas de españoles y tres mill indios taxcaltecas ; acompañábanle los señores, sus vasallos, por hacerle solaz ;banqueteaba a éstos y a los españoles con mucha gracia, dando a los unos y a los otros muchos dones y haciéndoles muchas mercedes.

     Era tan aficionado a dar y era con los que bien le parescían tan liberal, que viendo esto Cortés le dixo un día que los españoles eran traviesos y que como, nunca andaban quedos, escudriñando la casa, habían tomado cierto oro y otras cosas que hallaron en unas cámaras; que viese lo que mandaba hacer dello. Esto era lo que él había descubierto cuando mandó abrir aquella puerta. Motezuma respondió: «Eso es de los dioses de la ciudad, pero dexen las plumas y cosas que no son de oro ni de plata, y lo al tomaldo para vos y para ellos, y si más queréis más os daré.» Era tan grande esta riqueza, según dice el contador Ojeda en un Memorial que me invió de lo que vido, que de oro, plata y ropa rica se podían henchir quince navíos. Llamaron los españoles a aquellos aposentos, donde esta riqueza estaba, la joyería. Las caxas donde la ropa rica estaba, eran tan grandes que llegaban a las vigas de los aposentos, y tan anchas que después de vacías se alojaban en cada una dos soldados. Sacaron los españoles al patio más de mill cargas de ropa; quísolas volver Cortés a Motezuma, el cual no lo permitió, diciendo que lo que una vez daba no lo había de tornar a rescebir. Repartió, Cortés esta ropa entre los soldados, como le paresció. Y porque no es justo dexar de decir cosa que señalada sea, subcedida en tiempo de la prisión de Motezuma, es de saber que, entre otras cosas que de la policía de Motezuma se ponderaron, fue tener tan gran cuenta con la limpieza de su gran ciudad, que no había día en que, por lo menos, en cada calle no anduviesen mill hombres barriéndola y regándola, poniendo de noche por sus trechos grandes braseros de fuego, y en el entretanto que unos dormían velaban otros, de manera que siempre había quien de noche y de día tuviese cuenta con la ciudad y con lo que en ella subcedía.

     Cortés, que en todo era muy mirado, viendo que los naborías, que son indios de servicio, hacían grande costa a Motezuma, mandó que se recogesen y que no quedasen más de una india a cada español, para que le guisase de comer, y que las demás se pusiesen en parte donde no comiesen a costa de Motezuma y que esto fuese fuera de la ciudad, porque Motezuma y los suyos no rescibiesen pesadumbre. No pudo Cortés hacer esto tan secretamente que Motezuma no lo entendiese, el cual le invió a rogar se llegase a su aposento. Venido, con palabras graves y amorosas le dixo: «Muy maravillado estoy de ti hayas tenido en tan poco mi persona y el amor que yo a ti y a los tuyos tengo, que por no hacerme gasto, mandes echar los naborías fuera de la ciudad, para que vayan a comer a costa de mis esclavos. ¿Qué te paresce que dirán los que han conoscido mi grandeza y rescebido de mí grandes mercedes, que amándote yo tanto y siendo tú y los tuyos tan valerosos, temiese, yo los gastos, siendo tan poderoso para hacer otros mayores? » Acabadas de decir estas palabras, antes que Cortés le respondiese, mandó a ciertos principales que allí estaban, que luego pusiesen los naborías de los españoles en unos aposentos muy buenos y que cada día les diesen doblada ración de lo que habían menester. Cortés le besó las manos por ello, pidiéndole perdón si en algo había errado, diciendo no haber sido su intención deservirle.

     Tuvo también gran cuenta Motezuma con el servicio de los españoles, y tanta, que aun hasta el proveerse de las necesidades naturales, les señaló unas casas, que por esto se llamaron del maxixato, que quiere decir del proveimiento natural, con las cuales ciertos indios tenían gran cuenta para que siempre estuviesen limpias y aun con buen olor, y como esta casa era muy grande, entrando Ojeda por ciertos aposentos, halló en uno muchos costalejos de a codo, llenos y bien atados. Tomó uno y sacólo fuera y abriéndole delante de algunos de sus compañeros, halló que estaba lleno de piojos; tornánronle a atar de presto, espantadas de aquella extrañeza. Contáronlo a Cortés, el cual preguntó a Marina y Aguilar qué quería decir cosa tan nueva. Respondiéronle que era tan grande el reconoscimiento que a Motezuma hacían todo sus vasallos, que el que de muy pobre o enfermo no podía tribuctar, estaba obligado a espulgarse cada día y guardar los piojos que tomase, sin osarlos matar, para tribuctarlos a su tiempo en señal de vasallaje, y que como de los pobres hubiese gran número así había muchos costalejos de piojos, cosa cierto la más peregrina que se ha oído e que más muestra la tiranía y subjección que sobre los suyos Motezuma tenía, aunque con los nuestros era tan afable y amoroso, como el que conoscía el valor de la gente nueva, que jamás pasó día que no hiciese mercedes a alguno o algunos de los nuestros que estaban en su guarda, y especialmente quería mucho a un Fulano de Peña, con el cual, burlándose muchas veces, le tomaba el bonete de la cabeza, y echándoselo de la azotea abaxo, gustaba mucho de verle baxar por él y luego le daba una joya. Amó muy de veras a éste, como adelante diré, y si la desgracia de la muerte deste tan gran Príncipe no subcediera, le hiciera muy rico, porque era muy a su contento, tanto que todas las veces que le vía, aunque fuese delante de Cortés, se sonreía y alegraba. Nunca comía ni se iba a holgar que no le llevase consigo, y cierto tenía razón, porque el Peña era gracioso, de buen aire y de buen parescer y avisado en lo que decía y hacía.

     Buscaba siempre Motezuma, según era su condisción afable y dadivoso, ocasión cómo hacer mercedes, y así, viendo un día a Alonso de Ojeda una bolsa grande, nueva, de las plegadas y de bolsicos, labrada con seda, que se decía burjaca, se la pidió; miróla toda, holgóse mucho de verla, espantado de que tuviese tantas partes y tan bien hechas, donde guardar muchas cosas. Alegre con ella, dio un silbo baxo, que es manera de llamar de los señores; vinieron luego ciertos principales; díxoles muy quedo que luego traxesen ciertas cosas. Apenas había acabado de mandarlo, cuando luego dieron a Ojeda dos indias muy hermosas, muchas mantas ricas, una hanega de cacao y algunas joyas, pagándole la burjaca harto más de lo que ella valía, aunque fuera de oro. Rindióle Ojeda las gracias con mucha humildad, y como ninguna cosa concilia tanto amigos como la afabilidad y liberalidad, aliende de que era tan gran Príncipe, le amaban los nuestros como si de cada uno fuera padre y hermano. Jugaba muchas veces al bodoque con Pedro de Alvarado, aunque los prescios eran bien diferentes, porque cuando Pedro de Alvarado perdía le daba un chalchuite, que es una piedra baxa y de poco prescio, y cuando Motezuma perdía le daba un tejuelo de oro, que por lo menos valía cincuenta ducados, y acontescióle perder en una tarde cuarenta o cincuenta tejuelos de aquéllos. Holgábase las más veces de perder, por tener ocasión de dar, condisción no de otro que de Rey.



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Capítulo XXIX

Se prosiguen otras particularidades acontecidas durante la prisión de Motezuma.

     Deseaba Motezuma, según la afición mostraba a los españoles, hacerles en todo placer y darles contento, tanto que después de haber dado a Cortés una hija suya, bien hermosa, le ofresció otra muy más linda, pensando que, así como él tenía muchas mujeres, Cortés tuviera muchas amigas aunque fueran hermanas. Verdad es que le pesó a Cortés, por el parentesco que había, por no poder rescebir a la segunda, pero trató de casarla luego con Cristóbal de Olid, el cual vino luego en ello, por ser tan linda y hija de tan gran señor y mandárselo Cortés. Como Motezuma supo el casamiento, holgó mucho dello y envió a su yerno joyas ricas y de ahí adelante le trataba como a deudo. Tornáronse cristianas estas dos señoras, de que también plugo a Motezuma, el cual un día Cortés muy encarescidamente, con muchas y muy buenas razones, rogó que, pues que veía tan claramente el engaño de su ley y se había holgado tanto con la conversión de sus hijas, que se hiciese cristiano, porque Dios era el que había criado todas las cosas y el que da y quita los imperios y señoríos en esta vida, y en la otra le haría grandes mercedes, conservándole en este mundo en mayor estado y señorío del que tenía, y en el otro dándole gloria para el alma. Como ya Motezuma se iba desengañando del error en que había vivido, paresciéronle muy bien las razones de Cortés, aunque por miedo de los suyos, no osándose determinar luego, pidió término, y esto secretamente, para verse en ello, diciendo que por hacerle placer lo procuraría cuanto en sí fuese, porque se holgó mucho y le hizo grandes caricias, para atraerle a que se, determinase, aunque vio que el demonio le había de ser gran contrario y que por no perder el señorío, Motezuma se había de resfriar y acobardar. Con todo esto, si no le subcediera la muerte, se cree se hiciera cristiano.

     En este comedio, acontesció que faltando dos indias de servicio a un español de los que le guardaban, le dixo que se las mandase buscar. Dixo Motezuma que sí mandaría, y como pasaron dos días que no parescían, el español, con demasiado atrevimiento, le tornó a decir que le mandase buscar las indias, que si no que... (paró aquí). Motezuma, como Príncipe, respondióle, ásperamente, desdeñando su persona. El español, no considerando que lo había con tan gran Príncipe, le amagó con su espada, porque son desta condisción, si no es con su Rey, todos los más de los españoles. Motezuma estonces acordándose que en su propria casa estaba preso, y de día y de noche con goarda de gente tan ariscada, y que ningún gran señor de los suyos osaba alzar los ojos cuando él le hablaba, no se pudo sufrir que no llorase, ni pudo ser esto tan secreto que Cortés no lo supiese luego, el cual, como era razón, muy enojado, quiso ahorcar al español, si no fuera por ruego de los Capitanes y por la falta que por estonces pudiera hacer, y así le mandó dar docientos azotes de manera que Motezuma lo viese, el cual, como los de la guarda suplicasen que no permitiese que aquel español que con enojo se le había atrevido, fuese azotado, ca entre los españoles era más afrentoso ser azotado que el morir, Motezuma, que aún no había perdido el enojo, les respondió que Cortés, como buen Capitán, hacía justicia y que su ruego no había de ser sino para que le perdonasen la vida, que merescían perder, e que no de otra manera castigara él a cualquiera señor de los de su Corte que se atreviese contra Cortés. Visto esto e que tenía razón, los de la goarda callaron y el otro pagó como mal criado, pasando su carrera.

     Otro día que esto acontesció, estando velando a Motezuma, al trocar de las velas, se fueron tres sin haber venido las otras a ponerse en su puesto; y como Cortés lo supo, que no sabía dormir, los mandó luego aquel día azotar, porque Motezuma entendiese el castigo que se daba a los que no hacían bien la vela, para que si tenía pensamiento de irse no osase. Luego la otra noche, a dos horas della, vieron los españoles salir a muchos indios naborías de la casa del maxixato, cargados de panes de liquidámbar. Como vieron esto, fueron allá obra de sesenta dellos, y entre ellos Peña, el querido de Motezuma; tomaron mucho del liquidámbar, que era cosa que corría mucho en el mercado, porque cada pan valía dos gallipavos o tres gallinas. Mandólos prender a todos Cortés, y como lo supo Motezuma y vio que los alguaciles andaban de casa en casa e que ya había dos días que estaban presos, invió a decir a Cortés que por qué tenía preso a Peña, su amigo, y a los otros sus compañeros, y respondiéndole Cortés que porque habían hurtado el liquidámbar y no había de permitir que los suyos le diesen enojo, replicóle Motezuma que aquello era no nada y que mandase luego soltar a su amigo Peña y a los demás; que el castigo en los españoles, no había de ser sino por fuerzas y desacatos. Holgó Cortés dello, y así de adelante, hasta que se acabó el liquidámbar, se aprovecharon dello los españoles, y los que estaban presos fueron luego sueltos y Peña fue a besar las manos a Motezuma, el cual le abrazó y se holgó tanto con él como si fuera su hermano, a quien mucho tiempo, deseara ver. Diole muchas cosas, hízole grandes caricias y rogóle que de ahí adelante no se apartase de su lado, y que si algo hobiese menester que se lo pidiese, porque ninguna cosa le negaría.

     Otro día, después que Cortés mandó soltar los presos, le convidó Motezuma al peñol de la caza, que es hoy una de las buenas casas que hay en la Nueva España, donde Hernando Cortés, después que fue Marqués del Valle, edificó una muy hermosa casa. Motezuma entró en canoa, con otras muchas llenas de señores, adereszados ricamente, con muchos ramos por lo alto, que hacían sombra. Cortés entró en los bergantines que se habían hecho, también a su modo lo mejor que ser pudo adereszados, acompañado de algunos Capitanes y soldados principales, porque los demás quedaron en guarda de la ciudad. Salieron todos con gran ruido de música, así de los españoles, como de los indios. Llegados al peñol, en unas casas que se hicieron de árboles y ramos, flores y rosas, dio Motezuma una muy real comida, en mesas diferentes, porque los españoles comieron juntos, en mesas altas, y a la cabecera Motezuma y al lado Cortés; los señores indios, a su costumbre, comieron en el suelo, y con ellos, para mayor confirmación de amistad, algunos caballeros españoles, porque así lo ordenaba el muy avisado Cortés, procurando por todas las vías que podía aficionar y traer a su amor aquella gente entre quien estaba.

     Acabada la comida de ahí a una hora, mandó Motezuma poner algunas redes e que por otra parte saliesen los flecheros y que otros con voces y ruido de instrumentos levantasen la caza. Fue cosa de ver cómo algunas salvajinas se enredaban y cómo los flecheros enclavaban animales muy pequeños, aunque fuese muy de lexos, donde se mostraba bien su destreza. Holgáronse mucho los nuestros en ver caza tan extraña; fueron cargados de liebres y conejos, que los hay los mayores y mejores del mundo.

     Acabada la caza, dio el gran señor una muy solemne merienda, y sobre tarde volvió a la ciudad. Mostró sus casas y los secretos dellas a los caballeros españoles. Eran tan grandes, tan vistosas y tan soberbias que representaban la grandeza y majestad de su morador, y no menos que en el laberinto cretense un español de los que dentro había entrado se perdió que no acertó a salir hasta que un criado del gran señor lo sacó. Estaba lo más de la casa de tal manera fundada sobre agua, que debaxo della andaban en canoas, y para ir más secretamente a las casas de sus mujeres, iba Motezuma en canoa por agua lo más solo que podía, como quien va por debaxo de cobertizo.



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Capítulo XXX

Cómo Cortés trató con Motezuma de derrocar los ídolos e de lo que entre ellos pasó.

     Viendo Cortés que Motezuma estaba más quieto y que así él como los señores mexicanos con la conversación de los nuestros se iban cada día más aficionando a ellos; e, que todas las fiestas principales salía al templo mayor con la cerimonia acostumbrada, que era ir arrimado a uno, o entre dos señores, que lo llevaban de los brazos, y otro delante con tres varas delgadas de oro en la mano, en señal de justicia, o que iba allí la persona real, y si iba en andas, tomaba una de aquellas varas en su mano, llevándola como ceptro, según algunos dicen, cuando baxaba dellas; e que las más de las fiestas con los sacerdotes hacía sacrificar muchos hombres y mujeres, doliéndose desto y de que estando él presente se hiciese carnicería de inocentes, determinó de hablar a Motezuma y rogarle quitase los ídolos, y para más moverle le dixo así: «Gran señor y poderoso Rey a quien Dios omnipotente y no los falsos dioses han dado grandes señoríos: Razón será que entiendas que como tú estás puesto en la silla real, pudiera poner a otro de tus más baxos vasallos, y pues la gran dignidad que tienes la has rescebido de un solo Dios que por sus ocultos juicios da los reinos a quien es servido y no pueden hacer esto muchos dioses, lo uno porque no los hay ni puede haber, y lo otro que ya que los hobiera no pudieran tener todos un poder y una voluntad, bien será que salgas ya del engaño en que hasta ahora has vivido y me dexes que yo quebrante y derrueque aquellos falsos y malos ídolos que adoráis, que son tan crueles que no sirven sino de la sangre de los que no tienen culpa, y poner en su lugar la imagen de Cristo, Dios verdadero, y la de su bendicta Madre, para que de ahí adelante conoscan los tuyos al que los hizo y redimió y ha de salvar; y pues tú has siempre, después que me tratas, tenido afición a ser cristiano y te ha parescido bien nuestra ley e manera de vivir, y eres tan amado y obedescido de los tuyos, sé el primero en esto, para que los demás te sigan y no osen hacer otra cosa, y si la intentaren no serán todos, y si todos, yo, estoy aquí con mi gente, que con el favor de Dios te los subjectaré y haré que en todo sigan tu voluntad mejor que hasta aquí».

     Motezuma le oyó con mucho cuidado y atención, y primero que le respondiese se detuvo un poco, sintiendo, primero que hablase, en su pecho, contradición y diversos paresceres; finalmente, inclinándose a lo peor, respondió que no le parescía mal lo que había dicho, pero que estonces no era tiempo, porque los suyos eran muchos y todos nascidos y criados en su adoración de dioses, e que ya que él quisiese seguir su parescer, que ellos no querrían, por tener, como era razón, en más a sus dioses que no a él. Díxole más, como aquel a quien el demonio tenía tan ciego: «¿Cómo quieres que haga tal, que estos dioses nos han dado salud, bienes temporales y victorias en las guerras, y cuando se enojan porque los ofendemos invían malos años y nos castigan como quieren?». Replicóle Cortés ser falso aquello y que los demonios que en aquellas figuras de ídolos se hacían adorar no eran dioses, sino criapturas obstinadas en su pecado y condenadas a las penas eternas del infierno, e que no podían hacer mal, más del que Dios les permitiese, y que el bien de sola la mano de Dios venía, aunque aquellos demonios le hacían entender lo contrario, y que no pusiese excusa en lo que le suplicaba, porque era subgestión y engaño del demonio, que le tenía ciego.

     Motezuma tornó a responder lo mismo que de antes, diciendo que sus vasallos tomarían armas contra él, y que si él fuese más poderoso que ellos, se irían a otros reinos y dexarían la ciudad despoblada. Tornóle a decir Cortés que si se rebelasen, que él los subjectaría y si se fuesen los traería por fuerza. Contradixo a esto Motezuma; pero después que vio la porfía de Cortés, pensando rendirle con amenazas [le dixo]: «Pues tanto porfías, haz lo que quisieres, y si mal te viniere no te quexes de mí, porque te hago saber que tú y los tuyos moriréis luego, o de hambre, porque los nuestros no os darán de comer, o en guerra, porque todos se levantarán y no seré yo parte para apaciguarlos.»

     Cortés, con el ánimo y seso que solía respondió: «Hagan lo que quisieren; que tú verás cómo no pueden nada, porque yo tengo a Dios de mi parte, por cuya honra, y gloria vine aquí, y quiero derrocar los ídolos y poner su imagen, y así tendré poco que agradescerte y razón de culparte por haber tenido miedos vanos y no haber creído lo que yo te he dicho, que tanta razón tras consigo.» Con esto se despidió como enojado, con determinación de hacer lo que muchos dicen que después hizo, que fue delante de todo el poder mexicano, subiendo al cu mayor con una barra en las manos, quebrantar el ídolo supremo, y afirman muchos haberle visto, cuando esto hacía, levantado del suelo en el aire más de tres palmos. Otros dicen, como es Ojeda, que hizo un sumario de lo que vio, que pasados tres o cuatro días después que Cortés habló a Motezuma, vinieron muchos indios con muchas maromas y unos vasos que son como los con que varan los navíos, y subieron a lo alto donde el gran ídolo estaba casi cuatrocientos hombres, con mucha cantidad de esteras de enea y de asentaderos de a braza, de los que tienen los caciques en sus casas, que son de paja, cubiertos con petates, y hicieron una cama muy grande, que tendría medio estado, en alto, para poner el ídolo encima, que no se quebrase, porque él y otros que a par dél estaban, según he dicho, eran muy grandes. Baxáronlos con toda la destreza que pudieron; su figura era vestidos como flaires, ceñidos también como flaires, las cabezas con cabello corto y redondo como ellos, salvo que las capillas eran a manera de capa lombarda. No pudieron abaxar estos ídolos con tanta destreza que por su pesadumbre y grandeza no se quebracen algunos pedazos muy pequeños, los cuales los sacerdotes y los que más cerca se hallaron cogieron y envolvieron en los cabos de sus mantas, como reliquias de algunos sanctos; tanta era su supertición.

     Puestos los ídolos en aquella cama, fue cosa de ver la industria y arte de que usaron para abaxarlos por tantas y tan altas gradas como el templo tenía. Metieron ante todas cosas cada uno de los ídolos en sendos vasos, atando luego unas gruesas maromas a unas argollas de metal que estaban en lo alto, tan grandes que por cada una podía caber la cabeza de un hombre y tan gruesas como la pierna, poniendo para por donde los vasos fuesen muy gruesas vigas juntas y ensebadas, de manera que los vasos, pendientes de las maromas, poco a poco descendían, halando las maromas por las argollas. Hicieron esto con tan gran concierto y tan sin voces, que no suelen hacer nada sin ellas, que puso en espanto a los nuestros. Puesto desta manera el un ídolo en lo baxo del templo, baxaron el otro por la misma arte, y puestos en unas como andas muy grandes, en hombros las llevaron los sacerdotes, y la caballería y la demás gente, que no tenía número, los acompañaron hasta ponerlos donde nunca los nuestros jamás los vieron, ni por cosas que les dixeron lo quisieron descubrir. Pudo en esto mucho la autoridad de Motezuma y la reverencia que le tenían y la prisión en que estaba, porque fue negocio tan nuevo y tan áspero para los mexicanos, que aunque todos murieran, no consintieran baxar los ídolos. De donde se puede bien entender, como de lo demás que hemos dicho, cuán grande fue el valor, prudencia y esfuerzo, y lo que es principal, la confianza que en Dios tenía Cortés, cosas que paresce haberlas puesto Dios juntas, tan grandes y señaladas como convenía que fuesen, para ser instrumento de que un Nuevo Mundo se conquistase, y conosciendo un Dios, reconosciese a los Reyes de Castilla.

     Dicen algunos que sintieron tanto esto, así el pueblo en común como los señores, que muchas veces casi por puntos instigados por el demonio, que tanto en este negocio perdía, estuvieron determinados de rebelarse y ponerse en armas, aunque esto lo había prevenido también Cortés, que puesto más que nunca a punto con los suyos hiciera gran estrago, aunque era notable el riesgo que corría.

     Puestos, pues, los ídolos adonde a los mexicanos paresció, Cortés mandó luego barrer y regar lo alto del templo donde los ídolos habían estado y con gran solemnidad y devoción en una muy extraña y nueva procesión, porque todos iban armados, subieron las imágines del Crucifixo y de Nuestra Señora y otras, cantando los que lo sabían con gran devoción aquel psalmo de Te Deum laudamus a vista de los mexicanos y con gran espanto y silencio dellos, que paresce que Dios les tenía las manos y enmudescía las lenguas. Cortés se vistió de fiesta; derramó muchas lágrimas de alegría y devoción; fue el primero que puestas las imágines, hincado de rodillas, las adoró, diciendo: «Grandes e infinitas alabanzas sean dadas a Ti, Dios verdadero, en los siglos de los siglos, que has querido que al cabo de tantos años que el demonio, tu adversario, tiranizaba con tantos errores y crueldades tantas nasciones sentado en ese trono donde Tú ahora estás, le hayas por nuestras flacas e indignas manos derrocado y desterrado para los abismos donde mora. Suplícote, pues nos has hecho tan merced, seas servido de aquí adelante favorescernos, para que tan buenos principios consigan para gloria y honra tuya glorioso fin.» Diciendo estas palabras, estaban todos de rodillas, llorando y sollozando de contentos, así por lo que vían, como por las sabias y devotas palabras que a su Capitán oían.

     Acabadas de poner las imágines y de hacer oración, los españoles hallaron buena cantidad de oro en cascabeles, algunos tan grandes que pesaba cada uno cient castellanos, pendientes de unos toldos y cortinas ricas que estaban colgadas, por puertas, delante de los ídolos, de manera que ninguno podía entrar donde los ídolos estaban, que meneando los toldos o cortinas no hiciesen un suave ruido como de campanillas. Todos estos cascabeles y cortinas mandó quitar Cortés, por que no quedase rastro de la supertición e idolatría de los infieles, mandando colgar un paño de seda como dosel, donde se pusieron las imágenes, lo cual hecho se baxó y volvió donde Motezuma estaba, el cual, con sereno y alegre rostro, desimuló bien el pesar que su corazón tenía por lo hecho, mandando luego secretamente deshacer una ramería de mujeres públicas que ganaban en el Tatelulco, cada una en una pecezuela, como botica; serían las casas más de cuatrocientas y así las mujeres, diciendo que por los pecados públicos de aquéllas, habían los dioses permitido que viniesen a su ciudad y reino cristianos que pudiesen y mandasen más que él, no considerando cuán más feos y graves pecados eran los de la sodomía, sacrificios de inocentes, comer carne humana, oprimir y subjectar a los que menos podían, quitándoles su libertad y hacienda sin haber hecho por qué.



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Capítulo XXXI

Do se prosigue el quitar de los ídolos, según lo escribió fray Toribio Motolinea, y del milagro que Dios hizo inviando agua.

     Porque no hay en las cosas humanas, por la variedad de los paresceres, negocio tan averiguado que aun los mismos que los trataron y vieron, en el contarlo no difieran en algo, y muchas veces en mucho, parescióme que haría bien, pues de los mismos conquistadores que, o escribieron de propósito, como fray Toribio, o dexaron Memoriales, como Ojeda y otros, difieren entre sí, y lo que más es, muchos de los conquistadores de quien yo con cuidado me informé para la verdad desta historia, y que pues no lo vi, no paresca que sigo más a unos que a otros, no pudiendo ser juez de sus verdades, escrebir aquí lo que Motolinea dice, el cual en lo más del capítulo pasado habla de otra manera, como lo toqué de paso, diciendo que después de haber Cortés diversas veces persuadido a Motezuma se tornase cristiano, dexando la falsa adoración de los ídolos y la cruel y jamás vista costumbre de sacrificar innocentes, y vio que no aprovechaba, o, porque se le hacía áspero dexar la religión en que había nascido y vivido, o por el temor que a los suyos tenía, le invió a decir, y con palabras ásperas, como de hombre que ya estaba determinado, que en todas maneras mandase a sus sacerdotes de allí adelante no sacrificasen más hombres si no quería que le asolase el templo por el suelo, e que a esto no hubiese otra repuesta más que mandarlo, e que supiese que para quitar la ocasión, estaba determinado por su persona derrocar los ídolos. Mucho se alteró Motezuma con este mensaje, porque entendió que los suyos se alterarían. Respondió que no se pusiese en tal, porque él, aunque quisiese, no lo podría consentir, ni los suyos lo permitirían y que dello no se podían dexar de seguir grandes alteraciones y muchas muertes de los unos y de los otros, ca los suyos, en defensa de su religión, como cada nasción de la suya, estaban obligados y aun determinados a defenderla, especialmente siendo sus dioses tan buenos que les daban agua, pan, salud, victorias y los demás bienes temporales, y que cesando los sacrificios y fiestas que con tanta razón se les debían, les negarían estos bienes e inviarían pestilencia, como otras veces habían hecho por pecados no tan graves.

     No pudiendo Cortés sufrir esta respuesta, otro día de mañana, apercibiendo a sus compañeros, les dixo: Mejor nos será morir que sufrir que tan públicamente, estando nosotros presentes, que seguimos su ley, sea Dios ofendido con tanto derramamiento de sangre de innocentes; por tanto, quedando los que sois menester en guarda del palacio y bocas de las calles, para si algún alboroto hobiere, los demás me seguid, que yo quiero subir al templo y derrocar por mis manos los ídolos. Ordenado lo que era menester, bien armado, tomando una barra de hierro en las manos, subió a lo alto del templo; y después de haber invocado con pocas palabras el auxilio divino, delante de Motezuma y de los demás señores que lo miraban, se levantó con gran furia y dio con la barra en el rostro del ídolo mayor, que con ser de quince pies en alto alcanzaba a la cabeza, según tomaba el vuelo, levantándose el suelo más de vara y media, que según dicen los que siguen a fray Toribio, no era posible sino que los ángeles le sostenían en el aire, sin poderle estorbar la pesadumbre de las armas de que estaba armado.

     Motezuma se turbó demasiadamente; aceleráronse los suyos mucho con determinación de ponerse en armas y matar a los nuestros; mirábanse unos a otros como atónitos y espantados de ver en su casa, contra sus dioses, un tan gran atrevimiento; suspendieron el tomar armas hasta ver lo que el gran señor mandaba, el cual, a gran furia, por momentos, inviaba mensajeros a Cortés, rogándole y amenazándole con la muerte a que luego se baxase. Cortés estonces, no perdiendo nada de su coraje y propósito sancto, volviéndose a los nuestros y con lágrimas en los ojos y palabras hervorosas llenas de fee, salidas del corazón, les dixo: «Caballeros de Jesucristo que militáis debaxo de su bandera: Bien será que de cuantas cosas hacemos por nuestro provecho temporal e interese mundano, buscando con tanto cuidado el aumento de nuestra honra, ahora, que es tiempo, busquemos y defendamos la gloria y honra de nuestro Dios, pues a Él sólo se debe y no a estos falsos ídolos, causadores de tantas muertes de innocentes.» Dichas estas palabras, respondió a los mensajeros de Motezuma: «Decid a quien os invió y a todos sus principales que vengan luego, que yo no cesaré de derribar y destruir estos ídolos, que, como muchas veces les tengo dicho, no son dioses, sino piedras y figuras del demonio.»

     Mucho espantó y atemorizó esta respuesta al gran señor, porque el verdadero gran Señor, delante del cual no hay otro señor, le amedrentaba y confundía de manera que no fue poderoso para hacer señal de guerra ni dar a entender a los suyos que vengasen la afrenta e injuria de sus dioses. Todos los idólatras, no menos que su señor, estaban abobados, tan sin ánimo y sin sentir que enmudescieron, como si fueran de piedra, hasta que Cortés hubo acabado de hacer pedazos los dos ídolos que estaban en la capilla mayor. Asistieron con él pocos de los nuestros, porque los demás estaban en guarda, puestos donde convenía, aunque en aquella sazón no se hallaron todos, por haber Cortés inviado muchos a diversas partes fuera de México, que también da claro a entender lo mucho que en esto hizo el invencible Cortés, el cual, luego con gran diligencia, mandó quitar la sangre que por las capillas estaba helada y derramada, y barrerla y lavar la capilla mayor. Puso en aquélla un altar con un dosel de seda, donde con la procesión y devoción, que dixe, puso un Crucifixo e una imagen de Nuestra Señora, que él siempre en todas sus jornadas y caminos traía consigo. Excusó por estonces tan gran carnicería de innocentes que no se puede decir cuántos eran por año, porque el predecesor de Motezuma, que se llamaba Avizotcin, que hizo el templo mayor, cuando le acabó, en el primer sacrificio sacrificó ochenta mill cuatrocientos hombres. Duró este horrendo y abominable sacrificio algunos días; traían para matar como carneros a los hombres por cuatro calles, donde llegando al cu, los sacerdotes, con gran fiesta y regocijo los rescebían, diciéndoles se holgasen, pues habían de morir en servicio de los dioses.

     Desde a pocos días que Cortés hizo tan memorable hazaña, vinieron muchos indios cargados de cañas y mazorcas de maíz casi secas, y muy quexosos e indignados dixeron a Cortés: «Por que veas lo que has hecho y lo poco que te debemos, mira cómo después que derrocaste nuestros dioses nunca ha llovido; sécanse nuestras sementeras y presto moriremos de hambre!» Cortés estonces, con la fee que había tenido cuando derrocó los ídolos, les respondió como si lo viera presente: «Lo hecho está muy bien hecho, y para que veáis que vuestros falsos dioses no os pueden dar ni quitar los bienes temporales, sino que sólo Dios, en quien nosotros creemos, los da y quita como quiere, sed ciertos que de aquí a mañana lloverá y tendréis el mejor año que jamás hayáis tenido, e yo y mis compañeros lo suplicaremos a nuestro Dios, poniendo por intercesora a su sanctísima Madre, por cuyas manos y méritos hemos rescibido y alcanzado grandes mercedes.» Los indios se sonrieron, como haciendo burla. Cortés, que lo entendió, llamó a sus compañeros, diciéndoles lo que había pasado y rogándoles cuan encarescidamente pudo se doliesen de sus pecados, propusiesen la enmienda y se reconciliasen los unos con los otros, si algunas enemistades había, y que para otro día de mañana fuesen con él a oír misa, para suplicar a Dios inviase agua y que aquellos infieles conosciesen, por la merced que Dios les haría, que sus dioses eran falsos y que con razón habían sido derrocados.

     Puestos todos, como en lo que iba tanto con Dios, con la mayor devoción que pudieron oyeron la misa que el clérigo celebró. Confesó antes y comulgó aquel día Cortés. Poco después de acabada la misa, antes que los nuestros descendiesen del templo, estando el cielo muy sereno, a vista de todo el poder mexicano, se comenzó a cobrir de un nublado muy espeso un cerro que se dice Tepeaquilla, y vino luego tan recia agua que con estar tan cerca el templo del palacio, los nuestros y los indios que estaban fuera de sus casas llegaron bien mojados. Llovió todo aquel día y otros también, que hizo el año más próspero que nunca. Dieron los nuestros muchas gracias a Dios por la merced que les había hecho, y los idólatras quedaron confundidos en su error, aunque muy consolados viendo que se les había excusado la hambre y mortandad que tenían.

     Quedó Motezuma muy espantado; alegróse y regocijóse mucho con Cortés, el cual, viendo tan oportuna ocasión para lo que deseaba decir al pueblo, le suplicó mandase juntara todos los señores y caballería de su ciudad, porque delante dél, cerca de su religión, les quería hacer una plática, que oída, podría ser les moviese los corazones a creer en un Dios y aborrescer los falsos dioses, cesando del cruel sacrificio de innocentes que les pedían. Motezuma holgó mucho desto, y juntos en palacio los más señores y caballeros que en la ciudad estaban, estando presente Motezuma, les habló así:



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Capítulo XXXII

De la plática que Cortés hizo a Motezuma y a sus caballeros cerca de sus ídolos.

«Muchas veces, muy poderoso Rey y muy nobles caballeros y vosotros, religiosos varones, que según vuestras cerimonias y costumbres, después del Rey, estáis puestos en lugar supremo, he deseado que, libres de toda afición a las cosas de vuestra religión, me oyésedes con gran cuidado lo que diversas veces, en suma, os he dicho, tocante a la verdadera religión de los cristianos y al engaño que con tanto daño de vuestras almas y cuerpos hasta ahora habéis vivido; y porque unas veces con su Alteza, otras con algunos de los caballeros y otras con algunos de los sacerdotes, que presentes estáis, en particular y como de paso, he tratado este negocio, y ninguno me ha respondido descontentarle, parescióme que era razón suplicar a su Alteza mandase que hoy os juntásedes todos para que alumbrándoos Dios, entendiendo lo que dixere, tengáis por muy acertado el haber yo derrocado los ídolos y puesto en lugar dellos las imágines de Jesucristo, Dios y Redemptor nuestro, y de la Virgen Sanctísima, Madre suya, por cuya intercesión Dios ha hecho y hace cada día grandes mercedes al linaje humano; para lo cual habéis de saber que no hay nasción en todo el mundo que si en la ley natural está algo advertida, y con vicios y torpedades no tiene escurescida aquella lumbre que desde su creación Dios le dio y comunicó, tenga que hay más de un sumo principio, una suma causa de todas las causas, ca sumo es aquello sobre lo cual no hay otra cosa que más sea; y pues lo que es sumo no sufre superior ni igual, como aun por vuestras casas veréis, que no hay ninguno de vosotros que en el gobierno dellas quiera ni sufra tener quien le vaya a la mano como igual, cuanto más quien le mande como superior, nescesario es y forzoso en buena razón, discurriendo de un saber en otro, de un poder en otro, de una bondad en otra, venir, para que no haya discurso en infinito, que no puede ser a un tan gran poder, tan gran saber, tan gran bondad, que no haya tan gran poder, tan gran saber y bondad como aquella en cuyo poder de nada se hayan hecho las cosas, porque principio tuvieron y no son eternas, en cuyo saber son y serán sin error para siempre gobernadas y regidas, cuya bondad sin faltar las sustenta, comunicándoles su ser y haciendo de las más dellas señor al hombre. No pudiendo, pues, haber dos poderes infinitos ni dos saberes, ni bondades tales, forzoso es confesemos un solo Dios, infinitamente poderoso, infinitamente bueno, infinitamente sabio; y pues no puede haber dos dioses, ¿cuánto menos muchos, como vosotros confesáis infinitos? Y porque veáis bien el error en que estáis, ¿quien no se reirá viendo que tengáis un dios para el agua, otro para el fuego, otro para las batallas y otros así para muchas cosas, como si este nombre de dios no importase sumo poder para poderlo todo? De manera que si hay Dios, como ninguna nasción lo niega, y su significación importa tanto que no puede con ningún entendimiento ser comprendida, aun en buena razón es cosa superflua que lo que uno puede hagan muchos, porque en uno hay mayor unidad y menor discrepancia que en muchos, y más fuerte y poderoso es el que solo en batalla vence a muchos que el que es ayudado de muchos.

     En prueba de que no haya más de un Dios, también hace mucho al caso ver que en este vuestro gran señorío no haya más de un hombre, que es el poderoso Rey Motezuma, sobre tantos que aquí estáis, el cual solo os rige y gobierna; y si hobiera otros dos a tres tan poderosos como él, él no fuera tan poderoso sobre vosotros, y habiendo diversas voluntades y paresceres, no pudiera ser una la gobernación, y así todo lo que en sí tiene unidad es más fuerte que lo que consiente división, de adonde entre los nuestros dice un sabio que la virtud unida es más fuerte que ella misma desparcida en diversas partes. Y esto paresce ser así por una comparación natural vuestra, que el vino que bebéis, recogido y cubierto en vasija tan grande cuanto fuere el vino contenido en ella, está más fuerte que si estuviese derramado o en la calle en una gran vasija, donde pierde su vigor. Desto paresce claro que, pues, como tengo dicho, hemos de confesar un poder tan grande que todo lo pueda y que ninguno, pueda tanto que no puede ser sino uno y no muchos, y así veréis que a este poder potentísimo, único e inmenso, no le podemos llamar sino Dios, y no dioses; y que sea un Dios y no muchos dioses, paresce claro por sus obras, pues todas y cada una por sí, como efectos de su causa, muestran unidad y no pluralidad. No crió muchos mundos, sino un mundo, y en éste, compuesto de diversas unidades, no crió muchas tierras, sino una tierra; muchos mares, sino una mar; muchos fuegos; sino un fuego; criando cuatro elementos y de cada uno no más de uno; una esencia de cielos, un hombre, una mujer, de quien descendimos; una ánima en cada uno, un sol, una luna en el cielo; una ley dio, una fee, un baptismo; queriendo que como es uno, todo lo que hizo mostrase en su unidad ser uno su Auctor.

     «Y porque sé que no sabéis de adónde ha venido vuestro error de que creéis tan contra razón lo contrario desto, sabréis que cuando Dios crió el cielo y la tierra, crió dos maneras de criapturas excelentes sobre todas las otras; las unas fueron espirituales, sin comixtión de cuerpo, que llamamos ángeles o espíritus celestiales; la otra fue el hombre y la mujer, compuestos de ánima espiritual y del cuerpo que con los ojos veis. De los ángeles hubo uno muy señalado que, no conosciendo haber rescebido de Dios el excelente ser que tenía, se rebeló y levantó contra Dios, su criador; siguióle la tercera parte de los ángeles; fueron por esta maldad echados del Cielo en este mundo, y como nunca se han arrepentido ni arrepentirán de su culpa, han desde estonces y hasta que el mundo se acabe procurado, y procuran dos cosas: la una, perseverando en su malicia, siendo criapturas condenadas, querer ser adoradas por criadores y dioses, introduciendo, lo que la razón natural no consiente, cuanto más la fee, que haya muchos principios y causas eternas de una cosa. Con esta ceguera han procurado y procuran la segunda cosa, que es estorbar, creyendo en ellos, que los hombres no conoscan ni sirvan a un Dios, para que después de la muerte temporal gocen de aquel supremo lugar que ellos por su maldad perdieron. Y por que veáis que esto es así, mirad que entre vosotros, aunque sois malos, os paresce mal lo malo hecho y la crueldad; y que pues Dios quiere decir tanto como suma bondad y suma clemencia, si éstos fuesen verdaderos dioses, verdaderamente serían buenos; pero pues os han mentido tantas veces y se hacen adorar debaxo de tan feas figuras, así de hombres como de fieros animales, y quieren y permiten haya sodomías, robos, tiranías y muertes de inocentes, ¿qué podéis pensar que sean sino demonios, enemigos vuestros? Cuando los habláis, responden palabras dubdosas para que, siguiéndose forzosamente lo uno o lo otro, los creáis, y como son tan sabios y tan antiguos y permite Dios para mayor condenación suya, que hagan algunas cosas, como tronar, granizar y otras así, pensáis que son dioses, no entendiendo, como tengo dicho, que Dios no quiere mal, ni hace mal, ni tiene ayuda de otro para hacer las maravillas que quiere, como vistes la semana pasada, que estando el cielo tan sereno, os invió a nuestra suplicación tanta agua que nunca habéis tenido tan buen año como tendréis éste. Y pues veis que lo que he dicho, si estáis sin pasión, convencerá vuestros entendimientos, y la prueba del milagro pasado ha mostrado claramente que es así lo que digo, suplícoos, oh, altísimo Rey, caballeros y sacerdotes, que abráis los ojos; y pues del creerme o dexar de creerme os va el morir o vivir para siempre, que con gran cuidado encomendéis a la memoria las palabras que os he dicho, ca espero en Dios que haciéndolo así, os alumbrará para que más claramente entendáis la verdad que os predico».

     Acabada esta tan sancta, tan prudente y sabia plática, todos estuvieron suspensos por un buen rato, hablándose muy quedo unos a otros, los más dellos convencidos con la fuerza de la eterna verdad, aunque estonces con más furia, como al que le iba tanto, los combatía el demonio, con la larga costumbre que tenían de seguirle y adorarle.



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Capítulo XXXIII

De lo que después de hecha esta oración Motezuma prometió de hacer a Cortés acerca de los sacrificios.

     Después que Cortés con este tan subido razonamiento hubo aplacado la ira de los sacerdotes, que eran los que más indignados estaban, más por el interese temporal que pretendían que por la veneración que a sus falsos dioses tenían, todos muy atentos estuvieron esperando a lo que su gran señor Motezuma respondería, el cual con pocas palabras y mucha severidad, dixo así, lo cual fue de boca en boca hasta entenderlo todos: «Por cierto, muy sabio y valentísimo Capitán, tú, con tu tan alto y subido razonamiento, me has dado mucho contento, aunque las cosas que has dicho son tan subidas que yo no las puedo alcanzar, aunque todavía entiendo que tienes razón y me has confundido, y así querría que mis sacerdotes, caballeros y vasallos estuviesen de mi parescer, para que lo que tan altamente nos has dicho muy despacio nos lo dieses a entender. En lo demás no está mal hecho que los ídolos se hayan quitado, pues como has probado, son falsos dioses y enemigos nuestros, por lo cual tendré cuidado que de aquí adelante a la imagen de tu Dios y de su Madre se barran y perfumen las capillas, y pues llevas tanta razón que los inocentes no sean sacrificados, también mandaré que de aquí adelante se haga lo que dices, y para todo esto hablaré en particular con mis sacerdotes.»

     Jamás tan gran alegría ni contento, según él muchas veces después dixo, llego al corazón de Cortés, que cuando Motezuma acabó de responderle así. Diole muchas gracias, mostróle gran amor, y con esto, levantándose ambos de sus asientos, se fueron juntos a su aposento, acompañados de la principal caballería, porque los demás cada uno, se fue a su casa.

     Otro día Motezuma muy en secreto llamó al papa, que era el sacerdote mayor, y a otros de los principales con él; díxoles cosas que por ser tan secretas no se pudieron después bien entender. Lo que se presumió que les dixo fue que por algunos días disimulasen con los nuestros en lo del sacrificar, aunque en lo de adorar sus dioses nadie les iría a la mano y que había temporizado con el capitán Cortés, por no poner en condisción su estado y alborotar su república y que dexasen a los cristianos adorar y honrar su Dios y que ellos podrían hacer lo que mejor les paresciese, pues no se habían quitado de los otros templos los dioses que había.

     Era en su estado, nasción y condisción Motezuma clemente y muy bien entendido, y por eso se cree, que por no ver alteraciones en sus reinos, temporizaba con los nuestros y con los suyos, y si se atreviera, muchas veces mostró señales de querer ser cristiano, entendiendo por las pláticas que Cortés le hacía, ser vano y falso lo que su religión profesaba. Con todo eso, los sacerdotes, por la autoridad e interese temporal que perdían, no podían desimular el odio y rancor que contra los nuestros tenían, especialmente cuando los veían oír misa y hacer oración en aquel sumptuoso templo donde ellos, peores que carniceros lobos, habían muerto tanta infinidad de hombres; murmuraban del negocio cada día, indignaban a los caballeros y gente noble para tomar venganza, tratábanlo con los privados y allegados de Motezuma, encaresciéndoles la injuria rescebida y la ofensa de sus buenos dioses, que por tantos años los habían proveído de lo nescesario para la vida humana. Decían, estudiando siempre razones nuevas, que por qué habían ellos de dexar la religión que por tantos millares de años habían seguido, por tomar una nueva que no sabían en qué se fundaba.

     En el entretanto que de secreto estas y otras cosas pasaban, tramadas y urdidas por el demonio y por la insaciable cobdicia de los sacerdotes, vino aquel señor Qualpopoca con un su hijo y otros quince caballeros que fueron participantes con él en el mismo delicto, de cuyo castigo diré en el capítulo que se sigue.



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Capítulo XXXIV

De la venida de Qualpopoca y del castigo que en él se hizo.

     Veinte días después, aunque otros dicen más, de la prisión de Motezuma, tornaron aquellos criados que con su sello real habían ido a prender a Qualpopoca, los cuales, porque era gran señor, aunque preso, le traxeron como a tal, con un hijo suyo y otros quince caballeros, personas muy principales y de su consejo, que por la pesquisa secreta que los criados de Motezuma hicieron, paresció haber sido culpados en la muerte de los españoles con su señor. Entró Qualpopoca en México acompañado, así de los que con él venían, como de los que le salieron a rescebir, como a gran señor que era, el cual venía sentado en unas andas que traían a hombros criados y vasallos suyos. Llegando así a palacio, baxó de las andas; púsose otras ropar, no tan ricas con mucho, como las que traía; descalzóse los zapatos, porque delante del gran señor ninguno podía entrar de otra manera; esperó un rato hasta que Motezuma le mandó que entrase, llegó solo, quedando muy atrás los unos y los otros que con él habían venido, y hechas muchas reverencias y cerimonias de grandísimo acatamiento, cuanto a los dioses podía hacer, baxa la cabeza, sin osar levantar los ojos, dixo: «Muy grande y muy poderoso Emperador y señor mío: Aquí está tu esclavo Qualpopoca que mandaste prender; mira lo que mandas, ca tu esclavo soy y no podré hacer otra cosa sino obedescerte.» Motezuma respondió con gran severidad (dicen algunos) diciendo fuese mal venido, pues tan mal lo había hecho sobre seguro matar los españoles y decir que él se lo había mandado, y que así sería castigado como traidor a los hombres extraños y a su Rey.

     Queriendo desculparse Qualpopoca, Motezuma no le quiso oír, mandando que luego fuese entregado con el hijo y con los demás a Cortés y así se hizo, el cual, después de haberles echado prisiones, apartándolos, que no pudiesen estar los unos con los otros, les tomó sus confesiones y confesaron de plano haberlos muerto, pero que en batalla. Y preguntado Qualpopoca si era vasallo de Motezuma, respondió: «¿Pues hay otro señor en el mundo de quien poderlo ser?», dando a entender no haberlo. Cortés le replicó: «Muy mayor y muy más fuerte y muy más poderoso es el Rey de los españoles que vos matastes sobre seguro y a traición, y así habéis venido a pagadero como malhechor, y ningún poder de los vuestros os escapará de la muerte.» Examinólos otra vez con más rigor y amenazas de tormento, y estonces sin discrepar, todos a una voz, confesaron cómo habían muerto los dos españoles, tanto por aviso e inducimiento del gran señor Motezuma, como por su motivo; y a los otros en la guerra que les fueron a dar en su casa y tierra, donde, según el fuero de guerra, los pudieron matar.

     Hecha esta confesión y rectificados en ella, sentenció Cortés a Qualpopoca y a los demás a que fuesen quemados. Notificóseles la sentencia. Repondió Qualpopoca que, aunque él padescía la muerte, por haber muerto aquellos dos españoles sobre seguro, que Motezuma, su gran señor, se lo había mandado, y que no se atreviera a hacerlo si no pensara servirle en ello. Respondido esto, fue llevado con el hijo y con los demás a una plaza muy grande, con mucha goarda de españoles y de muchos criados de Motezuma, y puesto él y los demás sobre una muy gran hoguera de flechas y arcos quebrados que estaban muy secos, atadas las manos y los pies, se puso fuego, y allí tornó a confesar lo que poco antes dixo. Hizo oración a sus dioses, y lo mismo los otros. Emprendióse el fuego, y en poco tiempo fueron abrasados y hechos ceniza sin haber escándalo alguno, maravillados todos los mexicanos de la nueva justicia que veían executar en señor tan grande y en reinos y ciudad de Motezuma, y que para esto fuesen parte hombres extranjeros y tan pocos.



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Capítulo XXXV

De la causa de quemar a Qualpopoca y a los demás.

     Antes y después deste tan señalado castigo, porque los españoles estuviesen siempre a punto si alguna revolución hobiese, les mandó por público pregón, con penas graves, que ninguno durmiese desnudo y, que los que tenían caballos, los tuviesen toda la noche ensillados, con los frenos puestos en los arzones de las sillas. Fue nescesario esta diligencia y cuidado porque, según se sospechó, pretendieron los mexicanos matar a los nuestros, o cuando durmiesen, y no se atrevieron porque había velas de los mismos y aun de los indios amigos, o cuando pudiesen tomarlos desnudos en sus camas, porque estonces, acometidos, no tendrían lugar de poderse armar; y así previniendo a este peligro Cortés, después que hubo mandado pregonar esto, por que ningún otro de ahí adelante se descuidase, mandó echar en un pierdeamigo a un Fulano del Barco, porque supo, que la noche pasada había dormido desnudo. Túvolo dos días al sereno, al aire y al sol de aquella manera, que no bastó nadie a alcanzar otra cosa dél, respondiendo, como sagaz y sabio Capitán, que en semejante trance y coyontura no se había de perdonar descuido, por liviano que fuese, cuanto más aquel en que al castigado iba la vida y a todos la honra. Con esta severidad militar conservó los suyos y puso espanto a sus enemigos, especialmente con el castigo tan nuevo y tan riguroso de Qualpopoca, como habéis oído, siendo tan gran señor. Y porque se sepa la razón que tuvo, diré extensamente la causa de haberle quemado, y así es de saber que, aunque Gómara, que en todo o en lo más sigue a fray Toribio, dice que Cortés mandó a Pedro Dircio que poblase a Nautlán, que hoy se llama Almería, no lo mandó, sino a Escalante, el cual murió a la vuelta desta jornada, dicen que del trabajo que en ella pasó y de enojo deque un compañero suyo había dicho: «Huyónos el Teniente de general; ¿cómo habíamos de hacer cosa buena?» Lo que otros tienen por más cierto es lo que antes está dicho; que los indios le mataron en esta jornada.

     Mandó, pues, Cortés a Escalante, su Teniente en la Veracruz, según otros dicen, su Alguacil mayor en ella, que con la mayor diligencia que pudiese poblase a Nautlán o Almería, porque se decía que Francisco de Garay andaba cerca de allí, el cual no quería que entrase en aquella costa, especialmente en Nautlán. Viendo, pues, Escalante lo que importaba que huésped ajeno no viniese a gozar de lo que ellos habían trabajado, con la mayor priesa que pudo, así por requerimientos como con buenas palabras, procuró de atraer los indios de aquella tierra a su amistad y a que reconosciesen por supremo señor al Emperador Don Carlos, y especialmente trató esto con el señor que se llamaba, según está dicho, Qualpopoca, el cual con palabras desimuladas le invió a decir cómo él no iba a darle la obediencia por tener en el camino enemigos que le estorbarían la jornada; e que si quería que él en ausencia, pues personalmente no podía, hiciese lo que le mandaba, inviase algunos españoles, porque a ellos daría el homenaje; y si todavía quisiese, que él en persona fuese a darla, que con la guarda de los españoles y la gente que él tenía iría a hacerlo.

     Creyendo Escalante ser esto así, unos dicen que le invió diez españoles, y otros que no más de cuatro, otros, dicen, y se tiene por más cierto, que él fue con ellos y así, según atrás queda dicho, entrando por la tierra de Qualpopoca, salieron muchos indios de guerra contra ellos, y aunque vendieron bien sus vidas, porque mataron primero muchos indios, al fin, de cansados y de muy heridos, quedaron allí dos dellos muertos. Los otros, muy heridos, escaparon lo mejor que pudieron y fueron a dar nueva a la Veracruz de lo subcedido. Dicen, porque en esto no hay cosa averiguada, que Escalante partió luego con cincuenta soldados y diez mill cempoaleses e que llevó dos de a caballo e dos tirillos, y que cuando Qualpopoca lo supo, le salió al encuentro con un gran exército bien ordenado. Peleó tan bien con ellos que mató siete españoles y muchos cempoaleses, más al cabo, aunque resistió cuanto pudo, fue vencido; perdió mucha de su gente. Talóle, quemóle y saqueóle toda la tierra Escalante y tomó muchos captivos, los cuales después dixeron que por mandado del gran señor de México habían usado de aquella traición contra los españoles y que Qualpopoca no había osado hacer otra cosa de lo que el gran señor Motezuma le había mandado, aunque debaxo de gran secreto, y que Qualpopoca de su voluntad no hiciera aquello, porque era muy valiente y jamás acostumbraba engañar con palabras a los enemigos, cuanto más a los cristianos, que no le habían hecho mal y que eran, según se publicaba por toda aquella tierra, tan buenos y tan valientes que eran más que hombres. Esto mismo dixeron, como está dicho, cuando fue tiempo de decir la verdad, que fue cuando Cortés los condenó a quemar, aunque no faltan algunos que digan que en todo tiempo que confesaron esto, fue más por excusarse de la maldad y traición que habían hecho, que porque Motezuma lo hobiese mandado. Lo más cierto es lo que los indios dixeron.

     Todo esto escribió Escalante a Cortés estando en Cholula, y por ello dicen, aunque tuvo otras causas, que viniendo a México tuvo luego propósito de prender a Motezuma, como lo hizo. Y como después vino Qualpopoca y confesó la verdad, para amedrentar más a Motezuma y dar a entender a todo el imperio mexicano su poder y valor y lo poco en que los tenía, añadiendo hazaña a hazaña y hecho a hecho, determinó como luego diré, echar prisiones a Motezuma.



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Capítulo XXXVI

Cómo Cortés, entendido lo que Qualpoca confesó, reprehendió a Motezuma y le mandó echar prisiones.

     Luego que Qualpopoca y los demás confesaron, en el entretanto que los llevaban a quemar, Cortés, acompañado de los principales de su exército, indignado, fue adonde Motezuma estaba, al cual, hablándole con enojo, dixo así: «Negado me habías que tú no mandaste a Qualpopoca que con tan gran traición matase a mis compañeros, creyendo que la verdad no era más poderosa que tú y que todos los Príncipes del mundo. No lo has hecho como tan gran señor como dices que eres, sino como vil esclavo, enemigo de tu república y de tu palabra. Has sido causa que muriesen los nuestros, que cada uno dellos vale más que todos los tuyos. Has sido causa que Qualpopoca, siendo tan gran señor, con su hijo y con sus amigos muera y que pague lo que tú merescías. Cierto, si no fuera porque en otras cosas me has mostrado amor, y el Emperador, mi señor, me invió a que de su parte te visitase, merescías no quedar con la vida, porque en ley divina y humana es justo, que el que mata como tú has hecho, que muera; pero por que no quedes sin algún castigo y tú y los tuyos sepáis cuánto vale el tratar verdad y lo mucho que cada uno de los míos meresce, te mandaré echar prisiones.» Motezuma se alteró mucho con esta reprehensión, y como temía y tenía en tanto a Cortés, demudóse, que sangre no le quedó en el rostro; no acertaba a responderle, de turbado, porque su pecho le acusaba, y cada vez que alzaba los ojos a Cortés le ponía miedo. Díxole, como pudo, que él no era en culpa y que tal no había mandado; que no estuviese enojado y que hiciese dél lo que quisiese. Cortés no le replicó, saliéndose muy airado; echáronle luego unos grillos, diciéndole: «Quien tal hace que tal pague.» Mandó esto Cortés más, según era sagaz, por ocuparle el pensamiento en aquel trabajo suyo, para que no se divirtiese a pensar en lo que en su casa se hacía contra Qualpopoca, que por castigarle, el cual, como se vio con grillos, lloró; espantóse grandemente de una cosa tan nueva, especialmente para él que era Rey de Reyes y Príncipe tan venerado que ninguno tanto en este Nuevo Mundo lo había sido, porfiaba en decir que no tenía culpa y que no sabía nada. Espantáronse todos los señores y deudos suyos de tan gran novedad, que viniendo todos, como atónitos, donde él estaba, comenzaron a llorar con él; hincáronsele de rodillas, sosteniéndole con sus manos los grillos y metiendo por los anillos mantas delgadas para que no le tocasen a la carne. No sabían qué se hacer, porque si se ponían en armas, temían sería cierta la muerte de su señor, y así con aquel nuevo hecho espantados concibieron mayor temor, y así como alebrestados estuvieron quedos, sin osarse menear.

     Hecha la ya justicia en Qualpopoca y en los demás culpados, habiendo Cortés conseguido su deseo y hecho sin temer, como, en aquella sazón convenía, y viendo que Motezuma era de ánimo muy noble y agradescido, hacia la tarde se fue donde estaba, y saludándole con risa y buenas gracia, mandó luego que le quitasen los grillos, diciéndole que aunque por la confisión de los muertos era digno de mayor pena, por el amor que le tenía y porque de tan gran Príncipe no podía creer cosa tan mal hecha, le mandaba quitar los grillos. Alegróse tanto Motezuma con estas palabras cuanto antes se había entristecido viéndose reprehender y poner en prisión. Abrazó muchas veces a Cortés, diole muchas gracias, hizo grandes mercedes aquel día, así a muchos de los nuestros como a muchos de los suyos; afirmóse, porque le convenía decirlo, que no había sido en la muerte de los españoles. Cortés le dio a entender que lo creía, haciéndole muchos regalos, suplicándole e importunándole que con toda libertad se fuese a su palacio, como antes estaba, porque él no deseaba sino hacerle todo servicio y darle todo contento. Motezuma, que era sabio y sabía cuán acedos tenían los suyos los pechos contra los nuestros, para no darles ocasión de que se alterasen, respondió se lo agradescía mucho, pero que por estonces no convenía y que estaba más contento en su compañía que no solo en su antiguo palacio; y que pues no había otra diferencia ni son de preso, más de haberse mudado a otro aposento, pues en lo demás gozaba y tenía todo lo que antes, no había para qué hazer mudanza. Con esto, más contento de lo que decir se puede, se despidió dél Cortés, para irse a su aposento, que cerca estaba. Acompañáronle muchos señores de aquellos que con Motezuma estaban, tan contentos, alegres y agradescidos, que a no ser por los sacerdotes, que siempre estuvieron de mal arte con los nuestros, se esperaba gran quietud, conformidad y descanso en aquestos reinos.



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Capítulo XXXVII

Cómo Cortés invió a buscar oro a muchas partes desta Nueva España, y en esto qué fue su intento.

     Pasados ya hartos días de la prisión de Motezuma, destruidos los principales ídolos, estorbados por estonces los sacrificios de carne humana, Cortés, que siempre pensaba cómo salir dichosamente con negocio tan arduo, deseoso de saber hasta dónde llegaba el imperio y señorío de Motezuma y cómo era de los otros Príncipes obedescido y la riqueza que de oro y plata había en sus señoríos y que el Emperador y Rey su señor fuese socorrido para las guerra, que [tenía.] a la contina contra infieles y otras nasciones, de la mayor cantidad de oro y plata que él pudiese, dándole la más copiosa relación que pudiese de la tierra y gente y cosas acaecidas, fue a visitar a Motezuma, y después de haber pasado entre ellos palabras de buena conversación, le dixo, como que no venía a ello: «Gran señor: Ya sabes, como otras veces te he dicho, que el Emperador de los cristianos, Rey natural mío, aunque es el más bueno y poderoso Príncipe del mundo, tiene guerras continas en diversas partes con infieles y otras nasciones poderosas, defendiendo su ley y amparando a los que contra otros Príncipes le piden favor, y a esta causa, aunque es muy rico y tiene grandes rentas, todavía ha menester más, para sustentar muy muchos Capitanes y exércitos que tiene en diversas partes; por tanto, si le quieres hacer placer y a mí merced muy grande, suplícote mandes mostrar a algunos de los nuestros las minas de oro y plata de donde los tuyos sacan tan gran cantidad, para que yo invíe a España la más que pudiere?

     Motezuma, con alegre semblante, le respondió: «Por cierto tú lo haces como bueno y leal criado de tan gran señor, y quién sea él se paresce bien en el gran valor de tu persona. Yo soy muy contento de hacer lo que pides y aun de ayudar al Emperador con parte de mis tesoros.» Diciendo esto, mandó llamar luego ocho indios, los cuatro plateros, grandes conoscedores, de los mineros de plata y oro, y los cuatro que sabían bien la tierra a do los quería inviar. Mandóles que sorteados de dos en dos fuese a cuatro provincias, que eran Zoculla, Marinaltepec, Tenich, Tututepeque, con ocho españoles que con ellos fuesen para saber los ríos, conoscer los mineros y traer muestra de oro. Partiéronse los españoles con los indios, y al salir de la ciudad se dividieron a las cuatro provincias, yendo dos españoles y dos indios a cada una dellas, todos con particulares señas de Motezuma para que nadie los ofendiese. A los que fueron a Zoculla, que está ochenta leguas de México, y son vasallos de Motezuma, les mostraron tres ríos con oro y de todos les dieron muestra dello, aunque poca, porque sacaban poco por falta de adereszos que para ello son menester y de industria y cobdicia, que esta es la que a sus aficionados enseña delgadezas y subtilezas. Estos a la ida y a la vuelta pasaron por tres provincias muy pobladas y de buenos edificios y tierra fértil, y la gente de la una, que se llamaba Tamazulapán, es de mucha razón y más bien vestida que la mexicana. Los que fueron a Marinaltepeque, sesenta leguas de México, traxeron muestra de oro que los naturales de allí sacaban y sacan de un gran río que atraviesa por aquella provincia. A los que fueron a Tenich, que está el río arriba de Marinaltepeque y es de diferente lengua, no dexó entrar ni tomar razón de lo que buscaban el señor della, que se decía Coatelicamatl, porque ni reconoscía a Motezuma, ni aun le tenía por amigo, antes pensaba que eran espías, como Motezuma por fuera y sin justicia dilataba sus señoríos; pero como le informaron quién eran los españoles, aficionóse mucho a ellos; hízoles buen tratamiento, diciendo que se fuesen los mexicanos fuera de su tierra y que los españoles hiciesen el mandado a que venían, para que llevasen recaudo a su Capitán. Corriéronse mucho desto los mexicanos, comenzando a poner mal corazón a los españoles, diciéndoles que mirasen lo que hacían, porque era malo y cruel aquel señor y que los mataría cuando no pensasen. Algo dubdaron los nuestros de hablar [a] aquel señor, con lo que sus compañeros dixeran, aunque ya tenían licencia. Púsoles también recelo el ver la gente de aquella tierra andar tan bien armada, porque traían lanzas de a veinte y cinco palmos y algunos de a treinta, pero al fin, como españoles, no queriendo volver atrás, ni dar que sospechar de sí a los unos y a los otros, determinaron, aunque perdiesen la vida, de entrar la tierra adentro y ver a Coatelicamatl, el cual los rescibió muy bien; y después de haberles preguntado muchas cosas de su venida, de quién eran y de cómo se habían habido con Motezuma, y estando maravillado y atento a lo que le decían, les hizo luego mostrar siete o ocho ríos, de los cuales en su presencia sacaron oro, el cual les dio con más de lo que él tenía, para llevar la muestra. Ellos le dieron una o dos cosas de Castilla que, [por] ser peregrinas y extrañas, tuvo en más que todo el oro que se sacaba en aquellos ríos, y como aficionado a las nuevas del muy valeroso Cortés, con ellos invió sus embaxadores.



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Capítulo XXXVIII

De lo que los embaxadores de Coatelicamatl dixeron a Cortés y de lo que más pasó cerca de los que fueron a ver las minas.

     Llegados que fueron los embaxadores con los dos españoles a México, después que Cortés supo del uno dellos cómo eran embaxadores de un gran señor, nada amigo de Motezuma, y del buen tratamiento que les había hecho y cómo no había dexado entrar en su tierra a los criados de Motezuma, saliólos a rescebir a la puerta de una sala, que no fue poco favor para ellos. Abrazólos, hízoles grandes caricias, preguntóles cómo quedaba su señor; respondiéronle que bueno y muy a su servicio; y después de haberle dado cierto presente, que nunca suelen venir las manos vacías, el más anciano e que más bien sabía razonar, le habló desta manera: «Ceoatelicamatl, a quien los buenos dioses han sustentado y aumentado en gran señorío con gran contento de sus vasallos, te besa por nosotros las manos y se te ofresce muy de corazón por tu servidor y amigo por las grandes nuevas que del valor de tu persona ha oído, y así dice que cuando hubieres menester la suya, sus vasallos y tesoros, no te faltarán, especialmente contra Motezuma, a quien tiene por enemigo, por ser tirano y ocupador de reinos ajenos. Dice más: que te avisa que, pues estás en su ciudad, no te descuides, porque los mexicanos son traidores y de mal corazón, que nunca guardan palabra.» Cortés holgó harto más desta embaxada que del presente que le dieron, por ver que los enemigos de Motezuma deseaban y procuraban su amistad. Respondióles, como solía, a todos los que la procuraban, graciosamente; díxoles que agradescía mucho la voluntad que su señor le tenía y que así la hallaría en él, y que en lo demás de recatarse no tenía descuido, porque ya tenía entendido que mexicanos no tenían buen corazón y que cuanto les faltaba de ánimo suplían con mañas y traiciones. Con esto les dio algunas cosillas de Castilla que llevasen a su señor; despidiólos con toda gracia; ellos fueron tan contentos como quedó descontento Motezuma y los suyos, porque no holgó nada con esta embaxada y ofrescimiento de amistad; porque aunque Coatelicamatl no era muy gran señor, era muy valiente y exercitado en guerras y su gente bilicosa y puesta en tierra áspera, adonde no podían de los comarcanos, por muchos que fuesen, ser acometidos, a lo menos, ya que lo fuesen, ofendidos. Con todo esto, era tan cuerdo Motezuma, que lo desimuló bien, aunque sus privados no lo pudieron tragar, dando claras muestras del pesar que su señor y ellos habían rescebido.

     Los otros españoles, e indios que habían ido a Tututepeque, que está cerca del mar y doce leguas de Marinaltepeque, volvieron con la muestra del oro de dos ríos que anduvieron y con nuevas de ser aquella tierra aparejada para hacer en ella estancias y sacar el oro. Dio contento esto a Cortés, por el aparejo que se ofrescía de sacar oro para socorrer al Emperador, y así, rogó a Motezuma poblasen allí algunos de sus vasallos y el pueblo se llamase del nombre del Emperador. Motezuma mandó ir luego allá oficiales y trabajadores con otras muchas personas; diéronse tan buena maña que en muy pocos días, que fueron menos de dos meses, hicieron unas casas muy grandes y otras algunas menores alderredor para el servicio de todas y mantenimiento de los moradores. Hicieron en la grande un estanque tan grande que había pescado en él para muchos más vecinos; echaron en él más de quinientos patos, para la pluma, los cuales peleaban muchas veces en el año, sacándoles diversas plumas, para hacer diversas colores y labores en las mantas; echaron mill e quinientos gallipavos y tanto axuar y adereszos de casa en todas ellas, que valía más de veinte mill castellanos. Había asimismo sesenta hanegas de centli sembradas, diez de frisoles y dos mill pies de cacahuatl o cacao, que nasce por allí muy bien. Comenzóse esta granjería, mas no se acabó con la venida de Pánfilo de Narváez y con la revuelta de México que se siguió luego. Rogóle también que le dixese si en la costa de su tierra a esta mar había algún buen puerto en que las naos de España pudiesen estar seguras. Dixo que no lo sabía, mas que lo preguntaría o lo inviaría a saber, y así hizo luego pintar en lienzo de algodón toda aquella costa con cuantos ríos, bahías, ancones y cabos había en lo que suyo era, y en todo lo pintado y trazado no parescía puerto ni cala ni cosa segura, sino un grande ancón que está entre las sierras que ahora llaman de Sant Martín y Sant Antón en la provincia de Coazaqualco, y aun los pilotos españoles pensaron que era estrecho para ir a los Malucos y Especería, mas empero estaban muy engañados y creían lo que deseaban.

     Cortés nombró diez españoles, todos pilotos y gente de mar, que fuesen con los que Motezuma daba, ques hacía también la costa del camino. Partiéronse, pues, los diez españoles con los criados de Motezuma, y fueron a dar a Chalchicoeca, donde habían desembarcado, que ahora se dice Sant Joan de Lúa. Anduvieron setenta leguas de costa sin hallar ancón ni río, aunque toparon muchos, que fuese hondable y bueno para naos. Llegaron a Coazaqualco, y el señor de aquel río y provincia, llamado Tuchintle, aunque era enemigo de Motezuma, rescibió muy bien los españoles, porque ya sabía dellos desde cuando estuvieron en Potonchán.Habláronle ellos comedidamente, como los que bien lo saben hacer, cuando han menester, a otro; dioles aquel señor todo lo nescesario; hablóles muy graciosamente; preguntóles muchas cosas; holgóse por extremo de verlos; tocábalos y mirábalos muchas veces, admirado de la extrañeza de su traje, barba, espadas, y dispusición de, sus personas, y decía, volviéndose a los suyos: «Verdaderamente éstos deben de ser hijos del sol, pues hacen tan señaladas cosas y pocos son tan poderosos contra tantos. Cierto, tengo entendido que éstos han de ser, según nuestros antepasados dixeron, los que en estas partes han de ser muy señores y han de traer nueva religión, nuevas leyes y costumbres.» Abrazólos y díxoles entre otras cosas lo mucho que se holgaba de que el tirano de Motezuma tuviese en su ciudad varones tales que le hiciesen perder el orgullo y soberbia que sobre todos los Príncipes de la tierra tenía. Dicho esto, les mandó dar barcas, que eran unas canoas grandes, para mirar y sondar el río; ellos lo midieron y hallaron seis brazas de hondo donde más; subieron por él arriba diez leguas. Es la ribera dél de grandes poblaciones y fértil, a lo que paresce y después acá se ha visto. Sin esto aquel señor invió a Cortés cosas de oro, piedras, togas de algodón, de pluma, de cuero, y bravos tigres con sus cadenas a muy gran recaudo.



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Capítulo XXXIX

De la embaxada que Tuchintle invió a Cortés, y de lo que él respondió.

     Invió con los españoles este señor dos embaxadores, muy bien acompañados de otros amigos y criados dellos; llevaron mucha provisión para todos, y los mensajeros, dones particulares; vistiéronse a la entrada de México de ropas ricas: adelantóse el un español; dixo en suma las buenas nuevas que a Cortés traía. Llegados luego los mensajeros, Cortés los rescibió, con mucha alegría y afabilidad; hiciéronle ellos los acatamientos y reverencias que hacían a sus dioses, y primero que palabra le hablasen, le ofrescieron el presente que su señor inviaba, y hecho esto, haciendo ambos a dos otra manera de acatamiento, dixo el que era más anciano desta manera: «Muy valiente y muy esforzado Capitán, hijo, a lo que creemos, del sol, que has venido de tan lexos tierras en canoas mayores que nuestras casas: Muchos días ha que Tuchintle, mi señor, y todos sus vasallos, enemigos de Motezuma, tenemos grandes nuevas de ti; deseámoste ver y conoscer, y ahora, después que inviaste dos de tus valientes compañeros a ver los ríos que hay en nuestra tierra, mi señor los rescibió con gran amor; dioles de lo que tenía; invíate con nosotros este presente que vees, y dice que aunque no sea tan rico como tú meresces, que rescibas su voluntad con que está muy pronto para servirte en lo que se ofresciere. Ruega a sus dioses te den en todo toda prosperidad; prométete su persona y vasallos para contra Motezuma y jura de tribuctar cada año lo que bueno sea al Emperador, tu señor, con tal que los de Culhúa no entren en su tierra y le defiendas de hoy en adelante de su poder y tiranía, ca como es más poderoso así de gente de guerra como de riquezas, le ha hecho muchos desaguisados y malas obras, de que desea verse librado y vengado. Dice que deseaba venir a verte en persona, si no fuera por no dexar su tierra sola y por temerse de la gente de Culhúa, pero que lo pospondrá todo si tú quisieres que te vea.» Acabado de decir esto, los dos sacaron ciertas joyas que debaxo de sus mantas traían, diciendo: «Y por que veas cuán de voluntad te deseamos servir y cómo en esto queremos parescer a nuestro señor y ser tan tuyos cuanto él lo procura, rescibe en señal de servicio estas joyas que como a nuevo señor nuestro te ofrescemos.»

     Cortés, que por la embaxada del otro señor iba entendiendo los émulos que Motezuma tenía, cuando rescibió ésta, en confirmación de lo que él deseaba, para ayudarse de los enemigos si Motezurna quisiese intentar alguna novedad, holgó por extremo con este nuevo ofrescimiento, y respondiendo a los mensajeros, les dixo así: «Caballeros, leales criados de vuestro señor: Mucho me he holgado con vuestra venida, más por el amor y voluntad que me mostráis, que por los presentes que me traéis, aunque son ricos; ca cierto tengo en más ser amigo de vuestro señor que a todo el oro de toda la tierra; darle heis mis besamanos, haciéndole saber que yo, con los míos, no faltaré en todo lo que se ofresciere, y que así me avise cada y cuando que menester sea, y que de aquí adelante podrá estar seguro que Motezuma no le hará ningún agravio, porque es mi amigo y no querrá enojar a los que yo quisiere bien, y que cuando sea menester que él me vea, yo le avisaré. En el entretanto, sosiegue y descanse, y yo soy su verdadero amigo, y en nombre del Emperador y Rey, mi señor, le rescibo desde hoy por su vasallo, y a vosotros, caballeros y embaxadores suyos, tengo en merced el ofrescimiento y merced e presente que en vuestro nombre me ofrescéis.»

     Acabado de responder esto, les dio algunas cosas de Castilla, unas para su señor y otras para ellos, con que mucho se holgaron. Despidiólos así, quedando él muy contento, así por el mensaje, como por lo que del río le dixeron los españoles, ca afirmaron que del río de Grijalva hasta el de Pánuco no había río bueno. Dicen algunos que se engañaron en esto.

     Tornó de allí a pocos días a inviar otros españoles con algunas cosas de Castilla, que diesen a Tuchintle, y que supiesen mejor su voluntad y la comodidad de la tierra y del puerto bien por entero. Fueron y volvieron muy contentos y ciertos de todo, por lo cual despachó luego Cortés a Joan Velázquez de León por Capitán de algunos españoles, para que poblase allí y hiciese una fortaleza.



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Capítulo XL

Cómo Hernando Cortés pidió oro a Cacamacín, Rey de Tezcuco, y de lo que más subcedió.

     Procuraba Cortés cuanto podía de inviar oro al Emperador, por la nescesidad en que estaba, y así, aunque entendió que Cacamacín no era muy su amigo, le dixo que pues era tan gran señor, que después de Motezuma no había otro como él, le rogaba mucho le ayudase con algún oro del tesoro que tenía, pues era para favorescer al Emperador en las guerras que tenía; pues había oído cuán gran señor era y que algún día se lo agradescería. Cacamacín se sonrió, desimulando el odio que en su pecho tenía contra los españoles; respondióle que le placía y diole luego un criado de su casa, de los principales, que fuese con Joan Veláquez de León, Rodrigo Álvarez Chico, Francisco de Morla, Alonso de Ojeda, Hernando Burgueño y Melchior de Alavés, personas de cuenta y confianza, a Tezcuco, y traxesen del oro que tenía en sus casas, con que no le tocasen en los chalchuites ni a los plumajes que él tenía para sus fiestas. Partieron de México estos españoles con aquel indio principal; llevaban una yegua y un caballo para si algo fuera menester. Saliendo por la calzada de Tepeaquilla, llegando al tianguez de Tlatilulco, el indio se fue escondiendo, de manera que yendo en su rastro los españoles, volvieron sin perderle el aposento de donde habían salido. Cortés estonces, entendida la maldad, para que Cacamacín supiese que no se había de burlar con él, después de haberle ásperamente reprehendido, delante de sus ojos mandó ahorcar al indio, cosa que no poco espantó a Cacamacín, el cual, por aplacar a Cortés, dio luego otro, mandándole de veras lo que había de hacer y avisando a los principales de su ciudad rescibiesen y tratasen muy bien a los españoles. Fue así que antes que llegasen a la ciudad, los rescibieron con gran muestra de alegría; lleváronlos a la casa real;diéronles allí luego colación; o ya que era noche hicieron a cada uno una cama de un codo en alto, de mantas ricas y delgadas, con rosas y ramilletes por encima, y a la yegua y al caballo hicieron otras dos de mantas gruesas.

     Aquella noche se velaron los españoles por sus cuartos los unos a los otros. Había en el patio tantos braseros encendidos que pasaban de más de ciento y cincuenta, cuya claridad era tanta que parescía de día. Ofrescieron aquella noche para cada uno dos indias hermosas; créese que por ser infieles no llegaron a ellas.

     Otro día de mañana comenzaron a buscar el oro por los aposentos o recámara de Cacamacín. Alonso de Ojeda, andando buscando oro con los demás, entrando por una sala obscura, tropezó en unos jarros, sacó uno dellos a lo claro y halló que todos estaban llenos de miel cuajada y más blanca y más hermosa que la del Alcarria; holgaron todos con ella tanto como con el oro. Andando más adelante, halló una caxa grande, llena hasta más de la mitad de ropa rica, y lo demás hasta la boca, de oro, con media braza de perlas muy ricas; recogieron todo el oro. Dixeron los criados de Cacamacín que si querían ropa, tomasen la que quisiesen. Los españoles no osaron hasta que por la alaguna inviaron a pedir licencia a Cortés por una carta que le inviaron. Él les respondió que si muy de su voluntad les daban ropa, que la tomasen, y así rescibieron ochenta cargas de ropa muy buena, y con ella y con el oro volvieron muy contentos a México después de haber comido en un sumptuoso banquete que los criados de Cacamacín les hicieron.

     Cortés rescibió el oro y la ropa; guardó el oro, que fue una muy buena cantidad, y repartió la ropa entre los que la traxeron y entre otros a quien Cortés era aficionado; quedáronse con las indias que en Tezcuco les dieron. A esta vuelta hallaron que estaban haciendo cuatro bergantines en una sala muy grande, adonde son ahora las tiendas de los portales.

     Poco después que esto pasó, Cacamacín se fue a su ciudad de Tezcuco, donde, como luego diré, no pudiendo desimular el odio que contra los nuestros tenía, haciendo junta de los principales de su reino lo más secretamente que pudo, dicen que una noche les habló en esta manera.



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Capítulo XLI

De la oración que Cacamacín hizo a los suyos, persuadiéndoles que se rebelasen contra Cortés.

     «Ya sabéis, caballeros y vasallos míos, el amor que siempre os he tenido, las buenas obras que os he hecho, lo mucho que de vosotros he confiado; sabéis también, porque lo habéis visto por vuestros ojos, la subjeción en que nos tienen puestos estos pocos de extranjeros, pues se han atrevido a prender y tener en su aposento al gran señor y tío mío Motezuma, a quien después de los dioses se debe mayor reverencia y acatamiento que a hombre del mundo, porque lo meresce, así por su muy gran poder, como por la alta sangre de Reyes y Emperadores de donde desciende. No es cosa sufridera, ni nuestro esfuerzo y valentía lo deben permitir, que vengan de fuera tan pocos y tan cobdiciosos ajenos de nuestra ley y religión, a echarnos de nuestras casas, a usar de nuestras mujeres y hijas, a servirse de nuestros amigos y deudos y, lo que más debemos sentir, a quitar nuestros dioses y poner el suyo; deshacer nuestros templos, destruir nuestros rictos y cerimonias, en que desde tiempos inmemoriales a esta parte somos nascidos y criados. Ahora es tiempo, vasallos míos, que volvamos por nuestra religión, por nuestra libertad, por nuestra honra, por nuestra patria y por el gran señor Motezuma, que preso está. No aguardemos a que les venga socorro a estos extranjeros, o de Taxcala o de donde ellos vienen, porque si estos pocos han podido tanto, juntos con otros, ¿cuánto podrán? Demos sobre ellos, que por defenderse, dexarán libre a Motezuma, y si otra cosa subcediere, yo soy su sobrino y Rey vuestro, que vengaré su muerte y no consentiré lo que él hasta ahora ha consentido. Poneos en armas, adereszad vuestras flechas y arcos, polid vuestras macanas, proveed vuestras casas, y vosotros, valerosos Capitanes que tenéis el cargo de la guerra, acaudillad vuestros soldados; que yo estoy determinado de dar sobre estos advenedizos y no consentir que como a mujeres nos tengan acorralados; y si otra cosa os paresce, que creo no parescerá, ahora es tiempo de desengañarme y avisarme, como leales vasallos, de lo que debo hacer; porque después de acometido el negocio no podemos volver atrás, sino con pérdida de nuestras haciendas, vidas y honras, encrueleciéndose con la indignación que dello rescibirán nuestros enemigos.»

     Acabada de hacer esta plática, los mas de los Capitanes y caballeros que a la sazón se hallaron allí, más por lisonjearle que por decirle la verdad, le alabaron lo que había dicho, afirmando ser más poderoso que para aquel negocio requería; ofrescieron sus personas y haciendas, diciendo no deber dilatarse, pues tanto importaba. En esto no faltaron algunos viejos que, como les quedaba poco de vivir, no queriendo lisonjearle, le dixeron mirase bien lo que intentaba, no le engañase el orgullo y ardimiento de la juventud, ca Cortés era muy valiente y había vencido mayores batallas que la que él le podía presentar; que Motezuma era amigo de Cortés y tan gran señor como sabía, e que por no ver su persona en peligro había de ayudar a los españoles y ser de su parte; y que no le cegase debaxo del protesto de la religión y libertad el querer subceder en el imperio de Motezuma, pues había otros que tan justísimamente como él lo podían pretender, y que los negocios tan arduos como aquel, intentados con oculta cobdcia, las más veces subcedían mal.

     No plugo nada este parescer a Cacamacín ni a los que le lisonjeaban: hiciéronse sordos, y como en todo ayuntamiento pueden más los muchos, aunque sean más nescios que los pocos, salieron todos de aquella consulta determinados de hacer lo que su señor quería, lo cual no pudo ser tan oculto que antes que se pusiese por obra Cortés y Motezuma no lo supiesen, de donde se siguió lo que en el capítulo que se sigue diremos.



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Capítulo XLII

De la prisión de Cacamacín y de la astucia con que se hizo.

     Como Cortés entendió la trama en que Cacamacín andaba y vio que era mancebo bullicioso, de mucho ánimo, aunque de poca experiencia, y que o la pusilanimidad de Motezuma o el mucho amor que a los españoles tenía, le daban alas a que se pusiese en negocio tan peligroso, hizo saber a Motezuma en lo que su sobrino Cacamacín andaba, inviándole a decir que cómo no había de sospechar mal de su persona, pues habiendo prescedido lo de Qualpopoca, ahora se ponía su sobrino en levantarse contra él; que mirase lo que hacía, pues si proseguía adelante Cacamacín, lo peor había de llevar él, y al cabo todo le había de llover en casa, refiriendo con esto ciertas palabras que pocos días antes Cacamacín había inviado a decir a Motezuma, persuadiéndole que se soltase, y que pues había nascido señor, que lo fuese y no permitiese que en sus reinos, ciudad y palacio estuviese preso como esclavo, y que si no salía presto de aquella prisión, que él no podía hacer otra cosa sino levantarse por la honra de sus dioses y de su patria y Emperador.

     Alteróse mucho con este mensaje el gran señor. Respondió a Cortés que los dioses eran testigos que él jamás consintió ni quiso que Cacamacín, su sobrino, se levantase, diciéndole que la libertad que él quería tenía toda y que estaba en aquel aposento muy a su voluntad, por lo mucho, que se holgaba con los españoles, y que él inviaría a llamar a Cacamacín, y que no viniendo, daría orden cómo lo prendiesen y luego se lo entregaría.

     En el entretanto que andaban estas demandas y respuestas, Cacamacín se puso en armas, juntó mucha gente suya y de amigos, que no le faltaban estonces, por estar Motezuma preso y ser la guerra contra los españoles; y por tener el favor de toda la tierra, publicó que quería ir a sacar de captiverio a Motezuma y echar de la tierra los españoles, o matarlos y comerlos, nueva que para muchos de los nuestros fue bien terrible yespantosa, aunque Cortés con esto, no sólo no perdió el ánimo, pero cobró mayor coraje, queriéndole hacer luego guerra y cercarlo en su propia casa y ciudad, para que toda la tierra entendiese lo poco en que tenía aquellas juveniles amenazas; pero Motezuma se lo estorbó diciendo que Tezcuco era lugar muy fuerte y dentro en agua y que Cacamacín era orgulloso y bullicioso y tenía a todos los de Culhúa a su mandar, como señor de Culhuacán y Otumba, que eran muy fuertes fuerzas, y que le parescía mejor llevarlo por otra vía, y así Cortés guió el negocio todo por consejo y parescer de Motezuma, inviando a decir a Cacamacín que le rogaba se acordase mucho de la amistad que había entre los dos desde que lo salió a rescebir y meter en México y que siempre era mejor paz que guerra para hombre que tenía vasallos; que dexase las armas, porque en aquella su edad, como poco experimentado, el tomarlas era sabroso y el probarlas sangriento y trabajoso, como vería si proseguía lo comenzado; y que pues esto era lo más seguro y dello el Rey de España rescibiría placer, le hiciese merced de hacer lo que le rogaba.

     Respondió a esto Cacamacín tan soberbio como si fuera siguiendo la victoria, diciendo que él no quería amistad con quien le quitaba la honra y reino, subjectaba sus personas, oprimía su patria, deshacía su religión, y que la guerra en que se ponía era para deshacer todos estos agravios, y que así, estaba determinado, primero que dexase las armas, vengar a su tío y a sus dioses y poner la tierra toda en su antigua libertad, y que él no sabía quién era el Rey de los españoles, ni lo quería oír, cuanto más saber, y que si él quería que no hobiese armas, que con todos sus españoles saliese luego de la tierra y que así habría amistad.

     Cortés, aunque se enojó mucho con esta repuesta, no quiso responderle por el mismo tenor, antes, con toda la blandura que pudo, le tornó a amonestar y requerir muchas veces se dexase de lo comenzado, y como vio que aprovechaba poco, rogó a Motezuma se lo mandase. Motezuma le invió a decir que lo más presto que pudiese, viniese a México para dar algún medio y corte en las pasiones y diferencias que con los españoles tenía y a que fuese amigo de Cortés, pues le estaba tan bien. Cacamacín le respondió áspera y descomedidamente, lo que jamás pensó Motezuma, diciéndole que si él fuera hombre y se tuviera en lo que era razón, conosciendo lo que podía, no consintiera estar preso, a manera de captivo, por mano de cuatro advenedizos, que con sus sabrosas palabras le tenían engañado, apoderándose cada día más de sus reinos y señoríos; y que pues él era tan poco que no volvía por sí, estaba determinado de perder primero la vida que volver atrás de lo que había comenzado, pues veía que la religión mexicana y dioses de Culhúa estaban abatidos debaxo de los pies de los salteadores y embaídores; la gloria y fama de sus antepasados infamada, y perdida la libertad de la tierra, vuelta en servidumbre; introducidas otras leyes y costumbres, y, finalmente, en todo otro nuevo y diferente estado, y esto todo por su cobardía y poquedad, por lo cual le certificaba que iría a México, como se lo inviaba a decir, pero no las manos en el seno, sino muy a punto, con gran exército, la espada en la mano, para no perdonar la vida a los españoles, que tanta mengua y afrenta habían hecho a la nasción de Culhúa.

     No se puede decir el grande peligro y riesgo que de perderse todos los nuestros estuvieron, porque los más que estaban en México eran capitales enemigos, y lo mismo los de fuera que seguían a Cacamacín, el cual, por ser animoso guerrero, porfiado, y tener mucha y muy buena gente de guerra, ponía el negocio en gran dubda y a muchos de los españoles en desconfianza, por lo que veían que pasaba en casa y que oían y sabían qué pasaba fuera. Estaba Cortés determinado, sin más esperar, de salir al encuentro al camino a Cacamacín, aunque corría gran riesgo por los enemigos que dexaba en casa. Detúvolo Motezuma, remediándolo por otra vía, entendiendo que de otra manera había de llover sobre él. Trató con ciertos Capitanes y señores que en Tezcuco estaban con Cacamacín, con todo el secreto posible, se lo prendiesen y sin entregarlo a otros se lo traxesen ellos, los cuales, o por ser Motezuma su Rey, o porque le habían siempre servido en las guerras, o porque le eran aficionados, o por las grandes dádivas (que doquiera pueden mucho) que rescibieron (y esto es lo más creíble), prendieron a Cacamacín un día, estando con él consultando las cosas de la guerra; y aunque él resistió lo que pudo y les afeó la traición, con todo esto, porque eran los menos de su parte, luego antes que la nueva se pudiese derramar por su ciudad, se metieron con él en unas canoas que para esto tenían apercebidas, bien armadas y con muchos remeros, para que las que en su seguimiento viniesen, no los alcanzasen. Dentro de pocas horas, sin otras muertes ni escándalos, le metieron en México, aunque le habían sacado de su propia casa, que cae sobre la alaguna y como era su señor, antes que le diesen a Motezuma, vestido ricamente con sus insignias reales, puesto sobre unas andas muy ricas, como acostumbraban los Reyes de Tezcuco, que después de los de México eran los principales señores, le metieron por el aposento de Motezuma, pero él no le quiso ver, mandando que le entregasen a Cortés, el cual, con no poco contento, porque vio el negocio asegurado, le echó luego grillos y esposas y puso a recaudo y guarda, reprehendiéndole lo mejor que pudo su mal consejo. Dicen que a estas palabras se le saltaron las lágrimas y que no respondió cosa alguna.

     Otro día, por voluntad y consejo de Motezuma, hizo Cortés señor de Tezcuco y Culhuacán a Quizquiscatl, su hermano menor, que estaba en México con el tío y huido del hermano. Motezuma le dio el título y corona de Rey con la solemnidad y cerimonias que usaban; hízole un breve razonamiento en esta manera: «Amado y querido sobrino mío, que de aquí adelante te tendré en lugar de hijo: Bien has visto cómo corrido y afrentado de tu hermano, Cacama te veniste huyendo a este mi palacio; no pensando jamás ser Rey, has venido a serlo siendo aún vivo tu hermano, por su desobediencia y malos tratos; séate aviso para hacer el deber, porque no hay espada con que los Reyes más se corten la cabeza que con el mal vivir y crerse de lisonjeros, los cuales, las más veces, fuerzan a los Reyes a hacer cosas de que después se arrepienten sin poderlas remediar.» Quizquiscatl abrazó a Motezuma, besóle las manos, prometióle obediencia y luego, se levantó, volviéndose a do Cortés estaba con todos los españoles que se hallaron en esta cerimonia real. Diole muchas gracias por la merced que le había hecho, prometióle ser tan su amigo como su hermano había sido enemigo. Hecho esto, como se dirá en el capítulo siguiente, se trató cómo fuese rescebido en Tezcuco.



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Capítulo XLIII

Cómo Quizquiscatl fue rescebido por Rey de Tezcuco y de lo que más subcedió.

     Después de coronado por Rey Quizquiscatl, Cacama, que tan bullicioso era, lo sintió tanto que estuvo de sola tristeza muy al cabo de la vida. No se descuidó Cortés con él, porque tenía amigos y aficionados que deseaban ocasión para llevarle, como los otros le traxeron a Tezcuco; y si esto subcediera, no se podían dexar de seguir grandes escándalos y alborotos. Finalmente, con la buena goarda que Cortés le puso y con el gran pesar que le tenía ocupado, hubo mucho tiempo para que Quizquiscatl su hermano, fuese rescebido por Rey en Tezcuco.

     Fueron con él muchos caballeros de la casa de Motezuma, y Cortés invió de su compañía algunas personas principales, que no poco autorizaron al nuevo Rey. Invió delante Motezuma dos embaxadores avisando de lo que pasaba a los caballeros y principales que en Tezcuco estaban, porque los demás estaban en México con el nuevo Rey, el cual, acompañado de Motezuma y Cortés hasta salir de la imperial ciudad, se despidió dellos, y acompañado de mucha gente, así de su ciudad como de la de México, fue por tierra, porque hobiese más lugar para hacerle fiesta. Pusiéronle muchos arcos en el camino y en ellos mucha música; lleváronle sobre unas andas muy ricas, en hombros, e ya que llegaba cerca de su ciudad, le rescibieron con muchos bailes, danzas o mitotes. A la entrada de la ciudad, los Gobernadores y los demás caballeros que tenían cargo de la república le tomaron sobre sus hombros, metiéndole en el palacio real. Uno de los más ancianos y más experto en los negocios, poniéndole una guirnalda de flores y rosas sobre la cabeza, habiendo gran silencio, aunque la gente era mucha, le dixo así:

     «Poderoso Quizquiscatl, Rey nuestro: Bien has visto la merced que los dioses te han hecho en traerte a tan gran señorío y dignidad de un caballero particular que, huyendo de tu hermano, estabas debaxo del amparo de Motezuma, sirviéndole como cualquiera de sus maestresalas, y esto ha sido por la soberbia y orgullo de tu hermano, que queda preso para no levantar cabeza en los días que viva, y por tu buena condisción, que cierto eres amado de todos. Séate, pues, esto exemplo y amonestación para que, puesto en tan alto estado, no mudes tu noble condisción, sino que antes te hagas más amable, pues tienes mayor poder para ello; que ya sabes que lo principal que los Reyes deben conquistar y señorear son los corazones de los vasallos, tras los cuales se sigue forzosamente el ofrescimiento de sus personas y haciendas. Todos los que aquí vees, que no caben en este gran palacio, te están mirando, no como a hombre, sino como a dios, alegres y contentos de verse libres del duro dominio y áspero gobierno de tu hermano Cacamacín. Alégrate y regocíjate, que comienzas a reinar en contento de todos; trátate como Rey; vive a tu placer, y los dioses te den toda prosperidad y muchos años de vida. Toda esta gran república por mí, a quien dio sus veces, te rescibe muy alegre por su Rey natural y señor, te acata como a padre, te venera como a dios, se te encomienda como hija y muchas veces te saluda, dándote la norabuena de tu venida.»

     Acabando así aquel sabio y facundo viejo, el nuevo Rey, con graves y agradescidas palabras, respondió desta suerte:«Muchas gracias doy a los dioses, que tantas mercedes me han hecho, no solamente por haberme librado de la persecución de mi hermano y puesto en sus días en esta silla real que él poseía, pero por haber entrado en este nuevo señorío con tan buen pie, con tanto contento y alegría vuestra, como bien habéis mostrado en el camino, y en esta mi ciudad habéisme rescebido como a Rey y señor vuestro, y lo que en más tengo, como a padre. Lo uno y lo otro me pone en grande obligación de quereros, trataros y amaros como a hijos naturales, procurando cuanto en mí sea vuestro adelantamiento, contento y alegría, para que yo con vosotros, vosotros comigo, pasemos la vida contenta y alegre; y, porque habréis entendido que el muy valeroso y muy valiente Hernando Cortés, con contento de mi tío Motezuma, me ha puesto en estado tan grande, os encargo, mando y ruego lo respectéis, honréis y sigáis en lo que se le ofresciere, porque yo me confieso por gran deudor suyo; y si a los dioses paresciere, que toda la religión sea una, no tenemos más que desear para que todos seamos hermanos.» Concluyendo con esto, hechas otras muchas cerimonias, se fue la demás gente, quedando él con los oficiales y caballeros de su casa.

     Desta manera se remedió el peligro en que los españoles estaban, ca cierto, si hobiera dos Cacamas, no sé cómo lo pasara. Cortés por mucho valor que tuviera, el cual se extendió a tanto, que siendo no más que Capitán, quitó y puso Reyes, dio señoríos y hizo notables y maravillosos castigos.



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Capítulo XLIV

De la manera que Cortés tuvo en castigar una espía que Alonso de Grado traía por la Costa, y de la gran cantidad de cacao que una noche hurtaron a Motezuma.

     Pasadas estas cosas, y estando los negocios en el peso que hemos dicho, Alonso de Grado, que era persona principal, por algunas mohínas o desabrimientos que debía tener con Hernando Cortés, tuvo muchos días una espía, español, en la costa, para ver si venía algún navío o mandado de Diego Velázquez, para hacer algún desabrimiento a Cortés; pero como sus negocios iban tan prósperos y los más de los hombres se inclinan adonde la fortuna tiende sus velas, no faltó quien avisase a Cortés de lo que pasaba, y así invió luego por el espía. Traxéronselo preso, metiéronlo por el patio donde estaba la guarnición de los españoles, las manos atadas con una soga a la garganta. No hubo comenzado a entrar, porque estaba así ordenado, para más afrentarle, a costumbre de guerra, cuando comenzaron los que tenían dello cargo a tocar los atambores y a darle grita como a hombre infame y traidor a su Capitán, de que el espía rescibió muy gran afrenta y vergüenza, de manera que no osaba alzar los ojos. Tratóle mal de palabras Cortés, diciéndole que si no se le hiciera lástima le mandara ahorcar, pero que de ahí adelante lo miraría con otros ojos y trataría como él merescía. Con esto, no rescibiéndole descargo, lo mandó echar en prisiones. Túvole así algunos días, hasta que por ruegos de Pedro de Alvarado y de otras personas principales le mandó soltar, pero no de manera que dentro de muchos días osase mirar al Capitán ni alzase la cabeza avergonzado de lo subcedido y malquisto de los más, que eran los que seguían la parcialidad de Cortés, el cual con la prosperidad y buen subceso se hacía amar de los que le querían y temer de los que le aborrescían; porque de todos, por bueno que sea el Capitán, es dificultoso o imposible, por la variedad de los paresceres y porque la envidia nunca se emplea sino en cosas altas y subidas.

     Hecho este castigo, que a muchos de los indios principales paresció cosa bien nueva, una noche la gente del Capitán de naborias, que serían hasta trecientos entre indios e indias, entraron en una casa de cacao que era de Motezuma, en la cual había más de cuarenta mill cargas, que era estonces gran riqueza e ahora mucho más, porque suele valer cada carga cuarenta castellanos. Comenzaron a carrear desde prima noche hasta cerca del alba. Pedro de Alvarado que supo esto dixo a Alonso de Ojeda, que estaba aquella noche velando a Motezuma: «Cuando hayáis rendido vuestro cuarto y viéredes que es tiempo, llamadme, para que yo también tenga parte en el cacao. Avisóle y fue allá con cincuenta personas. Estaba el cacao en unas vasijas como cubas grandes, hechas de mimbre, tan gruesas que no las podían abarcar seis hombres, embarradas por de dentro y por de fuera, todas puestas por su orden, que era cosa de ver. Sirven de troxas, así para el maíz como para otras semillas; consérvase en ellas mucho lo que se echa; algunas veces las tienen cubiertas por lo alto y abiertas por un lado; sirven de casas abrigadas, aunque las más veces de troxes, debaxo de terrado. Alonso de Ojeda, como vio que el día venía, primero que el tiempo se le acabase, con un bracamarte que traía cortó los cinchos a aquellas vasijas, las cuales hinchieron luego bien las faldas y mantas de los que buscaban cacao; vaciaron tres vasijas, en que habría seiscientas cargas, que cada carga tiene veinte, y cuatro mill almendras.

     Otro día paresció el rastro del hurto. Hizo sobre ello Cortés pesquisa, y como supo que había sido en ello Pedro de Alvarado, lo desimuló, aunque a solas le dixo su parescer; que a ser otro, hiciera lo que antes en lo del liquidámbar, porque no es nuevo quebrar siempre la soga por lo más delgado.



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Capítulo XLV

De la plática que Motezuma hizo a todos los Reyes y Señores de su Imperio, rogándoles se diesen por vasallos del Emperador Don Carlos, Rey de España.

     Después de la prisión de Cacama y de la elección de su hermano, y aunque otros dicen que de su hijo, estando las cosas en mayor quietud que nunca, o por persuasión de Cortés, que siempre procuraba hacer acertadamente, los negocios, o porque por su motivo se movió a ello, deseoso de dar contento a Cortés en lo que pudiese, invió sus embaxadores con su anillo o sello a los Príncipes y señores de su imperio, rogándoles se hallasen para el día que les señalaba todos en la imperial ciudad de México, porque era negocio que a todos convenía. No fueron llegados los embaxadores, según Motezuma era obedescido y amado, cuando cada uno, lo más presto que pudo, se halló en la ciudad de México, conforme a su posibilidad con la mayor pompa y majestad que cada una pudo; e ya que todos hobieron llegado para el día que se les señaló, hechas las cerimonias que solía, cuando hacía Cortés, se sentaron por su orden en el real palacio todos aquellos señores con la demás caballería de la ciudad; y vestido Motezuma de ropas reales, y Cortés y los suyos lo mejor que pudieron, hecho un asiento más alto que los demás, cubierto ricamente, donde Motezuma y Cortés se sentaron, sin saber nadie del emperio mexicano lo que Motezuma les quería decir, que fue lo que nunca pensaron. Hecha, pues, con la mano señal de silencio, con grande majestad comenzó Motezuma a decirles así:

     «Queridos parientes, amigos y criados míos: Entendido tendréis por el discurso de diez e ocho años que aquí soy vuestro Rey y Emperador, lo mucho que os he amado, la gran confianza que de vosotros he hecho, lo bien que en justicia os he mantenido, el descanso y quietud que siempre os he procurado. También en este mismo tiempo, he yo conoscido lo mucho que vosotros merescéis por haberme sido tan buenos y leales vasallos, y entre vosotros, algunos muy aficionados, amigos y parientes. De lo uno y de lo otro resulta que conforme a lo que yo os he amado y amo, y vosotros me habéis querido y queréis, habré pensado lo que os quiero decir, y si no creyera que así como a vosotros no convenía mucho, no os inviará a llamar con tanta diligencia y cuidado. Ya, pues, sabéis lo que de vuestros antepasados habéis oído y lo que nuestros sabios adevinos y sacerdotes, que cada día hablan con nuestros dioses, os han dicho, y por muy cierto, por muchas veces afirmado, que ni somos naturales desta tierra, ni nuestro reino y señorío durará mucho tiempo, porque nuestros antepasados vinieron de lexos tierras, y el Rey o caudillo que traxeron a la tierra se volvió dende a poco donde vino, diciendo que inviaría dende a poco quien los rigese y gobernase si él no volviese; y así desde mis tatarabuelos hemos siempre esperado este Rey y señor que nos rigese y gobernase, el cual, como veis, es ya venido, pues el gran Emperador de España nos ha inviado a su Capitán Hernando Cortés, con los que con él vinieron, los cuales dicen que son nuestros parientes y que tienen de nosotros muchos [años] atrás, con estar tan apartados de nosotros, muy larga y grande noticia. Demos gracias a los dioses de que hayan venido en nuestros días los que tanto tiempo ha deseábamos, y lo que ha de ser no se puede excusar, y lo que los dioses quieren, hemos de hacer, aunque no queramos. Ruégoos mucho que comigo deis el homenaje a este Capitán en nombre del Emperador y Rey de España, nuestro señor, pues ya yo me he dado por su servidor y amigo, y de aquí adelante, aunque esté ausente, le obedesceréis, serviréis y tribuctaréis como hasta aquí habéis hecho a mí, en lo cual veré lo que me amáis y conosceré que en lo que os he amado no he estado engañado.»

     Llegando a estas palabras no pudo sufrir las lágrimas ni reprimir los sospiros y sollozos que de su pecho salían, los cuales le estorbaron decir lo que más quería y enternescieron los corazones de todos los presentes, que eran infinitos, entre los cuales se levantó un tácito y callado llanto tan contino y hervoroso que los nuestros, con hacerse su negocio, no pudieron detener las lágrimas. Duró más de un cuarto de hora este sentimiento, sin poder responder aquellos Príncipes y señores a Motezuma, al cual, en el entretanto, tomó de las manos Cortés, diciéndole palabras de consuelo, porque cierto, negocio tan extraño y las palabras de lástima que aquellos señores decían, viéndole despojarse de su imperio, ponía gran lástima y habían bien menester lo que Cortés después dixo.



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Capítulo XLVI

De lo que aquellos Príncipes y Señores, aplacado su llanto, respondieron a Motezuma, y de lo que Cortés le[s] dixo.

     Sintieron tanto aquellos Príncipes y señores del imperio mexicano las palabras que el gran señor Motezuma les dixo, y llególes a las entrañas tanto el ver que su natural señor se desnudaba de tan gran imperio y señorío y que a sí y a los suyos todos entregaba y subjectaba a Rey extraño y que no conoscían, sino era por fama y relación, y que desto pendía la mudanza de su religión, costumbres y leyes, que después de haber descansado algo del planto que habían hecho, algunos dellos, que serían los más sabios y de más poder y a quien los demás dieron la mano, reprimiendo las lágrimas cuanto pudieron, le respondieron así:

     «Muy gran señor Emperador y Rey nuestro: Todos los que aquí por tu mandado nos hemos juntado, parientes, amigos, criados y vasallos tuyos, te hemos oído con el amor, fidelidad y reverencia que te debemos, y si pensáramos que esto nos querías, no viniéramos acá, aunque no fuera sino por no ver llorar y hacer tan gran sentimiento a Monarca tan poderoso y señor nuestro; ¡cómo podemos dexar de sentir mucho mudanza tan grande y tan nueva, en la cual, como vees, está la mudanza de nuestra religión, leyes y costumbres!; pero, pues así paresce a nuestros buenos dioses y ha tantos años que dello hay pronósticos y profecías y que en ti se ha de acabar el imperio mexicano, pues forzosamente hemos de querer lo que los dioses quieren y tú te conformas con ellos, nosotros queremos lo que ellos y tú queréis, y así todos contigo nos damos y ofrescemos a Hernando Cortés que a par de ti está sentado, por vasallos y súbditos, en nombre del Emperador de los cristianos y Rey de Castilla, que a estas partes, según estaba pronosticado, le ha inviado.» No pudieron decir más palabras, por las lágrimas y altos sollozos que los impedían. Finalmente, hechas ciertas cerimonias acostumbradas en semejante caso, Hernando Cortés pidió luego todo lo que pasaba por testimonio a ciertos escribanos del Rey que a esto asistieron, los cuales al pie de la letra escribiendo lo que había pasado, se lo dieron por testimonio, testificando cómo todos los Príncipes y señores del imperio mexicano con su Rey y Emperador Motezuma prometían vasallaje y fidelidad a Don Carlos, Emperador y Rey de Castilla, y que de ahí adelante le acudirían con los servicios y tribuctos que hasta estonces habían acudido a Motezuma su señor.

     Acabado este negocio que tan importante ha sido y es a la Corona Real de Castilla, Cortés, con la gravedad que convenía y con las menos palabras que pudo, les dixo así: «Príncipes y señores, amados amigos míos: Mucho he holgado que con tanta voluntad hayáis seguido el parescer del gran señor Motezuma, pues en esto queréis lo que tantos años ha esperábades y lo que el verdadero y solo Dios nuestro [Señor] quiere y ha querido sea más en este tiempo que en otro atrás ni adelante, por vuestro bien, quietud y descanso; y aunque al presente no podéis dexar de sentir tanta novedad, en breve veréis, por el tratamiento que el Emperador y Rey mi señor, os hará, cuánto habéis acertado en lo que habéis hecho. En el entretanto, yo, que he venido en su nombre, os haré todo placer. Motezuma será tan gran señor, y asimismo vosotros, como hasta ahora lo habéis sido. Sólo pretende el Emperador de los cristianos ser vuestro amigo, sacaros del error en que habéis vivido, ampararos y defenderos en las guerras que se os ofrescieren, y porque el tiempo que vendrá hará cierto lo que os prometo, por ahora no os digo más.»

     Dichas estas palabras, cada uno se fue a su casa y Dios sabe con qué corazón. Cortés se fue con Motezuma, agradesciéndole lo que había hecho, haciéndole mayores caricias que nunca y persuadiéndole por las mejores razones que podía a que perseverarse en lo comenzado, pues sus sacerdotes tantas veces le habían dicho que de la tierra oriental había de venir gente extranjera, blanca y barbuda, a señorear aquella tierra.

     Acabado esto, otro día se platicaba en el vulgo cómo en Motezuma se acababa el linaje de Culhúa y su señorío, y decían no fuera él ni se llamara Motezuma, que quiere decir «enojado», sino por su desdicha. Decían también que los dioses le habían certificado que no gobernaría más de ocho años y que perdería la silla, no subcediéndole en ella hijo ni otro heredero, de adonde sacaban que por esto no había querido hacer guerra contra los españoles, sabiendo que habían de ser sus subcesores, aunque esto no lo tenía por muy cierto, pues había reinado más de diez e siete años. Finalmente, variaban, no entendiendo que Dios, que quita y da los reinos y señoríos, permitió que estonces se plantase esta nueva viña y que Satanás perdiese el señorío que por tantos años atrás con tanta tiranía había poseído.



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Capítulo XLVII

Del oro y joyas que Motezuma dio a Cortés.

     Tomada ya la posesión de aquellos reinos y señoríos en nombre de Su Majestad, y hecho el reconoscimiento y dado el vasallaje, como está dicho, pocos días después dixo Cortés a Motezuma cómo el Emperador y Rey, su señor, a quien él había con todos los suyos con tanta razón dada la obediencia, tenía, como otras veces le había significado, nescesidad de dineros para los grandes gastos que tenía en las guerras que hacía; y que pues ya todos eran sus vasallos, diese orden cómo él con ellos comenzasen a tribuctarle y hacerle algún servicio; por ende, que convenía inviar por todos sus reinos a cobrar todos los tribuctos en oro, y a ver qué hacían y daban los nuevos vasallos. Motezuma, aunque esto era cosa harto nueva para él, y para los suyos nada sabrosa, respondía con buen semblante, diciendo que le placía, y así, mandó que fuesen algunos españoles con ciertos criados suyos a la casa de las aves, los cuales, entrando en una sala, vieron gran cantidad de oro en planchas, tejuelos, joyas y piezas labradas. Maravillados de tanta riqueza, o porque no quisieron, o porque no osaron, no tomaron cosa hasta llamar primero a Cortés, el cual fue allá y no dexó nada que no lo llevase todo a su aposento. Mostró Motezuma holgarse dello, aunque sus criados y aquellos señores no lo podían disimular. Dio sin esto, muchas y muy ricas ropas de algodón y pluma maravillosamente texidas en colores y figuras tan extrañas cuales hasta estonces jamás los españoles habían visto; dio más, doce cebratanas de fuslera y plata muy labradas y vistosas con que él solía tirar; las unas pintadas y matizadas de aves, animales, rosas, flores y árboles, todo tan al natural que ocupaba bien los ojos y el entendimiento al que las miraba; las otras eran vaciadas y cinceladas con tan gran primor y sotileza como la pintura; las redes para turquesas y bodoques eran de oro y algunas de plata. No contento con esto, por mostrar bien asaz el amor que a Cortés tenía y cómo deseaba en todo complacerle, invió criados de dos en dos y de cuatro en cuatro y de cinco en cinco, con un español en compañía, a todas sus provincias y a las demás tierras de señores y amigos y confederados, ciento y ciento e veinte leguas de México, a coger oro por los tribuctos acostumbrados, o por nuevo servicio, para el Emperador. Fue en esto tan obedescido, que aunque sabían que era para Rey extraño, cada provincia y cada señor dio la medida y cantidad que Motezuma pidió y señaló, en joyas de oro y plata, en tejuelos, en perlas y piedras.

     A cabo de muchos días vinieron todos, los mensajeros, aunque unos, según la distancia, primero que los otros. Traxeron consigo los tribuctos, los cuales, luego que vio Motezuma, venir como convenía, los mandó inviar a Cortés, el cual los recogió por mano de los Tesoreros. Fundidos los tribuctos que venían en oro, sacaron de oro fino ciento y sesenta mill pesos; dicen algunos que fue mucho más, y de plata, que estonces no había mucha, por no saberla sacar, más de quinientos marcos. Repartió Cortés por cabezas el oro y plata entre los españoles; no se dio todo, sino señalóse a cada uno según era; al de a caballo, doblado que al peón, y a los Oficiales y personas de cargos y cuenta se dio ventaja. Pagósele a Cortes de montón lo que le prometieron en la Veracruz. Cupo al Rey de su quinto más de treinta y dos mill pesos de oro y cient marcos de plata, de la cual se labraron platos, escudillas, tazas, jarros, saleros y otras piezas a la manera que los indios las labran y usan, para inviar al Emperador. Valía, aliende desto, cient mill ducados lo que Cortés apartó de toda la gruesa antes de la fundición, para inviar por presente, con el quinto, en perlas, piedras, ropa, pluma, joyas de oro y plata y pluma a manera de las cebratanas, que par su extrañeza eran de gran valor, ca las piezas labradas de oro y plata eran peces, aves, sierpes, animales, árboles, fructas y otras cosas desta suerte, maravillosamente contrahechas, que puestas en España, espantaran a cuantos las vieran. No hubo esta dicha, por la gran desgracia que después subcedió, como diremos, en el desbarato de los españoles, cosa bien lastimosa que jamás se olvidará. Dicen que Cortés, aunque hizo el repartimiento, no dio casi nada, y después cuando vio que no había otro remedio, para salvarse sino como cada uno pudiese salir de México, dixo a los suyos, que no debiera, porque fue ocasión para perderse muchos: «Tome dese tesoro cada uno lo que pudiere»; y así fue que con la demasiada cobdicia, cargándose de oro, vinieron a morir con él.



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Capítulo XLVIII

Cómo acordó Motezuma que Cortés se fuese de México, y de las causas que le movieron a ello.

     La fortuna, que jamás por mucho tiempo está en un ser, ni muestra el rostro de una manera, habiendo hasta este tiempo rnostrádose tan próspera a Hernando Cortés, usando de su variedad e inconstancia, se le comenzó a mostrar adversa y contraria cuando menos pensaba, porque como se vio tan pujante y próspero, ocupaba el pensamiento unas veces en inviar a Sancto Domingo y otras islas dineros y nuevas de la tierra y de su prosperidad, convidando a los conoscidos y no conoscidos a que viniesen a ella con armas y caballos, porque para tan gran reino eran muy pocos los que con él estaban; otras veces trataba de apoderarse de todo el estado y señorío de Motezuma, viendo que le tenía preso y de su bando a los de Taxcala y a los de Coaleticamatl y Tuchintle y que sabía de cierto que los de Pánuco y Tecoantepeque y los de Mechuacán eran mortales enemigos de los mexicanos y que le ayudarían cuando menester los hobiesse; otras veces se ocupaba en cómo haría cristianos a todos aquellos indios, lo cual procuró luego como mejor pudo, porque cierto siempre tuvo ojo a este fin que (como lo era) lo tenía por principal, aunque hasta ahora es tan dificultoso, por las malas inclinaciones de los indios, que ha habido siempre bien que hacer. No les asoló los ídolos por no indignarlos, pero vedó matar los hombres en sacrificios, puso cruces e imágenes de Nuestra Señora y de otros Sanctos por los templos, haciendo que los clérigos que había, porque después vinieron los flaires, dixesen misa cada día y baptizasen a los que quisieron ser baptizados, que fueron pocos, o porque se les hacía de mal dexar su envejecida religión, o por el miedo que tenían a los otros, que eran más. Finalmente, los nuestros no atendieron a esto mucho por parescerles que no era tiempo, esperando mejor coyontura para que no retrocediesen.

     Cortés oía cada día misa, mandando que todos los españoles la oyesen y suplicasen a Dios llevase los negocios adelante con la prosperidad que al principio les había concedido. Estando, pues, en tan altos y tan prósperos pensamientos, o por sus pecados, o por ocultos juicios de Dios, comenzó Motezuma a volver la hoja; vino en este tiempo Pánfilo de Narváez contra él; echáronle no muchos días después los indios de México, tres cosas por cierto bien notables, las cuales iré prosiguiendo por su orden.

     La mudanza de Motezuma fue tan clara que invió a llamar a Cortés, y con otro muy diferente rostro que el de antes y con otras palabras de las que él solía decir, le rescibió y habló, como luego diré. Tres cosas movieron a Motezuma a mudarse del propósito en que hasta estonces había estado, de las cuales las dos eran públicas. La una fue el porfiar de los suyos, que siempre le daban en cara su pusilanimidad y flaqueza diciendo que como vil mascegoal se dexaba estar en prisión, siendo el mayor señor del mundo; que luego, sin más traerlos en palabras, echase a aquellos advenedizos españoles, o los matase, porque era grande afrenta y mengua suya y de todos ellos que tan poquitos extranjeros le sojuzgasen y acoceasen a él y a tantos señores y caballeros como en sus reinos había, quitándoles la honra, robándoles la hacienda, cohechándoles todo el oro y riqueza de los pueblos y señoríos para sí y para su Rey, que debía de ser pobre, pues de tan lexos inviaba por oro; y que si él quería salir de la prisión, que todos, como lo habían hecho, le servirían y pondrían en libertad, y si no, que tampoco ellos le querían por señor, pues no era para serlo, y que no esperase mejor fin que Qualpopoca, siendo tan gran Príncipe, y Cacama, siendo su sobrino, Rey de Tezcuco; que se determinase luego al sí o al no, porque diciendo de no, eligirían otro Rey: palabras ásperas y que mucho movieron a Motezuma al determinarse al sí.

     La otra fue que el diablo, como se le aparescía y perdía tanto con la venida de los cristianos, le dixo muchas veces y con amenazas que matase a aquellos cobdiciosos españoles, o los echase de su reino, pues eran tan sus enemigos, si no, que se iría sin que él ni los suyos cogiesen sus sementeras ni tuviesen salud, porque le atormentaban mucho y daban gran enojo las misas, el Evangelio, la Cruz y el baptismo de los cristianos. Motezuma le respondía que no era bueno matarlos siendo sus amigos y hombres de bien, pero que les rogaría se fuesen, y cuando no quisiesen estonces los mataría. A esto replicó el demonio que lo hiciese así, porque en ello le haría grandísimo placer, porque o se había de ir él o los españoles, porque dos contrarios no podían vivir bien en una casa. Motezuma con esto se despidió muchas veces del demonio, llevando en corazón a lo que después se determinó.

     La tercera causa, que fue oculta, a lo que se sospechó, fue ser Motezuma algo más mudable que otro hombre y que se había repentido de lo que se había hecho y le pesaba de la prisión de su sobrino Cacama, al cual antes había querido mucho, porque a falta de sus hijos, le había de subceder el imperio, y porque conoscía que poco a poco se iban apoderando los españoles, haciéndose señores de sus tierras, y lo que peor era, de sus personas, y porque el diablo le había dicho que no podía hacer mayor sacrificio ni más acepto servicio a los dioses que matar o echar de su tierra a los cristianos; y que si así lo hiciese, no se acabaría en él el imperio de los Emperadores de Culhúa, sino que antes, con mayor prosperidad, se iría dilatando y que reinarían tras dél sus hijos y descendientes y que no creyese en agüeros, pues era ya pasado el octavo año y andaba en el diez e ocheno de su reinado. Por estas causas y por otras que no se supieron, mudó parescer Motezuma y hizo lo que en el capítulo que se sigue diré.



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Capítulo IL

Cómo Motezuma apercibió de secreto cient mill hombres y lo que pasó entre él y Cortés.

     Importunado Motezuma y aun compelido, según hemos dicho, de los suyos, donde se verá lo mucho que muchos pueden contra la voluntad de uno, por muy poderoso que sea, mandó muy de secreto, sin que Cortés lo supiese, apercebir cient mill hombres de guerra, para matar o echar de la ciudad a los nuestros, si de su voluntad no quisiesen salir della. Hecho esto salió desimuladamente al patio con muchos de sus caballeros a quien había dado ya parte del negocio; invió, por complacerlos, con mucha severidad y priesa, no como solía, a llamar a Cortés, el cual se receló luego y entendió la novedad. Dixo a los que con él estaban: «No me agrada ese mensaje, plega a Dios que sea por bien, que no me ha parescido que lleva camino esta embaxada de lo que pretendemos.» Tomó consigo doce españoles de los que más a mano halló; fue reportándose lo más que pudo, desimulando la alteración que llevaba; llegó con buen semblante donde Motezuma estaba; saludóle muy comedidamente; preguntóle qué mandaba. Motezuma se levantó a él con rostro grave, bien diferente del que solía; tomóle de la mano; metiólo en una sala, y como ya estaba algo enseñado de la pulicía castellana, mandó traer asientos para entrambos, y después que se hobieron sentado, estando todos los demás en pie y dos intérpretes a los lados, algo apartados, no con aquel amor que solía, le dixo: «Capitán Cortés: Mis dioses están de mí mal enojados porque tanto tiempo os he consentido estar en mi ciudad, poniendo cruces, derribando mis principales ídolos, introduciendo nueva religión, de que ellos están muy sentidos. Dicen que me quitarán el agua, destruirán las sementeras, inviarán pestilencia, y lo que más siento, harán señores de mi estado a mis enemigos. Ruégovos que luego, sin más dilación, salgáis de mi ciudad y tierra, si no queréis morir. Pedidme lo que quisierdes y dároslo he, porque os amo mucho y he amado, como por las obras habéis visto; y si esto no fuera así no os lo rogara, porque, como veis, soy poderoso para haceros mal aunque fuérades muchos más y no penséis que os digo esto burlando, sino muy de veras y que no os lo diré otra vez. Tomad de mis tesoros todo lo que quisierdes, id contentos, que mis dioses no han querido ni quieren pasar por lo que hasta ahora se ha hecho; y pues veis que no puedo hacer otra cosa, así por su honor como por el mío, no rescibáis pena, ca mayor es vivir entre muchos contra su voluntad y contra la de los dioses que a todos nos sustentan; por ende, cumple que así se haga en todo caso.» No dixo más palabra, esperando con gran severidad a lo que respondería Cortés, el cual, con esforzado y generoso ánimo, desimulando el pesar, con rostro alegre, viendo que no podía al hacer, poco antes que el intérprete declarase lo que Motezuma había dicho, dixo a un español: «Corred y apercibid a los compañeros que estén a punto, porque se trata de sus vidas.» Estonces se acordaron los nuestros bien de lo que los taxcaltecas en su ciudad les habían dicho. Vieron claro ser bien menester gracia de Dios y buen corazón para salir de aquella afrenta.

     Como acabó el intérprete, Cortés, como si le dixeran lo contrario, respondió: «Entendido tengo, muy poderoso señor, lo que me amáis y agradéscooslo mucho y bien veo que por vos nunca he quedado que estemos en vuestra compañía; pero pues así paresce a vuestros dioses y a vuestros vasallos, no quiera Dios que estemos a vuestro pesar. Ved cuándo mandáis que nos vamos, que así se hará.»

     Holgóse mucho Motezuma con esta respuesta, y así replicó: «No quiero que os vais sino cuando quisierdes; tomad el tiempo que os paresciere y estonces os daré a vos cuatro cargas de oro y a cada peón una y a los de a caballo dos.» Cortés a esto le dixo que le besaba las manos, pero que ya sabía cómo había dado con los navíos al través, luego como a su tierra había llegado, e que sin otros como aquellos no podía volver a su tierra; por tanto, que le suplicaba mandase llamar sus carpinteros para cortar y labrar la madera, que él tenía quien hiciese los navíos (este era Martín López), y hechos los navíos nos iremos luego si nos dais lo que prometido habéis, «y así lo podéis decir a vuestros dioses y a vuestros vasallos».

     Parescióle por extremo bien esto a Motezuma; mandó llamar luego carpinteros; hizo cortar la madera; proveyó Cortés de maestros a ciertos españoles para que hiciesen lo que Martín López ordenase. Comenzaron a labrar grandes pinos con mucha furia y calor por el deseo que los indios tenían de verlos fuera. Motezuma, que no debía de ser muy malicioso, creyó ser todo así. Cortés en el entretanto habló con sus españoles y dixo a los que inviaba al monte: «Motezuma quiere que nos vamos de aquí, porque sus vasallos ni el diablo no le dexan; conviene que se hagan navíos; id con esos indios y córtese mucha madera, que en el entretanto Dios, Nuestro Señor, cuyo negocio tratamos, proveerá de gente y remedio para que no perdamos tan buena tierra, y así es menester que, aunque andéis muy diligentes, paresciendo que os dais mucha priesa, vais muy despacio, entreteniendo el tiempo, para que no seáis sentidos, y de Cuba tengáis algún socorro. Id con Dios y avisadme por horas de lo que pasare, para que con tiempo proveamos lo que conviniere.»



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Capítulo L

Del miedo que los españoles tuvieron de ser sacrificados.

     Estando los negocios desta manera, pasados ocho días que aquellos hombres habían ido a cortar madera, llegaron a la costa de Chalchicoeca, que es la Veracruz, quince navíos, y como Motezuma por toda la costa tenía personas de cuenta que luego por la posta le hacían saber lo que de nuevo subcedía, los que estaban en atalaya dieron luego mandado de la llegada de los navíos a los Capitanes de las guarniciones, los cuales inviaron luego a Motezuma mensajeros que en cuatro días caminaron ochenta leguas y le dieron por pintura (que éstas eran sus cartas) noticia de lo que pasaba, el cual temió. Llamó a Cortés, que no menos receloso estaba, o de algún furor del pueblo, que nunca está de un parescer, o de algún antojo de Motezuma. Cuando Cortés supo que juntamente con la embaxada Motezuma salía a palacio, tuvo entendido que si pretendía dar en los españoles, que no quedaba hombre a vida, y así, viéndolos a todos juntos, porque no se le osaban desmandar, les dixo: «Señores y amigos que conmigo hasta ahora por tantos trances y peligros habéis perseverado: Ya veis cómo Motezuma me invía a llamar, no a son de preso, sino muy de señor, y que nos tiene la lanza encima; no lo tengo por buena señal, habiendo prescedido lo del otro día. Yo voy a ver lo que quiere; estad sobre aviso; no os descuidéis punto, pues las piedras antes vistas hieren menos, casi algo intentaren estos indios, podremos, como avisados, hacer mejor nuestro hecho. Póngaseos sólo Dios delante de los ojos, por quien cuanto hiciérdes es poco.» Ellos le respondieron tan valerosamente como él les habló, diciéndole: «Señor, siendo vos nuestro caudillo, en vuestra buena ventura y en mérito de la sancta empresa que entre las manos tenemos, ni temor ni peligro bastarán a que volvamos pie atrás, porque como sabemos que vos no nos habéis de dexar, así nosotros no os desampararemos, aunque haciéndolo pensásemos escapar la vida, porque en mucho más tenemos nuestro honor que la muerte, por áspera que sea.»

     Alegre con esta respuesta Cortés, y alentado como si tuviera consigo diez mill españoles, tomando algunos dellos, diciendo a los que quedaban, que estuviesen sobre aviso, se fueron donde Motezuma estaba, el cual, con gravedad de señor y de Príncipe que no temía, le dixo: «Señor Capitán: Sabed que son venidos navíos de vuestra tierra en que podréis iros; por tanto, adereszáos lo más presto que pudierdes, porque conviene así no haya dilación.»

     A Cortés no supo bien esto; pero con palabras sabrosas, desimulándolo, le respondió, haciendo que no entendía lo que Motezuma le había dicho: «Muy poderoso Príncipe: Merced me hacéis en mandarme que me vaya, porque, aunque fuera mi descontento hacerlo, por haceros servicio no lo tuviera por pesadumbre; pero los navíos que mandé hacer no están acabados y cuando lo sean haré lo que vuestra Alteza manda.» A esto le replicó Motezuma: «Once navíos están en la playa cerca de Cempoala, y en breve tendré aviso si los que en ellos vienen han saltado en tierra y estonces os diré qué gente es y cuánta.» Cortés con esto se alegró en gran manera, tanto que levantadas las manos al cielo, dixo con lágrimas de contento: «Muchas gracias te doy, Dios verdadero y omnipotente, por las mercedes que a mí y a mis compañeros en la mayor nescesidad nos haces.» Y porque los que quedaban con recelo se alegrasen y cobrasen ánimo, despachó luego un compañero que les diese la buena nueva, la cual oída, no se puede decir el gozo que sintieron, porque hincadas las rodillas en tierra, levantadas las manos y los ojos al Cielo, a una, alabaron a Dios, y levantados, unos a otros se abrazaron con gran placer, como los que tenían ya seguras las espaldas y la empresa casi concluida.

     Estando, pues, en sus pláticas Cortés y Motezuma, llegó otro correo de a pie y en pintura mostró y por palabra dixo, cómo ya estaban en tierra ochenta de a caballo y ochocientos infantes, doce tiros de fuego, de todo lo cual Motezuma mostró a Cortés la figura en que venían pintados hombres, caballos, tiros y naos. Hecho esto como prudente, y que vía que Cortés había de ser más poderoso, con alegre rostro se levantó a él, abrazándole, y haciéndole grandes caricias, le dixo: «Ahora os amo más que nunca; quiérome ir a comer con vos.» Cortés le rindió las gracias por lo uno y por lo otro; tomáronse por las manos y fuéronse al aposento de Cortés, el cual avisó a sus compañeros no mostrasen alteración, sino que todos estuviesen juntos y sobre aviso y diesen gracias a Dios por las buenas nuevas. Motezuma y Cortés comieron solos, con mucho regocijo de la una nasción y de la otra, diciéndose palabras de mucho amor, aunque el contento, así de los dos, como de los españoles e indios, emanaba de diferentes causas; porque los nuestros estaban alegres pensando quedar y sojuzgar el reino y gente; los otros, creyendo que se irían los nuestros con los demás que habían llegado en aquellos navíos, y que así quedarían libres y sin subjección de los huéspedes que tanto aborrescían.

     Dicen algunos que desto pesaba a Motezuma y que, sintiéndoselo un Capitán suyo, le aconsejó que matase de presente a Cortés y a los que con él estaban, pues eran pocos, y que desta manera tendría menos que matar en los que venían, y que no los dexase juntar, porque serían más fuertes, porque muertos los que en México estaban, no osarían llegar los que venían. Puso este consejo en muy gran dubda a Motezuma, y no queriéndose determinar por su parescer, llamó a consejo a los señores y capitanes, y puesto el caso y parescer de aquel Capitán, les encargó que con toda fidelidad y cordura le dixesen lo que más convenía, porque se determinaría en ello. Hubo, como siempre suele, en semejantes consultas, diversos votos y paresceres, pero al cabo se determinó que dexasen llegar a los españoles que venían, paresciéndoles cobardía matar primero los pocos y después los muchos, y que siendo todos juntos, la gloria y renombre, por todo el mundo, de su hecho, sería mayor, y que matando primero los que en México estaban, se volverían los otros y no se podría hacer el solemne sacrificio que dellos los dioses pedían.

     Con esta determinación se iba entreteniendo aquella imperial Corte de Motezuma, el cual, acompañado de quinientos capitanes y señores, pasaba cada día a ver a Cortés. Mandó le sirviesen y regalasen y a los suyos mejor que hasta allí, pues había de durar tan poco, lo cual hicieron los criados de Motezuma, diciendo, como después se supo, que era bien regalarlos como a los capones, para que en la muerte estuviesen más gordos y el sacrificio fuese más grueso.



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Capítulo LI

De la noticia que Rangel tuvo de la llegada de Narváez y de lo que sobre ello hicieron él e Juan Velázquez de León.

     Dicho he cómo Hernando Cortés invió a Rodrigo Rangel con sesenta españoles a Chinantla a buscar oro por mandado de Motezuma, el cual estaba indignado con los de aquel pueblo, porque al tiempo que los nuestros desembarcaron le mataron mill hombres que allí tenía con sus mujeres, recogiendo las rentas reales. Juntóse con Rodrigo Rangel Joan Velázquez de León, con treinta compañeros que iban a Tlatetelco y a otros pueblos con la misma demanda de oro. Estando, pues, todos juntos en Chinantla, juntando el oro que habían recogido, llegaron ciertos indios corriendo, que les dieron nueva cómo en la costa andaban muchos navíos e que aún no habían surgido. Oída esta nueva, Rangel y Joan Velázquez, llevando consigo tres o cuatro cargas de oro, salieron de Chinantla, y llegados que fueron tres leguas de Tuztepec, hacia un río grande que corre por aquellos términos, hallaron grandísimas rancherías de indios y sin gente, las cuales rancherías no estaban hechas al tiempo que iban a Chinantla. Creyóse, y por muy cierto, que los indios las habían hecho para matar a los españoles cuando por allí volviesen; pero como vieron las naos que por la costa andaban, no se atrevieron, y así, desampararon los asientos que habían hecho. Joan Velázquez se adelantó y poco después llegó Rangel a Tuztepec, y no fue tan presto que ya Joan Velázquez no tuviese carta de Narváez, por la cual le decía que vista aquélla se llegase luego a la costa, para tratar con él como con amigo y deudo de Diego Velázquez lo que convenía, el cual estuvo algo suspenso, no determinándose luego en lo que había de hacer, porque por la una parte veía que Diego Velázquez le era deudo y amigo, y que por esto convenía acudirse a su parte; por otra vía, la buena andanza de Cortés, a quien Dios tanto favorescía y le daba hechos los negocios, el buen tratamiento que le había hecho y la confianza que de su persona tenía. Al fin pudo más esto, y así mostró la carta a Rangel, luego como llegó, comunicando con él qué sería bien hacer, el cual, por ver lo que Joan Velázquez diría, o por no decir su parescer primero que él, que siempre por el parentesco que con Diego Velázquez tenía había sido sospechoso, le dixo que dixese él lo que le parescía, porque eso harían. Entendida por Joan Velázquez la intención de Rangel, dixo: «Nosotros hemos jurado por nuestro Capitán a Hernando Cortés, y por tal nos le dio Diego Velázquez. Traición sería dexarle meresciendo que le sigamos y muramos por él, y así, yo, si os paresce, estoy determinado de no hacer otra cosa, pues ya tenemos lo más hecho y ninguno vendría que más bien nos trate ni más bien nos haga.»

     Rangel se holgó mucho con esta determinación; abrazólo y díxole que él diría a Hernando Cortés la obligación en que le era. Desta manera, juntando su gente, sin parar de noche, ni de día, doblando jornadas, caminaron la vuelta de México, hasta que bien cansados llegaron a Cholula, de donde dieron aviso a Hernando Cortés, el cual les escribió se estuviesen quedos, porque él iría allá dentro de ocho días y les diría lo que se había de hacer. Estando las cosas así, al cabo de los ocho días llegó Cortés con obra de ciento y diez hombres, de manera que por todos vinieron a ser docientos y diez; los demás quedaron con Pedro de Alvarado en México, guardando a Motezuma. Estuvieron allí aquel día y otro que llegaron. Repartió Cortés el oro entre los compañeros, acariciólos, regalólos, como el que sabía cuánto los había menester, e hizo otras cosas muchas primero que de México saliese, como luego diremos después que hayamos dicho en el capítulo que se sigue por qué y cómo Diego Velázquez invió a Pánfilo de Narváez.



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Capítulo LII

Por qué y cómo Diego Velázquez invió contra Hernando Cortés a Pánfilo de Narváez.

     No se puede decir el pesar y enojo que Diego Velázquez tenía con las prósperas nuevas que oía de Fernando Cortés y de la buena maña que en todo se había dado, pagándole (como dice Oviedo) como él había pagado al Almirante Colón, aunque Cortés, como al principio dixe, con mucha razón estuvo obligado a seguir su buena fortuna, pues para ello había gastado toda su hacienda, que estonces no era pequeña, y la de sus amigos y puesto su vida tantas veces a riesgo.

     Estaba, pues, Diego Velázquez muy enojado, no tanto porque Cortés no le había hecho ningún reconoscimiento ni por lo que había gastado, que en esto hay diversas opiniones, cuanto por la honra e interese grande que había perdido en no haber acometido él por su persona tan próspero y dichoso viaje, que comparado el de Cuba con él era nada. Acrescentaba su dolor el saber cómo ya Cortés había inviado a España, al Emperador Don Carlos, la relación de lo subcedido y el quinto de lo rescatado, con hermosos presentes que de lo que a él pertenescía había hecho, inviando a Francisco de Montejo y Alonso Hernández Puertocarrero, sobrino del Conde de Medellín, por sus procuradores personas, como convenía para tal negocio, de mucha calidad y seso. Estando, pues, Diego Velázquez desta manera, determinó de no cometer el negocio que a su persona, paresciéndole como él lo era, que Hernando Cortés le respectaría y servirían los más que con él estaban, por ser los unos sus criados, otros sus deudos y los demás sus amigos; pero como no era para él lo que había de alcanzar a Cortés, ya que estaba en Guaniguanico adereszándose para hacer la jornada, un Oidor de la Isla Fernandina (dicen que era Lucas de Ayllón), llegando [a] aquel puerto por comisión del Audiencia, le requirió que en ninguna manera saliese de su gobernación, porque la isla de Cuba y la de Sancto Domingo se despoblaban, por querer irse los más conquistadores y moradores dellas con él, en lo cual Dios y Su Majestad del Emperador serían muy deservidos, porque los indios serían poderosos contra los pocos que podían quedar y que con su presencia sustentaría aquellas islas; y que pues podía inviar capitanes muy bastantes, lo hiciese y no pusiese su persona a riesgo, a la cual querían seguir todos, los unos porque lo amaban mucho, y los otros (según las nuevas habían oído) por el gran interese que pretendían.

     Oído este requerimiento, no faltaron hombres valerosos como Bermúdez, Vasco Porcallo de Figueroa, Pánfilo Narváez y otros, que por ir cada uno con la empresa porfiaron que se quedase, diciéndole que valía más lo cierto que lo dubdoso y que convenía en todo caso hiciese lo que el Oidor decía, pues era tan en honra de su persona y servicio de Dios y del Rey.

     No pudo Diego Velázquez, como era afable y bien acondiscionado, resistir tanto al parescer de tantos que, aunque le pesó dello, no condescendiese luego con lo que querían, y así se volvió luego a Sanctiago de Cuba, donde tenía su casa. Comenzó de secreto con sus amigos a tratar a quién sería bien encomendar el negocio. Estuvo de parescer de inviar a Baltasar Bermúdez, su sobrino, y cuando se declaró no faltaron personas que, poniendo inconvenientes, le hicieron poner los ojos en Vasco Porcallo de Figueroa, al cual llamó y encargó el negocio.

     Ya que lo más estaba hecho, comenzó Diego Velázquez a entibiar y a mostrar pesar de habérselo encargado. Como Vasco Porcallo lo entendió, delante de muchos caballeros que presentes se hallaron, aunque comedidamente, con palabras sañudas, le dixo: «Señor: Bien fuera que primero que vuestra Merced me pusiera en este negocio, lo pensara bien para no arrepentirse después y afrentarme a mí. Bien sé que no faltan émulos y envidiosos que les pesa de lo que vuestra Merced comigo ha hecho, queriéndolo cada uno para sí, y pues es uno y no muchos el que ha de ir por Capitán general contra Hernando Cortés, escójale vuestra Merced tal que después no me eche menos, porque Cortés es hombre, como vuestra Merced ha entendido, que sabrá defenderse y aun ofender. Yo desde ahora para siempre renuncio al cargo y digo que aunque vuestra Merced y el Rey me lo manden no lo aceptaré, y plega a Dios no subceda el negocio como ha llevado los principios, porque hay muy pocos, aunque presumen mucho, que sepan avenirse con Hernando Cortés.»

     Dichas estas palabras, volvió las espaldas, sin esperar respuesta, de que quedó bien confuso Diego Velázquez, porque conoscía que Vasco Porcallo tenía valor; y como se le cerró tanto, no se atrevió a importunarle aceptase el cargo, y así, en ausencia de Baltasar Bermúdez y Vasco Porcallo, entró en consulta con algunos de sus amigos, tratando con ellos a quién les parescía que eligiese. Hubo diversos paresceres, pero los más fueron, porque era bienquisto, ya que ninguno de los dos dichos iba, que fuese Pánfilo de Narváez, hombre al parescer cuerdo y muy animoso, aunque demasiadamente confiado.

     Hecha esta determinación, uno de los que en ella se hallaron, determinado de ir con Pánfilo de Narváez, blasonando, como suelen los cobardes, en ausencia, dixo a Diego Velázquez: «Señor: Muy acertada ha sido la elección; yo iré en servicio de vuestra Merced con Pánfilo de Narváez, y por la barba traeré preso a Hernando Cortés.» No pudiendo sufrir estas palabras un caballero que allí estaba, dixo: «Por cierto que el hombre más ruin y para menos que llevó Cortés consigo fue un Fulano, porquero mío, y que si yo allá fuese no osaría prenderle por la mano, cuanto más por la barba, y en eso afrentáis al señor Diego Velázquez, pues dais a entender que invió hombre tan vil a quien vos podáis prender por la barba. De ningún ausente se ha de decir mal, especialmente de Hernando Cortés, delante del cual, si vos estuviésedes, no osaríades hablar.» Muy bien paresció a todos, como era razón, lo que este caballero dixo, y merescíalo Cortés, por las muestras que de su valor había dado. Mandó Diego Velázquez que el otro callase, y así sin ir el negocio más adelante salieron todos de la consulta, acudiendo de ahí adelante a casa de Pánfilo de Narváez.



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Capítulo LIII

Cómo se aprestó Pánfilo de Narváez, y de cómo Diego Velázquez procuró tomar el navío que Hernando Cortés inviaba a España.

     En el entretanto que estas cosas pasaron, supo Diego Velázquez que Hernando Cortés, con aquellos caballeros sus procuradores, inviaba un navío cargado de cosas de la tierra y de la plata y oro, que había podido allegar, en lo cual entraba el quinto y el presente que Cortés y otros caballeros de lo que a ellos pertenescía, inviaban. Armó luego, sabido esto, una o dos carabelas, despachólas con toda prisa que pudo para tomar la nao que Cortés inviaba, para que todo fuese en su nombre, y Cortés no gozase de su industria y trabajo, diciendo que así se cortaría el hilo a sus pensamientos y a la traición que él había hecho, como si lo fuera [a] acudir con lo subcedido a su Rey e señor. Invió, para mayor confianza, en la una carabela, a Gonzalo de Guzmán, que después de su muerte le subcedió por Gobernador. Era, empero, la ventura de Cortés tan buena que no se dio tanta priesa Diego Velázquez que no pasó su nao primero, de manera que aunque las carabelas anduvieron de acá para allá, atrás y delante algunos días, no pudieron hallar rastro ni saber cosa alguna, de que Diego Velázquez rescibió gran pena, la cual se le aumentaba con las nuevas que le traían cada día de Cortés, diciendo las extrañas y nunca oídas hazañas que había hecho, el gran seso con que gobernaba los negocios y la mucha cristiandad con que los comenzaba y acababa, las mercedes que en grandes peligros Dios le había hecho; lo cual le era tan áspero que, aunque redundaba en servicio de Dios, no lo podía sufrir con paciencia, diciendo palabras fuera de su natural condisción, doliéndose que por quedar con lo poco había perdido lo mucho.

     Estando, pues, con este pesar y enojo, determinado, por cualquier vía que pudiese, de destruir y deshacer a Hernando Cortés, llegó a Sanctiago de Cuba su capellán, Benito Martín, el cual le traía cartas favorables del Emperador y título de Adelantado, con cédula de la gobernación de todo lo que hobiese descubierto, poblado y conquistado en tierra de Yucatán, con lo cual holgó por extremo, y más por echar a Cortés de la prosperidad en que estaba, que por el título que el Rey le dio y favores que le hacía; pero con todo esto no pudiera Diego Velázquez, favoresciéndole, hacerle tanto bien cuanto le hizo queriéndole mal, porque luego invió con Pánfilo de Narváez la mejor armada que él había hecho, que fue de once naos y siete bergantines con nuevecientos españoles y ochenta caballos, dando poder a Pánfilo de Narváez de su Teniente de Gobernador en la Nueva España, con cierta instrución secreta en que se decía le mandaba en cuanto pudiese destruyese a Cortés, y si le prendiese, echado en hierros, le inviase a Cuba; y por que esto más presto tuviese efecto, anduvo él mismo por la isla recogiendo gente y bastimento, volviendo a Guaniguanico donde primero había estado. Allí, después que todo estuvo aprestado, poco antes que Pánfilo de Narváez se hiciese a la vela, Diego Velázquez le habló así: «Señor Pánfilo de Narváez, a quien yo, como habéis visto, entre tantos caballeros he escogido para que vais con tan buena armada contra Cortés, que tan mal, como sabéis lo ha hecho comigo: Obligación tenéis a emendar el avieso que él ha hecho y por que por vos cobre la honra, gloria y adelantamiento de mi estado que por él he perdido. Todo el poder que os he podido daros doy, y sed cierto que haciendo el deber, os adelantaré y haré con vos lo que hiciera con un hermano que más que a mí amara. Vuestra parte os va, y por ventura el todo; émulos dexáis acá, que están a la mira; no les deis ocasión que puedan holgarse con vuestro mal subceso; muchos amigos lleváis y muchos quedan acá, a quien daréis gran contento si acertáredes. En servicio de Dios y del Rey vais; haced con maduro consejo lo que conviniere y mirad que con buenas palabras no os engañe Cortés, que sabe mucho; muy más poderoso vais que él está; vuestra será la buena fortuna si no os faltare seso y diligencia. Dios vaya con vos y os favoresca en todo.»

     Acabadas estas palabras le abrazó muy alegre, y Pánfilo de Narváez, como si ya tuviera el juego ganado, le respondió: «Señor: Aunque llevara la mitad menos de gente, cierto estoy de inviaros preso a Cortés, para que dél hagáis a vuestra voluntad, pues tan mal ha conoscido la merced que le hecistes. Yo os poblaré la tierra, y en vuestro nombre se hará todo el deber, para que el Rey entienda que por vuestra industria se le han hecho grandes servicios. A Cortés yo le conosco cómo se ha de tratar, y sé que llegado que sea me respectará como conviene, y debaxo de tratarle y rescebirle como a hijo, os le inviaré para que nunca más alce cabeza.»

     Como en Sancto Domingo se supo la pujanza de gente que Pánfilo de Narváez llevaba, dicen que volvió el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, en nombre de aquella Chancillería y de los flaires jerónimos, que gobernaban, y del Licenciado Rodrigo de Figueroa, Juez de residencia e Visitador del Audiencia, el cual requirió so graves penas a Diego Velázquez y a Pánfilo de Narváez que no fuese contra Cortés, a lo menos con tanta gente, porque, lo uno, se despoblaban aquellas islas, y lo otro, sería causa de muertes y guerras ceviles y otros muchos males que no se podían dexar de seguir, yendo unos españoles contra otros, siendo tanto menester para la población de tierras nuevas, y que se perdería México con todo lo demás que estaba ganado y pacífico para el Rey. Díxoles que si agravio tenían de Cortés, que lo pidiesen delante de su superior, y que siendo partes, no se hiciesen jueces, que con aquella armada, si no porfiasen en salir, podrían descubrir nuevas tierras, en que Dios y el Rey serían muy servidos y ellos muy aprovechados.



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Capítulo LIV

De lo que Diego Velázquez respondió, y cómo se partió el armada.

     Diego Velázquez, viéndose poderoso para se poder vengar de Hernando Cortés, pudiendo más en él la pasión que el buen consejo que el Licenciado Ayllón le daba, le dixo: «Señor: Ya que vuestra Merced sabe que, por el requerimiento que vuestra Merced me hizo de parte del Audiencia, dexé por mi persona de ir en esta jornada, no es razón que ya que hice lo uno haga también lo otro, pues es en mi perjuicio. Cortés no está tan poderoso que con obra de trecientos hombres que llevó, de los cuales algunos serán ya muertos, pueda, aunque quiera, resistir a nuevecientos tan buenos y tan escogidos que lleva Pánfilo de Narváez. Aquella tierra donde Cortés está es muy próspera e ya sabemos lo que hay en ella e que cae en el destricto, de lo que el Emperador, nuestro señor, me ha hecho merced e que se incluye en el adelantamiento della. Lo por venir no lo sé; las tierras que vuestra Merced dice que se pueden descubrir tampoco las sabemos, cuanto más que en el descubrimiento dellas está más cierta la pérdida que la ganancia. Yo estoy determinado de seguir este viaje, porque sé que en él ha de ser Dios servido y el Emperador, nuestro señor, y esto haré aunque más requerimientos vuestra Merced me haga.»

     Pánfilo de Narváez, que presente estaba, antes que el Licenciado Ayllón respondiese, como aquel a quien iba su parte, volviéndose al Licenciado, le dixo: «Señor Licenciado: No hay razón por donde vuestra Merced nos quiera estorbar esta jornada. Todos somos criados y vasallos del Emperador y todos procuramos su servicio, aunque unos entienden que se debe intentar de una manera y otros de otra. El señor Adelantado ha hecho el gasto que vuestra Merced vee; está ya a pique. Es menester gente para que aquella buena tierra se conquiste y pueble y que Cortés no se alce con lo que no es suyo. Revoluciones no las puede haber, porque yo conosco a Cortés y él a mí; téngole por hijo; respectarme ha como a padre, y cuando no hiciere el deber, no serán tan nescios los pocos que allá están que quieran tomarse con los muchos que vamos, especialmente que los más dellos son nuestros amigos, criados y parientes del señor Adelantado. Yo me partiré de aquí a dos horas, pues hace ya buen tiempo; vuestra Merced vea lo que manda, que yo protesto que voy en servicio de Dios y de mi Rey, por mandado del señor Diego Velázquez, su Adelantado, que tiene poder para mandar hacer este viaje.»

     El Licenciado Ayllón, visto el poco respecto que a su persona y requerimientos se había tenido y que, aunque quisiese, no podía estorbar la jornada, diciéndoles mirasen bien lo que hacían, y pues estaban determinados de no hacer otra cosa de la que habían dicho, él también estaba determinado de irse con el General en la flota, para que si algo subcediese fuese parte para concertarlos. No plugo mucho esto a Pánfilo de Narváez; pero como el Licenciado era Oidor y criado de Su Majestad, no se lo osó estorbar, antes, para mayor desimulación, dixo que rescebía en ello gran merced. Con esto, mandó hacer señal para que todos se embarcasen, y el Licenciado, entrando en la capitana con el General, encomendándose todos a Dios, salieron del puerto de Guaniguanico, no sin lágrimas de los que iban ni de los que quedaban. Allí abrazó enternescidamente Diego Velázquez a los dos, y a otros caballeros que él particularmente amaba, a los cuales dixo: «Dios vaya con vosotros y os dé tan buen viaje cual deseáis e yo deseo; haced el deber, que en mí tendréis buen amigo.» Con esto, tocando las trompetas, disparando el artillería y descogiendo las velas, salieron con próspero viento y con él dentro de pocos días llegaron a Isla de Sacrificios, donde echando anclas, como Narváez supo que cerca de allí estaban ciento y cincuenta españoles de Cortés, despachó luego a Joan Ruiz de Guevara, clérigo, y a Alonso de Vergara, con cartas de crédito, y a requerirles le rescibiesen por Capitán general y Gobernador de aquella tierra por las provisiones que de Diego Velázquez traía, de las cuales en su tiempo y lugar haría presentación.

     El Capitán y los demás principales que en la isla estaban no quisieron oír a los mensajeros, antes, porque el negocio no se errase, los prendieron, y con la gente que era menester los inviaron a buen recaudo a México o adonde topasen a Cortés, porque ya tenían nuevas que salía de México, para que se informase dellos y viese lo que convenía hacer. En el entretanto, como Narváez vio que los mensajeros no venían, mandó sacar a tierra los caballos, armas y artillería; pusiéronse todos a punto, y en buen orden de guerra se fue a Cempoala, donde los indios comarcanos, así los amigos de Cortés como los vasallos de Motezuma, le rescibieron bien; festejáronle, haciéndole todo servicio, creyendo ser amigo de Cortés y venir a verle; diéronle mantas e joyas y abundantemente lo que era menester para su comida.



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Capítulo LV

De lo que Narváez hizo en Cempoala y de cómo fue informado de la pujanza en que Cortés estaba.

     Llegado que fue Pánfilo de Narváez a Cempoala, luego conosció la prosperidad y grandeza de la tierra en que Cortés estaba; y aunque el Licenciado Ayllón en todo el camino le había venido diciendo que en tierra extraña y de tantos indios, donde había un tan gran Príncipe que todo lo mandaba, convenía tratar los negocios con gran tiento, y especialmente con buena intención, en la cual Dios alumbra a los hombres para que acierten; y que en todas maneras honrase y acariciase mucho a Cortés, pues estaba ya tan señor, y que no entrase con la espada en la mano, pues todos eran españoles y vasallos de un Rey y que pretendían una misma cosa; y que no confiase en que llevaba más gente, pues para echar a un hombre de su casa, aunque estuviese muerto, eran menester más de tres, cuanto más vivo, sabio, valiente, bienquisto, poderoso y liberal, cual era Cortés, no daban mucho contento estas palabras a Narváez, porque venía lleno del enojo e invidia que tenía Diego Velázquez; y como también el mandar no quiere igual, cuanto más superior, y él deseaba hacer y deshacer los negocios a su gusto y voluntad, no acertaba a encaminarlos tan bien como convenía, y así, de secreto y muchas veces en público, con aquellos que ayudaban a su intención, añadiendo, como dicen, aceite a la fragua, decía cosas no dignas de buen Capitán. Llamó al señor de Cempoala, hízole una larga plática, diciéndole, entre otras cosas, cómo él venía por Capitán sobre Cortés en nombre del Emperador de los cristianos y que él había de ser el que había de mandarlo todo; que le hiciese placer de decirle quién era Motezuma y el poder que tenía y cómo se había habido Cortés con él y al presente en qué opinión estaba, y si era amado o aborrescido de los indios; porque si hobiese hecho cosa que no debiese, que él venía a remediarlo y aun castigarlo.

     Después que hobo dicho esto y otras cosas que fuera mejor callarlas, el señor de Cempoala se sonrió y aun entendió que no venía con buena intención. Respondióle con pocas palabras que el gran señor Motezuma era tan poderoso que se espantaba que él no lo supiese, pues en el mundo no había otro como él y que tenía muchos Reyes y Príncipes por vasallos, que le venían a servir a su Corte; que era tan rico y señor de tantas tierras que no se podía contar, y que con todo eso, Cortés era tan valiente y se había habido tan valerosamente con él, que había entrado en su ciudad a pesar de los taxcaltecas, que en el camino le hicieron brava guerra, y que venció muchas y muy espantosas batallas, y que al cabo, los valientes taxcaltecas, conosciendo que era invencible, se habían hecho sus amigos y que muchos dellos le acompañaron hasta entrar en México y que Motezuma no había osado estorbarles la entrada, aunque por otras vías lo había procurado, y que al fin le salió a rescebir con toda su imperial corte fuera de su ciudad, donde después había sido muy bien servido y acatado, e que delante de todo el poder mexicano había derrocado los grandes ídolos, e que por causas que a ello le habían movido prendió a Motezuma y le echó grillos, quemó a Qualpopoca, prendió y quitó el reino a Cacamacín, sin que toda la nasción mexicana fuese parte para estorbarlo, y que estaba al presente más bien puesto que nunca, muy estimado y acatado y muy poderoso en la tierra y que ninguno vendría a quien ellos tuviesen en tanto como a él.

     Mucho pesó a Narváez destas palabras, aunque lo desimuló cuanto pudo; replicóles, por dorar los negocios, que era muy honrado Cortés y que él le tenía por hijo e como a tal le venía a ayudar, no diciéndole más que esto. El señor de Cempoala le sirvió e hizo buen hospedaje creyendo ser padre de hombre a quien ellos tenían por dios. En el entretanto que Pánfilo de Narváez asentó su exército, y ordenó su gente para que cada uno estuviese en su lugar, fueron y vinieron muchos indios de parte de Motezuma, que cada día le daban aviso de lo que pasaba, y esto créese que para tomarlos a todos juntos, como le habían aconsejado y hacer el gran sacrificio que los señores y Príncipes del imperio mexicano deseaban.

     Narváez, como vio que sus mensajeros no volvían y que estaban en poder de Cortés, íbale cresciendo el enojo y la mala intención de hacerle todo el mal que pudiese, la cual no pudo encubrir contra los consejos del Licenciado Ayllón, diciendo que había sido mal mirado y que él vendría a pagadero. Luego que Narváez con tanta pujanza llegó a Cempoala, los de la Villa, como eran pocos y habían inviado presos a los mensajeros de Narváez, se metieron por los pueblos la tierra adentro, hasta que, como adelante diremos, se juntaron con Cortés.



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Capítulo LVI

De lo que Cortés sintió de la venida de tanta gente y de lo que sobre ello hizo.

     Primero que Cortés tuviese cartas de Rangel y Joan Velázquez y de los de la Villa, de la certinidad que Pánfilo de Narváez venía contra él en nombre de Diego Velázquez, le puso en gran cuidado aquella tan grande y nueva armada, porque, [si] por la una parte holgaba que viniesen españoles, por otra le pesaba que fuesen tantos; si le venían a ayudar, tenía por ganada la tierra; si contra él, por perdida; si venían de España, creía que le traían buen despacho, pero no podía creer que de allá viniese tanta gente ni tan presto; si venían de Cuba, temía guerra cevil, especialmente si en aquella armada venía la persona de Diego Velázquez, a quien forzosamente estaba obligado a tener más respecto que a otro; y siendo él, más se recelaba de los malos consejeros que de su condisción, que era muy noble, porque en todo el tiempo que había tenido gobierno, por enojo que tuviese, ni por delictos que se cometiesen, jamás fue de parescer que nadie muriese, comutando la pena de la muerte en castigo de destierro o en otros, como no fuese efusión de sangre, y cierto, si él fuera, es creíble que hobiera otros medios de los que Pánfilo de Narváez tuvo. Con todo esto, aun creyendo ser Diego Velázquez, tenía pena por dos cosas: la una porque el Cabildo y Alcaldes de la Veracruz le habían elegido por su Capitán y justicia mayor, y no habiendo mandato del Emperador, estaba obligado, especialmente no estando en el destricto de Yucatán, de defender su partido; lo otro, porque no quería tener pendencia con Diego Velázquez, ni que fuese parte para cortar el hilo a su prosperidad, especialmente estonces, que andaba sabiendo los secretos de la tierra, las minas, las riquezas, las fuerzas y los que de cierto eran amigos o enemigos de Motezuma, para valerse de los enemigos y hacer su hecho. Pesábale, porque le estorbaría poblar los lugares que ya había comenzado, y de cristianar los indios, que tenía por muy principal, a causa de que muchos dellos lo pedían, paresciéndoles bien nuestra ley e religión y el trato y conversación de aquellos huéspedes. Pesábale de que su traza no tendría efecto y que su adelantamiento y el de los suyos, que habían llevado todo el trabajo, cesaría con la venida de otro General que traía mucha más gente, artillería y caballos, y que por fuerza, según la malicia humana, había de venir soberbio y presuntuoso para no poder tener con él algún buen medio.

     Estos y otros inconvenientes le traían afligido y desasosegado, como era razón, pues al mejor tiempo de su prosperidad le contrastaba la fortuna; pero como Dios le había dado ánimo invencible, sufridor de mayores trabajos que los que sospechaba, paseándose pensativo, meneando las manos y brazos muchas veces, le oyeron decir: «Pues Dios, en cuya virtud hasta ahora he tenido buenos subcesos, ha sido servido ponerme en México y librarme de tantos peligros, también será servido, pues sabe mi intención, de llevarlo adelante.» Otras veces, hablando con Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila y otros caballeros de su consejo, les decía: «Como Dios nos ha librado de tan gran número de infieles y puesto en la autoridad que veis, espero y creo como si lo viese, que aunque venga Diego Velázquez y otra tanta más gente con él, nos ha de ayudar, y así, señores, os ruego que pues nosotros estamos en casa y los que vienen nos han de querer echar della y mandarnos, que si los negocios vinieren a rompimiento, vendamos bien nuestras vidas, que estonces las emplearemos bien y a nuestra honra cuando no permitiéremos que otros se honren y aprovechen de nuestros sudores. Ya nosotros, aunque somos pocos, sabemos la tierra, tenemos muchos amigos, somos temidos y respectados. Los que vienen aún no han bien abierto los ojos, probarles ha la tierra, y si algún bien les hicieren los indios, ha de ser por nuestro respecto. Busquemos buenos medios y si no los quisieren, con la razón y con las manos defendamos nuestra honra y hacienda.

     Mucho ánimo ponían estas palabras a aquellos caballeros y aun admiración, porque jamás le habían conoscido flaqueza, pero esto había sido con indios, aunque casi infinitos; pero con españoles tantos y tan buenos, era cosa más que humana, y así, inflamados de su ánimo, aunque de su cosecha eran valerosos, le animaban, diciendo: «Señor, ¿qué podemos perder más que la vida, de la cual está vivida la mayar parte?; la que queda no hay do mejor se emplee que, o en salir con la nuestra, o en no ver mandar a otros en lo que nosotros trabajamos.» Desta manera Cortés se alentaba con sus compañeros y ellos con él, determinados todos de guiar los negocios lo mejor que pudiesen, y cuando más no pudiese ser, aventurar las personas, que era lo último que les quedaba.

     Estando los negocios en esta dubda y confusión, supo de cierto, por mensajeros de la Villa, cómo Pánfilo de Narváez era el que venía y cómo se habían metido la tierra adentro y preso los mensajeros. Despachó luego a Joan Velázquez de León, receloso no se juntase con Pánfilo de Narváez, para que luego se viniese con la gente que tenía, en lo cual Joan Velázquez se previno, como ya está dicho, escribiendo de parescer de Rangel lo que pasaba, que Cortés tuvo en tanto cuanto era razón y le honró mucho después por ello.





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Capítulo LVII

Cómo llegaron los presos a México y lo que sobre ello hizo Cortés.

     Muy dubdosos iban los presos a poder de Hernando Cortés, aunque, como está dicho, el uno dellos era clérigo de misa, si a los legos fatigaría con tormentos para que dixesen más de lo que sabían, y al clérigo tendría en áspera prisión, así como muchos les decían, los trataría con la humildad y mansedumbre que solía, aunque con los muy enemigos, después de vencidos. A esto los inclinaba mucho el buen tratamiento que los españoles e indios que los llevaban les hacían, porque los llevaban sin prisiones ni otra molestia, haciéndoles grandes caricias, contándoles grandes bienes de Hernando Cortés y aun sacándoles del pecho algunas cosas que pudieran callar, y que sabidas, hicieron harto provecho a Cortés.

     Desta manera llegaron a México; anticipóse un español para decir a Cortés cómo los de la Villa le inviaban aquellos hombres que Pánfilo de Narváez había inviado; contóle lo que dellos había podido entender, para que viese lo que más convenía. Mucho holgó Cortés con estas nuevas, aunque siempre recelaba de la mucha gente que venía contra él. Entraron de ahí a poco los prisioneros; rescibiólos con mucha gracia, especialmente al clérigo, ante el cual, como muy cristiano y para exemplo de los indios y españoles, se hincó de rodillas con más humildad que el mismo sacerdote; pidióle las manos, abrazóle, haciéndole cuantos regalos pudo; tratóle tan bien, que los días que allí estuvo le asentó a su mesa, en lo cual, aliende que hizo el deber, dio gran muestra de su bondad y exemplo para los demás. Obró tanto en el pecho del clérigo y en el de los otros con las copiosas mercedes que les hizo, que después que como muy amigos le descubrieron todo lo que en Cuba y en el viaje había pasado, cuando Cortés los tornó a inviar, fueron muy gran parte para aficionar a muchos de los que con Narváez venían y que los negocios se le hiciesen a su gusto. Dixéronle cuán arrepentido quedaba Diego Velázquez de no haber venido él en la jornada, la indignación que contra él tenía, el mal que le procuraba, la intención con que Narváez venía, los requerimientos del Licenciado Ayllón, lo que entre los dos había pasado, la gente que traía, los votos y paresceres diferentes que entre ellos había, los aficionados que de secreto él tenía. De todo esto se supo tan bien aprovechar Cortés, que tomándolos unas veces alegres y contentos, otras veces desabridos, procuraba saber si en el un tiempo, y en el otro concertaban, y cuando vio que siempre decían una misma cosa y que ya no tenía más que saber dellos, después de haberles dado joyas ricas, les dixo:

     «Señores y padre mío: Visto habréis la grandeza desta ciudad, la gran población, y fertilidad de la tierra que habéis andado, en la cual, sin lo que se promete, hay gran aparejo en que Dios sea muy servido, el Emperador muy aumentado, y nosotros y otros muchos escuderos muy aprovechados. Bien será que de palabra digáis al señor Pánfilo de Narváez, porque le escribiré largo, el tratamiento que os he hecho y que su Merced se halle en todo muy cuerda y cristianamente, pues estamos en parte donde, si estuviéremos divisos, a puñados de tierra, según es la muchedumbre de los indios, podemos ser acabados y miserablemente acabarse con nosotros nuestros buenos principios y adelantamientos. Si el señor Pánfilo de Narváez, a quien yo amo mucho por ser tan buen caballero, trae Provisiones de Su Majestad, podrámelas mostrar e yo las obedesceré, como verá, esperando el galardón que mis trabajos han merescido. Sed buenos intercesores; no digáis más de lo que habéis visto e oído. El señor Pánfilo de Narváez es tan honrado que si no hay quien con malas entrañas le ande a los oídos, hará lo que yo le suplico, y si no, como dicen, en nuestra casa estamos y procuraremos de defender y conservar lo que hemos ganado, y cuando más no podemos, perderemos la vida, por no perder nuestro derecho y venir a menos.»

     Esto fue en suma lo que Cortés les dixo, aunque aparte les prometió de serles muy amigos y hacerles todo el bien que pudiese. Ellos le agradescieron mucho las buenas obras, las mercedes que les había hecho y las palabras tan comedidas que les había dicho. Prometiéronle de decir a Pánfilo de Narváez, todo lo que había pasado, diciendo que si, como él había dicho, no había malos intercesores, no podía Narváez dexar de hacer la razón. Con esto se despidieron dél muy alegres; fueron con ellos otros españoles que los acompañaron. Dicen algunos que con ellos fueron los que llevaron su carta; otros, que poco después, para que los prisioneros tuviesen lugar de contar a Narváez todo lo que les había subcedido; lo cual, cuanto más bueno fue y cuanto en mayor honor y gloria de Cortés, tanto más acedaba el pecho a Narváez y a algunos de los que eran de su parescer. Con todo eso, el buen tratamiento y liberalidad de Cortés con los prisioneros hizo en el real de Narváez harto daño a su Capitán, y a Cortés y a los suyos mucho provecho, aunque la buena fortuna estaba siempre muy de su parte, según el descuido que Narváez tuvo, confiado de su mucha gente.

     Aquí dexo de decir lo que de secreto Narváez pasó con los prisioneros y lo que ellos en particular dixeron a los principales del exército de la riqueza de la tierra y de la liberalidad de Cortés y de su bondad y valor, porque paresció claro por lo que, como diremos, después subcedió.



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Capítulo LVIII

De la carta que Cortés escribió a Narváez y lo que sobre ella pasó con Fray Bartolomé de Olmedo.

     Luego que despachó Cortés con tanta gracia y muy contentos a los de Narváez, invió a Fray Bartolomé de Olmedo, que era hombre de buen entendimiento, con dos españoles, que le acompañasen y muchos indios que llevaban de servicio; díxoles que fuesen de su espacio, para que los otros tuviesen tiempo de llegar. Dos o tres días antes, díxole en secreto: «Padre mío: Ya vuestra Reverencia sabe mi buena intención y el deseo que siempre he tenido de que nuestros negocios se acierten para que Dios sea muy servido y Su Majestad muy aumentado. Gran temor tengo de que, como viene tan pujante Narváez, nos corte el hilo e la buena ventura que Dios nos ha comenzado a dar. Yo he determinado de usar con él de todos buenos comedimientos y de guiar el negocio por bien y no por mal, como vuestra Reverencia ha visto del buen despacho con que invié a los que Narváez había inviado. Ruego mucho a vuestra Señoría, pues tan entendido tiene mi pecho y yo escribo el crédito que a vuestra Reverencia se debe dar, que con todo calor procure confederación y amistad, porque sería lástima que por él o por mí quedase de llevarse adelante negocio tan importante. Decirle ha vuestra Reverencia el amor que le tengo, el deseo de servirle, el medio que querría se tomase para que todos tuviésemos paz y fuésemos aprovechados; y si vuestra Reverencia no le viere tan inclinado como conviene a nuestro deseo, decirle ha que aunque somos pocos, somos más poderosos que ellos, porque tenemos ya entendida la tierra y entre nosotros hay algunos que son buenas lenguas, que es la mayor parte para conciliar el amor de los indios y ganarles la voluntad, y que Motezuma, que es el gran señor y el que sin contradicción manda toda la tierra, me respecta, ama y quiere tanto, que aliende que en lo público me manda hacer todo servicio, de secreto me avisa de lo que pretenden algunos contra mí, diciendo cómo me debo reparar. También le dirá vuestra Reverencia que por lo que le amo y deseo servir, no tengo cuenta con las palabras que ha dicho, y que le suplico de aquí adelante no se descuide, porque aliende que hace contra su autoridad y lo que debe, no ganará nada en ello. Y finalmente, si vuestra Reverencia viere que todo no aprovecha, delante de todos los más que pudiere, en nombre de Su Majestad y mío, le requiera y sobre ello le encargue la conciencia, protestándole todos los males que de lo contrario se siguieren, que si provisiones trae las exhiba y entre sin rumor y bullicio, porque yo le rescibiré y obedesceré en nombre de Su Majestad, haciendo todo lo que a su real servicio conviene».

     Acabadas de decir estas palabras y otras muchas, le dio una carta sellada; el religioso la tomó y dixo: «Días ha que tengo entendido lo mucho que importa que vuestra Merced se confedere con cualquiera de los que vinieren, y bien vía yo que no era posible que Diego Velázquez no echase el resto, oyendo la prosperidad desta tierra. Vuestra Merced hace todo lo que es en sí, y así haré yo todo el deber cuanto fuere en mí. Dios lo guíe y encamine y nos alumbre a todos, para que tantas ánimas se salven y el Rey sea de vuestra Merced y de todos sus compañeros muy bien servido.» Con esto, después de haberse abrazado, porque poco antes había dicho misa, se despidió.

     Lo que la carta decía es lo que se sigue: «Muy magnífico señor: Sabido he cómo vuestra Merced con todos esos caballeros ha llegado con salud y buen viaje a ese puerto, de que todos nos hemos alegrado y ninguno, por lo que a mí toca, pudiera venir con quien yo tanto me alegrara como con vuestra Merced, porque, como sabe, ha tiempo que le tengo por señor y verdadero amigo y conosco su pecho y nobleza de ánimo. Entendido habrá ya vuestra Merced el estado de los negocios desta tierra y como están en un punto de perderse o ir muy adelante. Vuestra Merced los trate con la cordura que suele, y sepa que si nos confederamos seremos todos de buena ventura y Dios y el Rey serán muy servidos. Para esto es menester, o que vuestra Merced invíe las provisiones que de Su Majestad trae, o que vuestra Merced entre con quietud y sin bullicio, para que ni entre nosotros ni entre los indios haya alteración, pues todo reino dividido no puede permanescer sin que presto sea desolado. Todos los unos y los otros, somos pocos aunque seamos muy amigos, para la multitud de infieles, con quien hemos de tener guerras, porque hay para cada uno de nosotros más de mill, y si nos dividimos peresceremos todos, y lo que yo he trabajado se acabará y vuestra Merced no podrá salir con lo que pretende. El amor y confederación hace las fuerzas mayores y dos pueden más que uno. Cerca desto y para todo lo demás vea vuestra Merced dónde quiere que solos nos veamos, para que en todo se dé el asiento que a vuestra Merced mejor paresciere; y queriendo venir en esto a mí, a quien todos mis compañeros, en el entretanto que Su Majestad otra cosa mandase, eligieron por General y Justicia mayor, tendrá con ellos por muy servidores y amigos; y si pudieren más los malos consejeros que la buena intención de vuestra Merced, obligado estoy a no dexarme decaer ni perder la buena ventura que a mí y a mis compañeros Dios nos ha dado. Y porque en todo lo demás, como a testigo de vista y persona de crédicto, que suplico se le dé el que a mí, me remito al padre Fray Bartolomé de Olmedo, portador désta, no digo más de que Nuestro Señor nos alumbre a todos para que en negocio tan importante le acertemos a servir.»



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Capítulo LIX

De lo que, rescebida la carta, hizo e dixo Narváez y de otras cosas que antes habían pasado.

     Llegaron el clérigo y los otros, dos o tres días antes que Fray Bartolomé de Olmedo, y como mostraron a sus amigos los collares ricos de oro e otras joyas que Cortés les había dado y contaron el buen rescibimiento y tratamiento que Cortés les había hecho, comenzaron muchos de secreto a aficionarse a Cortés; otros, viendo que sería más poderoso Narváez, no vían la hora de verse en México de cualquier manera que pudiesen. Contó el clérigo a Narváez cuán señor y cuán estimado estaba Cortés, aconsejándole que guiase los negocios por bien y que no quebrase con Hernando Cortés, que parescía estar en su casa, porque guiadas las cosas por amor y confederación se hacían a sabor y tenían firmeza. No estaba en esto Narváez, aunque había diversos paresceres, y así, prosiguiendo en su presunción, decía a los indios que él era el Capitán general, el tlatoane, que quiere decir «señor», y no Cortés, el cual decía ser malo y los que con él estaban, y que por esto venía él a cortarle la cabeza y a castigar a sus compañeros y echarlos de la tierra, y que él luego se iría y los dexaría libres de la servidumbre y subjección en que estaban, los cuales, como son inconstantes y amigos de novedades, naturalmente medrosos, viendo que eran como los que estaban en México y muchos más en numero, con más tiros y más caballos, los servían y acompañaban, dexando a los que estaban en la Veracruz, especialmente cuando los vieron, por miedo de los de Narváez, meterse la tierra adentro. Congracióse Narváez con Motezuma, inviándole a decir con indios que iban y venían, que Cortés estaba en aquella ciudad contra la voluntad de su Rey, que era bandolero y cobdicioso, que le robaba su tierra y le quería matar por alzarse con el reino, y que por esto él, por mandado del Emperador, venía a soltarle de la cárcel y a restituirle cuanto aquellos malos le habían tomado y usurpado, y que llegado que fuese, los prendería y echaría en graves prisiones, matando a unos y desterrando a otros, conforme a sus culpas y delictos, y que hecho esto se volvería a su tierra; que por tanto, estuviese muy alegre, y que si en algo le hubiese menester, le ayudase, pues era todo para le mejor poder servir.

     Mucho se maravilló Motezuma destas cosas y estaba muy dubdoso, de lo que haría, porque también, no pudiéndolo sufrir Cortés, decía de Narváez y de los suyos que eran unos hombres de poca suerte, no de su nasción y casta, sino vizcaínos, y que venían sin autoridad real, para hacer el daño que pudiesen; que convenía resistirles.

     Andando los negocios desta manera, llegó Fray Bartolomé de Olmedo; rescibióle Narváez no con tanta gracia como Cortés a los que él había inviado; tomó la carta, leyóla, comunicóla luego con algunos de los que él quería bien, y no pudo dexar de mostrarla al Licenciado Ayllón. Hubo sobre la repuesta mucha contienda, porque unos decían uno, y otros otro, cada uno conforme a su seso, como amaba o aborrescía. Vino de parte de los que ya estaban aficionados a Cortés el negocio tan en rompimiento, que no pudiendo sufrir la mala intención y palabras de Narváez, se las afearon malamente, señalándose entre ellos Bernardino de Sancta Clara, hombre bien reportado y de mucho consejo, el cual, casi adevinando, como sagaz, en lo que habían de parar negocios tan mal guiados, y que la tierra estaba pacífica y tan contenta con Hernando Cortés, y el comedimiento con que había escripto, reprehendiéndole, le dixo: «Señor: ¿Qué más quiere vuestra Merced de lo que Cortés escribe? No se extienda, porque muchas veces solemos desear la buena ocasión con que antes fuimos importunados. Vuestra Merced habla mal en Cortés y él muy bien en vuestra Merced, que es harta confusión. La tierra está pacífica, todos los della le aman y desean servir, y con todo esto, os ofresce su amistad y no la queréis. Mirad que os ha de castigar Dios así a vos como a los que os siguieren. Por tanto, escribano que estáis presente, y vosotros, señores, que lo oís, me sed testigos y vos me dad por fee y testimonio cómo en nombre de Su Majestad y de todo este exército requiero al señor Pánfilo de Narváez, nuestro General, que no altere la tierra, y que, según las provisiones que trae, guíe los negocios, comunicándolos con el señor Licenciado Ayllón, Oidor de Su Majestad, y con otras personas de experiencia y conciencia.»

     No osó, hecho este requerimiento, Narváez, aunque quisiera, castigar a Sancta Clara, porque era hombre de valor y a quien todo el exército tenía en mucho. Luego el Licenciado Ayllón, después de haberle hecho muchos requerimientos, le mandó, como Oidor del Rey, cuanto de derecho lugar hobiese, so graves penas de muerte y perdimiento de bienes, que no fuese a México sin primero verse con Fernando Cortés y dar asiento en las cosas, porque de otra manera sería hacer gran deservicio a Dios y a Su Majestad, estorbar el baptismo, alterar la tierra y que todos peresciesen miserablemente a manos de sus enemigos. Díxole públicamente cómo por el camino le había aconsejado lo que estonces le decía, y que nunca le había hallado con intención sana y buena, y que más había venido a vengar a Diego Velázquez que a servir a Dios y al Rey, y que no lo hacía como quien era, dexándose cegar de la pasión, no queriendo admitir consejo ni parescer de hombres de seso y bondad, cuales eran los que le habían aconsejado aquello que al presente le requería. Hecho este requerimiento y dichas estas palabras, lo pidió todo por testimonio.



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Capítulo LX

Cómo Pánfilo de Narváez prendió a licenciado Ayllón y lo invió en un navío, y de la guerra que pregonó contra Cortés.

     Narváez, muy enojado desto, creyendo que para adelante le había de ser grande estorbo el Licenciado Ayllón, le prendió por su persona, mandando luego prender a un Secretario del Audiencia real e a un Alguacil que con él venían. Metiólos en una nao, a buen recaudo, mandando a los marineros y al maestre y piloto que, so pena de la vida y perdimiento de bienes, llevasen al Licenciado Ayllón a Cuba y le entregasen a Diego Velázquez, al cual escribió una larga carta, dándole por extenso cuenta de todo lo subcedido y de lo que pensaba hacer tocando en todo lo más el deseo que tenía de vengarle de la burla que Cortés le había hecho, aunque para esto hallaba en muchos del exército contradicción, especialmente en Bernardino de Sancta Clara y en el Licenciado Ayllón, que le inviaba preso con el Secretario y Alguacil, porque temía que como Oidor y persona a quien habían de respectar, le cortaría el hilo a sus pensamientos y sería grande estorbo para lo que intentaba hacer; que allá viese lo que le convenía. Escribióle asimismo la pujanza en que Cortés estaba, cuán bienquisto y cuán amado, y que había de ser dificultoso, aunque no eran tantos los que con él estaban como los que él traía, de quitalle la presa de las uñas, a causa de ser muy grande la multitud de los indios que de su parte tenía, especialmente taxcaltecas, con los cuales tenía gran amistad y alianza. Escribióle que cuando más no pudiese con buenas palabras, le tomaría a las manos, y que hecho esto, a buen recaudo se lo inviaría preso, con información de los agravios que hobiese hecho, para que con más razón le pudiese castigar. Escribióle otras muchas cosas que no se pudieron saber, porque Diego Velázquez tuvo gran cuenta con guardar la carta que por ventura rescibió de España, aunque no falta quien dice que el Licenciado Ayllón la abrió y leyó y tornó a cerrar.

     Partiéronse, pues, el maestre y piloto para Cuba; invióse a desculpar Narváez con el Licenciado Ayllón, diciendo que para excusar mayores inconvenientes, le inviaba para que residiese en su Audiencia. El Licenciado no respondió a estas palabras, porque las obras daban testimonio de su mala intención. Hizóse a la vela, y por el camino se dio tan buena maña que unas veces, amenazando al maestre y piloto con la gravedad del delicto que ellos en llevarle preso y Narváez en prenderle le habían cometido, de que todos serían gravemente castigados, otras veces haciéndoles promesas, poniéndoles por delante el servicio que al Rey harían en no cumplir lo mandado por Narváez, que fácilmente los traxo a su voluntad; porque aliende de lo que les había dicho, que llevaba tanta razón, el Secretario y Alguacil, aparte, muchas veces les dixeron cuánto les convenía hacer placer al Licenciado; y aunque al principio estuvieron dubdosos, después convencidos, con muy gran voluntad, pasando de largo, dieron con el Licenciado en Sancto Domingo, donde luego aquel día, juntándose en acuerdo los Oidores con los flaires jerónimos, que gobernaban, llamando al Secretario y Alguacil, que a lo más se habían hallado presentes, dio larga cuenta el Licenciado Ayllón de todo lo subcedido, suplicándoles agradesciesen al piloto y al maestre lo que habían hecho y se informasen de lo que sabían.

     Llamaron luego los Gobernadores y los Oidores al maestre y piloto; agradesciéronles lo que habían hecho con el Licenciado Ayllón; prometiéronles todo favor en lo que se les ofresciese, y tomándoles otro día sus dichos, les dieron licencia para ir donde quisiesen.

     Mucho daño hizo a Narváez y provecho a Cortés la prisión del Licenciado Ayllón y el traerle a la Audiencia el maestre y piloto, porque cuando pudo, dañó los negocios de Diego Velázquez y aprovechó los de Cortés.

     En el entretanto que el Licenciado Ayllón navegaba, después de haberlo comunicado con los que eran de su parcialidad y amenazado a Bernardino de Sancta Clara que no fuese contrario, pregonó [Narváez] contra Cortés guerra a fuego y a sangre, diciendo haber sido traidor contra Diego Velázquez; e que pues sin ningún título se había apoderado de la tierra que no era suya, era bien que toda la perdiese y con ella la vida. Prometió con esto ciertos marcos de oro para el que prendiese o matase a Cortés y a Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval e otras personas principales de su compañía; y primero que viniese con él a las manos repartió su hacienda y bienes y la de los otros caballeros, como si los tuviera presos y condenados a muerte, cosa cierto harto livianas y no dignas de hombre de su calidad, las cuales parescieron tan mal a muchos de su exército, que así por lo que había pasado con el Licenciado Ayllón como por la fama de la riqueza de la tierra y liberalidad de Cortés, se amotinaron muchos, tanto que un Pedro de Villalobos y un portugués y otros seis o siete se pasaron de secreto a Cortés, y aun dicen algunos que le llevaron una carta con firmas de muchos hombres principales, que se le ofrescían para cuando viniese adonde Narváez estaba. También se pasó a Narváez uno de parte de Cortés, por alguna mohína que con él tuvo. Llamó indios, díxoles que siguiesen aquel español y que si se les defendiese lo matasen y traxesen muerto. Cortés leyó las cartas, calló las firmas, rescibió otra carta de secreto de los mismos aficionados en que le contaban las amenazas, desgarros y bravezas que Narváez decía.



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Capítulo LXI

De las mañas y ardides que de la una parte a la otra había antes que Cortés tornase a escrebir a Narváez.

     En el entretanto que estas cosas pasaban, ninguno de los dos Generales se descuidaba desimuladamente de echar el uno al otro el agraz en el ojo. Narváez, de secreto, así a indios como [a] algunos españoles, así de la Villa como de los que estaban en México, procuraba atraer a sí, unas veces por promesas y otras por amenazas; pero Cortés, como era más sabio y tendía más prosperidad de oro, plata, joyas y otras cosas, y tenía ya entendida la tierra, dábase mejor maña, escribiendo cartas de secreto, en nombre de algunos que en su compañía tenía, amigos de hombres principales que Narváez traía, diciéndoles el poder y valor de Cortés, la razón que tenía en defender lo que había trabajado, la prosperidad que tendrían, lo mucho que serían favorescidos si se acostasen a la parte de Cortés y se viniesen los que pudiesen antes que otro riesgo hobiese; que no dexasen lo cierto por lo dubdoso, y que en aquella tierra habían de poder más los pocos, que estaban tan de asiento y ya conoscidos, que los muchos que venían.

     Aliende desta diligencia, dicen algunos, aunque en esto hay varias opiniones, que en hábito de indios venían españoles al real de Narváez, que eran ya doctos en la lengua mexicana, y metiéndose en las caballerizas con los otros indios que curaban los caballos, cuando los señores dellos entraban, apartándolos aparte, les daban cartas de otros amigos que con Cortés estaban. Diéronles muchos collares de oro y otras joyas y muy favorables palabras y gran esperanza de que todos los que siguiesen a Cortés, serían de buena ventura. Pudieron, según dicen, tanto estas palabras y la muestra de los presentes y dádivas, que muchos del exército de Narváez, quebrándole la fee y palabra, se hicieron de la parte de Cortés persuadiendo a otros, diciendo que era todo burla sino seguirle, pues era tan liberal y dadivoso y tenía tan bien entendida la tierra, y que era error poner los negocios en dubda. Algunos destos después pararon en mal, o, los más, porque en fin quebraron la palabra a su Capitán y le fueron traidores, no osando decirle lo que convenía, como había hecho Bernardino de Sancta Clara y el Licenciado Ayllón. Fue la pulilla desta traición comiendo tanto el corazón de muchos, que al tiempo del menester, como después diré, los que no tomaron armas, fueron estorbo que otros no las tomasen.

     Hay otros, por que no callemos nada de lo que conviene a la verdad de la historia, que dicen que como Bernardino de Sancta Clara y el Licenciado Ayllón y otros algunos hombres de calidad requirieron a Narváez que tratase los negocios sin alteración y le vieron la ruin intención que traía y las malas palabras que decía, se rebelaron muchos en el exército, declarándose por Cortés, a que ayudó mucho su buena fama, diligencia y cordura y, lo que mucho hace al caso, ser liberal.

     Con todo esto, aunque sabía mucho dello Narváez, estaba tan confiado, paresciéndole que tenía toda la fortuna de su mano, porque se veía con más gente y más caballos, que algunos buenos y verdaderos amigos nunca fueron parte para apartarle de su propósito, y así, respondió a Cortés con Fray Bartolomé de Olmedo una carta breve y no tan comedida como era razón, paresciéndole que en todo le era superior; en la cual, en suma, le decía que él era venido aquella tierra con provisiones reales a tomar la posesión della por Diego Velázquez, Gobernador y Adelantado de todo lo que él descubriese y conquistase; y que pues sabía que por sus capitanes y a su costa había descubierto aquella tierra, se la dexase sin contradición, porque esto le sería lo más sano, y que supiese que de lo contrario no le iría bien, e que ya él tenía fundada una villa con Alcaldes y Regidores como él sin ningún poder había hecho; y que pues le tenía por hijo, le aconsejaba que no tirase coces contra el aguijón ni se tomase con quien más pudiere, pues se ponía en ello a tanto riesgo. Luego tras esta carta invió a Bernardino de Quesada y a Alonso de Mata a requerirle saliese luego de la tierra, so pena de muerte, y notificarle las provisiones, las cuales no le notificaron, o porque no las llevaban o porque Narváez no las osó confiar de nadie, o porque se temió que Cortés, como luego lo hizo, los prendieron y quitara las provisiones. Llegados que fueron, prendió luego a Alonso de Mata, no porque le venía a hacer requerimientos, sino porque sin título de escribano ni fee que lo era, se los hacía.



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Capítulo LXII

De los partidos que Cortés pedía a Narváez, procurando con él toda manera de buen concierto.

     Porfiando Cortés para que en ninguna manera después pusiese ser culpado delante del Rey y de su Consejo, viendo que las cartas y mensajeros aprovechaban poco con Narváez, por que lo ganado no se perdiese, tornó a escrebirle y a inviarle a decir de palabra, despachando para esto de tres en tres los españoles, para que de lo hecho fuesen testigos, con muy grandes comedimientos y que se lo dixesen tres veces que aceptase o que se viesen solos en una parte alta de donde pudiesen ser vistos de los suyos, o que viniese con diez compañeros o veinte, y que él le saldría a rescebir con otros tantos; y que si lo uno ni lo otro no le contestase, o que él le dexase en México, dándole alguna ayuda más de gente, y que si no quisiese ninguna, que fuese así; y que si su Merced (que siempre habló comedidamente) no quisiese esto, que él se saldría de la ciudad y con trecientos soldados más de los que él tenía, que le diese, saldría a conquistar otros reinos y señoríos y haría la costa y socorrería a los españoles que quedasen en México; y si no, que su Merced fuese a ello y que él se quedaría en México y que desde allí le ayudaría y socorrería cuanto pudiese, y que desta manera en poco tiempo se podría hacer gran hacienda en que Dios y el Rey fuesen muy servidos y ellos aprovechados; y que si nada desto le contentaba, le mostrase las Provisiones, porque a la letra haría lo que por ellas se le mandase.

     Narváez, según los más dicen, aunque en todo hay contradicción por los apasionados, estuvo tan acedo que nada le dio contento, paresciéndole que de todo era señor y que Cortés hacía todos aquellos partidos porque no podía más, y que no podía dexar de venir a sus manos y que, perdido, se le rendía lo más honrosamente que podía, y así le respondió que él sabía lo que había de hacer e que de lo que era suyo no partiese, pues sabía que todo era de Diego Velázquez, por la merced que el Rey le había hecho y porque él le había inviado por su Teniente en aquella jornada y se había querido alzar con todo.

     Mucho desgusto dio esta respuesta a Cortés, y así de lo que él había hecho y dicho, como de lo que había respondido y tratado en público y en secreto, hizo una muy bastante probanza, la cual con la mayor presteza que pudo invió a Castilla. Dice Motolinea, a quien en todo lo demás siguió Gómara, y es así, según los más afirman, que Pánfilo de Narváez no vino en partido alguno de los que Cortés le ofresció, sino en que se viesen en un lugar apartado con cada diez hidalgos sobre seguro, y con juramento firmáronlo de sus nombres; pero no vino esto en efecto, porque Rodrigo Álvarez Chico avisó a Cortés de lo que contra él se tramaba para prenderle o matarle en las vistas. Esto dice que lo entendió de algunos amigos quede secreto, en hábito de indios, y de noche, le comunicaban, porque era hombre, como ya he dicho, de mucha prudencia y valor. Otros dicen que Cortés fue avisado de uno o dos de los que habían de salir con Narváez a las vistas y pláticas, y había querido poner en lo justo con los partidos que le había ofrescido, que ya no admitiría ninguno y que supiese que no habían de cantar dos gallos en un muladar, porque el mandar ni quería superior ni igual, y que él confiaba en Dios que le daría buen subceso, en lo de adelante, como hasta allí se lo había dado, pues su intención era de servirle, y que negocio tan importante no se perdiese gobernado por dos cabezas que cada una pretendía diferentes cosas.



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Capítulo LXIII

Del razonamiento que Cortés hizo a los suyos, determinado de salir a buscar a Narváez.

     Desbaratados los conciertos, dicen unos que ya Cortés cuando los ofresció estaba cerca de Taxcala, y que por desatinar a Narváez hizo que se volvía a México y prosiguió su jornada por otro camino, para tomarle sobre seguro. Otros dicen, y esto afirman los más, que nunca salió de México, hasta que, o, por Rodrigo Álvarez Chico, o por algunos de los diez, fue avisado de la trama que Narváez le urdía, y así, ordenadas sus cosas lo más bien que pudo, dexando a Pedro de Alvarado, como después diré, en México, y tratando con él en particular lo que cerca de Motezuma en su ausencia se debía hacer, un día o dos antes que publicase su partida, mandó a todos los capitanes tuviesen avisados a sus soldados, para que acabando de oír misa y de encomendar a Dios un negocio que se ofrescía y en que iba mucho, se hallasen juntos, para decírselo y ver lo que les parescía. Dado este aviso por los capitanes, oída la misa, que fue del Espíritu Sancto, se entraron todos en una muy gran sala, donde deseosos de saber lo que Cortés les quería decir, estando muy atentos, Cortés les habló así:

     «Capitanes, caballeros y compañeros míos, de quien yo desde que salí de Cuba hasta la hora presente he siempre visto mayor valor y esfuerzo: Entendido habréis cómo, después que Diego Velázquez me encargó esta empresa por algunos que después con envidia o malquerencia le volvieron el pecho, quiso mudar parescer, e yo, por quererlo vosotros, señores, así, y entender, según el corazón me lo daba, que nos habíamos de ver en la prosperidad en que estamos, di orden cómo saliésemos y que nadie fuese parte para estorbarnos. Sabéis asimismo que para que nadie gozase de vuestros trabajos, y los negocios tuviesen mejor fundamento, después de haber yo hecho la villa de la Veracruz y elegido Alcaldes, Regidores y Escribanos, a contento de la demás república, aquel regimiento me eligió por su Justicia mayor y Capitán general. Aceptélo por el bien que pensaba y pienso haceros; administré el cargo como bien vistes; entramos la tierra adentro, con las victorias que sabéis, hasta llegar a esta ciudad, donde nos ha hecho Dios grandes mercedes y favores; inviamos en nombre nuestro la relación de lo hecho a Su Majestad con el quinto de lo que se le debía y otros servicios que de nuestra voluntad le hecimos; fue Dios servido que, aunque Diego Velázquez invió a tomar el navío, pasó de largo sin que le viese; ha volado la fama de nuestros trabajos y de vuestra buena fortuna por todo el mundo, de manera que mientras el mundo durare no se perderá vuestro nombre; hemos hecho con el favor divino, siendo tan pocos, lo que muchos más no se lee ni ha oído que jamás hayan hecho. Esto todo ha dado tanta pena a Diego Velázquez, por no haberse determinado a hacer esta jornada, que ha buscado y busca todas las formas y maneras que puede para escurecer nuestra gloria y destruirnos, no entendiendo que lo que Dios da a unos, no da a otros, y que pudiera ser, viniendo él, no tener los negocios tan buen subceso, y como vio que el navío nuestro, sin poderlo él impedir, fue derecho a Su Majestad, como si cometiéramos alguna traición, ha echado todo el resto, gastando, por vengarse, lo que no gastara por hacernos bien.

     »Ha inviado como veis, a Pánfilo de Narváez, hombre escaso y miserable, cabezudo y recio, poco amigo de dar contento, tan casado con su parescer, que ni el Licenciado Ayllón, a quien invió preso, ni Bernardino de Sancta Clara pudieron desquiciarle de su mal propósito; trae mucha gente, muchos tiros y caballos, y en esto tiene tanta confianza, y no en la razón, que ha de ser el camino por donde se ha de perder; ha pregonado contra nosotros guerra a fuego y a sangre; no ha querido admitir partidos, destribuyendo nuestros bienes primero que los posea, condenado nuestras personas antes que nos prenda y oiga; ha dicho a los indios que somos traidores al Rey, y que no viene sino a castigarnos y dexándoles la tierra libre, volverse luego; finalmente, nos ha tratado como si fuéramos viles esclavos, traidores a Dios y al Rey y a nuestros señores, y hobiéramos cometido otros tan inormes pecados. Y si esto dice en nuestra ausencia, primero que venga con nosotros, a las manos, ¿qué os paresce que hará, lo que Dios no quiera, cuando nos tenga en su poder? Siempre oí decir que al mayor temor, osar, y que el mayor remedio para vencer es que el que puede ser vencido no tenga cuenta con la vida, y así la experiencia lo ha enseñado que pocos, determinados de morir, han vencido a muchos. Obligación natural tenemos de volver por nuestras vidas, por nuestras haciendas y honras y que nadie se vista de la ropa que nosotros cosimos, especialmente, que es lo que más nos debe mover, que no es bien permitamos romper el hilo para la conversión de tantos infieles que nos tienen ya conoscidos, respectan y aman, y no es justo decaer de nuestra opinión, que es muy grande entre ellos, y que vuestros descendientes pierdan el honor y gloria que vosotros, siendo los que habéis sido, les podéis dexar.

     »Por tanto, si a vosotros os parece y no os habéis trocado de lo que hasta ahora habéis sido, yo determino, dexando los que seis menester en México, de ir con los demás que me quisierdes seguir a acometer a Narváez, porque siempre el que acomete, vence, o a lo menos ya que sea vencido, el contrario o queda herido o espantado, y Dios, por quien principalmente hemos de pelear, nos dará su favor, cuanto más que los taxcaltecas nos ayudarán, e yo sé que en el exército de Narváez hay muchos que entienden nuestra justicia y están de nuestra parte, y como éstos no peleen, los demás, acometidos de repente y con buen ánimo, podrán poco resistir; y finalmente, después de todo esto, me resumo en que nos conviene primero morir que perder lo ganado, y pues esto no se excusa, para no venir en servidumbre, ruégoos, señores, lo hagáis, que yo seré el primero al trabajo y al peligro, pues no se puede esperar amistad ni bien de hombre que no viene en alguno de los partidos que le hemos ofrescido.»

     Acabando de decir estas postreras razones, comenzaron quedo a hablar los unos con los otros, y como eran españoles acostumbrados a trabajar y vencer, tomando la mano algunos capitanes que ya tenían entendido los pechos de los que tenían a su cargo, le respondieron en la manera siguiente:



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Capítulo LXIV

De la repuesta de los capitanes y de lo que más pasó.

     Viendo los capitanes y otros caballeros y los demás que se hallaron presentes a esta plática la razón que su General tenía, uno dellos en nombre de todos, respondió así: «Visto tenemos, señor y General nuestro, lo mucho que a vuestra Merced debemos y las buenas andanzas que debaxo de su imperio y bandera, desde que salimos de Cuba hasta hoy, Dios nos ha dado, y cierto creemos que después de la justicia de nuestra demanda, Dios, por vuestro valor, esfuerzo, prudencia y bondad, no acatando a nuestros méritos, nos ha hecho grandes mercedes, y así sería sinrazón no seguiros aunque mill veces muriésemos, entendiendo especialmente que sois uno, y que para vos uno con daño de tantos caballeros y soldados, amigos y servidores vuestros, no habíades de procurar vuestro adelantamiento, pues sin ellos no podíades conservaros, sino que a todos y a cada uno de nosotros amáis y queréis tanto que aunque fuese a costa de vuestra sangre y vida, querríades vernos aprovechados. Entendemos este vuestro celo y voluntad, y aunque en lo demás fuésedes errado, estábamos obligados a morir con vos, cuanto más yéndonos a todos en ello tanto; no es bien ni la condisción española lo sufre que, habiendo trabajado tanto, vengan otros con sus manos lavadas a gozar de nuestros trabajos y vendimiar la viña que nosotros hemos plantado, donde, no sólo perderíamos el provecho temporal que ya tenemos en las manos, pero la honra, fama y gloria y, lo que más es, el servicio de Dios en la conversión destos infieles. La vida bien perdida no es pérdida; de morir hemos todos y deuda es forzosa, y esto ha de ser antes de sesenta años; como ha de ser estonces, cansados y afligidos y sin honor para nos y para nuestros descendientes, mejor es que en defensa de tantas cosas muramos luego, cuanto más que a los determinados de hacer esto, como vuestra Merced dixo, las más veces suelen subceder bien los negocios, principalmente prescediendo tanta razón, pues no ha querido, Narváez venir en cosa que justa sea, creyendo que con traer más gente, aunque no tenga razón, ha de poder más.

     Por tanto, vuestra Merced se apreste y salga lo más breve que pudiere desta ciudad y no aguarde a que el enemigo nos venga a buscar; acometámosle, pues aun de los de su parte tenemos muchos que nos son aficionados y amigos, y viendo que tenemos razón no querrán pelear contra ella ni contra los que aman, especialmente yéndoles en ello tanto, que es quedarse en la tierra con nosotros, pues lo contrario publica Narváez. También, que es lo que mucho hace al caso, tienen tan entendido como nosotros quién es Narváez, cuán poco liberal y amigo de hacer placer, y vuestra Merced cuán al contrario es desto. Ésta es nuestra repuesta; ahora, señor, ved lo que os paresce y en lo demás ved quién queréis que quede y quién queréis que vaya, porque aunque todos desean ir con vos, por lo que conviene a la guarda de Motezuma y posesión desta gran ciudad, quedarán de buena gana los que mandardes, pues es igual premio y gloria al que queda guardando el real que al que sale a la batalla.»

     Acabado de decir esto, se asentó; callaron todos, esperando lo que Cortés diría, el cual no se puede decir el alegría que rescibió con hallarlos a todos tan de su parescer, y así, con voz varonil y esforzada, llena de contento y ánimo, dixo: «Dios sea con nos, caballeros, y el esfuerzo nuestros brazos, para que Él y el Rey sean servidos y nosotros no perdamos el premio de nuestros trabajos; y pues ya tengo entendida vuestra voluntad, id con Dios a vuestros aposentos, que yo me quiero recoger para tratar lo que para la partida conviene y quién será bien que quede por caudillo para los que hobiere de dexar en esta ciudad en defensión della y guarda de Motezuma.»



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Capítulo LXV

Cómo Cortés hizo sus memorias y dexó por caudillo en México a Pedro de Alvarado.

     Luego que Cortés tuvo entendida la voluntad de los suyos, aunque todos se le ofrescieron de salir con él, no creyéndose, como era sagaz, de sus ofertas, procurando que así los que quedasen como los que con él fuesen, todos lo hiciesen de buena voluntad, llamó en secreto a cada Capitán, diciéndoles que viesen de su compañía cuáles eran los que muy de su voluntad querían quedar o querían ir, y como ni todos deseaban ir, ni todos quedar, no quiso, para que el un negocio y el otro se hiciesen bien, llevar más de aquellos que querían ir, ni dexar más de aquellos que querían quedar. Hecha la lista y memoria de los unos y de los otros, llamó a Pedro de Alvarado, a quien determinó de dexar en goarda de Motezuma; díxole: «Determinado tengo, como señor, habéis visto, de salir al camino a Narváez, y aunque todos somos pocos contra él, cuanto más repartidos, no es bien que dexemos esta ciudad sola, porque parescerá que vamos más huyendo que buscando nuestro enemigo, y así se levantarán contra nosotros estos indios y tendríamos mucho que hacer con Narváez y con ellos; y aunque Motezuma sabe las palabras que contra nosotros ha dicho Narváez, yo quiero darle a entender que somos muy amigos y que salgo a rescebirle, dexándoos a vos para su defensa y goarda, y que lo que ha dicho Narváez hasta ahora ha sido fingidamente, para ver si los mexicanos se levantaban o tenían ley e amistad con nosotros. Yo le hablaré mañana y diré cómo vos quedáis y yo voy; conviene que en todo os deis buena maña, y pues quedáis vendido como yo lo voy, le acaricéis y regaléis, mostrando, por otra parte, dientes cuando convenga; acatarle heis como a tan gran señor, para que los suyos no se desmanden y os avise, ganándole desta manera la voluntad, de lo que hobiere y conviniere hacer, y pues es tan noble de condisción, y, como habemos visto, tan amigo de españoles, no deis ocasión a que nos pierda el amor. Yo le dexo a Peña y a otros con quien él se huelga; tratarlos heis muy bien y mandarles heis que con toda desimulación procuren saber lo que de secreto pasare, para que para todo estéis siempre avisado, haciendo que siempre estén con él regocijando y festejándole con lo que él más se holgare, que yo confío en Dios, que aunque Narváez viene tan soberbio que no quiere venir en ningún buen medio, que nuestros negocios se han de hacer tan bien y mejor que hasta aquí, pues los encaminamos para su servicio y defensa nuestra.»

     Pedro de Alvarado le besó las manos por la merced de dexarle en negocio de tanta confianza, y después de haberle dicho que haría todo lo que le mandaba, le dixo: «Bien sé, señor, que ni todos podemos ir con vuestra persona, ni todos podemos quedar acá; pero si pudiera ser, y dello vuestra Merced no se desabriera, más quisiera ir que quedar, porque me paresce que doquiera que vuestra Merced va lleva consigo la buena dicha, y a mí no sé cómo me subcederá acá, porque ya me temo que los mexicanos se han de rebelar, pues aun estando vuestra Merced presente lo han intentado de secreto y aun casi claro; pero como ha de quedar otro y es necesario que vuestra Merced parta, quedaré yo, pues me lo manda, haciendo, hasta perder la vida, el deber.»

     Cortés a esto le replicó que él convenía que quedase y que los mexicanos no se desmandarían hasta ver en qué paraban los negocios con Narváez, que los miraban con mucho cuidado. Y cuando hobiere nescesidad de socorro, aunque sea, dexándolo todo, siendo avisado dello, vendré por mi persona, porque tengo en mucho la vuestra y veo lo que nos va en que México no se rebele, para la conquista de otros reinos y pacificación de los conquistados.»

     Acabando de decir esto, mandó llamar a los capitanes que con Pedro de Alvarado habían de quedar, a los cuales dixo que en su ausencia quería ver cómo obedescían a Pedro de Alvarado, a quien dexaba en su lugar; y pues eran caballeros y hombres de guerra, no tenía más que decirles de que él esperaba en Dios de volver presto y muy contento para hacerlo mejor con ellos que con los que con él iban. Los capitanes con mucha voluntad respondieron que harían lo que mandaba, y que cuando, placiendo a Dios, volviese, vería cómo era obedescido.



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Capítulo LXVI

Cómo Cortés habló a Motezuma cerca de su partida y de lo que entre ellos pasó.

     Otro día, después que Cortés trató los negocios con Pedro de Alvarado, llevándole consigo a él y a otros capitanes, fue al aposento de Motezuma, el cual le salió a rescebir, como siempre, comedida y graciosamente. Asentáronse cada uno a su costumbre, y después que Cortés le hubo preguntado cómo le había ido aquellos días y cómo estaba de su salud y tratado otras cosas, de que Motezuma rescebía contento, le dixo delante de aquellos caballeros que consigo llevaba y de algunos señores que con él asistían:

     «Muy poderoso señor: Días ha que vuestra Alteza me dixo que era tiempo que nos fuésemos a nuestra tierra y que en lo que fuese menester nos ayudaría, y dilaté la ida por no tener navíos en que ir. Ahora, como vuestra Alteza sabe, es venido con once navíos este hermano mío, Pánfilo [de] Narváez, al cual determino de ir a rescebir para que nos volvamos juntos y ver si es menester adereszar los navíos, que no podrá ser menos, por haber navegado tantas leguas. Vuestra Alteza, como tan poderoso Príncipe, mandará lo que para estonces es nescesario proveer y nosotros suplicaremos, y esté advertido de que entre nosotros no hay enemistad, aunque muchos de vuestros vasallos os habrán dicho otra cosa; y si ha dicho palabras o dado muestra de que viene a hacerme algún mal y daño, ha sido con astucia y gran sagacidad (que yo no os tengo de tener cosa encubierta), para ver lo que vos y los vuestros intentábades, porque si fuésedes contra mí, con el poder que trae muy grande, juntándose comigo, os destruyese, y así, ahora que ha visto el buen corazón de vuestra Alteza y la merced que en todo me ha hecho y el deseo grande que ha mostrado de ser amigo y servidor del Monarca y Emperador de los cristianos Don Carlos quinto, cuyos vasallos somos él y yo y todos los nuestros, me ha escripto esta carta (sacó estonces un papel doblado), por la cual de secreto me dice que pues el gran señor Motezuma no se ha mostrado contra mí con las enemistades que hemos fingido, que me ruega mucho, como a hermano suyo, le vaya a ver y acompañar, para que después que haya besado las manos a vuestra Alteza y dádole algunos presentes que trae en nombre del Emperador de los cristianos, nuestro Rey e señor, nos volvamos juntos a nuestra tierra, adereszados los navíos, llevando para nuestro Rey la repuesta de vuestra Alteza, con la cual rescibirá muy gran contento y alegría, porque, como muchas veces a vuestra Alteza he dicho, teniendo noticia de su gran valor y poder, me invió con estos caballeros, para que en su nombre besase a vuestra Alteza las manos, ofreciéndole su amistad, y como ha visto que me he detenido, creyendo que era muerto, o que no había llegado a esta ciudad, ha inviado a este caballero, el cual ha venido con más gente que yo, para que si, lo que no se usa en ninguna nasción, se me hobiese hecho algún mal tratamiento, lo vengase. Yo dexo en esta ciudad en mil lugar a Pedro de Alvarado, que vuestra Alteza bien conosce, caballero esforzado y muy servidor de vuestra Alteza, como bien sabe, con algunos capitanes y otra gente, para servir a vuestra Alteza en el entretanto que yo y Narváez volvemos a despedirnos de vos y daros lo que el Emperador, nuestro señor, vos invía. A vuestra Alteza suplico, pues todos nos iremos tan presto, que en mi ausencia no consienta alguna revolución de las que estando yo presente han querido intentar, porque, como por la experiencia vuestra Alteza ha visto, uno de nosotros es más poderoso que muchos de los vuestros, por estar más exercitados en las armas, y lo principal, porque nuestro verdadero Dios nos da fuerzas, y así nada podrán intentar los vuestros que vuestra persona y ellos no lo padezcan; por tanto, vuestra Alteza está muy advertido y no diga que no lo avisé si algo después subcediere, que nuestro intento no es otro sino que ahora rescibáis los presentes que este caballero trae, y dándonos la repuesta, irnos lo más breve que pudiéremos.»

     Motezuma oyó con muy gran atención a Cortés; estuvo suspenso por un rato, que no le respondió, pensando qué diría, porque no sabía a quién creer, o a las enemistades públicas que los suyos cada día le decían había entre Narváez y Cortés, o a lo que Cortés le decía, a quien tenía en mucho; y como, entre los suyos, aunque bárbaros, no faltaban engaños y ardides, así se rescelaba después que oyó a Cortés, que debía haberle entre los dos; y como su ánimo, como el de los suyos, naturalmente era tímido, no considerando la pujanza de su innumerable gente, se determinó por estonces de dar crédicto a lo que Cortés le había dicho, y así le respondió con toda serenidad, como quien muy de veras creía lo que había oído, desimulando lo contrario que sospechaba.



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Capítulo LXVII

De lo que Motezuma respondió a Cortés, y cómo se despidió el uno del otro.

     «Valeroso y muy esforzado Capitán de esforzados y valerosos cristianos: Siempre has visto desde que saltaste en tierra, viniendo de la tuya, el amor que aún antes que te conosciese [te] he tenido, pues luego te invié mis embaxadores, te hice presentes, y cuando llegaste a esta ciudad, yo en persona con toda mi imperial corte te salí a rescebir como si fueras Rey o Emperador. Llegado, te aposenté en lo mejor de mis palacios, hícete servir no como a, criado de Rey, sino como a Rey; heme holgado con los tuyos y confieso que es gente muy belicosa, de mucho valor y esfuerzo; ningún desabrimiento me han dado, antes me han servido y acatado como si fuera su Rey. Yo entiendo que vosotros merescíades mi amor por vuestras personas y por lo que comigo habéis hecho, aunque los más de los míos han sido siempre con tra vosotros; y mis dioses, que vosotros tenéis por malos y falsos, me han aconsejado que os mate y sacrifique por la injuria que por vuestra venida se les ha hecho. Yo jamás he querido condescender con el ruego de los míos, ni con el mandamiento y consejo de los dioses, porque me parescía que os hacía gran traición y que no guardaba las leyes del hospedar y rescebir mensajeros y embaxadores que nosotros, y especialmente los Príncipes, debemos y solemos guardar más que las leyes de nuestra religión; de adonde, así por lo que yo te amo como por no violarlas, siempre te he avisado de lo que pasa y te rogué te fueses y llevases de mis tesoros para el Emperador, tu señor, lo que te paresciere, dándole mi besamanos, ofresciéndome por su servidor y amigo. Pedísteme tiempo para hacer navíos en que te fueses; comenzástelos a hacer, no los has acabado, de que los míos no sienten bien, y así me han dicho que te detenías por no irte; yo te aviso como quien te ama, que pues al presente hay tantos navíos en que lo hagas, te vayas, pues no veniste a tomarme mis tierras ni derrocarme mis ídolos, sino a visitarme y enseñarme cosas de tu religión, para que paresciéndome bien las tomase; a mí no me han parescido mal, aunque a los míos sí, y más a los dioses. Dices que ese que ha venido es tu hermano y que ha hablado mal en ti y en los tuyos, por ver lo que yo y los míos haríamos. Sea como fuere, tú le sal a rescebir, y venidos que seáis, ved lo que queréis y volveos luego, porque yo no seré parte para excusar que no os hagan guerra los míos, que son muchos y en su tierra, y vosotros pocos, aunque muy valientes, y en el ajena. En lo demás que me ruegas, que hasta la vuelta tuya trate bien a Pedro de Alvarado y a los que con él quedan, y que no consienta que en tu ausencia haya revolución alguna, lo haré de muy buena voluntad; pero mira que ninguno de los que queda se desmande, porque los míos, como os quieren mal, en tu ausencia desearán cualquiera ocasión para vengarse, aunque yo, aunque querría, no podré ser parte para defenderlos, porque están ya hartos de haberlos yo traído tanto tiempo en palabras. Aconséjote, por lo bien que te quiero, que publiques que tu partida para tu tierra será muy presto y entre este tu hermano que dices y tú mira que no haya disensiones, porque ambos peresceréis presto. No tengo más que decirte de que tu Dios te acompañe y favoresca y mira lo que has menester, porque todo se te proveerá en grande abundancia.»

     Cortés, oída esta repuesta, no se holgó nada, porque vio que estaba muy poderoso Motezuma y muy indignados los suyos. No sabía en qué pararían sus negocios, por lo que si Narváez le vencía, quedaba perdido y los de México destruidos; y si venciese, que había de ser gran ventura, aunque volviese con toda la gente, temía que en el entretanto no matasen a los que en México dexaba, para que hobiese menos enemigos. Vio la determinación de Motezuma y el hablarle tan claro y tan sin miedo y que no vía la hora que los cristianos saliesen de su tierra. Todo esto le puso en gran confusión, pero disimulándolo en su pecho, mostrando en el rostro señales de gran contento, abrazando a Motezuma, despidiéndose dél, le agradesció mucho el amistad que le había tenido, [y] el consejo que le daba. Prometió en todo de hacer lo que su Alteza le mandaba, y así, no sin lágrimas se despidieron, mandando luego Motezuma a sus mayordomos y criados proveyesen a Cortés lo que fuese menester, mandando asimismo que fuesen muchos indios e indias de servicio y caballeros que le acompañasen hasta donde él quisiese.



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Capítulo LXVIII

Cómo Cortés salió de México y de cómo Motezuma salió con él hasta dexarle fuera de la ciudad.

     Ordenadas todas las cosas que convenían, así para partirse Cortés como para dexar el recaudo que convenía, puso su gente en orden como si hobiera por el camino de tener muchos reencuentros. Fueron muy a punto, como los que iban determinados de morir por sí y por los que quedaban en México, o vencer, que las más veces en los hombres animosos y que van apercebidos suele subceder esto segundo. En el entretanto que todo se adereszaba, y los unos de los otros se despedían, como desconfiados de jamás verse, por el magnifiesto peligro en que los unos iban y los otros quedaban, Motezuma no estaba descuidado, porque, o por mostrar a Cortés en lo último lo que le amaba, y si era fingido, por mejor encubrirlo, o por hacer lo que debía a su real persona, echándole mayor cargo para cuando se viese con el Emperador de los cristianos, con todo silencio y secreto, sin que los nuestros lo supiesen, mandó prevenir todos los señores que al presente se hallaron en su corte y todos los criados de su casa, con toda la música, para cuando Cortés hiciese señal de salir, ir con él; y como estaba preso y sabía que Pedro de Alvarado quedaba en su guarda, ya que vio que era tiempo, poco antes que Cortés mandase hacer señal, le llamó y dixo cómo quería salir con Cortés y que se volverían juntos, porque él amaba mucho a Cortés y no se contentaba con que el día antes se hubiese despedido dél, sino que quería acompañarle hasta fuera de la ciudad. Pedro de Alvarado dixo que si su Alteza rescebía dello trabajo, que no lo hiciese; pero que si era muy servido dello, que Cortés rescibiría gran merced y favor. Motezuma replicó que quería espaciarse un poco, y que antes rescibiría él dello gran contento, pero que le rogaba no dixese nada a Cortés, porque quería darle este placer sin que él lo supiese. Alvarado se lo prometió, aunque luego lo supo Cortés y se hizo después del maravillado como que na sabía nada.

     Hecha señal, cabalgó Cortés y los pocos que tenían caballos, con él; los demás, puestos en orden, comenzaron a salir de palacio, mirándolos toda la gente mexicana. No había acabado de salir la gente de Cortés y él con ellos de palacio, cuando de ahí a muy poco, por otra puerta, sobre hombros de señores, sobre unas muy ricas andas, acompañándole Pedro de Alvarado, salió Motezuma con su gente y muchos señores y los criados de la casa real, vestido de paños reales, y juntóse con Cortés, echándole desde las andas los brazos encima. Cortés acometió a apearse y él no se lo consintió. Pasaron entre ellos palabras de mucho amor. Díxole Cortés, entre otras cosas, que no había él merescido tanta merced y favor; que cuanta más merced le había hecho de la que a él se debía, en tanta mayor obligación quedaba el Emperador de los cristianos, su señor, pues por ser criado y embaxador suyo había hecho con él lo que no debía sino con otro Rey como él, muy poderoso, Motezuma se holgó mucho con este agradescimiento y reconoscimiento; replicóle que todo lo merescía él por su persona, aunque no viniera en nombre de tan gran señor como era el que le inviaba. Desta manera salieron juntos hasta entrar en la calzada que va a Ystapalapa, donde no consintiendo Cortés que pasase adelante, parados un rato, se ofrescieron el uno al otro, prometiéndole Cortés (que era con lo que Motezuma se holgaba) de volver muy presto con Narváez, su hermano, para irse luego con su repuesta al Emperador, su señor, que los había inviado. Motezuma le abrazó y le dixo que fuese así, rogándole mucho que si algo hobiese menester, por la posta le avisase, porque se lo inviaría luego, como vería. Rendidas las gracias por esto y tornándose a abrazar, diciéndose otras cosas muchas, se despidieron, y el uno siguió su camino, y el otro de su espacio, hablando con Pedro de Alvarado, se volvió a su palacio.



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Capítulo LXIX

Cómo Cortés, prosiguiendo su camino, halló en Cholula a Joan Velázquez de León y a Rangel, con los cuales se holgó y volvieron con él.

     Prosiguiendo su camino Cortés en orden de guerra, muchos de los mexicanos se volvieron, o porque ellos lo querían, o porque Cortés se lo importunó; otros lo siguieron, a lo que parescía, por comedimiento, aunque lo más cierto, por dar aviso en cada jornada a Motezuma de lo que pasaba y Cortés hacía, el cual, sabiendo esto, desimulaba lo más que podía lo que iba a hacer, porque los que en México quedaban no rescibiesen algún daño, sabiendo los mexicanos que él iba contra Narváez, que era lo contrario de lo que él había publicado y convenía que publicase. Yendo, pues, recatándose desta manera, llegó a Cholula, donde más de media legua fuera de la ciudad le salieron a rescebir con toda su gente Joan Velázquez y Rangel. Abrazólos Cortés, rescibiólos con grande amor, hízoles grandes caricias, ofrescióles, de la buena andanza que Dios le diese, gran parte; y especialmente, porque a Rangel ganado lo tenía, agradesció mucho a Joan Velázquez su voluntad, según la había mostrado por la obra, que lo había hecho como sabio y buen caballero, y que así esperaba en Dios que antes de mucho tiempo se holgaría de haber hecho tan bien el deber, e que ni Diego Velázquez, su pariente, ni Narváez, que era el que venía a quitarle la presa de las manos, lo harían con él como sus trabajos y persona merescían, pues lo habían hecho mal con otros a quien estaban muy obligados, y que él, dándole Dios victoria (pues de otra manera no se podían concluir los negocios) haría el deber de tal manera que su persona sería muy aventajada entre todas las principales. Joan Velázquez le rindió las gracias y se le ofresció, como después lo hizo, muy a su servicio. Rangel, que se halló a estas pláticas, para animar más a Joan Velázquez y dar a entender a Cortés que tenía aquel negocio por propio, dixo lo bien que Joan Velázquez lo había hecho y cómo de su propria voluntad, sin persuasión alguna, se había movido a servirle, vista la poca razón que Diego Velázquez tenía en querer que otro que no fuese su persona viniese a la Nueva España, y que tiniendo, ya que esto no hacía, deudos, personas valerosas, amigos de Cortés, inviase a Narváez, hombre, aunque honrado, escaso, temoso y cobdicioso y poco amigo de hacer placer y dar contento y, lo que peor era, no haber querido venir en medio alguno que bueno fuese. Cortés, como sagaz y que entendía por do iba la trama, tornó a volverse a Joan Velázquez, tomóle las manos, abrazóle otra vez, diciendo que era tal la obra que había hecho que jamás se olvidaría della, y que como la mala obra llueve sobre el que la intenta, así aquélla sería para su honra y gloria.

     Desta manera entraron en Cholula antes que anocheciese más de dos horas; salieron todos los señores y principales de la ciudad, hicieron presentes a Cortés, rescibiéronle con mucho contento, aposentáronle en los mejores palacios de la ciudad, proveyeron la cena abundantemente. Agradescióselo mucho Cortés, dioles algunas cosillas, que ellos, por ser de su mano, tuvieron en mucho, e ya que era tiempo de dormir e que los indios y españoles reposaban, Cortés, para hacer más fixo su negocio (y, como dicen, del ladrón fiel) invió a llamar a Joan Velázquez de León, asentóle a par de sí, y estando solos, sin que nadie los oyese, le dixo: «Señor Joan Velázquez: Las obras buenas que en ausencia se hacen, paresciendo que hay más obligación a hacerlas por otros, obligan al que las rescibe a desentrañarse y querer más a aquel que se las hizo, aunque sea de extraña nasción, que a su padre y madre; y así, ahora yo me veo en esta obligación, para mientras viviere mirar por vos y por lo que os tocare, y así como a hombre que ya tengo por otro, yo diré en pocas palabras el fin desta mi jornada y lo que pretendo, para que de todo estéis advertido y me digáis vuestro parescer.»



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Capítulo XX

De lo que Cortés dixo de secreto a Joan Velázquez de León y de lo que él le respondió.

     «Ya, señor, sabéis, como testigo de vista, cómo Diego Velázquez, dexando a otros que se le ofrescieron, después de haberlo bien pensado, se determinó de encomendarme esta jornada, visto el mal subceso que había tenido en tiempo de Francisco Hernández de Córdoba y en el de Grijalva, su sobrino, y que a él no le convenía venir, por muchos inconvinientes y especialmente por no dexar su gobernación sola, acometiendo negocio dubdoso. Después que yo le acepté, gastando en él mis dineros, que no fueron pocos, y los de mis amigos, púsose en querer revocar lo que había hecho, y como era injusto no salió con ello. En fin vine, y por que los negocios tuviesen más firmeza y no hobiese otras mudanzas, como las comenzó a haber en Cuba, paresció a todos que en nombre de Su Majestad se poblase luego la tierra, visto cuán buena era. Hecha la población, asimismo en nombre de Su Majestad, con parescer de todos los que érades principales y aún de todos los más del exército, como vuestro Capitán general, elegí Alcaldes y Regidores y los demás oficios que eran menester para el buen gobierno de la nueva república. Luego el Regimiento, sin procurarlo yo para su bien y contento, en el entretanto que Su Majestad otra cosa proveía, me eligió por su Justicia mayor y Capitán general; aceptélo, usé y exercí mi oficio y cargo lo mejor que yo pude, como por la obra ha parescido, pues todos están contentos, a nadie que yo sepa he hecho agravio, a todos he metido en mis entrañas, en los trabajos he sido siempre el primero, hanos dado Dios tantas y tan grandes victorias cuantas yo jamás he leído ni oído, hemos descubierto un nuevo mundo tan en servicio de Dios, honra y autoridad de nuestro Rey, gloria y fama de nuestra nasción, provecho y adelantamiento nuestro, que dexar tan dichosos y bienaventurados trabajos a otros que con mala intención vienen, sus manos lavadas, nos los usurpen y gocen sin que primero a ellos o a nosotros cueste la vida, sería gran nescedad, torpeza de entendimiento, baxeza de ánimo y gran pusilanimidad. Hagamos lo que debemos, que ya por lo nuestro peleamos; que yo espero, según los recaudos a Su Majestad inviamos, que como nuestro Rey y señor natural, a quien hemos hecho notable servicio, nos hará toda merced, de manera que no sean parte para impedirla todo lo que Diego Velázquez ha hecho y hace, ni lo que con Narváez pasaremos. Él lo quiere todo y no quiere nada para nosotros; aunque son más en número, no son más en valor y esfuerzo, cuanto más que de los que se han venido de Narváez tengo por cierto que muchos dellos, cuando vengamos en rompimiento, no tomarán armas contra nosotros, porque vienen muy descontentos de la cortedad y escaseza de Narváez. Por tanto, señor, pues os va vuestra parte, vuestro adelantamiento y descanso, vuestra gloria y honra con vuestros amigos, haced lo que pudierdes, que, si como espero en Dios, nos da la victoria, pocos habrá a quien yo más honre y aproveche; y si otra cosa pensáis no me encubráis vuestro pecho, pues habéis conoscido de mí cuán amigo soy del amigo claro; y si como tal me quisierdes avisar de otra cosa, ahora es tiempo, porque os certifico por lo que os amo, que si sólo o con algún compañero os quisierdes pasar a Narváez, que por vuestro contentamiento, aunque sea contra mi voluntad, lo permitiré. No tengo más que deciros; ahora, debaxo de quien sois y de lo que de vos confío, me responded vuestro parescer.»

     Estonces Joan Velázquez, que hombre cuerdo y sabio era, entendiendo la mala intención de Narváez y lo mal que se gobernaba, y el gran valor de Cortés y la obligación en que le ponía, en pocas palabras respondió así: «Grande es el favor que vuestra Merced me ha hecho en haberse declarado tanto conmigo, y cierto parte dél se me debe, porque antes de ahora soy aficionado a su servicio; en lo demás lo que tengo que decir es que antes faltaré a mí mismo que a vuestra Merced. Justo es lo que defiende y veo lo que a todos nos va en ello; Dios nos favorezca, que mediante tal caudillo, nos subcederá adelante como nos ha subcedido hasta aquí. Todos; los amigos y deudos que yo tengo en el real de Narváez, primero que lleguemos, estarán avisados de lo que conviene y deque se desengañen de lo que con ellos hará, Narváez, aunque de lo hecho fácilmente entenderán lo que después hará. Vamos, señor, y muramos por lo que hemos trabajado y derramado nuestra sangre, que mejor es, defendiendo nuestra honra, libertad y hacienda, perder la vida, que tenerla con oprobio los años que nos quedan, que naturalmente no pueden ser muchos.»

     Cortés, acabado de responder esto, lo abrazó, diole muchas gracias, hablaron en otras cosas, hasta que bien tarde Joan Velázquez se fue a dormir a su aposento, bien contento de lo que Cortés le había dicho; y no lo quedó menos Cortés, porque Joan Velázquez era muy honrado, bien emparentado y, lo que más era, muy bienquisto.



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Capítulo LXXI

Cómo Cortés salió de Cholula y llegado a Taxcala le dieran sesenta mill hombres de guerra, los más de los cuales se volvieron del camino.

     Otro día de mañana determinó Cortés de salir de Cholula para proseguir su camino, y aunque algunos le dixeron que tomase alguna gente de guerra de aquella ciudad para ayuda de la suya en lo que se ofresciese, no quiso, diciendo que los cholutecas no harían cosa buena, pues habían andado con él tan doblados y tan a malas, y que donde había amistad por fuerza, no podía haber amor ni lealtad para cosa alguna. Hecha señal para partirse, los principales de la ciudad le acompañaron hasta media legua, haciéndoles fengidos ofrescimientos. Allí se despidió dellos, y andada otra media legua topó luego con gente de Taxcala que le venían a rescebir, de manera que cuando entró en su ciudad iban con él más de cient mill hombres. Aposentáronle aquellos señores muy bien, hiciéronle fiestas y mitotes, dioles cuenta, especialmente a los señores y principales capitanes, de cómo iba a rescebir a Pánfilo de Narváez, a quien tenía por hermano, aunque se decía otra cosa; y porque se recelaba de algunos que iban y venían con nuevas de enemistad, quería ayudarse dellos, para si el negocio viniese a las manos, pues ya ellos eran sus amigos y se habían dado por vasallos y servidores del Emperador de los cristianos. Aquellos señores le respondieron con mucho amor, diciendo que no le faltaría todo lo que hobiese menester, y que si aquel Capitán cristiano, de que habían oído que venía con mucha gente, no hacía la razón, ellos no le dexarían hasta morir. Cortés se lo agradesció mucho; pidióles para servicio y para gente de guerra hasta sesenta mill hombres; señaló por Capitán de los Capitanes dellos y de su gente a Joan Márquez y a Alonso de Ojeda, para que saliendo él primero con los españoles, ellos llevasen la retroguarda, aunque quedasen dos leguas atrás.

     Ojeda y Joan Márquez comenzaron a hacer la gente, juntaron sesenta mill hombres, hicieron allí ochenta picas de pino, muy largas y gruesas, con sus hierros tan largos como un xeme, de las cuales las más se llevaron a los españoles que adelante iban con Cortés, y las otras llevaban Joan Márquez y Alonso de Ojeda y Francisco Rodríguez y otros algunos españoles que con éstos iban, los cuales con los taxcaltecas que pudieron salieron hasta cerca de un pueblo que se dice Topoyanco, donde dexándolos Ojeda y Joan Márquez, volvieron a Taxcala a sacar la demás gente que quedaba a cumplimiento de los sesenta mill hombres; con todos ellos, viniendo a otro pueblo que se dice Texuacán, los más dellos, quedando hasta tres mill que serían los hombres de carga, se volvieron a Taxcala. No se supo el porqué, más de que era su condisción, como después acá se ha visto, de no querer pelear fuera de los términos de su tierra.

     Llegando, pues, Joan Márquez y Alonso de Ojeda con aquellos pocos indios a Guatusco, donde Cortés estaba, temerosos de que Cortés los rescibiría mal, dándole cuenta de lo que pasaba, les respondió muy bien, diciendo que no se le daba nada, porque si yendo adelante lo habían de hacer peor, era bien que desde luego se volviesen; pero, previniéndose para lo que podría ser, escribió a un caballero Fulano de Barrientos, que estaba en Chinantla, que luego hiciese siete u ocho mill hombres de guerra y con ellos le esperase en Cempoala. También desde aquel pueblo despachó a Joan Velázquez de León y a Antón del Río que fuesen a Cempoala o adonde Narváez estuviese, haciéndole saber cómo él iba, y suplicándole no permitiese que en tierra tan grande y tan llena de infieles, siendo los unos y los otros cristianos y vasallos de un Rey, viniesen en rompimiento. Narváez, que más confiaba en el poder de su gente que en la razón que tenía, les respondió, aunque con blandas palabras, que él tenía por hijo a Hernando Cortés y que no tenía nescesidad de pedirle partidos, pues le era nescesario obedescer, y a Joan Velázquez echó preso, porque en el mensaje que le traxo dixo: «El Capitán Hernando Cortés», aunque lo que le dixo, como luego se dirá, fue todo muy bueno y dicho con mucho comedimiento.



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Capítulo LXXII

De lo que Joan Velázquez de León, de parte de Hernando Cortés, dixo a Pánfilo de Narváez, y de lo que él respondió.

     Llegado que fue Joan de Velázquez al real de Narváez, fuese derecho donde estaba. Rescibióle Narváez con buena gracia, pensando que por aquella vía y por ser pariente de Diego Velázquez, le traería a su voluntad, y con él a los demás deudos y amigos de Diego Velázquez que con él andaban, y después de haberse dado el uno al otro el parabién de la venida, delante de todos los principales del excército que en la tienda de Narváez se hallaron, le habló así:

     «Muy magnífico señor: Hernando Cortés, nuestro Capitán y Justicia mayor, después que supo de la buena venida de vuestra Merced y a lo que venía, por muchas y diversas veces le ha suplicado se traten los negocios de manera que los que ahora vienen sean aprovechados, y los que acá estamos no perdamos nada y Dios sea servido y Su Majestad del Emperador y Rey, nuestro señor, aumentado y obedescido, sin escándalos ni muertes que, viniendo en rompimiento los unos con los otros, podrían subceder; que siendo así, todos irían sobre la conciencia de vuestra Merced, y el Rey, nuestro señor, sería muy deservido. Atento y considerado todo esto el Capitán Hernando Cortés últimamente suplica a vuestra Merced, y si nescesario es, le requiere, acepte alguno de los muchos medios que ha ofrescido, o vuestra Merced le dé a escoger en los que le ofresciere, porque dice que no queriendo vuestra Merced hacer lo uno ni lo otro, él descarga su conciencia, y dice que él y los suyos perderán primero la vida que dexarse desposeer de lo que con tanto trabajo y riesgo de sus personas han ganado. Esto es lo que el Capitán Hernando Cortés [me mandó] que dixese. Ahora, si vuestra Merced es servido, diré de mi parte lo que deste negocio siento, y es que ya vuestra Merced sabe ser yo deudo muy cercano de Diego Velázquez e que por esta causa estoy más obligado a acudir a él y a los suyos que a Hernando Cortés ni a los que son de su parescer, y esto se entiende siendo igual la justicia que entre Diego Velázquez y Hernando Cortés hobiese, y así si de parte de Cortés sobra la razón y falta a Diego Velázquez, obligado estoy a responder por Hernando Cortés más que por él, pues la razón es la que tiene y debe tener más fuerza y valor en el hombre, que todo parentesco por grande que sea.

     Diego Velázquez, tomando en suma el negocio de principio, invió a Cortés por su General, el cual gastó en la jornada su hacienda y la de sus amigos. Llegado al puerto desta Nueva España el exército todo, porque hiciese asiento y no se fuese como Grijalva, en nombre de Su Majestad le eligió por su Capitán general y Justicia mayor, aceptólo porque vio que convenía. Hase dado desde estonces hasta ahora tan buena maña, ha sido tan venturoso, tan cuerdo y de tanto valor, que con gran contento de los que le hemos seguido ha subjectado a la Corona real de Castilla innumerables gentes, muchos Príncipes y Reyes, y finalmente, lo que jamás se ha leído ni oído, con pocos ha hecho tanto, que después de haber entrado en México, la más fuerte y mayor ciudad del mundo, prendió a Motezuma, Emperador della, el cual, aún queda preso y tiene a Hernando Cortés tan gran respecto como si fuera Emperador de todo el mundo. Ya todos nosotros sabemos a qué saben las flechas y macanas de los indios; los más entendemos su lengua y nos son amigos, especialmente los taxcaltecas, que es la gente más bellicosa destas partes; hemos derrocado ídolos, baptizado a muchos, y, finalmente, estamos ya como en nuestras casas; por todo lo cual no es razón que vuestra Merced, aunque traiga mucha más gente, nos haga agravio, no queriendo aceptar ni ofrescer ningún partido, paresciéndole que con la pujanza de gente puede hacer todo lo que quisiere. Dios vuelve por la razón y justicia, y así creemos que aunque seamos muchos menos, si venimos en rompimiento, hemos de llevar lo mejor; por tanto, así por lo que debo a Diego Velázquez, mi tío, como por el amistad que con vuestra Merced he tenido, le suplico se reporte y guíe los negocios de otra manera, porque donde no, cuando no haya lugar, se ha de arrepentir mucho.

     En gran manera se alteró Narváez con la una plática y con la otra, y no pudiendo sufrir que Joan Velázquez llamase Capitán a Hernando Cortés, le dixo: «No hay otro Capitán en esta tierra sino yo, y no es menester que habléis así ni me deis consejo, porque yo sé lo que debo hacer.» Y no respondiéndole más, le mandó prender, sobre lo cual hubo grandes diferencias, porque los que siempre habían aconsejado bien a Narváez se lo contradixeron, aunque los otros, que eran de diferente parescer, lo aprobaron, los cuales, de secreto, por mandado de Narváez, procuraron atraer a Joan Velázquez; pero él a los unos y a los otros dixo, así de la tierra, como de Hernando Cortés tan buenas cosas, que confirmó a los unos, y a muchos de los otros hizo mudar parescer, de manera que Narváez tuvo por bien de soltarle y enviarle sin ningún partido donde Cortés estaba.

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